diumenge, 9 de febrer del 2014

La democracia y su defensor.

Casi centenario falleció ayer en una residencia de Connecticut Robert A. Dahl, uno de los padres de la ciencia política contemporánea y figura respetada por encima de querellas doctrinales. Dahl era hijo de inmigrantes noruegos en los Estados Unidos. Recordaba los años duros de la recesión siendo él adolescente, cuando había de recorrer grandes distancias para ir al instituto en mitad de la nieve, pues vivían en Alaska. Andando el tiempo llegaría a ser uno de los grandes teóricos de la democracia en el siglo XX, junto a los Sartori, los Hayek o los Schumpeter. Tengo para mí que esa experiencia vital de los que vienen de abajo, esa voluntad por ascender por méritos propios en un mundo de oportunidades siempre escasas, condicionó el enfoque dahliano del objeto de estudio al que dedicó toda su vida, la democracia.

A veces se le criticó lo que muchos entendían como una función ideológica y justificativa de su teoría de la democracia pluralista, sobre todo frente a los análisis marxistas. El pluralismo era una forma del funcionalismo y no estaba bien visto. Encima, Dahl, que tenía su punto de ironía, reverdeció el concepto hegeliano de poliarquía, no aplicado a la Edad Media sino a las democracias contemporáneas. Este último sigue siendo término de culto en cenáculos, pero el concepto de pluralismo se han expandido entre los estudiosos y la gente en general. La democracia pluralista se ha convertido en staple food de los debates. Casi parece una redundancia pero conveniente en tiempos en que la democracia puede adjetivarse de otras sospechosas maneras, como "socialista" o "popular" u "orgánica" o "islámica".

Desde el punto de vista de la teoría, el enfoque pluralista posibilita otros refinamientos analíticos, como la democracia "neocorporatista" o la "consocional". La categoría de Dahl se mide por la cantidad de vías y perspectivas que abre su obra.  Una obra muy rica porque está edificada sobre bases científicas (expuestas en un temprano texto de 1963, sobre Análisis político moderno), sólidamente empíricas, como sabe todo el que haya leído aquel trabajo pionero que trataba de zanjar en este terreno la espinosa cuestión del poder en ¿Quién gobierna? Democracia y poder en una ciudad norteamericana (1961). Al mismo tiempo, siempre tuvo una visión matizada, pegada a la realidad material. Junto a su cuidadoso y elaborado edificio teórico sobre la democracia política, Dahl argumentaba en favor de una democracia económica, una perspectiva en la que había trabajado con Charles E. Lindblom (1951) y que continuaba con Prefacio a una democracia económica en 1985. O sea, un hombre que alternaba la torre de marfil con la barricada, o más bien la calle, pues eso de barricada es excesivo para Dahl.

En la vida del mundo, Dahl hizo aportaciones importantes en asuntos esenciales del funcionamiento de los sistemas democráticos, siempre entendidos desde la perspectiva pluralista. Su libro ¿Después de la revolución? es una especie de reflexión y balance sobre los años sesenta y las perspectivas que se abrían. Pero sus mayores desvelos los dirigió al funcionamiento de la oposición en la democracia, La oposición política en las democracias occidentales (1966) o Regímenes y oposiciones (1973). La idea es clara: la democracia es democracia si lo es para la oposición.

En 1989 publicó la que, para mí, es su obra principal, el resultado de cuarenta años de trabajos, La democracia y sus críticos, en la que especifica los que considera requisitos básicos de la democracia y polemiza con las visiones críticas de esta. La de Dahl es una teoría democrática de la democracia. En sus obras posteriores pareció ir convirtiéndose poco a poco al campo de esos mismos críticos por cuanto consideraba que la estructura misma de las sociedades capitalistas, especialmente el poder de las grandes corporaciones, impedía y coartaba el funcionamiento de una democracia plena. Esta forma de restricción y falseamiento de la democracia que obstaculiza la participación de la gente en los asuntos públicos ya  venía posibilitada por la propia Constitución de los Estados Unidos. Sin duda una visión crecientemente pesimista que no llegó a imponerse sobre su fidelidad al principio de la democracia como tipo ideal.

dissabte, 8 de febrer del 2014

No es la Infanta. Es la Monarquía.

Ya tiene morbo, ya, la declaración judicial de la Infanta. Fuerzas de seguridad movilizadas al efecto. Todo tipo de medidas extraordinarias. Probablemente no pueda ser de otra manera, dada la condición de la declarante, que suscita mucho interés público y la atención de los medios nacionales e internacionales. Ahí es nada ver a un miembro de la realeza declarando ante un juez en vía penal. Si, en lugar de tratarse de doña Cristina de Borbón y Grecia, fuera doña María de Tal, nadie se daría por enterado, exceptuados, quizá, los familiares directos de la señora  de Tal.

Exactamente, razona la doctrina oficial en nuestro Estado de derecho. La ley es igual para todos. Lo dijo el Rey y se cumple precisamente en una allegada suya.

Pero es inútil ignorarlo. La comparecencia de doña Cristina es un terremoto político. Se miden los metros que ha de recorrer hasta la puerta del juzgado de instrucción, se describe su atuendo, se hacen cábalas sobre su comportamiento; los periódicos vienen llenos de artículos y columnas, ponderando unos u otros factores; las tertulias no dejan aspecto por considerar. Como es lógico. La infanta Cristina no es doña María de Tal; es la hija del Rey y declarará en una sala presidida por el retrato de su padre, en cuyo nombre se administra la justicia.

Y todo esto, ¿por qué se da? Porque el problema no es personal de la Infanta. Es un problema institucional; es el problema de la Monarquía. El establecimiento sostiene que no hay tal y pretende desvincular el destino de doña Cristina del de la Corona. Por establecimiento podemos entender los partidos dinásticos, los medios de comunicación y diversas asociaciones de distinta índole pero políticamente muy influyentes, como la iglesia, la asociación de la banca o las patronales. Era muy de ver cómo Rajoy reafirmaba su fe en que la Infanta resultaría inocente. Igual que lo es el cerrado silencio de Rubalcaba, convencido de que, cuanto menos se hable, mejor para la Monarquía.

Pero es un empeño imposible debido, sobre todo, al comportamiento del mismo monarca en los últimos años. No es cosa de hoy. Han estado ocultándolo pero, al final, la información ha aflorado por eso, por las meteduras de pata del Rey, quien ya se vio obligado hace unas fechas a un lamentable acto de contricción público. La bajísima valoración ciudadana de la Monarquía es un hecho prolongado en el tiempo. Si se le añade la peripecia de la hija, la institución recibe un golpe mortal.

¡Ah, pero eso es injusto! razona el legitimista. No puede hacerse al padre responsable de las presuntas fechorías de la hija. ¿No? Dejando a un lado la fuerte sospecha de que el matrimonio de los duques de Palma no haya hecho otra cosa que lo que ha visto en la Casa Real desde siempre, queda por salvar el importante obstáculo de que la Monarquía es una institución familiar. Todos sus miembros tienen asignadas funciones protocolarias y, como acabamos de ver, también un salario, nada desdeñable, por cierto.

El monarca parlamentario, recuerdan todos los tratadistas políticos, no tiene funciones ejecutivas sino meramente ceremoniales, honoríficas, simbólicas, representativas, mediadoras. Se ha perdido el carácter feudal de su origen pues ya no es quien puede obligar a la obediencia a sus vasallos por ser el señor más fuerte, el más poderoso. Ya no es el señor de la guerra, el monarca absoluto, aquel cuya legitimidad consistía, según Hobbes, en garantizar la seguridad de sus súbditos. Eso se ha acabado. Vale. Pero, si seguimos estirando de Hobbes, encontramos una conclusión sorprendente: si el monarca no puede garantizar la seguridad de los súbditos, pierde todo derecho y quizá hasta la cabeza, como pasó con Carlos I Estuardo. Del mismo modo, lógicamente, si el Rey no puede garantizar el cumplimiento de sus funciones honoríficas y simbólicas, ¿no pierde su derecho también? En el fondo, el derecho preeminente de la familia a reinar se basa en su carácter ejemplar. El mismo Rey dictaminó que el comportamiento de su yerno no lo fue. Ahora se encuentra con que los tribunales de justicia pueden decirle lo mismo de su hija.

¿Y su propio comportamiento? ¿Ha sido siempre ejemplar?

Ese es el problema. Muy endemoniado. No es muy seguro que la Monarquía aguante la situación de una Infanta condenada por los tribunales. Pero, por otro lado, los ímprobos esfuerzos por salvarla a toda costa solo pueden ir en detrimento de la institución. Remito a una entrada de hace unos días con el título de Salvar a la Infanta y hundir la Monarquía.

No es la Infanta. Es la Monarquía.

divendres, 7 de febrer del 2014

Wyoming: Fastest gag in the West.

Lo piensa toda la peña en la Corte: el Gran Wyoming es la única oposición real al gobierno. Y a la oposición. Y al conjunto del sistema político. Y a sí mismo. Eso es lo que le da el toque de genialidad y lo que, de momento, lo hace inexpugnable. Las presiones, intrigas del gobierno y sus gentes, que ya han desmontado al Llanero solitario Ramírez, han tropezado con un bravo plante de la Sexta: Wyoming no se toca. ¡Ah, Wyoming! una respuesta propia de Leónidas en las Termópilas: "¡Entregad el Intermedio!" "¡Venid por él!". El grupo Planeta, de José Manuel Lara, baluarte de la libertad de expresión. La libertad es rentable desde el punto de vista empresarial, como se prueba por el hecho de que el share del "Intermedio" es altísimo. Tienen razón los neoliberales: mercado. Compárese ese share con el que pueda alcanzar un programa similar en TVE (si eso fuera posible) que es una TV sometida a los dictados del gobierno. Lo que no se explica es por qué son ellos precisamente, los neoliberales, quienes someten a dictado a las televisiones públicas. Salvo que la parte liberal del neo-liberalismo también sea mentira.

