dimecres, 8 d’octubre del 2014

Podemos: el parto del partido.


Ayer topé con una noticia en eldiario.es que me llamó la atención, según la cual Pablo Iglesias abandonará el liderazgo de Podemos si no prospera su idea de partido. De inmediato me vino a la cabeza que algo parecido había dicho y hecho Felipe González en similar situación allá por 1979. Se me ocurrió tuitearlo y me salieron unos cuantos interlocutores más o menos cercanos a Podemos con tipos distintos de críticas a la comparación. A diferencia de los tuiteros de otros partidos los de Podemos son gente afable, moderada en la expresión, aguda y no está siempre presuponiendo que toda observación sea un ataque a las esencias doctrinales. Es un placer discutir con ellos. Y, al mismo tiempo, me di cuenta del calado del asunto, que el periodista sintetiza de un trallazo en ese su idea de partido. Pues sí, como le pasó a González en 1979, su idea de partido.

Pero reducir esta cuestión al ejemplo citado es muy pobre, de gracianesca austeridad tuitera, y no hace justicia al alcance de la cuestión ni a los asuntos que aquí se ventilan. Podemos está en proceso constituyente, llamado "asamblea fundacional", en la que ha de definirse en qué tipo de ente se constituye, que forma de partido adopta, incluso si quiere ser un partido. Según entiendo, hay tres propuestas sometidas a debate. Una, la propugnada por Pablo Iglesias se inscribe en una tradición de partido con ecos leninistas, esto es, un partido de liderazgo que a su vez ejerce el liderazgo sobre un movimiento más amplio. Todo muy democrático, desde luego a base de empoderar a la gente, un arcaísmo que trata de resucitar reconvertido en barbarismo del inglés empowering. El partido como medio o instrumento para conseguir un fin, no un fin en sí mismo y aprovechando el hecho de que ya está constituido como partido en el pertinente registro del ministerio del Interior.
 
Otra propuesta, apadrinada por Pablo Echenique, trae cuenta de una tradición más espontaneísta, quiere dar más peso, sino todo él, a las asambleas, aquí llamadas círculos. Otro vago eco de todo el poder a los soviets. La democracia radical, revolucionaria, es consejista. O sea, de los círculos. En España repudiamos el término consejo porque, de un tiempo a esta parte, lo asociamos con una cueva de ladrones, truhanes y sinvergüenzas, pero tenemos en aprecio las decisiones colectivas, sobre todo las surgidas de la base, la calle, el barrio.
 
Hay una tercera propuesta, según mis noticias, pero no me ha dado tiempo a documentarme sobre ella. Ahora me concentro en las dos primeras, que llamaremos la leninista y la consejista porque, en buena medida, recuerdan la polémica entre los bolcheviques y los espontaneístas y consejistas, al estilo de Rosa Luxemburg o Anton Pannekoek. Estos, particularmente la primera, venían de pegarse veinte años antes con los revisionistas de Bernstein en defensa del principio de que el fin (la revolución) lo es todo y el movimiento (o sea, las reformas), nada. Y ahora se encontraban con que los soviéticos los llamaban ilusos y cosas peores porque se habían olvidado de que el fin era el poder en sí mismo. Por aquel entonces los bolcheviques habían ganado todas las batallas mediante su pragmatismo y concepción instrumental: desactivaron el potencial revolucionario de los soviets a base de absorberlos y hacerlos coincidentes con los órganos jerárquicos del partido. El resultado se llamó Unión Soviética, pero no tenía nada de soviética. Y, a la larga, ese aparente triunfo, setenta y cinco años de simulacro, fue una tremenda derrota, pues no solamente acabó con la Unión Soviética sino que desprestigió y deslegitimó el ideal comunista.

En diversas ocasiones ha dicho Pablo Iglesias que proviene de una cultura de la izquierda que no ha vivido más que la derrota; que, incluso, ha acabado resignándose a ella, en el espíritu apocado del beautiful looser. Con esta determinación se adhiere a una tradición de la izquierda e ignora otra, la socialdemócrata, que dice haber vivido tiempos de triunfo casi hasta nuestros días. Desde el punto de vista de la izquierda comunista, leninista, bolchevique, no ha habido triunfo alguno, sino traición. La socialdemocracia administró y administra, cuando le dejan, las migajas de la explotación capitalista a la que, en el fondo se ha sumado con lo que no tiene nada que ver con la verdadera izquierda; o sea, la derrotada. Esa es la tradición de derrota que Iglesias cuestiona, la que no le parece aceptable porque piensa que, dados los ideales de la izquierda, de su idea de la izquierda, esta merece ganar, triunfar, llegar al poder, implantarlos. Implantarlos ¿cómo? Sin duda alguna, de la misma forma en que se plantea hoy llegar al poder: ganando elecciones. O sea, el primer paso para ganar es ganar elecciones. Y hacerlo limpiamente. Todos los días pasan a los de Podemos por el más exigente cedazo de legalidad democrática tipos que, a su vez, tienen de demócratas lo que Palinuro de tiburón financiero.

Solo se ganan elecciones consiguiendo el favor de mayorías, lo cual plantea las condiciones de un discurso capaz de conseguirlo en una sociedad abierta en competencia con muchos otros y en la cual la única regla es que no hay reglas porque la política es la continuación de la guerra por otros medios. Y en la guerra no hay más reglas que las aplicadas por los vencedores. Incluso es peor que la guerra porque en esta suele engañarse al enemigo, pero no a las propias fuerzas, mientras que en política puede engañarse al adversario y también a los seguidores de uno, a los electores. El triunfo electoral del PP en noviembre de 2011 es un ejemplo paradigmático. Ganó las elecciones engañando a todo el mundo, incluidos sus votantes.

¿Puede la izquierda recurrir al engaño, a la falsedad, al embuste? La pregunta es incómoda porque la respuesta obvia es negativa pero va acompañada del temor de que, si no se miente algo en una sociedad tan compleja y conflictiva como la nuestra, no se ganan elecciones y, si no se ganan elecciones, no se llega al poder. De ahí la reiterada insistencia de los de Podemos en que no son los tristes continuadores de IU, sino pura voluntad de ganar. Qué discurso haya de articularse para este fin es lo que se debate ahora. 

El momento, desde luego, es óptimo. Táctica y estratégicamente. La crisis del capitalismo y la manifiesta extenuación de la socialdemocracia ofrecen una buena ocasión para el retorno del viejo programa emancipador de la izquierda. ¿En qué términos? En unos que deliberadamente evitan toda reminiscencia de la frase revolucionaria. Aquí no se habla de revolución, sino de cambio; no de clases, sino de casta; no de socialismo, sino de democracia; no de nacionalizaciones, socializaciones o confiscaciones sino de control democrático; ni siquiera se habla de izquierda y derecha, sino de arriba y abajo. Es un lenguaje medido, que trata de ocupar el frame ideológico básico de la democracia burguesa para desviarlo hacia otros fines, para "resignificarlo", como dicen algunos, y llevarlo después a justificar una realidad prevista pero no enteramente explicitada. Alguien podría sentirse defraudado y sostener que esto entra ya en el campo del engaño político, el populismo y hasta la demagogia. Es verdad que el discurso bordea la ficción, pero no incurre en ella por cuanto las cuestiones comprometidas se remiten siempre a lo que decidan unos órganos colectivos que a veces están por constituir. Nadie se extrañe. Si diez días conmovieron el mundo, más lo harán diez meses.

Ahora bien, lo cierto es que semejante discurso requiere una táctica y estrategia meditada, prevista, consecuentemente aplicada y para ello, el sentido común suele preferir una unidad de mando y jerárquico, aunque sea con todos los contrafuertes y parapetos democráticos que se quiera. Un solo centro de imputación de responsabilidad continuado en el tiempo. Un partido y jerárquico, aunque a la jerarquía la llamen archipámpanos. El partido de nuevo tipo, con el espíritu asambleario anidado en su corazón, pero partido, medio para llegar al poder que el propio poder, astutamente, se ha encargado de convertir en único instrumento válido para su conquista y ejercicio. Para eso se redactó el sorprendente artículo 6 de la Constitución. Frente a esta libertad que es necesidad, las asambleas, los círculos, los consejos o concejos, los soviets, etc., incorporan un ideal de democracia grass roots con tanto prestigio como irrelevancia. Cabría pensar que en la época de internet, la de la ciberpolítica, las nuevas tecnologías, debieran resolverse estos problemas de eficacia del asambleísmo que, en lo esencial, según se dice, son puramente logísticos. Estoy seguro de que todos nos alegraremos si lo consiguen. Pero, de momento, no es así.

Sin duda este es el debate. Los asambleístas señalan los riesgos del líder carismático y concomitantes de oligarquía, burocratización, aburguesamiento. Y los leninistas, la función del liderazgo de siempre de la vanguardia que se hace visible en el rostro de ese lider carismático. Es verdad que hay un peligro de narcisismo y culto a la personalidad. Pero, ¿en qué propuesta de acción colectiva en el mundo no hay algún riesgo? En el fondo, esta polémica recuerda a su vez también una del marxismo de primera generación, bien expuesta en la obra de Plejanov, primero maestro y luego archienemigo de Lenin, sobre el papel del individuo en la historia. Un tema perpetuo.  La izquierda, toda, presume de crítica, pero acepta el liderazgo como cada hijo de vecino. ¿Quién puede discutir de buena fe a Pablo Iglesias el mérito de haber llegado a donde ha llegado y haber hecho lo que ha hecho? Ya, ya, había condiciones, un movimiento. Pero alguien se ha puesto a la cabeza, con cabeza y con valor, que diría Napoleón. ¿Con qué razones se pretenderá que no puede ir más allá en su idea de partido?¿Con qué otras que deberá poner en práctica una idea?

Más o menos, entiende Palinuro, es lo que está discutiéndose aquí. Y no es cosa de poca monta.

(La imagen es un montaje con dos fotos de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons).

dimarts, 7 d’octubre del 2014

La gran nación.

