diumenge, 15 de juny del 2008

La tricolor, fuera del Parlamento.

Un grupo de antiguos presos políticos del franquismo acudió ayer a la capital del Reino a un homenaje que se les ha tributado. Recibidos en el Congreso de los Diputados por su presidente, señor Bono, la visita se hizo agria y acabó prematuramente cuando uno de los asistentes desplegó una bandera republicana. El dicho presidente había preparado una linda y sentida alocución diciendo cuánto deben España y los españoles al sacrificio de los luchadores antifranquistas muchos de los cuales no vivieron para contarlo y los que sí lo hicieron fue después de múltiples persecuciones y años de cárcel. Ante la llamativa provocación iconográfica, sin embargo, el señor Bono despachó a toda prisa y recriminó al abanderado que no permitía manifestaciones "no legales" en el hemiciclo.

¡Qué manera de perder los nervios y, con ellos, la posibilidad de ofrecer una imagen ecuánime, moderada y libre! La zozobra e incomodidad del señor Bono se echa de ver en la expresión "no legales", que revela su trasfondo autoritario, conservador, de derechas de toda la vida, como Dios manda. ¿Cómo que no legales? ¿Qué quiere decir eso? No existe el concepto de "no legal"; es un conjunto vacío. Las cosas son ilegales o legales y no hay más. Todo lo que no está expresamente prohibido (lo que es ilegal) está permitido (es legal) salvo que tenga uno el ánimo tan angosto como el señor Bono.

La bandera republicana es legal en nuestro país. Algunos creemos que no sólo es legal sino legítima y la tenemos como la bandera de la España real; la rojigualda es la de la España oficial y las dos son legales.

El Congreso ha visto otros tipos de banderas, la de la Falange sin ir más lejos. La Falange que con un aditamento tradicionalista, producto del genio sincrético del Caudillo a quien esto de los partidos le mareaba y sólo admitía uno, el verdadero, el suyo. No veo por qué no puede engalanarse de vez en cuando con la bandera tricolor, emblema del único régimen "nacional-popular" (como diría Gramsci) que ha tenido España en toda su historia. Por eso le fastidia al señor Bono que ya empieza a parecerse al Marqués de Bradomín, "feo, católico y sentimental".

Clasicismo y pasión.

Entre los fondos del Instituto de Crédito Oficial (ICO) se encuentra íntegra una serie de la Suite Vollard, de Picasso, que de vez en cuando saca a exposición temporal, como sucede ahora. Son cien grabados realizados entre 1933 y 1937 que habitualmente se clasifican en cuatro grupos : La batalla del Amor, El taller del escultor, Rembrandt y El minotauro, de las que El taller del escultor ocupa casi la mitad del total, completada con tres retratos de Ambroise Vollard, el marchante que adquirió la colección a cambio de una serie de cuadros de otros pintores que Picasso quería tener.

El taller del escultor, que es la parte de la serie que trata de él, sus esculturas y su modelo en aquellos años y también su amante, Marie Thérèse Walter, es una fascinante sucesión de imágenes a buril y punta seca, de variaciones sobre el desnudo masculino, el femenino, la obra escultórica en el orden clásico. Es una obra que constituye un punto medio de ese constante trajinar picassiano entre la pintura y la escultura y allí donde se rompe con el cubismo para volver a unas formas clásicas muy inspiradas en Ingres, en concreto, las mujeres. Hay en los grabados del Taller del escultor una alegre sensualidad, joie de vivre, plenitud del espacio y como congelación del tiempo, todo potencias juveniles postuladas (Picasso estaba entonces en la cincuentena) en intrincada relación con la apabullante capacidad creadora de Pablo Ruiz. Bastantes de los grabados muestran una tensión entre la laxitud y el abandono de los cuerpos y la indagación en la propia creatividad, contenida, reflexiva, a punto de saltar e iniciarse en una nueva obra, quizá la lámina siguiente. Es el latido del triángulo del autor, la obra y el modelo, como la misteriosa relación entre Pigmalión y Galatea/Afrodita, que es el mito con el que habitualmente se relaciona el clasicismo de esta parte de la suite.

