Pensamientos, para lo que sirven.
Me quedé diciendo que para la salida (pues este es un viaje que tiene sus tiempos) aprestaba sólo un sombrero y algún pensamiento que se cobijase bajo él. Y dejé el de "¡Qué más hubiera querido que no haber sido!" que no requiere mayor comentario porque es obvio. Tampoco creo necesario de momento cambiar de ilustraciones. Los cuadros de Friedrich que es verdaderamente melancólico acompañan muy bien el momento de le despedida. Porque siempre que se parte de viaje se despide uno de alguien y, si no hay alguien de quién despedirse o no se lo considera digno de despedida, puede uno hacerlo de las cosas, como Rosalía de Castro: "Adiós, ríos; adios, fontes;/adiós, regatos pequenos;/adiós, vista dos meus ollos:/non sei cando nos veremos."
Así que pensamientos. Y decía que tengo un puñado. Cierto es. Dicen que todos los españoles tienen una novela en el cajón. Yo tengo aforismos. Y novelas, claro, a fuer de español. Y alguna publicada. Pero para los viajes los buenos son los aforismos. Dan que pensar, si merecen la pena, y sirven como acicate para la marcha; algo como lo que parece que hacen los indios que van mascando coca para que el camino sea más llevadero, incluso quizá para engañar la hambre, quién sabe. Aquí se masca chicle para mantenerse despierto. Viene a ser siempre lo mismo: mantenerse despierto, no perder el contacto con la realidad (ya verán las vueltas que pienso darme en este viaje por los sueños), mantenerse en el camino. Ahí, ahí es donde el viaje, todo viaje, cobra su significado, cuando Cristo enuncia las tres uves: "Yo soy la vía, la verdad y la vida." (Juan, 14, 6). Solemos decir "camino" pero podemos decir vía. Lo que sucede es que los tres entes, vía, verdad y vida no son iguales, Cristo no dice que sea la vía, la vía y la vía, sino que es tres cosas distintas; juntas pero distintas. Muy distintas. La vida es la vía, desde luego, el camino, pero no es un camino dado que, cuando nos ponemos de viaje elegimos un camino entre varios. En la vida no se permite elegir: el que vive no ha elegido vivir. En cuanto a la verdad es un término tan carente de sentido que no puede encajar en ninguna de las dos porque ¿cuál es la verdad del camino o qué quiere decir un "camino verdadero"? Al propio tiempo: ¿cuál es la verdad de la vida o qué quiere decir "vida verdadera"? Y no digo que nadie pueda encontrar la verdad de su vida; digo que no hay una verdad de la vida. Siendo todo eso así, ¿no está muy puesto en razón hacer un viaje a ninguna parte?
Las despedidas son tránsitos; uno se despide de alguien o de algo y echa a andar, inicia un camino nuevo. Lo lógico será trocar melancolía por alegría pues damos la cara a lo nuevo, a lo inesperado, a lo que nos salga al encuentro. Cuando uno se pone de viaje, se pone de viaje con el espíritu abierto; no sólo los ojos del cuerpo sino los del alma, que son y no son los mismos. Mi espíritu está abierto si no rechazo lo que no conozco, lo que no me es familiar. Los ojos del cuerpo son los que me dicen que algo es distinto o desconocido para mí; los del espíritu los que me dicen si lo rechazo o no. Que nunca se aprende tanto como poniéndose en camino. Esa es la razón por la que se dice que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando aunque, por supuesto, no siempre. Hay nacionalistas muy viajados que, cuanto más viajan, más nacionalistas se hacen y retornan a su tierra dispuestos a abrir la cabeza a todos los extranjeros que en ella encuentren. Pero son excepciones. La mayoría de los nacionalistas se modera mucho e incluso abandona la pulsión nacionalista al viajar. Esa es una de las razones por las que tanto me disgusta que los españoles sean tan poco viajeros fuera de España. No viajan y como no viajan suelen ser insoportablemente nacionalistas, tanto como los otros aunque ellos piensen que no.
Los viajes son motivo de contento. Por supuesto, no siempre. Nada hay en la condición humana que sea de siempre o para siempre o hasta siempre o desde siempre o por siempre, ya se sabe. Los viajes a los campos de exterminio no daban contento alguno. Uno se niega incluso a llamar viaje a algo tan monstruoso e inhumano tanto que cabría calificarlos de "último viaje" con el agravante de que el viajero está vivo, es un vivo muriente y ni siquiera un muerto viviente. También hay viajes que empiezan dando contento y terminan en lamento. La Grand Armée de Napoleón iba a conquistar Rusia y regresó derrotado, arrastrando las escarapelas y el orgullo de las águilas imperiales.