Cuando en julio de 2012 el eurodiputado británico Nigel Farage, líder del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), euroescéptico, definió a Rajoy como el lider más incompetente de toda Europa resultó profético. Pero se quedó corto, o quizá empleó el conocido understatement inglés. De Europa y quizá del mundo entero. Dos años después de tan atinado juicio y casi tres ya de mandato del presidente, las pruebas de que merece de sobra la caracterización son abrumadoras. Y, por descontado, contradicen el altísimo concepto que el interesado tiene de sí mismo. Suele repetir como un sonsonete cuando habla en público, lo cual no es frecuente, que España es una gran nación. A su juicio es un enunciado de hecho, tan evidente, que basta con mencionarlo para que todo el mundo lo reconozca y actúe en consecuencia. Sin embargo no está nada claro. No se sabe qué entienda Rajoy en concreto por una gran nación, de qué criterios, datos, indicadores e índices se vale para identificarla y distinguirla de una pequeña o mediana nación. Es más, sospecho que tampoco tiene claro qué sea España además de una unidad de destino en lo universal, como dijo José Antonio Primo de Rivera, quizá inspirándose en el socialdemócrata Otto Bauer. Tanteemos ambas cuestiones.

Una gran nación no da el espectáculo mundial que dio ayer la ministra Mato en una rueda de prensa improvisada a toda pastilla para atajar el peligro de un pánico mundial a cuenta del ébola. El acto no fue sino la guinda de un increíble pastel de chapuzas en el manejo de una historia de todos conocida. Desde que el PP se instaló en el poder impuso dos criterios para la gestión de la sanidad pública española, hasta entonces una de las mejores del mundo, hoy en el lamentable estado que puede verse: a) disminuir gastos, costes, recortar prestaciones, reducir personal, eliminar servicios, instalaciones, encarecer y restringir el acceso al servicio público de salud so pretexto de la crisis económica que azota al país; b) desmantelar el sistema público en manos de sus comunidades autónomas privatizándolo por razones político-ideológicas so pretexto de una mayor rentabilidad falsa con el fin de enriquecer a los gobernantes y a los amigos, enchufados y parientes de los gobernantes. Es decir, las decisiones del gobierno para gestionar la sanidad pública han sido económicas, política e ideológicas. No sanitarias. La repatriación de los dos curas fue una decisión política que, al mezclarse con el desastroso estado en que dos años de recortes, incompetencia y expolio han dejado al sistema nacional dieron como resultado una alarma no solo nacional sino europea y mundial. Por eso se vio obligada la indescriptible ministra Mato a convocar una rueda de prensa con la que consiguió una vez más dejar clara su incompetencia y su denodada voluntad política de seguir destrozando la sanidad pública, así como el caos que reina en esta en especial en los servicios especializados en el tratamiento de este tipo de casos. En verdad Nigel Farage se quedó corto. Rajoy es el líder más incompetente de toda Europa, al frente de un gobierno cuyos ministros no le van en zaga en tan gloriosa condición.

Y presuntamente corrupto, cosa que tampoco encaja con concepto alguno de gran nación. El caso Gürtel, la corrupción extendida como una red mafiosa desde hace años entre las instituciones, los partidos y los delincuentes más o menos empresariales, afecta de lleno al partido del gobierno y salpica por todas partes a su presidente. En ninguna nación, no digo ya grande, tampoco pequeña o mediana, si es civilizada, se aceptaría que una persona en la situación de Rajoy, acusado de haberse lucrado con fondos ilegales, fuera presidente del gobierno. La Gürtel es un caso específico, al que se suman otros no menos pintorescos, como el de Matas, Fabra, Urdangarin, etc. España vive en estado de corrupción permanente. El expolio de Caja Madrid presidido por Blesa carece de parangón: ochenta y tantos individuos, sin más méritos que ser enchufados de partidos o políticos, trincando más de quince millones € en comilonas y gastos suntuarios pagados en negro, negrísimo. Un puñado de refinados granujas de la confianza de otro mangante encumbrado por el primer presidente del gobierno del PP, otro pájaro sin escrúpulos a la hora de forrarse como sea. ¿Puede ser grande una nación cuya cuarta entidad financiera es esquilmada por una partida de sinvergüenzas durante años y años? Y ese latrocinio quizá no sea sino el resultado de comprar el silencio de sus beneficiarios frente a otro latrocinio aun mayor, el de los miles de millones € de coste del rescate/estafa. ¿Es una gran nación aquella que expolia a sus ciudadanos y entrega después el producto del expolio a los bancos que, a su vez, desahucian a los expoliados?

Lo de la gran nación ya se ve en qué queda. Pura palabrería, mera fanfarronada hispana de un gobierno incompetente que vende la idea de una Marca España con espíritu comercializador o de mercadeo pero no puede evitar que esta represente incompetencia, corrupción, fracaso y chapuza. España aparece aquí como una empresa administrada por un Estado. A su vez la ideología neoliberal dominante considera tal Estado otra empresa. Se trata de España como Estado y empresa. Justo donde Rajoy muestra de nuevo su fabulosa incompetencia a la hora de enfrentarse a la cuestión catalana que, en buena medida, se ha avivado merced a la torpe, inepta e impositiva política del PP cuando estaba en la oposición y que luego en el gobierno ha convertido en línea maestra de sus decisiones sobre Cataluña. La gran nación es tan grande que no deja sitio a ninguna otra en España. Y defiende su unicidad mediante el Estado. España como Estado es el arma de que se vale Rajoy para hacer frente al secesionismo catalán. La única arma. El Estado, todo el peso de la ley, la legalidad y nada más. El Estado propio de una gran nación habrá de ser un Estado de derecho y por eso Rajoy esgrime la ley y la Constitución frente al nacionalismo catalán. Que esa ley y esa Constitución carezcan de legitimidad a los ojos de este y que mucho más carezca de ella el uso que de ambas hace Rajoy, instrumentalizándolas para sus fines partidistas, no es algo que preocupe a los gobernantes españoles. No ven estos que un conflicto tan desproporcionado entre España y Cataluña no puede tener buena prensa extranjera para los intereses españoles y, sobre todo, no calibran la trascendencia política que sus miopes decisiones puedan tener en Cataluña, en España, en Europa, en el mundo. La vicepresidenta del gobierno amenazó el otro día expresamente al presidente Mas advirtiendo que la Fiscalía estaría muy pendiente de sus actos. Al margen del juicio que esta amenaza merezca, imaginemos que la Fiscalía decide en algún momento proceder penalmente contra Mas. ¿Qué hará el gobierno? ¿Meterlo en la cárcel?

Y si la gran nación solo puede vender incompetencia y su Estado solo puede amenazar pero poco más, ¿de qué está hablándose aquí?

dilluns, 6 d’octubre del 2014

SOS de Palinuro.


Se me ha vuelto a desconfigurar la presentación del blog. La columna de la derecha, llena de informaciones útiles, se ha ido al fondo y no tengo modo de recolocarla en su sitio. Ya me pasó otra vez y recuerdo que un lector solidario y experto en estos asuntos me escribió y me explicó cómo resolver el problema. Si el mismo lector (u otro que se sienta movido por la lamentable situación de Palinuro) pudiera indicarme de nuevo cómo volver al statu quo ante, quedaré eternamente agradecido. Si me escriben a Contact (en la columna de la derecha, ahora en el fondo) me harán un enorme favor y los tendré en cuenta en mis plegarias a los dioses.

El diálogo absoluto.

Rajoy insiste en ofrecer diálogo a Mas si la Generalitat retira la convocatoria de la consulta o acepta la suspensión de la ley pertinente dictada por el Tribunal Constitucional. Mas glosa la exhibición de unidad de las fuerzas soberanistas esperando que Rajoy vea por fin la necesidad de diálogo como Pablo de Tarso vio la luz de la verdad. A Alicia Sánchez Camacho, la inexistencia del imprescindible diálogo, sistemáticamente torpedeado por Mas, le quita el sueño, como si fuera un íncubo. Cayo Lara se sube al vagón de Pedro Sánchez y pide a Rajoy y Mas que se sienten a dialogar. Diálogo piden intelectuales que no hace muchas fechas sostenían que no había nada que dialogar. Diálogo, mucho diálogo, piden empresarios y banqueros. Diálogo aconsejan instancias internacionales y pide la prensa extranjera. Y con cierta irritación: Bloomberg publicaba el otro día un editorial durísimo frente a la intransigencia de Rajoy y poco menos que lo conminaba a coger el AVE y presentarse en Barcelona, a abrir un diálogo con Mas que encauce un conflicto con mala pinta.

Diálogo es la panacea. Lo dice el saber popular tradicional. Hablando se entiende la gente. Y hay que entenderse en lugar de pegarse. El romper barreras, dialogar, hablar es la base de la convivencia. Por eso las cámaras representativas del mundo entero se llaman Parlamento, porque son lugares en los que se va a hablar. Muchos dicen que no sirven para nada porque precisamente lo único que hacen es hablar. Otros, al contrario, creen que el hablar es ya un hacer. Hablar, contrastar opiniones distintas, llegar a acuerdos es la esencia del diálogo.

