Amor a pesar de todo.
(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XXXIX), titulada Esto puede acabar bien).
Se sienta a mi lado, en el sillón contiguo, se alisa la falda con suave manera, me mira sin dejar de sonreir y dice:
- No necesariamente. También podemos quedarnos aquí; se está muy bien. Aunque te advierto que tengo una habitación reservada.
- ¿En el Palace?
En algún momento de la noche anterior o quizá de esta mañana me pregunté a qué me iba a enfrentar, con qué clase de persona tendría que vérmelas y me dije que haría bien en prepararme o, por lo menos, preparar algo, una actitud, un discurso, una excusa, un propósito, algo. Pero creo que no lo hice entre otras cosas porque no conseguía imaginar qué tipo de persona sería Laura o quizá porque en realidad no había tenido tiempo para pensar en ello. Eso que dicen muchas gentes de acción de que actuando se piensa será verdad en algunos casos y en otros, no. Pensar qué actitud debe uno adoptar ante una persona a la que no conoce requiere, me parece, bastante atención y no creo pueda simultanearse con nada más, aunque sea mascar chicle. Ahora lo lamento porque me doy cuenta de que no salgo de mi desconcierto y que ella lleva bastante terreno ganado y sabe emplearlo. En toda mi vida jamás se me ha ocurrido que alguna vez pudiera ocupar una habitación del Palace. Pues puedo.
- Sí claro. Es el lugar más cercano a mis oficinas que están aquí cerca, en el Paseo del Prado.
- ¿En dónde? ¿En el Museo Thyssen?
- No, jajaja. Pero cerca, cerca. Voy con frecuencia, ¿sabes? Tiene cosas que serenan.
- Por ejemplo...
- El retrato de Giovanna Tornabuoni.
- Eso está más visto que el TBO.
- Sí, pero ¿sabías que es un retrato póstumo? Al parecer era costumbre de las familias ricas conservar el rostro de los que morían, sobre todo los jóvenes porque supongo que son muertes más inesperadas. Figúrate: irte dejando detrás tu imagen en el mejor momento de tu vida porque los pintores pintaban no lo que veían, claro, sino lo que imaginaban a partir de lo que veían. Idealizaban porque además había que cobrar.
- Y ¿eso te serena?
- Pues mira, sí.
- ¿De qué?
Aquí me doy cuenta de que vuelvo a quedar atrás. ¿De qué va a ser? De lo que ni me imagino. No tengo en la memoria las palabras exactas de Vlam, aunque sí registradas en el blog, pero Laura tiene algún tipo de próspero negocio delictivo. No sé cuál. Quizá pueda preguntárselo. O quizá más adelante, si hay más adelante. Pero no contesta sino que se limita a encogerse de hombros y cambiar de tema:
- ¿Sabes que dijeron que estaban completos?
- ¿Quiénes estaban completos?
- El hotel, hombre. Le dijeron a Martín, que es mi secretario que no tenían habitaciones libres.
- ¿Y entonces?
- Sí que tienen habitaciones libres.-Me puso una mano en el antebrazo y siguió sin solución de continuidad:- Estoy muy contenta de que que por fin nos conozcamos. Tenía muchas ganas por todo lo que Vlam habla de ti. Pero te has hecho de rogar. Mogollón.
- ¿Vlam habla de mí?
- Mucho. Te admira.
- Pensaba que cree que soy gilipollas.
- Eso es lo que él dice.
- ¿Qué?
- Que piensas que él cree que eres gilipollas.
- ¿Y por qué no me desengaña?
- Id los dos al psiquiatra. A mí qué me cuentas. Yo quería conocerte.
Pero para qué. Eso es lo que me pregunto desde hace días. Para qué. Ahora ya sé además que tengo pendiente una conversación con Vlam. Esperará, supongo, pero de momento tengo que poner atención en lo que está pasando porque algo está pasando. Laura no parece tener cortapisa alguna a abrirme su corazón. Había escuchado atentamente los relatos de Vlam cuando hablaba de mí, de los dos, de nuestras hazañas y buena fe juveniles y poco a poco se había ido haciendo una idea de mí. Luego se dio cuenta de que esa idea le agradaba, fue concentrando en ella sus pensamientos, empezó a pensar que la idea la atraía sentimentalmente y, al final se había enamorado de mí. Creo que es la primera vez que alguien se enamora no de mí, sino de la idea de mí. Si el amor platónico es algo, es esto. Le digo que es imposible pues no me ha conocido sino hasta ahora pero según dice me vio en algunas fotos buscando en la red, porque, al parecer, están los retratos de alguna contrasolapa de algún libro. Ella misma dice que se ha enamorado de una contrasolapa de un libro pero añade que es lo que puede pasarle a alguien que se enamora de un escritor. Sí, claro. Seguimos hablando y hablando. Consumimos un par más de tazas de café y seguimos hablando. Me interesa su biografía. Ella no me pregunta por la mía. Yo sí, yo quiero saber qué sienten las exclaustradas. Pero no parece que el tiempo que profesó en la Franciscanas Mercedarias le haya afectado. Es más, cree que aquel período se pasó volando.
