dimarts, 28 d’octubre del 2008

Caminar sin rumbo (V)

NOSOTROS MISMOS

Cuando uno emprende un viaje, íbame diciendo para mi santiguada, es que uno quiere encontrar algo. Viajar es buscar. Quien tiene todo lo que quiere, ¿para qué va a viajar? ¿Para encontrarse lo que no quiere? Hace muy bien quedándose en casa o donde sea que esté (digo porque Boecio no estaba propiamente hablando en su casa pero le daba igual y no necesitaba nada más para ser feliz) y no poner en peligro su beatífica quietud. Pero es que se me hace cuesta arriba creer que alguien pueda decir que tiene todo cuando pudiera desear. Es más, no creo haber oído a nadie hablar en tales términos, por eso seguimos siendo una especie viajera. Vean ese millonetis ruso que ha pagado no sé cuántos millones de dólares por darse un rulo de ocho o dez días por el espacio exterior del planeta. Ese sí que es un viaje desinteresado puesto que no produce ningún beneficio material y, al contrario, cuesta una pasta.

Pero todos envidiamos al millonetis. Yo cuando menos. Me gustaría ver el planeta desde el espacio exterior y ver el espacio exterior y lo que por allí se vea. Así que he aquí ya un anhelo suficientemente fuerte para poner a uno en camino pues siempre hay algo que buscar, que ver, que encontrar y conocer.

Lo que más claramente buscamos las gentes me parece es a nosotros mismos. Cierto que uno va admirando paisajes nuevos, otros tipos de árboles, de arbustos al borde de los caminos, de edificaciones. Depende de por dónde vaya uno y en qué. Por ejemplo, yendo en coche, ¿han reparado en que en muchos pueblos de Los Monegros los edificios están hechos con la piedra del lugar y tienen el color de ceniza cárdena de la zona? O bien va uno pendiente de uno mismo, de lo que lo ocupa y hasta preocupa y entonces no ve árboles ni matorrales ni edificaciones. Sólo ve aquello en lo que va pensando que a su vez puede ser un paisaje en el que él aparezca no como pensador, sino como pensado. Buscándose uno consigue verse a sí mismo desde fuera, como lo ven los demás, como si fuera un personaje.

Ese es el intríngulis de ese extraño territorio del arte que es el autorretrato, género en el que sobresale la pintura, que es el arte más apropiada para él; no hay autorretratos en música, muy escasos en escultura y tampoco muchos en literatura. Porque en literatura los autorretratos son las memorias, los recuerdos, las autobiografías. Todas ellas formas del autorretrato narrativo, en las que el autorretratado se considera como producto del paso del tiempo mientras que en la pintura el autorretrato es una visión simultánea, no hay narración ni paso del tiempo, salvo en la comparación de dos autorretratos en momentos distintos. Rembrandt tiene muchos de estos

¿Qué es el autorretrato? La imagen que el artista quiere dar de sí mismo avalada por el hecho de que es él mismo el que la ha pintado o grabado. Esta visión subjetiva tiene crédito porque se supone que uno de los que mejor conocen a alguien es ese alguien mismo y si él se ha pintado así o asá, será porque ve las cosas así o asá. O quizá no. No nos importa ya que como creyentes en la idea de que la verdad es producto de subjetividades acordadas en algo, lo esencial es que haya una imagen nuestra vista por nosotros. Luego cada cual ve a su manera y según sus reglas.

El autorretrato de Jean Fouquet, un grabado en cobre dorado y esmalte negro de 1450, una miniatura con forma de medallón que se encuentra en el Museo del Louvre en París nos revela el rostro del pintor más importante de la época como él se veía a sí mismo o, cuando menos, quería que los demás lo vieran. El hombre nos mira y desvía la mirada al mismo tiempo, lo suficiente para que se vea que ha sido pintado por otro que lo veía desde fuera de él que es el que le permite hacer su obra mirando después a las sucesivas generaciones de visitantes que pasaron y pasarán ante el autorretrato de Velázquez en Las meninas.

Este hombre que mira de esa manera pintó también el díptico titulado La Virgen y el niño cuyo fascinante panel derecho vemos aquí. Que vaya Virgen. El díptico estuvo originariamente en el convento de Melun pero hoy, ya desmembrado, la tabla derecha está en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes. La Virgen es en realidad un retrato de la amante del Rey Carlos VII (el de Juana de Arco) Agnès Sorel. ¿Hay alguna relación entre el hombre que nos mira desde el medallón en miniatura y el díptico de Melun? Supongo que sí pero no sé cuál. Hay que tener algo en la cabeza para pintar así a la Virgen en un país católico a mitad del siglo XV. Y hacerlo además con la riqueza de colores y limpieza de formas de las ilustraciones de libros de la época. Es el caso, además, que en el panel izquierdo del díptico (que está ahora en Berlín) el retratado no es Carlos VII sino Etienne Chevalier, tesorero de Carlos VII. Me gusta especular sobre la relación entre estos dos que debía de ser algo más que mercantil por cuanto el tesorero de Carlos VII está venerando a la Virgen. Quizá fue un díptico que Chevalier encargó para su consumo privado. T´ngase en cuenta que el retrato de Agnès Sorel es póstumo cosa a la que parece aludirse con el blanco marfil y la posición del óvalo de la cara de la Virgen. Aun así, según leo en el museo en la Web que es la Ciudad de la Pintura Johan Huizinga decía en El otoño de la Edad Media que hay una mezcla de religiosidad y sensualidad en la tabla muy turbadora. Bien cierto y por eso tiene uno deseos de ver al artista que pintó esta Virgen y, si es posible, verlo con sus ojos, como nos aparece en el medallón. Ahora sí intuye uno que este hombre podía pintar aquella Virgen. Consciente de su fuerza, el hombre pretendió transmitírnosla a través de su presencia física. El autorretrato de Fouquet, además del interés de las figuras (considérese el tocado de la Virgen así como su vestido y corpiño) es uno de los primeros autorretratos de la historia del Arte.

Preveo que esto del autorretrato me va a llevar algún tiempo lo que no supone sin embargo que tenga que ser necesariamente seguido, como si dijéramos que la autorretratística haya de ocuparnos durante una etapa del viaje. Y no será ello porque no lo merezca. Los autorretratos son descripciones a instancia de parte. Los literarios son de otro tipo. Los escritores se autorretratan según van escribiendo, pero no como resultado de un propósito sino de un despropósito. No podemos dejar de revelar lo que somos cuando escribimos si quiera lo hagamos sobre algo aparentemente alejado y ajeno. El autorretrato literario es por defecto. El viajero lo sabe; sabe que cuando sale de viaje va en busca de sí mismo, perdido ahí fuera en el ruido del mundo. El viajero es un narcisista insatisfecho o, si se quiere, permanentemente frustrado pues toda superficie de agua a que se acerca le devuelve una imagen en la que todavía no se reconoce. Es una mezcla de Narciso y Sísifo, un Narsifo, un extraño ser mitológico perpetuamente cargado con su imagen que se le va deshaciendo segun camina hacia el espejo acuático que le devuelve un vacío en lugar de imagen para que vuelva a empezar. ¿Qué aliciente tiene echarse al camino si uno está convencido del eterno retorno de las cosas? Claro que, si no lo está, y cree que para encontrar algo nuevo basta con saber mirarlo, lo lógico es ponerse en marcha. La sociedad es una jungla, un zoo de cristal, una feria de las vanidades, una comedia humana, una corte de los milagros, un viaje a ninguna parte.

dilluns, 27 d’octubre del 2008

La canariedad y la nación guanche.

Canastos. Los nacionalistas canarios parecen ir en serio. La ponencia ideológica aprobada ayer en el IV Congreso Nacional de Coalición Canaria (CC) en la que se pide el Estado federal en España y una "relación bilateral" entre las islas y el Estado ha puesto a más de uno de los nervios en la Península. Sobre todo a los del PP que gobiernan el archipiélago en coalición con estos nacionalistas y que ahora tendrán que soportar que muchos les digan que se alían con separatistas, independentistas y que, gracias a ellos "España se rompe". Triste sino.

Pero antes de desmelenarnos vamos a ver qué se dice de verdad en esa ponencia y cuáles son las intenciones reales del partido. Porque aquí hay un contexto que no puede perderse de vista y que es muy explicativo. Debe recordarse que si bien CC lleva quince años ininterrumpidos gobernando el archipiélago, en las últimas elecciones autonómicas ha venido perdiendo apoyos electorales y en la última de 2007 hubo de ver cómo quedaba segundo partido tras el Socialista y tenía que aliarse con el PP para gobernar. Asimismo sospecha CC que otros partidos nacionalistas canarios (muchas veces testimoniales) le restan votos. En consecuencia, para recuperar el terreno perdido cree que es rentable radicalizar el discurso nacionalista y proseguir una política de unificación con las otras fuerzas nacionalistas para consolidar una posición hegemónica como la del PNV en Euskadi. El referente de CC es siempre Euskadi, enseguida se verá por qué.

Esto quiere decir que el nacionalismo de CC es puramente instrumental y, con todas sus líricas declamaciones sobre la canariedad, su finalidad es conseguir una posición de fuerza para negociar luego en Madrid tratos de favor. Que es lo que hacen todos los demás nacionalistas del coso español. Cada cual esgrime lo que puede para justificar su "singularidad": catalanes, vascos y gallegos sus lenguas y culturas propias. A la espera de que el silbo gomero adquiera carta de lengua oficial en el archipiélago, lo que éste aduce para justificar el trato de favor es su lejanía, a más de 2.000 kms. y su fragmentación y pequeñez: siete islas perdidas en el Atlántico frente a las costas del África. De ahí y de otras consideraciones más o menos románticas sobre la singularidad del pueblo canario, su ubicación entre España/Europa y América, saca la fuerza nacionalista CC. Entiéndase bien, esto no me parece mejor ni peor que lo que hacen otras Comunidades Autónomas (CCAA) pues todas tratan de barrer para casa y argumentan ese intento con lo que pueden. Los nacionalistas canarios hacen bien.

Lo que sucede es que la ponencia ideológica, cuya lectura es muy recomendable por lo clarificadora, de ideológica tiene muy poco pues se trata de un texto que más parece un arqueo de caja. Ya en su introducción, los nacionalistas dejan bien claro que les importa mantener (y, si acaso, mejorar) los numerosos instrumentos que les garantizan privilegios económicos y fiscales frente a los peninsulares y europeos en general y hasta los citan expressis verbis para que no haya dudas. Léanlo: "De ahí que sea necesario seguir defendiendo y extendiendo las subvenciones al transporte y herramientas como el Régimen Especial de Abastecimiento (REA) que intentan reducir los costes extraordinarios que tenemos que soportar debido a nuestra insularidad y lejanía o, como la conocemos ahora, a nuestra condición ultraperiférica." E igualmente: "también es justo y necesario mantener y consolidar un Régimen Económico y Fiscal (REF) especial para Canarias que, con instrumentos como la Reserva para Inversiones en Canarias (RIC) y el Arbitrio sobre Importaciones y Entregas de Mercancías en las Islas Canarias (AIEM),ofrezca compensaciones a las empresas canarias de manera que puedan competir en igualdad de condiciones con otras empresas que disfrutan de mercados mucho más amplios." Esto es lo importante, la caja y no las zarandajas ideológicas.

