dimecres, 24 de setembre del 2014

El sabor de la derrota.


La dimisión del ministro de justicia por el aborto tiene su parte de anécdota y su parte de categoría. La anécdota es que la dimisión es una y trina, como corresponde a la profunda religiosidad de Ruiz-Gallardón. Dimite de ministro, de diputado y de cargo del PP; ignoro si del mismo PP. Se va a su casa y abandona la política; es de esperar que no como la abandonó su enemiga Aguirre cuando dimitió a su vez hace un par de años. En absoluto, dicen los suyos, Alberto se va para siempre, muy dolido.


Y muy despechado. Un carácter tan altanero, tan soberbio como el suyo, convencido de llevar treinta años siendo infravalorado cuando está llamado a mucho más altos destinos que la política local, jamás podrá perdonar el trato recibido. Se siente utilizado y luego abandonado a los pies de las leonas feministas. Frustrado en su esperanza de reintegrar la política española al seno de la Iglesia, siguiendo al pie de la letra los deseos de la jerarquía nacionalcatólica a las órdenes del hoy jubilado forzoso Rouco Varela. Además de aparecer ante este como un débil, un inútil para la causa de la reevangelización de España, proyecto dorado del cardenal.

Ha dimitido en un acto de rebeldía, en nombre de unos principios que no pueden sacrificarse a meros intereses electorales. Y, por cierto, ha dejado muy mal a sus compañeros del gobierno todos los cuales dieron su aprobación entusiasta al anteproyecto de ley que les presentó el ministro en contra del derecho a decidir de las mujeres; por supuesto con otro nombre. En esto de pretender un objetivo pero llamarlo de otro modo es maestro Ruiz Gallardón, que lleva su desparpajo al extremo de defender su agresión a esos derechos con terminología progre, hablando de la emancipación de las mujeres y de la protección de los más débiles.

Es poca la base moral del ya exministro para invocar los principios ante los chaqueteros del gobierno. Él mismo venía precedido de una aureola de tertuliano de derecha liberal, cultivada en los medios de PRISA, en donde pasaba por ser un hombre de centro que llegó a repartir como alcalde la píldora del día después. Aureola que se desvaneció para dar paso a la dura realidad de uno de los gobernantes más reaccionarios, arbitrarios, clasistas y misóginos de la historia de España, incluida la parte de Franco, durante la cual su suegro fue ministro. Alguien que disimula sus principios y los impone cuando puede por la fuerza no está en situación de acusar a los demás de relativismo u oportunismo.

En cuanto a la categoría, la retirada del proyecto de ley contra el aborto ha sido un triunfo de la sociedad civil española e internacional, que también se ha implicado. Sobre todo, un triunfo de la lucha del feminismo contra la agresión desde el poder. Los partidos han tenido actitudes distintas: el PSOE e IU han sido activos en su oposición al plan del ministro. El PSOE, además, esgrimiendo ufano que la ley que pretendía derogarse con la nueva, la ley de plazos, una de las más avanzadas del mundo, es suya. Los de Podemos han aprovechado para patinar, sosteniendo hace escasas fechas que el aborto no es una prioridad porque no genera potencial político, o algo así. Estos jóvenes caen simpáticos y tienen ideas, aunque a veces, desvarían.

La retirada del proyecto es la confesión del fracaso de un plan deliberado, el de volver atrás, volver a someter a las mujeres. Si se ha hecho por motivos electorales o no es irrelevante. Se ha hecho. Y es un triunfo de todos. Es un error presentarlo como un triunfo de las mujeres. Demuestra que las raíces patriarcales son más profundas de lo que se admite. No es un triunfo de las mujeres; es un triunfo de todos. Incluso de quienes están en contra. Hasta de aquella decena de diputadas del PP, puestas de pie y aplaudiendo a un ministro que acababa de anunciar su intención de reducirlas a la condición de menores de edad de hecho. Hasta de ellas es un triunfo. El feminismo no es un atributo de género. Solo siendo feministas atienden los hombres a sus intereses.

La retirada del proyecto de ley contra el aborto es otro trozo del viejo mundo que cae. Las mujeres recuperan su amenazado derecho a decidir, aunque ahora pretenden recortárselo por otro lado. El meollo de la cuestión es siempre el mismo: el derecho a decidir. A que otros no decidan por ti; que no decidan en contra de ti y encima quieran convencerte de que es por tu bien. 

dimarts, 23 de setembre del 2014

Llegan los federales.


No es el séptimo de caballería, pero se da un aire. Aquel aparecía en el momento en que los colonos y sus familias, refugiados en el fuerte asediado por los indios, iban a ser masacrados. Sonaba el clarín, se iniciaba la carga y los atacantes huían despavoridos. Actualmente son los federales quienes se hacen cargo de la lucha contra el crimen allí donde las autoridades del Estado están desbordadas. ¿Tan mal está la situación?


La crisis ha golpeado duramente la economía y la cohesión social. Los indicadores de desigualdad y pobreza se han disparado. Ha aparecido una movilización social, cristalizada en ejemplos como Democracia Real, el 15-M y, últimamente, Podemos, que pretende replantear de modo radical la gestión económica y social de este desastre. El radicalismo siempre asusta, pero la clase dominante, el capital, la Iglesia, cree saber que, inserta como está en Europa, España no determina su política económica y, por lo tanto, serán los dioses de los mercados quienes marquen los límites a estos jóvenes ilusos. En el terreno exterior España no es soberana, lo cual tranquiliza mucho a los conservadores, que van por ahí, sin embargo, presumiendo de soberanía, liderazgo europeo y de ser una "gran nación".

La soberanía, esa que la Contitución atribuye al pueblo, se ejerce hacia el interior. Y no todo porque se excluyen Portugal y Gibraltar, llaga permanente del nacionalismo español. En uso de esa parca soberanía se espera que España resuelva como pueda la endemoniada cuestión catalana. Esta pone en jaque la tal soberanía al prever la posibilidad de que una parte del territorio español se declare en rebeldía. Habría que ver si no se producirán amagos de intervención exterior que recibirán, claro es, otro nombre. España espera la solidaridad de los demás Estados europeos en su preservación de la integridad territorial y todo lo que recibe es un ejemplo absolutamente contrario a sus intereses en el caso de Inglaterra. Mala suerte y leyenda negra.

Junto a los aspectos económico-sociales de la crisis los de la organización territorial del Estado, amenazado, incluso, de una Declaración Unilateral de Independencia. De pronto, esta cuestión se sitúa en el proscenio. Llevaban años minimizándola, ignorándola, sin entenderla y ahora les ha estallado en el rostro. Y era un problema de Estado; de constitución del Estado. Todavía en 2012, Rajoy llamaba a la Diada algarabía, mostrando fina percepción y gran entendimiento. Así ahora todos hablan de reformar la Constitución. Ni el PP hace ascos a la idea, si bien ha de tratarse de una reforma tasada y escueta. Para los conservadores, la reforma federal propuesta por Pedro Sánchez en "El País", en realidad es una novación constitucional y a tanto no llegan ellos ni de broma. Pues sí, el federalismo requeriría una revisión profunda de la Constitución, total, como la llama el propio texto (art. 168). ¿Y qué otra cosa puede ser una "revisión total" sino otra Constitución? Por eso mismo se propone con frecuencia un proceso constituyente, sobre todo en la izquierda y en ciertos nacionalismos, aunque con otro alcance.

En realidad, el desconcierto es absoluto. Siempre que se tocan los cimientos de una casa hay riesgo de derrumbe, lo que más temen los habitantes del inmueble. A todo ello debe añadirse la persistencia de la corrupción que, a fuer de generalizada, no abandona los noticiarios, cuando no es porque el delincuente Fabra elude de momento la cárcel a la espera de un indulto del gobierno de su partido, es porque el caso Gürtel podría ser juzgado por una magistrada perfectamente recurrible. Este desprestigio de la honorabilidad de los gobernantes, corroe su escasa legitimidad a la hora de adoptar decisiones públicas.

El próximo capitulo en la confrontación política será el de las elecciones municipales y autonómicas. El resultado de las pasadas europeas hace pensar que las locales puedan tener uno explosivo. Se trata de saber si la tendencia al fin del bipartidismo allí apuntada, se mantiene y/o amplía ahora. Si se mantiene, el PSOE podría vivir horas aun más bajas, con ecos del PASOK y malos augurios para la candidatura de Sánchez a La Moncloa. Si se rompe por cuanto, por ejemplo, el voto en elecciones europeas guarda relación negativa con las internas, retornaremos a una situación de bipartidismo más o menos modificado, con Podemos ocupando el lugar de IU con más apoyos pero también un techo claro.

En medio de este temporal, surge la figura de Pedro Sánchez con evidente propósito y mandato de recuperar el músculo perdido del PSOE. Y lo hace en el estilo Podemos, esto es, multiplicando sus apariciones públicas, solo limitadas por carecer del don de la ubicuidad, como buen mortal, aunque le anda cerca. Raro es el día en que Sánchez no nos habla desde una radio, una televisión o un periódico. Casi parece dominado por una verborrea incontenible. Pero su línea de comunicación es consistente y muy clara: hablar mucho, muy seguido, en todas partes, pillar cámara y, en su defecto, micrófono, pero insistir siempre en dos ejes: la panacea federal y la equidistancia entre el radicalismo populista de Podemos y el conservador, pero también radicalismo, del PP. La opción centrista es el radiante y confuso grial que se divisa entre las glorias del triunfo. El PSOE quiere ser el "partido de izquierda que atrae al centro"; incluso, porqué no, el centro derecha. Así el PSOE se construye con tres tercios: un tercio de centro derecha, otro de centro centro y otro de centro izquierda. Aporías aparte, el centro.

