dimecres, 19 de febrer del 2014

El cine y la verdad de la política.

Pablo Iglesias Turrión (2013) Maquiavelo frente a la gran pantalla. Cine y política. Madrid: Akal (156 págs.)

Cine y política. Un libro de un politólogo al que la prensa llama el mediático profesor, sobre la relación entre aquello que lo ocupa teórica y prácticamente, y el cine. Política e imagen. Es como el penúltimo paso de la vieja iconología política. El penúltimo porque el último es el constituido por las imágenes en el ciberespacio. Desde luego, lo esencial son las imágenes, lo icónico, algo fascinante para la humanidad por lo menos desde el paleolítico de Altamira. Las imágenes y la política o, sea, según tesis subyacente en el libro, el poder. ¡El poder! ¡Pues no es icónico el poder! El terrenal y el celestial. Ama proyectarse y hacerse amar o temer por la imagen. La historia del arte occidental es una sucesión de sant@s, reyes, reinas, dios@s, papas, cardenales, generales, emperadores, emperatrices, banqueros, magnates, prácticamente hasta el siglo XIX y más allá, aunque menos. Tengo registrados veinte cuadros de Franco de pintores muy conocidos, poco conocidos y anónimos. Y hay más. El poder y la imagen. Que se lo digan a Tiziano, venga a retratar Dogos; a Rubens con la apoteosis de Enrique IV; a Van Dyck con triple efigie de Carlos I; a David con el retrato ecuestre de Napoleón; a Brodsky, con el de Stalin. La imagen del poder y el poder de la imagen. La imagen, el núcleo central de la semiología y todas sus subdisciplinas.

Pero vamos al grano. El cine es la imagen en movimiento y se ha revelado un portentoso mecanismo civilizatorio. Utilizo el término deliberadamente para dejar abierto un campo que, de hecho, es inabarcable. El frecuente recurso a términos más restrictivos, como el de cultura o  hegemonía cultural, del que se habla en el libro, induce a error. El cine empezó siendo fábrica de sueños, pasatiempo, prestidigitación, evasión, comedy capers y, en poco tiempo, con la llegada del sonoro, acabó invadiendo todos los discursos, todas las narrativas y elaborando su propio lenguaje. Charlot es irrepetible, como los hermanos Marx, Orson Wells, John Ford, Jacques Tati, Truffaut, Buñuel o Amenábar. Por supuesto, cada cual puede quitar o añadir nombres a la lista. Aquí hay mucho de gustos. Pero la universalidad del cine en el tiempo y el espacio es apabullante. Gracias a él millones conocen a Aquiles, Orestes, don Juan, Otelo, Hamlet, Robinson Crusoe, Tristam Shandy, Ana Karenina o Lawrence de Arabia. Y millones imitan y siguen imitando a actores y actrices sin cuento. El cine denuncia tiranías, ensalza revoluciones, destruye unos mitos y construye otros. Ha sido el mayor revulsivo del siglo XX, hasta la aparición de internet, cuando las cosas están cambiando.

Todos esto lo sabe el autor, empedernido amante del género quien, averiguado que este es inabarcable, renuncia a las grand theories, incluso las de middle range, para concentrar su atención en los casos específicos de una decena de films, analizándolos por separado. Lo que se pierde en visión de conjunto se gana así en consideración más pormenorizada. Aplica Iglesias una interpretación política crítica que, a veces, pone en solfa la presentación de un tema en una película, a veces arremete contra la realidad que la película refleja, pues coincide con su enfoque. Tanto deconstruye como reconstruye. Hay variedad. Casi todos los análisis se dan en el marco de algún teórico de su preferencia: Gramsci, Zizek, Agamben, Fanon, Brecht, Butler. El libro se lee como una sucesión de agudas y brillantes críticas de películas

Pudiera parecer que dada la variedad de obras y autores, habría inconsistencias, falta de hilo conductor propio. Falso. Lo hay. Ya al comienzo, bajo la advocación de Gramsci, analizando Algunos hombres buenos, de Rob Reiner, se explicita el propósito de la primera parte del libro: buscar en el cine la política, entendida como conjunto de relaciones antagónicas de poder en las que el antagonista, (el otro) es, como dijo Edward Said, parte consustancial de los discursos hegemónicos y sujeto fundamental de la resistencia en el ámbito de la cultura a través de discursos contrahegemónicos." (p. 16) Parece algo enrevesado pero no lo es. Más adelante, en el capítulo dedicado a Dogville, de Lars von Trier, de la mano de Agamben, se explicita la intencionalidad y programa de la segunda parte, consistente en la búsqueda de la verdad de la política, ambiciosa  intención que ya se desliza unos renglones antes cuando se admite como bueno el recuerdo que nos trae Dogville de que la violencia es el fundamento del poder (p. 53). Un juicio que, o es analítico y cierto, pero carente de contenido, o es sintético y no necesariamente cierto pues, no siendo lo mismo poder y violencia, cabe pensar en un poder no basado en esta sino, por ejemplo, en la libre voluntad de la ciudadanía, que es justo el problema esencial de la teoría política. Y de eso trata este libro con los meandros propios de las películas elegidas.

Después del "código rojo" de Algunos hombres buenos, Iglesias mira Katyn, de Andrzej Wadja, con los ojos de Zizek y deconstruye el alegato patriótico del director, desmontándolo en tres datos, supuestamente constitutivos de la identidad polaca: equidistancia entre nazis y soviéticos, identificación del sufrimiento del país con las madres, las mujeres, el catolicismo y admiración por las élites nacionales polacas (p. 30). No sé si es enteramente justo. El padre de Wadja fue asesinado en Katyn. Supongo que eso cuenta. El cine es un género de autor. Y lo de la equidistancia entre nazis y soviéticos como elemento de la identidad polaca es anacrónico por defecto. No es equidistancia entre nazis y soviéticos, sino entre alemanes y rusos. Lo de nazis y soviéticos es contingente. Equidistancia en la que el catolicismo es piedra esencial entre protestantes y ortodoxos. Una ojeada a la historia enfocaría la atención en unos términos que nos ayudarían a comprender mejor eso de la identidad nacional. Lo de la identificación de las mujeres, la madre, y la Patria y el loor a las élites es parafernalia habitual en los discursos nacionalistas. En todos. La nación polaca no es más o menos madre que la italiana, la española o la catalana, pero no existiría si no se hubiera defendido durante siglos frente a alemanes y rusos.

Ispansi, de Carlos Iglesias y Soldados de Salamina, de David Trueba, dan pie al autor para vapulear un cine de memoria de la guerra civil pero acomodaticio, que propugna la reconciliación (p. 40). Enfrente, Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia, goza de sus preferencias pues al incluir escenas del NO-DO, se consigue esperpentizar el fascismo (p. 46). Es posible. Sobre la guerra civil está todo por decir. Aprecio mucho Soldados de Salamina, la novela y la película. Cuestión de gustos, claro, pero creo tener una razón: ambas consiguen lo que siempre consigue el arte cuando es arte, meternos en la cabeza y el corazón de los personajes y ver el mundo y el conflicto en el que están con sus ojos. No bajo ningún esquema teórico; no con las consignas de programa alguno.

Dogville, de Lars von Trier, es la ejemplificación de las doctrinas de Agamben en Homo sacer, la diferencia entre zoe y bios y el estado de excepción (p. 55). Vuelve a aparecer la peli de Reiner pero solo para entonar el introito de que lo excepcional es la ultima ratio del poder. Pero, la verdad, no veo en dónde está el atractivo de esa figura de homo sacer, perteneciente en el fondo a una tradición que consagraba la posibilidad de suspender la ley -cualquier ley- para dar caza libre a los enemigos del poder del momento. Una excepcionalidad "institucional" frecuente al final de la República y comienzos del Imperio romanos. O sea, las proscripciones. Aparece el fantasma del ambiguo Carl Schmitt: solo a través del estado de excepción puede entenderse el Estado de derecho (p. 56). Estamos en el núcleo del libro que plantea una concepción schmittiana: “Lo verdaderamente importante es, en última instancia, quién tiene el poder para plantear la eticidad política de sus acciones” (p. 59). Al igual que el anterior, es un enunciado cierto pero trivial. No dice nada sobre la aceptación de esa eticidad, cosa de interés, pues el mismo autor, en una interesante fusión de teoría y praxis, sostiene de palabra y obra que debe organizarse un contrapoder. ¿Con qué fin?

En Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, y La batalla de Árgel de Gillo Pontecorvo, pasamos a otro campo contiguo, de la mano de Conrad para la primera y Fanon para la segunda. Heart of Darkness y Los condenados de la tierra. Francamente es mucho para una sentada de quince páginas. Creo que todo lo que aquí se habla del otro, la colonización, etc., merece más reposo y no se ventila dando otro mandoble a la ingenuidad del buen salvaje de la tradición ilustrada (p. 79). Es más, empiezo a maliciarme que este concepto de buen salvaje y su crítica es una petición de principio. El canalla de Mathieu en la batalla de Argel tiene un pasado limpio, es "elegante y culto" (p. 90). Es una tradición presentar siempre algún nazi culto también. La cultura no es inocente. O sí. Iglesias admira la belleza del film de Coppola donde los bombardeos se muestran a los acordes de la cabalgata de las Valkirias. Imposible no reconocerlo con angustia y algo de terror. La batalla de Argel gana la apuesta. En su auxilio, Bert Brecht la considera casi como un “documento histórico” (p. 84). Bueno, no tengo queja al respecto. Lo de Apocalypse Now es otra historia y no sé si me la tomaría muy en serio. Falla un elemento crucial que convierte la versión de Copppola en cualquier cosa menos una versión del Corazón de tinieblas: en concreto, el Kurtz de Vietnam habita una guerra, situación, cierto, de absoluta excepcionalidad; pero el del Congo vive la paz civil de una explotación colonial cotidiana y ordinaria, aunque inhumana. Añadir Wagner a aquella es subrayar lo inapropiado (por cierto, pobre Wagner, cuánto han abusado de él) y no remediarlo. ¿Qué banda sonora hubiera puesto Conrad?

