Los días 15 y 16 de noviembre próximo tendrán lugar dos acontecimientos separados por miles de kilómetros y muy distintos en cuanto a sus circunstancias, participantes y eco mediático, pero muy similares en cuanto a su naturaleza, causas, objetivos y orden simbólico e incluso metafísico. En Washington se reunirá el G-20 ampliado para ver de encontrar un futuro al capitalismo entendido en sentido amplio; en Madrid se reunirá lo que queda de IU en IX Asamblea Federal para ver de encontrar un futuro al comunismo entendido en un sentido no menos amplio.
Hay una aleccionadora analogía en ambas reuniones y en el espíritu que las preside. Los dignatarios de las economías más desarrolladas y de las más potentes de las menos desarrolladas se han dado cita porque el sistema capitalista en su conjunto está pasando por una crisis que todo el mundo compara ya a la de 1929 cuando es posible que sea peor que ella por lo que muchos le echan ya el requiescat a esta forma de organización económica. Los dirigentes, representantes y delegados de IU acuden a Madrid cuando la organización pasa por una de sus horas más bajas, con una representación parlamentaria reducida a un solo escaño (dos, si contamos el de IC-Els Verts), está minada por las habituales luchas fraccionales, acaba de sufrir su enésima escisión (como siempre, al grito de "unidad") y son pocos quienes creen que pueda levantar cabeza.
Esta casualidad del destino, esta metáfora de la similitud de los contrarios, contiene una enseñanza: la de que los programas totales, fundamentalistas, rígidos, impuestos a la brava, sin negociación, pacto o acuerdo, no da buen resultado. Lo que esta crisis ha puesto en evidencia es que la aplicación del programa máximo del neoliberalismo en píldoras de caballo, sin restricción alguna, de desregulación total de los mercados financieros no funciona y produce auténticas catástrofes como la que estamos viviendo, de la que no sabemos aún cómo salir y que es en todo comparable mutatis mutandi al hundimiento del comunismo hace unos veinte años.
Ciertamente, la crisis actual de IU tiene razones inmediatas en la política española de los últimos ocho años, pero sus raíces mediatas están en aquel episodio del fin del comunismo (o "socialismo realmente existente" en expresión que tenía de realista lo mismo que de cínica), la increíble implosión de un poderoso sistema político, económico y militar que desapareció de la faz de la tierra como si nunca hubiera existido. Por aquel entonces los partidos comunistas occidentales, que habían vivido días de gloria en los años cincuenta y sesenta del siglo XX a la luz del faro del proletariado mundial, eran sombras de lo que habían sido, arrastraban existencias electorales miserables y, cuando la Unión Soviética se hundió, aprovecharon y se disfrazaron "de noviembre para no infundir sospechas", como dice García Lorca que hizo el coñac en cierta aciaga ocasión. Se disfrazaron, se camuflaron, cambiaron su nombre y signos distintivos. En España se convirtieron en Izquierda Unida, trocaron la hoz y el martillo por la verde "u", la "i" gris y el punto rojo, pero siguieron siendo la fuerza decisiva de la organización. No se dieron por aludidos con el hundimiento de la Unión Soviética ni presentaron explicación plausible alguna de qué sentido tenía ser comunista en un mundo en el que el comunismo había desaparecido barrido por el viento de la historia y la voluntad electoral de los pueblos.
Más o menos, lo mismo que pretende hacer ahora el capitalismo en Washington. El anfitrión del magno evento, el señor Matorral-pato-cojo ha explicado al mundo que de lo que se trata es de poner al capitalismo otra vez sobre los pies. Por si algún despistado había creído que iba a la capital federal a encontrar (u ofrecer) explicaciones de qué haya sucedido y por qué el capitalismo ha petado de forma tan llamativa y colosal. Y eso que, sostengo, todavía no hemos visto nada. La crisis del 08 será mucho peor que la de 1929 porque ahora ya no existe (¿o sí?) posibilidad de poner en marcha una guerra mundial en la que el capitalismo pueda renovarse a lo bestia, según su naturaleza, destruyendo infraestructura, utillaje, capital fijo y substituyéndolo por otros a velocidad de relámpago para satisfacer la demanda de guerra.
Habrá pues probablemente países en quiebra (ya hay uno, aunque pequeño; veremos qué pasa si quiebra Rusia) y movimientos de masas, quizá se ponga por fin en marcha la "multitud" de Rudé y otros teóricos posmarxistas de la revolución y la biopolítica a lo Toni Negri o Agamben. Es lo que profetizaba un amigo de mi familia en aquellas reuniones de intelectuales de izquierda que había en casa cuando yo era chaval y las que me permitían asistir: "¡ya veréis", decía ahuecando la voz como el fantasma del Comendador "el día en que se levanten las grandes masas incontroladas del Brasil!" Por qué necesariamente del Brasil nunca lo tuve claro, pero lo de las "grandes masas incontroladas" se me quedó y me lo ha traído a la memoria la admonición reciente de M. Sarkozy según el cual, si fracasamos en el proyecto de refundar el capitalismo, podemos encontrarnos con una revuelta popular mundial, es decir, las "masas incontroladas del Brasil", la "multitud" de Negri o Agamben.
Y a todo esto, ¿qué dice la izquierda marxista? Nada, ni pío. Está concentrada en la fascinante tarea de tirarse los trastos estatutarios a la cabeza en la próxima IX Asamblea Federal a la que acuden tres corrientes de Izquierda Unida. La cuarta, Espacio Alternativo, de mi amigo Jaime Pastor et al. ha cogido las de Villadiego. Ya es mala suerte: pasa el cadáver de tu enemigo por delante de tu casa pero tú no estás allí sentado porque andas pegándote con tus compañeros de organización a golpe de manifiestos. Y conste que hasta cierto punto es una suerte porque si IU estuviera en situación de prestar atención a algo que no fueran sus diversos ombligos quizá se percatara de que, además de deberle al mundo una explicación marxista del hundimiento del comunismo, también está en deuda a la hora de explicar qué se puede hacer con este capitalismo moribundo, cómo rematarlo y qué erigir en su lugar. Sería francamente descorazonador comprobar que su miseria teórica está en relación directamente proporcional a las diatribas que lanza contra la socialdemocracia por ser una mera "gestora" del capitalismo. Imaginémosnos que un programa de TV invitara a algún teórico de IU a explicar a la gente de forma sencilla y clara tres cosas: 1ª) por qué se hundió el comunismo; 2ª) por qué el capitalismo también se hunde y es inviable; 3ª) qué proponen ellos en su lugar que no sea "gestionar" ese sistema inviable. ¿Qué pasaría?
En Washington tampoco irán mejor las cosas. La ventaja de que gozan los mansuetos mandatarios para no tener que dar explicaciones sobre lo que se proponen hacer y de lo que no tienen ni zorrupia idea es que hoy, cuando ya todos, excepto doña Esperanza Aguirre, han entendido que el origen del desastre es el neoliberalismo y se han hecho socialdemócratas, partidarios de una firme pero prudente intervención estatal en la economía, a su izquierda no tienen a nadie.
Literalmente a nadie.
((La primera imagen es una foto de bijijoo y la segunda, una foto de Petezin, ambas bajo licencia de Creative Commons).