Es el tono básico de la ponencia: quejumbroso (somos pequeños y ultraperiféricos) y solicitante con la finalidad de conseguir condiciones favorables para las empresas canarias. Digo bien: las empresas; no los canarios. Sin duda, CC argumenta su nacionalismo con unas razones etéreas que llama "sentimentales" por la identidad del pueblo, otras que llama "emocionales" por la necesidad de autogobierno pero las que importan son las que llama "racionales" según los cuales: "los hombres y mujeres de Coalición Canaria defendemos que es necesario para un progreso social y económico sostenible que sectores y empresas básicas de nuestra economía permanezcan en manos canarias". O sea, doctrina Monroe de este lado del Atlántico: Canarias para los (empresarios) canarios. Subvenciones para competir en la economía global abierta y proteccionismo en casa. No son tontos los mancebos, no.

Ciertamente, la ponencia utiliza términos ditirámbicos para referirse a la ancestral identidad canaria y blablabla, pero el meollo de la línea política de CC está aquí: "Mientras algunos, principalmente los partidos de obediencia estatal, optan por seguir prestando nuestra tierra para que empresas y grupos económicos foráneos sigan haciendo sus negocios y llevándose las plusvalías a cambio de muy pocos beneficios para los canarios, los nacionalistas apostamos decididamente porque las empresas canarias sean las principales protagonistas de nuestra economía. Lo que está en juego es el control de nuestra economía, y no es una cuestión trivial o neutra." (Las negritas son mías). ¿Está claro?

Léase ahora la parte puramente política del documento a la luz de esta su verdadera intención y véase que CC habla de "nación", de "nacionalismo", de "autogobierno", "autonomía", "relación bilateral", "Estado federal", pero no de autodeterminación o de independencia. Quiere fuerza política para negociar a favor de las empresas canarias, pero sin asustar o resultar poco creíbles. Por supuesto deja caer en un par de ocasiones que no excluye ninguna opción en el futuro en lo que hay que entender lo que hay que entender porque por muy nacionalista canario que sea uno, una mirada al mapa hace ver que la geopolítica no permite andar diciendo muchas tonterías respecto a la independencia. Y ello sin contar con que unas Islas Canarias independientes iban a tenerlo muy crudo para convencer a la Unión Europa de que son parte de Europa más de lo que puedan serlo sus queridos primos venezolanos.

Es obvio. Lo que CC quiere es pleno dominio dentro, autogobierno en las islas compatible con una condición de beneficiado y subvencionado en el conjunto estatal. El asunto puede parecer un poco descarado pero no lo es más que cuando el PNV, el Bloque Galego o CiU condicionan su voto a los Presupuestos Generales a cambio de un cerro de millones para esto o lo otro o de alguna otra bicoca. Es lógico que los canarios quieran apuntarse al festín del rico Epulón y no como pobres Lázaros pero cada cual tiene la fuerza y la importancia que tiene, así que tampoco es para ponerse nerviosos.

Que es lo que le pasó al temperamental señor Vidal Quadras ayer, cuando salió diciendo que el PP tenía que romper el acuerdo de gobierno con CC. Desde su punto de vista ultranacionalista (español) e intransigente probablemente sí, desde el más acomodaticio del señor Rajoy, ya se verá. En todo caso, está claro que el duende de la política ha jugado una mala pasada a los populares. En Navarra los sociatas demostraron ser más españolistas que otra cosa; ahora, en el otro extremo, toca a los populares demostrar lo que son.

Coda. A fuer de especialista en el tema he de confesar que lo que más regocijo me causó en la ponencia fueron sus explicaciones acerca de qué lugar ocupa la Coalición en el eje izquierda/derecha y en el del insularismo/estatalismo. Lo adivinan, ¿verdad? CC no es de derecha ni de izquierda (como José Antonio), sino puritito centro por acopio pues coge lo mejor de la izquierda y lo mejor de la derecha. O sea, todo. Partido atrapalotodo. ¿Serán tontos los demás que no se les ocurre algo tan ingenioso?

Lo más divertido es el lugar de CC en el eje territorial insularismo/estatalismo. Frente a los partidos "de obediencia estatal" (sic), meras sucursales de lo que se dice en Madrid, como suelen decir también los nacionalistas vascos y catalanes, CC defiende a Canarias, los intereses de Canarias, nada salvo Canarias, fuera lo que no sea Canarias que es un hecho singular y diferenciadísimo frente a la Peninsula amalgamadora, uniformizante, homologadora y, en el fondo, olvidada de los intereses de Canarias. ¿Y los insularistas? ¡Ah! A los insularistas, a los partidarios de Gomera, Hierro, Fuerteventura, etc, se les dice que todos los canarios son uno y el mismo, un pueblo único sin diferencias ni exclusiones, que todos cuentan y que carece de sentido que cada cual vaya por su parte, que Canarias no puede hacerse más que con TODOS los canarios (supongo que con los de la octava isla también; que se prepare Chávez) y que TODOS los canarios, vivan donde vivan, tienen los mismos derechos y oportunidades.

Sencillo, pregúntenle a alguien en La Gomera o en El Hierro.

Esto promete.

(La imagen es una foto de JrGMontero, bajo licencia de Creative Commons).

Los cuerpos intermedios y el barullo social.

En tiempos de las guerras de religión, hacia el siglo XVI, se volvió a plantear un problema que ya había ocupado a los escolásticos y nunca había tenido una solución clara: ¿cabe resistir al tirano? ¿puede dársele muerte, cometer tiranicidio? Algunos sectores de los dos bandos enfrentados, los hugonotes monarcómacos en Francia (François Hotman, Philippe de Mornay) y los jesuitas en España (Juan de Mariana) acabarían justificándolo, con ciertas diferencias, como el deber de dar muerte al príncipe que atenta contra la ley de Dios. Obviamente en los dos casos todo dependía de quién se arrogaba el derecho a calificar de "tirano" al príncipe. Para los monarcómanos ese derecho, como leemos en la Vindiciae contra tyrannos estaba reservado a los "magistrados intermedios", los órganos intermedios entre el poder político y los súbditos. Nacía así un concepto por el cual suele considerarse a los monarcómanos como "protoliberales" y que tendría una larga y fructífera vida en la historia de la filosofía política. Recogido después por Montesquieu en su feliz formulación de los "cuerpos intermedios", reaparecería en la admirada glosa que Tocqueville hace de la democracia en América, viéndola como producto del denso entramado de asociaciones voluntarias que funcionan como un colchón entre el Gobierno y el individuo. El concepto está lejos de ser una reliquia puesto que se ha mantenido vivo hasta el día de hoy. Reemergió en las formulaciones neomedievales del socialismo inglés del siglo XIX, el llamado "socialismo gremialista", que reivindicaba la importancia de los gremios para el orden social, en las fascistas de los "fascios y las corporaciones" con similar pretensión, revivió hace poco en las concepciones de la democracia "neocorporativa" y está presente en el resurgir de la teoría de la sociedad civil a partir de los años setenta del siglo pasado, como puede apreciarse en la espléndida obra de Cohen y Arato sobre la sociedad civil y la teoría política en la que se traza la genealogía del concepto.

De estos asuntos trata el interesante libro de Félix Requena Santos, Redes sociales y sociedad civil, Madrid, CIS, 2008, 183 págs. que estudia la cuestión de las redes sociales desde una perspectiva actual, considerando su impacto sobre todo en tres órdenes distintos de la realidad social contemporánea: la democracia, el Estado del bienestar y la globalización. Requena lleva casi veinte años dedicado al estudio de las redes sociales (es autor de Redes sociales y mercado de trabajo, de 1991 y Amigos y redes sociales, de 1994), lo que le da un dominio casi sin rival sobre el asunto en España.

El objeto de estudio "redes sociales" no es sencillo y el libro se ve obligado a moverse de continuo en el terreno resbaladizo de los conceptos de límites confusos, que es la característica propia de la batería de términos que aquí se maneja: redes sociales, sociedad civil, tercer sector, capital social, etc. Así si por un lado parece darse por buena la idea muy generalizada de que la sociedad civil es un conjunto de redes sociales que se encuentra entre el individuo y el Estado (p. 5), lo que casi es una reformulación de los famosos "cuerpos intermedios", también parece avalarse la no menos extendida idea de que, en realidad, en nuestras sociedades opera no un binomio sino un trinomio, compuesto por sociedad civil, Estado y mercado (p. 8). Para complicar las cosas Requena cita y parece aceptar la idea de Víctor Pérez Díaz de que en la sociedad civil (bien que considerada como "tipo ideal") intervienen cuatro elementos componentes: 1) un gobierno entendido como Estado o autoridad pública; 2) el imperio de la ley; 3) la economía de mercado; y 4) un tejido asociativo plural (pp. 12/13) de forma que, según de quién y de qué hablemos, al mencionar la sociedad civil, podemos estar incluyendo al Estado o no. El propio Requena, sin embargo, se decanta por la concepción tradicional: "Ante todo, la sociedad civil hay que verla como un gigantesco entramado de organizaciones intermedias que permiten el flujo de información entre los ciudadanos y las instituciones estatales" (p. 20). El elemento esencial de la sociedad civil es la familia y lo que une a las familias e individuos dentro de la sociedad civil son las redes sociales (pp. 18/19).

Requena aborda otro concepto igualmente confuso pero muy relacionado con las redes sociales, el de capital social ya que éstas aparecen como generadoras de él (p. 44). Compara las definiciones no coincidentes de Fukuyama, Putnam y la OCDE (p. 23) y reconoce la dificultad de medirlo (p. 37) cosa imprescindible si se quiere que, además de expresivo, sea útil. Precisa el autor que el capital social es una categoría relacional (p. 23) ; eso mismo decía Marx del capital sin más pero éste tiene una consistencia material de la que el otro carece.

Las redes sociales pueden conectar el mercado con la sociedad civil y el Estado (p. 47) y surgen así las redes políticas, por ejemplo las redes dedicadas a las políticas públicas que suponen intercambios entre los individuos y las instituciones. Aparece aquí uno de los conceptos más felices de Manuel Castells, el "Estado-red" (p. 56) que tanto juego está dando hoy. Y no sólo el Estado; por vía metafórica aparece la misma Nación cuando, hablando de las ventajas de las telecomunicaciones y de internet cita el autor un artículo de Rubio Núñez en la Revista de Estudios Políticos en que se considera que la política se convierte en un plebiscito cotidiano (p. 57) que es el modo en que Renan definía a la Nación.

Las redes son esenciales como vectores de la solidaridad a través de las familias, la comunidad (p. 61), la cooperación y la reciprocidad (p. 62) y las actividades de los nuevos movimientos sociales cuyo auge, me parece entender, vincula Requena a lo que considera que es la desorientación de los partidos políticos y la desaparición de las ideologías (p. 64) . Para mí que éste es un discurso poco contrastado y poco afín a la realidad contemporánea donde tanto partidos como ideologías protagonizan, en verdad monopolizan, la actividad política mientras que los movimientos sociales, nuevos o viejos, en el mejor de los casos, llevan una existencia subalterna.