Me salto Los amores perros, que no he visto. El último capitulo se dedica a la Lolita, de Stanley Kubrick, en compañía de Judith Butler, de cuya pertinencia en el asunto no estoy muy seguro. Es el capítulo más logrado del libro y en el que el autor expone, revela más lo que piensa, en el que cambia el parámetro de la política. Lolita, la novela de Nobokov, la peli de Kubrick y la de Lyne, es una historia de poder, pero no de política en el sentido convencional del término. Sí de biopolítica, pero ese es otro cantar. El punto de Iglesias es la novela de Nabokov, la verdaderamente rupturista (¿no fue el novelista ruso el que dijo al llegar a los Estados Unidos que les traía la peste o algo así?). La película de Kubrick se lleva un buen revolcón por saltarse la novela y la de Lyne por no saltársela pero no haber entendido el fondo de la provocación nabokoviana: la relación con la nínfula (p. 113). Dolores Haze, Lolita, tiene doce años y su relación con su padrastro, Humbert Humbert, se considera hoy pedofilia con un punto de incesto, una prohibición probablemente sobrevenida. En 1955, cuando se publica la novela, y 1962, cuando se hace la peli, estos asuntos no estaban tan claros como hoy, con independencia de que, además de claros, nos merezcan uno u  otro juicio. 

Iglesias no incurre en la aburrida costumbre de criticar en las películas la falta de fidelidad al texto. Aunque Kubrick hizo mangas capirotes con el guión que encargó al propio Nabokov. Lo que le importa es si entienden el fondo. Y ahí es donde acusa a Kubrick de la gran traición por haber convertido Lolita de una nínfula en una joven de fuerte sexualidad, paradigma de un modelo comercial de la época de marchamo patriarcal. De ahí a presentarla como femme fatale hay un paso que es el que, según Iglesias, dio Lyne. Que él responda, si puede, pues su película no me parece deslumbrante. Déjeseme acudir en defensa de Kubrick, por quien siento especial predilección (cuestión de gustos, reitero) hasta el punto de haberme tragado un par de veces Eyes Wide Shut. La acusación es tremenda: no ha sido capaz de entender la importancia de Lolita, símbolo del contrapoder femenino (p. 120). ¿Y si el interés de Kubrick fuera otro? No Lolita, nínfula o no nínfula, sino Clare Quilty, ese perverso maníaco artista que le roba a Lolita. Al fin y al cabo, la película se abre con la muerte de Quilty que transforma toda la historia restante, pues la convierte en un flash back cuya función es explicar esa muerte. Convierte el relato lineal de la novela en circular, teleológico. Nabokov empieza matando a Humbert; Kubrick, matando al otro.

Esto de las interpretaciones es cosa sutil. Nabokov era un admirador de Proust, a quien consideraba figura señera de la literatura mundial. Humbert, profesor de literatura francesa, creo, lo cita en alguna ocasión y la novela -como otras obras del ruso- tiene referencias a En busca del tiempo perdido. No me atrevería a ir más allá pues no tengo suficientes elementos de juicio. Pero ¿por qué no habremos de encontrar una interpretación nabokoviana de las muchachas en flor? Al final la diferencia puede acabar siendo un límite de edad, cosa de interés para al código penal pero no para al arte que, como se sabe, no delinque.

Resumiendo: un libro muy interesante y que promete mucho. Si esa promesa se cumple o no dependerá de cómo oriente su vida el autor, típico héroe romántico, oscilando entre la barricada y la torre de marfil.  Eso sí, mediático. Suerte.

dimarts, 18 de febrer del 2014

¿No son personas los negros?

Bueno, quizá sí lo sean. Pero no tanto como un óvulo fecundado, por otro nombre, un no nacido, a quien la autoridad secular -inspirada en esto por la espiritual- está dispuesta a defender con uñas y dientes frente a la fiebre asesina de unas falsas mujeres emperradas (nunca mejor dicho; de perras) en propalar doctrinas demoníacas como la del derecho al propio cuerpo. Obviamente, no son lo mismo, el óvulo fecundado está mucho más desprotegido que unos mozarrones que trataban de llegar a nado a España sin saber nadar.

En fin, admitido, son personas. Pero conste que no murieron en España sino que lo hicieron, según el ministro, formalmente en Marruecos. ¿Formalmente? Sí, razona este devoto señor, porque no cruzaron la frontera española ya que esta, lejos de ser una línea fija y determinada, es oscilante, se encuentra en donde esté la guardia civil en ese momento. Si la guardia civil está en el casino, la frontera pasa por el casino. Es el concepto de frontera retráctil. Tan retráctil como su conciencia. ¿Que hay quince cadáveres? La conciencia se repliega, como la guardia civil. No son míos. No son producto de mi incompetencia, quizá de mi negligencia criminal. Son de otro. Formalmente, de Marruecos.

¿Denegación de auxilio? ¿Falta al deber de socorro? ¿Pelotas de goma? ¿Cartuchos de fogueo? Cháchara intrascendente de quienes solo buscan sacar réditos políticos de todo, pidiendo la dimisión de un ministro, cristiano ejerciente, en permanente contacto con la divinidad. Con sobrada razón el gobierno se niega a entregar todos los vídeos que tomaron 37 cámaras de lo sucedido aquella jornada. Está más interesado en encubrir el presunto desaguisado de las fuerzas de seguridad que en explicar lo sucedido y permitir que se haga justicia. Un derecho elemental, básico, de toda persona del color que sea. Un derecho que nos obliga a todos, cristianos y no cristianos.

Porque si los negros no son personas, los blancos tampoco.

(La imagen es una foto del Twitter de Javier @jdacazas

Cierra la Transición.

Al parecer, hoy está previsto que los barandas de El País den el puntapié hacia arriba al dire, Javier Moreno. Otro paso más en el proceso de desintegración del legado de un otrora gran periódico. La crisis de la prensa, que no es de la escrita (pues la digital también es escrita) sino de la de papel; la incompetencia de los gestores de una empresa que Polanco (llamado "Jesús del Gran Poder") sacó de la nada y a la que aquellos quieren devolverla; la deriva derechista de un medio que siempre fue mal que bien de centro; el oportunismo político y la codicia de su principal responsable; la pérdida de calidad periodística; los despidos en masa y el maltrato al personal restante. Todo apunta en la misma dirección que la destitución de Moreno. Y eso que este, de grado o por fuerza, había mostrado su disposición a hacer lo que se le dijera, desde poner a la gente en la calle hasta censurar contenidos o defender al gobierno. La prueba esa infame portada de ayer, magistralmente analizada por Íñigo Sáenz de Ugarte en una entrada en su blog Guerra eterna, alojado en eldiario.es, titulada Hoy es un gran día para el ministerio del Interior.

No es bastante. El gobierno quiere directores serviciales, periódicos sumisos, cuando no ditirámbicos, como La Razón o el ABC. Por eso saltó Pedro J. y por eso Cebrián le entrega El País, poniéndose él muy a salvo antes de nada, con el riñón bien forrado. Ya lo comentamos ayer en La pastuqui todo lo salva. Hoy añadimos la metáfora del barco a pique. La nave se hunde, pero el primero que se salva es el capitán. Ejemplar.

Y hay mucho más. El País es casi sinónimo de Transición, motivo de permanentes y agrias polémicas. Esta quiso ser el definitivo paso de España hacia la modernidad, el triunfo final del programa regeneracionista, la "normalización", el retorno a una Europa perdida doscientos años antes. Y el faro de este grandioso empeño colectivo había de ser El País. Con su giro de las nuevas mayorías (según el presunto nuevo director, Caño), el diario pone punto final a la Transición retornando al de partida, entregándose a un gobierno quintaesencia del más sórdido nacionalcatolicismo tradicional, deslegitimado, acosado por la corrupción de su partido, caciquil, arbitrario, autoritario e incompetente. Un gobierno para el que el modelo de medio de comunicación es el NO-DO. Un gobierno que pretende regir el país a la vieja usanza de la derecha, con el engaño, la censura y la represión. 

Quien hizo la transición, la deshizo. En parte importante, desde luego, el mismo periódico. 

Pero no las mismas personas.

dilluns, 17 de febrer del 2014

La pastuqui todo lo salva.

Al visitar la basílica de Santa María de los Ángeles, en Asís, el peregrino sabe que en su interior encontrará la porciúncula, lugar sagrado para los franciscanos porque en él vivió su fundador y de allí salió la orden de los hermanos menores. Sabe también que, al visitar la supuesta celda del santo, la encontrará luminosa y limpia, con un tosco lecho y una silla y mesa no menos toscas. Sobre la mesa, una jarra de agua y una libra de pan casi tan tosco como todo lo demás. Y una advertencia por escrito que lo invita a quedarse cuanto tiempo desee con dos condiciones: aceptar la regla del cenobio y, al marcharse, dejar la celda como la encontró. Al margen de otras consideraciones, llama la atención que se inste a dejarla como estaba; no mejor, sino como estaba. Es una admonición llena de enseñanzas.

Es una parábola de la vida: sigue las reglas de la comunidad y, al marcharte, deja el mundo como lo encontraste. No mejor pero, por las llagas de Francisco, no peor. No peor. Eres libre de querer mejorarlo pero, por favor, no lo empeores. No lo hagas más sucio, brutal, inhumano, falso y odioso de lo que ya es.

¿Cómo piensan dejar el mundo Rajoy y Cebrián? No cuando mueran, cosa que deseo les suceda lo más tarde posible, sino cuando salgan de los cargos o puestos de poder que detentan y desde los cuales causan un gran impacto en la sociedad, el primero en la política y el segundo en la comunicación que, a la postre, también es política. Si creen que, gracias a ellos, se mantienen pautas colectivas decentes, si la vida pública es el ámbito de la libertad, el respeto, la tolerancia, la honradez y la verdad o si, por el contrario, la han empozoñado hundiéndola en la falta de respeto, la intolerancia, la granujería, y la mentira. Y me contesto de inmediato: lo segundo, sin duda. Tanto el uno como el otro personifican modelos prepotentes, censores, embusteros y, sobre todo, codiciosos. La codicia, el afán de dinero, la pastuqui, parece estar en la base de estos comportamientos y generar en torno suyo el correspondiente clima de servilismo y falsedad.