El poder se enfurece de verse ridiculizado. El poder y todos los demás, excepto los ciudadanos que caen bajo la cámara y el micrófono de ese reportero de luenga barba que parece hipnotizarlos. Todos los demás se pican. Pero el gobierno y su partido se pican más porque, sobre tener más motivos de picazón, les aqueja una radical falta de sentido del humor intrínseca a la derecha española. Mídase el sentido del humor de la ministra Báñez o del ministro Fernández Díaz. Más o menos, así son todos. Casos especiales, el de Montoro, cuyo sentido del humor es puro sarcasmo, y el del presidente del gobierno, que es pura socarronería.

A todos los saca de quicio que los pongan en solfa. Especialmente si se hace con la rapidez, el ingenio y la versatilidad de Wyoming. No hay hipocresía del poder, embuste, demagogia, simple ridículo que no pase por el cedazo del Intermedio y no revele su miseria. Es pura dinamita. Tanto más destructiva cuanto que tiene un fondo moral. La pelea es nombre de la justicia, la equidad, la lucha contra los privilegios y los abusos y el juego limpio y eso queda siempre muy claro en las muchas veces disparatadas conclusiones de Wyoming.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, con licencia Creative Commons).

Sebastiao Salgado: la ReCreación.

La Fundación CaixaForum Madrid (Pº del Prado, 36) expone 235 fotos de la última serie de Sebastiao Salgado, bajo el nombre de Génesis, un trabajo que le ha llevado ocho años viajando por los cinco continentes, visitando sus lugares más inaccesibles, más recónditos y más apartados y, por lo tanto, los más puros. Después de su serie anterior, Éxodo, que también tuve ocasión de ver hace unos años, sobre los desplazamientos de masas de población por sequías, hambrunas, guerras, se mantiene el recurso a los nombres del Antiguo Testamento. Trasluce una visión grandiosa, bíblica del autor, ese economista brasileño, hombre bien situado en el mundo de las finanzas que un día decidió cambiar abruptamente de vida, agarró una cámara Leica, fichó por la agencia Gamma, pasó luego a la mítica Magnum y cuando creyó haber haber terminado sus años de aprendizaje, fundó la suya, Amazonas Images, con la cual prosiguió su obra de fotorreportero del mundo. Es un típico sucesor del espíritu Magnum pero de otra época, de la nuestra. Comenzó con conflictos sociales, humanos (sus primeras series fueron sobre el trabajo industrial masificado y sobre el conflicto del Sahel, producto de su colaboración con Médicos sin fronteras), para ampliar el foco al planeta entero (en Éxodo) y llegar ahora a esta visión primigenia de la tierra, cuya contemplación impresiona por la belleza de las imágenes que muestra. En Expresión Klandestina se encuentran algunas de ellas; no las mejores porque el resto no son peores.

Entras de la calle en una tarde lluviosa y, de pronto, te encuentras en mitad de los puntos más alejados y escondidos de esa mitad del planeta que habitamos y todavía está virgen. Pasas del círculo polar ártico o la península de Kamtchatka a los puntos más extremos de la Patagonia, rodeado de miles y miles de graves pingüinos. Los indígenas de la Amazonia, las tribus más aisladas (a veces unos cientos de individuos) de Papúa-Nueva Guinea, las de los africanos de Namibia que se insertan platos como palanganas en el labio inferior, o los nativos (no recuerdo si malgaches) que se fabrican unos tubos o cuernos para enfundar el pene y llevarlos de la mano o los que se embadurnan los rostros de blanco con ceniza de excremento de ganado. Y los animales en su hábitat, las colonias de albatros de las islas del sur de la Argentina, los hipopótamos, los elefantes en el África, las cebras, los leones, las morsas, la ballena blanca austral. A muchos lugares hubo de llegar el fotógrafo en globo para no asustar a las fieras y poder retratarlas. Porque son retratos. Hay muchísima foto aérea, lo que le permite mostrar desiertos de increíbles dunas, cañones como el del Colorado, sabanas, cordilleras, cataratas, glaciares, ríos de lava, volcanes en erupción, icebergs como catedrales, como montañas. Génesis. Pero génesis ahora mismo, aquí, a unos miles de kilómetros. Con un poderoso mensaje: esto es lo que queda de nuestro planeta.

No hace falta más. Sebastiao Salgado tira del visitante, lo absorbe como el torbellino, lo sacude, lo sumerge en una realidad tan potente como la suya pero mucho más grandiosa porque la presencia extrema de la naturaleza es abrumadora, y lo devuelve (casi podía decir "lo escupe"), luego a la calle, en donde sigue lloviendo y el tráfico se hace insoportable, con la cabeza llena de los infinitos sonidos de la jungla, los acantilados batidos por las olas, la selva tropical, que no ha oído pero ha visto. Y ha visto, por cierto, en riguroso blanco y negro. Delgado muestra en su obra el triunfo de la gama de grises frente al color en la fotografía artística, en esa sempiterna controversia propia de este quehacer. También típica tradición magnum que lleva a nuestro hombre a mostrar las luminarias de los ojos de cientos de caimanes por la noche en un pantano de la Amazonia o fotografiar unos guacamayos y conseguir que uno se imagine los colores que no ve.

Eso es también algo patente a lo largo de la exposición: lo que no se ve. No se ven coches, ni trenes, ni aviones, ni carreteras, edificios, ciudadanes. Lo más cercano a viviendas que contemplamos son las tiendas de los inuit nómadas de la tundra del Canadá o las casas arbóreas de unas tribus de Sumatra. No se ven comercios ni objetos modernos. Al contrario: hay fotos de indígenas encendiendo fuego frotando dos palos junto a la yesca o pelando árboles con instrumentos de piedra. Es un mundo no civilizado, puro, virgen. Y completa su mensaje: dejadlo así. La cuestión es si podemos. El mero hecho de que Salgado lo haya fotografiado ya lo pone en peligro. Es el punto de ambigüedad de la belleza. Toda contemplación la profana porque su naturaleza es estar escondida. Como Dios.

dijous, 6 de febrer del 2014

Sí, se puede, pero ¿qué?

El “sí se puede” ya no es un eslogan sino un credo, dice Vanesa Navarro en un interesante artículo en El diario de Huelva, titulado El compromiso insultante de Gallardón. Tiene razón en el fondo, aunque la palabra elegida, "credo", no sea la más afín a la tradición racionalista de la izquierda, que es el auditorio de la fórmula. Sigo objetando a esa costumbre de copiar las iniciativas políticas del extranjero, ese yes, we can de Obama, que responde a un contexto muy distinto.

En el fondo, cierto, el "se puede" es hoy expresión de uso común. De él ha surgido esa opción o plataforma Podemos que ha provocado un verdadero seísmo en la izquierda y tiene al auditorio perplejo con algunos asomos de envidia. Es audaz ese rechazo del impersonal se puede por el más personalizado podemos. La política requiere implicación personal y aquí la hay. Para algunos, demasiada. Ya se verá. Otra objeción frecuente apunta a su carácter mediático. No solo mediático, también digital, viralizada en las redes sociales. Viene siendo como el mecanismo de articulación de dos sectores que hasta ahora no se entendían, el de los partidos institucionalizados de la izquierda y el de los movimientos de autoorganización social tipo 15-M. Por eso su naturaleza es ambigua, no es un movimiento social espontáneo y tampoco un partido político; es un puente que participa de ambas naturalezas; justo lo que todos los análisis recomendaban al 15-M, algún tipo de vínculo institucional. Cualquier negociación que se establezca habrá de tener en cuenta este hecho.

No obstante, a Palinuro sigue sonándole el eco del término credo, pues apunta al fondo del problema: yo también puedo creer, ciertamente, que se puede. Pero depende de qué. Es el momento de exponer las propuestas que han de ser concretas y viables para saber si cabe realizarlas. Las cuestiones abstractas, el modo de producción, las formas de dominación, la hegemonía y la lucha ideológica, siendo muy importantes, deben dejar paso a las más específicas, las que hagan frente en términos prácticos a la involución que ha significado el gobierno de la derecha en los aspectos económicos, sociales, culturales y de derechos y libertades. 

Hay una tendencia de la izquierda a perderse en debates teóricos muchas veces incomprensibles para los votantes de quienes se depende para realizar ese poder que, de momento, es solo potencia. Y un paralelo desprecio por las cuestiones prácticas, cotidianas. Pongo un ejemplo: ¿no es sorprendente que en el caso de la Infanta Cristina únicamente se personara como acusación popular el sindicato Manos limpias? Solo hace unos días se ha incorporado asimismo el Frente Cívico. Somos mayoría de Julio Anguita. ¿En dónde estaban los partidos de la izquierda? Sin duda ocupándose de cuestiones teóricas o de problemas orgánicos.

La proximidad de las elecciones europeas ha puesto a todo el mundo a hacer elecciones primarias y hablar de la participación y la movilización. Suena a melodía familiar. Movilizarse y participar ¿para qué? El PSOE parece ensimismado en la preparación y relativo control de sus primarias. Pero eso no lo eximirá de su deber de presentar propuestas en este contexto del sí se puede unitario. Para qué pide el voto. Y, de paso, habrá de aclararse respecto a qué tipo de oposición pretende mantener. En la actual situación de deterioro de la vida pública, hablar de un gran pacto contra la corrupción con el partido del gobierno justo cuando arrecia el caso Gürtel/Bárcenas carece de sentido y afecta seriamente al crédito del PSOE.