El diálogo no es solo la vía, la única vía, para entenderse y ponerse de acuerdo. También es la forma que en muchos casos toma el conocimiento. Media historia de la filosofía está escrita en forma de diálogos, y una parte importante de los avances científicos y de la literatura. Casi todas las obras utópicas son dialogadas. El saber que el diálogo genera es dialéctico, por oposición, se mueve, avanza, permite vivir porque aporta luz y permite deshacerse de lo viejo y caduco. Igualmente, algunas de las obras satíricas más demoledoras tienen forma de diálogo, incluyendo el género epistolar que es una especie de diálogo narrado. No estoy seguro de si un diálogo, hoy inalcanzable por cuanto se ve, ayudaría a Rajoy a conocer algo de la realidad sobre la que opina a diario a base de topicazos sin enjundia, pero intentarlo no le vendría mal.
El diálogo tiene una aureola de sacralidad, una connotación tan positiva que, a veces, se ha dado por bueno que las partes se hayan sentado a dialogar no por voluntad propia sino obligadas por un poder superior. Se atribuye al diálogo una fuerza taumatúrgica. El milagro de la paz salida de la guerra. Pero ¿valen todos los diálogos? ¿No tienen precondiciones, condiciones, contextos? ¿No son abordados con espíritus distintos? A veces los diálogos son imposibles porque los dialogantes hablan lenguajes diferentes, aunque la lengua sea la misma. A veces no se entienden porque falta la voluntad de entenderse y de lo que se trata es de simular espíritu de diálogo cuando no se tiene sino el contrario, la derrota incondicional del otro.
¿Cómo quiere dialogar la Generalitat? Lo ha mostrado en varias ocasiones: en términos de peticiones o reivindicaciones que el gobierno central ha rechazado; han ido creciendo y siempre cosechando la misma negativa; y han culminado por ahora en la convocatoria de la consulta, asimismo denegada. En todas las ocasiones el presidente del gobierno ha explicado que está dispuesto a dialogar sobre lo que sea excepto sobre la reivindicación concreta de que se trate porque la ley no lo permite. Pasó con el concierto económico, siguió con las 23 peticiones de Mas y se corona ahora con la consulta.
Mas justifica sus actos como respuesta a una petición popular manifiesta en movilizaciones sociales sin precedentes, incluido el casi unánime apoyo municipal a la consulta y articulada en la forma de una unidad de acción de las fuerzas soberanistas que, en la práctica y a estos efectos, actúa ya como una especie de gobierno de concentración a la sombra. ¿Hasta dónde puede llegar un líder emergente que puede chocar con la legalidad del Estado? Es imposible predecirlo porque no depende de él solo. La vicepresidenta del gobierno ha anunciado en tono poco amable que la Fiscalía estará muy pendiente de lo que haga Mas. O sea, una amenaza, cosa casi inevitable en estos gobernantes tan autoritarios.
Pero la cuestión es si el gobierno español puede hacer algo más que amenazar. Que no quiere diálogo alguno, pues prefiere la confrontación, es patente. Lo repite Mas: no es un problema jurídico o legal; es un problema de falta de voluntad. De falta de voluntad de dialogar, haciendo ver que la hay a raudales. Y de otra falta más grave, falta de ideas, de razones, de propuestas. No se quiere el diálogo porque no hay nada que aportar a él. La última condición impuesta, esto es, que Mas retire la consulta y luego hablaremos, equivale a un rotundo "diálogo, no".  Pedir a la otra parte que renuncie a la posición que le da la fuerza para dialogar antes de empezar a hacerlo es como pedirle que salgan de uno en uno y con las manos en alto. No sirve para nada porque, aparte del peligro de aureolar a Mas de mártir con cualquier medida represiva, no tiene en cuenta la complejidad del nacionalismo catalán y la relación de fuerzas en su seno.
El único guión que el nacionalismo español gobernante acepta es el ataque al proyecto soberanista en la vía jurídica, con exclusión de debate político alguno, así como en el terreno de las presiones, las maniobras, el juego sucio y la intoxicación mediática. Su objetivo es el desmoronamiento de la unidad política soberanista, sometida a muchas presiones. La reciente dimisión de un vocal del consejo para la consulta argumentando que esta no ofrece garantías democráticas, puede apuntar en esa dirección. Si la unidad no aguanta hasta el 9N, quizá haya elecciones anticipadas. Si la unidad aguanta, según lo que suceda ese día, al siguiente puede empezar por fin un diálogo.
En lo demás, todo está abierto, todos pueden meter la gamba de aquí al 9N. Pero algo queda claro: el límite de legalidad invocado siempre por Rajoy para cerrarse al diálogo se da también en un contexto de uso. Según el presidente, las leyes pueden cambiarse, pero no violarse. Para cambiar las leyes, por supuesto, consenso y diálogo. Ese espíritu de legalidad tiene sus peculiaridades. Pongo un ejemplo muy ilustrativo por el tema de que se trata y los momentos en que se plasma, al inicio mismo de la legislatura y ahora, hace un par de días. Lo primero que hizo el gobierno de Rajoy fue valerse de su mayoría absoluta en el Congreso para cambiar la Ley de Radio Televisión de Zapatero que obligaba a elegir un director del ente por una mayoría supercualificada y consenso. Así nombró por mayoría absoluta al hombre más leal y fiel a sus designios con encargo de convertir RTVE en un órgano de agitprop. Diálogo, cero. Hace unos días, dimitido ese mismo director, que ha hundido el ente, el PP ha ofrecido diálogo al PSOE para ponerse de acuerdo en uno nuevo. En menos de veinticuatro horas lo ha roto y propuesto al comisario político de su preferencia.
Son formas distintas de entender el diálogo. Está es la llamada "absoluta".

diumenge, 5 d’octubre del 2014

Lo que dicen los sondeos.


70,8 por ciento de los catalanes a favor de la celebración de la consulta que el gobierno, el PP y el PSOE rechazan de plano. Y no hay conflicto, según dicen. Es una invención, una cortina de humo de Rajoy y Mas, para los más avisados. Un 70,8 por ciento es mucho. Bueno, pero se trata de un sondeo del Centre d'Estudis d'Opinió, un organismo catalán y, por tanto, sospechoso. ¿O no es cierto que la Generalitat de Cataluña sostiene y subvenciona una serie de órganos, instituciones, medios, entes, fundaciones, etc. catalanistas? Lo dicen y repiten empresas tan serias como El País.

¿Acaso el gobierno central no sostiene y subvenciona otra serie de fundaciones, entes, medios, instituciones y órganos unionistas? Entre ellos el CIS, que depende tanto del gobierno español como el CEO del catalán. Y, si de fundaciones se habla, mejor será bajar el tono pues aquí se subvenciona hasta la Fundación Nacional Francisco Franco. Sí, pero uno es el gobierno del Estado y el otro el de una Comunidad Autónoma. Asunto irrelevante cuando se trata de averiguar el crédito que sus sondeos merecen. Y, si se desliza sospecha, antes afectará al gobierno central que al otro. Por ejemplo, ¿por qué no pregunta el CIS cuántos españoles están a favor de que se celebre la consulta en Cataluña? Sería un dato del máximo interés. Pero no se hará, dada la tirria que los dos partidos dinásticos tienen a las consultas populares. Tanta que Rajoy las pone como ejemplo de comportamiento profundamente antidemocrático.

Un 70,8 por ciento de compacta mayoría a favor de un tema concreto es mucho; pero hay que visualizarlo. Si cabe aceptar que la participación (o intención de votar) en unas elecciones generales es un indicador implícito de la legitimidad del sistema en su conjunto, el 72,2 por ciento que pronostica el sondeo de Metroscopia para "El País", no está muy lejos del 70,8 de los catalanes. No atender a lo que desean estos equivale a no atender a lo que desea prácticamente el electorado español. Lo cual es profundamente democrático.


Ese otro sondeo, el de Metroscopia, está lleno  de enseñanzas y demuestra que, frente a la sólida unidad catalana -escenificada ayer por los dirigentes de las fuerzas soberanistas en una foto que quiere ser histórica- la situación en el resto de España es de desunión, desconcierto y un relativo marasmo.

Algunos datos parecen claros. IU no levanta cabeza desde las elecciones europeas y, por muchos y denodados esfuerzos que haga Alberto Garzón por engastarla en un movimiento más amplio, de más raíz popular, más activo, su fortuna electoral pinta declinante, fagocitada por Podemos. No es probable que el aparato, los dirigentes, los militantes de la antigua organización y, sobre todo, los de su espina dorsal comunista reconozcan haber sido condenados a la poubelle de l'histoire por un viento advenedizo. Una cosa es predicar que la Humanidad está en continuo movimiento y otra moverse. IU o lo que vaya quedando de ella seguirá presentándose a las elecciones y ejercerá con Podemos el mismo papel que antes ejercía con el PSOE: quitarle votos.

El ascenso de Podemos, que muchos analistas consideran consolidado, quizá tomando sus deseos por realidades no se hace, según la encuesta, a costa del PSOE sino, si acaso, del PP, aunque sea más bien seguramente de la abstención. Es razonable suponer que en la abstención se refugiaron muchos votos socialistas en las europeas. Algunos de esos, gracias a lo que "El País" llama efecto Sánchez, quizá estén volviendo al redil y otros seguramente irán a Podemos que puede fagocitar el ala izquierda socialista como lo ha hecho con IU. Así el PSOE solo consigue alcanzar el nivel de las elecciones de 2011, que fue el más bajo de su historia en la segunda restauración.  

No obstante, el medio lo presenta como una recuperación y se la atribuye a Sánchez y su efecto. Sin duda la cantidad de gente que aprueba su gestión es muchísimo mayor que la del pobre Rubalcaba, de triste memoria. Pero sigue siendo superior la de quienes lo desaprueban. Y su efecto está muy por ver. Su ubicuidad mediática pone de relieve una inconsistencia alarmante, casi de arbitrista en pleno delirio. Está claro que sus asesores le han dicho: "Pedro, ocupa todo el espacio público y no pares de hablar y de hacer propuestas; las que sean." La idea es conocida: que hablen de ti, aunque sea mal. Vale. Pero es insuficiente para competir con Podemos, que no le va muy a la zaga en intención de voto y cuyo líder es tan omnimediático como Sánchez, pero mucho más consistente. 

Por cierto, no sé quién creerá acertada la táctica de acosar a Pablo Iglesias a base de sobreros para hundirlo políticamente, pero está para que lo encierren. Con cada espectáculo que le preparan se multiplica la cantidad de votantes de Podemos. Así como cada vez que Rajoy habla sobre Cataluña asciende la cantidad de independentistas.

En cuanto al PP, el batacazo es tan normal, tan lógico, tan esperable, que nadie lo discute. Ni los del PP. Son los primeros en saber que la gente no los quiere. Tres años de embustes, agresiones, autoritarismo, corrupción, arbitrariedad, involución y fracaso en todos los órdenes, incluido el del proyecto de recuperación económica que no pasa de ser una frase propagandística, tienen harta a la gente. Incluso se diría que una intención de voto de casi el 16% es excesiva.

Suelen los analistas insistir en la muerte del bipartidismo. Los dos partidos dinásticos no llegan al 40 por ciento en intención de voto. Pero, al margen de esta consideración, lo manifiesto es que será difícil componer gobierno en España si estos datos se extrapolan a unas elecciones generales. Solo podría haber gobiernos de coalición y, según se ve, el pivote sería el PSOE. Ello explica la insistencia de Sánchez en separarse del "populismo" y presentarse bienquisto del centro. 

Las perspectivas son de inestabilidad e imprevisibilidad. Una agudización del conflicto, cosa probable, quizá lleve a un gobierno de concentración catalán que haría la situación muy incómoda para el PP y daría a las elecciones municipales de mayo una importancia extraordinaria. Sobre todo en Cataluña, donde el 96 por ciento de los ayuntamientos apoya la consulta. Saldrán ayuntamientos independentistas. Si los datos del sondeo de Metroscopia se extrapolan luego a las generales, habrá mucha presión para responder con una gran coalición que, en el fondo, sería como otro gobierno de concentración esta vez español. 

