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diumenge, 1 de març del 2009

Peregrino de la memoria (XLVI)

Una visita de Estado.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLV), titulada Gratos recuerdos).

Aprovecho el momento en que estoy inspirado y sin sueño para contarte una historia que tengo muy presente de aquellos tiempos. Andaba yo por los dieciséis años recién cumplidos y se había anunciado la visita a España del presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, el héroe de la Segunda Guerra Mundial acerca de la cual mis conocimientos eran por entonces un batiburrillo de datos de historia de bachillerato, cosas que me habían contado en casa (los canallas de los alemanes, lo heroicos maquisards franceses, con los que habían colaborado mis padres) y tebeos de Hazañas bélicas en los que las jerarquías eran claras y acentuadas: en la cúspide estaban los estadounidenses, que representaban el bien en todas su formas. Por debajo de ellos se encontraban los nazis alemanes (los fascistas italianos no salían nunca), que representaban el mal, pero no el mal absoluto, como se ha llegado a decir después, sino el mal relativo ya que el absoluto era un honor que quedaba reservado a los soviéticos y a los japoneses, aunque no necesariamente por ese orden. Así veía las cosas entonces. Aquella visita era para mí era una noticia emocionante. Podría ver en carne y hueso a Franco, de quien sólo había oído barbaridades en casa y a Eisenhower, acerca del cual los juicios de mi familia, sin ser encomiásticos, eran más benévolos. El régimen había hecho una gran despliegue propagandístico y tiempo después pude comprender todo el alcance de aquella visita que venía a ser como un espaldarazo internacional del llamado "mundo libre" a la zarrapastrosa dictadura militar en España, a la que Europa y los Estados Unidos habían tratado como apestada desde el fin de la guerra hasta 1953 o 1955.

Para garantizar la seguridad, el Gobierno había ordenado la detención preventiva de todos los rojos y elementos desafectos. Tiene gracia: recuerdo ahora una novela de Manuel Rico que se llama Los días de Eisenhower en que se relata esta visita del mandatario estadounidense con la mirada de un adolescente que podía ser perfectamente yo, que fui a verlo. En la novela de Rico se habla de una conjura de los comunistas para aprovechar la ocasión y matar a Franco. Eso era lo que la policía había pensado mucho antes de que Manolo naciera y, por supuesto, escribiera su magnífica novela. Formaba parte rutinaria del protocolo de preparación de los viajes de Franco a cualquier ciudad. ¿Que se anunciaba la visita del Caudillo a, digamos, Jaén? Los rojos que estuvieran en libertad condicional (lo cual es una forma de decir porque en aquellos años todo el mundo en España estaba en libertad condicional) ya tenían preparado su petate dos días antes porque estaban seguros de que la policía vendría a llevárselos para alejar de ellos cualquier tentación que sólo años después tomaría forma en la imaginación de Manolo Rico. Así vinieron por mi padre y se llevaron una sorpresa cuando les dijimos que se había marchado al extranjero y que vivía en Colombia. Uno de aquellos sujetos, un tipo malencarado con el típico bigotito fascista masculló que ojalá todos los rojos hijos de puta se fueran a freír puñetas al extranjero, mejor que nada a Rusia; y se marcharon por donde habían venido, no sin dejar dicho que volverían cualquier día menos pensado a hacernos una visita. La redada de republicanos, comunistas, socialistas, anarquistas fue bastante completa, según nos contó un viejo militante del PSUC que se había trasladado hacía poco a vivir a Madrid y como la policía no lo sabía no fue a detenerlo.

La visita tuvo lugar los días 21 y 22 de diciembre de 1959 y duró menos de veinticuatro horas, casi una escala técnica para resolver un mal trago diplomático: el dirigente del "mundo libre" abrazando a la criatura de Hitler y Mussolini. Ike aterrizó en la base de Torrejón a donde acudió Franco a recibirlo vestido de militar mientras que el estadounidense llegaba de civil. De allí fueron a Madrid en un helicóptero estadounidense y después se organizó una cabalgata de coches desde la Puerta de Alcalá, pasando por la Gran Vía, subiendo por Princesa y terminando en La Moncloa. Además de escenificar el ascenso internacional del "paria" España, para acallar las críticas nacionales e internacionales, Eisenhower trató de entrevistarse con "la oposición", cosa que no fue posible porque no la había, como le explicó amablemente el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella. El general gringo traía asimismo otra petición que repitió a Franco un par de veces: que el régimen aligerara la represión de los protestantes españoles, sin conseguir otra cosa que sonrisas del Caudillo, católico tridentino de remate, y un par de vagas promesas que jamás se cumplirían. Elló irritó sobremanera al estadounidense e hizo que la visita no diera otro fruto que aquella consagración internacional de España como correveidile y mucama de de los Estados Unidos en relaciones bilaterales, puesto que el resto de Europa seguía sin querer saber nada de Franco.

Estábamos de vacaciones por Navidad. El día 22 los niños de San Ildefonso cantaban los números coincidiendo con la marcha de Ike, quien dijo algo sobre la aportación de España a la defensa del mundo libre pero se negó a una declaración conjunta porque estaba irritado con la resistencia cazurra de Franco a abrir la mano en relación con los protestantes españoles. Poco podía suponer el vencedor de la Segunda Guerra Mundial que, en su fuero interno, el caudillo lo consideraba un repugnante masón. El gordo de la lotería, recuerdo, cayó en Valencia. El 21, cuando estaba prevista la cabalgata, hacía mucho frío. Mi madre me hizo ponerme un abrigo larguísimo, que casi me llegaba a los tobillos, de solapas muy anchas que me hacía parecer el judío Suss, y una bufanda a cuadros con la que nunca sabía qué hacer y que acababa metiendo en un bolsillo. Vino a recogerme mi amigo Ernesto del colegio, al que tú también conoces, igual que conoces a sus hijos y nos fuimos andando para instalarnos con tiempo en el parapeto de la plaza de Cristino Martos que da sobre la calle Princesa, justo pegando al Palacio de Liria y desde el que tendríamos una vista inmejorable. Ernesto llevaba una cámara fotográfica que había comprado su padre de contrabando pero, por algún motivo que no entendimos, las fotos no salieron. Yo me había hecho con unos prismáticos de campaña que habían pertenecido al mío y que nos dieron excelente resultado

Tienes que hacer un esfuerzo para imaginarte el Madrid de 1959 que era todavía una ciudad bastante cochambrosa. En concreto, el trayecto desde San Bernardo a Cristino Martos, yendo por Noviciado, que tenía un mercado churretoso, cruzando Amaniel, una calle estrecha, tortuosa y empinada para ir luego por San Bernardino hasta enlazar con la Travesía del Conde Duque, en donde terminaba un cuartel enorme de ese nombre (Conde Duque) que todavía albergaba por entonces un regimiento de remonta y hoy es un centro cultural de la Villa, era como un trayecto por las secuelas de la guerra civil, pero veinte años más tarde. El tiempo se había congelado en los adoquines de la calle y el forjado polvoriento de las ventanas del cuartel. La Plaza de Cristino Martos era una especie de descampado. Cuando llegamos había ya muchísima gente en los bordes de la calzada, abajo, esperando, pero pudimos coger muy buen sitio en la balaustrada de la plaza. Se oían vivas a Franco, cantos, un rumor poderoso de muchedumbre compuesta sobre todo por gente de paisano detrás de dos filas de soldados en uniforme de gala, una a cada lado de la calle. Se hacía raro no ver el azul de las camisas y el rojo de las boinas de los falangistas. Allí nos apostamos, preparando la cámara, que era un Kodak con estuche de cuero marrón oscuro y que luego nos dejó tirados probablemente por nuestra falta de pericia. Al cabo de una media hora, los sonidos lejanos de los aplausos que iban aproximándose nos indicaron que la comitiva se acercaba. Unos minutos más tarde irrumpían los motoristas formados en triángulo sobre sus máquinas relucientes, detrás venía un par de autos, creo recordar, aunque no estoy muy seguro y, luego, flanqueado por la guardia mora, el Cadillac descapotable en el que iban de pie los dos Jefes de Estado, Ike a la derecha de Franco que caía de nuestro lado, saludaba muy ufano en su uniforme y sonreía con mirada complacida. Estaba muy intrigado por ver sus rasgos de cerca y, gracias a los prismáticos, pude contemplarlo con bastante nitidez. Tenía exactamente el mismo rostro que estaba harto de ver en los sellos de correos y las pesetas llamadas "rubias". Me pareció anodino, sin expresión, con el pelo ralo peinado hacia atrás, el sempiterno bigotito y el belfo algo caído que, no sé por qué, supongo que por prejuicios, siempre identifiqué como de médico de pueblo. Imagino que si lo viera hoy por primera vez tendría una impresión distinta. Pero puedo asegurarte que para un chaval de dieciséis años fue algo emocionante. Ernesto hizo unas ocho o diez fotos a toda velocidad y luego me quitó los prismáticos para mirar a Eisenhower pero después me dijo que sólo pudo verle el cogote. Algo vio, desde luego porque el Presidente iba descubierto, con el sombrero en una mano mientras que Franco llevaba calada su gorra de plato.

Cuando quisimos darnos cuenta, la comitiva iba ya Princesa arriba y se llevaba con ella, como si los arrastrara, los aplausos, vítores y el inevitable ¡Franco, Franco, Franco! que los de mi generación y tres o cuatro anteriores y posteriores oiremos ya en nuestras pesadillas hasta el fin de nuestros días. Supongo que Franco estaría convencido de haber demostrado al yankee cuánto lo amaba su pueblo. A saber cómo se las habían arreglado la autoridades para concentrar aquel gentío; supongo que trayéndolo en autobuses.

Yo me quedé algo desconcertado porque la emoción, tan intensa unos segundos antes, se desvaneció en un santiamén. Se suponía que acaba de asistir a un acontecimiento histórico de primer orden, pero ya no tenía esa sensación. Mientras volvíamos a casa le pregunté a Ernesto qué creía él que había venido a hacer Eisenhower a Madrid y él me contestó que no tenía ni idea pero que su padre decía que los americanos admiraban a Franco porque había derrotado al comunismo y la verdad es que los dos nos reímos. Luego he de confesarte que habíamos quedado con dos chicas con las que salíamos juntos, dos muchachas que estudiaban en el Instituto femenino Lope de Vega que estaba enfrente de mi ventana en la calle San Bernardo. Todavía me acuerdo de cómo se llamaban y hasta podría describírtelas, pero no es de eso de lo que trata este correo, sino de cómo era el país, la capital, Madrid, la cutrez de la época, las bostas de caballo en la calle del Conde Duque y los tranvias destartalados que bajaban como si fueran a estrellarse por la calle de San Bernardo y la subían renqueando. Madrid en los años cincuenta. Un pueblo polvoriento.

dissabte, 28 de febrer del 2009

Pregrino de la memoria (XLV).

Gratos recuerdos.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLIV), titulada Viaje al pasado).