IU sí sale con una batería de propuestas para una revolución democrática y social, presentada por Alberto Garzón, otro con un pie en los movimientos sociales, aunque en su caso sea mayor el peso institucional por ser diputado. No estoy muy seguro de la oportunidad del término revolución. No porque sea contrario por principio sino porque puede resultar contraproducente para los propósitos enunciados que tienen un grado de viabilidad muy dispar debido sobre todo a que se especifican las propuestas de gasto, pero apenas se mencionan las fuentes de financiación. Y ahí es donde el término revolución puede resultar ominoso. Por eso Palinuro sigue recomendando el de "regeneración"; casa igual con "democrática y social" pero responde a una necesidad ampliamente sentida, como demuestran los barómetros. Se trata de sumar voluntades, no de recurrir a la frase revolucionaria.

La prueba de que el espíritu regeneracionista está muy extendido es que el propio Garzón o IU singulariza y subraya unas medidas de Control efectivo del representante por parte del representado, es decir, de regeneración de la vida pública. El país no puede seguir soportando a unos diputados que ponen a escurrir a los jueces cuando sentencian en contra de sus deseos y que tienen el privilegio de fijar sus propios salarios, ni unos alcaldes que se saltan la ley cuando les place y también se autoasignan retribuciones fastuosas, ni unos presidentes de diputaciones que funcionan como agencias de colocación de su extensa clientela, ni unos presidentes de autonomías que despilfarran los recursos públicos hasta arruinarlas.  La regeneración de la vida pública puede y debe hacerse.

dimecres, 5 de febrer del 2014

España esta gobernada por presuntos delincuentes y...

No lo dice solo Palinuro. También lo dice un juez, para quien el PP es una presunta asociación de delincuentes. Supuesta, claro está, y cuyos miembros están amparados en la presunción de inocencia. Sin duda.

Según se deduce de los casos Gürtel y Bárcenas, que son el mismo, con sus miles y miles de folios y sus -de momento- setenta imputados del partido del gobierno, el país está en manos de una asociación de embusteros, mangantes, estafadores, sinvergüenzas y corruptos. Es una alucinante historia de sobresueldos, mordidas, comisiones, malversaciones, sobornos, tachonada de regalos, cruceros de lujo, coches de alta gama, obsequios a los familiares, pisos, vinos de calidad, fiestas, bodas por todo lo alto (o todo lo bajo, según se mire), lunas de miel. Una gente que, al parecer, lleva años, lustros, enriqueciéndose con la política, forrándose, mientras impone recortes y sacrificios a la población.

Hace casi un año, Palinuro subía una entrada titulada El Estado Gürtel en la que decía que la corrupción en España es institucional, estructural, y recordaba una metáfora que había empezado a usar otros dos años antes, comparando el caso Gürtel con el cadáver de la obra de Ionesco Amadeo o cómo salir del paso. Eran análisis demasiado avanzados para entonces, parecían exagerados (aun a pesar de ser obvios) y, visto lo ya visto, se quedaron cortísimos. A la luz aparece ahora y seguirá apareciendo este cúmulo de fechorías (todas ellas presuntas, no se olvide), este desfalco nacional que tan genialmente está retratando José Luis Izquierdo en El País.

Rajoy aseguró en sede parlamentaria el verano pasado, y ha venido repitiendo desde entonces, que él no ha cobrado jamás dinero de caja B alguna, que en el PP no hay caja o contabilidad B y menos aun financiación ilegal. Con todo lo que se sabe, con todas las declaraciones, pruebas materiales, apuntes e informes, es razonable sostener que mintió. La oposición le acusa de haberlo hecho en el ridículo asunto de los SMSs al innombrable, pero eso es una nadería en comparación con lo otro. ¿Puede ser presidente del gobierno alguien acusado y sospechoso de haber cobrado en B y tolerado la financiación ilegal? Dejemos aparte la cuestión jurídica (prescripciones y carácter delictivo o no de los hechos) y vayamos a la política y moral según la cual la respuesta es "no". El presidente debe dimitir ipso facto (es increíble que no lo haya hecho ya) y, con él, todos los cargos imputados, acusados o razonablemente sospechosos de haber participado en esta densa y permanente trama de saqueo del erario público.

Dimitir, naturalmente, sin merma alguna de sus derechos, entre ellos el de acudir a los tribunales en defensa de su honor, cosa que Rajoy jamás ha intentado pero otros, más sietemachos, se apresuraron a hacer o a decir que harían, amenazando con baterías de querellas a quienes insinuaran la menor tacha a su integérrima honorabilidad. Por cierto, todas esas conminatorias advertencias, fieros ademanes, han ido quedándose en nada, hasta convertirse en sonoros silencios y más o menos confusos desmentidos, según van conociéndose más datos sobre la longanimidad de la Gürtel en su hipotético departamento de bodas y bautizos.

¿Y las fundaciones? De FUNDESCAM estaba todo el mundo al cabo de la calle, sabiendo que con ella tenía tratos Díaz Ferrán, gran amigo de Aguirre y actual huésped de un hotel público en Soto del Real. Y ahora aparece la FAES, cerebro pensante, alma sintiente del PP, faro teórico de esta revolución por arriba que está destruyendo el país, implicada en un asuntejo de facturas falsas. La casa lo niega de una forma enrevesada, hablando de actividades de formación, un tema que, como saben los sindicatos muy bien, está lleno de sorpresas. Así suelen comenzar estos episodios y terminan vaya uno a saber, testigo el triste sino de la Fundación Ideas del PSOE. Ideas de casquero, diría un castizo.

Pero, vamos, que aquí no se salva nadie. Si el gobierno quiere rendir un servicio al país, debe dimitir, disolver, convocar elecciones anticipadas y un congreso de refundación del PP después de ellas, tras haber expulsado a esta oligarquía de presuntos mangantes, del primero al último.

Y, como colofón, hemos de conseguir que los dos jueces, Garzón y Silva, ciudadanos honorables y profesionales honrados, sean repuestos en su profesión con todos los honores. Y denunciado públicamente el puñado de políticos, periodistas, comunicadores y magistrados, sicarios y esbirros que los han sometido a ludibrio y cacería general por haber cumplido con su deber.

...y la izquierda, en la inopia.

Magnífico ese acto, ese coloquio en el Ateneo sobre la unidad de la izquierda montado por Público. Va en la línea del postulado de Palinuro: es absurdo hablar de la unidad de la izquierda sin el PSOE. Por eso, muy bien que entre los intervinientes haya dos socialistas. Y muy bien los demás. A ver si se entienden. Sigo pensando que hay mucho narcisismo en juego y no me resigno a aceptarlo como una peregrina peculiaridad de la izquierda. Pero lo hay y es lamentable.

Por cierto vaya follón le han montado los guardianes del dogma a Pablo Iglesias por una nadería. Quien tiene boca se equivoca, sobre todo si habla mucho, como es su caso. No es ni para mencionarlo. Además, cuando un hombre es capaz de movilizar a tanta gente, de ganarse su adhesión sin duda por motivos muy nobles, gente que podía estar desganada, desmotivada, merece un respeto.

Aplaudo el convivio de mañana, jueves, que los asistentes dedicarán, sin duda, a la memoria de Carlos París. Pero huelo chamusquina. En primer lugar, la ausencia de IU es un patinazo. Cuando hasta el Partido X entra en tratos unitarios con Podemos, los de la izquierda transformadora se hacen no sé si los puros o los estrechos. Y eso con Garzón diciendo a quien quiere oírle que IU y Podemos se entenderán. No lo sé. De momento produce pobre impresión que Garzón, ni Llamazares tengan arrestos para presentarse en el coloquio, aunque no sea descartable que lo hagan. La fe es lo último que se pierde.

El segundo olor a chamusquina viene del PSOE. No sé cómo explicarán sus dos representantes esa enésima abyección de su partido de pedir al PP un gran pacto contra la corrupción. Al PP. La manía de Rubalcaba con los pactos de Estado es una especie de enajenación, como la que empuja a Rajoy a no pronunciar el nombre de Bárcenas. Debe de ser una enfermedad profesional de la política. Sin duda el PSOE tiene sus más y sus menos en asuntos de corrupción pero pedir un gran pacto (¿ustedes no desconfían siempre que oyen eso de gran?) contra ella al partido probablemente más corrupto de la historia de España raya en el delirio. Lo ven hasta quienes lo proponen y por eso precisan que el pacto no será con el gobierno, sino en el parlamento, que también es el gobierno.

"Pero no importa" -Argumentan los socialistas. "Es cosa de comunicación. Se trata de probar que no somos como ellos, que tenemos visión de Estado".

La misma que Mr. Magoo. Si la unión de la izquierda puede hacerse en el tiempo que queda hasta las elecciones de mayo solo podrá ser sobre un programa mínimo común (pmc) cuyo eje es la regeneración ética y política y no los debates sobre la conciencia de clase del proletariado. Quien está en tratos con el principal corrupto del país, muy probablemente para erigir otro artificio legal a fin de ocultar la corrupción, la innmoralidad, no podrá firmar ese pmc. Un programa (sin perjuicio de los que cada cual tenga además por su parte) capaz de conseguir el apoyo de la inmensa mayoría de la población, de ese 99% del que tantos hablan. Sencillo, claro, de mínimos, en cinco puntos:

Primero: regeneración de la vida pública. Eliminación de todos los privilegios de todos los políticos, incluidos los salariales.

Segundo: transparencia de la gestión pública. Publicación en tiempo real en internet de todas las transacciones económicas de las administraciones.

Tercero: reforma constitucional (o proceso constituyente) que, entre otros asuntos (financiación de partidos, ley electoral) atienda a dos singularmente:

Cuarto: reforma a fondo de la organización territorial del Estado y de las relaciones entre las iglesias y los poderes públicos.

Quinto: referéndum sobre la forma política del Estado. 

España ya no es una joven democracia. Está por ver si es democracia en sentido estricto, pero no es joven. Tiene la experiencia suficiente para acometer una revisión profunda del sistema político en su conjunto sin mayores tribulaciones. Por lo demás, llegar a este pmc antes de las elecciones de mayo tiene su importancia porque permite comprobar su eficacia en el electorado en una votación que no va encaminada a aplicarlo de inmediato, pero sí a defenderlo en el Parlamento europeo. Y aquí, a  tenerlo ya ensayado para las elecciones de 2015.

dimarts, 4 de febrer del 2014

A callar.

