Imagínense que, a petición del Vaticano, Zapatero va de visita a la Santa Sede y, en el momento de pisar la Plaza de San Pedro, larga a los periodistas que en el Vaticano hay una guerra declarada contra la Razón, que se defiende a machamartillo la superstición, que se está a muerte contra el espíritu de la Ilustración, que el Papa es el último monarca absoluto de Europa pues concentra en sí los tres poderes, que la Iglesia es furibundamente misógina y en el clero abunda la pederastia, que se respira un clericalismo trasnochado, que se predican barbaridades en contra de la salud reproductiva y de la lucha contra el SIDA en continentes enteros y que se vive en la pompa y el boato, contrariamente a la letra y el espíritu del Evangelio. Cabe imaginarlo pero todo el mundo sabe que es imposible. Zapatero es un hombre bien educado y no ignora que, cuando se va de visita a casa de otro, no se entra por la puerta criticando, regañando, poco menos que insultando. Como hace el Papa.
Sostiene Benedicto que la batalla decisiva entre la verdad y el error se libra en España. Ya tenemos a España otra vez de adelantada de la Cristiandad. ¡Qué cruz, Señor! Debe España volver a los tiempos en que fue "generadora de fe" y no repetir las épocas de descreimiento y laicismo "agresivo" al estilo de los "años treinta". O sea, la nefanda República, cuyos hijos, vilmente asesinados por los nacionalcatólicos y sepultados en fosas comunes, están resurgiendo del abandono y el olvido. Quiere Benedicto la España de Trento, la de la Contrarreforma, la de la Inquisición, en buena medida, la de Franco. Y considera la lucha por alcanzar estos objetivos prioritaria en la acción de la Iglesia, su estrategia, como dicen los de Marketing, lo cual explica la insólita furia con que la jerarquía española sacó a la calle en la primera legislatura de Zapatero al PP y a sus fieles, en la medida en que no fueran coincidentes. Estoy seguro de que el Papa no entiende cómo se puede ser católico fiel y votante socialista, no digamos ya diputado o ministro del maligno.
Ese deseo paladinamente formulado viene de consuno con el filosofema más caro al Santo Padre: la necesaria conciliación entre la fe y la razón y entre la fe y el arte, matiz sutil. Las relaciones entre la razón y el arte obviamente no son de su incumbencia. La fusión entre la fe y la razón es un imposible metafísico porque la razón no puede dar por cierto nada de lo que la fe considera base misma de la verdad, esto es, el misterio. Cuanto más misterio, más fe y, claro, menos razón. El verdadero Benedicto XVI es el de la lucha a muerte entre la verdad y el error que no pueden fusionarse porque son antitéticas, como lo son la fe, esto es, la verdad (¿o es que la fe yerra?) y el error, esto es, la razón que, además, reconoce que yerra.
Así que de fusión, nada: aniquilación. Por eso avisaba Público de que el Papa venía a España en son de guerra. En son de guerra con el dinero de tu enemigo y protegido por las fuerzas armadas y de seguridad del enemigo. Eso es una victoria y no lo que dice el sabio Sun-Tzu.
Leo que la visita no cumple las expectativas de público. Vaya por Dios. Y eso que los obispos habían predicho que con el Papa llegaría el cuerno de la abundancia, una lluvia de millones. No son los mercaderes los que están en el templo; es el templo el que va a los mercaderes. Con todo, era previsible. Este Papa duro, intransigente, inflexible, frío, altanero, orgulloso, que dice cosas tan apartadas de la experiencia cotidiana de la gente, despierta escasa simpatía. No es un Papa cálido, como Juan XXIII, ni espontáneo como Juan Pablo II.
La pregunta es qué pintaba en Santiago el vicepresidente Rubalcaba que, en su condición de ministro del Interior, tiene cosas más importantes que hacer que ir a ver como le dan botafumeiro a Su Santidad. Por supuesto, desde el momento en que el sucesor de San Pedro viene escoltado por dos cazas de la fuerza aérea, parece que no viene solo a charlar con la sociedad civil y la autoridad tendrá que recibirlo. Pero la imagen es que el Gobierno cede una vez más a las imposiciones de la Iglesia. La política de appeasement es un error, ya lo dice Aznar. Se han tragado el proyecto de ley de libertad religiosa con el mirífico argumento de que "no es urgente". La libertad religiosa no es urgente. Y por eso prometía su cargo el Vicepresidente hace diez días con un crucifijo. Y ahora Benedicto XVI celebra su victoria luciendo a su lado los despojos del vencido, como el Rey que mostraba la cabeza de su contrincante clavada en una pica. No es el extremo de Rubalcaba pero es el camino.
(La imagen es una foto de Catholic Church (England and Wales), bajo licencia de Creative Commons).