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No es bastante. El gobierno quiere directores serviciales, periódicos sumisos, cuando no ditirámbicos, como La Razón o el ABC. Por eso saltó Pedro J. y por eso Cebrián le entrega El País, poniéndose él muy a salvo antes de nada, con el riñón bien forrado. Ya lo comentamos ayer en La pastuqui todo lo salva. Hoy añadimos la metáfora del barco a pique. La nave se hunde, pero el primero que se salva es el capitán. Ejemplar.
Y hay mucho más. El País es casi sinónimo de Transición, motivo de permanentes y agrias polémicas. Esta quiso ser el definitivo paso de España hacia la modernidad, el triunfo final del programa regeneracionista, la "normalización", el retorno a una Europa perdida doscientos años antes. Y el faro de este grandioso empeño colectivo había de ser El País. Con su giro de las nuevas mayorías (según el presunto nuevo director, Caño), el diario pone punto final a la Transición retornando al de partida, entregándose a un gobierno quintaesencia del más sórdido nacionalcatolicismo tradicional, deslegitimado, acosado por la corrupción de su partido, caciquil, arbitrario, autoritario e incompetente. Un gobierno para el que el modelo de medio de comunicación es el NO-DO. Un gobierno que pretende regir el país a la vieja usanza de la derecha, con el engaño, la censura y la represión.
Quien hizo la transición, la deshizo. En parte importante, desde luego, el mismo periódico.
Pero no las mismas personas.