Salgo de la casa de mi hijo Esteban conmocionado por los recuerdos que me he visto obligado a revivir para dar satisfacción a su inquietud. Lo he hecho con alegría, desde luego, con determinación y he conseguido que las baboserías de un necio no empañen el recuerdo que tiene de su abuela y el cariño que le profesa. Pero ese viaje al pasado ha abierto las puertas de la memoria sobre una época que tengo muy presente en el recuerdo, así que hago el trayecto en coche hasta mi casa, a la que se llega con facilidad desde reina Victoria, aunque lleva su tiempo porque está en Doctor Esquerdo, rememorando aquellos tiempos. El asunto concreto por el que Esteban me había llamado lo abordé con mi madre a la salida de una obra de teatro en un festival de arte dramático de vanguardia que las autoridades, cosa milagrosa, habían permitido en Madrid a comienzos de los años sesenta. Mi madre era muy aficionada al teatro, cosa que había heredado de su abuelo, eximio estudioso del género y de su padre, mi abuelo a su vez, que incluso escribió varias piezas algunas de las cuales aún se representan porque son de contenido galleguista. Si al hecho de tratarse de teatro se añadía que era de vanguardia, el entusiasmo y la asistencia de mi madre estaban garantizados porque desde el principio había sido muy partidaria del del absurdo que ella veía como una continuación lógica del existencialista y muy oportuna metáfora del sinsentido del existir sobre la tierra. La pieza que se representaba entonces era el Woyzeck, de Georg Büchner en una interpretación de un nuevo autor alemán que proponía una solución radical para el sempiterno problema que plantea la obra del dramaturgo alemán de qué sucede en el tercer acto que el autor no llegó a escribir. El joven intérprete hacía que, después de asesinar a su amante, Woyzek pronunciara un largo parlamento recuperando el debate acerca de la relación entre normas morales y clases sociales propia de la obra y antes de cometer suicidio. La escenografía, muy audaz, había gustado mucho a mi madre que aplaudió con dedicación y, al salir, iba comentando cómo el hecho de que algo sea o no de vanguardia depende también de la interpretación que se haga, lo cual afectaba especialmente a los clásicos pues podía darse como clásico a Büchner aunque sólo fuera porque la obra era del primer tercio del siglo XIX.

A mí la interpretación de la obra, que se llamaba La muerte de Woyzeck me había parecido algo amanerada, melodramática y sectaria. Se sabe que Büchner hubiera escrito un tercer acto conteniendo un proceso penal en el que se hubieran contrastado los distintos puntos de vista y argumentos: las supuestas razones del soldado, cegado por los celos, el criterio de la ley, los pareceres de los otros personas, el capitán, el comandante y se me antojaba que suprimir un debate público en sede judicial, en donde hay siempre que evaluar pros y contras de las argumentaciones, en favor de un discurso ensalzando a los pobres y los oprimidos, su derecho a obrar por convicciones y la promesa de que algún día cambiarían la tierra me parecía ridículo. Parecía como si aquel Woyzeck lo hubiera escrito Lenin.

A la salida del teatro, mientras intercambiábamos pareceres, dimos de bruces con unos amigos de mi madre, cinco o seis, más o menos todos de su edad, un pintor, algún escritor y sus respectivas parejas. En aquellos años no era infrecuente que las gentes de letras de izquierda, las poquísimas que habían quedado después de la guerra y la represión de la posguerra, se encontraran en una ciudad como Madrid porque eran muy escasos los acontecimientos a que podían asistir de forma que, cuando se producía uno de ellos, se avisaban unos a otros por teléfono y solían coincidir: exposiciones, conferencias, conciertos, reprsentaciones teatrales; era su única posibilidad de vida social, de comunidad, entre ellos en un país que los había condenado al silencio, al ostracismo, a la invisibilidad, a lo que se llamó "el exilio interior". He conservado esta costumbre de asistir a toda la oferta cultural de mi ciudad que me inculcaron desde chaval (incluso desde antes de cumplir la edad de admisión de los dieciséis años, inconveniente que podía soslayar porque era más corpulento de lo que correspondía a mi tiempo y no solían pedirme el carné de identidad) si bien ahora ésta es tan abundante que es muy difícil que se produzcan aquellos encuentros que daban lugar a unas pequeñas e improvisadas tertulias en algún bar cercano de confianza porque quien más quien menos había tenido problemas con las autoridades y sabía que era conveniente mantener la discreción, no llamar mucho la atención para evitar ser arbitrariamente detenido y maltratado por aquella manga de hampones que formaban el cuerpo de la Policía, sobre todo la Brigada Político-Social, que era la policía política.

Los amigos de mi madre estaban acostumbrados a verme con ella y, aunque ya estaba en la Universidad y probablemente habría cumplido diecinueve años o estaría a punto de cumplirlos, me trataban con condescendencia como si todavía fuera un chaval al que se le ríen las ocurrencias. Yo me sentía a gusto con ellos y sobre todo estaba muy contento de escuchar a mi madre, cuyas opiniones eran siempre seguidas por todos con interés si bien solían suscitar frecuentes discrepancias, generalmente por ser muy avanzadas y radicales, más de lo que algunos estaban dispuestos a suscribir. En aquella ocasión nos acomodamos en un bar de mesas de forjado y mármol que había en los Bulevares y que ya ha desaparecido mientras mi madre explicaba al pequeño círculo el debate que nos traíamos ella y yo sobre el valor del tercer acto.

- Él encuentra doctrinario e inapropiado el alegato final de Woyzeck.

- ¿Y por qué lo sustituirías? -me preguntó el pintor, un hombre con unos ojos muy vivos, inquietos que, cuando se fijaban en uno parecía como si quisieran ver a través de suyo.

- Por lo que imagino que era la intención del autor: un juicio, un juicio en el que todos pueden exponer sus puntos de vista.

- Un debate civilizado, vamos, entre las ideologías enfrentadas en la sociedad de clases.

Sabía que aquella era una mala línea, que enseguida me dirían que los debates entre las ideas revolucionarias y las de las clases dominantes estarían siempre dominados por los esbirros de éstas, los intelectuales al servicio del capital y que el discurso de la clase revolucionaria es cierto porque va de consuno con la marcha de la historia, sin necesidad de contrastarlo con las fuerzas del pasado. Por eso, busqué un modo de zafarme de unos argumentos que conocía pero no me convencían. Así que dije:

- Y eso será si aceptamos que lo que dice Woyzeck es lo que podemos llamar "discurso de la clase revolucionaria".

Hubo un guirigay, alguno se encogió de hombros, como diciendo que no tenía arreglo. Mi madre me miró con una punta de asombro y dijo:

- Es el discurso del pueblo, de los de abajo, fíjate como lo tratan en la obra, lo que le pasa...

- Que sea el discurso del de abajo, del que se la juega no quiere decir que sea el discurso de la verdad. ¿No puede equivocarse el pueblo?

- No. -Oí a alguien decir con determinación sin que nadie pareciera escandalizarse. Por entonces no lo sabía; sólo más tarde he reflexionado sobre el dogmatismo y el fanatismo y he podido ver que son muy peligrosos porque quien los padece no suele darse cuenta de ello. Y el punto central de la creencia del fanático esprecisamente este, el de la infalibilidad de sus padres fundadores, sus profetas, caudillos o dirigentes. Y lo profundamente que la gente experimenta la necesidad de confiar en alguien se observa en esas creencias en la infalibilidad.

- Pues a mí me parece que sí y que en esta obra, el discurso que habría que escuchar es el de la única a la que no se le da la palabra, que es María, que a esa sí que le hacen faenas...

Vi que mi madre prestaba especial atención y supe que había dado en el blanco con un tema que le era especialmente querido pues sólo había algo de lo que ella estuviera más convencida que de los derechos del pueblo trabajador y eran los de las mujeres a emanciparse. Quizá hubiéramos podido explorar aquel asunto con más detenimiento pero intervino otro interlocutor, un escritor que había publicado una novela social que consiguió pasar la censura de milagro y se ganaba la vida dando clases de francés en un colegio privado pues era un profesor de media represaliado:

- ¿Nadie dice nada sobre el papel del doctor? Es una premonición de lo que luego harían los nazis: un tipo que experimenta con seres humanos para buscar pruebas para sus teorías más absurdas. Me ha parecido impresionante...

Luego la conversación fue por el lado de si podía hablarse de un carácter "alemán" del teatro. Otro comparó a Büchner con Brecht, muy en detrimento del primero, por supuesto y mi madre, a la que pareció que mi idea de la mujer había impresionado, acabó rebajando el carácter de Woyzeck de un representante de la razón en marcha de la clase trabajadora al de un pobre diablo asustado y apaleado como un perro por las clases dominantes, un miserable incapaz de comprender a su mujer y a la que acaba haciendo pagar sus humillaciones y frustraciones.

- Es que ahí hay un asunto de cuernos -dijo la esposa del pintor.

EL comentario fue como un tiro de salida para que todos quisieran decir algo. Sólo alcancé a mi escuchar a mi madre diciendo:

- Ese es el problema: en cuanto se habla de los cuernos hasta la gente más aguda y despierta pierde el sentido a favor de sentimientos muy primitivos. Me niego a aceptar la excusa de los cuernos. Siempre que se mencionan se quieren justificar los comportamientos más inaceptables. Woyzeck hace con su mujer lo que hacen todos los hombres con la suyas: asesinarlas y por eso el policía, fíjense bien, el policía, aplaude el asesinato de Woyzeck.

Era costumbre en el círculo de amistades de mi madre el trato de usted, pero muy cercanas que fueran las relaciones. Mirándolo en retrospectiva creo que aquel trato recíproco y la ausencia del tuteo, aparte de responder a la idea de mutuo respeto que aquellas gentes se profesaban era una forma de marcar distancias con el tuteo universal que el fascismo había impuesto en la sociedad española en donde era frecuente, si bien cada vez menos, oír a gentes que no se conocían de nada tratándose de "tú" y de "camarada". La intervención de mi madre suscitó nuevos comentarios de todo tipo, pero el pedestal de Woyzeck había sufrido un duro ataque.

Finalmente, la tertulia se deshizo citándose para el día siguiente en el mismo sitio, dado que seguía el festival de teatro de vanguardia con una obra de Ionesco, El rinoceronte, que estaban todos deseando ver, hacía relativamente poco que se había estrenado en París y varios habían leído ya.

De regreso a casa, paseando porque hacía una noche suave y templada, que invitaba a callejear fue cuando planteé directamente el asunto a mi madre. Le dije que hacía unos días que había ingresado en "el Partido" y que lo primero que habían hecho había sido ponerme en guardia contra ella a cuenta de la historia famosa. Se tomó unos segundos para responder, luego me dijo que le parecía bien lo que había, que a mi padre eso le gustaría y cómo me había tomado yo el asunto. ¿Cómo iba a tomármelo? Le contesté que estaba indignado, que no creía una palabra, que me parecía algo repugnante y le preguntéen qué circunstancias se había producido. Me dijo que no me lo tomara muy a la brava. No tenía muy claro por donde llegaba el infundio, sólo suposiciones porque esas cosas en "el Partido", del que seguía hablando con gran respeto, no se podían esclarecer nunca, y menos en las condiciones en las que se vivía entonces. Recordaba, sí, que en cierta ocasión, detenida en Gobernación, dos policías de la brigada social que la habían subido a uno de los despachos para interrogarla, se pusieron furiosos y amenazaron con violarla. Cuando la cosa se puso realmente fea, entre un tercer policía, al parecer superior a ellos que puso fin a la situación, despachando a sus subordinados y al quedarse con ella le hizo insinuaciones, tratando de obtener por otros medios lo que los dos anteriores amenazabn hacer por la fuerza, sin conseguirlo tampoco. Entonces parece que el policía le dijo que no había prisa, que se lo pensara, que él podía hacer mucho por ella y por su marido, también detenido y por toda la familia. Eran los años del hambre y el estraperlo y se pensaba que aquellos ofrecimientos tendrían el resultado apetecido. Pero no con mi madre. Luego ella calculaba que el policía hubiera puesto el bulo en marcha y habría encontrado la credulidad o la complicidad de algún "camarada del partido". No se me escapó lo de la "complicidad" y le pregunté si tenía idea de alguien en concreto y me dijo que sí, precisamente uno, "un responsable del partido" dijo, que había intentado con ella lo mismo que el policía y con idéntico resultado.

- Y es probable que ahí comenzara toda esa historia.

