Todo lo que nos sucede a los seres humanos, excepción hecha de los fenómenos naturales y aun en estos hay mucha tela que cortar, es obra nuestra. Los dioses no existen y, si existen, no se ocupan de nosotros, como decía el filósofo. Somos los hacedores de nuestros destinos y no tenemos a quien responsabilizar de nuestra suerte buena o mala sino a nosotros mismos. En lo atingente a las cosas humanas tampoco existe el azar, que no es otra cosa que un proceso causal cuya razón desconocemos. Así que si hay una crisis mundial de las pavorosas dimensiones que los medios publicitan incluso con cierta alegría malsana, en algún momento y en algún lugar alguien hizo o dejó de hacer algo que, andando el tiempo, provocó el desastre.
Hará cosa de dos días el otrora gobernador de la Reserva Federal de los Estados Unidos durante 18 años (de 1988 a 2006), Alan Greenspan, el hombre que dominaba las finanzas de los EEUU y, por extensión, del mundo entero, compareció ante una comisión de investigación parlamentaria convocada para estudiar las causas de la crisis financiera mundial y hubo de escuchar la siguiente pregunta de uno de los congresistas: "¿Cree Vd. que su ideología lo obligó a tomar decisiones de las que después se arrepentiría?" A lo que el celebrado Salomón de los mercados tuvo que respoder: "Sí, he encontrado un fallo. No sé qué importancia o duración tiene. Pero estoy muy afectado por ello."
Bingo. La ideología. ¿Qué ideología? Antes de responder déjenme contar una brevísima historia.
Hacia fines de los años sesenta un ya maduro Alan Greenspan, brillante intelectual judío, formaba parte del círculo fiel e íntimo de la afamada novelista Ayn Rand, gurú literaria, filosófica y política del más extremo, histérico y agresivo neoliberalismo estadounidense entonces in fieri. El credo ideológico de aquella secta llamada "objetivista" era el que pueden Vds. sufrir hoy todos los días en la COPE o leer en Libertad Digital o escuchar a la señora Esperanza Aguirre como si fuera una novedad, una original audacia: fuera el Estado, todos los poderes al mercado que se autorregula a sí mismo por el ingenioso procedimiento de que cada cual mire por sus intereses y así se conseguirá el bienestar general y a quien Dios (que no existe) se la dé, San Pedro (que tampoco existe) se la bendiga. Sin duda habrá crisis de vez en cuando pero se resolverán solas con unas empresas que se arruinarán y otras que prosperarán, muchos trabajadores irán al paro, pero se recolocarán en nuevas empresas; altos y bajos normales en los mercados como pasa con la vida y, sobre todo, sobre todo, sobre todo, ¡abajo las regulaciones, fuera las sucias manos del Estado de la economía! Esta secta objetivista, de la que Greenspan era fanático seguidor al extremo de prestar falso testimonio por orden de la superioridad para probar su obediencia, tenía claro cuál había de ser el destino de los bancos centrales: desaparecer como instrumentos del maligno Estado que eran. Greenspan se mantuvo fiel a la fundadora de la secta hasta su muerte y, cinco años más tarde, este sectario enemigo de toda regulación estatal y de los bancos centrales era nombrado Gobernador de la Reserva Federal por Ronald Reagan con el claro objetivo de dinamitarla.
Que es lo que hizo el otro. Preguntado en cierta ocasión por un periodista si no era contradictorio que un antirregulador radical fuera Gobernador de la Reserva Federal, Greenspan respondió que no, que al tiempo se vería lo que hacía. Y lo hizo: paralizó la función de la institución durante todo su mandato, se negó a regular nada con la teoría de la autorregulación del mercado entre ceja y ceja, mantuvo los tipos de interés más bajos de la historia durante el mayor tiempo posible... y provocó una burbuja especulativa cuyo estallido el año pasado está arruinando al mundo y a él, según él mismo dice, lo ha dejado en estado "de shock".
Pues si está en estado de "shock" será porque quiere ya que desde los comienzos de la burbuja financiera empezaron a llegarle avisos de muchos economistas acerca de cómo la situación era cada vez más peligrosa. Pero él los rechazó, esgrimiendo su ideología de desregulación y no intervención. Y no porque no pudiera hacer otra cosa, ya que disponía de los medios legales gracias a la Ley de protección de activos de propiedades inmobiliarias de 1994 que le hubiera permitido poner coto a la práctica de las hipotecas "basura" y la compleja trama de los llamados productos crediticios "derivados". Pero no hizo nada. Estaba tan convencido de la verdad revelada de la ideología desreguladora que todavía en septiembre de 2005, meses antes de dejar el cargo, decía: "Como otros precios de activos, los precios de las casas están influidos por los tipos de interés y en algunos países el mercado inmobiliario son un canal esencial de transmisión de la política monetaria".
Es decir, aquí no hay inocentes. Este ideólogo fanático neoliberal con sus disparatadas decisiones es el responsable mediato por negligencia de la catástrofe financiera mundial. Por supuesto, los responsables inmediatos son todos los ejecutivos financieros y demás canalla que pusieron en marcha esa gigantesca maquinaria de los productos crediticios heterodoxos, de alto riesgo, fraudulentos. Pero estos no hubieran podido hacer nada si el sectario Greenspan (que, al final, cumplió su promesa de cargarse el banco central y, con él, el sistema financiero y el productivo del país) hubiera cumplido con su deber de vigilar y regular.
Pero ¿cómo iba a hacerlo si su ideología le decía que su tarea era exactamente la contraria? ¿Qué ideología? La neoliberal, la más feroz, elemental y estúpida de las ideologías del siglo XX que en su atrevida ignorancia se piensa vencedora de todas las batallas teóricas de aquel desgraciado siglo que, tras haberse puesto a sí mismo como paradigma de la modernidad (acuérdense de con qué facundia decían los necios de entonces aquello de: "¿cómo es posible que en pleno siglo XX...?") presenta ahora la facha de una antigualla renqueante.
Lo más molesto de estos ideólogos del neoliberalismo, con todo, no es su evidente fanatismo ni su tosquedad y cortedad mental sino su arrogancia y soberbia intelectual. Esta, la que hace que algunos de sus representantes tilden de "tonterías" las ideas ajenas, se vio incrementada cuando el otro sistema económico no menos tosco y primitivo que el neoliberal que fue el comunismo se vino abajo estrepitosamente. Fue el hundimiento del comunismo lo que dio alas a los fanáticos ideólogos neoliberales que se postularon como sepultureros de la historia. A partir de ahí se consideraron con las manos libres para poner en marcha sus ensoñaciones más absurdas como si fueran la panacea. Una prueba más de que el hombre necesita siempre, siempre frenos y contrapesos en su actuación. Y nunca más que cuando quienes actúan tienen también el poder en sus manos. Porque "hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña tu filosofía, Horacio", que decía Hamlet.
Ahora que se están sufriendo las consecuencias. ¿Qué decir del discurso de la señora Aguirre el otro día de que la crisis la ha provocado un exceso de intervencionismo en el mercado? Para remediar la catástrofe, más catástrofe. Esa es la fórmula típica de la soberbia intelectual: no reconocer el error sino empecinarse en él. Al fin y al cabo las consecuencias las pagarán otros.
(La imagen es una foto de Trackrecord, bajo licencia de Creative Commons).