Pero todo esto es pura especulación. Hacer previsiones a más de dos meses vista en España es quimérico. El sistema español en su conjunto se encuentra en standby, a la defensiva, en espera del paso siguiente del nacionalismo catalán. Sin tener nada previsto ni propuesta alguna salvo una vagarosa promesa de diálogo en el caso de que el soberanismo retire la consulta que merece el crédito habitual de las promesas de Rajoy.

dissabte, 4 d’octubre del 2014

De la corrupción a la putrefacción.

Vamos a descansar por un día del tema catalán, aunque prometo volver sobre él con renovados bríos mañana mismo. Antes habrá que aquilatar el efecto que tenga en el histórico macizo de la raza esa solemne exhibición de unidad del soberanismo, a despecho de las cuñas que unos le han querido calzar, con muy mala intención, por cierto, y de los enfrentamientos fraccionales que otros han creído descubrir o se han inventado.

España o el resto de España, expresiones intercambiables según los ambientes y vientos dominantes, requiere urgente atención de Palinuro. El genio nacional vuelve por donde solía. Estaba este gobierno, epítome de la incompetencia, tan contento con el cisco de la marca cataláunica porque así no se hablaba de la Gürtel, cuando la revelación de esa cueva de empingorotados mangantes de la antigua Caja Madrid puso de nuevo sobre el tapete la cuestión de la corrupción. El cáncer tradicional de la España imperial, un mal tan acendrado como corrosivo, está hoy más extendido que nunca y, como siempre presenta implicación directa e indirecta del gobierno central.

Porque, efectivamente, en algún momento del inicio de esta legislatura se produjo un cambio cualitativo en la resignada cuanto tradicional convivencia de los españoles con un grado de corrupción superior a lo que los otros países europeos toleran. Ya se sabía que España es tierra de pícaros, que los políticos son unos galopines que van a lo suyo y los curas unos logreros siempre en pos de la pasta. Pero había un ten con ten dado que la corrupción oficial, administrativa, iba del ganchete con la social en un generoso espíritu de vivir y dejar vivir. Las autoridades seculares y espirituales robaban con mesura para que todos pudieran robar algo. Ese clima de bonhomía corrupta es el que se rompió con el escándalo Gürtel. Por cierto que el episodio reúne tipos y caracteres no ya solo típicamente españoles en pintoresquismo y truhanería sino, incluso de la comedia romana, de Plauto o Terencio: el bigotes, el albondiguilla, Luis el cabrón, el curita, don Vito. ¡Qué nombres! ¡Qué tipos! Dignos compañeros de francachelas de Max Estrella. ¡Y qué episodios! La gestapillo, el Jaguar invisible, el casino fantasma de Eurovegas, el ático mutante, el aeropuerto peatonal, los finiquitos diferidos, las medallas a las Vírgenes y otros hallazgos serán las fuentes de relatos para generaciones venideras.

Pero no es lo hispánico lo verdaderamente decisivo de la Gürtel y tramas adyacentes, como la sucursal de Matas o el Principado de Noos. Lo decisivo, lo que ha levantado pública indignación hasta en España, ha sido su carácter oficial, sistemático, industrial incluso, con participación de las más altas instituciones y magistraturas y la bendición eclesial. Eso ya no es la corrupción tradicionalmente hispánica del cacique, la rebotica, el alcalde, el cura y el sargento de la guardia civil. Esto ya es la estafa a lo grande, el expolio sin límites, una empresa o varias en una compleja trama en la que aparecen y desaparecen flotas de coches de lujo, paraísos fiscales, yates, fondos buitre, cacerías, safaris, mansiones de lujo y viajes al Caribe. Absteneos plebeyos y dejaos explotar.

A la vista de la presunta financiación ilegal del PP y de los sobresueldos que sus dirigentes cobraban bajo cuerda, así como el régimen de pago de servicios y obras y los sobornos en especie, desde los confetti de la ministra Mato a las corbatas del presidente Rajoy, algún juez ha sostenido que, más que un partido, parece tratarse de una asociación para delinquir. Lo que viene Palinuro desde el comienzo de la Gürtel. El PP es una ventana de oportunidad para hacer carrera política y forrarte. Es difícil que te pillen porque está todo corrompido; y, si te pillan, se tratará de obstaculizar lo que se pueda la acción de la justicia; y si, con todo, te condenan, se te indulta.

La Gürtel no ha dejado títere con cabeza en el guiñol patrio. La visita de un Papa a Valencia,  tierra de auténticos bandoleros asaltacaminos, sirvió para canalizar cantidades astronómicas a los bolsillos de unos cuantos estafadores. La preocupación popular con la corrupción creció tanto que hasta la Academia, lenta de ordinario, se puso a estudiar el fenómeno, a analizarlo, compararlo diacrónica y sincrónicamente, clasificarlo, interpretarlo, correlacionarlo con la cultura, la religión, el desarrollo económico, definirlo. El resultado fue un ramillete de teorías y tipologías de la corrupción, no todas congruentes entre sí, con recomendaciones para acciones públicas que trataran de remediar el fenómeno.

Armado con algunas de estas teorías y la necesidad de presentarse ante la opinión pública como adalid de la lucha contra la corrupción, el gobierno lleva tres años hablando de medidas de "regeneración democrática", normas de buenas prácticas, códigosdeontológicos y otras magias a las que recurren siempre los sinvergüenzas para disfrazar sus fechorías. El hecho de que sea preciso trompetearlos a los cuatro vientos revela el bajo juicio moral que la opinión tiene sobre la acción pública. Unas autoridades literalmente embadurnadas de corrupción que dicen luchar contra ella merecen tanto crédito como una profesión de fe vegetariana de una hiena.

La Gürtel no es un caso de corrupción. Es la corrupción del sistema. Y un sistema corrupto no regenerado acaba pudriéndose. La corrupción da paso a la putrefacción. Dalí y Lorca, en sus años juveniles (Lorca no tuvo otros) llamaban los putrefactos a los escritores y artistas acomodados, aburguesados, sin ambición sino de fortuna y posición. Estos mendas de la Caja Madrid con sus tarjetas bautizadas B, fórmula minimalista por no llamarlas de las mil y una noches, tienen todos méritos para optar al título de putrefactos, que no hará fortuna, a pesar de su elegancia, porque la gente prefiere el más aceptado de casta. Y es lástima porque tiene fuerza y permite medir. Es tal el grado de putrefacción que algunos putrefactos están comportándose como si, en vez de ser españoles, fueran ingleses o marcianos: dimiten y hasta devuelven la pastuqui, cosa asombrosa. Algunos, solo algunos, que esto es España. La putrefacción es más que la corrupción. El sistema no está corrupto sino podrido. Ahora descubren los de Hacienda que eso de andar por ahí puliéndose la pasta de los impositores o los accionistas pueda ser costumbre arraigada en las empresas del IBEX. Por eso no pagan impuestos; necesitan el dinero para despilfarrarlo en comilonas.

El calificativo de antisistema que cierta derecha de Chindasvinto utiliza, empieza a tener connotaciones muy positivas en la opinión pública. Si eres antisistema, probablemente seas una persona honrada. Si eres prosistema a lo mejor eres como Aznar, Rato, Rajoy, Cospedal, Blesa, Mato, Rouco, Díaz Ferrán, Camps, Fabra etc., etc., o sea gente que está en política o cerca de ella para pillar la pasta como sea a base de despojar a la ciudadanía de su peculio y de sus derechos.

Pero el asunto no acaba ahí. Si proyectamos las actividades de esos pájaros que piaban aconsejando en Caja Madrid a todos, daremos cuenta de una pila de millones que han afanado. Pero tampoco son tantos. Solo rescatar esta Caja nos ha costado no sé cuántos miles de millones de euros. Es decir, estos sinvergüenzas fardando de tarjetas en restaurantes de lujo y sacando fajos de los cajeros para pagarse los fines de semana, quizá no sean más que comparsas, muñecos que sirven para ocultar las verdaderas operaciones de expolio, las de miles de millones, las que llevan las bendiciones o participaciones de los barandas antes citados. En todo caso, la investigación tiene que seguir hacia arriba, escalando por los correos de Blesa, al parecer también padre de la Gürtel. En todo caso, esos miles de millones directamente robados a la gente y muchos otros, como los once mil millones de la Iglesia, los de las autopistas, los intereses de la deuda, son la crisis y los pagamos todos los demás, los que no robamos.

Lo cual demuestra por enésima vez que no se trata de una crisis, sino de una estafa.

divendres, 3 d’octubre del 2014

Proceso al proceso.


Los catalanistas que, a fuer de nacionalistas, son proclives al romanticismo, suelen referirse al movimiento soberanista como un proceso, el proceso. Es la idea de un discurrir, de un progresar, de un avanzar hacia un objetivo; la imagen es un río, el río heracliteano, el río que nos lleva hacia la mar que no es el morir, sino el amanecer nacional. Ese proceso se quiere histórico, fragmentario, disperso, perdido entre tradiciones culturales, obras literarias, hechos históricos, fábulas, instituciones propias, reencontrado en movilizaciones populares muy diversas, a veces contradictorias y siempre libre. Es su autoconciencia. Se siente protagonista de la historia y se asimila implícitamente a la vieja leyenda del moisés conduciendo a su pueblo a la libertad, sacándolo de la tiranía del faraón. El proceso, hecho de imponderables, conflictos, maquinaciones y decisiones arriesgadas, es la tarea y la escuela del héroe al mismo tiempo. Ahí está ese nuevo Moisés, dispuesto a desafiar las iras del faraón. Ya no con un bastón capaz de convertirse en culebras sino con un planteamiento jurídico-político del derecho de autodeterminación que el poder central no acepta.

Ese poder opone al proceso soberanista otro proceso unionista. Ignora el fundamento político de aquel y le contrapone uno jurídico. El proceso es ahora judicial y llegado el caso, penal. El nacionalismo español no tiene nada que discutir con el catalán mientras esté convocada la consulta ya que es ilegal. No hay, se dice, una negativa de raíz, sino condicionada a la cesación de la ilegalidad. Es el mismo argumento que se empleaba para rechazar toda negociación con el nacionalismo vasco mientras ETA siguiera matando y que Palinuro compartió en su día. En donde hablan las pistolas, no valen razones. Pero ahora es diferente. En Cataluña no hay pistolas y, sin embargo, también se hurta el debate político so pretexto de la existencia de una ilegalidad, cuestión siempre interpretable y sumamente discutible. Entran fuertes sospechas sobre la buena fe de quienes así argumentan.