En el tratamiento de favor que merece la familia se mencionan las redes familiares como básicas para atender a los problemas del desempleo (p. 73) los de la atención a los jóvenes, los cuidados de los ancianos, de los enfermos y la atención a las mujeres maltratadas (pp. 72-82). Igualmente se consideran las redes eclesiásticas en un capítulo en que se hace un repaso no muy necesario a la función de la Iglesia católica española durante la transición para concentrarse después en el hecho de que, aunque la cantidad de católicos no practicantes sigue creciendo, en España la Iglesia tiene una enorme influencia como consecuencia del tupido asociacionismo religioso en el país (p. 99).

Las redes de mercado son imprescindibles para el desarrollo económico (p. 100). Se nota que Requena se siente confortable al tratar las cuestiones de las redes sociales y la economía, especialmente el empleo porque es lo que más ha trabajado y en donde más sugerencias tiene por aportar. Pero no puedo dejar de pensar que sus acertadísimas consideraciones acerca de cómo las redes sociales y las relaciones personales facilitan la búsqueda y hallazgo de empleo (p. 109) dibujan, en realidad, un país, el nuestro, en el que como siempre, rige el enchufismo y el amiguismo a la hora de adoptar decisiones. Está bien que se haga con elegancia teórica pero el hecho desnudo es que la actividad de las redes sirve para cortocircuitar el valor social del mérito. Sostiene Requena, no obstante, que estas redes son menos operativas en la función pública gracias al sistema de las oposiciones (p. 110). Bueno, pero que no lo investigue mucho. Que no pretenda averiguar qué esconden expresiones como "promoción interna" al tratar de las oposiciones a todos los cuerpos de la administración.

Las redes sociales articulan asimismo otra realidad de esas que don Nicolás Ramiro Rico llamaba en celebrada expresión "vertebrados gaseosos", en concreto, el tercer sector, acerca de cuya composición hay escasísimo acuerdo. Parece estar compuesto por el voluntariado (p. 119), los grupos de autoayuda (p. 121), la participación ciudadana (p. 122) y el tejido social, definido como: "el espacio de participación en el que se imbrican, por un lado, las instituciones sociales, económicas y políticas y, por otro, la participación social" (p. 125) que tiene pinta de ser una definición circular. Es interesante saber que la cantidad de asociaciones en España ha aumentado un 238 por ciento entre 1980 y 1990 y un 151 por ciento entre 1990 y 1998 llegando en ese año a 171.484 (p. 126); pero lo sería más disponer de datos comparativos.

Después de un capítulo sobre redes sociales e identidad colectiva (en el que se emplea el ejemplo de internet como red) y redes sociales y lenguaje que no me resulta muy convincente, por tratarse el espinoso asunto del lenguaje de un modo excesivamente alegre, el autor aborda la cuestión de lo que llama "redes perversas", esto es, el mundo globalizado de estructura reticular es muy vulnerable a varios peligros que Requena localiza en los problemas de la riqueza, los de la pobreza y los de las armas de dstrucción masiva (p. 144). No todas las redes sociales son buenas. Uno de los mayores peligros es el que las Naciones Unidas llaman "la delincuencia organizada" cuya manifestación más llamativa es el terrorismo. Sostiene Requena con acierto que los rasgos de las redes terroristas son que son: a) dispersas; b) ubicuas; c) heterogéneas (pp. 148/149). No sé en cambio si su propuesta de "redes civiles" para ir contra el terrorismo en red tiene mucho futuro (p. 151).

A título de conclusión, Requena aboga por una Sociedad Civil Mundial (p. 161) que requerirá una ciudadanía civil también mundial. A la vista de las dificultades conceptuales de la sociedad civil, las redes sociales, etc en el orden nacional no cabe ser muy optimistas respecto al grado de factibilidad que alcanzaría una sociedad civil mundial. En todo es bueno que la reflexión científica sobre redes sociales traspase los límites de los Estados nacionales, como ya ha hecho su objeto de estudio y se incorpore al debate actual sobre cosmopolitismo sí o no, que es donde gentes como Held, Archibugi, Nussbaum, Apiah, Beck, Taylor, Walzer, etc, están haciendo las propuestas más interesantes.

diumenge, 26 d’octubre del 2008

Ironías de la historia.

Los días 15 y 16 de noviembre próximo tendrán lugar dos acontecimientos separados por miles de kilómetros y muy distintos en cuanto a sus circunstancias, participantes y eco mediático, pero muy similares en cuanto a su naturaleza, causas, objetivos y orden simbólico e incluso metafísico. En Washington se reunirá el G-20 ampliado para ver de encontrar un futuro al capitalismo entendido en sentido amplio; en Madrid se reunirá lo que queda de IU en IX Asamblea Federal para ver de encontrar un futuro al comunismo entendido en un sentido no menos amplio.

Hay una aleccionadora analogía en ambas reuniones y en el espíritu que las preside. Los dignatarios de las economías más desarrolladas y de las más potentes de las menos desarrolladas se han dado cita porque el sistema capitalista en su conjunto está pasando por una crisis que todo el mundo compara ya a la de 1929 cuando es posible que sea peor que ella por lo que muchos le echan ya el requiescat a esta forma de organización económica. Los dirigentes, representantes y delegados de IU acuden a Madrid cuando la organización pasa por una de sus horas más bajas, con una representación parlamentaria reducida a un solo escaño (dos, si contamos el de IC-Els Verts), está minada por las habituales luchas fraccionales, acaba de sufrir su enésima escisión (como siempre, al grito de "unidad") y son pocos quienes creen que pueda levantar cabeza.

Esta casualidad del destino, esta metáfora de la similitud de los contrarios, contiene una enseñanza: la de que los programas totales, fundamentalistas, rígidos, impuestos a la brava, sin negociación, pacto o acuerdo, no da buen resultado. Lo que esta crisis ha puesto en evidencia es que la aplicación del programa máximo del neoliberalismo en píldoras de caballo, sin restricción alguna, de desregulación total de los mercados financieros no funciona y produce auténticas catástrofes como la que estamos viviendo, de la que no sabemos aún cómo salir y que es en todo comparable mutatis mutandi al hundimiento del comunismo hace unos veinte años.

Ciertamente, la crisis actual de IU tiene razones inmediatas en la política española de los últimos ocho años, pero sus raíces mediatas están en aquel episodio del fin del comunismo (o "socialismo realmente existente" en expresión que tenía de realista lo mismo que de cínica), la increíble implosión de un poderoso sistema político, económico y militar que desapareció de la faz de la tierra como si nunca hubiera existido. Por aquel entonces los partidos comunistas occidentales, que habían vivido días de gloria en los años cincuenta y sesenta del siglo XX a la luz del faro del proletariado mundial, eran sombras de lo que habían sido, arrastraban existencias electorales miserables y, cuando la Unión Soviética se hundió, aprovecharon y se disfrazaron "de noviembre para no infundir sospechas", como dice García Lorca que hizo el coñac en cierta aciaga ocasión. Se disfrazaron, se camuflaron, cambiaron su nombre y signos distintivos. En España se convirtieron en Izquierda Unida, trocaron la hoz y el martillo por la verde "u", la "i" gris y el punto rojo, pero siguieron siendo la fuerza decisiva de la organización. No se dieron por aludidos con el hundimiento de la Unión Soviética ni presentaron explicación plausible alguna de qué sentido tenía ser comunista en un mundo en el que el comunismo había desaparecido barrido por el viento de la historia y la voluntad electoral de los pueblos.

Más o menos, lo mismo que pretende hacer ahora el capitalismo en Washington. El anfitrión del magno evento, el señor Matorral-pato-cojo ha explicado al mundo que de lo que se trata es de poner al capitalismo otra vez sobre los pies. Por si algún despistado había creído que iba a la capital federal a encontrar (u ofrecer) explicaciones de qué haya sucedido y por qué el capitalismo ha petado de forma tan llamativa y colosal. Y eso que, sostengo, todavía no hemos visto nada. La crisis del 08 será mucho peor que la de 1929 porque ahora ya no existe (¿o sí?) posibilidad de poner en marcha una guerra mundial en la que el capitalismo pueda renovarse a lo bestia, según su naturaleza, destruyendo infraestructura, utillaje, capital fijo y substituyéndolo por otros a velocidad de relámpago para satisfacer la demanda de guerra.

Habrá pues probablemente países en quiebra (ya hay uno, aunque pequeño; veremos qué pasa si quiebra Rusia) y movimientos de masas, quizá se ponga por fin en marcha la "multitud" de Rudé y otros teóricos posmarxistas de la revolución y la biopolítica a lo Toni Negri o Agamben. Es lo que profetizaba un amigo de mi familia en aquellas reuniones de intelectuales de izquierda que había en casa cuando yo era chaval y las que me permitían asistir: "¡ya veréis", decía ahuecando la voz como el fantasma del Comendador "el día en que se levanten las grandes masas incontroladas del Brasil!" Por qué necesariamente del Brasil nunca lo tuve claro, pero lo de las "grandes masas incontroladas" se me quedó y me lo ha traído a la memoria la admonición reciente de M. Sarkozy según el cual, si fracasamos en el proyecto de refundar el capitalismo, podemos encontrarnos con una revuelta popular mundial, es decir, las "masas incontroladas del Brasil", la "multitud" de Negri o Agamben.

Y a todo esto, ¿qué dice la izquierda marxista? Nada, ni pío. Está concentrada en la fascinante tarea de tirarse los trastos estatutarios a la cabeza en la próxima IX Asamblea Federal a la que acuden tres corrientes de Izquierda Unida. La cuarta, Espacio Alternativo, de mi amigo Jaime Pastor et al. ha cogido las de Villadiego. Ya es mala suerte: pasa el cadáver de tu enemigo por delante de tu casa pero tú no estás allí sentado porque andas pegándote con tus compañeros de organización a golpe de manifiestos. Y conste que hasta cierto punto es una suerte porque si IU estuviera en situación de prestar atención a algo que no fueran sus diversos ombligos quizá se percatara de que, además de deberle al mundo una explicación marxista del hundimiento del comunismo, también está en deuda a la hora de explicar qué se puede hacer con este capitalismo moribundo, cómo rematarlo y qué erigir en su lugar. Sería francamente descorazonador comprobar que su miseria teórica está en relación directamente proporcional a las diatribas que lanza contra la socialdemocracia por ser una mera "gestora" del capitalismo. Imaginémosnos que un programa de TV invitara a algún teórico de IU a explicar a la gente de forma sencilla y clara tres cosas: 1ª) por qué se hundió el comunismo; 2ª) por qué el capitalismo también se hunde y es inviable; 3ª) qué proponen ellos en su lugar que no sea "gestionar" ese sistema inviable. ¿Qué pasaría?