Preguntado por enésima vez Rajoy (para su gran vergüenza, si vergüenza tuviera este payo) si ha cobrado sobresueldos, el Gobierno dice haber desmentido ya "con toda rotundidad" que cobrara sobresueldos. Falso. Tan falso como la no menos rotunda (y reiterada) afirmación de Rajoy de que sobre ese tema ya lo ha dicho todo. También falso. Ha dicho que no ha cobrado sobresueldos en dinero negro pero, que yo sepa, acepta haberlos cobrado por distintos conceptos. El color del dinero lo determinarán los jueces; pero el dinero se cobró; los sobresueldos se cobraron. Ya se verá si es legal o no. Pero es inmoral. Es inmoral que el PP aparezca como una máquina de repartir sobresueldos entre sus agraciados. La pertenencia a un partido -que debiera ser algo desinteresado, movido por la voluntad de servicio público- se convierte en un modo de vida cómoda, sin dar palo al agua, con todo género de bicocas y abundantes sobresueldos. Una forma de hacer carrera sin más esfuerzo que apretar un botón de vez en cuando y mil posibilidades -que suelen convertirse en realidades- de saquear el erario público. Un partido semejante a una asociación de malhechores.

Aznar, el iniciador de estas prácticas, suele ponerse bravucón y amenaza con querellarse contra todo quisque cuando se le relaciona con ellas. Sin embargo ahí está la crónica de El País afirmando que el PP pagó sobresueldos a Aznar cuando era presidente del Gobierno mientras recordaba que la entonces vigente Ley de Incompatibilidades lo prohibía. Las prometidas querellas aznarinas han quedado en nada. De nuevo la legalidad o ilegalidad es irrelevante. Lo decisivo es la moralidad y hasta la elegancia. Esos cobros serán legales o serán ilegales y habrán prescrito, pero no son de recibo. Quien haya cobrado los famosos sobresueldos no debiera ejercer cargos públicos ni andar por ahí sermoneando al vecindario.

Esa es la cuestión, la codicia sistemática que revela ese sistemático recurso a los sobresueldos, convirtiendo la política en un verdadero lodazal. El gobierno no ha desmentido nada; como no lo ha hecho Rajoy. Al contrario, sigue siendo un presidente supuesto perceptor de sobresueldos que, además, ha tolerado (quizá fomentado) la generalización de esa corruptela. Y en un estado de permanente ocultación. A estas alturas, la ciudadanía aún no sabe con seguridad cuánto ha venido cobrando al mes Mariano Rajoy los últimos años. Como tampoco sabe a cuánto asciende la fortuna del Rey ni en dónde está. Es la codicia que todo lo embadurna. Es la herencia de Rajoy. El país que deja, gobernado mediante la represión, la mentira y el saqueo, es más sucio, corrupto e inmoral que el que recibió. Mucho más. Gracias a él.

Y es también la herencia de Cebrián. Otro caso de codicia ciega. Al parecer por un error típicamente informático, se han hecho públicos sus planes para El País a muy corto plazo. De un lado, cambiar al director y a su equipo y, por otro, derechizarlo. ¿Más? Preguntará alarmado el lector de buena fe, según el cual El País es un periódico serio de centro-izquierda. ¿Más? Si ya defiende cerradamente las fábulas que recita el gobierno diciendo que habla de política económica. Sí, más. El País claramente al servicio de la derecha para pasar después la bandeja, como los otros diarios del movimiento.

Recuerdo haber leído hace años a Cebrián que un periódico debía ser un negocio saneado para no depender económicamente de nadie, ni de las arbitrariedades de los gobiernos, para conservar su independencia. Muy cierto, pensaba ya también, pues la independencia es la base del prestigio y el crédito. La única sobre la que cabe montar un negocio digno, independiente del poder, con unos clientes lectores con capacidad crítica, autonomía de juicio y sensibles a la independencia del medio. Eso es, por lo menos, lo que Cebrián debiera dejar al irse, como el peregrino de la Porciúncula.

Pero ¿qué deja? Ahora que el diario, el grupo, es una ruina, con una deuda impagable de miles de millones de euros, ¿cómo se lee aquel acertadísimo discurso? Dejemos de lado la melancólica historia de cómo un periódico, obra cumbre de un empresario de genio, Polanco,  determinante en momentos cruciales de la historia del país por su prestigio, se vende ahora de saldo a un gobierno cuyo respeto por la libertad de información y expresión es inexistente. Es el sempiterno relato del fracaso de los segundones que malbaratan la obra de los pioneros. Pero Cebrián ha hecho algo más que arruinar una empresa que recibió boyante. Él se ha puesto a salvo personalmente; con él sí ha seguido a rajatabla la doctrina del negocio saneado pues se ha asignado una retribución personal tan disparatada para una empresa en quiebra práctica que casi resulta increíble. Puedo estar equivocado pero no creo haber visto desmentido alguno respecto a esa cantidad de un millón de euros mensuales. Sin duda es perfectamente lícito porque las empresas privadas hacen con su dinero lo que quieren quienes mandan. Pero, la verdad, es vergonzoso cuando se pone en la calle a gente que cobra mil veces menos.La desigualdad exagerada, injusta, es tan odiosa mirada desde abajo como mirada desde arriba. O debiera serlo.

¿Creían ustedes que la información como empresa responde a factores distintos a los negocios agropecuarios o del textil? ¿Que influye sobre la interacción social con pautas morales? ¿Que anima debates sobre formas alternativas de organizar el bien común? Son ustedes unos ilusos. La única regla es la maximización del beneficio, con una sub-regla para cuando vienen mal dadas: coge la pastuqui y corre. Pura codicia. La herencia de Cebrián al frente de El País es un país más inmoral, sucio, insolidario en el que no importa nada la verdad ni la libertad de expresión ni el derecho a la información, sino la cuenta de resultados. Especialmente para el bolsillo propio.

(La imagen es una foto de La Moncloa según su aviso legal).

diumenge, 16 de febrer del 2014

Los liderazgos.

Comparando nuestra época con cualquiera otra se advierte un hecho notorio: la ausencia de líderes y el carácter débil y problemático de los que hay. En los tiempos pasados había hombres (y ocasionalmente alguna mujer) con eso que se llama "visión" y, desde luego, la voluntad de imponerla a la sociedad. Suscitaban apoyos mayoritarios, consenso, seguimiento. Dominaban su época y acababan llenando páginas y páginas de los libros de historia. El contraste con la actualidad es evidente. No hay figuras señeras, sino burócratas, personas de partido, muchas veces con largos años de servicio en la sombra que han moldeado sus caracteres para hacerlos acomodaticios, más pendientes de conservar sus puestos que de plantear salidas, proyectos, futuros a unas sociedades desmoralizadas y desconcertadas.

Suele decirse que la tradición de políticas basadas en liderazgos fuertes ha dejado amargas experiencias. La supremacía del hilo de oro de la ley quiere que, quienes la administran, sean seres anodinos, sin rostro, intercambiables. Nada de líderes que llevan inevitablemente al personalismo y la arbitrariedad. El último líder putativo que tuvo el país, Aznar, alcanzó el poder presentándose precisamente como el antilíder, como el hombre normal. Era absolutamente falso. Un hombre normal no casa a su hija en el Escorial. En realidad, un hombre normal no casa a su hija. Hace años que las hijas se casan por su cuenta. Falso porque la normalidad no era genuina, sino una argucia para contrarrestar la fuerza del último líder que tuvo el país, González.

El gobernante actual llegó también a lomos de la normalidad, sosteniendo que era un hombre previsible, caracterizado por una abundante copia de sentido común. O sea, nada de líderes. Y efectivamente, es previsible. Es previsible que haga el ridículo en cuanto se mueva. No es previsble, sin embargo, qué tipo de ridículo en concreto. Nadie se esperaba verlo actuando de telonero en un mitin electoral del partido islamista del primer ministro turco. El irónico, sarcástico, crítico de la alianza de las civilizaciones de Zapatero y Erdogan acaba de jenízaro de un sultán. Absolutamente previsible. De sentido común. Como Alá manda.

De la necesidad, virtud. No tengo claro si hoy no hay líderes porque nadie los necesita o nadie los necesita porque no los hay. Los gobernantes pierden estatura, dimensión, comportándose como administradores afanosos de unas circunstancias que los superan, como Obama, Cameron y no digamos Hollande. Pierden hasta el rostro. Los gobernantes de Portugal, Bélgica, Holanda, Austria, Dinamarca, etc. son gentes desconocidas. Casi nadie sabe distinguir el primer ministro entrante del saliente en Italia. La gente se hace cruces del valor de esos jueces que pretenden procesar al presidente de la República Popular China, pero es incapaz de identificarlo y algunos no saben siquiera si está vivo. Muchos no están seguros de si Europa tiene un presidente o dos o ninguno y, caso de ser dos, cuál manda más, si manda algo. Son políticos sin rostro y, cuando se empeñan en tenerlo, suscitan rechazo, como Merkel; o resistencia, como Putin; o franca hostilidad, como Berlusconi.

¿Qué ha pasado con los líderes? Son tiempos muy duros, de guerras de todo tipo, de ocupaciones, desplazamientos en masa, genocidios y una crisis económica que no cesa ni nadie sabe cómo resolver. Pero precisamente los tiempos duros alumbran los líderes. Los de business as usual dan otro tipo de personas. ¿Por qué no florecen como las cien escuelas de Mao Tse-tung? Siendo el liderazgo de esencia carismática y siendo lo carismático cuanto escapa a la comprensión racional, la pregunta no tiene respuesta. Vaya usted a saber. 