La larga connivencia de los dos partidos dinásticos hace que haya menos distancia entre el PSOE y el PP que entre el PSOE y Podemos. Los dos primeros comparten el respeto por la Monarquía, grosso modo también la actitud frente a la Iglesia y en cierta medida el acuerdo con el consenso de Berlín. Frente a un Podemos que es ambiguo en relación con la Monarquía y la Iglesia, pero propugna la ruptura del consenso de Berlín o de Bruselas, que viene a ser lo mismo. Por eso el PSOE ataca menos al PP y hasta le ofrece "pactos de Estado", con ánimo de resaltar su voluntad cívica mientras que se enfrenta cerradamente a Podemos, con quien no quiere saber nada y al que tacha de populista.

Hasta ahora Sánchez no ha respondido al reto de Iglesias a debatir en la tele. Obviamente, está pensándoselo. Hace bien porque se juega mucho. Hay ante todo una cuestión de ceremonial, protocolo y jerarquía. Sánchez es alternativa de gobierno y debate con su igual, el presidente en el cargo. No lo hace con un recién llegado, aunque sea una revelación. Además, pensará Sánchez, un político de convicciones no debate con un populista por la misma razón por la que un caballero no justa con un villano.

Pero no aceptar un reto televisivo en la era mediática es siempre un error. Máxime cuando Rajoy no está dispuesto a debatir con Sánchez ni por todos los Bárcenas del mundo. Así que el socialista se queda en dique seco, mientras Iglesias luce su cabellera en Fort Apache. Y la presencia mediática es esencial en darse a conocer a los posibles votantes y ganarse su confianza. Es obvio que el PSOE tiene la sangría por la izquierda. La obsesión de Sánchez será radicalizar la palabra y moderar el hecho mientras que la de Podemos es la inversa: moderar la palabra y radicalizar el hecho.

Por eso chocan y por eso es interés del PSOE marcar claramente los límites. Le va en ello la hegemonía en la izquierda y su condición de partido de gobierno. Si no lo hace con sabiduría y buen tino, la carga será, sí, de caballería, pero de la caballería ligera y terminará como ella.

dilluns, 22 de setembre del 2014

Podemos: ojo a los consejos.


Circula por las redes un prontuario o argumentario confusamente relacionado con Podemos que ha ocasionado más de un soponcio. Confusamente porque aparece sin enlace a fuente alguna. Hay que rastrear en Google; y Google remite a Rebelión donde se han publicado los nueve puntos que velahí con la correspondiente explicación y otros tantos artículos justificando punto por punto. O sea, una aportación de unas buenas gentes en el proceso asambleario iniciado por Podemos en busca de algo así como una manifestación de la inteligencia colectiva. Una aportación entre miles, supongo, al debate. Pues santas y buenas.

Pero estos nueve puntos llaman la atención de Palinuro, piloto avezado en interrogar a la noche para descubrir sus mil secretos. Le llaman la atención por su contenido esencialmente retórico, esto es, orientado a sancionar formas de hablar, discursos preparados. Se recordará cómo, a propósito de la gran entrevista de Orencio Osuna a Iglesias, comentada en el post Podemos y el Golem. Apostillas a una entrevista a Pablo Iglesias, Palinuro insistía en que el discurso de Iglesias era pragmático, táctico, apropiándose de parte del marco conceptual de los partidos institucionales, delegados de la casta, con un ojo puesto en la muy celebrada teoría del encuadre. Ese enálogo parece orientado al mismo fin pero ya en el terreno práctico. Y aquí es donde Palinuro, que no pertenece a círculo alguno y, si acaso, sería al de Escipión o al de Bloomsbury, deja escritas dos o tres impresiones sobre el asunto. A vuelapluma.

Los nueve puntos suscitan reservas de diversa índole pero hay un interrogante que afecta a todos, el de la sinceridad. Se dice que se diga lo que se dice con independencia de lo que se piense ¿o también que se piense? Si es lo primero, el discurso es falso, aquejado de hipocresía jesuitica; si lo segundo, es totalitario. En ambos casos, típico proceder de la vieja política, un riesgo permanente. La nueva política no puede venir de la mano del viejo discurso legitimatorio. ¿O sí? Depende del grado de pragmatismo que se tenga. La ética y la eficacia, las dos éticas weberianas, conviven en la misma alma, territorio desgarrado por la duda entre el bien y el mal como lo estuvo Hércules entre el vicio y la virtud.

Repito; todos los "consejos", linda palabra, con mucha historia, tienen su intríngulis. El primero de todos, y es el primero y es muy significativo que lo sea, es (véase). Hasta su redacción es portentosa: "acabar"; extirpar, vamos, como un cáncer "todo tic anticlerical". ¡Tic! El problema esencial de España desde la Contrarreforma hasta ahorita mismo, esto es, la dominación parasitaria de la iglesia católica, el nacionalcatolicismo, se reduce a un "tic". Eso se llama minimalismo, sí señor. Fuera tics y a no decir ni pío sobre la iglesia en España ni sobre los 11.000.000 millones de € que se lleva la organización de bóbilis bóbilis, sin contar los demás privilegios, cononjías, exenciones y favores de que disfrutan los curas. No es prudente hablar de esto porque no da votos ya que la mayoría de los españoles se confiesa católica aunque escasamente prácticante. Criterio, pues: no incomodar al votante por nada de este mundo ni del otro.

Con este criterio, en realidad, sobra leer los otros ocho consejos que son puro oportunismo. Pero hacerlo tiene su miga. Los números 2) y 3) son poca cosa, meros recursos tácticos. El 4) ya pega más. El adjetivo "tajante" es muy fuerte, pero es el oportuno para acabar con el nudo gordiano del problema de la violencia. Violencia, cero. ¿Incluida la violencia en legítima defensa? Es de suponer que no, con lo que ya estamos otra vez en terreno peligroso. O quizá sí, quién sabe, y ello obligaría a preparar el martirologio.

El número 5 es muy gracioso. Nada de ceremonial retro de la izquierda que ya no emociona más que a los abuelos. Música de hoy. Que ensalce la democracia, la libertad, etc. O que no ensalce nada. L'art pour l'art. Cierto, cierto. No recuerdo quién decía que la música es siempre políticamente sospechosa. Así que fuera con la política que, en el fondo, es el mensaje que late en estos consejos, pero que no se formula porque resultaría ridículo: somos apolíticos. Hacemos como Franco, que no se metía en política. ¡Ah, la música, arte apolíneo y dionisiaco al mismo tiempo!

El presunto apoliticismo casa como el zapatito de cristal al pie de Cenicienta con el rollo de que Podemos no es un movimiento de izquierda. Aquí ya el lío es de campeonato. El consejo invoca un verbo fuerte y reforzado, "reafirmar". Solo puede reafirmarse lo que ya se ha afirmado. Así que viene de antes este no ser de izquierda. Como, al mismo tiempo, resulta que tampoco es de derecha, ya estamos en el típico enunciado falangista de "ni de derechas ni de izquierdas", que tiene muy mala fama. Se entiende que el mensaje es más bien el de no ser de izquierda a la vieja usanza y se generaliza para no ofender. Pero choca con el sentido común: nadie se define por lo que no es. Necesita explicar qué es.

A eso dedica Debate Constituyente (no pongo el link porque no lo da; solo una dirección de e-mail, que se encuentra en la página de Rebelión) los tres últimos puntos del enálogo, 7, 8 y 9, a decir más o menos lo que es y lo que es está muy relacionado con Cataluña, si bien se las ingenia para no mencionarla ni una vez. Sí, en cambio, España. En el 7) se nos informa de que el nombre de España es España y conviene dejarse de circunloquios nacionalistas, como "Estado español" y otras mandangas. Podemos es una organización fieramente española. El 8 es el consejo más liberal del grupo pues nos deja en libertad para llevar la bandera que queramos, aunque en su explicación se da por cierto que lo sensato, razonable, de izquierda no lunática, con vocación de mayoría, es echarse al hombro la rojigualda, como hacen los hinchas de "la Roja" y hasta los números de la guardía civil en las muñequeras.

Todo culmina en el punto 9, que es como la novena plaga de Egipto. A ver ¿quién decide en lo de Cataluña? Todos los españoles, hombre, y hasta los muertos si se nos apura que, por lo demás, ya votan a través de muchos vivos. Todos los españoles, catalanes incluidos, cómo no. Es verdad que el consejo 9, considerado en su desnudez no dice eso, pero eso es condición imprescindible para que se dé lo que propone: reforma constitucional con implicación de todas las partes interesadas. Correcto; lo firma cualquiera. Pero, entre tanto, ¿qué hacemos con la consulta del 9 de noviembre? Porque este es el momento del Hic Rodhus, hic salta, que recuerda Marx en alguna parte. El PP pone cara de póker y pregunta: ¿qué consulta? El PSOE se parte en dos: el partido en su conjunto no quiere saber nada de la consulta y la vertiente catalana del PSC ha votado a favor de ella. Jeckyll en España, Hyde en cataluña. ¿Y Podemos? A tenor de los consejos 7, 8 y 9 tampoco esta segura de qué decir. 

Pasa mucho con los consejos. Los consejeros los tienen claros. Los aconsejados, no tanto. Ya se verá lo que piensan estos al final.

diumenge, 21 de setembre del 2014

El reto de Podemos.


Twitter es parte decisiva del ágora pública digital. Una corrala tecnetrónica en donde las noticias se dan simultáneas a los hechos de que informan. Anoche saltó una: Pablo Iglesias retaba en directo en la 6ª a un debate cara a cara a Pedro Sánchez. Un terremoto. Los tuiteros se enzarzaron. Los socialistas estaban enconados; unos criticando que Podemos fuera la oposición de la oposición, lo cual favorece al gobierno; otros señalando que era el PSOE quien ya había retado a Podemos infructuosamente. Ignoro si Sánchez ha recogido el guante. Supongo que sí.