En Washington tampoco irán mejor las cosas. La ventaja de que gozan los mansuetos mandatarios para no tener que dar explicaciones sobre lo que se proponen hacer y de lo que no tienen ni zorrupia idea es que hoy, cuando ya todos, excepto doña Esperanza Aguirre, han entendido que el origen del desastre es el neoliberalismo y se han hecho socialdemócratas, partidarios de una firme pero prudente intervención estatal en la economía, a su izquierda no tienen a nadie.

Literalmente a nadie.

((La primera imagen es una foto de bijijoo y la segunda, una foto de Petezin, ambas bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (IV).

UTOPÍA

Salgo, cierro la puerta, doy dos vueltas de llave pues no sé cuándo volveré; ni siquiera sé si volveré. Bajo las escaleras, me echo a la calle con destino a ninguna parte y de pronto empiezo a pensar en que me he metido en el asunto de la máquina del tiempo y me he trasladado a otro que no es el mío. La gente tiene un aspecto extraño; es ella, si duda, la gente del lugar pero tiene algo raro. No estoy seguro de si es en la mirada, en la forma de caminar, quizá en el atuendo. Son y no son mis vecinos. Me da la impresión de que viven en otro tiempo, como cuando decide la autoridad que hemos de adelantar o atrasar una hora los relojes ajustarnos a los planes de ahorro energético. Esa es una medida que se puso en práctica con motivo del primer shock del petróleo allá por 1973 con motivo de la guerra de Yom Kippur. Los árabes se pasaron de listos: atacaron a Israel el día de la expiación pensando que lo sorprenderían desprevenido. Grave error: Israel está siempre en guardia; es un pueblo guerrero, convencido de que su misión es conquistar la tierra prometida. El caso es que, derrotados los árabes, como controlaban la OPEP (que se creó en 1960) hicieron que ésta multiplicara el precio del crudo, provocando una crisis europea y de alcance mundial porque pusieron fin al modelo de crecimiento sostenido con materias primas y energía baratas, tiradas de precio. Había que pasar a un modelo de crecimiento con energía cara, lo que obligó a reconvertir la industria en pleno. Y de todo ello queda como recuerdo la práctica de adelantar o atrasar una hora los relojes. Es todo lo que puede hacerse con el tiempo, adelantar o atrasar los relojes; el tiempo sigue incólume.

Bueno, esté a una hora, un mes o un siglo de distancia, me siento muy alejado de mis vecinos. No exactamente eso pero algo parecido le pasa a William Morris en sus News from Nowhere (Noticias de ninguna parte cuando se despierta en un Londres que no es su Londres sino otro un par de siglos después del suyo. No se dirá que no es un tanto un viaje en el tiempo. En el fondo muy cómodo porque viajas sentado, sin necesidad de desplazarte; el trabajo empieza cuando llegas, que no paras, queriendo saberlo todo y por qué ahora la gente es cultísima pero no sabe qué es un colegio. En todo caso yo no voy a la "Ninguna Parte" de Morris que era un tipo muy agradable, pintor, crítico literario, esteta, escritor, socialista, un hombre muy versátil. No sé si fue por eso por lo que su mujer lo dejó no recuerdo si por Everett Millais o Ford Madox Brown pues a los dos había encargado que terminaran el retrato de ella como reina Ginebra. Era una clara invitación a que uno fuera un Lanzarote del Lago, el que "fuera de damas tan bien servido cuando de Bretaña vino". En fin que eso es estilo y clase hasta en el adulterio. Y luego dicen que los artistas no son distintos. Véase a la derecha el ideal de mujer de los prerafaelistas. Es un poco relamido pero está muy bien. Mi "ninguna parte" no es figurado sino expresión muy real; quiere decir que no se encuentra, halla, ubica, que no finca en lugar alguno del territorio. O sea, la utopía. Con razón me resultan extraños mis convecinos; no son mis convecinos, sino los habitantes de Utopía, ahí en donde mucha gente dice que hay que estar. O no, no creo que digan que quieran estar porque, en el fondo, la utopía es algo por lo que se lucha en el entendimiento de que nunca se alcanzará. Ya que si se alcanzara estaría en algún sitio y dejaría de estar en ninguno es decir, dejaría de ser utopía- Esa conclusión más breve y contundente: el presente nunca es deseable; sólo es deseable lo ausente. Lo cual no quiere decir que uno haya de encontrar siempre el presente detestable, sea cierto o no y no es nada de eso: hay gente para la que el presente es el mismo cielo; lo que no puede hacer es desearlo porque ya lo tiene. Por eso la utopía ha de andar siempre una distancia por delante, como los trompetistas, anunciando el paso de la comitiva imperial. La utopía es la mejor atalaya del futuro, a donde puedes asomarte a ver los tiempos venideros. Algo que siempre me ha fascinado, supongo que como a todo el mundo.

Un viaje a ninguna parte es un viaje a una utopía, incluso una que tiene existencia cuando menos libresca, un lugar en donde los mayores pueden andar con los niños en su trajín diario sin que se alteren los fundamentos mismos de la civilización que, de todas las cosas irrealizables e imposibles que se me ocurren es la más imposible e irrealizable. Ningún orden social por abierto, humano, racional (¡especialmente!) que sea soportará estar, digamos, administrado por niños. Es curioso lo poquísimo que sabemos de los niños a pesar de que todos lo hemos sido. Tengo la impresión de que no hay memorias de la niñez. Los recuerdos de la infancia se construyen posteriormente con lo que nos cuentan y lo que deducimos nosotros después. No puede haber recuerdos propios porque no hay yo, no hay eso que se llama "conciencia del yo" y, por lo tanto, no hay memoria que recuerde nada. Luego, cuando tenemos hijos, tampoco nos enteramos de nada, me parece, porque nos sorprenden siempre, nunca estamos a la altura de lo que necesitan. Me doy cuenta ahora que vuelvo a ser padre y me sucede lo mismo; que no me entero, que llego tarde a los desarrollos. Apenas te descuidas veinte días (que no es nada para la gente de la pluma y pluma en el sentido de la pluma de ganso de escritor) y el niño ya habla y si tiene vicios de dicción, a ver cómo se los corriges.

Viene muy a mano lo del niño, el libro y el árbol. No están los tres juntos por casualidad como si se estuviera diciendo: mira en el mundo tienes que clavar un clavo, dibujar un puente y enterrar a un muerto. Ni hablar. Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro tienen muchas cosas en común. La más evidente e importante es que las tres son actividades de seguimiento, que requieren tesón y perseverancia. No basta con engendrar un hijo, hay que educarlo; no basta con plantar un árbol, hay que conseguir que crezca como uno quiere; yo, por ejemplo, quiero que crezca recto; no basta con escribir un libro, hay que escuchar lo que se dice de él, cosa normalmente desconcertante.

Desde luego, si el viaje me llevara a un lugar en que niños y adultos fueran iguales en el trato y responsabilidad social, pienso que me quedaría a vivir y perdería el ninguna parte. Habría encontrado mi parte. Pero ese es el asunto, que es una parte imposible. El mundo está hecho, regido, organizado, definido por los adultos. Los adultos y los carcamales porque de viejo no hay límites, como sí los hay con los niños. En fin, no es cosa que vayamos a resolver en una jornada de viaje. Pero se entiende que mis vecinos me parezcan raros. Vamos, para ser sinceros y podía haberlo dicho antes, me parecen marcianos. Muy probablemente yo a ellos también así que por ahí vamos equiparados.

(La primera imagen es un cuadro de Friedrich, Dos hombres contemplando la luna (1819-1820) Gemäldegalerie Neue Meister, Dresde, Alemania- La segunda es un cuadro de William Morris, Reina Ginebra (1858) Tate Gallery, Londres).

dissabte, 25 d’octubre del 2008

La causa de la crisis.

Todo lo que nos sucede a los seres humanos, excepción hecha de los fenómenos naturales y aun en estos hay mucha tela que cortar, es obra nuestra. Los dioses no existen y, si existen, no se ocupan de nosotros, como decía el filósofo. Somos los hacedores de nuestros destinos y no tenemos a quien responsabilizar de nuestra suerte buena o mala sino a nosotros mismos. En lo atingente a las cosas humanas tampoco existe el azar, que no es otra cosa que un proceso causal cuya razón desconocemos. Así que si hay una crisis mundial de las pavorosas dimensiones que los medios publicitan incluso con cierta alegría malsana, en algún momento y en algún lugar alguien hizo o dejó de hacer algo que, andando el tiempo, provocó el desastre.

Hará cosa de dos días el otrora gobernador de la Reserva Federal de los Estados Unidos durante 18 años (de 1988 a 2006), Alan Greenspan, el hombre que dominaba las finanzas de los EEUU y, por extensión, del mundo entero, compareció ante una comisión de investigación parlamentaria convocada para estudiar las causas de la crisis financiera mundial y hubo de escuchar la siguiente pregunta de uno de los congresistas: "¿Cree Vd. que su ideología lo obligó a tomar decisiones de las que después se arrepentiría?" A lo que el celebrado Salomón de los mercados tuvo que respoder: "Sí, he encontrado un fallo. No sé qué importancia o duración tiene. Pero estoy muy afectado por ello."

Bingo. La ideología. ¿Qué ideología? Antes de responder déjenme contar una brevísima historia.

Hacia fines de los años sesenta un ya maduro Alan Greenspan, brillante intelectual judío, formaba parte del círculo fiel e íntimo de la afamada novelista Ayn Rand, gurú literaria, filosófica y política del más extremo, histérico y agresivo neoliberalismo estadounidense entonces in fieri. El credo ideológico de aquella secta llamada "objetivista" era el que pueden Vds. sufrir hoy todos los días en la COPE o leer en Libertad Digital o escuchar a la señora Esperanza Aguirre como si fuera una novedad, una original audacia: fuera el Estado, todos los poderes al mercado que se autorregula a sí mismo por el ingenioso procedimiento de que cada cual mire por sus intereses y así se conseguirá el bienestar general y a quien Dios (que no existe) se la dé, San Pedro (que tampoco existe) se la bendiga. Sin duda habrá crisis de vez en cuando pero se resolverán solas con unas empresas que se arruinarán y otras que prosperarán, muchos trabajadores irán al paro, pero se recolocarán en nuevas empresas; altos y bajos normales en los mercados como pasa con la vida y, sobre todo, sobre todo, sobre todo, ¡abajo las regulaciones, fuera las sucias manos del Estado de la economía! Esta secta objetivista, de la que Greenspan era fanático seguidor al extremo de prestar falso testimonio por orden de la superioridad para probar su obediencia, tenía claro cuál había de ser el destino de los bancos centrales: desaparecer como instrumentos del maligno Estado que eran. Greenspan se mantuvo fiel a la fundadora de la secta hasta su muerte y, cinco años más tarde, este sectario enemigo de toda regulación estatal y de los bancos centrales era nombrado Gobernador de la Reserva Federal por Ronald Reagan con el claro objetivo de dinamitarla.