Tengo un remota sospecha, es como una intuición, de por qué los líderes han desertado. O una hipótesis. Los líderes lo son porque las masas los siguen. Por tanto los liderazgos precisan de una masa que quiera ser liderada, esto es, dirigida. En los años treinta se dan los liderazgos fuertes, los correspondientes al Duce, al Führer, al Caudillo, todas denominaciones que han dejado paso a la más neutra de Líder. Aquellos liderazgos se valieron sobre todo de la radio. Luego llegó la televisión y el líder tuvo que cambiar, adaptarse, como habían tenido que hacer los actores de cine cuando llegó el sonoro. La televisión multiplicó por mucho la influencia del líder pero también multiplicó la cantidad de líderes, fabricó todo tipo de ídolos que atacaban la preeminencia que habían tenido los dirigentes políticos por el monopolio de la plabara radiada y, por tanto, rebajó su condición. La gente se cansa mucho antes de lo que ve que de lo que oye y, para sobrevivir, los medios tenían qae multiplicar las imágenes.

Luego llegó internet y la política 2.0. Las masas, llamadas ahora "inteligentes" ya no siguen. Pertrechadas con el acceso al ámbito público, ahora discuten, crean proyectos autónomos, los difunden, postulan opciones, crean información y quieren ser seguidas a través de las redes sociales. Las redes, las importantes, son abiertas y distribuidas. En ellas participan todavía porcentajes relativamente modestos de la ciudadanía pero muy superiores a los que lo hacían en los tiempos de los viejos liderazgos. Parece como si la cuestión fuera similar a los otros momentos de adaptación para sobrevivir. El liderazgo se da en las redes sociales. Quienes se postulen como líderes habrán de adaptarse a ellas o perecer. 

En el caso de la izquierda, el debate del liderazgo tiene una doble vertiente. De un lado, se comparte la desconfianza generalizada hacia la figura producida por la consabida experiencia negativa. De otro, hay un rechazo de fondo hacia la idea misma del liderazgo. La prevalencia del concepto de clase entendido como un factor social, político, incluso epistemológico, hace pensar a los izquierdistas que lo suyo ha sido replantear la función del individuo en la historia. Será así, pero la izquierda ha sido siempre una sucesión de líderes: Robespierre, Marat, Bakunin, Lenin, Stalin, Mao, el Che, Chávez y, por supuesto, el sempiterno Castro. 

Siempre ha habido líderes en la izquierda y parecen volver porque son capaces de adaptarse al mundo digital. Podemos es, básicamente, liderazgo. Los medios hablan de un liderazgo mediático, pero eso no es enteramente cierto. Lo mediático ha sido la coronación de un liderazgo gestado en las redes sociales. Un canal de televisión de escasa audiencia pero que podía verse en streaming y que actualmente está situado en un periódico digital. El liderazgo en red de Podemos tiene su grandeza y su servidumbre pero si los otros pretenden competir con él, tendrán que adaptarse a las nuevas circunstancias. Algo tendrán que hacer y no limitarse a insultar. Y algo, desde luego, intentan hacer, pero el peso de las maquinarias de fabricar líderes antilíderes, gentes normales, burócratas sin rostro, de momento, sigue pesando más.

Queda para otro momento la tarea de averiguar cuál sea el contenido del nuevo liderazgo de forma radicalmente nueva; cuál sea su visión, su proyecto que, me temo, no puede basarse exclusivamente en un factor de tipo negativo. No hay nada nuevo en ser el mal menor.

(La imagen es una foto de Nist6dh, con licencia Creative Commons).

dissabte, 15 de febrer del 2014

Mordaza o mortaja.

Realmente, esto está adquiriendo tintes siniestros. La Unión Europea, la Comisión, amenaza con sancionar a España por usar pelotas de goma. Ángeles del Señor estos comisarios europeos. Sancionan por haber usado pelotas de goma. No porque hayan muerto catorce personas con la presunta ayuda de las autoridades españolas o, cuando menos, quizá, su inhibición criminal. Ángeles del Señor, digo. No parecen haberse enterado de que la policía emplea pelotas de goma contra los ciudadanos españoles dentro de las fronteras. Son varias las personas que han quedado mutiladas. Pero no hubo amenazas de sanciones. ¿Será porque a la Comisión le importan tan poco los ciudadanos españoles como al gobierno, sañudamente aplicado a perseguirlos, reprimirlos, multarlos, apalearlos y detenerlos?

Y acallarlos. Aunque se quiera dejar la cosa en un asunto de exceso de celo de las fuerzas de seguridad (razón por la cual, obviamente, aquí no dimite nadie), la barbarie de Ceuta ha tenido la virtud de dibujar la alternativa, la opción que las autoridades ofrecen a la población: la mortaja o la mordaza. La política de la mortaja ha quedado patente. La cantidad de muertos y heridos que este gobierno carga sobre su conciencia es ya considerable si le añadimos las víctimas de la violencia de género y los suicidas por los desahucios. Es lo que tiene andar a palos y a tiros por ahí. El grado de violencia impuesto por una política de orden público autoritaria y represiva va en aumento y se contagia a la sociedad civil. Cada vez son más frecuentes las agresiones de los grupos de fascistas a las organizaciones democráticas y a los ciudadanos. La convivencia se hace más y más difícil. En un editorial de El País que ahora no encuentro se concluye citando la famosa expresión, creo que de Andreotti, refiriéndose a España: manca finezza. Sí, desde luego; y sobra brutalidad.

Quien no quiera aceptar la mortaja se encontrará con la mordaza. La ley mordaza castiga de forma exagerada y arbitraria, con afán amedrentador, la libertad de expresión y la de información: no se puede criticar a la autoridad, no se la puede grabar, ni fotografiar, ni siquiera mirar. Y por autoridad hay que entender no solamente los agentes públicos, sino también lo guardias de seguridad privada. Hasta los curas acabarán yendo con un pistolón, como en los mejores tiempos del fascio. Tampoco se podrá disponer del espacio público para actos colectivos (salvo, supongo, las procesiones con el brazo incorrupto de Santa Teresa) de protesta. Cifuentes y González presionan para que la ciudadanía no pueda manifestarse en la Puerta del Sol del Madrid. Supongo que quieren mandarla a los Monegros.

De hecho, ya empieza a detenerse a la gente arbitrariamente, sin explicarle por qué, sin informarla de sus derechos. Ayer varios supuestos antidisturbios detuvieron sin más miramientos y sin acusación formal alguna a un ciudadano granadino, Juan Manuel Garrido, destacado activista del 15-M y, cuando este inquirió por la causa de la detención, al parecer los policías le contestaron tú sabrás lo que has hecho. ¿Les suena? Su compañero no pudo grabar la detención porque no se lo permitieron. Así, porque sí, en mitad de la calle y sin más que hablar. Ser activista del 15-M es un delito. Mañana lo será ser afiliado al PSOE.

No se puede grabar. No se puede informar. Mordaza a los medios. Raúl del Pozo cuenta en El Mundo algo que todo el mundo sabe: que el gobierno presiona y chantajea a los medios de comunicación. Desde el primer momento. Se ha fabricado un aparato de agitación y propaganda con los medios públicos, tiene comprada a una banda de periodistas y comunicadores dispuesta a partirse el alma (y, de paso, la cabeza de los antagonistas) en defensa cerrada del poder, sin matices, a la que salga y tuerce la voluntad de los medios privados críticos asfixiándolos económicamente, negándoles toda bicoca que reparte entre los fieles y dejándolos sin publicidad institucional. Televisiones públicas que han arruinado saqueándolas, han usado como medios de comisión de presuntos delitos (como en el canal nou en Valencia) y han convertido en maquinarias de desvergonzada censura y propaganda. Sin más explicaciones. Porque sí.

Mordaza o mortaja. Que suelen venir juntas. En el gobierno no dimite nadie, cosa habitual, pues está por producirse la primera dimisión de las varias docenas que debieran de haberse dado ya de ser España parte de Europa y no de sí misma. Pero, además -mordaza- tampoco se da explicación alguna. La vicepresidenta del gobierno no piensa difundir todos los vídeos sobre el incidente ceutí. ¿Por qué? Porque no le da la gana.¿Pasa algo?



divendres, 14 de febrer del 2014

Interior con pelotas de goma

¿De dónde sale este personal del ministerio del Interior? ¿En qué siglo vive?

Comparece el ministro en sede parlamentaria a desmentir las declaraciones de la guardia civil y el delegado del gobierno en Ceuta. Eso está bien y muy acordado con la doctrina del Opus Dei de no decir mentira. Un desmentido acompañado de una afirmación. Sí, se dispararon pelotas de goma, pero al agua, lejos de los infelices que trataban de pasar a España a nado y en ningún momento se puso su vida en peligro. Y eso, ¿no es mentira? ¿Es verdad? ¿Por qué? ¿Porque lo dice un ministro del Opus? ¿Porque le inspira Santa Teresa "que manda mucho"? El resto de explicaciones tensiona aun más la credulidad del auditorio. Las pelotas de goma fueron acompañadas de cartuchos de fogueo y de botes fumigadores que, para tranquilidad general "en el agua no funcionan", según aclara el mentado ministro sin aclarar nada. Y todo ese aparato pirotécnico no puso en ningún momento en peligro la vida de los inmigrantes. Si se ahogaron doce o catorce -aùn no lo saben- sería por otros motivos o porque así estaba escrito.

Las pelotas de goma han causado ya bastantes desgracias y, como se ve, se siguen utilizando alegremente, tratando de recabar la impunidad en su uso.  La política de orden público del ministerio, la de los órganos con mando directo sobre fuerzas y cuerpos de seguridad, como las delegaciones del gobierno, es extraordinariamente autoritaria y con escaso o nulo respeto al ejercicio ciudadano de los derechos y libertades. La policía y la guardia civil actúan como si ya estuviera en vigor ese proyecto de ley mordaza que llaman de seguridad ciudadana y que, al arrebatar al control judicial partes importantes del orden público, provocan una situación de inseguridad de la ciudadanía, sometida a decisiones administrativas desmesuradas y probablemente arbitrarias. 