Iglesias es ante todo un animal mediático. Su capacidad para hacer política a través de los medios tiene al respetable maravillado. Si Guy Debord hubiera alcanzado a ver el auge de Podemos, se sentiría vindicado en su veredicto de la sociedad del espectáculo; y Baudrillard hubiera detectado de inmediato el simulacro. La política se hace valiéndose de los medios de comunicación. En ellos está la llave del poder. No el poder mismo. Con los medios se ganan las elecciones. En ese terreno es donde Pedro Sánchez ha salido también a la reconquista del electorado perdido. El nuevo secretario general del PSOE sigue de cerca a Iglesias, lo imita, al tiempo que lo distingue con sus críticas al populismo y, siguiendo su ejemplo, se multiplica en lo medios.

Casi suena a una historia para etólogos, con dos machos marcando territorio y luchando por la jefatura de la manada. O para politólogos, con dos líderes delimitando campos y compitiendo por la hegemonía sobre el electorado. El reto de Iglesias es el desafío a combate singular de los dos jefes por ver cuál señorea el campo mediático. Eso es lo que más irrita a los socialistas, el hecho de que, como buen táctico, el de Podemos escoja el momento y el lugar de la confrontación. De nada sirve recordarle que los socialistas lo había retado antes o que el deber de la oposición es oponerse al gobierno y no a la oposición. Son consideraciones irrelevantes para el cálculo pragmático que late en el reto.

No estando en el Parlamento, Iglesias tiene escasa base para invitar a un debate televisado a Rajoy que, por otro lado solo se pone delante de una cámara cuando no hay nadie más en kilómetros a la redonda. Ese reto corresponde a Sánchez a quien, aun siendo parlamentario, no se le había ocurrido. O no lo tiene por necesario pues, en principio, ya se mide con Rajoy los miércoles en el Congreso. Aunque esto no sea en nada comparable a un debate de televisión.

El reto llega el mismo día en que, entre noticias contradictorias, parece fijo que Podemos concurrirá solo a las elecciones municipales, dejando las alianzas para después de la votación. En realidad, la organización/movimiento ha fagocitado a IU, pero no le interesa la fusión porque, procediendo de la misma cultura comunista en sentido genérico, no quiere que se la confunda con ella. Esta actitud pretende reproducir el ejemplo de la Syriza griega que, viniendo de la izquierda marxista, no es el partido comunista. Al plantear el reto al PSOE, Podemos ya da por amortizada IU, se sitúa a la par con el PSOE y le riñe el territorio. Convierte de esta forma en acción política los resultados de los últimos sondeos que dan a Podemos como segunda fuerza política en Madrid.

Así se muestra la  iniciativa política pero también se abre cierta paradoja. Iglesias aparece ahora como  el defensor de la plaza mediática frente al forastero que quiere entrar en ella. Justo lo que era él hace un par de años. Los dos están bastante nivelados en edad, formación, actividad política. Pero uno defiende las murallas y el otro las asalta. Son Eteocles y Polinices en la lucha por Tebas y por la herencia maldita de Edipo: el poder. Hay mucho de personal en este enfrentamiento. Pero discurrirá por los cauces dialécticos. Iglesias querrá dejar probado que el aparato del PSOE es pura casta, si bien no así su militancia, mientras que Sánchez probará el peligroso populismo de su adversario quien, por ganarse el favor de las mayorías, arruinará el país. 

Ese reto apunta a un debate con un significado que va mucho más allá de la circunstancia actual. Es un debate en el territorio de la ya casi ancestral división de la izquierda entre, para entendernos, socialistas y comunistas; un debate histórico, interno a la izquierda. Una pelea que los comunistas han perdido siempre cuando la competición era a través de elecciones democráticas. La tradición comunista, queriéndose pura y considerando traidora a la socialista, es la eterna derrotada. De ahí que Podemos, procedente de esa tradición pero con voluntad de triunfo y de representar algo nuevo, evite toda asociación con el comunismo; pero su objetivo principal sigue siendo la socialdemocracia. Pues la miel de la victoria solo se degusta cuando el adversario prueba la hiel de la derrota.

La diferencia entre este enésimo enfrentamiento y los anteriores es que los retadores tienen una voluntad deliberada de dar la batalla en el discurso. En lugar de enfrentarse a la socialdemocracia -a la que previamente relegan al campo de la derecha- mediante el radicalismo de la palabra, ahora se hace mediante un discurso templado, neutro, moderado, relativista para no asustar a nadie, pero con promesa de reformas de calado. Una versión actualizada del reformismo radical a que se apuntó la izquierda alemana posterior a los años sesenta. Si al poder solo se llega por vía electoral, hay que ganar el apoyo de la mayoría, cosa que se hace diciendo a esta lo que esta quiere oír; y oír a través de la televisión. Por eso es imprescindible cuidar el lenguaje, convertirlo en un telelenguaje, que no asuste, ni crispe, que invite a confiar. Un ejemplo llamativo: los marxistas de Podemos no hablan nunca de revolución, sino de cambio. El término con el que ganó las elecciones el PSOE en 1982 y el PP en 2011. La moderación y buenas formas del lenguaje tienen réditos electorales, aunque preanuncien un apocamiento de las intenciones.

Esa división de la izquierda beneficia a la derecha. Pero es inevitable. Y, además de inevitable, de consecuencias muy variadas. El reto a Sánchez se inscribe en la estrategia de lucha por la hegemonía de esta jurisdicción ideológica y trata de provocar una situación en que el enfrentamiento sea entre la derecha y Podemos, para lo cual este encaja al PSOE en el PP con el torniquete de la casta. A su vez, el PSOE puede revestirse de la autoridad que parece dar la moderación frente a los extremismos fáciles de esgrimir: el populismo de los neocomunistas, el neoliberalismo e inmovilismo de los nacionalcatólicos. La amenaza de polarización puede venir bien al PSOE, beneficiario del voto asustado por los radicalismos, para resucitar el centro de la UCD. 

De esas incertidumbres está hecha la política.

(La imagen de Pablo Iglesias es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons, con expresa atribución de autoría. La de Pedro Sánchez es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons).

dissabte, 20 de setembre del 2014

Del referéndum al no-referéndum.


La democracia no se improvisa. La cultura política democrática no viene del cielo. La personalidad democrática no se aprende en una hora. El talante autoritario no se pierde en otra. El Reino Unido ha dado una lección de democracia al mundo, a Europa y muy especialmente a España, país en el que un conflicto del todo similar se afronta de modo radicalmente distinto. Al reconocimiento del otro, el respeto a sus derechos, el diálogo, la negociación, la libre elección y decisión de los ciudadanos, criterios aplicados en Gran Bretaña, se opone en España la falta de reconocimiento del otro, la de respeto de sus derechos, el rechazo del diálogo, la ausencia de negociación, la prohibición de que los ciudadanos elijan o decidan nada. El Reino Unido es una democracia consolidada, de solera, secular; su última dictadura, y civil, se dio hace más de trescientos cincuenta años. España es una democracia reciente, enteca, procedente de una tradición autoritaria; su última dictadura, y militar, fue hace menos de cuarenta años.

La democracia no reside en revestir de discursos liberales una práctica autoritaria, como hacen los políticos españoles, sino en tener una práctica de libertades y derechos con un discurso de muchos matices en intercambio civilizado. Eso se nota en el comportamiento de los políticos. A los españoles les sale el talante rígido y autoritario hasta respirando. Los extranjeros se comportan con naturalidad democrática, en ruedas de prensa abiertas a todo tipo de preguntas. Cameron por un lado y el ya dimisionario Salmond por el otro han aportado su opinión o criterio sobre el referéndum escocés al debate público en su país. Habría que incluir aquí a Mas y algún gracioso dirá que es en verdad un político extranjero. ¿Qué presidente de gobierno español desde la dictadura ha dado una rueda de prensa abierta y respondido las preguntas en cuatro lenguas, español, catalán, francés e inglés?

Frente a estos intercambios con preguntas libres, sin pactos previos, ni cupos, ni demás triquiñuelas, Rajoy ha vuelto a hacer un ridículo apoteósico largando al respetable un discurso leído en teleprompter a través de una pantalla de plasma. La performance del hombre tiene cierta comicidad en su gesticulación y en sus evidentes esfuerzos por leer el texto sin farfullar demasiado. La aparición plasmática del que prometía dar la cara cuando estaba en la oposición, remite a una iconografía de Gran Hermano. Pero no es una prueba de control férreo del poder sino del pánico cerval, del miedo escénico de Rajoy a hacer el ridículo enredándose en alguna de sus divertidas expresiones, "ya tal", "salvo alguna cosa". El temor a decir cualquier disparate cuando el asunto es sencillo. "Queridos españoles: en Escocia ha pasado esto y esto, que significa esto otro porque lo digo yo". Y se acabó. Quien no esté de acuerdo, que lo diga en Twitter.

Y ¿en qué consiste ese discurso que Rajoy quiere colocar a la concurrencia? En decir que está muy contento porque los escoceses han elegido y han decidido de la forma que a él le gusta, manteniendo la unidad del país. Ni menciona el hecho de que los escoceses puedan elegir y decidir pero los catalanes no. De eso se encargan los intelectuales del partido. Así, la vicepresidenta del gobierno, famosa por la densidad de su conceptos, dice que en Cataluña no corresponde hacer lo que en Escocia porque Escocia y Cataluña son casos distintos. Que sea precisamente la prohibición a los catalanes de votar la que los hace distintos tampoco le parece digno de mención; probablemente ni se le ocurre. La falta de sensibilidad democrática de los herederos ideológicos de la dictadura es algo normal. Pudiera parecer que sería mayor en quienes se opusieran a ella, pero no es así. Rodríguez Zapatero critica con dureza el referéndum escocés, asegurando que ha sido un salto en el vacío pues lo pertinente fuera llegar previamente a un pacto y someterlo luego a refrendo de la ciudadanía. Entre la negación de la libertad y la libertad hay siempre una tercera vía, consistente en administrarla, gestionarla para que, dándose, no haga saltar todo por los aires. 