Que es lo que hizo el otro. Preguntado en cierta ocasión por un periodista si no era contradictorio que un antirregulador radical fuera Gobernador de la Reserva Federal, Greenspan respondió que no, que al tiempo se vería lo que hacía. Y lo hizo: paralizó la función de la institución durante todo su mandato, se negó a regular nada con la teoría de la autorregulación del mercado entre ceja y ceja, mantuvo los tipos de interés más bajos de la historia durante el mayor tiempo posible... y provocó una burbuja especulativa cuyo estallido el año pasado está arruinando al mundo y a él, según él mismo dice, lo ha dejado en estado "de shock".

Pues si está en estado de "shock" será porque quiere ya que desde los comienzos de la burbuja financiera empezaron a llegarle avisos de muchos economistas acerca de cómo la situación era cada vez más peligrosa. Pero él los rechazó, esgrimiendo su ideología de desregulación y no intervención. Y no porque no pudiera hacer otra cosa, ya que disponía de los medios legales gracias a la Ley de protección de activos de propiedades inmobiliarias de 1994 que le hubiera permitido poner coto a la práctica de las hipotecas "basura" y la compleja trama de los llamados productos crediticios "derivados". Pero no hizo nada. Estaba tan convencido de la verdad revelada de la ideología desreguladora que todavía en septiembre de 2005, meses antes de dejar el cargo, decía: "Como otros precios de activos, los precios de las casas están influidos por los tipos de interés y en algunos países el mercado inmobiliario son un canal esencial de transmisión de la política monetaria".

Es decir, aquí no hay inocentes. Este ideólogo fanático neoliberal con sus disparatadas decisiones es el responsable mediato por negligencia de la catástrofe financiera mundial. Por supuesto, los responsables inmediatos son todos los ejecutivos financieros y demás canalla que pusieron en marcha esa gigantesca maquinaria de los productos crediticios heterodoxos, de alto riesgo, fraudulentos. Pero estos no hubieran podido hacer nada si el sectario Greenspan (que, al final, cumplió su promesa de cargarse el banco central y, con él, el sistema financiero y el productivo del país) hubiera cumplido con su deber de vigilar y regular.

Pero ¿cómo iba a hacerlo si su ideología le decía que su tarea era exactamente la contraria? ¿Qué ideología? La neoliberal, la más feroz, elemental y estúpida de las ideologías del siglo XX que en su atrevida ignorancia se piensa vencedora de todas las batallas teóricas de aquel desgraciado siglo que, tras haberse puesto a sí mismo como paradigma de la modernidad (acuérdense de con qué facundia decían los necios de entonces aquello de: "¿cómo es posible que en pleno siglo XX...?") presenta ahora la facha de una antigualla renqueante.

Lo más molesto de estos ideólogos del neoliberalismo, con todo, no es su evidente fanatismo ni su tosquedad y cortedad mental sino su arrogancia y soberbia intelectual. Esta, la que hace que algunos de sus representantes tilden de "tonterías" las ideas ajenas, se vio incrementada cuando el otro sistema económico no menos tosco y primitivo que el neoliberal que fue el comunismo se vino abajo estrepitosamente. Fue el hundimiento del comunismo lo que dio alas a los fanáticos ideólogos neoliberales que se postularon como sepultureros de la historia. A partir de ahí se consideraron con las manos libres para poner en marcha sus ensoñaciones más absurdas como si fueran la panacea. Una prueba más de que el hombre necesita siempre, siempre frenos y contrapesos en su actuación. Y nunca más que cuando quienes actúan tienen también el poder en sus manos. Porque "hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña tu filosofía, Horacio", que decía Hamlet.

Ahora que se están sufriendo las consecuencias. ¿Qué decir del discurso de la señora Aguirre el otro día de que la crisis la ha provocado un exceso de intervencionismo en el mercado? Para remediar la catástrofe, más catástrofe. Esa es la fórmula típica de la soberbia intelectual: no reconocer el error sino empecinarse en él. Al fin y al cabo las consecuencias las pagarán otros.

(La imagen es una foto de Trackrecord, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (III).

Pensamientos, para lo que sirven.

Me quedé diciendo que para la salida (pues este es un viaje que tiene sus tiempos) aprestaba sólo un sombrero y algún pensamiento que se cobijase bajo él. Y dejé el de "¡Qué más hubiera querido que no haber sido!" que no requiere mayor comentario porque es obvio. Tampoco creo necesario de momento cambiar de ilustraciones. Los cuadros de Friedrich que es verdaderamente melancólico acompañan muy bien el momento de le despedida. Porque siempre que se parte de viaje se despide uno de alguien y, si no hay alguien de quién despedirse o no se lo considera digno de despedida, puede uno hacerlo de las cosas, como Rosalía de Castro: "Adiós, ríos; adios, fontes;/adiós, regatos pequenos;/adiós, vista dos meus ollos:/non sei cando nos veremos."

Así que pensamientos. Y decía que tengo un puñado. Cierto es. Dicen que todos los españoles tienen una novela en el cajón. Yo tengo aforismos. Y novelas, claro, a fuer de español. Y alguna publicada. Pero para los viajes los buenos son los aforismos. Dan que pensar, si merecen la pena, y sirven como acicate para la marcha; algo como lo que parece que hacen los indios que van mascando coca para que el camino sea más llevadero, incluso quizá para engañar la hambre, quién sabe. Aquí se masca chicle para mantenerse despierto. Viene a ser siempre lo mismo: mantenerse despierto, no perder el contacto con la realidad (ya verán las vueltas que pienso darme en este viaje por los sueños), mantenerse en el camino. Ahí, ahí es donde el viaje, todo viaje, cobra su significado, cuando Cristo enuncia las tres uves: "Yo soy la vía, la verdad y la vida." (Juan, 14, 6). Solemos decir "camino" pero podemos decir vía. Lo que sucede es que los tres entes, vía, verdad y vida no son iguales, Cristo no dice que sea la vía, la vía y la vía, sino que es tres cosas distintas; juntas pero distintas. Muy distintas. La vida es la vía, desde luego, el camino, pero no es un camino dado que, cuando nos ponemos de viaje elegimos un camino entre varios. En la vida no se permite elegir: el que vive no ha elegido vivir. En cuanto a la verdad es un término tan carente de sentido que no puede encajar en ninguna de las dos porque ¿cuál es la verdad del camino o qué quiere decir un "camino verdadero"? Al propio tiempo: ¿cuál es la verdad de la vida o qué quiere decir "vida verdadera"? Y no digo que nadie pueda encontrar la verdad de su vida; digo que no hay una verdad de la vida. Siendo todo eso así, ¿no está muy puesto en razón hacer un viaje a ninguna parte?

Las despedidas son tránsitos; uno se despide de alguien o de algo y echa a andar, inicia un camino nuevo. Lo lógico será trocar melancolía por alegría pues damos la cara a lo nuevo, a lo inesperado, a lo que nos salga al encuentro. Cuando uno se pone de viaje, se pone de viaje con el espíritu abierto; no sólo los ojos del cuerpo sino los del alma, que son y no son los mismos. Mi espíritu está abierto si no rechazo lo que no conozco, lo que no me es familiar. Los ojos del cuerpo son los que me dicen que algo es distinto o desconocido para mí; los del espíritu los que me dicen si lo rechazo o no. Que nunca se aprende tanto como poniéndose en camino. Esa es la razón por la que se dice que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando aunque, por supuesto, no siempre. Hay nacionalistas muy viajados que, cuanto más viajan, más nacionalistas se hacen y retornan a su tierra dispuestos a abrir la cabeza a todos los extranjeros que en ella encuentren. Pero son excepciones. La mayoría de los nacionalistas se modera mucho e incluso abandona la pulsión nacionalista al viajar. Esa es una de las razones por las que tanto me disgusta que los españoles sean tan poco viajeros fuera de España. No viajan y como no viajan suelen ser insoportablemente nacionalistas, tanto como los otros aunque ellos piensen que no.

Los viajes son motivo de contento. Por supuesto, no siempre. Nada hay en la condición humana que sea de siempre o para siempre o hasta siempre o desde siempre o por siempre, ya se sabe. Los viajes a los campos de exterminio no daban contento alguno. Uno se niega incluso a llamar viaje a algo tan monstruoso e inhumano tanto que cabría calificarlos de "último viaje" con el agravante de que el viajero está vivo, es un vivo muriente y ni siquiera un muerto viviente. También hay viajes que empiezan dando contento y terminan en lamento. La Grand Armée de Napoleón iba a conquistar Rusia y regresó derrotado, arrastrando las escarapelas y el orgullo de las águilas imperiales.

Las águilas. "Las águilas", decía Lenin hablando de Rosa Luxemburgo, "pueden volar tan bajo como las gallinas pero las gallinas no pueden volar tan alto como las águilas y Rosa era un águila." Bonito epitafio para una mujer. Al menos en español porque en alemán "águila" es masculino y "gallina" neutro. Que a los hombres los ponen poéticos muchas cosas, especialmente las mujeres. Hay que ver qué cosas les decimos. Y todo para conseguirlas, para "gozarlas" que se decía en el castellano del Siglo de Oro, un verbo fascinante al que no puede hacer ni sombra este uso que se estila ahora del verbo disfrutar como transitivo, cuando te mandan no a disfrutar "de" la carretera sino a disfrutar la carretera o un niño, como si fueras a comértelos. Gozar de las mujeres que admite varios sentidos aunque el habitual del Siglo de Oro, francamente lascivo, era el consabido, equivale a tomarlas a ellas mismas como camino. Hay muchas veces que la relación amorosa (y ya siento hablar de forma tan cursi) es un viaje de uno en otro y viceversa aunque no por obligación. Eso de ir descubriéndose mutuamente de forma que una de las manifestaciones más contundentes del amor que suelen oírse (sean o no verdad, están dichas para agradar) esa de "Fulano/a y yo llevamos cincuenta años juntos y cada día me sorprende con algo nuevo." Nunca se sabe. Josué detuvo el sol a las puertas de Jericó. Bueno él, no; pero el sol se detuvo.

De todas formas, cómo no voy a estar alegre en el momento de iniciar el viaje a ninguna parte, cuando siento el viento soplar de frente, lo que me dice que estoy a la intemperie, allí donde los elementos de la naturaleza, los que sólo se ven en el cine y en la tele, se hacen patentes, la luna, la lluvia, el viento, los montes, las fontes y los regatos pequenos. Volvemos a "Miña terra, miña terra,/terra donde me eu criei," donde sabemos cómo se llaman los árboles, qué colores y cuantas hojas tienen en según qué épocas, por dónde se va al río, cual es la poza más extensa, en dónde es más fácil pescar truchas, cómo suenan las esquilas al atardecer cuando se recogen los rebaños y cómo huele la tahona cuando acaban de hacerse el pan y los bollos del lugar. Alegre como unas castañuelas. ¡Lo que nos gusta el campo a los de la ciudad! La famosa alabanza de aldea. Pero luego vivimos todos en laberintos de hormigón y farolas en donde estamos atrapados como en ratoneras. Es verdad que la vida es muy cómoda porque lo encuentras todo hecho. Sólo hay que pagarlo. Si andas mal de dinero lo tienes crudo; pero eso te pasará también en el campo. En la ciudad está todo a mano, dispuesto y sólo hay que servirse. Todas esas comodidades son cadenas; de oro, de plata o de bronce, pero cadenas. El personal no viaja porque, a diferencia de Darío, no puede llevarse a su cocinero, su carpintero, su músico, su masajista, su médico, etc Por lo cual se quedan, atados por las cadenas de sus complacencias. Viajamos los que presumimos de llevar con nosotros todo lo que necesitamos. El asunto depende de qué alcance tenga el "todo". Seguro que cabe en un pen drive medianejo.