El bloque dedicado al Minotauro y la minotauromaquia es menos numeroso que el del taller del escultor, pero tiene momentos muy interesantes. En primer lugar el mero hecho de la elección del ser, el Minotauro, un símbolo muy apreciado en el surrealismo. El Minotauro, producto de los amores culpables de Pasifae, es un ser compuesto de hombre y bestia, un monstruo, de los que abundan en la mitología pero, a diferencia de la mayoría de ellos en la griega, este monstruo la parte que tiene de humano, de racional, es el cuerpo que, a su vez es la parte no racional del hombre, la res extensa, mientras que la parte que tiene de racional, el cógito, es la que está ocupada por el animal. El Minotauro representa la fusión de la razón y la pasión y lo interesante aquí, como se ve en el grabado a buril a la izquierda es que la escena es una variante del taller del escultor en la que el artista ha dejado lugar al Minotauro y todo lo demás, paisaje, modelo, clasicismo es igual. Es legítimo pensar que se trata de un autorretrato: el escultor Picasso se representa a sí mismo como un Minotauro, un ser mítico, puro sentimiento y fuerza. Producto de incontinencia sexual, él mismo tampoco se controla y de ahí la subserie de La batalla del amor, que se llamaba originalmente L'etreinte y también Le viol consistente en reflejar artísticamente ese acto de suprema violencia que es la violación, algo que hoy resulta desagradable prima facie por su falta de corrección política y que apunta a ese oscuro mundo en que la sexualidad, la violencia y la creatividad aparecen misteriosamente entrelazadas. La posterior identificación del Minotauro con el Edipo ya caído en desgracia y peregrino (el grabado de la derecha es el Minotauro ciego conducido por una niña, o sea, Antígona) también implica un cúmulo de suposiciones. Edipo no es enteramente un ser racional ya que, aunque pueda elegir racionalmente, su destino está predeterminado, es decir, se mueve en el ámbito de la necesidad y por lo tanto de las cosas, no de las personas. El mundo clásico está fragmentándose y haciéndose más complejo. El artista es el Minotauro, que busca a ciegas su destino, impulsado por la pasión más extrema. Por último, la conversión del Minotauro-artista en el animal sacrificial de la minotauromaquia encaja como una especie de precedente de la teoría de Agamben.

¿Y qué más? Pues que, como puede verse en este grabado al aguafuerte y buril de 1934, la suite Vollard preanuncia ya el Gernika, tres años más tarde. Lo único que era necesario para que esa obra de arte saliera a la luz sería algún tipo de big bang, cosa que proporcionaron las bombas fascistas sobre la pequeña y pacífica población vasca.

dissabte, 14 de juny del 2008

¡Viva Irlanda!

Que no haya duda: Palinuro es un decidido partidario de la Unión Europea (EU), de la unificación de Europa, incluso de su conversión en un Estado federal. Pero no a cualquier precio. En un post anterior, titulado Europa: así, no decía que si la unificación europea ha de hacerse a costa de desmantelar el Estado del bienestar en los países que la componen, retrotraer los derechos de los trabajadores a los tiempos de jornadas de 16 horas diarias y convertir a Europa en una ignominiosa Festung de pudientes cerrada a cal y canto a la inmigración, él prefería quedarse fuera, opt out, como hacen los británicos cada vez que que se les dice que apliquen una norma que favorece los derechos de los trabajadores. Las dos últimas directivas de la UE, una sobre los inmigrantes "ilegales" y la otra sobre la jornada de sesenta y cinco horas semanales son dos ataques directos al Estado del bienestar europeo con su carácter de justicia social y protección del trabajo.

Por estos motivos hay que felicitarse de que los irlandeses hayan dicho que no al proyecto de Tratado de Lisboa. Ciertamente son los únicos a los que se ha preguntado. Los otros 26 países han ratificado o van a ratificar el documento en sede parlamentaria. Aunque ahora la cosa está chunga porque la oposición, incluso la que tiene dentro de su propio Partido Laborista, está pidiendo al señor Gordon Brown que convoque a los británicos a referéndum, visto lo que ha sucedido en Irlanda. Mr. Brown ha jurado a Frau Merkel y a Mr. Sarkozy que la ratificación seguirá adelante en el Parlamento británico. Indeed, si hay reférendum en Gran Bretaña se sospecha que saldría otro "no" rotundo, lo que ya clavaría una estaca de madera en el imaginario corazón del proyecto de Tratado, heredero del orgulloso proyecto de Constitución Europea que los franceses y los holandeses se cargaron en sendos referéndums en 2005 y que quiso resucitar en forma de vampiro.