Es una política deliberadamente agresiva y violenta, basada en el hostigamiento y la provocación. Conjuntamente con una creciente censura en la opinión pública, se trata de amedrentar a la población, asustar a la ciudadanía para que no haya protestas frente a un gobierno deslegitimado por la corrupción y cuyas medidas antipopulares precisamente las suscitan.

El aumento de la represión sin más no suele resolver los problemas de fondo.

Hécuba o la venganza.

En el viejo teatro Español, hasta el 23 de febrero, la Hécuba de Eurípides en versión de Juan Mayorga y bajo la dirección de José Carlos Plaza.
 
Hécuba, nada menos que Hécuba, interpretada por una Concha Velasco soberbia. A sus setenta y cuatro años domina el escenario ella sola a lo largo de la representación pues solamente lo abandona breves instantes, para desaparecer en la tienda de las troyanas cautivas a presenciar (quizá infligir directamente) el terrible castigo a Poliméstor. Encadena monólogos, da la réplica a todos los demás personajes, se exalta, amenaza, engaña, suplica, filosofa. Tiene dificultades de movimiento, pero eso acentúa el dramatismo de las situaciones. Domina la obra del principio al final. A su lado, los demás personajes -algunos más logrados que otros- palidecen, son casi como sombras. Las mismas troyanas -que esperan en la playa a ser embarcadas como esclavas en las naves de los aqueos vencedores- vienen a substituir al coro que aquí ha desaparecido, al igual que el corifeo. Hécuba es la palabra y el grito, define los términos de la acción y a ellos se ajustan los demás, Agamenón, Neoptolemo, Ulises... todos menos Políxena.

La trama es conocida. Sin romper la discutida regla de las tres unidades, la de acción aparece dividida en dos tiempos, dos partes. En la primera, el difunto Aquiles exige a los griegos que le sacrifiquen en la tumba, antes de partir de vuelta, a la más hermosa de las hijas de Príamo, Políxena. Ulises se lo comunica a la desgraciada Hécuba y se lleva a la víctima que es, en efecto, sacrificada sobre la tumba del peleida, a manos de su hijo, Neoptolemo. Precisamente el que en Las troyanas, asesina a Astianax, hijo de Héctor. En la segunda parte, Hécuba toma venganza de Poliméstor, rey tracio a cuyos cuidados confía Príamo a su hijo menor, un niño, Polidoro, para salvarlo del destino de Troya. Destruida esta, el infame Poliméstor asesina a Polidoro para quedarse con el oro con que su padre lo había provisto y arroja el cuerpo al mar. Hécuba simula no saber nada de la muerte de Polidoro y, por medio de Agamenón, atrae a Poliméstor con su dos hijos (aquí reducidos a uno) a la playa con la promesa de comunicarles en dónde ocultó Príamo el resto del tesoro de Troya. Los tracios caen en la trampa y las troyanas esclavas asesinan a los dos hijos de Poliméstor y a él le sacan los ojos.

Como siempre en Eurípides, la obra está llena de reflexiones de fondo sobre el destino de los mortales, la crueldad de los vencedores, el infortunio de los vencidos, temas familiares en el teatro clásico. Pero este es Eurípides: los dioses están llamativamente ausentes. Solo se invoca en un par de ocasiones a Zeus y en un contexto tan mundano que algunos especialistas consideran que se trata de interpolaciones. Y la tragedia gira en torno a mujeres. Eurípides es el autor de las mujeres: Alcestis, Medea, Andrómaca, Electra, las troyanas, las dos Ifigenias, Helena, las fenicias, las bacantes son muestra abundante. Eurípides las saca de la sombra y expone su visión de las cosas. En todo el ciclo troyano, Hécuba, de la que solo se habla como prolífica madre, es una figura confusa. Poniéndola en primer plano, el de Salamina manifiesta la crueldad de la situación de las mujeres de los vencidos, ayer reinas, hoy esclavas en un mundo dominado por la moral patriarcal del guerrero, según la cual es mil veces preferible morir a vivir sin honor, como concubina, como sierva, como una perra. Por eso, la reacción de Políxena, quien afea a su madre que suplique por ella a los aqueos, iguala a la víctima (aun siendo mujer) a los guerreros, pues prefiere la muerte a la deshonra.

La segunda parte, la de la venganza, se presta a error. Con el precedente de Medea, resulta atractivo atribuir la venganza de Hécuba a las obscuras fuerzas, casi telúricas, de las mujeres, en el fondo, temibles bacantes. Ciegas en su débil razón, son capaces de venganzas horribles. No tan rápido. Hay que escuchar las razones que aduce Hécuba frente a Agamenón para exigir justicia, no venganza, por más que la venganza se entendía como justicia. Lo que Hécuba reclama al atreida es algo revolucionario, es que el derecho a la justicia (o venganza) asiste por igual al esclavo y al hombre libre, a la esclava y a la mujer libre. A lo mejor me paso; pero no mucho.

dijous, 13 de febrer del 2014

Las costuras del Estado.

En España se valora mucho la unidad. Existe la creencia de que quien la tiene y la garantiza cuenta con el favor de las mayorías. La izquierda habla continuamente de ella, pero no la practica. La derecha la practica a piñón fijo pero no habla de ella. No le hace falta. La exhibe orgullosa, como en el caso de la votación secreta sobre el aborto, incluso al precio de la congruencia ideológica. La izquierda la invoca como jaculatoria cuando se enfrenta a sí misma y se fracciona. La unidad de las fuerzas políticas quiere reflejar la famosa de las tierras y los hombres de España. La unidad nacional.

Solo los nacionalistas catalanes y vascos están empeñados en negarla y abrir otra aventura. Los vascos lo intentaron por la violencia y no consiguieron nada. Ahora han dejado la iniciativa a los catalanes, quienes emplean las vías políticas, mucho más complejas que el independentismo armado, que ponen al Estado también en un brete. Ya no se da el maniqueísmo de la vida o la muerte sino un tira y afloja en una permanente negociación sobre la legalidad mucho más difícil de abordar porque implica razonar, justificar, dialogar, convencer y buscar puntos de entendimiento.

El soberanismo catalán lleva la iniciativa política desde la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña de 2010, motivo actualizado de agravio, probablemente innecesario. Desde entonces no ha hecho más que extenderse, afianzarse, consolidarse, conseguir apoyos en todos los estamentos sociales. Como se prueba también con la masiva Diada de 2012 por la independencia de Cataluña. Enfrente tiene un nacionalismo español, en el gobierno y en la oposición, reacio, incluso hostil, a todo intento de revisión de las costuras del Estado, para entendernos. Entre ambos, claro, hay diferencias, pero son de matiz. El nacionalismo español quiere la unidad de España. Los otros dicen que ellos no son España. Ante esto, silencio y negativa cerrada a toda discusión o negociación. Si no son españoles, se les españolizará.

De ahí viene la iniciativa del nacionalismo catalán que ha conseguido proyectar la imagen de una apertura incondicional a la negociación. Es elemental. Quien pone las propuestas sobre la mesa determina en buena medida de qué se habla. Si, además, las pone dispuesto a negociarlas sin condiciones, está en lo justo al presentarse como civilizado, partidario del pacto, de la negociación. Y si la otra parte no propone nada, queda como intemperante y autoritaria. El nacionalismo catalán, al menos el burgués o moderado, está dispuesto a negociarlo todo: la pregunta, el estilo, el método, la forma. Todo menos el fondo: ha de haber una consulta legal. El nacionalismo español no parece dispuesto a negociar nada mientras se mantenga la pretensión de fondo.

A esto llaman los franceses un impasse, una situación incómoda para un Estado que precisa de todas sus energías para salir de una crisis que lo tiene maltrecho. Aquí es donde Mas da otro paso y reclama una propuesta de Estado para replantear la voluntad independentista. Otra propuesta sobre la mesa; otra propuesta seguramente rechazada sin oferta de alternativa alguna. 

La pregunta es: ¿cuánto tiempo cabe aguantar así? La presión del soberanismo catalán somete a dura prueba las costuras del Estado. De momento tiene a la izquierda hecha trizas, dividida, prácticamente ausente del debate nacional. Lo que reanima el espectro del problema sempiterno: que sea la derecha la que monopolice el nacionalismo español.

¡Qué visita!

Leo en El País que el Real Museo de Bellas Artes de Amberes, ahora de reformas, ha prestado hasta el mes de mayo al del Prado este cuadro del francés Jean Fouquet, uno de los paneles del famoso díptico de Melun, pintado en 1450, del que falta el otro. El título oficial de la obra es la Virgen y el Niño rodeados de ángeles. Es maravilloso, ¿verdad? Uno no se cansa de mirarlo. Pilar Silva, competentísima especialista en pintura flamenca del Museo, dice que es una "obra única" en el arte europeo. A la vista está. Es uno de esos cuadros que, sin ser considerados grandes obras por el saber convencional, jalonan la historia de la pintura como fogonazos, por su originalidad, su atrevimiento, por eso, por su carácter único, como el autorretrato en un espajo cóncavo, del Parmigianino, el origen del mundo, de Courbet o el último autorretrato de Picasso, meses antes de su muerte. Así que, en efecto, honores a nuestra ilustre visitante y a verla en cuanto se pueda. A embobarse ante esa muestra de audacia, de libertad, de irreverencia, pintada en un estilo fuerte, abigarrado, casi sin un solo espacio libre, como corresponde al oficio de miniaturista de Fouquet, si bien la tabla es de dimensiones medias, de casi un metro por 0,80.

Eso de pintar a la Virgen con un seno descubierto no era extraño en la tradición cristiana, en la que no son infrecuentes las vírgenes lactantes, incluso hasta la exageración, como se prueba por las representaciones del llamado "milagro de San Bernardo". Extraño, desde luego, es representarla con elegante atuendo de cortesana, casi media cabeza afeitada, a la moda de las bellas de antaño, sentada en un riquísimo trono de pedrería con borlas doradas. Pero lo más extraño, hasta inquietante, es la actitud de la mujer y el modo en que mira al niño. En El otoño de la Edad Media, Huizinga señalaba el peligro que tenía mezclar de ese modo el amor religioso y el profano, un tema también frecuente, pero nunca de un modo tan obvio. Ayudan y mucho a esa sensación que la obra produce esos querubines rojos y azules, que tienen un punto de demoníaco.