El gobierno excluye expresamente todo debate político en y sobre Cataluña, mientras otee la consulta en lontananza. Va directamente por lo judicial y también lo policial. Rajoy se felicita del apoyo sin fisuras del PSOE en su cerrada opción de negativa y represión. La decisión sobre Cataluña compete a todos los españoles, dicen Rajoy y Sánchez al unísono. ¿Por qué? Porque lo dice la Constitución, responden de igual modo. Al margen de que pretextar como límite y barrera algo que uno mismo se ha saltado limpiamente no sea propio de caballeros, el problema reside en que la consulta, como está planteada, no afecta en nada a la soberanía del pueblo español. Tiene solo carácter consultivo, no es vinculante.

Naranjas de la China, rezongan los unionistas, es un referéndum de autodeterminación taimadamente oculto, pero real. Aunque lo fuera, está por ver que los catalanes no tengan derecho a él como lo tienen los escoceses. Pero no lo es. Es una consulta para conocer su opinión sobre algo sobre lo que mucha gente, al parecer el 80 por ciento de la población, quiere que se le pregunte. Conocer es un buen comienzo para hacer pero no necesariamente coincidente con ello, salvo que uno tenga presciencia. Reprimir algo asegurando que es lo que no es resulta francamente cuestionable.

Proceso contra proceso, el soberanista, que sigue llevando la iniciativa y abre día a día frentes nuevos, se despliega en dos ámbitos, el social y el judicial. En el social no solo se apunta esa movilización ciudadana de acampadas y ocupaciones que se parece a la de Hong Kong, sino también el hecho de que el 95 por ciento (creo, no estoy seguro) de los ayuntamientos catalanes ha apoyado expresamente la consulta. Los movimientos sociales de base local han sido siempre muy importantes en España por la tradición del municipio romano. En el proceso judicial, el Parlamento catalán recusa dos magistrados del Tribunal Constitucional, el presidente y un vocal. Tiene pocas esperanzas porque ya el Tribunal rechazó similares recusaciones en el pasado y al mismo presidente. Pero, si no nos dejamos llevar por la pasión o el interés político, reconoceremos que es muy dificil, por no decir imposible, admitir que pueda ser imparcial un presidente de un Tribunal Constitucional que ha de decidir sobre una cuestión que le plantea como parte el gobierno del partido del que ha sido militante cotizante no hace dos telediarios.  Me atrevería a decir que en ningún país civilizado del mundo se daría por buena esta situación. Aquí sí. Y eso mismo nos da la medida de qué valor tiene la invocación a la legalidad que comparten los dos partidos dinásticos.

Los dos procesos siguen su curso pero en algún momento chocarán. El proceso soberanista, con su fuerza social transversal, su orientación básicamente política, su aspiración constituyente, tiende a desbordar los cauces legales, sobre todo si se interpretan con criterios autoritarios. A su vez, el proceso judicial sigue su propia lógica y solo se atiene a ella, con expresa ignorancia de consideraciones políticas. La crítica de que, en estas materias, toda decisión judicial es en el fondo política no es especialmente bien recibida. Si, en un determinado momento, un órgano judicial recibe una querella contra el presidente Mas por prevaricación o contra los diputados catalanes por sedición, se pondrá en marcha en aplicación del procedimiento. Y en un giro de este, el proceso soberanista o su máximo dirigente, pueden encontrarse en un proceso penal. No sería la primera vez que el mundo viera a un presidente de la Generalitat entre rejas. Pero la cuestión es si España puede llegar hasta ahí.
 
No si quiere, sino si puede.

La ciberpolítica


El año pasado, el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales acogió entre sus históricos muros las segundas jornadas de ciberpolítica que organizamos desde la UNED. Buen comienzo, engastar las deliberaciones sobre la política del futuro en el ambiente cargado de simbolismo y añoranzas del antiguo Palacio del marqués de Grimaldi. Durante dos días, una veintena de reconocidos especialistas, procedentes de distintas disciplinas, sociología, politología, comunicación, filosofía, economía, estadística, matemáticas y análisis de redes, debatimos sobre el impacto que internet y las redes sociales tienen sobre la política en las sociedades abiertas contemporáneas. El decano de la Facultad de Políticas y Sociología de la UNED, José Antonio Olmeda y el  alter ego de Palinuro, Cotarelo, recogieron los trabajos, los editaron en el sentido inglés del término con el mayor esmero, y el citado Centro ha tenido a bien editarlos en el sentido español, con una presentación de su director, Benigno Pendás, en el que se levanta constancia de como la venerable casa se abre a los nuevos vientos de la política en la era digital. Todo ello posible también gracias a la colaboración de la subdirectora del centro, Isabel Wences, cuya competencia en materia de ilustración escocesa le hace sensible a los matices epistemológicos y de juicio moral que internet evidencia en la acción humana.

El libro recoge todas las aportaciones que cubren un vasto campo de la acción política en las sociedades democráticas, referida muy especialmente a España; aquí y ahora. Quiere ser un vademécum de la teoría y la práctica de la política 2.0. Además del cruce interdisciplinar, agrupa diversidad de enfoques metodológicos; tienen cabida estudios, análisis de casos, informes de investigaciones en curso de carácter empírico, cuantitativo y también cualitativo y especulativo. Igualmente mantiene un equilibrio entre posiciones de principio acerca de la pertinencia y hasta de la verosimilitud del concepto de ciberpolítica que, para unos es una realidad incuestionable que obliga al desarrollo de nuevos enfoques en la política y, para otros, una moda pasajera que apenas incide en el análisis político tradicional. Quien tenga la paciencia de pasearse por sus páginas, conseguirá base suficiente para formarse su propio juicio que debe de ser el objetivo de los libros serios.

Hemos dividido el material en cinco partes: la primera es teórica y repasa cuestiones como el gobierno electrónico, la creación del nuevo espacio público, las formas de la democracia, el voto electrónico y la participación en las cibercampañas electorales. La segunda parte se refiere a las nuevas formas de activismo, tanto en términos generales (sofactivismo, clickactivismo) como en casos concretos, el Movimiento por la Vivienda Digna, el 15-M, así como a la aparición de nuevos mecanismos de reproducción social, como el caso de los prosumidores. La tercera parte incluye una serie de estudios sobre nuevas formas de movilización social y partidos políticos, tanto de los tradicionales, en el sentido del uso que hacen de lo digital, como de las nuevas formaciones, constituidas en sistema-red, como el movimiento 15-M, la interacción entre los espacios públicos virtuales y los fisicos; igualmente se trata del uso de las redes sociales en la política y de la política propia de las redes sociales, que no es lo mismo. La cuarta parte versa específicamente sobre la nueva dinámica de interacción entre redes sociales y campañas electorales, muy especialmente Twitter. Como siempre, el punto candente en esta cuestión es saber si nos acercamos a esa promesa de utilizar los procedimientos de big data para pronosticar los resultados de las elecciones con un grado de exactitud superior al de los clásicos sondeos.
 
En fin, haremos una presentación en la que debatiremos estas cuestiones. El post es por si alguien quiere hacerse con el programa de mano.

dijous, 2 d’octubre del 2014

Un día en la vida de España.


Nadie que se dedique a la observación de la vida pública en España corre peligro de aburrirse. Todo lo contrario, lo corre de perecer de emociones y exceso de trabajo. Adjunto un somero resumen con cierta interpretación de la pintoresca jornada de ayer, que fue como una representación de la esencia española. Por la mañana, la España de hoy; al mediodía, la España profunda; por la tarde, la España eterna.

Por la mañana: la España de hoy. Amaneció el día con los catalanes desbordándose por las calles en protesta por la decisión del Tribunal Constitucional de suspender la consulta. Protesta que ya se inició el día anterior, lunes. Al tiempo, el Govern remitía al alto tribunal sus alegaciones y paralizaba la campaña institucional entre protestas de sus aliados más radicales. A poco, los Mossos empezaron a dar estopa a los manifestantes, en especial a los aficionados a las acampadas. Se desató la indignación en las redes. Es probable que la táctica de Mas sea mantener el pulso legal y, al tiempo, el orden público, incluso dando muestras de autoritarismo, para inspirar confianza en todas partes. Pero no ha conseguido evitar, y quizá fuera lo que pretendía, que el ministro del Interior, en uso de sus competencias y siguiendo sus ideas sobre la forma española de resolver los problemas de diálogo, le enviara 400 agentes antidisturbios, para ayudar al entendimiento. Y, por supuesto, en prudente previsión de que pueda pasar lo que, si pasa, será probablemente por esa previsión.

La prensa internacional sigue entusiasmada la cuestión española y respira mayoritariamente simpatía por el catalanismo. Bloomsberg News publica un editorial contundente, titulado First Scotland, Now Spain (ojo a la asimetría de nombres) en el que se dice textualmente a Rajoy que haga el favor de viajar a Cataluña a encontrar una solución dialogada con Mas en la línea escocesa. Rajoy ha perdido la batalla de la comunicación exterior, probablemente por no hablar idiomas.  Nadie fuera entiende ese cierre en redondo del gobierno central a cualquier tipo de negociación. Tampoco dentro, por cierto, pero todos lo apoyan por miedo a parecer menos patriotas que los vecinos en un tiempo en el que el patriotismo se hace más y más vociferante. El patriotismo nacionalcatólico, claro, el único consistente que hay en España; el de españolizar a los niños catalanes. Pues ya estamos en plena guerra sucia, alguien ha insinuado que el editorial de Bloomberg News está comprado. Supongo que con dinero de la Generalitat. Como si fuera tan fácil comprar medios extranjeros como los patrios. Que se lo digan a Aznar, que se gastó dos millones de euros de nuestro dinero en comprar una medalla del Congreso de los Estados Unidos que, al final, no le dieron.

De todas formas, es igual; si los catalanes insisten en su movilización pacífica y en sus alegaciones y decisiones, se los denuncia ante los tribunales y, llegado el caso, se los encarcela; a los demás, se los disuelve a palos. La adhesión sin fisuras de la oposición socialista al gobierno en el asunto catalán lo deja literalmente con las manos libres. Y un gobierno con las manos libres es un peligro en toda sociedad civilizada. ¿A quién interesa esta situación? Al gobierno más que a nadie porque, sobre verse con las manos libres, consigue que no se hable de sus peplas de corrupción e incompetencia evidente en gestión de la crisis. Al nacionalismo catalán no le interesa en absoluto, pero está obligado a hacerle frente en condiciones cada vez más difíciles, con un margen de acción que se estrecha por días. El país en general se entera poco porque la información sobre Cataluña está secuestrada por la opinión más patriotera y porque, además, surgen nuevos focos de atención que distraen la suya.

