Al visitar la basílica de Santa María de los Ángeles, en Asís, el peregrino sabe que en su interior encontrará la porciúncula, lugar sagrado para los franciscanos porque en él vivió su fundador y de allí salió la orden de los hermanos menores. Sabe también que, al visitar la supuesta celda del santo, la encontrará luminosa y limpia, con un tosco lecho y una silla y mesa no menos toscas. Sobre la mesa, una jarra de agua y una libra de pan casi tan tosco como todo lo demás. Y una advertencia por escrito que lo invita a quedarse cuanto tiempo desee con dos condiciones: aceptar la regla del cenobio y, al marcharse, dejar la celda como la encontró. Al margen de otras consideraciones, llama la atención que se inste a dejarla como estaba; no mejor, sino como estaba. Es una admonición llena de enseñanzas.
Es una parábola de la vida: sigue las reglas de la comunidad y, al marcharte, deja el mundo como lo encontraste. No mejor pero, por las llagas de Francisco, no peor. No peor. Eres libre de querer mejorarlo pero, por favor, no lo empeores. No lo hagas más sucio, brutal, inhumano, falso y odioso de lo que ya es.
¿Cómo piensan dejar el mundo Rajoy y Cebrián? No cuando mueran, cosa que deseo les suceda lo más tarde posible, sino cuando salgan de los cargos o puestos de poder que detentan y desde los cuales causan un gran impacto en la sociedad, el primero en la política y el segundo en la comunicación que, a la postre, también es política. Si creen que, gracias a ellos, se mantienen pautas colectivas decentes, si la vida pública es el ámbito de la libertad, el respeto, la tolerancia, la honradez y la verdad o si, por el contrario, la han empozoñado hundiéndola en la falta de respeto, la intolerancia, la granujería, y la mentira. Y me contesto de inmediato: lo segundo, sin duda. Tanto el uno como el otro personifican modelos prepotentes, censores, embusteros y, sobre todo, codiciosos. La codicia, el afán de dinero, la pastuqui, parece estar en la base de estos comportamientos y generar en torno suyo el correspondiente clima de servilismo y falsedad.
Preguntado por enésima vez Rajoy (para su gran vergüenza, si vergüenza tuviera este payo) si ha cobrado sobresueldos, el Gobierno dice haber desmentido ya "con toda rotundidad" que cobrara sobresueldos. Falso. Tan falso como la no menos rotunda (y reiterada) afirmación de Rajoy de que sobre ese tema ya lo ha dicho todo. También falso. Ha dicho que no ha cobrado sobresueldos en dinero negro pero, que yo sepa, acepta haberlos cobrado por distintos conceptos. El color del dinero lo determinarán los jueces; pero el dinero se cobró; los sobresueldos se cobraron. Ya se verá si es legal o no. Pero es inmoral. Es inmoral que el PP aparezca como una máquina de repartir sobresueldos entre sus agraciados. La pertenencia a un partido -que debiera ser algo desinteresado, movido por la voluntad de servicio público- se convierte en un modo de vida cómoda, sin dar palo al agua, con todo género de bicocas y abundantes sobresueldos. Una forma de hacer carrera sin más esfuerzo que apretar un botón de vez en cuando y mil posibilidades -que suelen convertirse en realidades- de saquear el erario público. Un partido semejante a una asociación de malhechores.
Aznar, el iniciador de estas prácticas, suele ponerse bravucón y amenaza con querellarse contra todo quisque cuando se le relaciona con ellas. Sin embargo ahí está la crónica de El País afirmando que el PP pagó sobresueldos a Aznar cuando era presidente del Gobierno mientras recordaba que la entonces vigente Ley de Incompatibilidades lo prohibía. Las prometidas querellas aznarinas han quedado en nada. De nuevo la legalidad o ilegalidad es irrelevante. Lo decisivo es la moralidad y hasta la elegancia. Esos cobros serán legales o serán ilegales y habrán prescrito, pero no son de recibo. Quien haya cobrado los famosos sobresueldos no debiera ejercer cargos públicos ni andar por ahí sermoneando al vecindario.