Así que nadie del Gobierno en Gran Bretaña quiere que la cuestión se archive porque todos esperan que en el Consejo de la semana que viene se llegue a un acuerdo con el Primer Ministro irlandés (tan desolado y decepcionado como sus colegas de otros países europeos) para hacer algunas reformas al proyecto que permita que los electores irlandeses lo acepten. Ya que, de no ser así, como no hay "plan B" y el Tratado ha de aceptarse por unanimidad, sólo quedaría tirarlo por el sumidero, cosa que pondría a la UE en una situación tan difícil que dudo de que funcionara mi teoría de la Eurochapuza, aplicada al proyecto de Tratado Lisboa que amadrinó muy ufana Frau Merkel en junio de 2007 y que ahora se encuentra aterrorizado ante el crucifijo de la muy católica Irlanda y una cabeza de ajo en los morros; una teoría que formulé en otro post anterior, titulado Europa: elogio de la chapuza.

Aunque los partidarios del "no" en el referéndum irlandés se han hartado a decir que el Tratado de Lisboa merma sensiblemente la soberanía de la isla y supone injerencia en su Gobierno, la verdad es que los "noes" que se producen en seguimiento de esta idea no pasan de ser un tercio del total, el tercio de los euroescépticos. Otro tercio ha votado que "no" porque la campaña del "sí" ha sido un desastre ya que, en su altanería habitual, los eurócratas creen que todo el mundo tiene tan claro como ellos mismos el llamado "proyecto europeo", por lo cual no se molestan en explicar nada, con lo que la gente no está informada y como reza un conocido dicho: "Tú no votas a favor de algo que no comprendes". Por último, permítaseme valorar en otro 30% a los que votaron "no" por los mismos motivos que lo hubiera hecho yo: la directiva de inmigración y la de la jornada de sesenta y cinco horas.

¿Qué digo "altanería"? El rasgo definitorio de los eurócratas es su soberbia. ¿O no es soberbia aprobar la directiva canalla de las sesenta y cinco horas en vísperas de referéndum irlandés? Es una prueba de que les importa un comino la opinión pública europea y que presumen de gobernar sin consultar a las bases. ¿Qué pensaban? Que todo el mundo se resignaría.

Dice el señor Barroso, presidente de la Comisión europea, que el Tratado de Lisboa no está muerto y que debe seguir adelante. No estará muerto como no están muertos los vampiros. Por lo demás, ¿quién es este señor Barroso y por qué preside la Comisión europea? ¿Cuáles son sus méritos? Pues el de ser el anfitrión en las Azores de los tres criminales que asestaron un golpe mortal a la ONU y, por supuesto, a la Unión Europea dando paso a una guerra de piratería y rapiña en el Irak, uno de ellos, el británico Mr. Blair de valet del amo yankie y el otro europeo, el español señor Aznar, correveidile entre ambos. No hace falta decir que esos no son méritos para presidir la Comisión europea sino para rendir cuentas ante un tribunal de justicia por colaboración con el crimen y el pillaje.

Aunque muchos, sobre todo británicos, piensen que los irlandeses etán todos locos, como lo estaban los romanos al decir de Obélix, eso no es así. Cuando Irlanda ingresó en la UE (entonces Comunidad Económica) era el país más pobre de la Unión. Hoy, gracias a esa misma Unión, es el quinto país del mundo en renta por habitante y eso lo saben los irlandeses; saben que no son noruegos, que su repentina riqueza no se la ha traído el fondo del mar sino la UE y, de hecho, Irlanda es un país muy proeuropeo pero si los eurócratas persisten en su despreciar a la gente y en su intentar meter de extranjis legislación que atenta contra los derechos de los ciudadanos seguirán cosechando noes entre la gente. Yo mismo, que voté "sí" a la Constitución europea, votaría ahora "no" en un referéndum sobre el Tratado de Lisboa, a la vista de la legislación reaccionaria que se produce en Europa.