Al mediodía: la España profunda. La comparecencia de Cañete en el Parlamento Europeo, el hearing, vaya, una práctica tan desconocida en España que no tiene ni nombre. Consiste en que las personas que las autoridades competentes proponen para desempeñar ciertos cargos pasan un exhaustivo examen de idoneidad en todos los aspectos ante el órgano legislativo que ha de nombrarlas. Son interrogatorios en profundidad que hurgan en el comportamiento del candidato, sus conocimientos, su pasado, sus opiniones en otros contextos. Mera exigencia democrática.

Cañete había sido propuesto para otra cosa pero,  al final, Juncker lo derivó florentinamente a la comisaría de energía pensando que, si se asustaba ante el hearing que le esperaba dada su biografía, desistiese.  El presidente de la Comisión no puede enfrentarse así como así con los de gobierno de la UE; pero sí puede frustrarlos. Al fin y al cabo, era de dominio público que, por razones de negocios, Cañete hace pocas migas con el medio ambiente y por convicciones profundas tiene en solidaria estima a las mujeres en cuanto seres disminuidos. Todavía no se sabía que, además, era olvidadizo y dejaba de tributar inadvertidamente por unos miles de euros que le habían llovido en forma de sobresueldos, concepto contable originalísimo que la España profunda aporta a la cultura europea.
 
Con esos antecedentes, calculaba el malvado de Juncker, Cañete retiraría su candidatura. No conocía el coriáceo pellejo de los políticos españoles a quienes no hace dimitir ni el hundimiento del cielo. ¿Por qué habría de hacerlo Cañete, que viene de un gobierno en el que media docena de ministros, sin contarlo a él, tienen razones iguales o más graves para dimitir y ni se les pasa por las mientes? Si estaría seguro el simpático exministro que ni siquiera necesitó un SMS de su padrino, del tipo Miguel (se llama Miguel, ¿no?) sé fuerte. Así que el buen hombre hizo el ridículo en su hearing con absoluta pachorra y buena conciencia y hasta en francés, cosa que habrá dejado a Rajoy boquiabierto. Pero muy contento porque se demuestra que la gran nación mantiene su sagrada costumbre de nombrar siempre para los cargos a los menos idóneos.

Por la tarde: la España eterna. Entretenido estaba el personal con estas quisicosas y saltó la noticia de que un selecto grupo de mangantes se había pulido 15,5 millones de euros públicos y de los impositores de Cajamadrid a lo largo de catorce o quince años en francachelas, viajes y lo que les saliera de las narices. Se valían de unas tarjetas opacas a efectos fiscales. No había que declarar. Había que pillar la pasta y correr. O callar. Hay quien dice que ese desfalco era el chocolate con el que los directivos de la Caja compraban a los supuestos consejeros, guardianes, chambelanes o lo que esta gente fuere, para que hicieran la vista gorda mientras ellos desfalcaban veinte mil millones, que ya es una cantidad por la que un caballero puede mancharse la corbata. Será o no será, pero va estando claro que, si sumamos esta estafa a todas las demás conocidas en todos los órdenes, no hay que ir a buscar el origen de la crisis más que a los despachos de los políticos, los empresarios, los financieros y toda la basura que arrastran.

En la Caja Madrid, el comportamiento de los consejeros de la izquierda, de IU y del PSOE no se diferencia en nada del de los otros. Se lo llevaban crudo y punto. A los representantes de los sindicatos, al parecer, se les untaba más generosamente, lo que habla en favor de la sensibilidad social de aparato corrupto. Supongo que la izquierda tendrá algo que decir sobre esto, que le hace mucho más daño que a la derecha. Sánchez ha prometido echar a los responsables y obligarles a devolver lo trincado. Eso es lo que ya ha hecho Rodrigo Rato y alguno más: han devuelto 200.000 pavos y, de paso, han hecho trizas las excusas de muchos otros de que estaban convencidos de que era legal.
 
Las abundantes fotos, los testimonios gráficos del vidorro que se daba el capo scuola, el compañero de pupitre de Aznar, esas instantáneas rifle en mano, con caza mayor exótica a los pies, a bordo de potentes y lujosas embarcaciones, esas mansiones de ensueño, hablan de una vida vertiginosa, de derroche y boato. Esos ocho mil emails que Blesa trata de mantener en secreto pero cuyo contenido se ha ido conociendo muestran un mundo de gentes sin escrúpulos, de gentes que manejan los fondos públicos y ajenos de un modo depredador, que asimilan gestión con expolio. Todo muy moderno, trepidante, al estilo Inside Job.
 
Pero, en realidad, cuando se despacha el pastel, la España eterna. La cleptocracia como forma de gobierno.
 
(La imagen es una captura del vídeo de El País.

dimecres, 1 d’octubre del 2014

El mandarín silencioso.


En momentos como estos, en que se da una fractura profunda en España con formas disonantes de entender la convivencia en el viejo solar hispano, conviene hacer acopio de opiniones y pareceres. Cuando se enfrentan concepciones distintas y opuestas del Estado y de la nación, suele recabarse el consejo de colectividades que, por su dedicación profesional, parecen adecuadas para pronunciarse en asuntos complejos que superan al común de los mortales. Una costumbre tan arraigada que, a veces, algunas de ellas, lo hacían por iniciativa propia. Los militares han solido pronunciarse sobre los más diversos problemas en la historia de España. Y los curas se  han inmiscuido tradicionalmente en lo que les competía y lo que no. Y, por supuesto, los intelectuales que en toda Europa han venido ejerciendo de gurús de la conciencia colectiva desde los inicios de la dominación burguesa. El famoso Yo acuso de Zola no hizo más que unir el nombre preexistente a una nueva forma de pronunciamiento a través de los medios de comunicación. Es lo que en el siglo XX se llamó el compromiso de los intelectuales, una especie de fielato moral por el que estos publicaban en medios de gran tirada e, incluso, convertían sus creaciones en cauces de difusión de sus opiniones acerca de las cuestiones sociales, políticas, nacionales, internacionales, de su época. Eran influyentes. ¿Como es posible que los intelectuales parezcan ausentes en la recrudescencia de un conflicto nacional en España que esta lleva siglos arrastrando?

La cuestión de la diversidad nacional española viene siendo objeto de preocupación principal, casi obsesiva, de los intelectuales, historiadores, ensayistas, escritores españoles desde finales del XIX. El regeneracionismo, los del 98, los del 14, algo menos los del 27,  los intelectuales franquistas,  los de la España del exilio y el llanto y los de la transición, se han ocupado tan intensamente de este asunto que aspira a la condición de género ensayístico: el ser de España. Por eso llama la atención que, cuando este conflicto nacional se agudiza, sobre él haya caído un manto de silencio. Y ello a pesar de la afición de los intelectuales españoles a recurrir al manifiesto como forma de influir en la opinión pública, según documenta Santos Juliá en su último libro, Nosotros, los abajo firmantes / Una historia de España a través de manifiestos y protestas (1896-2013) Galaxia Gutenberg, 2014. Sin duda ha habido algunas reflexiones de intelectuales aislados y muchas veces a consecuencia de alguna trifulca por acusaciones personales de nacionalismo de aquí o allí, o antinacionalismo; son excepciones. En cuanto a los manifiestos, solo conozco dos, de  reducidos peso y difusión, uno abiertamente anticatalanista y el otro no tanto, más suavizado, pero tampoco simpatizante ni de lejos con la causa del nacionalismo catalán.

Es raro tan espeso silencio. Entre otras cosas, los asuntos hoy en el centro del conflicto, la soberanía, la democracia, la legalidad, el Estado, la nación, el patriotismo, etc, son justamente los que apasionan a los intelectuales. ¿Cómo no hay encuentros, debates, confrontaciones para dirimir cuestiones de tanto calado? Los intelectuales catalanistas sí parecen muy activos y, a la contra, los intelectuales catalanes no catalanistas. Pero los españoles mantienen un sorprendente silencio.

Hay un dato que no puede pasarse por alto: los dos partidos dinásticos, columnas del templo de la transición, están unidos sin fisuras, en expresión de Pedro Sánchez, en su concepción de la nación española única e indisoluble y la soberanía indivisible del pueblo que la sustenta. Esta unidad  política crea un campo de acción social que afecta al conjunto de las administraciones y sus actividades, los medios de comunicación, las iniciativas empresariales, el quehacer de la llamada sociedad civil. En esas tupidas redes de oportunidades vitales los intelectuales pueden ser más o menos próximos a uno de los dos partidos dinásticos, pero han de compartir la visión de la unicidad de la nación española. Sin fisuras. Así que la falta de apoyo a las reivindicaciones catalanas ha de achacarse en un primer momento a una integración de los intelectuales, incluidos los comprometidos, si este término aún significa algo, en un sistema cultural basado en principios incuestionables. Quizá eso no sea muy propio de los intelectuales o de la imagen idealizada de estos, pero es lo que se da.

En la muy comentada entrevista de Ana Pastor a Artur Mas hay un momento en la conversación previa con Julia Otero en que Pastor advierte a su interlocutora más o menos que manifestar en público su intención de voto puede traerle problemas, supongo que profesionales. Lo que eso quiere decir es evidente. Por otro lado, la profesión de periodistas consagradas de ambas las incluye en una concepción lata de intelectuales y, en todo caso, de comunicadoras, una condición más reciente y amplia.

En el agudizado conflicto entre España y Cataluña, al enmudecer, al desertar de su tradicional implicación comprometida, los intelectuales españoles dan por buena la versión que los políticos fabulan en defensa de sus posiciones en asuntos como la nación, el derecho de autodeterminación, la desobediencia civil y que, según puede verse en la acción cotidiana del gobierno, consiste en imponer la visión más retardataria del nacionalcatolicismo. La adhesión incondicional de los socialistas a la Covadonga conservadora no abre siquiera la perspectiva de un replanteamiento de la nación española y no hablemos ya de un reconocimiento de la condición plurinacional de España que algunos intelectuales reconocen en privado pero no osan defender en público.

Termino con una consideración que tiene algo de personal. Durante la lucha contra el franquismo, la cultura catalana tuvo una influencia enorme. No hago de menos la aportaciones vascas o gallegas pero, por razones conocidas, la cultura catalana, en todas sus manifestaciones, impactó mucho y fue decisiva para la elaboración de una cultura española antifranquista. No es solamente la ingeniosa obviedad de Vázquez Montalbán de que "contra Franco vivíamos mejor"; es algo más profundo. El franquismo trató de asimilar todas las manifestaciones culturales y hacer una amalgama, enseñoreada por los rasgos de una cultura andaluza que, fiel a su condición señoritil, la oligarquía había convertido en emblema de España nación. No lo consiguió en Galicia y en el País Vasco; pero en donde fracasó más rotundamente fue en Cataluña, en donde se desarrolló una poderosa cultura de resistencia alimentada por artistas, escritores, músicos, poetas, pintores, arquitectos, científicos, etc., que fueron decisivos en la formación de los intelectuales españoles, al menos los de mi generación.