Nada que ver con la forma de afrontar la cuestión en el Reino Unido. El nacionalismo español de derecha y de izquierda se encara con el catalán blandiendo la Ley y la Constitución como el que blande una maza y amenazando al independentismo con poner en marcha procedimientos represivos de todo tipo. Izquierda y derecha se diferencian en la solución que proponen, pero no en el diagnóstico que hacen: el independentismo no es legal y, por tanto, no se puede permitir. Y aquí se entra ya en la más feroz y aburrida de las casuísticas sobre qué se hace, qué no se hace, sobre qué bases. Todo por no recurrir a algo tan sencillo como lo de los británicos: votar. ¿Por qué ese empecinamiento en frustar la voluntad de la inmensa mayoría de la sociedad catalana, pretextando de mala fe unos límites legales que interpretados abiertamente no lo serían? Por puro miedo. Por miedo a que el resultado de una consulta en Cataluña fuera muy distinto al de Escocia. 

En realidad, los defensores de la unidad de la nación española no creen en ella. Si creyeran, no les importaría ponerla a prueba. Cameron ha hablado de que los escoceses han votado a favor de la unidad de su país de cuatro naciones. En España, el Tribunal Constitucional deja reducido el concepto de nación no española al ámbito cultural y folklórico y no se acepta el carácter plurinacional del Estado. 

Es decir, no se trata solamente de que el orden legal que se invoca esté muy dañado pues pivota sobre el pronunciamiento de una Tribunal Constitucional con evidente carencia de autoridad moral para decidir. Hay mucho más. Hay que, en el fondo, con el ejemplo de Escocia, el nacionalismo español y su Estado han perdido toda legitimidad para oponerse, prohibir una consulta mucho más inocua que la de Escocia y amenazar con reprimir y represaliar a quienes la pongan en marcha. 

Ayer, el Parlamento catalán aprobó la ley de la consulta. Mas firmará el decreto si no lo ha hecho ya y quedará oficialmente convocada la consulta para el nueve de noviembre próximo. Lo inmediato será la reunión de urgencia del gobierno para remitir la norma al Tribunal Constitucional. De este modo se habrán dado pasos decisivos en la práctica de lo que en teoría de juegos se conoce con el nombre de juego del gallina, en el que pierde el primero que se aparta en un curso de colisión.

Con el ánimo constructivo que lo caracteriza, Palinuro propone la siguiente solución transitoria al conflicto en los pasos siguientes: 1) el gobierno central propone a la Generalitat aplazar la consulta a cambio de reconocerla y negociar su celebración; 2) la Generalitat solicita poderes de negociación del Parlament y los obtiene; 3) ambas partes negocian el calendario de la consulta, para que haya tiempo para la campaña, y el contenido de la pregunta, en la línea de la Ley de claridad canadiense. 

Lo que venga después podrá afrontarse en un clima menos crispado, menos tenso, más abierto y dialogante, lo cual redundará en beneficio de todos. 

Pero no ha lugar. Tal cosa no sucederá porque, como ya ha explicado la vicepresidenta del gobierno, Escocia no es Cataluña, una aclaración tan profunda como la de su correligionaria Botella advirtiendo de que las peras no son  manzanas.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

divendres, 19 de setembre del 2014

Escocia sí/no.

El día fue largo y la noche, más. Empezar a dar resultados a las seis de la mañana revela crueldad mental. El momento es crucial para Europa y los sondeos apuntan a una relativa igualdad en la carrera, con lo que se mantiene una gran incertidumbre, alimentada, además por todo tipo de rumores y bulos en las redes sociales. Hace unas horas he visto un pantallazo de la CNN en que daba el 52 por ciento al "no" y el 58 por ciento al "sí". Es decir, el 110 por ciento. Es evidente que todo el mundo está muy nervioso. Pero no es cosa de quedarse de pie hasta las seis de la mañana.

Dado que Palinuro ya decía ayer que lo importante para España del referéndum escocés no es el resultado, sino el hecho mismo de que se haya celebrado, bastarán unas breves consideraciones en los dos casos, de que gane el "sí" o que gane el "no", para centrar luego la cuestión en Cataluña.Los sondeos a pie de urna otorgan una ventaja entre seis y ocho puntos al "no". Por tanto, es razonable pensar que salga el "no". De ser así, hay poco que decir. Las consecuencias directas se darán en la política interior del Reino Unido, pero no habrá repercusión exterior, salvo el carácter simbólico del referéndum en sí mismo para el resto de Europa.

Pero tampoco es tan disparatado un triunfo del "sí". El mapa de la derecha ilustra sobre la relativa intensidad de los tuits a lo largo del día, entre el "no", predominante en Inglaterra y el "sí", predominante en el resto del mundo. Especialmente en Escocia. Habrá quien emplee este ejemplo para defender la teoría de que Twitter permite predecir los resultados electorales. Muy probablemente entre los sectores más jòvenes de la población, que son quienes más emplean las redes sociales. Pero quizá el "no" predomine en los sectores con menor acceso a internet, siendo estos los que decidan el resultado final. En todo caso, un hipotético triunfo del "sí", plantea una serie de cuestiones acerca de cómo se gestionará la nueva situación. Desde la adaptación del viejo Reino Unido hasta el impacto que la secesión tenga en la UE. Al respecto se leen muchos disparates. Como que España vetaría el ingreso de una Escocia independiente en la Unión, como si España estuviera en situación de vetar nada. Tampoco es seguro que el problema que se planteara fuera el del ingreso de Escocia. También podría darse el de la salida del Reino Unido, cuya tendencia centrífuga aumentaría.

De todos modos, lo más probable es que gane el "no" por un margen considerable y una participación muy alta. Lo cual, como admite todo el mundo, zanjará la cuestión de la independencia escocesa para mucho tiempo.

A los efectos de Cataluña, que es la parada siguiente en este proceso de autodeterminación, sin duda, el "sí" funcionaría como un estimulante; pero el "no" impactará menos, porque el movimiento independentista está muy arraigado y tropieza con la negativa de las autoridades centrales, lo que plantea una situación mucho más conflictiva que en el Reino Unido. Hoy está previsto que el Parlamento catalán apruebe la norma de convocatoria de la consulta que el gobierno del Estado recurrirá de inmediato ante el Tribunal Constitucional. Los catalanistas parecen dividirse a partir de ese momento entre el soberanismo burgués de CiU, con su palabra empeñada en realizar la consulta pero dentro de la legalidad española y el más izquierdista de ERC que presiona en pro de la consulta recurriendo a la desobediencia si se considera necesario. Ayer decía Alfred Bosch en el Ritz que su intención era sacar las urnas a la calle el 9 de noviembre próximo y que estaban a la espera de ver qué disparate pueda ocurrírsele a Rajoy para impedirlo. Actitud prudente porque algo se le ocurrirá y seguramente será un disparate que solo enconará los ánimos. El más obvio de todos, recurrir al artículo 155 de la Constitución y suspender la autonomía de Cataluña.

En realidad, todas las medidas represivas que se tomen, allí en donde lo único sensato que cabe hacer es permitir el voto, serán disparates. Los escoceses pueden votar, ¿por qué no los catalanes? Recuérdese que, según Rajoy, ningún Estado democrático somete a referéndum su integridad territorial. A lo mejor, habiéndose ya enterado de que eso es exactamente lo que está haciendo uno de los más viejos Estados democráticos del mundo, considera la posibilidad de devolver a los catalanes el pleno uso de sus derechos.

dijous, 18 de setembre del 2014

Europa, España, pendientes de Escocia.

El de hoy será un día largo, muy largo, para Europa y también para España que es parte de Europa, aunque a veces no lo parezca. Hay tensión, emoción por lo que pueda pasar en Escocia. Los gobiernos, las grandes y los grandes capitales muestran profunda preocupación. Las autoridades andan angustiadas. El Reino Unido se asoma al abismo titulaba ayer dramáticamente una pieza el diario Público.es. Nada menos que al abismo. El temor a lo desconocido se palpa en el ambiente. Seguro que las cotizaciones de las bolsas, que son los termómetros del capitalismo, sufren algún quebranto. 

Solo los grupos nacionalistas e independentistas de los diversos Estados europeos, las minorías,  manifiestan su alegría. Los demás, las mayorías, contienen el aliento, especialmente en Inglaterra/Gales y Escocia. Un triunfo del "sí" en el referéndum tendrá consecuencias directas en la vida cotidiana del conjunto de habitantes de lo que ha venido siendo el Reino Unido, uno de los Estados de mayor éxito en la Edad contemporánea y que puede dejar de existir a partir de hoy. Una perspectiva suficiente para generalizar la inquietud y sembrar el miedo. Es cierto que están contenidos. No ha habido violencia ni barbarie durante el proceso. Al final, parece haberse dado algún intento de guerra sucia: las autoridades inglesas han pretendido comprar el "no" en Escocia mediante concesiones y donativos que quizá no acepten los demás británicos. El Partido Laborista, se dice, ha filtrado un supuesto documento oficial escocés en el que se planean recortes bestiales del sistema nacional de salud despues del referéndum. Pero, en general, el debate ha sido civilizado, pacífico, democrático. O sea, ejemplar: una colectividad es capaz de razonar sobre su división sin enzarzarse a palos. 

¿De dónde viene, pues, el temor? De un lado del hecho de que, en los últimos tiempos, la independencia de Escocia ha pasado de ser una quimera o una remota e indeseada posibilidad a tener un alto grado de probabilidad. The Scotman trae el resultado del último sondeo: 48% por el "sí" y 52% por el "no", con tendencia creciente del "sí".  Y un forofo de Plaid Cymru, los nacionalistas galeses, vaticinaba ayer en Twitter un 60% de "síes". La preocupación viene de que la incertidumbre se mantiene ahora mismo. 