Me dirán que precisamente es el Tratado de Lisboa el que pondrá fin a esta demasía de las autoridades. Aparte de que eso está por ver (aunque en el Tratado haya mucha palabrería sobre aumentar los poderes del Parlamento) ya no anulará por decreto la directiva de este año que eleva la jornada laboral a sesenta y cinco horas. Vuelvan las autoridades comunitarias al concepto originario de la Europa social y dejen de aplicar el programa neoliberal aprovechando la falta de representatividad de los órganos comunitarios (falta de representatividad en el sentido de "rendición de cuentas").

N.B.Que deje al margen la teoría de la eurochapuza no quiere decir que prescinda de ella. Al contrario, es una buena teoría para entender el proceso de constitución de la Unión Europea, a base de parches, sin diseño ni blueprints .

(La primera imagen es una foto de Rooee C., y la segunda de Matt McGee, ambas bajo licencia de Creative Commons).

El error de matar.

Acaba de estrenarse la última de Sydney Lumet, el hoy octogenario director de Doce hombres sin piedad, peli que los cursis llaman "mítica". Desde aquel lejano 1957 al día de hoy Lumet se ha convertido en uno de los directores más prestigiosos de Hollywood: sus pelis se han nominado innumerables veces para diferentes Óscars pero nunca le ha caído ninguno, lo que puede que sea un mérito.

Este film que en español se llama Antes (de) que el diablo sepa que has muerto es una historia obsesiva, un melodrama en el que hay de todo: asesinatos, adulterios, adicción a las drogas, desfalcos, malas relaciones familiares etc y todo ello en una acción trepidante con un ritmo rápido, hecho de alternar flash backs con flash forwards con el fin de narrar lo que sucede en unas vidas el día que un hijo decide dar un golpe en la tienda de su padre para remediar su falta de dinero. Y lo que sucede a continuación.

La película se ambienta en un Nueva York contemporáneo en el que hay lugares muy extraños a los que acuden dos hermanos para satisfacer necesidades muy distintas y son reflejo de dos espíritus también muy distintos. La peli es buena en la medida en que profundiza en el carácter de los dos coprotagonistas y va estudiando sus caracteres, su evolución, su veloz descomposición, obligados a tomar decisiones sin meditarlo mucho, literalmente on the run; unas biografías hechas de fracaso, desesperación, aburrimiento, tensión y falsedad. Los demás personajes son más convencionales y estereotipados.

Es curioso cómo la historia incorpora los medios tecnológicos; en este caso, los contestadores automáticos, que están muy presentes y hasta forman parte de la trama, y los móviles, mucho más recientes. La informática apenas si tiene presencia y, lo que es más llamativo, algunos personajes fuman en escena. Aparentemente no hay un Código Hayes en materia de fumeque. Incluso se ve a alguien metiéndose una raya de coca por la nariz o inyectándosela en vena. Las drogas parecen ser cosa habitual en estos ambientes.

Más que nada es una historia de familias rotas puesto que en los dos casos son los avatares familiares los que determinan las acción de los protagonistas.

divendres, 13 de juny del 2008

Guantánamo: terrorismo y tortura.

En los tiempos de mi ya lejana juventud durante la guerra del Vietnam corría un dicho según el cual "la prueba de que en los Estados Unidos cualquiera puede llegar a Presidente la tenemos en su Presidente". Se quedó corto. Sería más apropiado decir, al menos hoy por hoy: "la prueba de que en los Estados Unidos cualquier imbécil puede llegar a Presidente la tenemos en su Presidente". Un imbécil malintencionado, si es que la expresión no es una redundancia. Porque hace falta ser un rato imbécil y muy malintencionado para obstinarse en ignorar las decisiones del Tribunal Supremo (TS) de los Estados Unidos (que actúa asimismo como Tribunal Constitucional) valiéndose para ello del Congreso y provocando así una confrontación entre el poder legislativo y el judicial, con una irresponsabilidad y un desprecio por la arquitectura democrática del Estado de derecho que sólo puede caracterizar a un neoconservador, la figura humana más próxima a un nazi que yo conozca.