¡Cuánta razón tiene Rajoy cuando manda callar! No solo a Rubalcaba y a la oposición, pues eso es parte de su talante democrático, sino a los suyos. Incluso cuando se lo manda e impone a sí mismo, como lleva haciendo dos años. A callar, silencio, chitón, nadie hable que es mucho peor. Si por él fuera, la Convención no se hubiese celebrado. ¡Qué disparate! Reunir a la plana mayor de un partido bajo sospecha de ser una presunta asociación de delincuentes, poniéndolos a todos en primera fila, bajo la luz de los focos. Y la gente venga a hablar, añadiendo pinceladas tremendas a este cuadro nacional de un país ahogado en la corrupción.

No es una invención de la canallesca. El 95% de los españoles cree que la corrupción es un mal generalizado. Por eso tiene razón Rajoy: cuanto menos se hable, mejor. Mejor para él. Peor para el país que descubre, perplejo, cómo está gobernado por una organización por debajo de toda sospecha, desde su presidente hasta el último mono, generalmente contratado como asesor. Gente que no tiene escrúpulos en mentir, engañar, instrumentalizar las instituciones, expoliar el erario público, tomar sus decisiones por decreto, empobrecer a la población y aplicar una política de orden público tan represiva y autoritaria que recuerda más una dictadura que una democracia.

Incidentalmente: ¿no es curioso que quienes, haciendo cansino alarde de neoliberalismo y no  intervencionismo de los poderes públicos, no paren de utilizar el BOE para meterse en la vida privada de los ciudadanos tanto en sus aspectos íntimos como los culturales, religiosos y, por supuesto económicos? No hay día en que una nueva norma, más arbitraria e inepta que la anterior, no venga a interferir en las relaciones privadas. Un liberalismo peculiar que pone a la iglesia a legislar y convierte los pecados en delitos. Dentro de poco, ministerio de Culto y Clero.

En este clima inenarrable de involución democrática galopante, la foto icónica por excelencia es la de Claudio Álvarez en El País, con Rajoy blandiendo el Marca. ¿Es un descuido o un plan premeditado? El Marca, al que los intelectuales desprecian (aunque quizá bastantes lo lean) tiene 2.749.000 seguidores diarios, según el EGM. Posibles votantes, ¿quién sabe? ¡El presidente es uno de los nuestros! Miente más que habla, pero es un hombre sano, adora el fútbol. Además, la imagen lo exime de culpa en la defenestración de Pedro J., pues Marca pertenece a Unión Ediorial, matriz de El Mundo. A lo mejor no está lejos el día en que Rajoy añada a la presidencia del PP la del Real Madrid. No sé si se le habrá ocurrido a su gabinete de imagen.

Abandonada toda pretensión de legislar transparencia, la marea de la corrupción no la para ya nadie. Está en los tribunales que avanzan haciendo destrozos como los elefantes de Aníbal; está en los medios, empeñados en hurgar y revelar chanchullos; sobre todo, está en las redes sociales, que no dejan títere (y nunca mejor dicho) con cabeza. Quien quiera ponerse al día en este complicado fresco de la España cañí del robo, el trinque, la mamandurria, el despilfarro, los paraísos fiscales, las cuentas en Suiza, vaya a la excelente serie que está publicando José Luis Izquierdo en El País. Enhorabuena al autor. Están todos los datos, todos los antecedentes, todas las intrigas, fraudes, delitos, todos los personajes. En un estilo brillante. Solo por la descripción de las andanzas de ese oscuro muñidor, intrigante de los tribunales, hoy embajador en Londres, Federico Trillo, Izquierdo merece un premio. Tiene todo un aire de traición, alevosía, inmoralidad que recuerda las siniestras tramas shakesperianas en las que el personaje es especialista. Ese relato por episodios es la crónica y el esperpento de la corrupción institucional española. Y una crónica viva. El autor habrá de ir reescribiéndola al incorporar los nuevos datos que diariamente salen a la luz, a cada cual más escandaloso, bochornoso, vergonzoso.

La policía, la UDEF, acusa al exsecretario general del PP, Álvarez Cascos, de haber cobrado sobornos para la campaña electoral de 2004 y de ser el mayor perceptor de dineros de la trama Gürtel, el rey Midas de la corrupción. La misma policía sostiene que, entre 1996 y 2004 la Gürtel "administró" 25 millones de euros para mordidas en el PP y aledaños. Menos mal que ninguno de ellos estaba en política por el dinero, empezando por Rajoy. El amigo Camps, por fin hallado, pues estaba como desaparecido, ha declarado por escrito en su despacho (su privilegio) a las preguntas del juez Castro. De 64 cuestiones, 40 han sido "no" o "no recuerdo". Siempre encantado de colaborar con la justicia.

El buen señor de Mercadona, don Juan Roig, niega ante el juez haber pagado nada en B a Bárcenas, o sea, al PP. Pero admite haber donado 100.000 euros a la FAES, o sea, al PP. A su vez, la tal FAES se encargaba de pagar actos de la Gürtel mediante facturas falsas. No hay metáforas para describir este alud de datos, hechos, cifras, que dibujan un compadreo de políticos y cargos corruptos y prevaricadores con empresarios trincones y defraudadores junto a financieros corruptos, prevaricadores, trincones y defraudadores. Esta es la imagen de España. Dentro y fuera. Por eso, Rajoy tiene razón: a callar, a acogerse al derecho a no declarar, a hurtar el bulto, a hacerse transparentes.

¡Maldita convención!

Y de nada sirven las frases de propaganda sobre la salida de la crisis, que está al caer. No duran ni un telediario. Las noticias contrarias las desmienten. Bélgica expulsará a 300 españoles en paro por ser una carga para el Estado. Al margen de si esto es jurídicamente posible o no, el panorama pinta aun más negro si España no puede ya ni exportar parados, que es lo que produce mejor.

¡Maldita convención!

Al amparo de ella también se ha dado la noticia de que la ONU exige una política de Estado en relación con los crímenes del franquismo. Con esto, la izquierda se crece y las protestas arrecian.

Lo mejor es callarse y llamar a la policía. Lleva esta meses empleándose a fondo en una política represiva y encendiendo los ánimos de la población. El empleo de las fuerzas de orden público para proteger a unos políticos desprestigiados cuyos programas públicos están llenos de abucheos, broncas, pitidos, escraches, las órdenes que se dan a estas de hostigar a la población, retener arbitrariamente, identificar sin motivo y, llegado el caso -que siempre llega-, cargar sin contemplaciones, con creciente brutalidad, está provocando una fractura seria entre el gobierno y la población cada día más soliviantada y mostrando mayor rechazo, mayor repulsión hacia los gobernantes. Estos, soberbios como siempre, parafrasean a Calígula: que nos odien siempre que nos teman. Pero no olviden cómo terminó Calígula.

dilluns, 3 de febrer del 2014

Un aplauso a Évole.

Curiosa errata la de El Periódico de Cataluña al confundir a González con Rajoy. ¿En qué estaría pensando el becario? Es tan insólita que no se ve. ¿O no es una errata, sino un acto fallido, un sarcasmo quizá, incluso un reto? Porque ¿cree alguien posible que Rajoy aceptara un diálogo con Mas o con quien fuera que no estuviera amañado de antemano, regulado, medido y en presencia de un periodista de talla como Évole? Eso es algo impensable.

Pero precisamente por ello, da en la diana de las enseñanzas que nos trae este domingo pasado, cuando pudimos ver el alfa y el omega, el blanco y el negro, el cero y el infinito del debate sobre la cosa pública. Por la mañana, clausura de la convención del PP con un discurso leído de Rajoy, con insultos a la oposición, mentiras sin límite, bravatas, encastillamiento en las políticas represivas y antipopulares. El discurso arbitrario e insensato de quien sabe que nadie puede responderle y que los medios darán después una versión favorable para él. Luego, y como digno colofón, violentas cargas policiales contra los manifestantes en Valladolid que terminaron con varios detenidos y heridos, una de ellas de gravedad. Nada distinto, por cierto, a lo que lleva dos días haciendo en Alcorcón: apalear ciudadanos. Por cierto, una cuestión al margen: ¿puede llamarse democracia un sistema en el que los funcionarios públicos armados y pagados por los contribuyentes, apalean y mutilan a esos mismos contribuyentes en el ejercicio de sus derechos?

Por la noche, en cambio, en Salvados, un diálogo tranquilo que, aunque a veces algo tenso, fue civilizado en todo momento y muy provechoso pues permitió a mucha gente una idea más completa de lo que nos jugamos en este asunto del conflicto nacional que la derecha se empeña en ignorar, en la creencia de que podrá resolverlo recurriendo en último término a la violencia y sin ceder un ápice en sus ideas.

En opinión de Palinuro, Mas resultó más convincente que González. Este, encastillado desde el principio en que la mera consulta catalana es un imposible de consecuencias negativas, reiteró su conocido postulado de que, si los catalanes quieren votar y decidir, él también, en ejercicio de un derecho reconocido por la Constitución, la misma que ampara a los catalanes. Es un argumento con muchos partidarios, pero que se aniquila en su parcial mala fe. Suponen quienes lo proponen que el resultado les sería democrática y abrumadoramente favorable: no a la consulta. Pero no responde a la pregunta siguiente: ¿qué pasaría si ese "no" fuera muy mayoritario en España y muy minoritario en Cataluña? ¿Cabría ignorarlo? Esa parcial mala fe, como siempre, solo conseguiría aplazar el problema a costa de hacerlo más intratable.

