dimarts, 23 de setembre del 2014

Llegan los federales.


No es el séptimo de caballería, pero se da un aire. Aquel aparecía en el momento en que los colonos y sus familias, refugiados en el fuerte asediado por los indios, iban a ser masacrados. Sonaba el clarín, se iniciaba la carga y los atacantes huían despavoridos. Actualmente son los federales quienes se hacen cargo de la lucha contra el crimen allí donde las autoridades del Estado están desbordadas. ¿Tan mal está la situación?


La crisis ha golpeado duramente la economía y la cohesión social. Los indicadores de desigualdad y pobreza se han disparado. Ha aparecido una movilización social, cristalizada en ejemplos como Democracia Real, el 15-M y, últimamente, Podemos, que pretende replantear de modo radical la gestión económica y social de este desastre. El radicalismo siempre asusta, pero la clase dominante, el capital, la Iglesia, cree saber que, inserta como está en Europa, España no determina su política económica y, por lo tanto, serán los dioses de los mercados quienes marquen los límites a estos jóvenes ilusos. En el terreno exterior España no es soberana, lo cual tranquiliza mucho a los conservadores, que van por ahí, sin embargo, presumiendo de soberanía, liderazgo europeo y de ser una "gran nación".

La soberanía, esa que la Contitución atribuye al pueblo, se ejerce hacia el interior. Y no todo porque se excluyen Portugal y Gibraltar, llaga permanente del nacionalismo español. En uso de esa parca soberanía se espera que España resuelva como pueda la endemoniada cuestión catalana. Esta pone en jaque la tal soberanía al prever la posibilidad de que una parte del territorio español se declare en rebeldía. Habría que ver si no se producirán amagos de intervención exterior que recibirán, claro es, otro nombre. España espera la solidaridad de los demás Estados europeos en su preservación de la integridad territorial y todo lo que recibe es un ejemplo absolutamente contrario a sus intereses en el caso de Inglaterra. Mala suerte y leyenda negra.

Junto a los aspectos económico-sociales de la crisis los de la organización territorial del Estado, amenazado, incluso, de una Declaración Unilateral de Independencia. De pronto, esta cuestión se sitúa en el proscenio. Llevaban años minimizándola, ignorándola, sin entenderla y ahora les ha estallado en el rostro. Y era un problema de Estado; de constitución del Estado. Todavía en 2012, Rajoy llamaba a la Diada algarabía, mostrando fina percepción y gran entendimiento. Así ahora todos hablan de reformar la Constitución. Ni el PP hace ascos a la idea, si bien ha de tratarse de una reforma tasada y escueta. Para los conservadores, la reforma federal propuesta por Pedro Sánchez en "El País", en realidad es una novación constitucional y a tanto no llegan ellos ni de broma. Pues sí, el federalismo requeriría una revisión profunda de la Constitución, total, como la llama el propio texto (art. 168). ¿Y qué otra cosa puede ser una "revisión total" sino otra Constitución? Por eso mismo se propone con frecuencia un proceso constituyente, sobre todo en la izquierda y en ciertos nacionalismos, aunque con otro alcance.

En realidad, el desconcierto es absoluto. Siempre que se tocan los cimientos de una casa hay riesgo de derrumbe, lo que más temen los habitantes del inmueble. A todo ello debe añadirse la persistencia de la corrupción que, a fuer de generalizada, no abandona los noticiarios, cuando no es porque el delincuente Fabra elude de momento la cárcel a la espera de un indulto del gobierno de su partido, es porque el caso Gürtel podría ser juzgado por una magistrada perfectamente recurrible. Este desprestigio de la honorabilidad de los gobernantes, corroe su escasa legitimidad a la hora de adoptar decisiones públicas.

El próximo capitulo en la confrontación política será el de las elecciones municipales y autonómicas. El resultado de las pasadas europeas hace pensar que las locales puedan tener uno explosivo. Se trata de saber si la tendencia al fin del bipartidismo allí apuntada, se mantiene y/o amplía ahora. Si se mantiene, el PSOE podría vivir horas aun más bajas, con ecos del PASOK y malos augurios para la candidatura de Sánchez a La Moncloa. Si se rompe por cuanto, por ejemplo, el voto en elecciones europeas guarda relación negativa con las internas, retornaremos a una situación de bipartidismo más o menos modificado, con Podemos ocupando el lugar de IU con más apoyos pero también un techo claro.

En medio de este temporal, surge la figura de Pedro Sánchez con evidente propósito y mandato de recuperar el músculo perdido del PSOE. Y lo hace en el estilo Podemos, esto es, multiplicando sus apariciones públicas, solo limitadas por carecer del don de la ubicuidad, como buen mortal, aunque le anda cerca. Raro es el día en que Sánchez no nos habla desde una radio, una televisión o un periódico. Casi parece dominado por una verborrea incontenible. Pero su línea de comunicación es consistente y muy clara: hablar mucho, muy seguido, en todas partes, pillar cámara y, en su defecto, micrófono, pero insistir siempre en dos ejes: la panacea federal y la equidistancia entre el radicalismo populista de Podemos y el conservador, pero también radicalismo, del PP. La opción centrista es el radiante y confuso grial que se divisa entre las glorias del triunfo. El PSOE quiere ser el "partido de izquierda que atrae al centro"; incluso, porqué no, el centro derecha. Así el PSOE se construye con tres tercios: un tercio de centro derecha, otro de centro centro y otro de centro izquierda. Aporías aparte, el centro.

La larga connivencia de los dos partidos dinásticos hace que haya menos distancia entre el PSOE y el PP que entre el PSOE y Podemos. Los dos primeros comparten el respeto por la Monarquía, grosso modo también la actitud frente a la Iglesia y en cierta medida el acuerdo con el consenso de Berlín. Frente a un Podemos que es ambiguo en relación con la Monarquía y la Iglesia, pero propugna la ruptura del consenso de Berlín o de Bruselas, que viene a ser lo mismo. Por eso el PSOE ataca menos al PP y hasta le ofrece "pactos de Estado", con ánimo de resaltar su voluntad cívica mientras que se enfrenta cerradamente a Podemos, con quien no quiere saber nada y al que tacha de populista.

Hasta ahora Sánchez no ha respondido al reto de Iglesias a debatir en la tele. Obviamente, está pensándoselo. Hace bien porque se juega mucho. Hay ante todo una cuestión de ceremonial, protocolo y jerarquía. Sánchez es alternativa de gobierno y debate con su igual, el presidente en el cargo. No lo hace con un recién llegado, aunque sea una revelación. Además, pensará Sánchez, un político de convicciones no debate con un populista por la misma razón por la que un caballero no justa con un villano.

Pero no aceptar un reto televisivo en la era mediática es siempre un error. Máxime cuando Rajoy no está dispuesto a debatir con Sánchez ni por todos los Bárcenas del mundo. Así que el socialista se queda en dique seco, mientras Iglesias luce su cabellera en Fort Apache. Y la presencia mediática es esencial en darse a conocer a los posibles votantes y ganarse su confianza. Es obvio que el PSOE tiene la sangría por la izquierda. La obsesión de Sánchez será radicalizar la palabra y moderar el hecho mientras que la de Podemos es la inversa: moderar la palabra y radicalizar el hecho.

Por eso chocan y por eso es interés del PSOE marcar claramente los límites. Le va en ello la hegemonía en la izquierda y su condición de partido de gobierno. Si no lo hace con sabiduría y buen tino, la carga será, sí, de caballería, pero de la caballería ligera y terminará como ella.