Porque efectivamente, la sentencia del TS del martes en el caso Boumedienne vs. Bush, reconociendo a las personas secuestradas por Bush y sus sicarios en la base de Guantánamo bajo la denominación de "enemigos combatientes" el derecho a las garantías judiciales que la Constitución estadounidense otorga a toda persona bajo la autoridad de los EEUU, empezando por el habeas corpus, es el tercer fallo en este sentido. Los otros dos, de 2004 y 2006, fueron burlados por el Presidente mediante sendas leyes aprobadas en el Congreso (entonces con mayoría republicana) que despojaban de tales derechos a los secuestrados en la base cubana, en donde están sometidos a un régimen de tortura, vigilados por soldados que son verdaderos terroristas. La decisión de 2006 reafirmaba estos derechos frente a la Detainee Treatment Act de 2005, que reconocía a los detenidos sólo el derecho de apelación ante el tribunal del distrito de Columbia en condiciones muy restringidas y esta tercera sentencia anula la Military Commisions Act de 2006 que no solamente legalizaba la tortura sino que despojaba a los "enemigos combatientes" de la garantía de habeas corpus y de todo derecho a proceso judicial legal, asignándolos a unos tribunales militares especiales que se parecían mucho a los consejos de guerra de Franco en los primeros años de la dictadura: los inculpados no tienen derecho a abogado, no reciben información sobre las pruebas contra ellos y se les puede juzgar según sus declaraciones obtenidas bajo tortura.

Esa canallada legal que el señor Bush, el que dice que habla con Dios, firmó muy contento el 16 de octubre de 2006 es la que el TS ha anulado con su veredicto del martes. Un veredicto, por cierto, obtenido por cinco votos contra cuatro, los cuatro conservadores, tres nombrados por Mr. Bush y el cuarto, Scalia, por el señor Reagan, otra lumbrera. Estos disidentes, encabezados por el presidente del TS, John Roberts Jr., aducen que el fallo del alto tribunal debilita la seguridad de los EEUU, pone en peligro la vida de los estadounidenses, va contra una norma "generosa" (la ley que autoriza la tortura) y el TS vivirá lo suficiente para arrepentirse de ella; esto es, ha suscrito la base argumental de la presidencia sin invocar razonamiento jurídico alguno, excepto la muy problemática y manoseada sospecha de que, al anular aquella vergonzosa ley de la tortura y dar un buen bofetón al Presidente, el TS está practicando un peligroso "activismo judicial".

Frente a ellos, la mayoría razona de modo impecable por boca del juez Kennedy al sostener que la Constitución y la ley están en vigor especialmente en tiempos excepcionales, que en dichos tiempos nadie bajo custodia de las autoridades de los EEUU está desprotegido por la ley y nadie está por encima de ella, que los detenidos tienen derecho al habeas corpus ante cualquier tribunal de los Estados Unidos y, por último, que "sostener que los poderes políticos pueden activar o desactivar la Constitución según quieran, lleva a un régimen en el que serán ellos y no este Tribunal quienes decidan qué es legal y qué no"; o sea, a la dictadura. Está claro, ¿verdad?

Sin duda. Excepto para el señor Bush que vuelve a decir que acatará la sentencia pero que no la comparte y que tratará de conseguir legislación (¡por tercera vez!) para burlarla. Otra vez a intentar valerse de la Ley para justificar la arbitrariedad del poder político que, al secuestrar a la gente en limbos jurídicos, sustrayéndola al conocimiento de los tribunales, en circunstancias de secreto, está actuando como un delincuente, como un terrorista y un torturador. Por fortuna, el Congreso es hoy de mayoría del Partido Demócrata y aunque no convenga fiarse de este partido más que del Republicano, el hecho de encontrarnos en año electoral y ser la guerra del Irak impopular en los EEUU permite augurar que el señor Matorral, interlocutor de Dios, no se saldrá con la suya.

Le queda además un telediario y su índice de popularidad, el más bajo en la historia de los presidentes de los EEUU, es del 33% en lo referente a la guerra del Irak. A su vez ese 33% es muy alto. En cuanto a su capacidad de gestionar la economía la puntuación que logra es 22% y la valoración general de su mandato está en 28% a favor.