La alegría de la partida la tenía en forma de aforismo, diciendo: "La vida es un salto de la patafísica a la metafísica, pasando por la física" cosa también evidente en sí misma pues la ciencia es lo que nos lleva desde el nacimiento a la muerte. Que esa es una perspectiva muy típica del viajero pues la ciencia hace posibles los viajes y los viajes llevan a la ciencia más y más lejos. La ciencia dice en dónde está la estrella polar y la estrella polar dice en dónde está el norte. A su vez, Darwin se llevó a la ciencia de compañera en su viaje del Beagle. El viaje es saber, conocer, averiguar, descubrir. Nada tiene de extraño que, cuando se sale de viaje, a uno le agrade la idea de llevarse a un hijo de acompañante, como Darwin con la ciencia. ¡Cuánto aprenden lo niños en los viajes! Todo lo que aprenden los adultos que se empeñan en contárselo en cualquier caso y lo que aprenden por sí mismos. Así que, en la alegría y el optimismo del comienzo de la jornada, pensé en llevarme a un hijo a un viaje a ninguna parte. Entre otras cosas sospecho que los niños entienden perfectamente el sentido de emprender un viaje a ninguna parte. El mundo de los niños está lleno de "ningunas partes", de países de "nuncajamás". Y el de los adultos, pero estos, como siempre, han clasificado sus "ningunas partes" y las han llamado "utopías". Aquí me quedo en un viaje a ninguna parte que empieza en una utopía.

(Las imágenes son sendos cuadros de Friedrich, Dos hombres al atardecer (1830-35), Museo de L'Hermitage, San Petersburgo y Mujer con vela (1825) Ciudad de la pintura).

divendres, 24 d’octubre del 2008

Blogorismo de la pelea (I): Bush contra Zapatero.

Sabido es: el señor Matorral no quiere invitar al señor Rodríguez Zapatero a su conferencia en Nueva York el 15 de noviembre en la que no va a decidirse nada porque a partir del cuatro de ese mes, gane quien gane las elecciones, Mr. Matorral sólo será presidente del país "en funciones" y no podrá tomar decisión alguna sin consultar al ganador aunque, conociéndolo, es capaz. Mr. Matorral es ruin, vengativo y rencoroso. Como todos los mediocres. Yo, en lugar del señor Rodríguez Zapatero, preferiría no ir a Nueva York y mantendría mi posición bien firme. ¿O es que aquí hay que hacer lo que mande el matón del barrio? Por lo demás, para ruines, vengativos y rencorosos los mendas que aquí, en España, culpan al señor Rodríguez Zapatero de la situación. Son los de siempre, los que no saben que el presidente del Gobierno español representa a España aunque no sea de su partido. Manga de patriotas...


(La imagen es una foto de Dannyman, bajo licencia de Creative Commons).

Blogorismo de la pelea (II): Garzón contra el fiscal.

La pelea entre el juez Garzón y el fiscal Zaragoza se dirime en dos planos: uno formal o de procedimiento y otro material o de substancia. No siendo jurista ya dije que el primero, lleno de argucias, triquiñuelas y trampas, no me interesa y confío en que la instancia competente lo decida. Pero el segundo, el de la cuestón de fondo, sí me interesa y mucho. Al respecto no salgo de mi asombro cuando oigo o leo que el recurso del señor Zaragoza destruye la argumentación del juez Garzón, que es mucho mejor, más sólido, etc. Quienes tal dicen no deben de haber leído el auto del juez que es mil veces mejor que el recurso por tres razones: 1ª) porque el recurso es inconsistente y hasta contradictorio, como ya expuse en el post del 21 de octubre, titulado La ley y la Justicia; 2ª) porque no hay un solo argumento en el recurso que no lo hubiera planteado y resuelto antes Garzón en su auto; el recurso no hace otra cosa que repetir el auto pero en negativa; 3ª) porque el texto que es verdaderamente innovador, con energía, con categoría intelectual, que abre perspectivas a una interpretación avanzada del derecho es el auto del juez; el recurso del fiscal es un refrito que consagra una visión estrecha, negativa y, en el fondo injusta, del derecho.

(La imagen es una foto de sagabardon, bajo licencia de Creative Commons)

Blogorismo de la pelea (II): Aznar contra el planeta.

Es tan retrógrado que, si pudiera, el señor Aznar sería negacionista, negaría el Holocausto. Si no lo hace es porque no se atreve. El lobby judío es muy fuerte y tiene mucho dinero. Pero pregúntenle al pavo por la teoría de Darwin; ya verán, ya. Este, como Bush, es de los que en lugar de la doctrina de la evolución ponen la del "diseño inteligente" con ellos como prueba en contrario. No niega el Holocausto porque puede salirle caro. Pero negar el cambio climático sale gratis y se obtienen notoriedad y unas palmadas del jefe en el cogote. Es como su émula, la señora Aguirre, que da la razón a su ídolo con el argumento de que los seres humanos son más importantes que el planeta en lo que probablemente sea el razonamiento más estúpido que haya oído en mi vida, que ya es larga. ¿O es que puede haber seres humanos fuera del planeta? Obviamente sí: la señora Aguirre y el señor Aznar que habitan en el limbo. Tendría que haber puesto otro blogorismo de la pelea (IV) que fuera Esperanza Aguirre contra el sentido común, pero me ha dado pereza. Y es que cansa mucho escuchar que la crisis financiera se ha producido por un exceso de intervencionismo estatal. Igualita que su exjefe: busque, doña, busque intervencionismo en los EEUU; a lo mejor lo encuentra junto a las armas de destrucción masiva que el tigre de las Azores juraba solemnemente que había en el Irak.


(La imagen es una foto de Jaume d'Urgell, bajo licencia de Creative Commons).

¿Quién ha sido? (II)

Como decía ayer termino hoy con la crítica al libro de Montero, Lago y Torcal. Ahorro las descripciones de las metodologías empleadas (generalmente variantes de ecuaciones de regresión) todas escrupulosamente expuestas en los distintos trabajos.

Wladimir G. Gramaño (El 14-M sin el "shock" del 11-M: un análisis longitudinal) ya dice suficientemente en el título de qué va: de que el resultado del 14-M hubiera sido más o menos el mismo aunque no hubiera habido atentados. Para ello se vale de las funciones de popularidad y voto (PV) que aclaran las oscilaciones en dos series temporales (apoyo a los gobiernos y porcentajes de votos a los partidos) con datos de los barómetros del CIS en estimación de mínimos cuadráticos ordinarios (p. 206). Según Gramacho hay tres razones que apuntaban a una victoria del PSOE en 2004: 1ª) ha sido tradicionalmente el más beneficiado por el voto estratégico; 2ª) aunque haya habido una desmovilización de la izquierda en 2004 se invirtió la tendencia; 3ª) hay un creciente desencanto de los votantes del PP en la VII Legislatura (p. 216). De las tres razones la segunda me parece contingente y no apropiada; la tercera coincide con el argumento de Montero/Lago en el libro. En definitiva, el análisis de los barómetros del CIS "sobre las diferencias de intención de voto al PP y al PSOE durante el periodo 1996-2004 proporciona fundamento suficiente a la afirmación de que el resultado del 14-M no debe ser clasificado como atípico." (pp. 222/223).

Francisco A. Ocaña y Pablo Oñate (Elecciones excepcionales, elecciones de continuidad y sistemas de partidos) levantan acta de lo inesperado de la victoria del PSOE en 2004 con una diferencia de casi cinco puntos porcentuales sobre el PP y un aumento de 8,5 puntos en la participación (p 225). Miden después la fragmentación del sistema español de partidos, que encuentran moderada; la concentración, que es la más alta desde 1977; la competitividad, reducida respecto a 2000; la polarización, la más reducida desde 1977; la volatilidad que juzgan moderada. Añaden el factor muy hispánico del regionalismo (p. 239) para llegar a la conclusión de que las de 2004 son elecciones de continuidad desde el tercer periodo electoral, inaugurado en 1993.

Alberto Penadés e Ignacio Urquizu-Sancho (Las elecciones al Senado: listas abiertas, votantes cerrados y sesgo conservador) abordan un asunto insólito en los estudios electorales españoles y de gran interés. Dada la nula relevancia de la cámara alta, casi nadie se molesta en estudiarla. Sin embargo tiene valor simbólico y algún otro que los autores subrayan con acierto. El simbólico se refiere al hecho de que en las elecciones de 2004 el PP obtuviera más senadores que el PSOE cosa que el estudio explica no como una oposición al resultado de las elecciones al Congreso sino como el efecto de un sesgo conservador en las elecciones al Senado que los autores miden claramente en sus dos puntos: el reparto desigual de escaños entre la población y la ventaja de la distribución geográfica del voto popular (pp. 247 y 254). En las cuarenta y siete circunscripciones peninsulares el PSOE obtuvo el 48,4% del voto y 87 senadores (46,3% del total) mientras que el PP consiguió el 37,4% del voto y 91 senadores (48,4% del total) (p. 255). La desproporción es obvia y deja claro que el PP también perdió de hecho las elecciones al Senado al quedar en la península (otra cosa son las ciudades autónomas y las circunscripciones insulares) 11 puntos por debajo del PSOE. Los autores abordan otras dos cuestiones que, sin tener relación directa con el tema del libro, presentan gran interés: la poca relevancia de las listas abiertas como hipotético mecanismo corrector del predominio de los partidos sobre los votantes ya que, dicen, los electores no hacen un uso "sofisticado" de ellas (p. 269) y, más curioso aun, el hecho que deducen de los datos de que el Senado propicie un "voto sincero", como lo llaman, esto es, un voto "más expresivo que estratégico" (p. 271).

Mariano Torcal y Lucía Medina (La competencia electoral entre PSOE y PP: el peso de los anclajes de ideología, religión y clase) sostienen que el electorado español está estabilizado desde 1993 y, aunque los cambios de 2000 y 2004 mostraron una alta volatilidad, ésta no tiene por qué deberse a cambios de preferencias partidistas sino que puede ser resultado de procesos de oscilación entre la abstención y la movilización (p. 279), argumento probabilístico e hipotético que no acaba de resultar convincente. Encuentran los autores que la ideología es el anclaje más fuerte, seguido de la religiosidad, que es algo menor y en cuanto a la clase social aprecian que, a excepción de lo sucedido en 2004, las clases trabajadoras votan al PSOE frente a las de servicio, trabajadores no manuales y propietarios que lo hacen al PP (p. 290). Su conclusión general es que el proceso de estabilización tiene una alteración en 2004 en que se dio un efecto movilizador favorable al PSOE porque su composición social e ideológica es más heterogénea y los factores de anclaje pesan menos que en el voto conservador (p. 301). Por cierto la diferencia de elasticidad entre votantes del PSOE y del PP es muy reveladora.