La base de González -que Mas, en principio, no niega- es un argumento legalista: la supremacía de la Constitución y el marco de derechos en ella establecido. El catalán apunta a una mayoría de coterráneos que no se sienten representados ya en esa Constitución. Las cosas han cambiado y es absurdo no verlo. González, comprensivo, sale entonces al quite y, dejando bien claro que en España no ha lugar al derecho de autodeterminación, admite una reforma a fondo de la Constitución. ¿Hasta cuánto fondo, teniendo en cuenta que una reforma substantiva iría por el procedimiento agravado y precisaría del apoyo del PP? Eso queda en el aire. Su propuesta es, por tanto, confusa.

Despejada desde el primer momento la incógnita de qué haría la Generalitat, CiU, en caso de una oferta de pacto fiscal del gobierno, y despejada con el rechazo rotundo de ambos dialogantes, queda claro que el conflicto se plantea en términos de principios. Y aquí, la posición de Mas es sólida y aparentemente inexpugnable. La Generalitat no hará nada ilegal y su orden de preferencias es claro: 1ª) autorización expresa de las Cortes de celebración de una consulta en Cataluña; 2ª) aplicación en Cataluña de una ley propia de consultas sin interferencia del Estado; 3ª) celebración de unas elecciones plebiscitarias en el caso de que las dos anteriores fallasen. Mas es dialécticamente superior porque articula su discurso en el terreno legal, jurídico y en el político. Porque es una posición de iniciativa política, generalmente ganadora.

Consciente de la endeblez de su argumento legalista, González no resistió la tentación de recurrir a la amenaza. Fractura, tensión, división, enfrentamiento, toda Europa aterrorizada ante la aventura catalana y 300.000 muertos en las guerras de la ex-Yugoslavia. Esos propósitos hubieran estado más en su lugar en Valladolid que en una conversación entre gentes civilizadas. González parece una miaja más abierto a las cuestiones territoriales que Rubalcaba y da la impresión de haber evolucionado algo más. Pero muy poco. El derecho de autodeterminación sigue siendo la bicha pero, cuando menos, admite la apertura de un proceso de negociación y reforma profunda de la Constitución. Creo no haberle oído siquiera decir que pudiera ser un proceso constituyente. Y ese el signo inequívoco de la desproporción de posibilidades de los dos nacionalismos que solo puede calibrarse con un análisis político a partir del concepto de iniciativa política. Intentémoslo:

El nacionalismo catalán lleva la iniciativa, está cohesionado y unido, tiene una fuerza innegable de movilización, incluidos amplios sectores demográficos asimilados, no catalanes y un porcentaje muy alto de la juventud. Su relato es de reivindicación de derechos, de lucha contra lo que se presenta como injusticia en todos los órdenes (político, económico, cultural, territorial, etc), de irredentismo. Es el relato del rescate de la nación y su apertura a un horizonte internacional nuevo en el que desplegará sus potencialidades como Estado independiente.

El nacionalismo español está a la defensiva y queda por ver cuál sea su grado de unidad y fuerza de movilización. Si la situación empeorase seguramente asistiríamos a un frente común nacionalista de la derecha y la izquierda, al menos la mayoritaria. Pero sería una unidad incómoda porque, dado el carácter autoritario, nacionalcatólico, de la derecha, la izquierda estaría en ella violentando muchas de sus convicciones. Lo sucedido el domingo lo muestra: aunque el conflicto nacional es hoy el problema mayor al que se enfrenta España, para el PP no existe y, como no existe, no ve la necesidad de modular sus demás políticas para propiciar una unidad de acción con el PSOE que este reclama. Envuelta como siempre en la bandera de España, de la que se considera única propietaria, la derecha admitirá a su lado en la tarea de defender la Patria a aquella izquierda que acepte su visión de España, del aborto, de la educación, del Estado del bienestar, de la religión, de todo. No tengo duda alguna de que la exacerbación del conflicto nacional ha sido obra de la política de hostilidad hacia Cataluña que el PP puso en marcha para acabar con el gobierno de Zapatero; política que se ha seguido aplicando, de modo irresponsable y hasta ofensivo a partir de 2011. Y así sigue, ayer mismo en Valladolid. Tiene narices que quienes quiebran de hecho a todas horas la unidad de España se postulen como sus adalides.

En estas condiciones es difícil calibrar qué apoyo y movilización puede mostrar el nacionalismo español. Cabe pensar en un movimiento populista, demagógico, hecho de catalanofobia, fascista en definitiva, pero no es algo que quepa postular en público, aunque se atice en secreto. El relato del nacionalismo español es también pobre, mira al pasado, pero tiene que hacer tantas salvedades (el franquismo, la guerra civil, las guerras carlistas, el bombardeo de Barcelona, la ocupación por los Borbones) que solo se envanece de los reyes Católicos. Se trata de elaborar un discurso que justifique una nación sobresaltada, conflictiva, insegura y permanentemente cuestionada en su legitimidad.

Lo diré más claro. El resultado de esa desproporción en cuanto a lo que podríamos llamar la moral (en el sentido orteguiano) de ambos nacionalismos es que mientras la del catalán es alta y apunta a un futuro diáfano ("los catalanes ganan un Estado"), la del español es baja ("los españoles se quedan sin nación") y apunta a un futuro aun más problemático. ¿O cree alguien que, si Cataluña se declarase independiente, no se plantearía de inmediato la independencia de Euskadi y la anexión de los països catalans a Cataluña?

Es asombroso lo poco que mis compadres del nacionalismo español han entendido de la naturaleza de este conflicto. La izquierda lo enfocó bien en tiempos pretéritos, al hablar del derecho de autodeterminación de los pueblos de España, pero luego renegó de lo dicho y es ahora tan contraria a ese derecho como el PP. Y, sin embargo, entonces, como ahora (aunque ahora en condiciones mucho más desventajosas para el nacionalismo español), la solución civilizada del problema hubiera sido reconocer el derecho de autodeterminación mediante una negociación que fuera mutuamente satisfactoria. Es una cuestión de principios, pero los principios se acomodan.

Radicalmente rechazado el derecho de autodeterminación solo queda esperar una confrontación de consecuencias imprevisibles o buscar una vía de entendimiento, un terreno de negociación y debate que pudiera interesar por igual a todas las partes en el conflicto. Lo que Palinuro lleva proponiendo un tiempo es una convención constituyente (organizada mediante la oportuna reforma constitucional) que deliberara y llegara a una propuesta satisfactoria para todo el mundo en la que los catalanes pudieran integrarse voluntariamente, por votación en referéndum o como estimen pertinente.

Palinuro reitera su opinión de que el único nacionalismo español fuerte no es el que berrea sobre la antigüedad de la nación española sino el que surge de una nación cuyas partes componentes lo son libre y voluntariamente. Lo cual implica el valor para asomarse al vacío, a la situación en la que no quieran serlo.

¿Tiene historia el arte?

Valeriano Bozal (2013) Historia de la pintura y la escultura del siglo XX en España Madrid: Antonio Machado. Vol. I: 1900-1939 (295 págs.). Vol. II: 1940-2010 (457 págs.).


En algún lugar de este documentado estudio sobre la pintura y la escultura españolas del siglo XX se da cuenta de cómo un puñado de artistas, más o menos partidarios de la dictadura de Franco (aunque también los había del "exilio interior") quiso poner en marcha un grupo o tendencia, una de esas extrañas fraternidades a que tan dados son los artistas, quizá para compensar el carácter radicalmente individualista de la actividad creadora. Eligieron el nombre de Altamira. En parte, la intención apuntaba a ese espíritu nacionalista que alentaba en todas los postulados ideológicos de aquel régimen tiránico, genocida y corrupto. Y, desde luego, resultaba más ambicioso -si bien menos duradero- que el elegido por sus colegas literatos de profesión política con la revista Escorial. En ambos proyectos se trataba de sintetizar en una palabra la idea de las profundas raíces históricas de España, la continuidad del genio creador de una raza que, en el caso de los artistas plásticos, se hacía arrancar del paleolítico mientras que en el de los ideólogos de la palabra (los Camón, Tovar, Ridruejo, etc.) se situaba en la época de mayor esplendor del Imperio.

Pero lo que los dos intentos ponen de relieve es la interesante cuestión de si cabe hablar de una historia del arte, esto es, una consideración de la actividad artística como un discurso, un desarrollo o progreso, una construcción acumulativa con unidad de sentido, como cabe hablar del desarrollo de la química o la medicina, por ejemplo o solo puede concebirse el arte de forma simultánea, como manifestación de una actividad creadora que empieza y acaba en sí misma y que, si bien ocasionalmente, acusa influencias de otras épocas o tendencias (no necesariamente las más próximas en tiempo y lugar) es autónoma y autosuficiente porque contiene en sí misma todo su pasado. Es algo parecido a esa disyuntiva que suele plantearse en la pintura entre las formas narrativas (propias de la Edad Media y primer Renacimiento) y las simultáneas.

Se trata de un tema que desborda el intento del ensayo de Bozal quien, con muy buen criterio, ni lo plantea. Obviamente, si nos atenemos a ese concepto estrecho de historia como discurso causal, la del arte no existe. Pero tampoco la de la literatura, la filosofía o la política. Las obras de los seres humanos no tienen historia pues en todas ellas se contienen todas las demás, igual que cada individuo concreto lleva en su interior a todos los demás. Toda ontogénesis comprende una filogénesis y a la inversa. En realidad, si entendemos la historia en una perspectiva historicista, esto es, como un programa sometido a unas normas o "leyes", tanto si  se postula un proceso teleológico como si no, nada humano es histórico y esta idea de la historia solo existe en la cabeza de quienes creen en ella.