La representada es Agnès Sorel, casada, dama de honor de la Reina María de Anjou y primera favorita del Rey, Carlos VII, con quien tuvo tres hijas. Eran también los tiempos de Juana de Arco, en que se daban marcados contrastes como este. Además de su extraordinaria fuerza, el cuadro es el símbolo de  una época turbulenta, repleta de leyendas. Por leyenda se tuvo hasta primeros de este siglo lo que, sin embargo, parece haber sido un hecho:  que la hermosa Agnès Sorel murió a los veintiocho años de edad envenenada con mercurio. Si fue suicidio o asesinato, no está claro. 

dimecres, 12 de febrer del 2014

Las tres eses negras.

La desafección, la hostilidad de la ciudadanía hacia los políticos se extiende, según los expertos, a la política en su conjunto. Y también a la misma democracia, avisan los más agoreros entre ellos. Es el caldo de cultivo en el que engordan las tendencias extremistas, sobre todo de derechas, los populismos, la xenofobia, el fascismo siempre latente en Europa. La causa de esta actitud suele ir a buscarse a la mezcla de corrupción e incompetencia que caracteriza a los gobernantes. "Son todos iguales". "Van a lo suyo". "Dan la espalda a la sociedad". "Son incapaces de resolver los problemas." "Pero aprovechan para enriquecerse." Son expresiones habituales, generalizadas. Solo con esto, el asunto es ya muy grave.

Pero hay más, mucho más. No se trata solo del rechazo que provocan las actitudes de los gobernantes respecto a los asuntos prácticos y cotidianos de la vida: las corruptelas, las arbitrariedades, las insensateces, la incompetencia en la gestión. La irritación ciudadana viene movida por escándalos de mayor calado, que afectan a cuestiones de principios, de valores, de convicciones que se predican y se desprecian en el mismo acto. De estas cuestiones se habla, sí, pero en tono menor, como si diera miedo tratarlas abiertamente. Y, sin embargo, son las verdaderamente graves, las que deslegitiman el sistema político e incluso el orden de convivencia. Son las tres eses negras de esta crisis.

Silencio.

Se dice que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. La sabiduría manda callar. ¿Siempre? A lo mejor es prudente moderar esa afición a los principios con unas gotas de desprestigiada casuística. Callar puede no ser siempre lo mejor. La insólita declaración de la Infanta es un monumento al silencio. Siendo toda palabra potencialmente incriminatoria, de sus labios solo salió una monodia de no sé-no recuerdo-no me consta-no-no-no. Es dudoso que ese inverosímil y cerrado silencio vaya a ir en su beneficio. Al contrario, hace su posición más insostenible. ¿Por qué, pues, lo mantuvo? No mejora su circunstancia personal  y empeora la de su marido. Lo verdaderamente grave es que apunta a su padre. El silencio de la Infanta -ya lo han señalado muy reputados analistas- sirve de cortafuegos al Rey, pretende protegerlo. Lo que el silencio quiere callar es el grado de conocimiento del monarca de unos presuntos delitos cometidos durante años por sus más directos y cercanos parientes. Un grado de conocimiento que necesariamente tiene que haber sido elevado. Los cortafuegos sirven si paran los incendios pero, a veces, cuando hay viento, estos los saltan y prenden en el otro lado del monte. Ahora es la fortuna del Rey la que aparece en el punto de mira de las peticiones de información de la ciudadanía. La Casa Real ha querido adelantarse tomando algunas tímidas medidas de transparencia que resultan insuficientes. El Monarca debe hacer lo que los ingleses llaman una full disclosure una full monty de su fortuna personal, de su origen y ubicación. Algo sobre lo que había caído un manto de espeso silencio acordado por los medios, los grandes partidos dinástico y los sectores poderosos de la sociedad, la banca, la Iglesia, la patronal. Silencio sobre la honorabilidad de la más alta magistratura del Reino. Primera ese negra.


Secreto.
Una de las garantías de la libertad de voto es el secreto. No hay elección popular legítima si el secreto no está garantizado. Excepto, curiosamente, en el Parlamento. El debate sobre si el voto de los diputados debe ser público o no es larguísimo y está lleno de matices. No seremos nosotros quienes lo resolvamos. Pero sí advertimos que suele pasar por alto la disciplina de voto, porque es algo molesto. La evidencia de que, en el noventa y nueve por ciento de los casos, los diputados no votan en conciencia sino según las directrices partidistas, destruye la teoría de la democracia representativa, según la cual los parlamentarios representan a toda la nación. Los partidos se saben tan alguaciles de la situación que tienen establecidas penas pecuniarias (¡ahí les duele!) para los diputados díscolos. La disciplina de voto es una causa del desprestigio de la institución parlamentaria entre la ciudadanía. Cosa que se agrava cuando, como ayer, se impone una votación secreta porque se trata de dirimir un asunto en el que las convicciones profundas están en juego. ¿Resultado? Sus señorías, pudiendo votar según su conciencia y no según su conveniencia, descubren que su conveniencia es su sola conciencia. Todos. Como un solo hombre. Lo expresó con característico desparpajo la diputada Villalobos: no iba a traicionar a su partido pues lo que a ella le gusta es dar la cara. Y, para dar la cara, la oculta. Con ese voto secreto, voto en libertad, voto en conciencia, sus señorías han demostrado ser los esclavos felices. Teniendo en cuenta que el ochenta por ciento de la ciudadanía y hasta el sesenta por ciento de los votantes de la derecha rechazan la ley contra las mujeres a cuyo favor han votado libremente y en conciencia sus representantes, ¿cómo quieren que los representados los respeten? Secreto. Segunda ese negra.

Sumisión.
El gobierno se ha cargado de un plumazo, por el procedimiento de urgencia, valiéndose de su guardia pretoriana parlamentaria -con la simbólica ayuda de sus píos socios de Unió Democràtica de Catalunya- el principio de la jurisdicción universal, la justicia penal internacional que los tribunales españoles, adelantados en esto, venían practicando. Otra vez una cuestión de principios. Y uno muy tocado porque, si ya la fe en el de la justicia nacional es casi inexistente a la vista de los sonados casos como la Gürtel, Bárcenas y, sobre todo, la Infanta, la que se depositaba en la jurisdicción universal ha recibido un golpe de muerte. Los jueces españoles tenían de los nervios a una decena de tiranos distribuidos por medio mundo. Pero la cuestión se plantea -y a toda pastilla, literalmente perdiendo el trasero- cuando afecta a los poderosos. Ya los Estados Unidos respondieron hace unos años con una típica chulería del Far West ante la petición española de que compareciera ante la justicia el oficial gringo que dio la orden de disparar contra el cámara español Couso en la guerra del Irak. "Helará en el infierno", dijo un mandamás estadounidense, "antes de que un militar nortamericano comparezca ante un juez español." Y colorín, colorado.

Pero la Justicia no sabe de infiernos ni amenazas. Solo sabe de principios, así que sigue pidiendo la comparecencia de los militares y, acelerándose, también la detención de unos ex-gobernantes chinos, a cuenta del presunto genocidio del Tibet. Los chinos, en lugar de responder a lo gringo, muy irritados, amenazan en serio y recuerdan que tienen el veinte por ciento de la deuda española. Así que el gobierno, en efecto, ha dado un bote y ha rendido completa pleitesía a los barandas del momento. Este mismo gobierno se niega a extraditar a presuntos torturadores de la dictadura para su procesamiento en la Argentina. Menos mal que los chinos parecen darse por contentos con que España se olvide para siempre de la jurisdicción penal universal y no pide que le extraditen a los juececillos que han osado acusar a sus geniales timoneles. Porque, dados el terror y la sumisión de nuestro gobierno, no sé lo que haría. Sumisión, tercera ese negra de este sistema que hace aguas.

dimarts, 11 de febrer del 2014

A Europa con ardor.

El PSOE tiene ya cabeza de lista para las  europeas. La Comisión Ejecutiva Federal ha respaldado por unanimidad a Elena Valenciano, la segunda a bordo. La interesada lo ha anunciado en la sede del PSOE, exultante, por cierto. En el mes de marzo, un Comité Federal decidirá el resto de la candidatura. Quizá también por unanimidad. Es un procedimiento estatutario, correcto, legal. Pero en los tiempos que corren de inquietud, desánimo, desconcierto y exigencias de mayor apertura y participación, chirría. Parece de antes, de cuando las decisiones se tomaban en los cenáculos del poder y se anunciaban luego al pueblo llano para su regocijo. Es la costumbre. Ni las formas se guardan.

Beatriz Talegón protesta en El Plural y habla de decisiones a dedo. Probablemente su queja de que "la dirección" del partido no haya consultado con la militancia carece de substancia. Si la "dirección" está para algo, será para dirigir y si cada vez que ha de decidir tiene que consultar, no es dirección sino seguidora. Pero la protesta traslada al interior del PSOE algo del descontento general en la ciudadanía. Talegón invoca el decálogo enunciado por el Foro ético (un grupo de socialistas con tintes regeneracionistas), los diez requisitos que debe cumplir una candidatura socialista al Parlamento europeo. Seguramente Valenciano reúne muchos de ellos y añade experiencia directa de dos legislaturas en Estrasburgo/Bruselas. Por eso mismo, tiene razón la joven socialista, ¿por qué no anunciarse un poco antes en lugar de aparecer como un hecho consumado? Porque estaba ya apalabrado con los barones. Procedimientos del aparato, de circulación interna que diría un teórico de las élites, de reacomodo de mandarines.

Tiene uno la impresión de asistir a una doble representación de escenarios alternativos. De un lado vivimos en un país agitado, casi convulso, con infantas ante los tribunales, una insurrección nacional catalana, inmigrantes muertos por docenas, ministros abucheados, represión policial, manifestantes apaleados, ciudadanos desahuciados, estadísticas de espanto, corrupciones diarias, incompetencia gubernativa, protestas de todos los estamentos, intervencionismo y autoritarismo de los poderes públicos, control agobiante de los medios, prepotencia de los políticos, ruina de los servicios públicos y desafección popular lindando en la insubordinación general. Esa es la realidad.