Pero viene también de la repentina conciencia europea de que el secesionismo, la inestabilidad territorial, no es cosa tan solo de la Europa Oriental. Es de toda ella que se había acostumbrado a la idea de que las fronteras del continente salidas de la II Guerra Mundial habían quedado fijadas para siempre en la Declaración de Helsinki de 1975. Falso. Aquellas fronteras empezaron a saltar a finales de los años 80. Bueno, se dijo, pero en los países eslavos, los orientales, los bálticos; la zona periférica de Europa. El Reino Unido forma parte del corazón de Europa, aunque su sentimiento a veces sea distante y su situación geográfica también relativamente periférica. 

En realidad, no hay razón para alarma. Europa, el continente europeo, es una región en la que las fronteras no han hecho otra cosa que cambiar desde siempre. Los Estados aparecen y desaparecen y sus formas políticas cambian. Bélgica, meollo de la UE, no tiene doscientos años, Italia no llega a los ciento cincuenta y Alemania tiene algo más de veinte dado que la República Federal surgida de la unificación con la República Dmocrática dio origen a un Estado, el actual, que no coincide con ninguno anterior a la partición del país en 1945. Escocia ya fue reino independiente. ¿Por qué no ahora una república?

En el caso de España, el asunto es distinto. Aquí el impacto del referéndum no depende solo de su resultado. Cierto, si este es "sí", el independentismo catalán subirá como un soufflé; si es "no", quizá no tanto. Sin embargo, el efecto no lo produce el resultado sino el hecho de que pueda celebrarse el referéndum. Para justificar su cerrada negativa a la consulta catalana, Rajoy ha dicho en alguna ocasión con esa facundia tan suya que ningún país democrático del mundo ha sometido a referéndum su integridad territorial. Si el hombre ignora que el Canadá lo ha hecho dos veces, en 1980 y 1995 y no ve que el Reino Unido está haciéndolo ahora mismo, delante de sus narices, su caso es preocupante y, por supuesto, las consecuencias las pagaremos todos. 

Los unionistas en ambos casos cuentan los pelos al rabo de la esfinge buscando diferencias entre Escocia y Cataluña, entre el Reino Unido y España. Pero, aunque son muchas, obviamente, ninguna de ellas ni todas en conjunto justifican una diferencia tan abismal de trato en materia de derechos por la cual los escoceses pueden hacer lo que no pueden los catalanes. Serán todo lo distintos que se quiera, pero tienen algo esencial en común: dicen ser Estados democráticos de derecho. Y el derecho a decidir no se le puede negar a nadie. El argumento según el cual los catalanes no tienen ese derecho ya que pertenece al conjunto del pueblo español porque eso es lo que dice la Constitución es endeble por dos razones. Una es liviana pero tiene su alcance: el Reino Unido no tiene constitución escrita. 

La otra razón es de más peso. El derecho a decidir, el derecho de autodeterminación, no puede depender de su reconocimiento en un texto legal anterior. Si así fuera, los Estados Unidos no existirían y el mundo hoy sería muy distinto al que es. Ciertamente, no será posible convencer al presidente del gobierno de que adopte este punto de vista. Su tarea es, como siempre recuerda, cumplir y hacer cumplir la ley, si bien es cierto que, cuando le incomoda, hace que sus huestes parlamentarias la cambien a su antojo. Pero para eso no es necesario mentir diciendo que las democracias no someten a referéndum su integridad territorial. 

Ahora mismo está haciéndolo una y eso es lo que saca de quicio al nacionalismo español, con independencia del resultado.

*****************

Por cierto, hoy presento a Alfred Bosch en el Fórum Europa, en el Ritz. Algo también conocido como "los desayunos del Ritz" o algo así. Bosch es portavoz de los diputados de Esquerra Republicana de Catalunya en el Congreso. Un escritor, político, profesor, un hombre culto al que gusta leer y al que será muy interesante escuchar.

dimecres, 17 de setembre del 2014

El alma republicana en el cuerpo monárquico.

El pronunciamiento es de Rubalcaba. Al tratarse de la abdicación de Juan Carlos I, su aforamiento, el ascenso al trono del sucesor, el PSOE, invocando lealtad a los "compromisos" de la transición, ofreció su leal apoyo a la Monarquía, tanto más valioso cuanto se prestaba en horas bajas de esta. El PSOE guardaría en el armario su "alma republicana" para facilitar la gobernación del Estado monárquico. Por eso Palinuro considera que los dos partidos mayoritarios son partidos dinásticos, denominación acrisolada que recuerda la primera restauración borbónica que, en realidad, era la segunda, pues primero vino la del Deseado, Fernando VII. Hay qué ver qué cosas desean los españoles. La segunda, en realidad la tercera, la vuelta de Alfonso XII de la mano del generalato. Y la tercera, esto es, la cuarta, con el nombramiento de Juan Carlos como sucesor de Franco a título de Rey y que ahora se prolonga en la figura del sucesor del sucesor. 

Ayer, PP, PSOE y UPyD votaron en contra de tramitar una proposición de celebrar un referéndum de los del artículo 92 de la Constitución, de carácter consultivo, sobre si los españoles queremos una Monarquía o una República. Los otros partidos se abstuvieron, como en el caso de CiU, o votaron a favor de la proposición que, por supuesto, resultó derrotada por abrumadora mayoría: 274 votos en contra, 26 a favor y 15 abstenciones; de 316 diputados presentes. 

El partido con el alma republicana votó ayer en contra de su alma. Y no crea el lector que lo hiciera con el desgarro interno con que, es de suponer, Enrique II ordenó el asesinato de Becket. Con perfecta tranquila conciencia. Y votó todo el personal socialista presente; nadie se abstuvo, ni los que cultivan imagen de díscolos. Todo el grupo parlamentario votó en contra de preguntar/consultar a los españoles si prefieren una Monarquía o una República. Votó en contra. Pudo abstenerse y salvar así algún rescoldo del espíritu republicano. Solo con la mayoría del PP hubiera bastado para rechazar la propuesta; los votos del PSOE no eran necesarios. Pero ni siquiera se sintió el socialismo obligado a recurrir a esa ficción tan común en teoría de juegos, cuando un jugador puede permitirse el lujo de una apuesta vistosa que le dará mucho prestigio, pero sabiendo de antemano que no va a ganar, pues no le interesa. No, no: se votó en contra para subrayar el carácter dinástico del PSOE por si alguien lo dudaba, su lealtad a la Corona, al principio monárquico. 

Y ¿qué fue del alma republicana? Desapareció por el sumidero de la historia como lo hizo el derecho de autodeterminación que el PSOE propugnaba al comienzo de la transición. Pero con la tradición republicana no será tan fácil ya que, si el derecho de autodeterminación es cosa de minorías nacionales no españolas, esa tradición republicana está muy extendida entre los españoles y se transmite de padres a hijos que se añaden luego a los seguidores del republicanismo de nuevo cuño. 

Ahí el PSOE tendrá un problema real porque sus bases republicanas se sienten incómodas con el carácter dinástico de su partido. Este monarquismo sobrevenido es parte de un ánimo de derechización del PSOE, como se ve la cuestión catalana, las relaciones de la Iglesia y el Estado, la gestión económica de la crisis. La deriva a la derecha puede costarle fuga de votos hacia su izquierda si bien, en este asunto concreto de la visión republicana, el temor no es tan grande porque en Podemos, por ejemplo, se piensa que la república y la guerra civil no son temas que motiven al electorado.

La falta de valentía del PSOE es deplorable. Es incapaz de plantearse los rasgos básicos de un sistema político del que se beneficia casi en régimen de duopolio con el PP pero del que se distancia una mayoría cada vez más amplia de gente. Y, preguntado por la posibilidad de que, por fin, se materialice de algún modo esa alma republicana, el socialismo español responde invariablemente que ahora no corresponde. Han pasado casi cuarenta años del primer "no corresponde", sigue sin corresponder y puede continuar así hasta el siglo XXII.

dimarts, 16 de setembre del 2014

Cataluña como cuestión de Estado.

Tomo prestado el título de un libro de mi amigo y colega Josep-Maria Colomer, un adelantado en estos asuntos, como en otros. Cataluña es tan cuestión de Estado que, por fin, algunos están cayendo en la cuenta de que la llamada cuestión catalana no es tal. Es la cuestión española, la sempiterna cuestión española. Por si hubiera alguna duda, escúchese a Artur Mas en una intervención especialmente lúcida: "Catalunya no s'ha cansat d'Espanya. S'ha cansat de l'estat espanyol". Parece un juego de palabras, pero tiene fondo. Hasta ahora, los nacionalismos no españoles negaban la existencia de España, ni siquiera mencionaban su nombre, y preferían el de Estado español. La pobre España solo recibe reconocimiento cuando se la despide.

Desde luego, una cuestión de Estado. De supervivencia del Estado y, con él, de la propia España como tal. Los españoles, como los británicos, otean la posibilidad de quedarse sin parte de su país y por ello, de quedarse sin su país. Situación no enteramente insólita pero de la que hay pocas experiencias. No es algo que todo el mundo considere inevitable, aunque desgraciado, como la muerte de los padres, de los familiares, de uno mismo. Se considera desgraciado, pero ¿por qué inevitable? Perder a los familiares, ¡qué se le va a hacer! ¿Perder el país? ¿El país en el que uno ha nacido? Ver cómo cambia de forma, adopta quizá otro nombre, se organiza de forma distinta. Eso, ¿cómo se asimila?

Revientan aquí los diques y contenciones ordinarios de la vida social. Estallan sentimientos y pasiones que obnubilan el juicio. Se oyen lo ecos de mi Patria, con razón o sin ella, que convierte el nacionalismo en una fuerza depredadora. Empiezan a considerarse todos los métodos posibles, legales o ilegales, lícitos o ilícitos, morales o inmorales. Todo por la Patria. Todo es todo, el juicio moral lo primero. En este cenagal se encuentran los mails, whatsapps, SMSs o lo que se hayan intercambiado Jorge Moragas, hombre que tiene el oído del presidente, y la pareja o ex-pareja del hijo de Jordi Pujol. Pura guerra sucia del gobierno contra el soberanismo catalán. El tiro le ha salido por la culata, pero es una prueba de que, además de una cuestión de Estado, Cataluña es una cuestión de psiquiatra.