Me di cuenta de que le resultaba desagradable. Mi madre era una combinación explosiva: de ideas muy avanzadas en materia de costumbres y moral sexual (había ayudado a muchas amigas en asuntos de control de la natalidad por entonces prácticamente intratables en España) era de un comportamiento personal casi puritano, tenía una idea sublimada del amor y fue fiel a mi padre incluso después de separarse por desacuerdos sobre todo, especialmente en asuntos políticos. Preferí no seguir insistiendo. Tenía una versión convincente para mí y sólo pregunté qué le parecía que debería hacer con "el partido" y fue ella la que me dijo que no rompiera, que esos eran asuntos personales que no podían interferir con la lucha.

Habíamos llegado a casa, en la calle San Bernardo y lo dejamos allí. Yo volvería a acordarme de la historia en algunas ocasiones en los años posteriores, especialmente cada vez que me encontré con gente a la que en la Universidad se acusaba de ser confidente de la policía. El clima de clandestinidad y tensión en que se vivía en la lucha contra la dictadura hacía que estas acusaciones pudieran formularse de modo alegre y sin pensar en las consecuencias. Siempre me las tomé muy en serio, sin embargo, en atención a la experiencia que había tenido y me ufano de haber intercedido en más de una ocasión a favor de gente injustamente acusada, sometida a aislamiento y malos modos.

Al llegar a casa y consultar el correo, como hago siempre antes de dormir, me encuentro un mensaje de Esteban en el que me da las gracias por la conversación que hemos tenido y por haberle ayudado a recuperar intacto un recuerdo que guarda con mucha devoción. Añade que le gustaría que le hablase algo más de los aquellos años, de mi adolescencia y primera juventud, sobre los que sabe muy poco. Le contesto que cuando quiera, que qué más puede querer un abuelo que contar sus batallas de juventud y, como no tengo sueño, me sirvo un café y procedo a contarle una historia que tengo muy viva en el recuerdo, de cuando el general Eisenhower visitó a Franco en Madrid y yo fui a verlos.

(continuará)

(La ilustración es una viñeta de Aubrey Beardsley).

diumenge, 22 de febrer del 2009

Peregrino de la memoria (XLIV).

Viaje al pasado.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLIII), titulada Tiempos oscuros).

En espera del regreso de Beatriz, Esteban cambia la silla de la mesa por un sillón que hay en un extremo del comedor enfrente del televisor, felizmente apagado, y dice:

- Tengo muchos recuerdos de mi abuela.

- Empezando, supongo, por el de que no quería que le llamasen abuela.

- No. Nos obligaba a llamarla por su nombre de pila, Pilar, pero aun así, era nuestra abuela y nos lo pasábamos muy bien con ella. Nos enseñaba manualidades. Hay que ver la de cosas que sabía hacer.

- Sí, ¿verdad? Tocaba el piano, cantaba muy bien, tallaba y esculpía pasablemente.

- A mí me enseñó a hacer figuras con papier maché que me vienen de miedo con mis hijos ahora. Y nos contaba historias. Las que más me gustaban eran las de cuando ella era niña en Galicia y las de la guerra.

Y tanto. La República y la guerra habían cogido a mi madre en sus diecitantos y veintipocos años, en el bachillerato y la Universidad. Le gustaba mucho recordar aquellos tiempos que había vivido muy intensamente. Hija de una familia rica, casada dentro de su clase social con un catedrático de biología, el vendaval de la República se llevó por delante su matrimonio y sus últimos reparos de clase: siempre había sido de izquierda pero con la guerra se radicalizó, se divorció y se junto con quien sería mi padre, un comisario del 5º Regimiento. En alguna ocasión me dijo que aquellos habían sido los años más felices de su vida.

- Pero también nos contaba historias que se inventaba. De piratas, de descubridores de tesoros, de leyendas medievales.

Todo eso lo sabía yo muy bien. Como era una mujer muy culta, tenía un gran repertorio y me constaba que disfrutó mucho refrescándolo con sus nietos.

- Se sabía las novelas de Zane Grey.

- Pero las que más le gustaron siempre fueron las de Fenimore Cooper, por quien tenía veneración, heredada de su abuelo, vuestro tatarabuelo, a quien ella quería mucho y las del más moderno Jack London.

Para mí Colmillo blanco fue siempre tan familiar como el Pato Donald. y me sabía de memoria la historia de El último mohicano, casi a la par con Los hijos del capitán Grant, de Verne que también era una pasión suya de cuando niña. Nos quedamos los dos en silencio un instante, probablemente reviviendo nuestros respectivos recuerdos, entre los que hay un décalage de treinta y tantos años. Esteban suspira y añade:

- Pero de todo lo que aprendí de ella lo que siempre tendré presente será su sentido de la integridad y la rectitud moral. ¿Sabes? Siempre pensé que tenía algo de puritana, lo que era curioso pues, al tratarse de una persona de opiniones tan avanzadas, quebraba ese prejuicio habitual de que quien rompe con los cánones morales tradicionales tiene una moral, digamos laxa. Y no era el caso; no era el caso en absoluto.

Por fin regresa Beatriz, se acomoda en otro sillón, se me queda mirando unos segundos y dice:

- ¿Qué pasó entonces?

- ¡Ah, sí! Pues que lo primero que me dijeron al ingresar en el PC allá por los años sesenta fue la historia esa de mi madre, figúrate tú.

- Pero lo que no entiendo... ¿Y tú seguiste en ese partido de mierda?

- Ya sé que es difícil de entender con la mentalidad de ahora. Fue mi madre la que me animó a ingresar y, cuando hablé con ella sobre el infundio me dijo que lo sabía y que no hiciera caso, que eran viejas historias, murmuraciones de gentuza; jamás creyó que fueran otra cosa. Lo que no quiere decir que no la afectaran y mucho. Precisamente por esa fibra moral de la que hablas, Esteban, que era muy fuerte en ella. Pero, al mismo tiempo creía que la militancia comunista estaba por encima de esas cosas.

- Pero -pregunta Esteban retóricamente porque sabe la respuesta- tu madre no era comunista, ¿verdad?

- No; eso es lo gracioso. Se había casado con un comunista, mi padre, pero ella no lo era. Como buena intelectual influida por el existencialismo y la obra de Sartre, que había devorado y al que seguía, estaba convencida de la superioridad moral de los comunistas y de que los burgueses, en cierto modo, no estaban a su altura, debían apoyarlos en todo porque eran la vanguardia, etc, etc, pero no militar directamente porque tenían, por así decirlo, vicios de clase y darían mal resultado. El proletariado era el futuro; la burguesía, el pasado. Los burgueses podemos ayudar al advenimiento del futuro pero estamos irremisiblemente condenados al pasado. Ella modelaba su comportamiento sobre el ejemplo de Simone de Beauvoir, a quien llamaba "doña Simona". Teníais que escuchar cómo hablaba de los obreros en su círculo de amistades, todos intelectuales como ella. Los obreros tenían la conciencia de clase, una especie de sabiduría infusa que les hacía ver con claridad en los más intrincados problemas sociales y políticos donde los burgueses se perdían sin remedio en sus prejuicios de clase.

- Y sin embargo fueron esos obreros los que la hicieron objeto de ese infundio.

- No sabes hasta qué punto aciertas. Uno de ellos, un imbécil a quien llamaban "el albañil" porque lo era y que fue el que años después se lo trasmitió al tal Lizcano que lo reprodujo en su libro sin contrastar nada.

- Pero ¿por qué? -pregunta Beatriz.

- En aquellos años la clandestinidad era muy dura, las caídas constantes y la confusión, en buena medida propagada por los agentes franquistas, grande. Mi madre era una mujer muy guapa. Cuando vosotros la conocísteis ya era mayor...

- Aun así, era muy guapa -dice Beatriz-, menuda planta tenía. Mucho mejor que sus hijos y nietos, desde luego.

- Bueno, yo he salido a mi padre, que tampoco era feo... En fin, una mujer guapa, de izquierda, intelectual, emancipada... blanco evidente para las insidias de la policía franquista. Si había una caída de militantes era más destructivo de la moral comunista decir que una mujer tenía un lío con un policía que reconocer que alguien a quien habían inflado a hostias había cantado. Ya se sabía: para la mentalidad de la época, las comunistas y compañeras de viaje, todas putas, sobre todo si eran guapas y cultas. Y no hace falta que os diga que esa mentalidad la compartían los comunistas.

- ¿Qué quieres decir?- vuelve a preguntar Beatriz, - ¿cómo...?

- Muy sencillo: que los comunistas españoles eran comunistas pero, más que nada, españoles y su idea de las mujeres era más coincidente con la de los policías franquistas que con la tuya, por ejemplo. Alguno de ellos que a lo mejor pensó que tenía alguna posibilidad con mi madre. viéndose rechazado, se encalabrinó y dio pábulo al infundio de la policía. Las calumnias se fabrican así. El albañil ese, sin ir más lejos...

- ¿Estás seguro?

- Me lo dijo ella...y, además, cuando mi padre se fue al exilio y nosotros nos quedamos aquí, en alguna ocasión lo vi yo mismo. Muy de izquierdas, muy comunistas pero si una mujer sola, guapa y avanzada no cae rendida ante los avances de cualquier mastuerzo, es una puta o una confidente de la policía.

Se quedan ambos en silencio, como meditando lo que acabo de decir. Y yo también. Porque es cierto. Y lo es todavía hoy. La izquierda gusta decir que el machismo es de la derecha pero yo lo he visto tanto en la izquierda como en la derecha y no sabría decir en dónde es más odioso. Para mí el de la izquierda pero es posible que no sea imparcial por haber tenido que sufrirlo en carne propia.

- Y, a pesar de todo eso, ¿ella siguió creyendo en el Partido Comunista?

- Sí; es magnífico, ¿verdad? Ya os dicho que hay que ponerse en la mentalidad de la izquierda de la época. Mis padres habían hecho la guerra, habían estado en campos en Francia, volvieron en 1943, se incorporaron a la lucha clandestina, estuvieron en la cárcel. Para mi padre el Partido Comunista era todo en la vida y para mi madre casi otro tanto puesto que lo era para mi padre. Si "el Partido" actuaba en contra de ellos -como lo hizo, dando pábulo al infundio- eso sólo podía ser un error que se corregiría cuando se supiera la verdad. A los dos les costó mucho librarse de aquella especie de hipnosis, de embrujo que ejercía el PC.

- ¿Y a ti?

- Mucho menos. Muchísimo menos porque, aunque mi madre me dijo que no me dejara influir por aquella historia, que el PC era el único partido revolucionario y antifranquista de verdad y aunque mis camaradas en el PC se esforzaban en hacerme la vida placentera, a mí repateaba lel asunto, así que duré un mes más y me fui. En total, tuve una militancia de tres meses.

- ¡Pero fue para hacerte "pro-chino"! -exclama Esteban.- Que eso sí que debía de molar entonces. ¡Pro chino!

- Bueno, ahí estuve un mes. Luego, se acabó. No volví a militar en partido alguno. Fui preso político en el franquismo pero no por organización ilegal sino por propaganda y manifestación.

- No me extraña -dice Beatriz- con esa experiencia que tuviste...

- ¿Verdad? Y casi milagroso que todos seguimos siendo de izquierda en la familia.

- Sobre eso habría mucho que hablar. -Dice Esteban- Porque yo no tengo nada claro que los comunistas sean de izquierda.

- De acuerdo, Esteban, yo tampoco. Pero ese es otro asunto que ahora hace poco al caso. Los contabilizan en la izquierda. Ahí los dejamos por ahora. Lo que yo quiero es haceros ver la ironía de que, con esta historia, con una familia que ha pasado toda ella por las cárceles de Franco, salga un pobre imbécil que no sabe ni de lo que habla, cincuenta o sesenta años después repitiendo aquella patraña. Y, por supuesto, tiene la importancia que tiene. Ahora véis por qué no me tomo muy en serio esta bazofia.