Álvaro Martínez Pérez (Ideología, gestión gubernamental y voto en las elecciones españolas) analiza las elecciones de 2004 en comparación con las anteriores desde 1986 y se mueve en el terreno de la teoría espacial, esto es, las autoubicaciones ideológicas (p. 317). Sus resultados confirman la tesis de Fiorina de que la dicotomía entre voto por issues y voto por ideología es más aparente que real, pues los votantes analizan la gestión del gobierno a través de sus ideologías (pp. 318/319), una conclusión que coincide con la teoría del Framing y su venerable antepasado el interaccionismo simbólico; igualmente se confirma el teorema del votante mediano: el partido que lo pierde, pierde las elecciones (p. 320).

Guillem Rico ("¡No nos falles!" Los candidatos y su peso electoral) aborda un asunto que tiene mucha prosapia en historia y filosofía política: la función del individuo en la historia, si bien él lo hace en una perspectiva empírica partiendo del hecho de que en las elecciones de 2004 se dieron dos circunstancias de interés: los tres partidos de ámbito nacional estrenaban dirigente-candidato y el presidente incumbent no se presentaba (p. 334). Llega a la conclusión de que las imágenes de los líderes condicionaron el comportamiento individual de los votantes en 2004 y que la influencia del líder del PSOE consiguió mayor alcance que sus rivales (p. 358).

Marta Fraile (El voto por rendimientos: los temas económicos y sociales) somete a análisis la teoría del voto económico (VE) y la hipótesis del premio-castigo (p. 362) para comprobar la de que la probabilidad de que un elector crítico castigue al partido del gobierno será mayor cuanta mayor credibilidad reconozca al principal partido de la oposición (p. 365). Su conclusión es que la magnitud del voto económico retrospectivo parece haber sido mucho mayor en las elecciones de 2000 que en las de 2004 (pp. 387, 389). Se lamenta la autora de no haber tenido una encuesta panel preelectoral y hace una honesta advertencia metodológica al final de su trabajo muy digna de tenerse en cuenta (p. 390).

Carlos González Sancho (Intermediarios personales, conversaciones políticas y voto) presenta un muy original e interesante trabajo sobre los intermediarios personales, etc como formas de "atajos" heurísticos en el acopio de información necesaria para la comunicación en democracia y, por ende, la adopción de decisiones, especialmente el voto (p. 393). Un trabajo de pionero en España. El análisis se hace a través de las correlaciones estadísticas entre la percepción de competencia (del interlocutor), la frecuencia de las conversaciones y las características personales de los interlocutores (p. 404). Aunque el 11-M se suspendieron las campañas, no lo hicieron las conversaciones y el autor entiende el resultado como "una sanción electoral a la gestión del Partido Popular (PP) a lo largo de su mandato, a la cual se añadiría un castigo adicional ocasionado por la atribución de responsabilidad por los atentados y la gestión de la crisis consecuente" (p. 407). De puro sentido común.

El libro se cierra con un capítulo en que los editores hacen balance de lo conseguido respecto a la tarea de averiguar cuáles fueron las claves de las elecciones de 2004 y piensan que se ha conseguido otro objetivo: marcar la estructura de lo que debe ser un "trabajo sistemático sobre elecciones y ciudadanos y fijar así una pauta para estudios sucesivos de esta naturaleza" (p. 421). Parece que lo han logrado y esta obra puede ser la primera (de hecho, ya hay una segunda sobre elecciones autonómicas y locales de 2007 que reseñaremos próximamente) de una serie a la que deseo tan saludable futuro como el que tuvo el primer estudio sobre elecciones generales de David Butler en Inglaterra, publicado desde 1945 hasta hoy, aunque haya sus diferencias.

Señalan los editores que las elecciones de 2004 fueron de continuidad más que de cambio (p. 422), lo que ha quedado abundantemente demostrado y aprovechan para hacer un resumen de las aportaciones substantivas del libro al acervo de nuestro conocimiento sobre elecciones en España en lo tocante al abstencionismo en relación con la edad (p. 431), la clase social (y el escaso consenso sobre la infuencia en el voto), el descenso del voto religioso (p. 431) y la importancia de la ideología, si bien complementada con otros factores (p. 432). Sin duda, los otros factores son importantes pero más lo es que se pueda probar científicamente el peso de la ideología a los sesenta años de que se hubiera decretado su final o su crepúsculo; y una importancia viva, nada que ver con la que puedan tener los llamados conceptos zombies.

En resumen, aquí queda un trabajo colectivo que será referencia para las elecciones de 2004 y quien quiera sostener la teoría del "vuelco" tendrá que refutar la impresionante batería de de pruebas empíricas que contiene o cambiar de murga.

dijous, 23 d’octubre del 2008

De mal en peor.

La crisis no da respiro a nadie. Todavía están calientes los miles de millones con los que los Estados han corrido a salvar a los bancos en apuros, creyendo que así se estabiliza el sistema financiero y ayer las bolsas se dieron otro batacazo sin que nadie aventure explicación alguna. ¿Se han fijado en que ya no salen aquellos mozalbetes expertos en mercados y otros misterios que explicaban los problemas más abstrusos en un santiamén con envidiable seguridad? Antes se daban de codazos por aparecer en la tele; ahora no se los encuentra ni debajo de las piedras. Nadie se atreve a formular juicio alguno, fuera de Paul Krugman y los millonetis como Warren Buffet o George Soros. En teoría, las medidas de rescate tenían que haber funcionado. ¿Por qué no lo hacen? ¿Qué pasa ahora?

¿Qué va a pasar? Que, como siempre, los expertos, los analistas se han equivocado porque no ven más allá de sus narices. Cuando por fin consiguieron comprender que en la época de la globalización los problemas son mundiales y pensaron en coordinar las medidas internacionalmente para hacerles frente, se olvidaron de que el mundo, como tituló su novela Ciro Alegría (precisamente un escritor argentino) es ancho y ajeno y no se acaba en los EEUU y la Unión Europea, que en las otras partes del planeta los efectos pueden ser más devastadores de lo que han sido hasta la fecha y con repercusiones de vuelta en casa porque hoy estamos todos interconectados y nadie está a salvo del famoso "efecto mariposa".

El susto que se llevaron ayer los mercados a causa de la insólita medida de la señora Fernández en la Argentina no se debe en sí mismo a la propia Argentina que a nadie importa gran cosa, sino al hecho de que es el aviso, el toque a rebato para el resto del Tercer Mundo, del que el primero (el segundo ya no existe) se había olvidado. Porque, por la lógica de las cosas, si hay amenaza de quiebra de los bancos en los países desarrollados ¿qué pasará con los de los no desarrollados? Parece claro que la medida adoptada por la Presidencia de la República Argentina es una confiscación, un latrocinio encubierto de nacionalización. La señora Presidenta ha echado mano a los ahorros de la gente porque anda escasa de liquidez, como les pasa a los bancos, pero dice que es para protegerlos. El golpe ha servido para mostrar que, tras la primera oleada de crisis financiera en los países del primer mundo, viene ahora el impacto en el Tercer Mundo y el de la crisis de la economía real, que es a la que verdaderamente temen las bolsas y la que está causando el agravamiento imprevisto de la situación.

Está madrugada Tokio ha vuelto a abrir a la baja con una caída del 5,5% en el índice Nikkei y lo mismo sucede en Hong Kong. Supongo que algo parecido pasará con las bolsas españolas y las europeas y después de nuevo con la de Nueva York y así seguirá el tiovivo quién sabe hasta cuando. Lo que está claro es que, como viene diciendo Palinuro hace unos días, esto no ha hecho más que comenzar.

Por cierto, pensando en qué pueda haber pasado con toda la pasta que parece haberse evaporado, he caído en la cuenta de los paraísos fiscales. ¿Sabe el personal en cuánto países europeos rige estricto secreto bancario, es decir, no colaboran con otros países para dar información que tenga relevancia a efectos fiscales por ejemplo? Andorra, San Marino, Liechtenstein, Isle of Man, Islas del Canal, Luxemburgo, Suiza, Austria y Bélgica. Tiene gracia que Andorra, Liechtenstein y Mónaco estén en la lista negra de la OCDE pero no los demás. Que en la Unión Europea convivan bancos amparados en el más estricto secreto bancario con otros que no lo están demuestra hasta qué punto es chapucera la chapuza europea. Añádanseles los paraísos fiscales del Caribe (Islas Vírgenes, Turcos y Caicos, Antilla, Aruba, Bermudas, Montserrat, Belize, Panamá) las Seycheles y Mauricio en el Océano Índico y Vanuatu, Nauru, Samoa, Islas Cook, Islas Marshall, Niue en el Pacífico y se tendrá una idea de en dónde están escondidos los billones que faltan por doquier. El dinero está ahí y habida cuenta de quién manda en el mundo, no se entiende muy bien por qué no se ha ido todavía por él. O quizá sí. Demasiado bien. Hay que levantar el secreto bancario; pero mal vamos si, como hemos visto en España, el Estado admite que los bancos le vendan activos también en secreto.

Poco control parlamentario puede haber allí donde rige el secreto. Pero sobre todo conviene tener en cuenta que esta crisis se ha desatado principalmente por las maniobras especulativas secretas y opacas que han venido haciéndose en todas partes del mundo (especialmente en los Estados Unidos) en los últimos quince años.

(La imagen es un grabado de Alberto Durero, Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1497/98) que se encuentra en la Staatliche Kunsthalle, Karlsruhe, Alemania.

¿Quién ha sido? (I)

Las elecciones generales de marzo de 2004 fueron muy traumáticas a causa de los atentados del 11-M que, además de los muertos, los heridos y los destrozos psicológicos y materiales que causó, provocó una grave alteración de la vida política española. Pero no porque, como han venido sosteniendo el PP y sus medios afines, aquellas bombas produjeran un vuelco electoral imprevisto y dieran una inmerecida victoria al PSOE, sino precisamente porque, amparada en esta falsa interpretación, la derecha española estuvo deslegitimando las elecciones e introduciendo un factor de inestabilidad en el sistema político que sólo se ha calmado (relativamente) con la subsiguiente derrota en 2008. Todavía hace un par de días, el señor Sánchez Dragó aconsejaba al juez Garzón que mandara detener al señor Rodríguez Zapatero que había llegado al poder gracias a un atentado.