Resultaría así que, paradójicamente, solo existiría lo que la antigüedad clasica llamaba la historia natural, la historia de la naturaleza, lo cual no tiene mucho sentido salvo que por tal se entienda la historia del modo en que los seres humanos comprenden la naturaleza, esto es, acumulan el conocimiento sobre ella. Una historia que, por su esencia, se reduce a la mínima expresión del beneficio de inventario, el del conocimiento del pasado. Este, sin embargo, es imprescindible en el conocimiento no experimental, humanista, social, artístico, filosófico. Es obvio que nada de cuanto los hombres producimos hoy puede entenderse cabalmente ignorando el pasado, conocimiento que, sin embargo, no garantiza la comprensión del presente ya que, por mucho que respetemos a Vico y los historicismos posteriores, las supuestas "leyes de la historia" solo existen ex post facto y hasta pueden modificarse a placer sin límite alguno. Dos ejemplos muy conocidos: ¿cuál juicio sobre la Edad Media es más justo, el romántico o el neoclásico? ¿Cuál más apropiado sobre el naturalismo, el cubista o el hiperrealista?

Al titular su libro historia, el autor está en su derecho y no queda obligado a justificar la elección del substantivo. En realidad es un uso admitido de carácter metafórico, consistente en llamar "historia" a todo relato que refleja el paso del tiempo, pero sin que se espere de él el descubrimiento de "relaciones de sentido" en sus manifestaciones, fuera de las de una influencia inmediata o las lejanas reminiscencias de un pasado remoto, esto es, fuera de señalar que determinado artista prolonga (o rechaza) las influencias de otro inmediatamente anterior o que en la obra de un tercero alumbran reflejos de su admiración por formas de un pasado remoto o de un primitivismo coetáneo.

En este contexto más amplio se inscribe esta obra de Valeriano Bozal, un espléndido trabajo de madurez de uno de los más reputados especialistas en estética e historia del arte de nuestro país. Ha acotado el tiempo, el siglo XX, y ha hecho una extraordinaria labor de presentación, síntesis y explicación. Más que una historia del arte plástica española es un catálogo completísimo de la pintura y escultura de nuestro país en el siglo XX. Una exposición detallada, perspicaz, original que junta un valor expositivo muy notable con un espíritu crítico refinado pero nunca injusto. Una exposición, asimismo, que relaciona las manifestaciones artísticas con sus contextos sociales, políticos y económicos con los que suelen tener diálogo. Una obra de un maestro. Y en una edición cuidada, con abundancia de ilustraciones, aunque no tantas como uno desearía, si bien ello es comprensible.

La narrativa se estructura en torno a la gran cesura española del siglo XX: la guerra civil. Un antes y un después del arte español, se quiera o no. Con ese pie forzado, el autor da cuenta de su material tan sistemática y rigurosamente como es posible en estos casos. Dado que los dos volúmenes tienen más de 700 páginas, es imposible  hacer justicia aunque sea aproximativa a tan enorme riqueza de contenido. Resulta obligado sintetizar y dejar fuera creadores, estilos, obras, hechos significativos, así como confesar que el tratamiento selectivo se guiará tan solo por las aficiones de este crítico.

Arranca la historia de Bozal con una interesante y completa reflexión sobre el modernismo español, que se plasma en el noucentisme catalán: Rusiñol, Casas, Anglada Camarasa, el primer Picasso, Mir, Nonell y otros. El modernismo es la España europea a la que pronto se contrapone, la España negra (p. 63), el título de aquel famoso librito que editaron al alimón Emile Verhaeren (texto) y Darío de Regoyos (ilustraciones) y que, en la edición que tengo, cuenta con un divertido prólogo de Pío Baroja, gran amigo de Regoyos. Regoyos, muy influido por el impresionismo francés, tenía muchos amigos literatos. Unamuno, por ejemplo, lo alababa sin mesura y lo contraponía a Picasso, de quien tenía pobrísima opinión, lo cual prueba que tampoco él era extraordinario en el juicio estético. "La España negra", realidad y concepto que Bozal explora atinadamente mezclando pintura y generación del 98, tiene abundante representación: Zuloaga, Sorolla (aunque parezca contradictorio con su amor por la luz mediterránea), Iturrino, algo de Castelao y, por supuesto, el príncipe mismo de las tinieblas hispánicas, Gutiérrez Solana, repartido entre la miseria del campo, los prostíbulos urbanos y la vida de la élite diletante.

Un capítulo dedicado a Picasso no solamente hace justicia al pintor malagueño sino que incluye una afirmación con la que me identifico: el cubismo no es un "ismo" sino que es la condición de todos los "ismos", tendencias o estilos del siglo XX (p. 107). Eso es Picasso. Sigue un primer capítulo sobre Joan Miró (habrá otro en la segunda parte para los dos, Miró y Picasso) por el que Bozal siente especial predilección y al que explica de modo admirable.

El resto del primer volumen es una tercera parte llamada Renovación y vanguardia que, como era canónico entonces, comienza con el aprendizaje de los artistas en París, singularmente Juan Gris y María Blanchard, pero también Josep de Togores (a quien Bozal atribuye la introducción de la "nueva objetividad", Die neue Sachlichkeit, (p. 156)), Luis Fernández y el escultor Pablo Gargallo. El "arte nuevo" de la República (Barradas, Aurelio Arteta, Victorio Macho) se caracteriza por el eclecticismo y la diversidad (p. 174). Cierto,  lo más importante de la República sería el impacto del surrealismo y este aparece personalizado en la figura de Dalí, al que el autor dedica escasísima atención a mi juicio, medio capítulo junto de Federico García Lorca y un breve epígrafe al tratar de la guerra civil, específicamente dedicado a su cuadro Premonición de la guerra civil (p. 247), sin mencionarlo apenas en el segundo volumen. Una carencia injusta que contrasta con la omnipresencia y ubicuidad de Pablo Picasso a lo largo de todo el relato.

La República trajo realismo, compromiso, política y un incipiente -y luego desbaratado- surrealismo, presente en la llamada Escuela de Vallecas, con Alberto Sánchez, Benjamín Palencia y Maruja Mallo o con casos especiales como el del muy interesante pero malogrado Alfonso Ponce de León (p. 216). Luego, la catástrofe de la guerra que fue en el arte un campo de experimentación y transformación. El debate que se abre sobre "arte de masas y arte popular" (p. 130), ya lo dice todo y en el pabellón de España de la Exposición Internacional de París en 1937, construido por Josep Lluís Sert y Luis Lacasa se dio cita lo más representativo del arte español entonces, singularmente Picasso (que exhibió allí el Gernika), Joan Miró, Julio González (p. 237), así como Regoyos, Solana, Ferrer, Gaya, Zubiaurre, etc. Por cierto, sería la última vez que España se codeara de igual a igual en el escenario internacional del arte en una exposición que la Alemania nazi y la Rusia Soviética -que tenían sus respectivos pabellones frente a frente- vieron como un momento típicamente propagandístico. El pabellón nazi, obra de Albert Speer, coronado por el águila imperial y la esvástica, quería presentarse como un baluarte contra el comunismo y exhibía un famoso grupo escultórico de exaltación racista, Camaradería, de Joseph Thorak, mientras que el pabellón comunista lucía el no menos famoso de exaltación clasista de la campesina y el koljosiano, de Vera Mukhina, símbolo perfecto del "realismo socialista" de Stalin.

Este primer volumen se cierra con sendas interesantes consideraciones acerca de la cartelística de la guerra, muy abundante en el campo republicano, Renau, Bardasano y otros (p. 250) y sobre la actividad artística en la España rebelde, los franquistas.

El segundo volumen, todavía más minucioso que el primero, se divide en seis partes cuyo enunciado es muy ilustrativo tanto del proceder del autor como de sus inclinaciones ideológicas que, por supuesto, están presentes, aunque Bozal las refrena con prudencia y tacto: Postguerra y exilio, Picasso y Miró tras la guerra, el fin de la postguerra, la época del desarrollo, 1880 y sin canon y Coda: Work in Progress. Imposible dar cuenta del completísimo inventario de las artes plásticas que se realiza en este texto. Solo son posibles algunas referencias salteadas. El panorama de teoría del arte de la postguerra , la llamada "retórica hueca de lo sublime" y el intento de "renovación desde dentro", bajo el magisterio de Eugenio d'Ors (p. 43) y las obras muy diferentes de Benjamín Palencia, Ortega Muñoz y Pancho Cossío, uno de los escasos pintores falangistas de cierta categoría.

Trata el autor el arte del exilio, de la España peregrina que, en su gran mayoría, continuó haciendo lo que venía haciendo antes de su marcha (p. 57). Ramón Gaya, Luis Fernández, Francisco Bores, Alberto Sánchez, José María Ucelay, etc. Varios de estos volvieron al país; otros, no. Especial atención dedica Bozal al "exilio interior", un fenómeno interesante en sí mismo por su curiosa dimensión humana (artistas obligados a vivir una existencia creativa desdoblada) y que nunca se analizará lo suficiente. Ángel Ferrant y el muy discreto Joan Miró. Este exilio interior es el que fomenta la creación de grupos, como si los artistas quisieran adquirir más fuerza agrupándose de la que tenían como individuos: grupo Pórtico, Dau al Set, el mencionado Altamira, que no llegó a cuajar porque su carácter netamente fascista echó para atrás a varios posibles participantes (p. 97).

La orientación ideológica del autor asoma en los capítulos IV y V, dedicados a Picasso y Miró, con interesantes noticias sobre las relaciones entre el malagueño y el realismo socialista del partido comunista al que se había afiliado (p. 108). Por cierto, magistral el juicio sobre el último autorretrato de Picasso ( p. 113). Ese autorretrato es una pesadilla. La ideología vuelve a asomar al referirse a los tres grandes anteriores al informalismo, los escultores Chillida y Jorge de Oteiza (con algunas referencias a Agustín Ibarrola) y el gran pintor del muro, Antoni Tàpies (p. 143).