Vuelve a hacerse el silencio, tengo la impresión de que me quedaría toda la noche contando historias del pasado, síndrome del abuelete, pero es casi la una de la madrugada y supongo que Beatriz tendrá que madrugar, así que me levanto para despedirme.

- Me gustaría que en otro momento en que tengamos más tiempo nos cuentes más cosas.

- ¿De este asunto?

- No, no necesariamente -dice Beatriz-, en general, de tu madre. Era una mujer extraordinaria. Por eso, toda esa basura...

- Le resbala, Beatriz, le resbala. Cualquiera que la haya conocido sabe hasta dónde puede llegar la mierda y a ella no le alcanza. Pero sí, cuando queráis volvemos a hablar de ella. Es uno de mis temas preferidos de conversación... y de monólogo.

Me acompañan a la puerta. En el descansillo, Beatriz me planta dos besos y me dice:

- Para ti fue muy importante, ¿verdad?

- Esencial, Bea. Le debo todo.

(Continuará)

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley, 1894).

dissabte, 21 de febrer del 2009

Peregrino de la memoria (XLIII).

Tiempos oscuros.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLII), titulada Niños).

Los niños acostados, Beatriz retirada a sus cosas, probablemente leyendo porque lee mucho, quedamos Esteban y yo mano a mano en el comedor a la mesa, entre los restos caóticos de la cena, con yogures a medio terminar, unos platos de natillas y una fuente en el centro con una sopa que nadie se ha decidido a probar. Esteban me pregunta si quiero café y, al decirle que sí, desaparece unos minutos y vuelve con dos tazas humeantes. ¿Algo de beber? Yo no quiero. Hace años que no pruebo el alcohol que, en realidad, no me ha gustado nunca y me siento estupendamente. Él se sirve un whisky, apaga la luz cenital, deja una indirecta de pie y se sienta a mi lado. No parece haber tenido un día complicado. Cuando no está mostrando el Taj Mahal a un grupo de turistas mexicanos, Esteban trabaja en Madrid, en las oficinas centrales de una agencia trasnacional de viajes y otros servicios, como alquliir de vehículos, reservas hoteleras, organización de conferencias y eventos en general, en donde tiene un cargo de cierta responsabilidad. Es un hombre metódico y responsable, en el que uno tiene tendencia a confiar, el tipo de persona que se gana a la gente. Por eso es buen guía turístico, porque inspira simpatía y habla correctamente español, inglés, alemán, francés y japonés. Siempre se le dieron bien las lenguas Y siempre está aprendiendo alguna. Ahora, al parecer, el italiano, que ya lo domina pero de una forma autodidacta y quiere perfeccionarlo. La empresa lo escoge muchas veces para viaje delicados: visitantes vips que los gobiernos quieren agasajar especialmente y los ponen al cuidado de Esteban durante tres o cuatro días, dotándole de todos los medios imaginables, desde coche con chófer hasta cheque en blanco para hoteles, espectáculos, atracciones. La única función de Esteban es que, al final, los clientes se vuelvan encantados a su tierra, haciéndose lenguas del país anfitrión y presionando para que se firme tal o tal tratado o firmándolo él mismo directamente.

- ¿Qué haces? -me pregunta Esteban, mirando a través del vaso de whisky a la luz.

- Ya lo sabes: ando de viaje.

- Pero ¿a dónde?

- A ningún sitio en concreto; voy y vengo, me dejo llevar por incentivos del momento. Nada seguro. Hoy estoy allí, mañana allá. Sólo quiero moverme.

- ¿Para qué? Dice Kavafis, ya sabes, que "Iré a otra tierra, iré a otro mar,/ buscaré una ciudad mejor que ésta.(...)/No hallarás otras tierras ni otros mares./La ciudad irá contigo a dónde vayas."

- No lo dudo, no lo dudo. Ya sé que todo lo mío lo llevo conmigo y en ese "conmigo" hay de todo: mi ciudad, mi familia, mi gente, mi pasado... Pero mientras estás moviéndote, de viaje, vas de un lugar a otro, ves cosas nuevas, aprovechas para pensar en las tuyas.

- ¿En dónde has estado hasta la fecha?

- No muy lejos, no creas: Madrid, el levante, Barcelona, Madrid, Melilla, Jerez de la Frontera y ahora de nuevo por aquí. Pero me han ocurrido cosas divertidas o no tan divertidas, pero de interés.

- ¿Cómo qué?

- Estaba en Melilla en el momento del último asalto a la verja.

- Ya veo.

Esteban no es persona que atienda gran cosa por los asuntos sociales, económicos, políticos, los colectivos en general. Nunca he conseguido que se interese por las controversias colectivas, cuestiones como el aborto, la eutanasia o la independencia del País Vasco o Cataluña y mucho menos que se involucre en ellos. Al respecto es muy distinto de su hermana Gloria que debe de ser militante de más causas de las que consigue recordar. Esteban se interesa por lo que le concierne a él y a su familia en sentido estricto, su mujer y sus dos hijos. Su círculo colectivo más amplio alcanza a la familia en sentido amplio: padres, primos, tíos, etc y acerca de éste Esteban profesa una especie de pasión. A veces me da la impresión de que es como un sacerdote de los dioses manes, lares y penates, como si sólo a él quedaran reservadas las cuestiones familiares litigiosas como los recuerdos compartidos pero acerca de cuya cronología hay discusiones.

- Hay una cosa que quería preguntarte: en vuestra separación (se refiere a la de mi mujer y yo; sabía que al mencionarle la verja de Melilla, perdería interés en el tema y se concentraría en su pasión: su familia), ¿pensásteis en algún momento, sobre todo al principio, que podiáis rehacer la pareja?

- Eso siempre se piensa. Al principio y al final. Nadie sabe qué será de él en las próximas veinticuatro horas, imagina a diez años vista. Pero bueno, ya ves que no se terció.

- Sabías que Gloria y yo hicimos apuestas sobre si volvíais o no?

¿Sí? ¿Quién ganó?

- Ella.

- Tú apostabas por que volveríamos, ¿o querías que lo hiciéramos?

- Supongo que lo segundo. Lo pasé mal.

- Ya imagino. Pero tampoco te duró mucho. Tengo fotos de la época y se te ve bastante risueño.

- La procesión iba por dentro.

- Venga ya, no te enrolles. ¿Es de esto de lo que quieres que hablemos?

- No; es de un libro que acabo de leer por indicación de un amigo.

Creo percibir que no le es de todo grato tratar el asunto. Sale del comedor y vuelve con un libro que deja encima de la mesa, delante de mí, mientras que queda mirándome, como si quisiera dejarme claro que me observa. El libro es La generación del 56, de Pablo Lizcano (Leer, Madrid, 2007) así que ya sé de qué quiere hablarme y por qué no parece resultarle de todo grato.

- ¿Lo has leído?

Asiento con la cabeza.

- Entonces sabes que ahí se dice que tu madre, o sea, mi abuela, era confidente de la brigada político-social de Franco porque era amante de un inspector.

- Sí.

- Pero esto no será verdad ¿no?

- Tú, que la conociste y la trataste, ¿qué piensas?

- Que no. Pero entonces, ese tío, ese tal Lizcano...

- Es un mentiroso, un difamador, un falsario y un calumniador; o sea, pura escoria.

- Y ¿por qué no te has querellado?

- En realidad, la edición que has leído es la segunda. Conozco el libro desde que salió, en 1982.

- ¿Y no hiciste nada?

- No, tampoco, pero es que ésta es una historia muy distinta que a lo mejor te cuento en otro momento.

- ¿Por qué no ahora? Tenemos todo el tiempo del mundo. Yo mañana puedo levantarme tarde y tú puedes coger un tren a Torrelodones.

- De acuerdo, todo ahora, pero vamos a ir por orden; primero el libro y luego lo demás. El libro es calumnioso. Yo lo había hablado con mi madre y tú sabes cómo era tu abuela. Una cosa así es impensable en ella. Es pensable en los comunistas, con los que trataba, ya sabes, y en su modo de actuar, pero no en ella que era una persona excepcional. El autor no aporta prueba alguna; se basa en la maledicencia de los comunistas en la época. Fíjate que hablamos de fines de los años cuarenta y primeros cincuenta. Los comunistas que actuaban en la clandestinidad vivían en un clima de sospecha permanente, casi de histerismo, en medio de rumores que muchas veces contenían insidias y calumnias. Se llevaban muy mal entre ellos. Fue en aquellos años cuando los mismos comunistas asesinaron a su propio dirigente Gabriel León Trilla, por no citar más que un caso. Ese era el clima: todo eran rumores tildando de repente a éste de agente trostkysta y a aquel de agente franquista. Yo sabía que era mentira porque lo había hablado con mi madre, así que en 1982 decidí no hacer nada. No le dije nada del libro. No quería que de mayor, se le reapareciera un fantasma del pasado que ya le había amargado la vida lo suficiente. Confiaba en que, como el libro es una mierda, pasara, como pasó, sin pena ni gloria y, una vez ella fallecida, ya vería yo lo que hacía. Han vuelto a sacar el libro con motivo de su veinticinco aniversario, sigue siendo igual de mierda y, por supuesto, contiene la misma infamia. Y ahora ya me pregunto si merece la pena iniciar una acción judicial que va a quedar en nada. He pensado que es él quien tiene que probar su afirmación. Yo me limito a decir en público que eso es falso y que el autor es un falsario, un calumniador y un embustero y seguirá siéndolo mientras no pruebe su infundio cosa que no podrá porque es falso. Eso lo he publicado en dos revistas, una digital El Catoblepas y otra de papel Sistema, y ahí queda eso. Cualquier historiador del futuro está ya sobre aviso de que el libro de Lizcano es calumnioso y la bola de la calumnia deja de rodar.

Mientras hablo, uno de los niños ha empezado a llorar; Beatriz ha ido por él y, con él en brazos, acunándolo se ha sentado en una silla libre a la mesa y ha estado esuchando muy intersada la última parte de mi relato.

- Ahora vamos a la otra parte, que te decía. Te he dicho que yo lo hablé con ella, pero no te he dicho cuándo. Yo sabía esa historia mucho antes de que el libro se publicara. Ten en cuenta que en la Universidad ingresé y estuve unos meses militando en el Partido Comunista, en donde fue le primero que me dijeron.

- No fastidies -dice Beatriz, que no pudo contenerse.- Y tú, ¿qué hiciste?

- Ya os lo he dicho: me fui a hablar con ella.

Beatriz conoció a mi madre, a la que adoraba. En alguna ocasión había dicho en su presencia que ella se había casado con Esteban pero de quien estaba enamorada era de su madre.

- De eso es de lo que voy a hablaros ahora para que entendáis el clima de una época, las formas de actuar de unas gentes y midáis el fondo de miseria y calumnia de ese libelo así como alguna constante de la naturaleza humana..

El niño, que ha llegado hipando, se ha vuelto a dormir. Beatriz lo levanta con mucho cuidado y sale del comedor diciendo:

- Espera, espera, no empieces, que voy a acostar de nuevo a éste y vuelvo de un salto, que esto no me lo pierdo yo.

(Continuará)

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley, 1894).

diumenge, 15 de febrer del 2009

Peregrino de la memoria (XLII).

Niños.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLI), titulada Reverberaciones).

Esteban y Beatriz viven en un piso cómodo aunque no muy grande de una casa que debió de construirse hacia 1930: techos altos, suelo de tarima, puertas acristaladas y molduras en los techos. Toda la familia se encuentra en el comedor, tratando de convencer a los niños para que cenen. Cuando estos me ven saltan de las sillas, al grito de ¡abuelo, abuelo! Sus padres los llaman:

- ¡David!¡Nicolás! Venid aquí, terminad de cenar.

Es inútil; no prestan atención. Soy yo, miserable traidor, quien los hace recuperar sus respectivos lugares en la mesa. Pero recuperar los lugares no quiere decir recuperar la cena porque quieren saber si les he traido algo.