Las águilas. "Las águilas", decía Lenin hablando de Rosa Luxemburgo, "pueden volar tan bajo como las gallinas pero las gallinas no pueden volar tan alto como las águilas y Rosa era un águila." Bonito epitafio para una mujer. Al menos en español porque en alemán "águila" es masculino y "gallina" neutro. Que a los hombres los ponen poéticos muchas cosas, especialmente las mujeres. Hay que ver qué cosas les decimos. Y todo para conseguirlas, para "gozarlas" que se decía en el castellano del Siglo de Oro, un verbo fascinante al que no puede hacer ni sombra este uso que se estila ahora del verbo disfrutar como transitivo, cuando te mandan no a disfrutar "de" la carretera sino a disfrutar la carretera o un niño, como si fueras a comértelos. Gozar de las mujeres que admite varios sentidos aunque el habitual del Siglo de Oro, francamente lascivo, era el consabido, equivale a tomarlas a ellas mismas como camino. Hay muchas veces que la relación amorosa (y ya siento hablar de forma tan cursi) es un viaje de uno en otro y viceversa aunque no por obligación. Eso de ir descubriéndose mutuamente de forma que una de las manifestaciones más contundentes del amor que suelen oírse (sean o no verdad, están dichas para agradar) esa de "Fulano/a y yo llevamos cincuenta años juntos y cada día me sorprende con algo nuevo." Nunca se sabe. Josué detuvo el sol a las puertas de Jericó. Bueno él, no; pero el sol se detuvo.
De todas formas, cómo no voy a estar alegre en el momento de iniciar el viaje a ninguna parte, cuando siento el viento soplar de frente, lo que me dice que estoy a la intemperie, allí donde los elementos de la naturaleza, los que sólo se ven en el cine y en la tele, se hacen patentes, la luna, la lluvia, el viento, los montes, las fontes y los regatos pequenos. Volvemos a "Miña terra, miña terra,/terra donde me eu criei," donde sabemos cómo se llaman los árboles, qué colores y cuantas hojas tienen en según qué épocas, por dónde se va al río, cual es la poza más extensa, en dónde es más fácil pescar truchas, cómo suenan las esquilas al atardecer cuando se recogen los rebaños y cómo huele la tahona cuando acaban de hacerse el pan y los bollos del lugar. Alegre como unas castañuelas. ¡Lo que nos gusta el campo a los de la ciudad! La famosa alabanza de aldea. Pero luego vivimos todos en laberintos de hormigón y farolas en donde estamos atrapados como en ratoneras. Es verdad que la vida es muy cómoda porque lo encuentras todo hecho. Sólo hay que pagarlo. Si andas mal de dinero lo tienes crudo; pero eso te pasará también en el campo. En la ciudad está todo a mano, dispuesto y sólo hay que servirse. Todas esas comodidades son cadenas; de oro, de plata o de bronce, pero cadenas. El personal no viaja porque, a diferencia de Darío, no puede llevarse a su cocinero, su carpintero, su músico, su masajista, su médico, etc Por lo cual se quedan, atados por las cadenas de sus complacencias. Viajamos los que presumimos de llevar con nosotros todo lo que necesitamos. El asunto depende de qué alcance tenga el "todo". Seguro que cabe en un pen drive medianejo.
La alegría de la partida la tenía en forma de aforismo, diciendo: "La vida es un salto de la patafísica a la metafísica, pasando por la física" cosa también evidente en sí misma pues la ciencia es lo que nos lleva desde el nacimiento a la muerte. Que esa es una perspectiva muy típica del viajero pues la ciencia hace posibles los viajes y los viajes llevan a la ciencia más y más lejos. La ciencia dice en dónde está la estrella polar y la estrella polar dice en dónde está el norte. A su vez, Darwin se llevó a la ciencia de compañera en su viaje del Beagle. El viaje es saber, conocer, averiguar, descubrir. Nada tiene de extraño que, cuando se sale de viaje, a uno le agrade la idea de llevarse a un hijo de acompañante, como Darwin con la ciencia. ¡Cuánto aprenden lo niños en los viajes! Todo lo que aprenden los adultos que se empeñan en contárselo en cualquier caso y lo que aprenden por sí mismos. Así que, en la alegría y el optimismo del comienzo de la jornada, pensé en llevarme a un hijo a un viaje a ninguna parte. Entre otras cosas sospecho que los niños entienden perfectamente el sentido de emprender un viaje a ninguna parte. El mundo de los niños está lleno de "ningunas partes", de países de "nuncajamás". Y el de los adultos, pero estos, como siempre, han clasificado sus "ningunas partes" y las han llamado "utopías". Aquí me quedo en un viaje a ninguna parte que empieza en una utopía.
(Las imágenes son sendos cuadros de Friedrich, Dos hombres al atardecer (1830-35), Museo de L'Hermitage, San Petersburgo y Mujer con vela (1825) Ciudad de la pintura).