Le explosión de los años de crisis, previos a la complacencia del desarrollo, la "pintura gestual" y la llamada "poética del informalismo" es aquella en la que Bozal se siente obviamente más a gusto probablemente por su carácter comprometido, radical, innovador, no convencional y volcado hacia el tratamiento de lo contemporáneo: Guinovart, Ràfols Casamada, Canogar, Chirino, Manolo Millares y Antonio Saura (p. 196). El juicio sobre este, que le permite una nueva definición de lo moderno, adquiere dramatismo y profundidad en su análisis del perro semihundido del pintor aragonés goyesco a su modo: "Saura ha pintado que Goya es el perro y que el perro somos nosotros" (p. 202). Me atrevería a decir que las mejores páginas de este libro son las que van desde el tratamiento de Tàpies a las de Saura a las que añadiría las que dedica a otro genio de casi insondable profundidad, Antonio López (p.248).

A partir de la época del desarrollo, la pintura y la escultura españolas, todavía con las memorias del pasado, se abren a las influencias exteriores, dejan de alimentarse a sí mismas en la tragedia española y se adaptan a las corrientes y modas. Y lo hacen de modo sobresaliente. Bozal muestra, a mi entender, cierta frialdad en el juicio que engloba bajo un epígrafe "genérico" que llama la ironía. Sin duda hay de esta en el Equipo Crónica y otros equipos y algunos sobresaltos al estilo ZAJ que, aparentemente, no concitan el pleno entusiasmo del autor. Sí lo hacen, sin embargo, Juan Genovés y Rafael Canogar, que innovan formalmente, por cierto, pero en un mundo conceptual más tradicional o respetuoso con las tradiciones de la protesta y la movilización (p. 235). Incluido en este capítulo aparece Eduardo Arroyo, a quien el autor trata con el debido respeto pero sin especial entusiasmo. Palinuro, en cambio, lo tiene por uno de los artistas españoles contemporáneos más fascinantes quizá en medida pareja al juicio que le merece algún novísimo como Pérez Villalta (p. 305) y, ciertamente, el inmenso Luis Gordillo (p. 311).

Son ya las últimas páginas de este libro, que se lee casi como una novela, aquellas en las que la cercanía del fenómeno impide toda perspectiva y en donde el juicio carece de referencias o bien corre el peligro de emplear las equivocadas. Bozal traza un elenco de los artistas vivos actualmente, hablando, claro es, de "diversidad" porque no es posible hacerlo de otro modo. Trata de hacer justicia a todos, incluida la que juzgo sea su hija, Amaya Bozal (p. 389), en un trabajo que tiene el valor orientativo que siempre adornan estos juicios emitidos por expertos incuestionables.

diumenge, 2 de febrer del 2014

El sobresueldos manda callar.

Le ha salido del fondo del alma. Ya no solo quiere que su gente no hable, que se calle. Ahora también quiere que se calle la oposición. Dentro de poco, en su delirio por ocultar sus fechorías, querrá que se calle el rumor de las olas.

Rajoy ha cerrado el cónclave de lo que algún juez tiene como una presunta asociación de delincuentes leyendo, como siempre, un discurso que es incapaz de pronunciar sin papeles porque no solamente no sabe hablar inglés sino tampoco castellano. Y lo ha hecho mandando callar a Rubalcaba en ese tono despectivo, faltón, tan propio de los señoritos fascistas y los mangantes a los que se dirigía. Un personaje que no sabe hablar en público sin leer ni caer en el ridículo mandando callar otro.Tiene chiste.

Claro que Rubalcaba, el PSOE en su conjunto, quizá toda la oposición, tengan merecida esta impertinencia por su excesiva buena fe. ¿A quién se le ocurre tomarse en serio, como si fuera un partido político, una asociación de presuntos delincuentes, encabezada por un embustero compulsivo que lleva veinte años cobrando sobresueldos y lo que se tercie junto con sus amigotes más fieles? ¿A quién se le ocurre escuchar a un individuo cuya única preocupación es evitar que los tribunales esclarezcan la historia de expolio, latrocinio, corrupción y sirvengozonería de la que lleva supuestamente veinte años lucrándose? ¿Por qué dan oídos a las mentiras, los embustes, la sistemática ocultación de la realidad de este sospechoso de corrupción, amigo y amparador de corruptos? ¿Qué tiene esto que ver con la política? España no está hoy gobernada por políticos más o menos de derechas o de centro sino por una asociación de presuntos malhechores que tiene a sus órdenes todos los aparatos ideológicos y represivos del Estado.

Todo menos la razón y la verdad.

Sostiene el sobresueldos que los españoles nos hemos rescatado solos, más o menos como el Barón de Münchhausen, supongo. Y esta no es sino una de sus llamativas mentiras. El resto viene siempre en cascada como un rosario porque cree que los españoles (no su auditorio, claro, tan corrupto como su jefe) son imbéciles y cabe engañarlos agitando el espantajo de un futuro anuncio de una futura -e inconcreta- bajada de impuestos, mientras el BOE trae una real y concreta subida del 18% del precio del coste fijo de la luz.

Del paro de seis millones de personas, de la bajada de las pensiones, de la precariedad, de la ley mordaza, la ley contra las mujeres, la ley contra la educación pública, la ruina del país, la falta de crédito, no se habla. Y, si se habla, es para decir con todo el morro lo contrario de lo que se está haciendo a la vista de todo el mundo: Hemos logrado preservar los grandes servicios públicos como la educación y la sanidad, que siguen siendo y seguirán siendo universales, públicos y gratuitos. Pura táctica chapapote.

En el PP están a bofetada limpia; España se deshace territorialmente; el paro sigue aumentando; la industria en la ruina; la gente tiene que emigrar o buscarse la vida en los contenedores de basura; las clases medias están desapareciendo. Todo resultado de haber entregado la gobernación de un país a una asociación de presuntos delincuentes, solo especialistas en el trinque, en llevárselo crudo, esquilmar las arcas públicas y robar a la gente. Lo imperdonble es seguir equivocándose con ellos, cuando ya los jueces están poniéndolos en su sitio.

No insulta quien quiere, sino quien puede. Rubalcaba debiera responder por alusiones si no quiere pasar por un conejo y hacerlo como se debe en estas circunstancias: "Usted no tiene nada que decir en política, señor sobresueldos. Antes dé cuentas de sus fechorías ante los tribunales. Luego, ya veremos."

El señor chapapote.

La convención del PP tuvo ayer dos momentos significativos a cargo del presidente del gobierno que son un ejemplo práctico de la táctica del chapapote. Consiste esta en no hablar de nada, hacer la vista gorda ante los problemas, desviar la atención hacia asuntos irrelevantes, ignorar las cuestiones vitales, dejar sin respuesta las preguntas. Todo mientras el chapapote -materia en la que Rajoy es experto- se extiende, lo invade y destruye todo. Como lo hacen la corrupción, las protestas por el aborto, la crisis nacional española, la unidad de la derecha, el paro, el empobrecimiento general de la población. 

El primer momento fue un almuerzo del presidente con la cúpula de su partido, especialmente los "barones". En él consiguió que no se hablara de nada, lo cual es maravilloso si se recuerda la afición de los españoles a ventilar en sobremesas los más diversos asuntos, en especial si les van en ellos las habichuelas. Y que les van está claro. Se comprueba leyendo la serie de José María Izquierdo en El País El caso "Gürtel", que sí es el caso PP porque en él, al parecer, están todos involucrados, incluido Rajoy, en el cobro de sobresueldos y otras cantidades de oscuro origen. Palinuro, por cierto, celebra que, según se dice en el mentado trabajo de Izquierdo, un juez reconozca que se halla ante unos individuos organizados para delinquir. Ante una banda de delincuentes. Eso es exactamente lo que Palinuro lleva diciendo meses: una asociación de presuntos malhechores disfrazada de partido político.

El segundo momento fue el anuncio de futuras bajadas escalonadas de impuestos a partir de 2015. Un recurso de una demagogia pueril pues no se anuncia una bajada de impuestos sino que se anuncia un anuncio de bajada de impuestos. Justo el mismo día en que el Boletín Oficial del Estado trae una subida del 18% en la parte fija del recibo de la luz. Es típico chapapote de la casa: se dice una cosa y, al tiempo, se hace la contraria, en silencio, a las escondidas, de tapadillo y sin debate. Es el chapapote de la indiferencia ante la opinión pública, a la que no se tiene en cuenta para nada. Los dos últimos años están cuajados de ejemplos de Rajoy haciendo desplantes a la prensa, negándose a contestar las preguntas, yéndose por las nubes, rechazando todo tipo de explicaciones y no considerándose obligado a rendición alguna de cuentas. Puro chapapote de silencio que todo lo invade.

Y al que todos recurren. Preguntada la vicepresidenta del gobierno si este ha presionado para defenestrar a Pedro J. de El Mundo, como él mismo sostiene, asegura que el gobierno no ha intervenido en absoluto en ese cese cuando de todos es sabido -las cifras cantan- que ha cortado el grifo de la publicidad institucional a El Mundo, al punto forzar la salida de su molesto director. Más chapapote.  De nuevo se hace una cosa y se dice la contraria con absoluto desparpajo.

También conocido en las redes como el señor de los hilillos y Mr. sobresueldos, Rajoy es en realidad el señor chapapote, que todo lo aniquila, lo corrompe, lo encenaga. Las poderes del Estado están sometidos al ejecutivo, que legisla por decreto e impone la justicia del Príncipe. Las instituciones, el Consejo General del Poder Judicial, la Defensora del Pueblo, los medios públicos de comunicación, son parte del chapapote presidencial.

¿Cuál es el motivo de la Convención? Las próximas elecciones son las europeas, pero en la reunión no se ha hablado de la Unión europea, ni del aborto, ni de la unidad de España, ni de la del partido, ni de la corrupción. El chapapote todo lo tapa.