Esa es la cultura de resistencia que ha resurgido ahora en Cataluña. ¿Por qué no atenderla, entenderla, dialogar con ella, incluso colaborar con ella? ¿Porque creemos ser el objeto contra el que se dirige esa resistencia? Es un error. Esa resistencia se dirige contra los mismos poderes que oprimen a los españoles.

dimarts, 30 de setembre del 2014

El diálogo no es una concesión; es una obligación.


El punto de ebullición a que se ha llegado empieza a sacudir letargos y suscitar alarmas. La "cuestión catalana" escala puestos en el índice de preocupación de los españoles. Ya era hora. Hasta sectores y personalidades que hasta ayer ignoraban el problema o lo despachaban irresponsablemente cargando toda la culpa sobre el soberanismo catalán, urgen hoy sosiego, tranquilidad, diálogo, entendimiento, búsqueda de soluciones al alimón. Ya lo señaló Palinuro hace un par de fechas. Buena señal porque esta actitud indica disponibilidad a escuchar a los demás, aquilatar sus razones y, mira por dónde, quizá llegar a la conclusión de que tengan algo de validez.

En este punto estamos porque el nacionalismo español, tan seguro de sí mismo que dice no ser nacionalismo, muestra una incomprensión absoluta del nacionalismo catalán que sí se admite como tal. Cito dos momentos clave, el de ciclo largo y el de ciclo corto. El largo: creyóse resuelta la cuestión con el título VIII de la Constitución en cuyo fondo latía la idea de diferenciar tres regiones especiales y las de régimen común. Pero ya en su enunciado el título contenía la semilla de su destrucción, al admitir que todas fuesen especiales a través de la doctrina del "café para todos" en un Estado autonómico del que casi nadie tiene ya algo bueno que decir, basado en una ignorancia evidente de los hechos diferenciales. El corto: el accidentado periplo del nuevo Estatuto de autonomía, desde su propuesta por una Generalitat socialista hasta su modulación a manos de Tribunal Constitucional, pasando por dos aprobaciones parlamentarias y una en referéndum. En esos cuatro años se acumularon agravios al nacionalismo catalán hasta culminar en la sentencia del Tribunal Constitucional, negando a Cataluña la condición de nación, agravios que luego se desbordaron en los cuatro siguientes en forma de una movilización popular sostenida y creciente que nos ha traído aquí. El grado de ignorancia, desconocimiento y, me temo, desprecio del nacionalismo español por el catalán se condensa en un juicio de Rajoy que Palinuro cita a menudo por creerlo muy significativo. Preguntado el presidente por su opinión sobre una gigantesca Diada independentista en 2012, creo recordar, dijo que el país no estaba para algarabías.

La crispada, tensa y amenazadora comparecencia de Rajoy ayer en La Moncloa a leer la declaración institucional, mantiene la posición sabida: las normas sobre la consulta, ipso facto al Tribunal Constitucional en virtud del 161,2 de la Constitución. Suspensión inmediata y margen de cinco meses para decidir. El gobierno se atiene a su deber: hace cumplir la ley. Atiende al aspecto jurídico ya que no lo hay político. Y aquí está la trampa: siempre hay un aspecto, una faceta política que activar antes de llegar a la ilegalidad. Pero es preciso querer. Y el gobierno no quiere; pretende reducir el asunto a uno de legalidad porque carece de margen político de negociación. No propone nada porque no se le ocurre nada. Y no se le ocurre nada porque no entiende el problema.

Hasta Rajoy sabe que, con el precedente de Escocia, es imposible sostener un veto a la consulta basado en una triquiñuela legal como es todo el asunto de la interpretación de la soberanía, su titular y alcance, que no puede ser una armadura, sino un constructo flexible que pueda adaptarse a circunstancias cambiantes. Eso sin contar con que la consulta, que no es vinculante, trata de ser un medio para conocer el estado de la opinión pública catalana respecto a un asunto que le importa sobremanera.

De "hechos consumados" habla el gobierno a fin de justificar su incapacidad para evitar que un conflicto institucional llegara hasta aquí. Hechos en sentido estricto aún no se ha producido ninguno, sino decisiones que serán más o menos oportunas o legales pero solo anuncian intenciones. No hay hechos consumados; hay falta de voluntad para entenderse con el nacionalismo catalán, en buena medida por ignorancia de su carácter actual, su fuerza, sus apoyos y sus pretensiones.

La reducción del problema a uno de legalidad plantea el problema de qué autoridad tenga un gobieno cuya relación con la legalidad deja todo que desear en todos los aspectos. Invocar una Constitución que los dos partidos dinásticos cambiaron en 24 horas en una noche de verano teutónico implica invocar un instrumento de la voluntad de esos dos partidos. Ya no es la Constitución de todos los españoles. No todos los españoles pueden reformarla. Los catalanes, como catalanes o los vascos como vascos jamás reunirán los requisitos exigidos para reformar la Constitución. Invitarlos a hacerlo como alternativa a cualquier otra acción es un ejercicio de mala fe.

Lo mismo que la remisión al Tribunal Constitucional. Se trata de pasarle la patata política caliente para escudarse detrás de su decisión. Es verdad que el Tribunal es un órgano político, pero no le gusta que se lo recuerden. Prefiere rodear sus decisiones de aureola judicial. Ha tardado menos de una hora en admitir a trámite los recurso del gobierno y suspender la consulta. Puede parecer una falta de tacto o de diplomacia, una ofensa incluso tanto a los recurrentes como a la parte recurrida. Y una falta de tacto por unanimidad. Pero es que obviamente, ya se descuenta el resultado a la vista de la composición del órgano. Seguramente lo descuentan hasta sus miembros. Un resultado que añadirá más agravios al conflicto porque nacerá no ya del desconocimiento del instante actual del nacionalismo catalán (la "algarabía") sino de su planteamiento de fondo.
 
Dice el presidente que queda margen para enderezar la cosas. Bueno, pues empiece ya.
 
Palinuro reitera una propuesta de días pasados, mejorada, a reserva de otra más puesta en razón:
 
a) El gobierno acepta la consulta a cambio de que la Generalitat la aplace a una fecha comúnmente acordada y acepte asimismo negociar la pregunta.
 
b) Ambas partes obtienen la correspondiente autorización parlamentaria para esas negociaciones que, llegado el caso, refrendarán las cámaras.

c) Una vez celebrada la consulta y, a la vista de los resultados, volverá a buscarse una solución negociada.

Último comentario: vistos los dos presidentes en menos de veinticuatro horas, el uno con Ana Pastor y el otro a palo seco, no hay ni color.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

dilluns, 29 de setembre del 2014

No pasa nada.


Convencido de la urgencia del momento y cumpliendo los deseos del gobierno, el Consejo de Estado dictaminó ayer que el decreto de convocatoria de la consulta catalana es inconstitucional y quizá también la ley de consultas y que, por lo tanto, el gobierno hace muy bien en recurrirlos ante el Tribunal Constitucional. Más o menos lo esperado. El Consejo de Estado es un órgano de rancia prosapia cuyos orígenes rastrean algunos hasta Carlos V y tiene hoy una composición abrumadoramente conservadora. Está presidido por un hombre que fue leal servidor de la dictadura de Franco y luego no menos leal colaborador de Fraga Iribarne, que era como seguir siéndolo del dictador por persona interpuesta. Sus miembros, de diversas procedencias, son de orientación conservadora cuando no reaccionaria. Lo extraordinario sería que este personal abrigara una visión del problema simpatizante con el derecho de autodeterminación. Como su dictamen es preceptivo pero no vinculante, nadie le concede mucha importancia. Pero tiene un valor simbólico y llena de razón al gobierno.

Este pone hoy en marcha la pesada maquinaria legal para impedir la consulta. Se reúne en consejo extraordinario para trasladar el problema al Tribunal Constitucional. Cuenta con que este suspenderá la norma recurrida y dejará sin efecto el decreto de convocatoria. Tan seguro está que algunos gobernantes no se han recatado en predecirlo, dando una impresión bastante pobre respecto a la separación de los poderes ejecutivo y judicial. Obviamente, lo que está haciendo es transfiriendo un problema político a un ámbito judicial o parajudicial, cuenta habida del carácter del Tribunal Constitucional. En el caso del presidente del gobierno es conocida querencia. Lo propiamente suyo es quitarse de encima los problemas: cuando la firma del decreto se escondió detrás de su vicepresidenta y ahora con el recurso, se esconde detrás del Tribunal Constitucional para impedir la consulta. Convierte un problema político en un problema de legalidad y esconde la mano.

La cuestión parece ser ¿qué hará la Generalitat si el Tribunal, en efecto, suspende? ¿Respetará la legalidad o la romperá? Armada con esta pregunta y casi solo con esta pregunta, como si fuera un arma de repetición, entrevistó ayer Ana Pastor a Artur Mas en la Sexta. El entrevistado respondió con mucha habilidad a una cuestión que, obviamente, pretendía comprometerlo y la entrevistadora insistió e insistió tratando de contrarrestar esa habilidad, consistente, sencillamente en decir que, si el Tribunal Constitucional mantenía la suspensión, él consultaría con sus socios y adoptaría la decisión que se tomara colectivamente. No era lo que Pastor quería oírle decir; ella hubiera preferido que Mas, como suele llamarlo con cierta frivolidad, "se mojara", sin calibrar muy bien el coste de ese "mojarse"; aunque no es difícil comprender la que podría organizarse si un presidente de la Generalitat dijera: "sí, señora, actuaremos en contra de la ley". En verdad, es sorprendente.

Y no es lo único sorprendente. La entrevista merece un pequeño comentario, sobre todo porque levantó fuego en twitter. La periodista, que es competente, veterana, rápida y no se arredra, desembarcó en el palacio de la Generalitat con una actitud muy española de "vamos a ver si son verdad esas cosas que se dicen en el foro sobre los catalanes". Traía "esas cosas" muy apuntadas; las complementaba con datos bien documentados y, en general, dañinos para la Generalitat y, para calentarse intercaló antes de la entrevista sendas conversaciones con dos colegas, Sardá y Otero, buenos profesionales, pero ambiguos en sus apreciaciones. La amarga observación de Otero de que lo primero que se bombardea en una guerra son los puentes no es interesante por lo que dice, sino por el contexto que presupone: la guerra. Igual que ese recurrente temor de "ojo con lo que dices aquí o allí porque puede traerte problemas".
 
