Éste es el tercer volumen que Eslava Galán dedica a la guerra civil y la posguerra. Hace un par de años ya di cuenta del segundo, Los años del miedo (La infame posguerra I y II). Al hacerlo con éste corro el riesgo de repetirme porque, en lo esencial, De la alpargata al seiscientos (Barcelona, Planeta, 2010, 422 págs.) es la continuación de aquel. Si el anterior iba de 1939 a 1952, éste va de 1952 a 1957 y es similar tipo de relato. El autor, un novelista historiador, narra la materia mezclando la ficción con la realidad; da cuenta a modo de crónica del acontecer del país en aquellos años apoyándose en las peripecias de los personajes que ya aparecían antes y que son como arquetipos de la España de la época: unos delincuentes quincalleros, robacadáveres que entran y salen de la cárcel y sobreviven como pueden a aquella durísima y prolongada posguerra; unos arribistas que viven de los servicios supuestos a la causa nacional y hacen grandes fortunas gracias a sus relaciones con los altos funcionarios y jerarcas de un régimen corrupto hasta la médula; unos curas de un nacionalcatolicismo rígido que se inmiscuyen en la longitud de las faldas de las mujeres pero pueden tener comportamientos personales disolutos; una barbería de pueblo en la que el barbero cuenta chistes de Franco a una parroquía de gente escarmentada; un funcionario del Movimiento adscrito al departamento de censura del Régimen; la madama de una casa de putas. Los nombres nos son familiares: Pedrito el Piojo, el Burro Mojao, el padre Fornell, la Uruguaya, el Chato Puertas, Diego Medina. La España de entonces y la de siempre, la de Quevedo y Pérez Galdós, la de Torquemada y Fray Justo Pérez de Urbel, la de Pepe-Hillo y el Litri, la del Gran Capitán y Millán Astray.
Eslava Galán ofrece un fresco de una época: una sociedad empobrecida, hambrienta (las cartillas de racionamiento se suprimieron en 1952/53), aterrorizada, dominada por una dictadura férrea que luchaba por su supervivencia en el exterior, en donde carecía de aliados. La autarquía, la política de un General que "no se metía en política", la picaresca, la hipocresía y el puritanismo oficiales, el imperio de la Iglesia, los chanchullos y negocios sucios, el carácter pintoresco del Dictador y sus secuaces, los falangistas, los monárquicos sin Rey, los militares de un ejército incapaz de combatir, los católicos, el Opus como secta, el Concordato de 1953, la vuelta de los Estados Unidos, los sucesos del 56, el Plan de Estabilización, el Plan Marshall a la española del Tratado con los Estados Unidos que donde mejor se retrata es en el Bienvenido Mr. Marshall. Bullen las gentes en ambientes bien captados que se afanan en lo suyo en un país regido como si fuera un cuartel.
En resumen, una obra que llama a los recuerdos de quienes vivimos la época en la adolescencia, escrita con ironía, con amargura, con indignación, con asombro. A la vista de lo que por entonces pasaba en el mundo, la pregunta es : ¿cómo fue posible el franquismo? Y la respuesta salta a la vista: una dictadura de cuarenta años requiere otros cuarenta para que quienes la sufrieron la superen. En algunos casos parece que más. Y sin superarla es imposible explicar las causas. Una de las muestras de la autocomplacencia de la Transición es señalar que ella misma es una especie de milagro (los españoles, en lugar de entrematarse, se organizan en democracia) pendiente de explicación. Nada más falso: lo que está pendiente de explicación, lo extraño es que se diera el franquismo, una dictadura criminal y ridícula, una opereta sangrienta, un régimen surgido de una rebelión que provocó una guerra civil y juzgó luego y condenó a sus enemigos vencidos por rebelión. Rebelión contra los rebelados.
Eslava dice muchas cosas entre líneas. Habla bastante de Franco al hilo de los acontecimiento que va narrando, por regla general muy pintorescos ya que se apoya en el libro de memorias de Franco Salgado-Araujo, el primísimo que fue largos años secretario a la sombra del invicto Caudillo y cuenta cosas verdaderamente hilarantes con un tono de ayudante de campo, que quizá sea lo más cercano a un secretario que pueda imaginar un militar. Y la imagen que surge de los trazos dispersos es la de un hombre que desde el principio tuvo claro que del poder sólo lo sacarían con los pies por delante.
El primo se escandaliza al comprobar que Franco se pasa la vida cazando, pescando, presidiendo actos, viendo películas, pintando; es decir que no trabaja, cosa que subraya Eslava con auténtico pasmo. En efecto, ¿cómo se puede ser Jefe de Estado (y, durante muchos años, presidente del Gobierno) y no dar palo al agua? Es más, esta realidad de indolencia se hace compatible con la leyenda de la lucecita de El Pardo que, como la de Mussolini y la de Stalin, no se apagaba por la noche. Ésta y todas las demás leyendas eran la tarea asignada a unos medios de comunicación que eran un único medio de comunicación con diferentes altavoces: prensa, radio, la incipiente televisión. Para millones de españoles la expresión la hora del parte significaba que todas las emisoras (ya muy parecidas en las horas "civiles") sintonizaban con Radio Nacional para el diario hablado, un único diario hablado que se iniciaba con los toques del cornetín de órdenes y se terminaba con el himno nacional y los llamados "gritos de rigor". Si se lo cuentan a Orwell no se lo cree. Luego, para los fastidiosos asuntos prácticos de la gobernación del Estado ya estaba el fiel marino Carrero Blanco, digno sucesor de Prim, Cánovas, Canalejas y Dato. Siempre me ha llamado la atención la cantidad de magnicidios que se da en España. Cinco presidentes del Gobierno en unos cien años debe de ser el máximo entre los países similares.
La visión de Eslava es esencialmente literaria, pero también rigurosamente histórica; no una historia académica, pero sí muy bien documentada y contrastada, no con el fin de descubrir una hipotética verdad de los hechos sino con el de transmitir una vivencia. El autor habla de lo que vivió y eso es esencial en estos libros. Por ejemplo, traza un retrato de la Semana Santa en España bajo control absoluto y total del clero que hace falta haberlo vivido para saber lo que era. A veces, la Iglesia, en un ataque de magnanimidad hacia sí misma, pide perdón por alguna fechoría del pasado (Galileo, por ejemplo) pero ¿qué perdón tendría que pedir por intentar amargar la vida a un país entero año tras año?
Eslava presta menos atención a los aspectos represivos del régimen, a las torturas, los juicios militares, los penales abarrotados o la guerrilla, aunque algo dice. Se detiene más en el Valle de los Caídos y ello es especialmente oportuno en un momento en que vuelve a plantearse qué hacer con semejante monstruosidad pero en general su relato tiene un sesgo más amable; crudo y amargo pero amable. Recuerda un poco la literatura expresionista y los cabarets de la República de Weimar. El franquismo ha marcado a varias generaciones de españoles y ha sido el horizonte vital del país en todas sus facetas por eso sobre él se pueden escribir cosas tan opuestas en todos los sentidos como los libros de Vizcaíno Casas y los de Eslava Galán.
PS. Por cierto, lo olvidaba: el libro tiene abundancia de material gráfico de la época, tanto en el texto como en cuadernillos aparte en couché con imágenes que no solamente apoyan e ilustran la narración sino que, en muchos casos, son una joya en sí mismas. La iconografía de aquel tiempo absurdo, que hubiera sido divertido de no haber estado basado en el hambre, el terror y la densa imbecilidad de los gobernantes, curas incluidos, es extraordinariamente significativa.