De otro lado aparecen estos personajes bien vestidos, casi atildados, en tranquila rueda de prensa con todos los emblemas del partido -en suya sede se producen- arropándolos. Por cierto, ojo a la imagen y la comunicación. Ojo a las combinaciones de colores. Parecía un acto de la Coca-Cola. La rutina. Hay unas elecciones, se presenta una candidatura, se hace una campaña y se coloca a veinte o veinticinco conmilitones en el Parlamento europeo a defender una política que son incapaces de explicar a sus electores porque ni ellos la tienen clara. Así lo prueban las manifestaciones de Valenciano en la impoluta rueda de prensa: las derechas llevan diez años haciendo y deshaciendo en Europa. Ahora nos toca a nosotros hacer y deshacer. ¿Quiénes? Los socialdemócratas. Y de ahí no sale. Propone presidente de la Comisión al alemán Martin Schulz, un socialdemócrata de la socialdemocracia que gobierna en Alemania en coalición con la derecha.

Y conste que me parece una ventaja. Entre ser gobernado por la derecha a secas a serlo por una alianza de derecha e izquierda socialdemácrata prefiero lo segundo. Pero ¿es posible en España? Dos circunstancias, una objetiva y otra subjetiva la impiden. La objetiva: la derecha tiene una sólida mayoría absoluta, lo que no es el caso con la CDU/CSU alemana. La subjetiva: ya quisieran los socialistas españoles tener tan claras las cosas como los socialdemócratas alemanes quienes, en menos de un mes de gobierno han impuesto varias medida reformistas de izquierda, entre ellas, la fijación del salario mínimo y el adelanto de la edad de jubilación. 

El único significado de estas elecciones europeas es ser preparativo de las del año próximo. Pero no parece concentrarse mucho en ellas quien de antemano prescinde de su mano derecha enviándola a lejanas tierras.

dilluns, 10 de febrer del 2014

¡Ay, la legalidad!

Mas lo repite sin cesar: la consulta se hará dentro de la legalidad. Y eso es lo que aprobó ayer la Conferencia de IU sobre el modelo de Estado por 47,2% de votos favorables frente a 52,8% de negativos y abstenciones. Claro. Mas es un dirigente de un partido burgués, de orden. IU es una organización de izquierda radical y su núcleo, el Partido Comunista, tiene una tradición revolucionaria que se ha manifestado de sopetón dejando a algunos dirigentes perplejos, pues no se lo esperaban. Ahí es donde IU tropieza con un problema de clarificación frente a la opinión pública que no gusta nada de encarar. ¿Somos o no somos legales?

Mas lo tiene facilísimo. Si no puede hacerse la consulta directamente por impedimentos legales se hará indirectamente a través de unas elecciones que llaman plebiscitarias, pero dentro de la legalidad.

Para la tradición revolucionaria, específicamente la comunista, eso de la legalidad tiene un valor relativo, meramente instrumental. Sí, casi el 50% ha votado a favor de la legalidad; pero más del 50% lo ha hecho en contra o se ha abstenido. ¿Quiere decir que vota a favor de la ilegalidad? Seguramente no. Pero lo deja en un limbo impreciso al asegurar que el derecho a decidir es previo y superior a la legalidad y que el apoyo que se le presta es superior a esta.

Por contra, la ponencia sobre el federalismo con inclusión del derecho a la secesión ha recibido un apoyo cerrado, superior al noventa por ciento. Por lo tanto, la discrepancia no está en la cosa en sí, pues se reconoce el derecho de secesión, ahora prudentemente llamado derecho a decidir. La discrepancia está en el método, el modo de ejercerlo. 

El problema es que la vía legal es clara, previsible (aunque pueda dar sorpresas) mientras que la vía a-legal es imprevisible, incierta y, probablemente, deba ir justificándose sobre la marcha. Y ahí está esta compleja cuestión que formularemos como cadena de preguntas: 

- ¿Qué vías indiferentes a la legalidad -si no claramente contrarias a ella- se proponen y cuál es su alcance? 

- Y, para proponerlas, ¿se ha de esperar a que se agoten las legales o puede empezarse ya?

- ¿Se admite que, para saber el grado de apoyo de las propuestas, sea preciso concurrir a las elecciones?

- ¿Y no habrá que hacerlo como parte específica e independiente en lugar de como sector perdedor en la votación de la Conferencia sobre el modelo de Estado?  

WikiLeaks filtra la conversación entra la Infanta y el Rey.

Palinuro recibió ayer un what'sApp de su amigo Julian Asange: "Pali, cliquea en el archivo adjunto. Hemos pinchado a la Infanta hablando con el Rey". Y tal cual:

- ¿Qué tal ha ido todo, hija? Dicen que no has contestado a casi nada, que te has hecho la tonta.
- Ya sabes que se me da muy bien. Pero sí he contestado algunas preguntas.
- ¿Sobre qué o sobre quién? No sería sobre mí, ¿no?
-Claro que no, papá. ¡Si estabas mirándome desde el cuadro que presidía la sala!
- Eso es lo esencial.Yo no sabía nada. Nada de nada
- Bueno, me preguntaron por qué le dijiste a Iñaki que se apartara de Nóos en 2007.
- Sí, para el caso que me hizo... ¿Qué les has dicho?
- Que fue por razones de estética.
- Es que tu marido es muy feo. Con esa cara de lechuguino de pueblo y vendedor de crecepelo...
- No empieces, papá. Sabes que lo quiero, que me casé por amor, que solo veo por sus ojos.
- Calla. Es un inútil y un mastuerzo. ¡Mira que dejarse pillar! 
- Mala suerte, caramba. No todo el mundo tiene tu experiencia.
- ¿Qué quieres decir?
- Lo sabes de sobra. Iñaki solo quería imitarte. Su única falta fue seguir tu ejemplo.
- Ten cuidado que esto está todo intervenido. Me fío menos de estos gobernantes de derechas que de los de izquierdas.
- Pues no me calientes. A ver ¿qué ha hecho Iñaki que no hayas hecho tú? Si hasta estuvo tonteando con esa marujona amiga tuya.
- ¿Lo ves, Cris? Un mastuerzo. Nunca supo cuál es la función de un plebeyo frente a un Rey.Y con un gusto deplorable.
- Pues anda que el tuyo... Por cierto el juez me preguntó también por el préstamo de 1,2 millones que me hiciste. 
- Y que veo en globo.
- Le dije que eres paciente y esperarás a que lo devuelva. 
- Ya, al paso que van las cosas, lo doy por perdido.
- ¿De verdad? No me lo digas dos veces, que te tomo la palabra. Ahora andamos un poco apretadillos de dinero. Los abogados dicen que lo he hecho de cine y no he de temer nada. Un mal trago. Un trámite enojoso, y se acabó.
- Ya veremos, ya veremos. Ojalá. Si es así te perdonaré el resto de la deuda.
- Claro que será. Me aplicarán la doctrina Botín.
- ¡Botín! ¡Ese sí que es un leal vasallo! Claro, el dinero, la clase, en fin... ¡Un adelantado! Pero no sé yo. Está el pueblo soliviantado y los medios solo quieren escándalos para vender.
- Si Botín se libra, me libro yo. O todos o ninguno.
- Hay que confiar en los banqueros y en los empresarios. Son los que controlan a los periodistas por la barriga. Y también a casi todos los políticos (siempre hay algún friki), que es gente escurridiza, falsa. Te descuidas y te clavan un rejón.
- Tranqui, papá, está todo controlado. El fiscal es de los nuestros. Y los medios te comen en la mano.
- Los de aquí. Los de fuera echan bombas. El cuento de la democracia y el Estado de derecho y esas cosas. Menos mal que estos patanes no saben inglés. Y el que menos, el berzas de Rajoy.
- No haber empezado tú, que a veces pareces un rojo: "la ley es igual para todos, la ley es igual para todos". ¿A quién se le ocurre?
- Había que decir algo, mujer.
- Menos mal que los abogados son unos soles. Sobre todo ese amigo tuyo, Roca.
- ¿Verdad que sí, Cris? Y eso que es catalán. Hasta entre los mercaderes hay caballeros.
- Y muy listo.
- Cierto. Hizo la Constitución.
- Desde luego. Es al que se le ocurrió que me hiciera pasar por tonta.
- Que se te da muy bien.
- ¿Ves? Ya empiezas otra vez.
- Pero si lo dices tú misma.
- Es verdad. Solo he cometido un error.
- ¿Cuál? 
- Dejar que Iñaki hiciera frente a la situación él solo. Tenía que haber salido yo, diciendo que cumplía mis órdenes.Porque a la vista está: el verdaderamente tonto es él.
- Ya te lo decía yo, hija...

diumenge, 9 de febrer del 2014

La estética.

Motivos de "estética" aduce la Infanta al responder a la pregunta/dinamita de por qué el Rey ordenó a Urdangarin dejar Nóos en 2007. Y el periódico entrecomilla el término, como si le pareciera impropio. Como si al tomar la decisión, el Rey solo quisiera quedar bien, guardar las apariencias, pura forma. Pero, en realidad, la Infanta, que no es tan tonta como se hace, aduce la estética como cuestión de fondo, dentro del juicio estético kantiano, que es el juicio del gusto, intuitivo, subjetivo, empírico, incomunicable y que excluye todo entendimiento previo. Dicho en castellano castizo: el Rey ordena a Urdangarin dejar algo acerca de lo que ignora todo. No es encubrimiento, ni complicidad; es estética. ¿Ven como no es tan lerda?

La estética, ya en ese sentido más liviano y callejero estuvo presente a lo largo de una jornada que ha sido como una catarsis nacional. Sonrisas, elegancia, compostura, restricción, palabras mesuradas de la defensa. Solo el abogado de la acusación popular las piaba (en el moderno sentiduo de tuitear) que todo estaba siendo un escándalo y la Infanta contestaba una de cada veinte preguntas del juez Castro. Por lo demás, casi un rigodón. La tempestad, por dentro.