- ¡Cómo no: chuches!

- ¡Chuches! -dicen muy contentos- A ver, a ver.

- Chuches -dice Beatriz en tono recriminatorio.- Primero os tomáis la cena y luego ya veremos las chuches.

- Venga, niños -dice Esteban sin mucho ánimo.

- También he traído pasteles para todos.

- Hombre, buena idea. -dice Esteban- Aunque no deberías preocuparte. Yo con las chuches tengo bastante.

- Las chuches no son para los mayores -dice Nicolás.

- ¡Qué sabrás tú!

- No son para los mayores, son para los niños, ¿verdad que sí, abuelo?

- Claro que sí; lo que pasa es tu padre es un niño.

- No es un niño; es un mayor.

- Eso cree él también.

Beatriz está cortándole con unas tijeras unos trozos pequeños de filete.

- Venga, coméos la carne.

- ¿Qué tal el día en la Caja?

- ¡Bah, como todos!

- Quieren cambiarla de sección.

- ¡Ah! ¿Sí? -La verdad es que nunca ha sabido en qué sección de la Caja trabaja Beatriz; es más, nunca he tenido una idea clara de cuál es su trabajo. Siempre me ha parecido que consiste en hacer informes, informes de viabilidad, de aceptación, de denegación, al menos por lo que suele contar, si bien es cierto que, gustándole hablar del trabajo, lo que más le interesa son las luchas por el poder en la sucursal en la que está o la competencia con otras sucursales así como los acontecimientos dentro de su agrupación de economistas en entidades financieras, en donde también hay peleas, alianzas y siempre luchas por el poder. Porque todo son luchas por el poder en la sociedad. Que se lo digan a Foucault que lo veía en todas partes. Algo por lo que la gente lucha, por lo que se cometen delitos y, según cómo y dónde, se asesina, se promueven revoluciones y restauraciones, de esas que se escenifican para quedar incrustadas en la historia. Las luchas por el poder en la Caja tienen menos consecuencia pero no menos intensidad. Este cambio, sin embargo, no parece inscribirse en ninguna de esas luchas.

- Sí; cambio de sección. Han creado una exprofeso para gestionar todos los inmuebles que la Caja está absorbiendo por los impagos de las inmobiliarias.

- Bueno, tampoco has cambiado tanto. Estabas en hipotecas.-

- Mamá, ¿qué son hipotecas?

- Anda, muy bien, a ver cómo explicas a un niño qué es una hipoteca.

- Pues una hipoteca...

- ¡Es un hipo que te cagas!

- Oye qué gracioso. Verás, una hipoteca es que nosotros queremos comprar esta casa, ¿vale?

- ¿No es nuestra?

- Pero imagina que no lo fuera y que queremos comprarla y que no tenemos dinero.

- ¿No tenemos dinero?

- Bueno, algo sí, pero no todo, nos falta parte de dinero, ¿qué hacemos?

- ¡Pedírselo al abuelo!

- ¡Hombre! Buena idea -dice Esteban- Estos niños serán banqueros.

- Bien; suponemos que el abuelo nos da el dinero. Entonces ¿qué?

- Nos compramos la casa.

- Con mi dinero, ¿eh? No se olvide.

- Exactamente y ¿qué hay que hacer entonces? ¿No lo sabéis? ¿No lo sabéis ninguno de los dos? Pues hay que devolvérselo.

- ¿Por qué? Él nunca nos dice que lo devolvamos.

- Vale, pues una hipoteca es...

- Déjalo, Beatriz, les importa una higa. Eso es lo grande, que les importa una higa.

- ¡Cómo nos entendemos, papi. En punto a higas, somos las tres generaciones a las que la hipoteca importa una higa.

- ¡Qué suerte!Pero vosotros estáis pagando una.

- Sí, pero es cómoda. Es de hace ya unos años, desgrava y Beatriz organiza las cosas de cine.

- O sea, que ganáis dinero con ella. Vale mucho Beatriz.

Me cae bien mi nuera. Tiene una personalidad fuerte y mucho sentido práctico pero, al tiempo, no sé por qué, pienso que seguramente tiene también un lado romántico. Es guapa. De rostro redondo aniñado, un mechón de cabello rebelde se le cruza entre los ojos y ha de retirarselo frecuentemente con una mano. Suele vestir con pantalones y camiseta cuando está en casa pero hoy lleva un vestido entallado y de volantes.

- He estado en una fiesta de la asociación -dice cuando observa que le miro el vestido.

- Pues te está muy bien. Debieras ponértelo más a menudo.

- ¿Verdad que sí? Anda, díselo a tu hijo que hace días que ni me ve.

- ¿No? Pues estás de muy buen ver.

- Si te digo yo que mi padre es un ligón.

- ¿Qué es un ligón?

- Que no hables así delante de los niños porque a ver qué les dices.

- Un ligón es una hipoteca que se ha ido de viaje.

- ¿Y por qué se van de viaje las hipotecas?

- A ver mundo.

- Bueno, ya está bien. Los niños tienen que ir a dormir.

- ¡No queremos ir a dormir! ¡Queremos estar con el abuelo!

Aprovecho el nuevo tema de discusión para repartir las chuches y poner en práctica el protocolo de dormir-con-el-abuelo que funciona bastante bien pues consiste en que les pongo los pijamas, los acuesto a cada uno en su cuarto y me quedo un rato hablando con uno de ellos (cosa por la que también suele haber discusión) hasta que se duermen. Después retorno al comedor, en donde ambos han levantado la mesa y están viendo la televisión mientras toman un café. Beatriz me ofrece uno y me pregunta si quiero beber algo más. Pues sí, claro: un whisky. Me gusta el whisky mezclado con coca-cola, cosa que ya me ha costado más de una discusión con alguno de esos puristas del whisky que deben de creer que se trata de la ambrosía de los dioses y condenan con las penas del infierno a quien no lo beba según los cánones que se han inventando, como todos los cánones.

Beatriz y Esteban hacen una buena pareja. Él también tiene algo aniñado en su figura, en su modo de cortarse el pelo y de vestirse, pero también es persona de gran estabilidad emocional y fuerte sentido de la responsabilidad, aspectos ambos muy tranquilizadores para un padre, siempre preocupado por cómo vaya a sus hijos.

- ¿Tienes algún viaje en ciernes?

- Sí uno pasado mañana. Un grupo a Petra, Siria y Jordania.

- Eso lo bordas tú.

- Un día teníais que veniros a Petra. Es un sitio increíble.

- ¿Y quién se cuida de los niños?

- Son unos días. Pueden quedarse con Leticia.

- Voy si me prometes algo: que vas a empezar a viajar menos. No te vemos nunca.

- De eso ya hemos hablado.

Se ve que ha sido objeto de discusión seria en la pareja. Beatriz se levanta con la taza de café en la mano.

- Me voy porque sé que queréis hablar en privado.

Yo no lo sé. Todavía no sé por qué estoy en casa de Esteban. Por un libro que estaba leyendo al parecer creo que me dijo.

- Sí, exacto, es un libro del que quiero hablarte o quizá que me hables tú.

- ¿Por qué?

- Es un libro en el que se habla de tu madre, de mi abuela.

(Continuará).

La imagen es una viñeta de Abrey Beardsley (1894)

dissabte, 14 de febrer del 2009

Peregrino de la memoria (XLI).

Reverberaciones.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XL), titulada Amor a pesar de todo).

Desde el Palace al final de la Reina Victoria hay una tirada que puede llegar a ser muy larga a las siete y media de la tarde de un día de primavera en Madrid. Pero no será un viaje incómodo. El coche que me conduce es de un lujo apabullante: dos asientos comodísimos con un mueble bar y un teléfono entre ambos, y sendos televisores enfrente. Pregunto a Ángel qué coche es. Un Bentley Continental Azure descapotable del año 2005.

- ¿Y cuánto valdrá?

- Unos trescientos mil euros.

El precio de un piso como el que han comprado Esteban y Beatriz y por el que se han entrampado treinta años. Cuando Esteban haya terminado de pagarlo tendrá más o menos mi edad ahora. Laura se permite tener coches de trescientos mil euros. Quiero creer que si yo tuviera tanto dinero no invertiría trescientos mil euros en un coche. Pero en el fondo no sé qué estoy diciendo. Si tuviera dinero y dinero de verdad, a paladas, como el tío Gilito y no unos ahorritos o un "pequeño capitalito" para emplearlo cuando sea viejo no sería como soy ni por aproximación, sería otro que quizá sí se gastara trescientos mil euros pensando que no lo hace en un "coche" sin más, sino en un Bentley, la marca del coche de Estado de la Reina.

El Bentley se desliza por el Paseo de Recoletos en dirección a la Castellana entre muy escaso tráfico para la hora que es. Laura se me hace tan presente como si la tuviera al lado y veo que he estado tratando de quitármela de la cabeza sin conseguirlo. Porque vaya mujer atractiva que ha resultado con esa blusa de la que emergían unos senos retozones como heraldos de una personalidad aplastante, segura del impacto que causa. La verdad es que me pasé casi toda la entrevista mirándoselos descaradamente, cosa que no pareció importarle, y también otras zonas descubiertas, como el cuello o las mejillas. No tiene la piel tersa porque no es joven ya pero tampoco está caída, apagada y muerta como la de los mayores sino que es esponjosa y como palpitante. No tengo más remedio que reconocer que Laura despliega verdadero encanto sin que uno perciba doblez o segunda intención algunas. Mi prevención venía de lo que me había dicho Vlam y si lo considero ahora con detenimiento, tampoco me dijo nada, pero estaba prevenido y por eso le di largas en los contactos por skype. Ahora estoy casi convencido de que metí la pata. Nunca sabe uno qué hacer con las mujeres. Supongo que ellas con nosotros tampoco, pero eso es asunto suyo; el mío mío es que es frecuente que las mujeres me desconcierten, sobre todo si, siendo hermosas e inteligentes, toman la iniciativa. Por eso tengo prevenciones y a veces se mete la pata. La verdad es que debió de hacer conmigo lo que quiso porque ahora, cuando lo intento, no recuerdo nada del diálogo que mantuvimos. Sólo recuerdo con qué tono, con qué gesto, en qué modo me dijo y me puso a sus pies que puede organizarme los viajes que quiera, a mí que tengo alma de peregrino, que lo que me gusta es estar itinerante. Ahí me ganó por entero y ahora sé que mañana habrá encuentro y que, a juzgar por cómo han ido las cosas, seguirán por derroteros que no puedo predecir. Una mujer que se gasta trescientos mil euros en un coche y dice haberse enamorado de ti será capaz de cualquier cosa. Seguro que hay coches mucho más caros; lo que no creo es que se dé en sus dueños el encanto que tiene Laura al unir un rostro de rasgos fuertes como viriles con un cuerpo muy sensual y tratar a todo el mundo con la seguridad que da poseer dinero a espuertas. Una mujer así me había dicho que estaba enamorada de mí. No sé si habrá algún hombre en la tierra a quien moleste que una mujer hermosa le diga que está enamorada de él. Quizá los cristianos, que eso del amor y la carne lo llevan muy mal. Esa situación, el de la mujer hermosa que se ofrece es la que se dibuja en la leyenda de las tentaciones de San Antonio, asunto muy representado artísticamente. Y hay que ver con qué formas satánicas se precisa revestir precisamente eso, la gracia de una mujer hermosa hablando de amor, para convertirlo en el terror de un monstruo serpenteante dispuesto a comerte. No soy el primer San Antonio que combate las tentaciones cediendo a ellas. Bastará con que Laura me diga mañana el sitio y allí iré yo de cabeza, a entrar en posesión de lo que se me ha ofrecido con tanta generosidad. Y justamente eso es lo que a su vez alumbra sus dudas e interrogantes. ¿Qué hace que muchas mujeres encuentren atractivo a un hombre mucho mayor que ellas? A la inversa la cosa se da menos. Hay casos, pero escasísimos y no dan para un mercado mínimamente viable., por decirlo en término que imagino serán coloquiales para Laura- En cambio lo otro sí: ¿qué hacen algunos hombres mayores para resultar atractivos a mujeres mucho más jóvenes que ellos? No sé si harán o no algo y, en general, no creo que esa situación de hombre mayor chica joven o no tan joven deba tener algún tipo de consideración especial como la de un matrimonio en que uno de los cónyuges se ha quedado paralítico en un accidente o algo así. Además, no son tan infrecuentes: suele darse entre profesores y alumnas, escritores célebres, financieros de éxito otro tipo de personalidades: el magisterio, la creatividad, el triunfo son como sustitutos de las cualidades que los hombres mayores hayan perdido. En todo caso, quien espere algún tipo de información práctica acerca de cómo conseguir que la bibliotecaria se fije en él cuando va a pedir un préstamo, que se busque otro libro. Uno de esos de autoayuda. Además que a mí no me importa por qué motivo una mujer hermosa y joven se enamora de un tipo mucho mayor que ella sino qué sucede a continuación. Y el asunto es sencillo: los hombres mayores no tienen el vigor físico de los jóvenes y en ocasiones compensan esa falta de vigor físico con la sabiduría de la experiencia. A veces funciona, a veces, no; a veces sirve para unos y para otros no y a la inversa. La mujer reúne en una figura un padre y un marido y el hombre una hija y una esposa, es decir la realidad se compone de una mezcla de incesto en el fuero interno y matrimonio en el externo.