Sin duda, el peor presidente de la historia de los EEUU, un verdadero terrorista y un torturador; un amigo del señor Aznar y un enemigo del señor Rodríguez Zapatero, cosa que ha dado a éste más de un voto en las últimas elecciones.

(La primera imagen es una foto de Toots Fontaine, y la segunda de Smeerch, ambas bajo licencia de Creative Commons).

Nacionalismo e izquierdismo.

Consuelo Laiz, buena amiga y competentísima politóloga, preocupada desde hace años por cuestiones relativas a la izquierda y el nacionalismo, ha tenido una idea orientada a una práctica que es más habitual entre psicólogos, sociólogos, historiadores o antropólogos, consistente en tratar de dilucidar un problema poniendo a las posibles partes implicadas a hablar de él. El problema aquí es el del título del libro (¿Se puede ser nacionalista y de izquierda?, Libros de la catarata, Madrid, 2008, 165 págs.) y las partes implicadas o, mejor dicho, los representantes de las partes implicadas, son el señor Patxi Zabaleta, dirigente de Aralar, partido independentista pacífico navarro y el señor Juan José Laborda, histórico militante del PSOE. Una elección acertada porque se trata de dos personas ecuánimes, civilizadas, con larga experiencia, actitud dialogante y que, aun defendiendo posiciones políticas enfrentadas (el uno la independencia de Navarra cuando menos y del conjunto de Euskal Herria cuando más y el otro el statu quo), se conocen entre sí y se respetan y aprecian.

La profesora Laiz escribe una densa introducción situando el tema en debate, tratando de puntualizar por separado qué sea la izquierda, cosa bastante ardua, y qué sea el nacionalismo, cosa punto menos que imposible. Se remite al antecedente del historiador británico Hobsbawn, estudioso del nacionalismo, para señalar que el de hoy parece ser de carácter secesionista, y recuerda el intento de los austromarxistas por cohesionar ambas actitudes, esto es el izquierdismo y el nacionalismo. Si no he entendido mal atribuye el fracaso austromarxista al predominio del leninismo-estalinismo. Algo de eso habrá, pero no es suficiente pues las cuestiones de hecho jamás podrán validar o invalidar las ideas. Más importancia tiene a mi modo ver que el marxismo no pueda explicar el nacionalismo se ponga como se ponga por caer fuera de su armazón conceptual. La prologuista plantea asimismo el espinoso asunto de los derechos colectivos y da luego la palabra a los dos interlocutores a los que apenas acota el terreno, salvo los grandes grupos de temas de los que los dialogantes tienden a salirse una y otra vez.

Aunque se lea el libro con predisposición favorable, cual es mi caso, resulta imposible evitar la impresión de que el diálogo es un ejercicio fútil y de que estamos muy lejos de haber escenificado un ejemplo del ideal habermasiano de la comunicación diálogica. No se trata tan sólo de que ninguno de los interlocutores consiga convencer de nada al otro sino del hecho de que, en realidad, es imposible que se entiendan porque emplean continuamente los mismos términos pero les dan significados distintos y, como no se paran a ponerse de acuerdo, la conversación no puede llevarlos a ninguna parte. Algo muy evidente cuando hablan de la ideología. Cierto que se trata de un concepto en el que tampoco hay acuerdo entre los especialistas pero, cuando menos, éstos pueden ponerse de acuerdo en cuántos desacuerdos hay, cosa que no sucede con los dos interlocutores. El señor Zabaleta afirma en varias ocasiones (pp. 46, 93) que la izquierda tiene ideología y la derecha, no. El señor Laborda, por el contrario, afirma que es la derecha la que tiene ideología y la izquierda, no (p. 95). Que se trata de conceptos distintos de ideología salta a la vista; que debieran indagar sobre las discrepancias, también. Pero no lo hacen.