Estética en la escenografía. La sala, presidida por un retrato del Rey en cuyo nombre se administra la justicia. La justicia del Rey se aplica a su propia familia de la mano de un juez de aspecto algo tosco que monta en una scooter. Hay algo extraño en todo ello. La Infanta ha declarado en defensa propia frente a la justicia de su padre. De todas las complicadas relaciones entre hijos y padres que el psicoanálisis ha clasificado, esta queda fuera de catálogo. ¿Acaso la justicia del padre puede ser justa? Bueno, pero se trata de la institución y de su valor simbólico. Es una cuestión estética.

Esta sobreabundancia de estética hace más patente la falta de ética. Viene así a la memoria el recuerdo de otro tiempo, también de conflicto (¿cuándo no?) en el que el profesor de Estética de la Universidad de Barcelona, José María Valverde, al abandonar su cátedra en solidaridad con los expulsados Tierno, García Calvo y Aranguren, dejó escrito en el encerado algo perfectamente aplicable hoy día: nulla estetica sine etica, ergo apaga y vámonos.

Eso es. Si no hay ética, no hay estética y, si el Rey ordenó a Urdangarin dejar Nóos, pudo ser por salvarse a sí mismo.

La democracia y su defensor.

Casi centenario falleció ayer en una residencia de Connecticut Robert A. Dahl, uno de los padres de la ciencia política contemporánea y figura respetada por encima de querellas doctrinales. Dahl era hijo de inmigrantes noruegos en los Estados Unidos. Recordaba los años duros de la recesión siendo él adolescente, cuando había de recorrer grandes distancias para ir al instituto en mitad de la nieve, pues vivían en Alaska. Andando el tiempo llegaría a ser uno de los grandes teóricos de la democracia en el siglo XX, junto a los Sartori, los Hayek o los Schumpeter. Tengo para mí que esa experiencia vital de los que vienen de abajo, esa voluntad por ascender por méritos propios en un mundo de oportunidades siempre escasas, condicionó el enfoque dahliano del objeto de estudio al que dedicó toda su vida, la democracia.

A veces se le criticó lo que muchos entendían como una función ideológica y justificativa de su teoría de la democracia pluralista, sobre todo frente a los análisis marxistas. El pluralismo era una forma del funcionalismo y no estaba bien visto. Encima, Dahl, que tenía su punto de ironía, reverdeció el concepto hegeliano de poliarquía, no aplicado a la Edad Media sino a las democracias contemporáneas. Este último sigue siendo término de culto en cenáculos, pero el concepto de pluralismo se han expandido entre los estudiosos y la gente en general. La democracia pluralista se ha convertido en staple food de los debates. Casi parece una redundancia pero conveniente en tiempos en que la democracia puede adjetivarse de otras sospechosas maneras, como "socialista" o "popular" u "orgánica" o "islámica".

Desde el punto de vista de la teoría, el enfoque pluralista posibilita otros refinamientos analíticos, como la democracia "neocorporatista" o la "consocional". La categoría de Dahl se mide por la cantidad de vías y perspectivas que abre su obra.  Una obra muy rica porque está edificada sobre bases científicas (expuestas en un temprano texto de 1963, sobre Análisis político moderno), sólidamente empíricas, como sabe todo el que haya leído aquel trabajo pionero que trataba de zanjar en este terreno la espinosa cuestión del poder en ¿Quién gobierna? Democracia y poder en una ciudad norteamericana (1961). Al mismo tiempo, siempre tuvo una visión matizada, pegada a la realidad material. Junto a su cuidadoso y elaborado edificio teórico sobre la democracia política, Dahl argumentaba en favor de una democracia económica, una perspectiva en la que había trabajado con Charles E. Lindblom (1951) y que continuaba con Prefacio a una democracia económica en 1985. O sea, un hombre que alternaba la torre de marfil con la barricada, o más bien la calle, pues eso de barricada es excesivo para Dahl.

En la vida del mundo, Dahl hizo aportaciones importantes en asuntos esenciales del funcionamiento de los sistemas democráticos, siempre entendidos desde la perspectiva pluralista. Su libro ¿Después de la revolución? es una especie de reflexión y balance sobre los años sesenta y las perspectivas que se abrían. Pero sus mayores desvelos los dirigió al funcionamiento de la oposición en la democracia, La oposición política en las democracias occidentales (1966) o Regímenes y oposiciones (1973). La idea es clara: la democracia es democracia si lo es para la oposición.

En 1989 publicó la que, para mí, es su obra principal, el resultado de cuarenta años de trabajos, La democracia y sus críticos, en la que especifica los que considera requisitos básicos de la democracia y polemiza con las visiones críticas de esta. La de Dahl es una teoría democrática de la democracia. En sus obras posteriores pareció ir convirtiéndose poco a poco al campo de esos mismos críticos por cuanto consideraba que la estructura misma de las sociedades capitalistas, especialmente el poder de las grandes corporaciones, impedía y coartaba el funcionamiento de una democracia plena. Esta forma de restricción y falseamiento de la democracia que obstaculiza la participación de la gente en los asuntos públicos ya  venía posibilitada por la propia Constitución de los Estados Unidos. Sin duda una visión crecientemente pesimista que no llegó a imponerse sobre su fidelidad al principio de la democracia como tipo ideal.

dissabte, 8 de febrer del 2014

No es la Infanta. Es la Monarquía.

Ya tiene morbo, ya, la declaración judicial de la Infanta. Fuerzas de seguridad movilizadas al efecto. Todo tipo de medidas extraordinarias. Probablemente no pueda ser de otra manera, dada la condición de la declarante, que suscita mucho interés público y la atención de los medios nacionales e internacionales. Ahí es nada ver a un miembro de la realeza declarando ante un juez en vía penal. Si, en lugar de tratarse de doña Cristina de Borbón y Grecia, fuera doña María de Tal, nadie se daría por enterado, exceptuados, quizá, los familiares directos de la señora  de Tal.

Exactamente, razona la doctrina oficial en nuestro Estado de derecho. La ley es igual para todos. Lo dijo el Rey y se cumple precisamente en una allegada suya.

Pero es inútil ignorarlo. La comparecencia de doña Cristina es un terremoto político. Se miden los metros que ha de recorrer hasta la puerta del juzgado de instrucción, se describe su atuendo, se hacen cábalas sobre su comportamiento; los periódicos vienen llenos de artículos y columnas, ponderando unos u otros factores; las tertulias no dejan aspecto por considerar. Como es lógico. La infanta Cristina no es doña María de Tal; es la hija del Rey y declarará en una sala presidida por el retrato de su padre, en cuyo nombre se administra la justicia.

Y todo esto, ¿por qué se da? Porque el problema no es personal de la Infanta. Es un problema institucional; es el problema de la Monarquía. El establecimiento sostiene que no hay tal y pretende desvincular el destino de doña Cristina del de la Corona. Por establecimiento podemos entender los partidos dinásticos, los medios de comunicación y diversas asociaciones de distinta índole pero políticamente muy influyentes, como la iglesia, la asociación de la banca o las patronales. Era muy de ver cómo Rajoy reafirmaba su fe en que la Infanta resultaría inocente. Igual que lo es el cerrado silencio de Rubalcaba, convencido de que, cuanto menos se hable, mejor para la Monarquía.

Pero es un empeño imposible debido, sobre todo, al comportamiento del mismo monarca en los últimos años. No es cosa de hoy. Han estado ocultándolo pero, al final, la información ha aflorado por eso, por las meteduras de pata del Rey, quien ya se vio obligado hace unas fechas a un lamentable acto de contricción público. La bajísima valoración ciudadana de la Monarquía es un hecho prolongado en el tiempo. Si se le añade la peripecia de la hija, la institución recibe un golpe mortal.

¡Ah, pero eso es injusto! razona el legitimista. No puede hacerse al padre responsable de las presuntas fechorías de la hija. ¿No? Dejando a un lado la fuerte sospecha de que el matrimonio de los duques de Palma no haya hecho otra cosa que lo que ha visto en la Casa Real desde siempre, queda por salvar el importante obstáculo de que la Monarquía es una institución familiar. Todos sus miembros tienen asignadas funciones protocolarias y, como acabamos de ver, también un salario, nada desdeñable, por cierto.

El monarca parlamentario, recuerdan todos los tratadistas políticos, no tiene funciones ejecutivas sino meramente ceremoniales, honoríficas, simbólicas, representativas, mediadoras. Se ha perdido el carácter feudal de su origen pues ya no es quien puede obligar a la obediencia a sus vasallos por ser el señor más fuerte, el más poderoso. Ya no es el señor de la guerra, el monarca absoluto, aquel cuya legitimidad consistía, según Hobbes, en garantizar la seguridad de sus súbditos. Eso se ha acabado. Vale. Pero, si seguimos estirando de Hobbes, encontramos una conclusión sorprendente: si el monarca no puede garantizar la seguridad de los súbditos, pierde todo derecho y quizá hasta la cabeza, como pasó con Carlos I Estuardo. Del mismo modo, lógicamente, si el Rey no puede garantizar el cumplimiento de sus funciones honoríficas y simbólicas, ¿no pierde su derecho también? En el fondo, el derecho preeminente de la familia a reinar se basa en su carácter ejemplar. El mismo Rey dictaminó que el comportamiento de su yerno no lo fue. Ahora se encuentra con que los tribunales de justicia pueden decirle lo mismo de su hija.

¿Y su propio comportamiento? ¿Ha sido siempre ejemplar?

Ese es el problema. Muy endemoniado. No es muy seguro que la Monarquía aguante la situación de una Infanta condenada por los tribunales. Pero, por otro lado, los ímprobos esfuerzos por salvarla a toda costa solo pueden ir en detrimento de la institución. Remito a una entrada de hace unos días con el título de Salvar a la Infanta y hundir la Monarquía.

No es la Infanta. Es la Monarquía.