¿Es muy aventurado decir que en el nacionalismo español hay una radical esquizofrenia frente a Cataluña? Los españolazos odian a los catalanes (catalufos, putos catalanes, polacos, tacaños, paletos, antiespañoles, etc.), pero no los dejan marcharse. Los desprecian, los echan, los expulsan, pero no quieren que se vayan y están dispuestos a hacer lo que sea porque no lo consigan. Los catalanes son odiosos porque están siempre diferenciándose -cosa que fastidia mucho en los rebaños- y queriendo irse. Pues que no se vayan y que se fastidien, como nos fastidiamos todos con ellos. Es lo más parecido a una bronca doméstica en la que uno de los cónyuges no concede el divorcio al otro. Un infierno, vaya. Se le puede llamar "paz conyugal" como se puede hablar del "entendimiento entre los pueblos y tierras de España". Pero los nombres no demuestran la cosa. Hágase una prueba: exáminese la biografía, el comportamiento de cualquier político español, sobre todo si de derechas, cuando dice que "ama a Cataluña". ¿A que suena como cuando un racista dice que no es racista?

Por supuesto, poca gente habla con claridad porque el asunto es muy bronco al sur del Ebro. Las amenazas sí son explicitas: si Cataluña se va, las pensiones no se pagarán, los funcionarios no cobrarán, el país se empobrecerá, quedará aislado internacionalmente, será presa del crimen organizado y padecerá la peste bubónica. El resto del discurso, caso de haberlo, es esquinado, implícito, tan lleno de mala fe como el amenazador, pero más suave en la forma: somos una gran nación, la soberanía es de todos los españoles, todos debemos pronunciarnos sobre si Cataluña se va o se queda, todos somos españoles y nos queremos; queremos incluso a los independentistas que, en realidad, son buena gente, pero manipulada por un puñado de sinvergüenzas y ladrones. Es un discurso de mala fe pero que aparenta ser de buena.

No es necesario liarse en una discusión sobre quién entiende mejor España. En su inauguración como Rey, Felipe VI lo dejó meridianamente claro. Como es un monarca medio progre, casado con una republicana encriptada, vino a decir en su discurso que España era un lugar abierto en el que coexistían formas diversas de sentirse español. ¡Menudo reconocimiento del pluralismo de España! Ni Pi i Margall lo hubiera mejorado. Y en boca de un Borbón con el que coinciden hoy encantados de la vida los dos partidos dinásticos. ¿Qué quieren más los catalanes, a ver? Muy sencillo, reclaman el derecho, obviamente no reconocido por el Rey ni sus cortesanos, a no sentirse español o a sentirse no español.

Cabe preguntar ¿que han hecho los intelectuales españoles en relación con el nacionalismo catalán más reciente y el recentísimo proceso soberanista? ¿Que ofertas, propuestas han partido de los estamentos pensantes del país para Cataluña? ¿Qué diálogos, puentes de entendimiento, reflexiones conjuntas han emprendido? Los estudiosos, los escritores, los académicos españoles, rehúyen el bulto en lo tocante a Cataluña y, si algo han manifestado a veces es una abierta hostilidad al nacionalismo catalán y al reconocimiento del derecho de autodeterminación. Y si eso pasa con los intelectuales, incapaces de enfrentarse a una crisis en su idea de nación, no es difícil imaginar qué tengan en la cabeza los hombres y mujeres de acción, los políticos, las dirigentes partidistas, las presidentas. Estas blanden el poder.

Compárese con el Reino Unido.

- ¡Eh! -dicen los nacionalistas españoles- Que Escocia no es Cataluña. No pueden compararse.

- Claro. Ni el Reino Unido es España; qué más quisiera esta. Son distintas. Por eso las comparamos. Si fueran iguales, ¿para qué íbamos a compararlas? Y, sí, son casos muy distintos precisamente en el modo de afrontar un problema idéntico: la gestión de una crisis secesionista. En el Reino Unido se han implicado los intelectuales, los artistas, los académicos, así como los políticos. Hay varios debates cruzados, en la calle, en las instituciones, en la prensa. Todos civilizados, democráticos, pacíficos. La cuestión es tan decisiva para la supervivencia del país como lo es la de Cataluña para España. Pero se encara de forma muy diferente, tranquila, sin exageraciones y permitiendo con ello que la gente se informe bien sobre el alcance de un voto que será decisivo para todos. Y, por supuesto, a nadie en el Reino Unido se le ocurre negar que la independencia de Escocia que, por supuesto, afecta a todo el país, sea asunto que deban decidir solos los escoceses.

dilluns, 15 de setembre del 2014

Podemos y el Golem. Apostillas a una entrevista a Pablo Iglesias.

Magnífica entrevista de Orencio Osuna a Pablo Iglesias hoy en Nueva Tribuna. Orencio, eres un crack; Pablo también, pero de él ya se sabía. Una entrevista larga, bien estructurada con preguntas pertinentes y respuestas interesantes. Será un texto decisivo para clarificar el ideario de Podemos, cosa que parece preocupar a muchos. Horas antes de morir, Emilio Botín dejó dicho que las dos cosas que más le preocupaban era Podemos y la independencia de Cataluña. No es tan oscuro como un oráculo de Delfos, pero suscita análoga temerosa reacción. De la independencia de Cataluña nadie quiere saber nada, salvo los catalanes y el resto del planeta, excluida  España. De Podemos, en cambio, todos quieren saber todo y hasta hay quien presume de saberlo; de saberlo todo.

Palinuro, que no sabe nada, está muy agradecido por un texto tan clarificador. Su lectura, muy amena por cierto, es provechosa por lo que se dice, tanto como lo que no se dice. Tiene altura y enjundia teórica, sobre todo respecto al concepto de izquierda, algo que siempre ha preocupado mucho a la izquierda. Y suscita algunas cuestiones  que aquí toman la forma de modestas apostillas.

Revolotea sobre la entrevista un ánimo fiero de lucha que se fija en dos objetivos: 1º) hay que acabar con el Régimen del 78, a base de denunciarlo, ponerlo ante sus contradicciones, criticando su carácter castizo y, por fin, venciéndolo en unas elecciones limpias, inicio de una cambio en el sistema político. De hecho, la palabra "cambio" aparece 29 veces en el discurso de Iglesias; cero veces el de "revolución". 2º) No hemos venido a perder, como ha hecho tradicionalmente la izquierda, sino a ganar. El infinitivo "ganar" también está muy presente, casi tantas como el término "poder".

Suena todo más que razonable. Es un discurso radical en tono moderado. El Régimen del 78, al que también Osuna diagnostica en crisis terminal, está agotado, no ofrece más salida que la perpetuación del bipartidismo turnista, es un régimen de "vendepatrias" (condición que comparte con los de otros países europeos) y se derrumbará dejando paso a un cambio de sistema político. Subrayo cambio así como la ausencia del concepto de revolución porque, obviamente, es muy significativo respecto al tono general del discurso.

Iglesias está harto de la historia de derrotas de la izquierda e insiste en que Podemos ha salido a ganar. No tanto a tomar por sí solo el poder político, pues el cálculo es siempre electoral y excluye las opciones leninistas, como a condicionarlo en alianza con otros. Ganar, ser eficaces, tomar el poder, al menos en parte, es el objetivo esencial. Expresamente arremete Iglesias contra la izquierda testimonial que se conforma con su ocho o diez por ciento del voto. Eso es un fracaso. Hay que ir a más. Conseguir el apoyo de la mayoría. ¿Qué mayoría?

Aquí aparece el meollo de la entrevista, en forma de una larga y elaborada consideración sobre la izquierda en pasado, presente y futuro, sobre su esencia y su existencia. A veces el asunto resulta algo galimatías. El postulado esencial es que la clave izquierda/derecha ya no sirve. Creo que es la primera vez que leo que la visión en términos de izquierda/derecha beneficia a la derecha. No digo que no; pero convendría explicarlo algo más, cuenta habida de que, hasta la fecha, quien más ha insistido en que la oposición izquierda/derecha está anticuada es, precisamente la derecha. No es fácil entender cómo refutar esta idea pueda ir en beneficio de quien la sostiene. Podemos quiere trascender la disyuntiva izquierda derecha, quizá al modo del aufheben hegeliano. Como ese proceder suele verse en la sabiduría convencional como un signo de fascismo o falangismo y, por supuesto, populismo, Iglesias hace un guiño al izquierdismo y pide a quién quiera conocer su vocación profunda que la busque en internet. Todos sus referentes culturales y políticos son de izquierda y tan profundos que afirma llevarlos tatuados en las entrañas. Enhorabuena, Luisa,  por la parte que te toca; aunque eso de que le tatúen algo a uno en las entrañas debe de ser molesto. ¿Por qué esta necesidad de afirmación de genuina y vieja militancia? Para que no haya duda: somos nosotros, los de siempre, aunque parezca que no, a juzgar por lo que decimos, aunque parezcamos otros por el discurso. Exigencias de la eficacia.