Eso mismo pasa con el resto de las cuestiones, incluso aunque no se produzcan disfunciones tan llamativas. Por ejemplo, ambos sostienen ser de izquierdas y ninguno cuestiona el izquierdismo del otro abiertamente. Sin embargo, es imposible no percibir en ambos discursos un punto de duda sobre la dimensión de la izquierda del interlocutor. Se echa en falta un intento por tratar de captar el fenómeno de izquierda sobre todo porque lo que verdaderamente se debate es si el nacionalismo es o no compatible con ella y es imposible de averiguar si no se deja en claro qué sea la izquierda, cosa nada evidente a comienzos del siglo XXI.

Entrar finalmente en el jardín del nacionalismo es un verdadero galimatías. El terreno de juego que queda establecido desde el primer momento sin que ninguno lo cuestione es que el señor Zabaleta es nacionalista en tanto que el señor Laborda, no. Por supuesto el primero sostiene que se puede ser de izquierda o de derecha y nacionalista. En el razonamiento del segundo está implícito, aunque él no lo formule nunca porque el diálogo se da en términos muy educados, que eso no es posible. Él, una persona de izquierda, no es nacionalista y el señor Zabaleta no plantea objeción alguna a este pronunciamiento que sin embargo la tiene y muy poderosa: el señor Laborda es un nacionalista español que, como muchos nacionalistas españoles, al ser lo que el señor Anasagasti llama, quizá no con mucha elegancia pero con bastante claridad, "nacionalistas satisfechos" porque tienen un Estado que dan por supuesto, sostiene no ser nacionalista. Sólo son nacionalistas según esto los "insatisfechos", los que reclaman un Estado, la independencia. Pero a fuer de justos hemos de decir que los "nacionalistas satisfechos" también son nacionalistas pero no les hace falta decirlo porque ya tienen un Estado que lo hace por ellos con lo que, en el mejor de los casos, son nacionalistas sin saberlo por la misma razón por la que el único que no sabe que vive en el agua es el pez.

Este es un punto crucial que el diálogo no aclara: que el debate no es entre un nacionalista vasco y un español no nacionalista sino entre dos nacionalistas de izquierda de naciones distintas. Visto esto así el resto de los temas muy ricos y variados que ambos interlocutores tratan con elegancia y brillantez se ve con otros colores. El nacionalista español que dice no ser nacionalista insiste en varias ocasiones en la importancia del individualismo en la época contemporánea, los fenómenos de integración europea y globalización mundial (p. 63), fenómenos todos ellos que quieren mostrar la falta de importancia de los nacionalismos de cuño estatal, cosa poco convincente porque ninguno puede invocarse en menoscabo de la idea de que los nacionalismos no españoles, vasco, catalán o gallego, hagan lo mismo, esto es, abrirse a la importancia de los individuos, integrarse en Europa o sumirse en la globalización pero desde el escabel de su propia personalidad nacional.

A su vez el señor Zabaleta, empeñado en legitimar su nacionalismo y demostrar la necesidad de la nación emergente y su plenitud, en lugar de acudir al único argumento válido que es el de la voluntad política (el mismo sobre el que se basa la nación española pues no hay otro), acaba propugnando un iusnaturalismo de raíz lockeana que nos retrotrae al siglo XVII: "Los derechos naturales no son una falacia. El individuo y la persona están antes que el Estado." (p. 118). Y aquí vuelve a abrirse un jardín borgiano de los senderos que se bifurcan pues el señor Laborda que habla con otro lenguaje incompatible con el anterior postula una idea positivista de los derechos y ambos chocan en lo referente al de autodeterminación que si para el señor Zabaleta (es de suponer) es una de esos derechos naturales (lockeano y bueno, claro es), para el señor Laborda nos hace volver "al Estado de naturaleza hobbesiano" (esto es, malo) (p. 126), tambien en el siglo XVII. No estoy muy seguro de que dos personas que se ponen a hablar en el siglo XXI y llegan al siglo XVII estén haciendo grandes avances.

