dissabte, 14 de febrer del 2009

Peregrino de la memoria (XLI).

Reverberaciones.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XL), titulada Amor a pesar de todo).

Desde el Palace al final de la Reina Victoria hay una tirada que puede llegar a ser muy larga a las siete y media de la tarde de un día de primavera en Madrid. Pero no será un viaje incómodo. El coche que me conduce es de un lujo apabullante: dos asientos comodísimos con un mueble bar y un teléfono entre ambos, y sendos televisores enfrente. Pregunto a Ángel qué coche es. Un Bentley Continental Azure descapotable del año 2005.

- ¿Y cuánto valdrá?

- Unos trescientos mil euros.

El precio de un piso como el que han comprado Esteban y Beatriz y por el que se han entrampado treinta años. Cuando Esteban haya terminado de pagarlo tendrá más o menos mi edad ahora. Laura se permite tener coches de trescientos mil euros. Quiero creer que si yo tuviera tanto dinero no invertiría trescientos mil euros en un coche. Pero en el fondo no sé qué estoy diciendo. Si tuviera dinero y dinero de verdad, a paladas, como el tío Gilito y no unos ahorritos o un "pequeño capitalito" para emplearlo cuando sea viejo no sería como soy ni por aproximación, sería otro que quizá sí se gastara trescientos mil euros pensando que no lo hace en un "coche" sin más, sino en un Bentley, la marca del coche de Estado de la Reina.

El Bentley se desliza por el Paseo de Recoletos en dirección a la Castellana entre muy escaso tráfico para la hora que es. Laura se me hace tan presente como si la tuviera al lado y veo que he estado tratando de quitármela de la cabeza sin conseguirlo. Porque vaya mujer atractiva que ha resultado con esa blusa de la que emergían unos senos retozones como heraldos de una personalidad aplastante, segura del impacto que causa. La verdad es que me pasé casi toda la entrevista mirándoselos descaradamente, cosa que no pareció importarle, y también otras zonas descubiertas, como el cuello o las mejillas. No tiene la piel tersa porque no es joven ya pero tampoco está caída, apagada y muerta como la de los mayores sino que es esponjosa y como palpitante. No tengo más remedio que reconocer que Laura despliega verdadero encanto sin que uno perciba doblez o segunda intención algunas. Mi prevención venía de lo que me había dicho Vlam y si lo considero ahora con detenimiento, tampoco me dijo nada, pero estaba prevenido y por eso le di largas en los contactos por skype. Ahora estoy casi convencido de que metí la pata. Nunca sabe uno qué hacer con las mujeres. Supongo que ellas con nosotros tampoco, pero eso es asunto suyo; el mío mío es que es frecuente que las mujeres me desconcierten, sobre todo si, siendo hermosas e inteligentes, toman la iniciativa. Por eso tengo prevenciones y a veces se mete la pata. La verdad es que debió de hacer conmigo lo que quiso porque ahora, cuando lo intento, no recuerdo nada del diálogo que mantuvimos. Sólo recuerdo con qué tono, con qué gesto, en qué modo me dijo y me puso a sus pies que puede organizarme los viajes que quiera, a mí que tengo alma de peregrino, que lo que me gusta es estar itinerante. Ahí me ganó por entero y ahora sé que mañana habrá encuentro y que, a juzgar por cómo han ido las cosas, seguirán por derroteros que no puedo predecir. Una mujer que se gasta trescientos mil euros en un coche y dice haberse enamorado de ti será capaz de cualquier cosa. Seguro que hay coches mucho más caros; lo que no creo es que se dé en sus dueños el encanto que tiene Laura al unir un rostro de rasgos fuertes como viriles con un cuerpo muy sensual y tratar a todo el mundo con la seguridad que da poseer dinero a espuertas. Una mujer así me había dicho que estaba enamorada de mí. No sé si habrá algún hombre en la tierra a quien moleste que una mujer hermosa le diga que está enamorada de él. Quizá los cristianos, que eso del amor y la carne lo llevan muy mal. Esa situación, el de la mujer hermosa que se ofrece es la que se dibuja en la leyenda de las tentaciones de San Antonio, asunto muy representado artísticamente. Y hay que ver con qué formas satánicas se precisa revestir precisamente eso, la gracia de una mujer hermosa hablando de amor, para convertirlo en el terror de un monstruo serpenteante dispuesto a comerte. No soy el primer San Antonio que combate las tentaciones cediendo a ellas. Bastará con que Laura me diga mañana el sitio y allí iré yo de cabeza, a entrar en posesión de lo que se me ha ofrecido con tanta generosidad. Y justamente eso es lo que a su vez alumbra sus dudas e interrogantes. ¿Qué hace que muchas mujeres encuentren atractivo a un hombre mucho mayor que ellas? A la inversa la cosa se da menos. Hay casos, pero escasísimos y no dan para un mercado mínimamente viable., por decirlo en término que imagino serán coloquiales para Laura- En cambio lo otro sí: ¿qué hacen algunos hombres mayores para resultar atractivos a mujeres mucho más jóvenes que ellos? No sé si harán o no algo y, en general, no creo que esa situación de hombre mayor chica joven o no tan joven deba tener algún tipo de consideración especial como la de un matrimonio en que uno de los cónyuges se ha quedado paralítico en un accidente o algo así. Además, no son tan infrecuentes: suele darse entre profesores y alumnas, escritores célebres, financieros de éxito otro tipo de personalidades: el magisterio, la creatividad, el triunfo son como sustitutos de las cualidades que los hombres mayores hayan perdido. En todo caso, quien espere algún tipo de información práctica acerca de cómo conseguir que la bibliotecaria se fije en él cuando va a pedir un préstamo, que se busque otro libro. Uno de esos de autoayuda. Además que a mí no me importa por qué motivo una mujer hermosa y joven se enamora de un tipo mucho mayor que ella sino qué sucede a continuación. Y el asunto es sencillo: los hombres mayores no tienen el vigor físico de los jóvenes y en ocasiones compensan esa falta de vigor físico con la sabiduría de la experiencia. A veces funciona, a veces, no; a veces sirve para unos y para otros no y a la inversa. La mujer reúne en una figura un padre y un marido y el hombre una hija y una esposa, es decir la realidad se compone de una mezcla de incesto en el fuero interno y matrimonio en el externo.