Cuando el Bentley gira a la izquierda para entrar en Ríos Rosas por la entrada de los Nuevos Ministerios, en donde hubo una estatua ecuestre de Franco, me doy cuenta de que únicamente he venido pensando en Laura, sin acordarme de Esteban o de lo que me esperaba en su casa. Los niños estarán despiertos así que le digo a Ángel que pare en el comienzo de la Reina Victoria y en un comercio de chuches compro algunas para ellos. De mis dos hijos, Esteban es el que más se parece en mí, según general convicción de la gente, de esa que dice que la mitad de los niños se parece al padre y la otra mitad a la madre y luego suelta un chiste sobre el destino de los intermedios. A mi vez siempre he tenido una comunicación especial con él, de las que no se explicitan porque descansan sobre entendimientos hechos de silencios, sonidos no articulados o contactos físicos. El conocimiento que se tiene de las personas se divide en dos grandes apartados y me extraña no haber visto nada escrito sobre ello aunque seguramente se deberá a que es tan obvio que no merece la pena singularizarlo. No la merecerá pero me ha llamado siempre mucho la atención: uno es el conocimiento que se da de las gentes con las que se tiene contacto físico y otro el de aquellos a quienes no se toca, no se huele, no se besa y/o saborea. Vuelvo sobre la diferencia de la información que aportan los distintos sentidos: en el conocimiento con contacto físico (cónyuges, amantes, padres, hijos, etc) intervienen los cinco sentidos; en el conocimiento convencional (casi todas las demás personas) sólo intervienen dos, la vista y el oído y, ocasionalmente, los apretones de manos (muy, muy informativos, desde luego) y los besos en las mejillas; pero nada más. El conocimiento proporcionado por los cinco sentidos es más completo y tiene niveles profundos entre otras cosas porque además suele haber implicaciones afectivas. El de las demás gentes es más intelectivo y en él se dirimen asuntos que salvo que estén mediados por alguna afición no reconocida o explícita (algún tipo de atractivo que una de las partes o las dos no pueden o quieren reconocer, un odio movido por alguna inquina personal) sólo se refieren a territorios racionales, inteligibles aunque tengan elementos emocionales, como el interés, la simpatía, la amistad, etc. El mío con Esteban, como le ocurre a todo el mundo, era de los completos y subterráneos. Esteban y yo siempre nos hemos entendido muy bien y seguimos haciéndolo. Es más, cuando vivíamos todos juntos, solíamos hacer frente común ante la alianza de su hermana con su madre. Y de este modo habíamos establecido una complicidad que no se parecía en nada a la que también tenía por otro lado con mi hija ni tampoco a la que ellos tenían entre sí. Supongo ahora, viendo en retrospectiva aquella vida en familia que tuvimos antes de nuestra separación, que era lo que suele llamarse felicidad. La veo lejana y al mismo tiempo muy próxima y me gusta pensar en ella como una de las cosas buenas que he tenido en la vida.

Esteban se independizó muy pronto. Antes de terminar los estudios de Historia en la especialidad de Medieval ya estaba trabajando. Luego continuó haciéndolo mientras compatibilizaba con los de turismo y, por fin, habíase hecho guía turístico. Su especialidad como medievalista le ayudaba a dar profundidad a sus ilustraciones cuando viajaba, especialmente por Europa y Oriente Medio, aunque tampoco tanto porque acostumbraba a decir que a los turistas no les atrae en especial que el cicerone les meta rollos historiográficos. Un par de anécdotas a ser posible sangrientas o eróticas y eso es todo. Su mérito, sin embargo, es que él les daba fondo. Había conocido a Beatriz en un viaje organizado a Petra. Ella iba con una amiga que acababa de divorciarse, estaba pasándolo mal y quería distraerse unos días, pensar en otra cosa con ayuda de una compañera del colegio. Esteban se mostró comprensivo con la divorciada, dio pruebas de una madurez y una experiencia en asuntos de divorcio que le venían del nuestro, cosa que me dijo en su día, haciendo referencia a ese sobreentendimiento que había entre nosotros dos y, antes de que el viaje acabara ya había ligado con las dos. Beatriz le había dicho que no estaba bien que dejaran sola a la amiga por cuya causa estaba allí y que debían compartir los buenos momentos, así que organizaron una relación triangular que ayudó más a consolar a la joven divorciada que varias sesiones en alguna terapia de apoyo psicológico y contribuyó a consolidar una buena amistad entre los tres ya que la relación amorosa se rompió al regresar a Madrid, conservándose solamente la que había entre Beatriz y Esteban que, andando el tiempo, se convirtió en matrimonio, bendecido más tarde, como decían mis lecturas de adolescencia, con dos hijos.

El Bentley me deja ante el portal de la casa de Esteban. Tiene una imponente puerta de dos hojas de forjado y dentro en el vestíbulo hay, lo sé muy bien, una escalera de mármol con pie flanqueado por dos enormes jarrones como lacados. Contigua al portal hay una pastelería aún abierta. Me decido a completar las chuches que llevo para los niños con una buena bandeja de pasteles. Son las ocho en punto cuando toco al timbre del telefonillo. Responde la voz de Beatriz, le digo que soy yo y suena la chicharra de la cancela abriéndose.

(Continuará).

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley, 1894).

diumenge, 8 de febrer del 2009

Peregrino de la memoria (XL).

Amor a pesar de todo.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XXXIX), titulada Esto puede acabar bien).

Se sienta a mi lado, en el sillón contiguo, se alisa la falda con suave manera, me mira sin dejar de sonreir y dice:

- No necesariamente. También podemos quedarnos aquí; se está muy bien. Aunque te advierto que tengo una habitación reservada.

- ¿En el Palace?

En algún momento de la noche anterior o quizá de esta mañana me pregunté a qué me iba a enfrentar, con qué clase de persona tendría que vérmelas y me dije que haría bien en prepararme o, por lo menos, preparar algo, una actitud, un discurso, una excusa, un propósito, algo. Pero creo que no lo hice entre otras cosas porque no conseguía imaginar qué tipo de persona sería Laura o quizá porque en realidad no había tenido tiempo para pensar en ello. Eso que dicen muchas gentes de acción de que actuando se piensa será verdad en algunos casos y en otros, no. Pensar qué actitud debe uno adoptar ante una persona a la que no conoce requiere, me parece, bastante atención y no creo pueda simultanearse con nada más, aunque sea mascar chicle. Ahora lo lamento porque me doy cuenta de que no salgo de mi desconcierto y que ella lleva bastante terreno ganado y sabe emplearlo. En toda mi vida jamás se me ha ocurrido que alguna vez pudiera ocupar una habitación del Palace. Pues puedo.

- Sí claro. Es el lugar más cercano a mis oficinas que están aquí cerca, en el Paseo del Prado.

- ¿En dónde? ¿En el Museo Thyssen?

- No, jajaja. Pero cerca, cerca. Voy con frecuencia, ¿sabes? Tiene cosas que serenan.

- Por ejemplo...

- El retrato de Giovanna Tornabuoni.

- Eso está más visto que el TBO.

- Sí, pero ¿sabías que es un retrato póstumo? Al parecer era costumbre de las familias ricas conservar el rostro de los que morían, sobre todo los jóvenes porque supongo que son muertes más inesperadas. Figúrate: irte dejando detrás tu imagen en el mejor momento de tu vida porque los pintores pintaban no lo que veían, claro, sino lo que imaginaban a partir de lo que veían. Idealizaban porque además había que cobrar.

- Y ¿eso te serena?

- Pues mira, sí.

- ¿De qué?

Aquí me doy cuenta de que vuelvo a quedar atrás. ¿De qué va a ser? De lo que ni me imagino. No tengo en la memoria las palabras exactas de Vlam, aunque sí registradas en el blog, pero Laura tiene algún tipo de próspero negocio delictivo. No sé cuál. Quizá pueda preguntárselo. O quizá más adelante, si hay más adelante. Pero no contesta sino que se limita a encogerse de hombros y cambiar de tema:

- ¿Sabes que dijeron que estaban completos?

- ¿Quiénes estaban completos?

- El hotel, hombre. Le dijeron a Martín, que es mi secretario que no tenían habitaciones libres.

- ¿Y entonces?

- Sí que tienen habitaciones libres.-Me puso una mano en el antebrazo y siguió sin solución de continuidad:- Estoy muy contenta de que que por fin nos conozcamos. Tenía muchas ganas por todo lo que Vlam habla de ti. Pero te has hecho de rogar. Mogollón.

- ¿Vlam habla de mí?

- Mucho. Te admira.

- Pensaba que cree que soy gilipollas.

- Eso es lo que él dice.

- ¿Qué?

- Que piensas que él cree que eres gilipollas.

- ¿Y por qué no me desengaña?

- Id los dos al psiquiatra. A mí qué me cuentas. Yo quería conocerte.

Pero para qué. Eso es lo que me pregunto desde hace días. Para qué. Ahora ya sé además que tengo pendiente una conversación con Vlam. Esperará, supongo, pero de momento tengo que poner atención en lo que está pasando porque algo está pasando. Laura no parece tener cortapisa alguna a abrirme su corazón. Había escuchado atentamente los relatos de Vlam cuando hablaba de mí, de los dos, de nuestras hazañas y buena fe juveniles y poco a poco se había ido haciendo una idea de mí. Luego se dio cuenta de que esa idea le agradaba, fue concentrando en ella sus pensamientos, empezó a pensar que la idea la atraía sentimentalmente y, al final se había enamorado de mí. Creo que es la primera vez que alguien se enamora no de mí, sino de la idea de mí. Si el amor platónico es algo, es esto. Le digo que es imposible pues no me ha conocido sino hasta ahora pero según dice me vio en algunas fotos buscando en la red, porque, al parecer, están los retratos de alguna contrasolapa de algún libro. Ella misma dice que se ha enamorado de una contrasolapa de un libro pero añade que es lo que puede pasarle a alguien que se enamora de un escritor. Sí, claro. Seguimos hablando y hablando. Consumimos un par más de tazas de café y seguimos hablando. Me interesa su biografía. Ella no me pregunta por la mía. Yo sí, yo quiero saber qué sienten las exclaustradas. Pero no parece que el tiempo que profesó en la Franciscanas Mercedarias le haya afectado. Es más, cree que aquel período se pasó volando.