Esto es lo que también el saber convencional llama pragmatismo. Salir a ganar a toda costa, tiene sus sacrificios. Por ejemplo, es posible que uno se crea obligado a decir, como hace el entrevistado: Cometeríamos un error -esto es mi opinión, aunque tendremos que discutirlo en la asamblea- si antepusiésemos el interés de Podemos como marca política exitosa a las necesidades de la transformación política de nuestro país. Lenguaje políticamente correcto; lo dicen todos los políticos, castizos o no. Primero la Patria y luego nuestros intereses. Esto de la Patria tiene su telendengue en Podemos. El asunto está claro, pero con sus riesgos. A la hora de diferenciarse de esa izquierda tradicionalmente derrotada, Podemos se niega a identificar un destinatario específico de su discurso, un auditorio, un target, como dicen los comunicólogos. El destinatario será todo el pueblo. Hablar a una parte es un error funesto. Y por eso, en gran medida, se niegan los "frentes" y la "unidad de la izquierda" y se prefiere la llamada "unidad popular", que trae evidentes reminiscencias a cualquiera versado en la historia del movimiento obrero y las izquierdas europeas. El pueblo, con su aroma rousseauniano. La idea básica es si respetamos un poco más a nuestro pueblo, ese pueblo español que no tiene problema con la bandera rojigualda, que le gusta la selección de fútbol, que no se emociona con la bandera republicana y con la guerra civil, si respetamos un poco más a ese pueblo español que es el nuestro y que, sin embargo, está contra la corrupción, está contra la injusticia, está a favor de los derechos sociales, entonces podemos ganar. Dicho queda para admiración y pasmo de quienes quieran aprender cómo se lucha contra el Régimen del 78 porque ¿acaso no fue la aceptación de la bandera rojigualda y la monarquía (falta de emoción con la bandera republicana) los dos factores que convirtieron a Carrillo, sus seguidores y colaboradores, en traidores, badulaques, trujimanes de la fementida transición? Suena esto un poco a "quítate tú que me ponga yo para decir lo mismo que tú".

Por supuesto, hacer política en las instituciones tiene sus complejidades. El propio Iglesias las menciona reiteradamente cuando se le pregunta por las posibles coaliciones en gobiernos locales. Una de ellas es respetar los símbolos. Lo hizo Carrillo, lo hicieron los comunistas en 1978 y Podemos propone hacerlo igual aunque, bien lo sabe el cielo, con diferente justificación: hay que llevarse de calle al pueblo sencillo para ganar las elecciones y dejar de perder de una vez.

En el ajuste de cuentas con la izquierda, el entrevistado habla con claridad meridiana: lo de IU es un fracaso y lo del PSOE, la socialdemocracia, ya ni te cuento. De nuevo se repasa aquí una parte importante de la cultura política de la izquierda. Pero el diagnóstico es definitivo: la socialdemocracia ha fracasado al someterse al Diktat neoliberal y el comunismo al tratar de suplantar a la socialdemocracia. Frente a tanto desastre, Podemos propone: una reforma fiscal justa que haga que las rentas más altas paguen más, proponemos una auditoría y una quita de la deuda pública, proponemos proteger los servicios públicos, proponemos combatir la corrupción, proponemos una política exterior respetuosa con los derechos humanos. Pero él mismo admite que, en definitiva lo que estamos proponiendo nosotros lo hubiera aceptado la socialdemócrata reformista. Es decir las condiciones políticas que permitían establecer esa diferencia entre reformistas y revolucionarios han desaparecido con el fin de la guerra fría. Con la guerra fría han desaparecido muchas cosas. Por ejemplo, el ataque que los partidos comunistas occidentales dirigieron a los Estados del bienestar que luego han pasado a defender con ahínco aunque originariamente los consideraban prueba de la traición socialdemócrata al movimiento obrero. Porque obra de la socialdemocracia fueron, aunque no solo de ella.  Lo interesante aquí es que Iglesias admite que las propuestas de Podemos podrían ser las de la antigua socialdemocracia. Dada su juventud, el entrevistado sitúa ese lejano estadio de lucidez pasada de la socialdemocracia hace 30 o 40 años, que le parecen muchísimos. Pero, por entonces (1974/1984), los socialdemócratas ya eran unos traidores a ojos de la verdadera izquierda.

Estas apostillas deben concluir señalando un apecto inefable en el ideario de Podemos cuando el entrevistado afirma que no están planteando cuestiones maximalistas. No estamos planteando que la tierra sea el paraíso, patria de la humanidad, estamos plateando que haya instituciones al servicio de la colectividad que garanticen las condiciones materiales mínimas para que los seres humanos puedan ser felices. Esta dicho en tono menor y prudente, pero está dicho: poner las bases para hacer felices a los seres humanos. Nada menos. Algo que recuerda lejanamente la consigna del Partido Laborista británico en 1945: Seguridad de la cuna a la tumba

******************

¿Y qué pinta aquí el Golem? me pregunta un lector. No lo sé. Fue la idea que me vino a la mente al leer las consideraciones de Iglesias sobre cómo dar forma, cómo estructurar Podemos para que sea políticamente eficaz. El Golem, la vieja leyenda judía, es el ser creado pero que no tiene forma; la forma sin forma. Hay muchas variantes. Prueba de que esto de la forma no es cosa fácil.

diumenge, 14 de setembre del 2014

Rumbo al centro a toda máquina.

La vida política sigue siendo aristotélica y, como si Pascal no hubiera pasado por el mundo, tiene horror al vacío. Su estado normal es de ruido y agitación. Cuando, por el motivo que sea, se aquieta, se paraliza, se silencia, no lo está por mucho tiempo. Rápidamente toma alguien el relevo y el cotarro vuelve a bullir.

Es el inconveniente de la actitud adoptada por Rajoy y su equipo. Debidamente asesorados, creyeron que lo más inteligente para evitar conflictos y descontentos era esconder la figura de su máximo dirigente, apartarlo de los focos, ocultarlo. ¿Alguien ha contado cuántas ruedas de prensa normales, esto es, no plasmáticas, ha dado Rajoy en sus casi tres años de gobierno? Quizá no lleguen a la docena. El hombre que, aspirando a presidir el gobierno, prometía "dar la cara", la ha hurtado siempre que ha podido. Su rostro no es tan desconocido como el del dios del Antiguo Testamento, pero no se prodiga en público. Prácticamente todo el peso de la comunicación del mando ha recaído sobre la vicepresidenta y ese trío inenarrable compuesto por Cospedal, Floriano y González Pons que podrían montar un espectáculo bufo, pero no dan la talla en absoluto como mediadores de información entre el gobierno y la ciudadanía.

En nuestra sociedad, que consume información casi a mayor velocidad de la que la produce, esta situación es anómala y, para los medios de comunicación, muy perjudicial. Faltos de la fuente habitualmente mayoritaria de noticias, esto es, el gobierno, los medios magnifican las secundarias. Es lo que ha sucedido con Podemos, en buena medida un fenómeno mediático, con la Plataforma Anti-Desahucios y está pasando con "Guanyem". Si el ámbito público se silencia, otros discursos toman el foro. ¿El gobierno no comparece? Los gobernados se hacen oír con mayor ahínco o los medios se encargan de que así suceda.  

Es lo que ha comprendido Pedro Sánchez desde el primer momento. Surgió de repente, como una tormenta de verano, desafiando a las figuras consagradas que ya se daban por victoriosas, como Eduardo Madina. Proclamaba su incontaminación, su pureza casi virginal frente a la vieja política. Todavía dos años antes, decía, era un ciudadano normal, sin responsabilidades políticas. No era enteramente cierto, pero nadie aguaría un triunfo arrollador descubriendo un par de mentirijillas. 

Una vez  elegido secretario general por la militancia, Sánchez parece decidido a rellenar el vacío de la política institucional española, multiplica sus apariciones, va de medio en medio, de entrevista en entrevista, prodigando declaraciones y desgranando propuestas. Entiende que hay que rellenar el ámbito público con presencia, arrinconar a los adversarios, obscurecerlos, brillar con luz propia, imponer el propio discurso.

Ese discurso que va articulando y clarificando en sus múltiples comparecencias. Había comenzado siendo algo confuso y hasta contradictorio, pero se hace cada vez más nítido y contundente. Es, en lo esencial, un discurso que trata de recomponer el centrismo. Entre la derecha extrema del gobierno y la izquierda tambièn extrema de Podemos, entre la reacción y el populismo, hay un espacio inmenso, un enorme caladero de votos: el centro, al que Sánchez apunta cuando dice resucitar un PSOE que es una "izquierda que atrae al centro". La referencia a la izquierda es obligada en un partido con una memoria histórica tan marcada, pero el objetivo al que realmente se apunta es el centro.  Se trata de resucitar la UCD de Adolfo Suárez con todas las variantes que se quieran. Hay un claro parecido físico entre los dos líderes, si bien Sánchez tiene predilección por la camisa frente a los ternos de Suárez.

El discurso centrista rechaza por igual los dos extremos, si bien se observa una mayor tendencia a combatir a Podemos que al PP.  Y eso sin contar con una temprana afirmación de principios rubalcabianos; el PSOE de Sánchez es tan monárquico y nacional español como el de su antecesor. Es más, al mismo tiempo que afirma que nunca habrá pactos con la derecha, Sánchez continúa ofreciendo "pactos de Estado" a lo Rubalcaba a un PP anegado en corrupción. Esa mayor proclividad a entenderse con los conservadores baila el agua a la acusación de Podemos de que el PP y el PSOE son dos partidos hermanos, ambos miembros acrisolados de la casta. 

Practicando la vieja idea de que la mejor defensa es un buen ataque, Sánchez devuelve la pelota a Podemos, hablando de una alianza de intereses entre este y el PP. Una especie de reedición de la famosa pinza de los noventa, entre Aznar y el infeliz de Anguita, que sigue, incansable, predicando en el desierto.  

Así se arma un discurso centrista que constituye la verdadera apuesta de Sánchez. Dado el hartazgo social con la prepotencia y la insensibilidad de la derecha y el presunto temor que puedan despertar las aspiraciones radicales de Podemos, es posible que esta apuesta resulte ganadora en las próximas elecciones, aunque también corre el riesgo de ser perdedora al significar un cambio importante de rumbo del PSOE. Desde luego, el nuevo líder esta haciendo lo posible porque triunfe allí a donde va que es a todas partes, como si tuviera el don de la ubicuidad. Se juega la carrera en ello.

El resultado está en el viento.

dissabte, 13 de setembre del 2014

La majestad de la ley.