A lo largo de la VIII legislatura, el partido conservador y los medios que lo apoyan, singularmente el diario El Mundo, la cadena de radio de los obispos COPE y la televisión pública de la Comunidad de Madrid, Telemadrid, dieron pábulo a la tesis de que los atentados del 11-M prácticamente robaron las elecciones al PP. Y prosiguieron con la labor de manipulación y engaño a que se dedicó frenéticamente el Gobierno del PP entre el 11 y el 14-M para ocultar la verdadera autoría del crimen y cargársela a ETA. En aquellos días tal mistificación tenía, cuando menos, una razón utilitaria pues el Gobierno pensaba, con buen motivo, que si se atribuían los atentados a Al Qaeda perdería las elecciones, mientras que si se le cargaban a ETA las ganaba. Que la patraña se haya mantenido hasta el día de hoy, pasando por encima de las conclusiones de una comisión parlamentaria de investigación y de un proceso penal en la Audiencia Nacional ya visto y sentenciado sólo puede tener objetivos más confusos pero no menos inconfesables: justificar la actuación del gobierno ex post facto, deslegitimar la victoria electoral del PSOE, crear un clima de inseguridad e intranquilidad que pensaban los beneficiaría en posteriores elecciones y mantener unidos a sus apoyos en una política de confrontación. Todo ello sin ánimo alguno de minusvalorar la fabulosa capacidad de la derecha española para el histrionismo más celtibérico y su desprecio por las reglas normalmente no escritas de los usos democráticos civilizados.

Para desmontar tantas patrañas tan torpemente urdidas como descaradamente mantenidas no era suficiente el discurso ordinario o periodístico por muy de sentido común que fuera sino que era necesario aportar argumentos con consistencia empírica, científica, que probaran irrefutablemente que la verdad era otra. A cubrir esta necesidad viene el libro coordinado por José Ramón Montero, Ignacio Lago y Mariano Torcal (Elecciones generales 2004, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2008, 486 págs), tres reputados investigadores en cuestiones electorales que encabezan una serie sistemática de trabajos de otros especialistas que no dejan lugar a dudas acerca de qué interpretación cabe dar al resultado electoral. La conclusión principal del libro es que los atentados del 11-M no supusieron "vuelco" alguno, que las elecciones de marzo de 2004 no fueron "excepcionales" en sentido político (obviamente sí humano). A la altura del diez de marzo PSOE y PP estaban prácticamente en "empate técnico", cualquiera hubiera podido ganar por estrecho margen, aunque parecía tener más probabilidades el PSOE y los atentados sólo vinieron a aportar algunas décimas porcentuales más a su triunfo.

El trabajo que los tres coordinadores publican (y así lo explican en un último capítulo de reflexión) trata de ser un análisis completo de las elecciones desde las diversas pespectivas sobre las que existen modelos teóricos explicativos del comportamiento electoral y de los que se disponen de abundantes datos empíricos. Estos proceden en la inmensa mayoría de los trabajos tanto de una encuesta postelectoral realizada por TNS/Demoscopia dirigida por Richard Gunther y José Ramón Montero en abril-mayo de 2004 con una muestra representativa de 2.929 ciudadanos, como de las series de datos del CIS, en especial sus barómetros, con recurso en ocasiones a otros bancos como el Estudio General de Medios. Todos los trabajos aplican modelos teóricos de comportamiento electoral à la page y emplean metodologías estadísticas refinadas que en la mayoria de los casos descansan sobre diversos tipos de ecuaciones de regresión logística binomial o multinomial complementados con índices de indiscutida eficacia explicativa. Y a fe que el resultado es el que los coordinadores se han propuesto y con contundencia.

Para Julián Santamaría (Las elecciones generales de 2004 en su contexto) el PP concurría a las elecciones de 2004 con un buen balance de la VII legislatura en política económica y lucha antiterrorista. En su opinión le faltó capacidad para interpretar y administrar su éxito (p. 37) porque se equivocó a su vez al interpretar los resultados de 2000 (p. 42). Sendas encuestas realizadas por Noxa Consulting el 10 y el 12 de marzo mostraban que la intención de voto al PSOE sólo subió un punto porcentual (p. 58). El atentado no modificó la tendencia general que, sumando intención de voto y simpatía, era de o,3 puntos a favor del PSOE un mes antes, 1,5 puntos diez días antes y 2,6 dos días antes. Al final fueron 4,9 puntos. Concluye Santamaría: "...el PSOE habría ganado en todo caso, con o sin atentado. Lo único que cabe discutir es si lo habría hecho o no por la misma diferencia." (p. 58) Que no es poco discutir. Coincido con el autor en lo grueso de la afirmación pero no me parece que una diferencia de 2,3 puntos, casi el doble de la distancia dos días antes sea asunto baladí. Lo que sucede es que tampoco creo que ese empujón viniera dado por el atentado en sí sino, como creo colegir del trabajo de Montero en este libro, del modo en que el Gobierno lo gestionó. Es lo mismo y no es lo mismo porque igual que se pueden hacer análisis contrafácticos de qué hubiera pasado si no habiera habido atentado (que se hacen) también podrían hacerse midiendo qué hubiera pasado si el Gobierno, en lugar de ponerse a mentir, hubiera gestionado el atentado de modo sincero y noble. Téngase en cuenta que, además de no incurrir en el odium que su actitud le granjeó, hubiera tenido la superaditividad que le hubiera ganado su actitud.

Antonia María Ruiz Jiménez (Competición política y representación de mocrática: la oferta electoral de los partidos) procede a un análisis cualitativo de los programas electorales de doce partidos utilizando para los datos el Comparative Manifest Project (p. 70) y el programa ATLAS/ti para análisis de documentos asistidos por ordenador, y se centra en tres cuestiones: el tono general de la campaña (negativismo, etc), las cuestiones "españolas" (esto es, terrorismo y organización territorial del Estado) y la división izquierda/derecha (en las cuestiones relativas al Estado del bienestar y las fiscales). La campaña no fue muy negativa (salvo en el caso de ERC). La dimensión nacional estuvo más presente en los partidos nacionalistas que en los "nacionales" (p. 86), cosa bastante lógica dado que estos no tienen que reivindicar la nación. Es lo más llamativo. Las otras conclusiones son esperables. Los partidos y los programas, dice Ruiz Jiménez no son iguales y los ciudadanos ven que entre los dos nacionales hay más desacuerdos que acuerdos (p. 105).

Víctor Sampedro, Óscar García Luengo y José Manuel Sánchez Duarte (Agendas electorales y medios de comunicación en la campaña de 2004) parten de la conocida tesis de Sampedro de que el 11-M hubo un "colapso de la esfera pública democrática" (p. 108). Los partidos trataban todos de imponer su agenda mediática pero sólo lo consiguió el PP. La metodología que emplean es el análisis de piezas informativas de cinco periódicos (El País, El Mundo, ABC, La Vanguardia y El Periódico) relativas al llamado "caso Carod" entre enero y marzo de 2004 con la creación de media events (p. 126) y el analisis de las televisiones (TV1, Telecinco, Antena 3 y La Cuatro) en relación con los cinco grandes temas de la campaña: terrorismo, Estado del bienestar, modelo de Estado, estrategias de la campaña, coaliciones y tripartito (p. 130). El PP dominó la campaña; las posibilidades del PSOE se vieron muy mermadas pero, al final, el primero perdió las elecciones en lo que colijo sea el efecto del "colapso de la esfera pública democrática". Para los autores que en esto discrepan de otros en el libro, el PP no cometió ningún error al plantear su campaña para deslegitimar al PSOE y desmovilizar a su electorado. Al contrario, tuvo un triunfo considerable gracias al control mediático que ejerció (p. 141). Pero obviamente, no fue suficiente para que el triunfo se convirtiera en victoria.

Joan Font y Araceli Mateos (La participación electoral) sostienen que en España contamos con una mayoría de "electores constantes" (p. 156) y que la participación en 2004 fue alta, pero no más de lo que fue en 1977, 1982 y 1996. En verdad, los atentados del 11-M tuvieron un efecto movilizador mínimo porque la movilización se había dado ya en la campaña electoral (p. 157). No cabe, pues, hablar de una participación excepcional producto de un hecho extraordinario (p. 167).

José Ramón Montero e Ignacio Lago (Del 11-M al 14-M: terrorismo, gestión del Gobierno y rendición de cuentas) niegan la teoría del vuelco electoral. Según los datos anteriores al 14-M PP y PSOE estaban prácticamente empatados y la recuperación del segundo respecto al primero (que había tenido 10 puntos porcentuales de ventaja en 2000) se debe a: a) que los electores responsabilizaron al Gobierno del 11-M a causa de la guerra del Irak; b) la manipulación sobre la autoría de los atentados; c) la valoración negativa de casi todos los ámbitos de gestión gubernamental en los cuatro años anteriores, esto es, el Gobierno había creado una opinión pública negativa que aumentó con sus errores (p. 179). Este último punto me parece importante pero casa mal con la tesis de Santamaría de los éxitos del Gobierno en la VII legislatura que simplemente no habría sabido administrar. Los autores reflejan bien el dilema del Gobierno del 11 al 14-M: si se probaba que había sido ETA, ganaría las elecciones por tratarse de una valence issue (o sea, acuerdo general), pero si se probaba que había sido por el Irak las perdería porque éste era una position issue (o sea, desacuerdo). Proceden a una interesante estimación cuantitativa de la incidencia de los atentados con un modelo de regresión binomial y análisis de volatilidad antes y después de los atentados con varias simulaciones contrafácticas y concluyen que el 11-M tuvo un efecto significativo pero no decisivo. No hubo vuelco ni voto del miedo. Los españoles responsabilizaron el Gobierno del 11-M por la guerra del Irak y, además, estuvieron en contra de cómo el Gobierno gestionó la crisis (p. 200). "La derrota del PP no puede atribuirse ni exclusiva ni principalmente a los terribles atentados del 11-M sino al funcionamiento de los mecanismos básicos de responsabilidad política y de control democrático." (p. 204)

El libro tiene todavía otra serie de trabajos no menos interesantes y algunos verdaderamente poco frecuentes o incluso novedosos, como el análisis de las elecciones al Senado o el que versa sobre los intermediarios personales y las conversaciones políticas. Pero como no se puede abusar de la paciencia de nadie (incluido el mismo bloguero) quédese el asunto para el post de mañana.

dimecres, 22 d’octubre del 2008

Blogorismo nacionalista.

Concede el señor Egibar una entrevista al diario Público en la que dice que su aspiración es a la "soberanía plena" de Euskadi y amenaza con que "si no se reconoce el derecho a decidir, la colisión va a ser permanente". La reivindicación de la plena soberanía quiere hacerla democrática, pacíficamente porque en el PNV son respetuosos con la legalidad vigente y no son como ETA. Este hombre no ha leído a Carl Schmitt quien, al comienzo de su Teología Política ya decía que "soberano es el que decide sobre el estado de excepción". La decisión no se pide como un derecho constituido (el "derecho a decidir") sino que parte del poder constituyente. Se toma y punto. Que es el punto de vista de los pistoleros de ETA, mucho más schmittianos (y consecuentes) que este burukide llorica quien, por cierto, va dado si espera que alguien le conceda eso, la competencia para decidir en el estado de excepción pidiéndolo pacíficamente al tiempo que se apoya con disimulo en los de las pistolas. No sabe ni lo que dice. Y como no sabe lo que dice por un lado avisa de que: "Lo que queremos transmitir a la ciudadanía es que estamos ante un camino largo" y por otro, preguntado si de verdad cree que algún día podrá votar en una urna el derecho a la autodeterminación de Euskadi, contesta: "No tengo ninguna duda. Y será más pronto que tarde". Será muy independentista pero sobre todo parece un charlatán.

(La imagen es una foto de Chesi Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).