- Antes de ingresar, yo, que ya estaba más o menos como ahora, ya había hecho lo que me dio la gana. Me educaron con bastante libertad; es decir, no me educaron en absoluto. Hice siempre lo que me dio la gana y nadie se encargaba de mí. Mi padre estaba siempre viajando y mi madre muy ocupada con un gran círculo de amigas y algún amante ocasional.

- Y ¿por qué te metiste monja?

- Para llamar la atención, supongo. Pero luego me fui y las cosas empezaron a marchar de forma impensada. Y ahora aquí me ves, hecha una empresaria de éxito.

- Dedicada al tráfico de ¿qué? Vlam me lo dijo, pero lo he olvidado.

- De tráfico, nada, moreno. De muy honrada exportación/importación de objetos de regalo. Somos ya un emporio. Tengo casa en New York -y dice "Nuyoooook"-, en Londres, París y Roma.

- Pero Vlam me dijo...

- Ya lo conoces ¿no? Un bocazas.

Hay que reconocer que algo de eso hay. A Vlam le encanta presumir. De lo que sea, pero presumir. De hampón como de atleta o fogoso amante. En todo caso, como no voy a dejarme avasallar quiero saber qué intenciones trae. Pero dice que ninguna, lo que yo diga le parecerá bien.

- Desde el momento en que estoy enamorada de ti, soy tuya.

Por favor, por favor, nadie habla así ya. Quiero saber qué le hace suponer que yo querré algo con ella. Se ríe de nuevo, me agarra del brazo, se frota contra mí y me dice que porque tiene algo por lo que yo daré lo que sea.

- ¿Y qué es eso?

- Puedo organizarte viajes gratis a donde quieras, cuando quieras y como quieras. Y conmigo. Puedes prescindir de mí si quieres, pero creo que no querrás.

No hace falta que diga que no sé de nadie que pueda negarse a algo así. Yo no, en absoluto. Me quedo impactado y abrumado, como si ya hubiera hecho un par de viajes de miles de kilómetros y ya soy pan comido para Laura que sabe que me tiene a sus pies. Lo único que no acaba de entrarme en la cabeza es qué diablos habrá ella visto en mí para enamorarse. ¿Quizá los relatos de Vlam? ¿Qué andará diciendo por ahí Vlam de mí? Que soy un intelectual, un hipocondriaco, un tipo algo chalado pero buena persona, el Woody Allen que todos llevamos dentro. Pero justamente ¿quién se enamora de Woody Allen? No quién lo quiere sino quién se enamora de él. Poco a poco ha ido entrándose la tarde, el público de la rotonda del Palace ha cambiado un par de veces. Ahora se ha llenado de una gente joven, no muy joven y alguna no tan joven que están preparando algún acto o acontecimiento en uno de los salones laterales. Deben de ser gente de cine o teatro, son muy vocingleros, se saludan unos a otros con mucho gesto y exclamación, se fotografían aquí y allá sonriendo y alguno viene o va haciendo declaraciones a un periodista que lo persigue micrófono en mano. Recuerdo que he dicho a Esteban que sobre las ocho estaré en su casa y son ya las siete. Se lo digo a Laura: que tengo que irme.

- ¿Cuándo volvemos a vernos?

- Cuando quieras.

- ¿Mañana?

- Vale; quedamos por el skype.- Salimos juntos al último tramo de Alcalá antes de la Plaza de Cánovas del Castillo, que la gente llama "de Neptuno" por la fuente con el carro del dios del mar. Quiero coger un taxi pero Laura no me deja.

- No te merece la pena, Ángel te llevará -y me señala un chófer esperándonos a la puerta. Yo volveré dando un paseo. Ángel, llévalo a dónde diga. -Empieza a caminar hacia su oficina. De pronto da media vuelta, me echa los brazos al cuello y me besa en la boca, luego se aparta y dice:

- Hasta mañana.

dissabte, 7 de febrer del 2009

Peregrino de la memoria (XXXIX).

Esto puede acabar bien.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XXXVIII), titulada Recuerdos militares).

Había amanecido un día radiante en Madrid, cosa de agradecer después de la tormenta de las últimas fechas. Aproveché parte de la mañana para poner al día el blog, lo que me va a permitir contar dos veces alguna cosa, cuando me interese, una mientras pasa y otra mientras pienso en lo que ha pasado. Esta capacidad para revivir lo vivido, recapacitar, repensarlo es la característica más propia del ser humano. O quizá no; quizá sea propia de todos los seres vivos. Será como sea pero es apasionante y por eso la narración forma parte del ser humano en todas sus dimensiones: como narrador, como narrado, como asistente a la narración como el que la contemple en la memoria o vuelve a narrarla. Toda la vida es una narración, un relato. Todos lo tienen. Unos lo escriben; otros, no. Para eso me sirve el blog, para mantener una cadena de reflexión que va desenvolviéndose al correr de los días con algo ajeno, con lo que incluso puedo dialogar. Y hasta hacer que las narraciones se intercalen, ¿por qué no? o vuelvan a contarse algunas pero desde distinto punto de vista, como en Rashomon. Además de actualizar el blog, navegué algo por la red, leí algunos periódicos nacionales y extranjeros y me puse al día. Había un problema con la Constitución de la Unión Europea y se hablaba mucho de la crisis financiera. En esto de la Constitución europea no sabe uno qué pensar: si es conveniente, si es útil, si es posible porque son pensamientos de difíl concreción. La verdad es que si lo primero que hay que dilucidar es si es posible en absoluto algún tipo de Constitución europea, se pregunta uno para qué discutir sobre si será federal o no. Pero, al mismo tiempo, ¿cómo saber si será posible o no? dependerá de cuáles sean sus rasgos sobre si federal o no, por ejemplo.

Soy europeo. Me considero europeo cada vez que salgo de Europa y se lo digo a mis interlocutores: yo soy europeo, con lo que siento plaza de estúpido, aunque me resulta difícil evitarlo. Pero en Europa esa conciencia de europeo no me sirve para nada porque es lo que somos todos y, como no nos distingue, no nos ayuda a entendernos. Para entendernos tenemos que considerarnos y actuar como españoles, franceses, rumanos, suecos o turcos. En el caso de España habría que hacer alguna excepción respecto a catalanes, vascos y gallegos o, por expresarme mejor, tres excepciones.

Como europeo no sé si me importa mucho o influye el hecho de que la Unión tenga una Constitución o no. Supongo que debemos tenerla, pero no me parece imprescindible. Europa ha llegado hasta aquí sin Constitución, quizá pueda seguir algún tiempo más. Podría emplearse en debatir algo más no sólo el tipo de Constitución sino incluso su forma. No es cosa de olvidar que uno de los países más (y, por ello, menos) influyentes en la conciencia europea, Gran Bretaña, carece de Constitución y la única vez que tuvo una escrita era un Instrument of Government, que venía a ser un Instrument of Tyranny. Ya sé que el asunto plantea la muy apasionante cuestión de qué sea "lo" europeo desde el punto de vista cultural y de identidad, con su permanente carácter de ambivalencia o incluso de panvalencia. Decir que "lo" inglés no es "lo" europeo no puede ir contra la idea de que "lo" europeo no puede concebirse sin "lo" inglés. Y lo mismo vale para los otros "loes". Todos los países, todas las naciones europeas son ambivalentes respecto a "lo" europeo: todas son europeas pero a todas hay algo que las separa de Europa. A los británicos el canal de la Mancha; a los españoles, los Pirineos; a los portugueses, los españoles; a los italianos los Alpes; a los alemanes el Rin; a los polacos, Alemania, etc. Europa es Europa para todos los europeos y la Europa que cada europeo imagina es distinta.

Terminé de arreglarme y me dispuse a salir para ir al Palace cuando me llamó mi hijo Esteban para saber por dónde andaba. Le dije que en Madrid, que había salido con ánimo de hacer un viaje por Marruecos, de bajarme al moro, pero todo se había frustrado en Melilla.

- ¿A causa de lío de los inmigrantes ilegales?

- Sí, bueno y de la tormenta, que se suspendieron los vuelos y los ferries.- De pronto me di cuenta de que no me había enterado de cómo terminó el conflicto de la frontera en Melilla. Era como si, al abandonar la ciudad, aquello que tenía que ver con ella se esfumara. Se lo pregunté a Esteban. Me dijo que si no lo sabía yo que venía de allí. Pero como si viniese de la luna. Los viajes, cualquier viaje, cualquier desplazamiento, por breve que sea en el tiempo, introduce uno nuevo, obliga a vivir, aunque sea unos instantes, otra vida. Con mayor razón cuando el viaje es prolongado pues esa nueva vida que se abre se despliega en el trayecto y lo absorbe a uno tan por completo que no volví a sentir necesidad de informarme acerca de cómo habían quedado las cosas por obra del Delegado del Gobierno en la plaza. Ahora parecía que el asunto se había resuelto; había un par de asaltantes en el hospital y la vida seguía con normalidad, lo que quería decir que los otros asaltantes se habían retirado a los montes en torno a Melilla, el Gurugú, por ejemplo, desde el que se dominaba el Barranco del Lobo. En todo caso, él no me llamaba para charlar sobre la Guerra de África, sino sobre algo que quería proponerme. Pretendía que pasara por su casa para hablar sobre un libro que acababa de leer. Le dije que iba camino de citarme con una dama y me preguntó que cuándo quedaría libre.

- ¡Huy, libre! A saber qué es eso.

- Hombre, a saber cuándo vas a ser autónomo, vas a tomar tus decisiones por tu cuenta.

- A saber.

- Pero a saber ¿qué?

- Cuando estaré en situación de hacer esas cosas tan complicadas que dices,

- Venga, no fastidies.

- Es verdad, no fastidio. Voy a veros sobre las ocho y me echáis de cenar.

Esteban vive en un piso relativamente cómodo al final de la Reina Victoria, ya cerca de la casa de Vicente Aleixandre que aún espera que las autoridades se pongan de acuerdo y la compren para conservarla. Es guía turístico y viaja bastante por América Latina, el Mediterráneo y la India, que son sus recorridos preferidos o, como dice ahora todo el mundo por el contagio de internet, "favoritos", siendo así que en el uso del español ese término sólo se usaba en femenino. Su mujer, Beatriz, es economista y trabaja en Cajamadrid. Son una pareja muy normal, con dos críos de cuatro y cinco años y están pagando un apartamento que han comprado en la playa. Me gustará ver a mis nietos. Encuentro que los nietos son muy distintos a los hijos y, desde luego, lo que es muy distinta es la actitud que tenemos frente a ellos. Para un nieto hay el tiempo que no hubo para un hijo, y la paciencia. El cariño es el mismo, pero, claro, para el que lo da, quizá no para el que lo recibe. De ahí que las relaciones padre-hijo sean muy, pero muy distintas de las de abuelo-nieto.

Llego al Palace con un cuarto de hora de adelanto, tomo asiento a una de las mesas con sillones que hay en círculo debajo de la cúpula y me repantingo para contemplarla a mi sabor. Cuando bajo la mirada veo que se acerca sonriendo una mujer espectacular, enfundada en un traje ceñido que ondea las curvas al avanzar sobre unos tacones inverosímiles y se regocija con lo que sin duda debe de ser la expresión de estupor que se me ha puesto al verla. De pronto me parece algo excesiva. Debe de ser más alta que yo, aunque no mucho, pero con unas tetas que parecen querer saltar de una blusa ceñida. La dama es lo más explosivo que he visto en años y tratado en quinquenios. Llega sobre mí, me echa los brazos al cuello, me pega las tetas, me planta dos besos en las mejillas y se sienta en el sillón contiguo sin dejar de mirarme con una sonrisa.

- ¿A dónde vamos? -dice.

- ¿Es que hay que ir a alguna parte?