La respuesta a la manifestación multitudinaria de la Diada en reivindicación de la autodeterminación de Cataluña ha sido veloz e inmediata como el maullido del gato cuando le pisan el rabo. Altas instancias políticas y judiciales han recordado a los nacionalistas catalanes el necesario cumplimiento de la ley. Un referéndum será ilegal, aunque se llame consulta. La declarará ilegal el Tribunal Constitucional. Y el gobierno está para cumplir y hacer cumplir la ley. Es el razonamiento de su presidente, reiterado por la vicepresidenta. En un país en donde esto sucediera, sería inmpecable. Pero no hay nada de eso. El gobierno cumple la ley cuando le conviene; cuando no, la cambia a su capricho, valiéndose de su obediente mayoría absoluta parlamentaria. Lo cual equivale a no cumplirla. Asimismo, es muy selectivo a la hora de obligar al cumplimiento. Los alcaldes o los cachorros de las Nuevas Generaciones pueden incumplir la normativa sobre simbología del franquismo y no pasa nada. Pero ojo a los catalanes. Estos, a cumplir la ley al pie de la letra. La ley que dictamos nosotros y cambiamos cuando nos place. Es escasa la autoridad del gobierno para hablar del cumplimiento de la ley.

A reforzarla viene el Fiscal General del Estado, cuyo discurso es el mismo que el del gobierno que lo designó. Y pone sobre la mesa el instrumento para actuar: el código penal. A una iniciativa política se responde por la vía judicial. Mediando una decisión de un tribunal que ordene un comportamiento de modo público, la negativa a seguirlo será delito de desobediencia y, agravándose las circunstancias, de sedición. Y la Fiscalía actuará.

La vicepresidenta del gobierno eleva la cuestión al ámbito constitucional. Acepta que no solamente sea un problema de legalidad sino de constitucionalidad y recuerda que la propia Constitución establece su vía de reforma. Esta requiere siempre unas mayorías que los catalanes nacionalistas no podrán alcanzar jamás porque son una minoría estructural del conjunto del Estado. Indicar a los catalanes que hay una vía mediante la reforma constitucional, cuando los dos partidos dinásticos nacionales son contrarios al derecho de autodeterminación es pura mala fe.


Invocar el cumplimiento de la ley como una amenaza entra dentro de la naturaleza coercitiva de aquella. Hacerlo en el contexto de un conflicto político en materia de derechos es otra cosa. La asociación de jueces conservadores "Francisco de Vitoria", ya ha cuantificado cuántos años puede pasar a la sombra Artur Mas, quince por lo bajo. A los delitos de desobediencia y sedición, los magistrados añaden el posible de prevaricación. La amenaza trae viejas memorias. No sería la primera vez que se viera a un presidente de la Generalitat entre rejas. Ya lo estuvo Lluís Companys, a quien Franco fusiló en 1940 en una prueba evidente de lo mucho que la derecha nacionalcatólica ama a los catalanes.

Un acontecimiento de voluntad popular con cientos de miles de participantes, portada en los grandes periódicos internacionales, obtiene una rotunda respuesta: quince años de cárcel. Es obvio, sin embargo, que esa respuesta no es el fin de la cuestión. Esta se mantendrá viva y acudirá a medios de expresión que agudizarán el conflicto. Muchos independentistas reclaman el recurso a la desobediencia civil en caso de que el Estado impida la votación del 9 de noviembre. Hasta la monja Teresa Forcades. Y aquí asoma la oreja una vieja controversia sobre si es delito o no la desobediencia civil. La memoria de Martin Luther King obliga a ser cautos en la respuesta. El propio Mas, que no las tiene todas consigo, asegura que la consulta se hará, si bien ignora en qué condiciones. Sobre todo, las suyas personales.

Hay muy escasa respuesta en el lado español. Pedro Sánchez insta a Rajoy y Mas a sentarse y dialogar, sabedor de que el presidente del gobierno no tiene la menor intencion de hacerlo porque prefiere la represión a la que supone se sumará Sánchez, tan poco partidario de la autodeterminación de los catalanes como él mismo. Las formaciones políticas a la izquierda del PSOE, que yo sepa, no han dicho nada sobre la Diada. Ni lo dirán porque es asunto en el que no se sienten cómodas.

Así que, después de la pica en Flandes de la Diada, los soberanistas conservan la iniciativa política.


divendres, 12 de setembre del 2014

Y ahora, ¿qué?

Se celebró la Diada de 2014 y dejó imágenes como la que reproduzco del diario Ara en donde se aprecia la movilización popular catalana en favor del derecho de autodeterminación. Son imágenes aplastantes, incuestionables. Hasta el habitual baile de cantidades fabuladas, de informaciones manipuladas, carece de sentido. La Guàrdia Urbana habla de 1.800.000 personas y la Delegación del Gobierno en Cataluña, como acostumbra, rebaja a lo bestia la asistencia y la deja reducida a 500.000. No es cierto. Fueron muchísimos más y eso sin contar con las celebraciones en innumerables lugares del extranjero, en otros países, en otros continentes. Hasta en Australia se ha conmemorado la Diada. Y, aunque solo hubieran sido los 500.000 que finge el gobierno, ¿cuándo ha conseguido el nacionalismo español reunir a 500.000 personas, no digamos ya a 1.800.000 en defensa de su idea de España?

Precisamente ayer también la plataforma cívica Societat Civil Catalana convocaba un acto unionista en Tarragona al que, según los mossos d'esquadra han asistido 3.500 personas y, según el Ayuntamiento, 7.000. Una gran senyera en el anfiteatro de Tarragona y un lema: recuperem el seny, recuperem la senyera. Pero, eso, unos miles de personas. Demuestra escasa inteligencia táctica contraprogramar un acto multitudinario del adversario cuando uno es incapaz de sacar a la calle más de un puñado de seguidores. Queda en evidencia la gran distancia numérica, la enorme diferencia en la capacidad de movilización política de unos y otros. Los independentistas son mucho más numerosos que los unionistas.

Encima, no hay posibilidad de desacreditar el movimiento por otros motivos. 1.800.000 personas y no hubo violencia, ni un solo incidente, ni una bandera borbónica quemada, ni un destrozo. Solo se quemó una estelada y se zarandeó a un diputado de CiU pero fue en el bando unionista. ¡Qué más hubieran querido los nacionalistas españoles que un contenedor quemado, un escaparate apedreado, algo para empezar a hablar de violencia y justificar la represión!

Porque intentar, lo han intentado todo. Cada vez es más claro que la soprendente confesión de Pujol fue un intento de desprestigiar el nacionalismo, quizá un chantaje para desviar la atención de la diada a un comportamiento, obviamente reprobable, pero que no tiene nada que ver con el soberanismo. CiU estaba impregnada de corrupción. Más o menos como lo está el PP. Pero eso no tiene que ver con la reivindicación soberanista, que es socialmente transversal.

En cualquier otro lugar del mundo, un acontecimiento de esta magnitud obligaría al gobierno a dar una respuesta; a las instituciones, al Parlamento. Si un millón ochocientas personas piden derecho de voto en asunto que las concierne, tiene que haber razones sumamente poderosas para no concederlo. Pero estas no aparecen por lado alguno; es poco probable que el gobierno se dé por aludido o que el Parlamento debata sobre la posibilidad de un cambio legislativo. El primero ya ha hecho saber que "la consulta no se celebrará" porque tiene aprestados todos los medios que necesita, entre los cuales, sin duda, los represivos. Y nada más. Aquí no se mueve nada; no hay reacción alguna; se ignora la reivindicación y se espera que el movimiento, la algarabía, según la inepta calificación del presidente, remita.

Entre tanto, el 18 de septiembre, en menos de una semana, los escoceses votarán en su referéndum de autodeterminación de modo libre, pacífico y democrático, dejando en el aire una cuestión explosiva: ¿por qué los escoceses sí y los catalanes no, a pesar de su movilización? Simplemente porque el nacionalismo español, como siempre, se niega a encarar los hechos y trata de combatirlos con ficciones o pura propaganda. 

El País encastillado en su antisoberanismo de "tercera vía", atribuye la movilización al fuerte apoyo institucional, como si el unionismo no tuviera el del gobierno central. Y por todas las vías. Aun no hace medio año que que este forzó el cambio en la dirección de tres grandes periódicos para orientarlos en su favor. Uno de ellos, precisamente, el mismo El País, cada vez más alineado con las posiciones conservadoras. De las otras bazofias que pasan por prensa escrita en papel no merece la pena hablar. 

El mismo Rajoy se sintió obligado a hacer unas declaraciones y recurrió para ello a su proverbial discurso sanchopancesco con metáforas absurdas. Justificó el valor de la unidad nacional con el funcionamiento del sistema nacional de salud, precisamente ese que su gobierno está desmantelando. El independentismo es inaceptable porque gracias al dicho sistema nacional, un andaluz puede vivir con el corazón de un catalán. Una gema más en la guirnalda de expresiones  disparatadas con la que este hombre adorna su carrera política. Pertenece al género bufo de los "hilillos de plastilina", la niña que había de tener una vida digna, el precio de los chuches, el primo conocedor del cambio climático y el "haremos en España lo que Matas en Baleares". Por no mencionar el "écheme aquí una firmita contra los catalanes" cuando se recurrió el Estatuto y se desató la nueva oleada independentista.

Ni el gobierno ni el nacionalismo español quieren encarar la naturaleza del fenómeno. Ni la oposición. Las advertencias de Pedro Sánchez a Mas en el sentido de que la consulta fracturará la sociedad catalana, ¿en qué datos se basa? ¿Qué pruebas esgrime? ¿Es fractura que en Barcelona haya habido 1.800.000 personas y en Tarragona 7.000 en el mejor de los casos? Muchísimo más fracturada está la sociedad española y de eso no parece ser consciente Sánchez. 

El nacionalismo español no quiere reconocer que, por la razón que sea, los catalanes tienen algo que falta a los españoles: una causa por la que luchar.