Lo que no se cuestionó la entrevistadora en ningún momento era que las preguntas respondían todas a una visión española, unilateral, del conflicto, sin la virulencia del nacionalismo español tradicional, pero con una coincidencia llamativa en los contenidos. En general, una visión del contencioso España-Cataluña como si hubiera surgido ayer y se debiera a los caprichos de los políticos catalanes, cuando no a un intento de esconder sus fechorías ondeando la cuatribarrada. Algo cocinado en los pasillos de las instituciones, las alianzas electorales, los tejemanejes de los partidos. Ausentes por completo, al punto de no mencionarse, el sentimiento nacional y el apoyo masivo que ese sentimiento nacional tiene en la sociedad catalana en proceso de movilización hace ya tres años.  Estos eran temas de Mas pero no de Pastor que los ignoraba.

Precisamente porque la entrevista era tan de parte, Mas tuvo la oportunidad de exponer su discurso ante una amplia audiencia española a la que normalmente no le llega, pues solo accede a los relatos cocinados por los medios nacionalespañoles, que son todos. Y la aprovechó muy bien. Expuso los argumentos catalanistas de forma clara y subrayó varias veces que, del otro lado, del del gobierno central, no había más que negativas o silencio. En esta perspectiva, esto es, dar a conocer en España que los soberanistas catalanes no son unos nazis o unos locos peligrosos, o unos chulos prepotentes atiespañoles, la entrevista fue un gran éxito.
 
Desde otro ya no tanto. Como suele pasar a los españoles, Pastor no dominaba el territorio en el que quería poner en aprietos a Mas y si su insistencia en pillarlo en un renuncio de legalidad se estrelló contra la habilidad de la respuesta, su falta de fondo se echó de ver en el conocimiento del pasado. La mención de Mas de que él era presidente de una institución con 650 años, la dejó descolocada. Sin embargo hubiera venido al dedillo preguntar a Mas de dónde deriva él la legitimidad de su cargo, si de la Generalitat, órgano medieval o de la Constitución de 1978, como sostiene la vicepresidenta del gobierno, otra que confunde legalidad y legitimidad.
 
 Su acendrado españolismo no dictó a Pastor ni una sola pregunta que no fuera dirigida a cuestionar el proceso soberanista, pidiendo a Mas reiteradamente alguna autocrítica, pero sin formular ni una sola a la actitud del gobierno central; sin mencionarlo siquiera. Al contrario, tratando de sacar de campo la figura de Alicia Sánchez-Camacho a la que Mas quería afear su incumplimiento de la ley argumentando que se trataba de un "y tú más". En realidad perdió tanto los papeles que ni siquiera tuvo la gentileza -y la astucia- de preguntar a Mas si, aprovechando la ocasión, tenía algún mensaje que dirigir a Rajoy.  No sé lo que hubiera contestado Mas pero, si hubiera sido Palinuro, estoy seguro de que su mensaje habría sido que Rajoy recibiera a Ana Pastor en La Moncloa y le concediera una entrevista como la suya. Para que la gente pudiera comparar.
 
Me quedo con una expresión de Mas sumamente esclarecedora: si se vota "no pasa nada".

(La imagen es una captura del vídeo de la 6ª con la entrevista de Ana Pastor a Artur Mas).

diumenge, 28 de setembre del 2014

Cuenta atrás.


El llamado proceso soberanista dio ayer un salto cualitativo espectacular. El presidente Mas firmó el decreto que convoca la consulta del 9N. Lo hizo en un acto sobrio pero solemne en el Palau de la Generalitat, en presencia de los dirigentes de las fuerzas políticas que lo apoyan. 

Como si se tratara de la declaración de independencia de los EEUU o de la firma de la declaración universal de derechos, los asistentes transmitían la conciencia de vivir un momento histórico. De la resonancia internacional se encargaron las cabeceras de los periódicos extranjeros. Aunque la canciller Merkel dijera hace poco que la cuestión catalana es un asunto interno español, ni los medios en su propio país son de su parecer. La internacionalización del soberanismo catalán en la estela del referéndum escocés, es un hecho y la comunidad internacional tiene los ojos puestos en Cataluña. Desde el punto de vista de la comunicación política, un exitazo en toda línea para el independentismo. Refrendado con esa firma que, para mayor ironía, casi parece el signo del Zorro, ese héroe popular lleno de habilidad, valor e inteligencia, en lucha contra un poder tan tiránico como estúpido. Como en un episodio del Zorro, comienza la cuenta atrás.

Y un éxito interno, además de internacional, porque, sobre hacer olvidar la grotesca comparecencia de ayer de Pujol, ha dejado al descubierto y en ridículo las carencias del gobierno central. El presidente estaba de viaje por la China, un viaje que hubiera debido posponer, para probar fehacientemente que quiere a Cataluña y le procupa. Al contrario, piensa que debe mostrar que no le preocupa. Se negó a comentar la noticia de la firma, como hace siempre. Y, como hace siempre, deslizó un comentario revelador de su capacidad de juicio: Mas se ha metido en un lío. Da un poco de vergüenza pero es literal.

La tarea de explicitar la posición del gobierno recayó sobre la vicepresidenta, escudo habitual de quien ganó unas elecciones asegurando que daría la cara. Ayer dio la cara de la vicepresidenta que, por cierto, fue un poema. Crispada, tensa, conteniéndose, recitó de corrido un discurso que seguramente pasó toda la noche memorizando ante el espejo y dividido en tres partes: calificación de los hechos, anuncio de las medidas que el gobierno ya tiene preparadas en cumplimiento de su obligación y un recordatorio sentimental a lo felices que éramos cuando, yendo todos los españoles juntos, nadie había sembrado la discordia entre nosotros. Formalmente fue una comparecencia penosa, en la línea, aunque no tan lamentable, de la de Botella en los juegos olímpicos.

El aspecto material fue aun peor. Acabó en un batiburrillo en el que no se sabía si la democracia depende de la ley, la ley de la democracia, con la soberanía revoloteando de la una a la otra. Pero, en esencia, el razonamiento de la vicepresidenta, el mismo que utiliza siempre el PP, es que se trata de un desafío a la legalidad y el gobierno, obligado a cumplirla y hacerla cumplir, la hará cumplir. Punto. No ve o no quiere ver que, además de un problema de legalidad, es de legitimidad y por partida doble.

De un lado, la legitimidad de este gobierno es escasísima, por no decir inexistente. Ganó las elecciones con un programa que no cumplió; está literalmente acribillado de casos de corrupción y comportamiento ilegal; y ha hecho de su capa de legalidad un sayo. Cuando una norma le incomoda, la cambia a su antojo a través de su dócil mayoría absoluta parlamentaria. O no se molesta en cambiarla sino que simplemente la incumple, como en el caso de las sentencias de los tribunales. O, incluso, la quebranta, como cuando destruyó los discos duros que el juez reclamaba como prueba al PP en las investigaciones de la Gürtel.

De otro lado, el independentismo catalán plantea el asunto en el terreno político del derecho de autodeterminación concebido como una forma de poder constituyente que, por lo tanto, no se somete a poder constituido alguno; es decir, lo plantea en el terreno de la legitimidad y la respuesta del gobierno, derivando el asunto al Tribunal Constitucional, no resuelve la cuestión. Al igual que el gobierno, el Tribunal Constitucional adolece de falta de autoridad ya que, además de su naturaleza política, no es generalmente aceptado como imparcial por razones de todos conocidas, siendo la principal el estar colonizado por el PP, incluida la figura de su presidente, exmilitante del partido.

Que el PSOE no quiera encarar de verdad el asunto y se ofrezca rendido a formar un frente con esta derecha nacionalcatólica, no anima a esperar buenos resultados. Los socialistas también se niegan a admitir la doble vertiente de legalidad y legitimidad con supeditación de la primera a la segunda. Por no identificarse del todo con el macizo de la raza imperial de la derecha, la de la gran nación, han rescatado del baúl de los recuerdos una hopalanda federal y con ella proponen negociar a los soberanistas y tratar así de conseguir algún tipo de acuerdo. Lo del federalismo en sentido estricto llega tarde, aunque es bueno que los socialistas, cuando menos, hablen de dialogar y negociar. Pero de inmediato vuelven a cegarse al poner como condición la renuncia a la consulta, al dret a decidir. Parece mentira cómo se puede ser tan inepto. Negociar con una parte a la que de antemano se le exige que renuncie a la pretensión que le da la fuerza para negociar es creer que se negocia con idiotas o truhanes, como uno mismo.

El gobierno dice tener todo preparado para responder. En esto también le ha ganado el soberanismo pues la Generalitat afirma a su vez tener preparadas las respuestas a la respuesta del gobierno, a su recurso. Pero esto es lo habitual. Lo nuevo es preguntar al gobierno cuál sea el contenido de ese todo. ¿La suspensión de la autonomía u otras medidas excepcionales quizá peores también? Aquí es donde esos ministros españoles tan bravíos deben recordar lo dicho más arriba: la comunidad internacional tiene la mirada puesta en Cataluña. Ojo que vuelve la leyenda negra.

La firma ha sido un aldabonazo en la autocomplacencia del nacionalismo español de derecha e izquierda. Ambos aspiraron hasta el último momento a que no se estampase. Se estampó. Y fue la estampida. El súbito agitarse de las plácidas aguas. Ahora todos dicen que hay que buscar una solución antes de llegar a peores, que hay que pactar, negociar, hablar. Llevan cuatro años ignorando el conflicto que ellos mismos han atizado de forma irresponsable en ese tiempo y ahora piensan que van a resolverlo en cuatro días.

No pueden porque, como nunca lo entendieron ni se lo tomaron en serio, no pensaron sobre él y no tienen propuestas que hacer para las hipotéticas negociaciones; no tienen nada preparado. Como siempre. Los soberanistas confían ahora la argumentación y defensa de su idea a la movilización social que le da un resplandor de ideal nacional. Los nacionalistas españoles, convencidos de que su razón moral es tan abrumadora que no precisa demostrarse, se limitan a aplicar la ley. A la represión, vaya.

Calcúlese quién pueda ganar.