Cuando el Bentley gira a la izquierda para entrar en Ríos Rosas por la entrada de los Nuevos Ministerios, en donde hubo una estatua ecuestre de Franco, me doy cuenta de que únicamente he venido pensando en Laura, sin acordarme de Esteban o de lo que me esperaba en su casa. Los niños estarán despiertos así que le digo a Ángel que pare en el comienzo de la Reina Victoria y en un comercio de chuches compro algunas para ellos. De mis dos hijos, Esteban es el que más se parece en mí, según general convicción de la gente, de esa que dice que la mitad de los niños se parece al padre y la otra mitad a la madre y luego suelta un chiste sobre el destino de los intermedios. A mi vez siempre he tenido una comunicación especial con él, de las que no se explicitan porque descansan sobre entendimientos hechos de silencios, sonidos no articulados o contactos físicos. El conocimiento que se tiene de las personas se divide en dos grandes apartados y me extraña no haber visto nada escrito sobre ello aunque seguramente se deberá a que es tan obvio que no merece la pena singularizarlo. No la merecerá pero me ha llamado siempre mucho la atención: uno es el conocimiento que se da de las gentes con las que se tiene contacto físico y otro el de aquellos a quienes no se toca, no se huele, no se besa y/o saborea. Vuelvo sobre la diferencia de la información que aportan los distintos sentidos: en el conocimiento con contacto físico (cónyuges, amantes, padres, hijos, etc) intervienen los cinco sentidos; en el conocimiento convencional (casi todas las demás personas) sólo intervienen dos, la vista y el oído y, ocasionalmente, los apretones de manos (muy, muy informativos, desde luego) y los besos en las mejillas; pero nada más. El conocimiento proporcionado por los cinco sentidos es más completo y tiene niveles profundos entre otras cosas porque además suele haber implicaciones afectivas. El de las demás gentes es más intelectivo y en él se dirimen asuntos que salvo que estén mediados por alguna afición no reconocida o explícita (algún tipo de atractivo que una de las partes o las dos no pueden o quieren reconocer, un odio movido por alguna inquina personal) sólo se refieren a territorios racionales, inteligibles aunque tengan elementos emocionales, como el interés, la simpatía, la amistad, etc. El mío con Esteban, como le ocurre a todo el mundo, era de los completos y subterráneos. Esteban y yo siempre nos hemos entendido muy bien y seguimos haciéndolo. Es más, cuando vivíamos todos juntos, solíamos hacer frente común ante la alianza de su hermana con su madre. Y de este modo habíamos establecido una complicidad que no se parecía en nada a la que también tenía por otro lado con mi hija ni tampoco a la que ellos tenían entre sí. Supongo ahora, viendo en retrospectiva aquella vida en familia que tuvimos antes de nuestra separación, que era lo que suele llamarse felicidad. La veo lejana y al mismo tiempo muy próxima y me gusta pensar en ella como una de las cosas buenas que he tenido en la vida.