¿Tiene algo de extraña la bajísima valoración ciudadana de los políticos, especialmente los gobernantes? Es la opinión frente al chapapote y su marea de mentiras. Hasta el gobierno tiene su marea: la marea negra del chapapote.
(La imagen es una captura de un vídeo de Público).

dissabte, 1 de febrer del 2014

El aborto será vuestra tumba.

La asociación de presuntos mangantes, cobradores de sobresueldos, mamandurrios, carromeros, enchufados,  chupacirios y franquistas sigue con su cónclave vallisoletano, soltándose trolas unos a otros, como si alguien más en el país estuviera escuchando o tuviera el menor interés en saber con qué nuevas mentiras pretende el  sobresueldos volver a engañar a la ciudadanía. Dicen que promete bajadas "escalonadas" de impuestos a partir de 2015. Lo de "escalonadas" es terminología técnica, por si cuela el aplazado embuste. Montoro, ya identificado con su figura de Nosferatu el chupasangres, promete congelar el IVA. ¿Tienen alguna duda? Lo congelará después de subirlo de nuevo y tras haberlo bajado para sus amigos. Creen estos pillastres, todos chupones de los presupuestos públicos, todos en política para forrarse, que los demás españoles son tan mangantes como ellos y por eso hacen promesas típicas de trileros.

Pero su crédito es nulo. ¿Quién, háganme el favor, quién cree en España en la palabra de Rajoy, de Soraya Sáez, de Cospedal? Ni sus mascotas. Han abusado tanto de la mentira sistemática como forma de gobierno que nadie les presta no ya crédito sino atención. La atención al día de hoy se la lleva el plante masivo de la población frente a esa ley contra las mujeres que el monago Gallardón ha expectorado de consuno con clero más reaccionario. Miles y miles y miles de personas en España y fuera de España hemos dicho hoy a este hipócrita que retire ese propósito inmoral, fascista, feminófobo. Y de eso es de lo que se habla, de lo que se informa, porque mientras la asociación de presuntos chorizos sigue empeñada en prometer dineros, vacas gordas, brotes verdes, sobornos, la gente hemos salido a la calle en nombre de la dignidad, para que cuatro malnacidos sectarios, con o sin sotana, no impongan a la inmensa mayoría de la población sus "convicciones". Y pongo "convicciones" entre comillas porque, tratándose de las de estos trileros, son tan falsas como el dinero del monopoly. Prohíben comportamientos que ellos tienen; impiden abortos que ellos practican; igual que condenan la pederastia a la que se entregan a cientos.

Y, en efecto, aparte de que, en nuestro caso, las convicciones son genuinas y no falsas, como las de ellos, somos mayoría. Somos mayoría incluso entre sus propios votantes, como se ve en la portada de El Periódico de Cataluña. Ni quienes votan a esta derecha fascista quieren que esta derecha fascista les arrebate sus derechos.

Si mantenemos fuerte la protesta, Madrid y el aborto serán la tumba de estos franquistas. Lo decía Llach:

Si jo l'estiro fort per aquí
i tu l'estires fort per allà,
segur que tomba, tomba, tomba,
i ens podrem alliberar.

El PP o nada


Debe reconocerse a María Dolores Cospedal un don para la frase populista, radical, extrema, demagógica. De ella es la célebre el PP es el partido de los trabajadores o la más suave pero igualmente falsa, el PP es el partido más transparente de España. Son afirmaciones rotundas, tajantes, como mazazos que buscan exactamente eso, el efecto de un mazazo,  aturdir, apabullar, oscurecer el raciocinio del auditorio para que no repare en el disparate que acaba de oír. Y a fe que tiene éxito y arranca fervorosos aplausos. Solo se lía cuando el concepto se hace algo más complejo, como demostró al explicar qué era un finiquito simulado en diferido. Para estos razonamientos, de orden superior a una simple consigna de cuartel, suele ser más apropiada Esperanza Aguirre, capaz de adentrarse en la filosofía de la historia asegurando que es el cristianismo (quiere decir el catolicismo) el que ha traído la libertad al mundo o en la filosofía política más enrevesada afirmando que la superioridad moral de la izquierda es una falacia. Ahí se notan algunas lecturas.

No en Cospedal, quien prefiere evitar rodeos y galimatías e ir directa al cuerpo a cuerpo: Es el PP o nada. Su economía léxica delata su poderosa pegada. Podía haber dicho "el PP o la nada", pero eso hubiera dado pie a algún despistado a reflexionar sobre la nada como concepto filósofico y algún otro, más socarrón, equipararía el PP a la nada. Es el riesgo de estas disyuntivas tan brutales.

El dos de agosto de 1975, el Hermano Lobo, un semanario de humor "dentro de lo que cabe" (pues aún no había muerto el Invicto) publicaba este famoso chiste de Chumy Chúmez. Cambien la fecha. El chiste tiene plena vigencia. El PP o el caos primigenio, que también es el PP.

La convención vallisoletana del PP ha comenzado al mejor estilo Rajoy, esto es, con un claro programa de lo que se puede y no se puede decir, incumplido desde el inicio mismo del evento. El propósito de La Moncloa es que se hable de los logros del gobierno en economía y las perspectivas de futuro y de nada más. Es lógico. El presente es un desastre, los logros del gobierno no existen y por tanto solo se pretende hablar de lo que será pero aún no es. El resto quiere ser silencio. Pero es un silencio a gritos.

El primer grito, la unidad. No pasa nada. El PP es una balsa de aceite. Mayor Oreja, disciplinado militante, está en expectativa de destino y Aznar no ha podido asistir pero manda saludos. Una típica metedura de pata de moza bisoña y algo aldeana. Si Aznar hubiera querido mandar saludos podría haberlo hecho por una videoconferencia, o con un correo electrónico, incluso con un tuit: "Ánimo, chicos. Suerte. Viva España", por ejemplo. Máxime teniendo en cuenta que es el presidente de honor del partido, según ha recordado, también con escaso tacto, Núñez Feijóo. Para no querer darse por enterados de los nubarrones en el cielo unitario están haciéndolo de cine.

El estilo Cospedal marca la pauta: "El PP somos todos", "unidad", "el PP o nada". Es la derecha eterna, que habla a través de esta enérgica señora y sin saberlo ella, con la voz del carlistón donostiarra Vicente Manterola cuando clamaba Don Carlos o el petróleo. No están preocupados por la indisoluble unidad del partido ni perciben amenaza alguna, pero han sacado de paseo la mojama ideológica de su fundador sacrosanto. Carlos Argos, curioso apellido, carnet número dos del PP, mano derecha del exministro franquista, echó a rodar una leyenda, fabricando una especie de testamento político de Fraga: Carlos, di a Rajoy que preserve la unidad del partido y la de España. Es también una carga de profundidad contra Aznar quien no ha sido desleal al partido que preside honoríficamente, sino a la memoria de quien lo designó presidente efectivo en su día. Esta memoria descansa hoy sobre el caudillo vivo que, como se ve, fue ungido directamente por el venerando patrón y no por el pérfido sucesor. La iconografía mesiánica es Fraga-Rajoy. Aznar ha desaparecido de la foto. A su vez, esos peces chicos de Vox tampoco ameritan que se les dedique atención alguna. Pero, como le sucede siempre a Rajoy con estas técnicas, han estado más presentes en ausencia que si se hubieran inscrito para participar en el cónclave. Nadie los ha mentado por su nombre que se ha barcenizado, se ha convertido en un silencio y han estado presentes, con la opresiva presencia de la ausencia forzada.

El resto de los silencios, las no-cuestiones o vacíos del orden del día están aún en proceso. De la corrupción nadie quiere oír hablar. Pero ya han hablado. Si siguen o no, depende de imponderables. Alguien, versado en técnicas de comunicación, puede recomendar romper el tabú de la corrupción, montar una escena de crítica, autocrítica y grandiosos propósitos de enmienda a cambio de no tocar el otro tabú, el importante, el aborto.

Pero ¿está en su mano evitarlo? Ayer los antidisturbios mantuvieron a gran distancia del lugar en donde el PP celebra la convención a unos 1.500 manifestantes del tren de la libertad que llegará hoy a Madrid. Por cierto, hay una convocatoria para que vayamos todos a recibirlo para acompañar a los ocupantes al Congreso. En ese tren vienen también muchos extranjeros. No es razonable suponer que los participantes de la convención ignoren lo que está pasando en la calle en ese mismo momento y que, por cierto, es una movilización multitudinaria, muestra de energía, espíritu democrático, amor a libertad, que eclipsa el cónclave de esa presunta asociación de mangantes contando trolas que ya nadie escucha. La inevitable cuestión del aborto que, además, divide claramente al PP, puede actuar como cortina de humo para el tercer tabú, el de la unidad nacional española, motivo principal de las tensiones con los refractarios y hasta con la FAES que ha tenido la desfachatez de dictar normas al gobierno sobre cómo proceder con la cuestión catalana.

Por supuesto, el tema más paladinamente ausente es Europa. A esta asociación de cobradores de sobresueldos, comisiones, mordidas, diferidos, finiquitos, complementos, dietas, prebendas, contratas, adjudicaciones y llano trinque; a este grupo de presuntos (empezando por su presidente), sospechosos, imputados, acusados, procesados y algunos ya condenados, la Unión Europea le importa un pimiento.

El empeño en no hablar de los problemas, la creencia según la cual lo que no se nombra no existe, la fe en las virtudes curativas del paso del tiempo no son los procedimientos más adecuados para llenar de contenido una convención. Por eso, lo mejor es acudir a la acreditada capacidad cospedaliana de zanjar las controversias con el tajo alejandrino de una consigna cuartelaria: El PP o nada, expresión que tiene muy distinto valor según se sea o no militante del partido. Si no se es, la expresión es una amenaza; si se es, una advertencia. Una advertencia al par de miles de militantes, asesores, cargos públicos, enchufados, ediles, ministros, mamandurrios y corruptos en nómina: los sobresueldos dependen de la unidad.