(Continuará)

dissabte, 31 de gener del 2009

Peregrino de la memoria (XXXVIII).

Recuerdos militares.

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXXVII), titulada La verdad siempre se sabe).

Sí, ya sé que en este verdadero relato de mis andanzas he vuelto a cambiar el título. ¡Qué quieren Vds.! Así empezó y así continúa: un viaje a ninguna parte, un caminar sin rumbo, un cambio más, todo cambia, todo fluye, nada permanece. Cuando descubrí que lo del viaje a ninguna parte tenía copyright si no jurídico, sí moral a mis ojos, recurrí a otro título. Lo de caminar sin rumbo fue, se recordará, transitorio. Estaba contando un viaje y en el curso de los viajes es cuando se le ocurren cosas a uno. Seguramente también cuando uno no se mueve. A mí me sucede más cuando estoy de viaje y por eso ahora he vuelto a dar con un nuevo título, mucho más fetén porque no me ata al "viaje" ni me acerca al incómodo "camino", siempre ideológicamente peligroso. En cambio introduce dos términos nuevos con muchas implicaciones. Peregrino incorpora viaje e incorpora camino y la memoria no requiere comentario. De ser algo la memoria es un mapa de la vida entendida como un camino. Es un mapa que llevamos dibujado en las arrugas de la piel, el brillo de la mirada, la forma de movernos, el tono de voz. Todo esto no quiere decir gran cosa puesto que, habiendo cambiado dos veces de título del relato (que lleva ya casi cuarenta capítulos) nada asegura que no haya más cambios antes de terminar un itinerario cuya longitud se desconoce. Ello acuerda también con el espiritu de este relato que, si bien se mira, es tan variado como sus cambiantes formas. Además los dos términos nuevos admiten variaciones que resulta placentero explorar: junto a Peregrino de la memoria puede haber una Memoria del peregrino, una Memoria peregrina y hasta un Memorial del peregrino. Memoria peregrina suena muy bien y no se descarta que acabe sustituyendo a Peregrino de la memoria. No es difícil imaginar un peregrino y menos ponerlo a peregrinar por la memoria. En cambio es más difícil convertir a la memoria en sujeto y ponerla a peregrinar porque ¿por dónde lo hará si no es por ella misma? La memoria es la facultad que se desarrolla por ejercicio con los años, igual que con los años se atrofia por falta de ejercicio. Y además de desarrollarse se rellena de contenidos según la vida va desplegándose ante uno cuando la vive con el espíritu de quien diariamente asienta el firme del camino que hará en la jornada, pues no está determinado. Así que la memoria puesta a peregrinar por sí misma puede llegar a parajes pintorescos. Muchos no sabemos lo que guarda nuestra memoria porque las conexiones de sentido que se establecen pueden estar hechas con claves que ignoramos. En todo caso, no quiero que estas disquisiciones sobre el estilo de la narración interfieran en su interés. Han de hacerse, no obstante, porque dada la naturaleza proteica del relato, hay que estar en situación de dar respuesta pronta y adecuada a cualquier interpretación que fuera injusta o conflictiva.

El Centro de Instrucción de Reclutas (CIR) en que me correspondió hacer la militar reunía como a unos cinco mil mozos, entrenándose para la eventualidad de una guerra que nadie creía pudiera darse y contra una variedad de enemigos cualquiera de los cuales la hubiera ganado. Aun así se hacían maniobras muy elementales porque había poco tiempo y tenía menos sentido educar a cinco mil hombres en todos los aspectos de la guerra, que es muy compleja, para que luego unos fueran solamente zapadores, otros artilleros, etc. Por eso se nos educaba en las cosas más generales que se supone es lo elemental que debe hacer cualquiera, como marchas de veinte o treinta kilómetros con todo el equipo en pleno mes de agosto, o toma de alguna cota no muy alta defendida por un nido de ametralladora imaginario. En una de esas, en cierta ocasión, caí en una charca, dije al mando luego que, estando bajo fuego enemigo, había buscado refugio tras unos matorrales sin importarme que hubiera barro porque lo primero, según se nos había informado en la correspondiente teórica, era buscar un buen resguardo y me premiaron con cuarenta y ocho horas de permiso. Allí había conocido a Daniel, el padre de Eugenio que, con su pelo rubio y ojos azules destacaba poderosamente en aquel magma oscuro de las compañías y los regimientos. Nos hicimos muy amigos y empezaron a caernos los arrestos a pares, con lo que compartimos bastante cocina yo pelando patatas y él bacalao o a la inversa. Allí nos intercambiamos también nuestras filosofías de la vida o lo que se tiene por tal cuando se está en los veinte años y la vida aparece como un misterio cuya clave descubriremos nosotros. Ya he dicho que Daniel era muy alegre y muy activo. Por entonces andaba en asuntos de cine sin tener claro si quería ser actor o guionista. Las dos cosas en el fondo. Tenía algunos amigos en el gremio y me presentó a un grupo que estaba haciendo un corto, especie de mezcla de Las Hurdes y una película de Antonioni sobre la incomunicación humana. Estaba en amoríos con una actriz con la que salimos algunas veces, aunque no era muy divertido porque acababan siempre discutiendo. Al final la chica, que se llamaba Mirna, se enfurruñaba, se agarraba a mi brazo y me decía que la llevara a su casa que, si era noche de pase pernocta, también era la nuestra. Una vez allí seguían discutiendo en la cocina, mientras yo me acomodaba en un sofá en el vestíbulo del piso, entre un paragüero y un ficus. Más tarde, curiosamente, Daniel debió de cansarse del rollo cinematográfico y, cuando dejamos el ejército, desapareció, mientras que yo anduve aún un par de años más enredado con la gente de cine. Pero de eso hablaré en otro momento porque Mirna se quedó embarazada y hasta el día de hoy nadie ha querido averiguar si el crío era de Daniel o de otro.

- ¿Podía ser?

- Podía. No te digo que fuese seguro, pero podía.

Lo que Eugenio quería oír era la vida de su padre contada por otro, confirmar datos:

- Me ha dicho que allí fumábais porros.

A saber lo que le habría contado el otro.

- En los cuarteles circulaba el chocolate que era un placer.

- Dice también que os ofrecieron haceros del Servicio de Inteligencia Militar, el SIM.

- Sí, es verdad. Fíjate qué idea tenían de la cosa. Yo te confieso que nunca he creído que existiese ese SIM. Hablaban mucho de él pero nadie lo había visto. Estoy convencido de que el sargento que vino a proponernos a Daniel y a mí que nos hiciéramos del SIM debía de creer que era alguna unidad militar especial, como la banda del regimiento las unidades de montña. El caso es que, sí, sí, como suena. "Vosotros sabéis", nos dijo el sargento, más bruto que un arado, "que los comunistas se valen de estudiantes y otrs mandangas para introducir el comunismo en el ejército." La verdad es que no se nos había ocurrido. A mí, desde luego, no se me había ocurrido tan luminosa idea y, de habérseme ocurrido, no hubiera ido corriendo a contársela a dos estudiantes. Pero fue un compromiso porque, claro, tú dices: vamos a ver, si digo que no, después de que se me dispensa el noble honor de espiar a mis compañeros, me convierto en sospechoso para la manga de impresentables que gobernaba entonces el país; si digo que sí adopto un comportamiento que me parece moralmente repudiable. Cuestión: ¿qué hacemos? Explicamos a aquel proyecto de hombre que nos quedaba mes y medio para licenciarnos y no tenía sentido participarnos los secretos del SIM para unos días. Mejor alguno que aún tuviera más mili, que le diera tiempo a adaptarse al medio pero que no fuera a licenciarse de inmediato. El caso es que nos quedaban seis meses para la licencia.

- Y el sargento ¿no os dijo nada?

- Yo creo que no se atrevía. Era chusquero y nos veía tratándonos con familiaridad con un capitán con lo que el hombre no las tenía todas consigo. Y la verdad es que aquel menda pegó el rollo con nosotros porque quería montárselo de culto y pensó que cada uno de nosotros o los dos juntos podíamos aportarle algo.

- También dice que fuisteis enfermeros.

- Sí, como éramos estudiantes, el mando decidió que teníamos que ser enfermeros y es lo que fuimos en un cuartel de carros de combate. Enfermeros.

- Y que no teníais ni guarra.

- Ya imaginas qué formación en enfermería puede tener un estudiante de Políticas que lleva tres meses en un CIR aprendiendo a marcar el paso, a cubrirse, a hacer vista a la derecha, paso ligero y posición descansen. Así que allí hubo de todo y los que murieron lo hicieron por sus propios medios: un sargento que se voló la cabeza manipulando una bomba de mano y un chaval al que le cayó encima la cadena del carro que estaba arreglando y lo dejó crujido.

- Que los jefes os empleaban para poner inyecciones a sus familias.

- Y a ellos mismos. "A las órdenes de Usía." "Bájese Usía los pantalones". En el ejército, si eras enfermero, te hartabas de ver culos. Hacía apuestas con tu padre a ver cómo iba a ser el primer culo que llegara por la tarde: con granos, liso, velloso, más o menos blanco. Pero sí, fuimos enfermeros en el servicio militar y, sin tener ni idea, acabé sabiendo algunas cosas, cómo hacer torniquetes, poner vendas, coser una herida en una mano por ejemplo y poner todo tipo de inyecciones. Pero vamos ya entiendo que lo que quieres es un juicio sobre tu padre en aquellos años...

- No, no quiero nada. Solamente que quien sabe cosas suyas me las cuente para contrastar con lo que dice él y hacerme una mejor imagen suya.

- Ya eres una imagen suya.

- Lo soy, pero no la llevo dentro.

- Eso llega más tarde. La imagen de alguien que vive, sobre todo si lo tratas con asiduidad, es borrosa. Las imágenes sólo se hacen nítidas después de la muerte del imaginado. También puedo contarte cosas de tu padre con la gente de cine, aunque ya digo que de eso hablaré más tarde, pero si quieres hablamos ahora.

- No, no es necesario. Ya lo haremos en otro momento. Ahora sí que voy a abrirme.

Habíamos entrado en Madrid pasando por San Cristóbal de los Ángeles y subiendo luego por Legazpi y el Paseo de los Delicias, fuimos a parar a la plaza de Atocha, o sea, de la Virgen de Atocha. Allí mismo me hizo parar, delante del ministerio de Fomento, me dio un abrazo, diciéndome que le habia gustado el viaje y que esperaba que yo hubiera comprendido la razón que le asistía para hacer lo que quisiera, y echó a andar en dirección de la Cuesta Claudio Moyano porque, al parecer, los de una caseta, que era una librería especializada en asuntos alternativos, altermundistas y del comercio justo lo habían contratado para hacer una página web.

Así que allí estaba de nuevo, en mi punto de partida, cavilando si volvía a salir y a dónde. Salir, volvería a salir; eso era seguro. Añoraba el campo y estaba deseando volver a verlo para lo cual hay que salir de las ciudades en donde cada vez se pone peor vivir. Acabábamos de pasar por los de Valdepeñas y los tenía muy frescos en la memoria con su tierra roja arcillosa y los troncos retorcidos de las cepas y, sobre todo, echaba de menos el cielo bajo sobre el horizonte lejano de la meseta. De momento, no tenía alternativa ni había planeado viaje alguno. Regresé a casa y recogí el correo postal que cada vez se reduce más a papeles de publicidad porque el correo de importancia ya sólo es electrónico. En Skype me encontré un enésimo mensaje de Laura. Le contesté que acababa de llegar a Madrid y que me reuniría con ella en donde quisiera. Me citó en el Palace al día siguiente, tras decirle yo que hoy no estaba de ánimos. Antes de ir a dormir recibí un mensaje de Eugenio por el móvil. Me repetía que lo había pasado bien en el viaje y que yo era un tío cool.