Esa es la cuestión, la codicia sistemática que revela ese sistemático recurso a los sobresueldos, convirtiendo la política en un verdadero lodazal. El gobierno no ha desmentido nada; como no lo ha hecho Rajoy. Al contrario, sigue siendo un presidente supuesto perceptor de sobresueldos que, además, ha tolerado (quizá fomentado) la generalización de esa corruptela. Y en un estado de permanente ocultación. A estas alturas, la ciudadanía aún no sabe con seguridad cuánto ha venido cobrando al mes Mariano Rajoy los últimos años. Como tampoco sabe a cuánto asciende la fortuna del Rey ni en dónde está. Es la codicia que todo lo embadurna. Es la herencia de Rajoy. El país que deja, gobernado mediante la represión, la mentira y el saqueo, es más sucio, corrupto e inmoral que el que recibió. Mucho más. Gracias a él.
Y es también la herencia de Cebrián. Otro caso de codicia ciega. Al parecer por un error típicamente informático, se han hecho públicos sus planes para El País a muy corto plazo. De un lado, cambiar al director y a su equipo y, por otro, derechizarlo. ¿Más? Preguntará alarmado el lector de buena fe, según el cual El País es un periódico serio de centro-izquierda. ¿Más? Si ya defiende cerradamente las fábulas que recita el gobierno diciendo que habla de política económica. Sí, más. El País claramente al servicio de la derecha para pasar después la bandeja, como los otros diarios del movimiento.
Recuerdo haber leído hace años a Cebrián que un periódico debía ser un negocio saneado para no depender económicamente de nadie, ni de las arbitrariedades de los gobiernos, para conservar su independencia. Muy cierto, pensaba ya también, pues la independencia es la base del prestigio y el crédito. La única sobre la que cabe montar un negocio digno, independiente del poder, con unos clientes lectores con capacidad crítica, autonomía de juicio y sensibles a la independencia del medio. Eso es, por lo menos, lo que Cebrián debiera dejar al irse, como el peregrino de la Porciúncula.
Pero ¿qué deja? Ahora que el diario, el grupo, es una ruina, con una deuda impagable de miles de millones de euros, ¿cómo se lee aquel acertadísimo discurso? Dejemos de lado la melancólica historia de cómo un periódico, obra cumbre de un empresario de genio, Polanco, determinante en momentos cruciales de la historia del país por su prestigio, se vende ahora de saldo a un gobierno cuyo respeto por la libertad de información y expresión es inexistente. Es el sempiterno relato del fracaso de los segundones que malbaratan la obra de los pioneros. Pero Cebrián ha hecho algo más que arruinar una empresa que recibió boyante. Él se ha puesto a salvo personalmente; con él sí ha seguido a rajatabla la doctrina del negocio saneado pues se ha asignado una retribución personal tan disparatada para una empresa en quiebra práctica que casi resulta increíble. Puedo estar equivocado pero no creo haber visto desmentido alguno respecto a esa cantidad de un millón de euros mensuales. Sin duda es perfectamente lícito porque las empresas privadas hacen con su dinero lo que quieren quienes mandan. Pero, la verdad, es vergonzoso cuando se pone en la calle a gente que cobra mil veces menos.La desigualdad exagerada, injusta, es tan odiosa mirada desde abajo como mirada desde arriba. O debiera serlo.
¿Creían ustedes que la información como empresa responde a factores distintos a los negocios agropecuarios o del textil? ¿Que influye sobre la interacción social con pautas morales? ¿Que anima debates sobre formas alternativas de organizar el bien común? Son ustedes unos ilusos. La única regla es la maximización del beneficio, con una sub-regla para cuando vienen mal dadas: coge la pastuqui y corre. Pura codicia. La herencia de Cebrián al frente de El País es un país más inmoral, sucio, insolidario en el que no importa nada la verdad ni la libertad de expresión ni el derecho a la información, sino la cuenta de resultados. Especialmente para el bolsillo propio.
(La imagen es una foto de La Moncloa según su aviso legal).