Esteban se independizó muy pronto. Antes de terminar los estudios de Historia en la especialidad de Medieval ya estaba trabajando. Luego continuó haciéndolo mientras compatibilizaba con los de turismo y, por fin, habíase hecho guía turístico. Su especialidad como medievalista le ayudaba a dar profundidad a sus ilustraciones cuando viajaba, especialmente por Europa y Oriente Medio, aunque tampoco tanto porque acostumbraba a decir que a los turistas no les atrae en especial que el cicerone les meta rollos historiográficos. Un par de anécdotas a ser posible sangrientas o eróticas y eso es todo. Su mérito, sin embargo, es que él les daba fondo. Había conocido a Beatriz en un viaje organizado a Petra. Ella iba con una amiga que acababa de divorciarse, estaba pasándolo mal y quería distraerse unos días, pensar en otra cosa con ayuda de una compañera del colegio. Esteban se mostró comprensivo con la divorciada, dio pruebas de una madurez y una experiencia en asuntos de divorcio que le venían del nuestro, cosa que me dijo en su día, haciendo referencia a ese sobreentendimiento que había entre nosotros dos y, antes de que el viaje acabara ya había ligado con las dos. Beatriz le había dicho que no estaba bien que dejaran sola a la amiga por cuya causa estaba allí y que debían compartir los buenos momentos, así que organizaron una relación triangular que ayudó más a consolar a la joven divorciada que varias sesiones en alguna terapia de apoyo psicológico y contribuyó a consolidar una buena amistad entre los tres ya que la relación amorosa se rompió al regresar a Madrid, conservándose solamente la que había entre Beatriz y Esteban que, andando el tiempo, se convirtió en matrimonio, bendecido más tarde, como decían mis lecturas de adolescencia, con dos hijos.

El Bentley me deja ante el portal de la casa de Esteban. Tiene una imponente puerta de dos hojas de forjado y dentro en el vestíbulo hay, lo sé muy bien, una escalera de mármol con pie flanqueado por dos enormes jarrones como lacados. Contigua al portal hay una pastelería aún abierta. Me decido a completar las chuches que llevo para los niños con una buena bandeja de pasteles. Son las ocho en punto cuando toco al timbre del telefonillo. Responde la voz de Beatriz, le digo que soy yo y suena la chicharra de la cancela abriéndose.

(Continuará).

(La imagen es una viñeta de Aubrey Beardsley, 1894).