- Antes de ingresar, yo, que ya estaba más o menos como ahora, ya había hecho lo que me dio la gana. Me educaron con bastante libertad; es decir, no me educaron en absoluto. Hice siempre lo que me dio la gana y nadie se encargaba de mí. Mi padre estaba siempre viajando y mi madre muy ocupada con un gran círculo de amigas y algún amante ocasional.
- Y ¿por qué te metiste monja?
- Para llamar la atención, supongo. Pero luego me fui y las cosas empezaron a marchar de forma impensada. Y ahora aquí me ves, hecha una empresaria de éxito.
- Dedicada al tráfico de ¿qué? Vlam me lo dijo, pero lo he olvidado.
- De tráfico, nada, moreno. De muy honrada exportación/importación de objetos de regalo. Somos ya un emporio. Tengo casa en New York -y dice "Nuyoooook"-, en Londres, París y Roma.
- Pero Vlam me dijo...
- Ya lo conoces ¿no? Un bocazas.
Hay que reconocer que algo de eso hay. A Vlam le encanta presumir. De lo que sea, pero presumir. De hampón como de atleta o fogoso amante. En todo caso, como no voy a dejarme avasallar quiero saber qué intenciones trae. Pero dice que ninguna, lo que yo diga le parecerá bien.
- Desde el momento en que estoy enamorada de ti, soy tuya.
Por favor, por favor, nadie habla así ya. Quiero saber qué le hace suponer que yo querré algo con ella. Se ríe de nuevo, me agarra del brazo, se frota contra mí y me dice que porque tiene algo por lo que yo daré lo que sea.
- ¿Y qué es eso?
- Puedo organizarte viajes gratis a donde quieras, cuando quieras y como quieras. Y conmigo. Puedes prescindir de mí si quieres, pero creo que no querrás.
No hace falta que diga que no sé de nadie que pueda negarse a algo así. Yo no, en absoluto. Me quedo impactado y abrumado, como si ya hubiera hecho un par de viajes de miles de kilómetros y ya soy pan comido para Laura que sabe que me tiene a sus pies. Lo único que no acaba de entrarme en la cabeza es qué diablos habrá ella visto en mí para enamorarse. ¿Quizá los relatos de Vlam? ¿Qué andará diciendo por ahí Vlam de mí? Que soy un intelectual, un hipocondriaco, un tipo algo chalado pero buena persona, el Woody Allen que todos llevamos dentro. Pero justamente ¿quién se enamora de Woody Allen? No quién lo quiere sino quién se enamora de él. Poco a poco ha ido entrándose la tarde, el público de la rotonda del Palace ha cambiado un par de veces. Ahora se ha llenado de una gente joven, no muy joven y alguna no tan joven que están preparando algún acto o acontecimiento en uno de los salones laterales. Deben de ser gente de cine o teatro, son muy vocingleros, se saludan unos a otros con mucho gesto y exclamación, se fotografían aquí y allá sonriendo y alguno viene o va haciendo declaraciones a un periodista que lo persigue micrófono en mano. Recuerdo que he dicho a Esteban que sobre las ocho estaré en su casa y son ya las siete. Se lo digo a Laura: que tengo que irme.
- ¿Cuándo volvemos a vernos?
- Cuando quieras.
- ¿Mañana?
- Vale; quedamos por el skype.- Salimos juntos al último tramo de Alcalá antes de la Plaza de Cánovas del Castillo, que la gente llama "de Neptuno" por la fuente con el carro del dios del mar. Quiero coger un taxi pero Laura no me deja.
- No te merece la pena, Ángel te llevará -y me señala un chófer esperándonos a la puerta. Yo volveré dando un paseo. Ángel, llévalo a dónde diga. -Empieza a caminar hacia su oficina. De pronto da media vuelta, me echa los brazos al cuello y me besa en la boca, luego se aparta y dice:
- Hasta mañana.