Y el asunto adquiere caracteres graves cuando se aborda una cuestión crucial en esta polémica que la moderadora plantea varias veces hasta que los interlocutores deciden entrar "al trapo", el de la existencia o no de los derechos colectivos. Para el señor Zabaleta que resulta ser un sólido comunitarista estos derechos son indubitables. La cuestión es: estos derechos colectivos ¿también son anteriores al Estado? ¿Existe una comunidad anterior al Estado o debemos hablar mejor de una horda? Y la aporía no mejora cuando se mira del lado del señor Laborda para quien los tales derechos colectivos son una quimera ya que únicamente el individuo puede ser sujeto de derechos lo que quiere decir que necesariamente tendrán que ser anteriores al Estado puesto que éste sólo puede entenderse como el instrumento del que se dotan los seres humanos para garantizarse unos derechos "preexistentes".

No hay duda de que el diálogo entre estos dos interlocutores es muy enriquecedor pero no alcanza un mayor grado de concreción porque ninguno de los dos está dispuesto a considerar la razón que pueda asistir al otro dado que ambos mantienen actitudes esencialistas que, al relativizarlas, se diluyen como un azucarillo en agua, siendo así que la realidad social, la de aquí y ahora, que es la única existente es una mezcla de ambas, del esencialismo de los principios con la contingencia de la historia. Las naciones surgen en la historia por un acto de voluntad y representación que diría Schopenhauer pero se mantienen por una llamada continua a los principios esenciales cuyo valor instrumental se agota en la función legitimatoria. Invocarlos para romper la contingencia es un buen ardid, pero no es más razonable que invocarlos para mantenerla. Y a quien Dios se la da, San Pedro se la bendiga.

dijous, 12 de juny del 2008

Contra la directiva canalla.

Hay movida en la blogosfera a propósito de la directiva canalla de las sesenta y cinco horas. Espero que el Parlamento Europeo no apruebe tamaño atropello no ya a los derechos laborales, sino a los derechos humanos de los europeos. Y, en el caso de que lo haga, sugiero una campaña de voto en blanco en las próximas elecciones europeas, previstas para 2009. Por otro lado, la campaña en contra de la directiva canalla no debe circunscribirse a la izquierda, sino que debe involucrar a todas las fuerzas políticas. Ya es una vergüenza que los representantes españoles del sedicente gobierno de izquierda se hayan abstenido en la votación del proyecto de directiva en lugar de votar NO a gritos. Ahora es el Gobierno en pleno y el partido que lo sostiene quienes deben encabezar un movimiento por el no a la reaparición de las jornadas laborales inhumanas. Y deben sumarse los demás partidos, incluido el PP. Éste trata de justificar la directiva canalla con la boca chica diciendo que es voluntaria. Los barandas del partido dirán lo que quieran, pero estoy seguro de que más del noventa por ciento de la militancia está compuesta por gente que trabaja. Su derechismo no puede cegarlos tanto que acepten ese abuso y esa nueva esclavitud.

En todo caso, de momento, me sumo a la campaña de la red y copipasteo el post de ayer de Neto Ratón.

La propuesta de la comisión europea de aumentar la jornada semanal a 65 horas representa una lamentable involución y un atentado contra los derechos de los trabajadores.

Han sido muchos años de lucha, muchas generaciones de movilizaciones las que han hecho de Europa un lugar donde el concepto “derechos sociales” significa algo concreto. Si algo debe ser Europa es un espacio social donde los derechos de los ciudadanos deben respetarse y la propuesta de la comisión nos devuelve al siglo XIX, a las jornadas de sol a sol y a los sueldos de miseria.

La infame propuesta de la comisión, para ser efectiva, debe ser ahora aprobada por el parlamento europeo, e Internet debe convertirse en la vanguardia de la oposición a la misma.

Demostremos a nuestros eurodiputados que si aprueban las 65 horas tendrán un problema, que los ciudadanos europeos estamos en contra de esta barbaridad.

¿Como hacerlo?


* 1.- Coloca el banner en tu web o blog
* 2.- Haz un post sobre el tema
* 3.- Envíalo por mail a todos tus amigos
* 4.-Hazle saber a los eurodiputados de tu país que NO LES VOTARÁS si aprueban la medida con su voto. Aquí tienes el listado de mails de los eurodiputados
* 5.- Traduce la campaña a tu idioma y extiéndela en tu país.

Actualización: También puedes participar a través de TUENTI y de FACEBOOK. Unete.

Europa: así, no.

Hoy se celebra en Irlanda el referéndum sobre el tratado de Lisboa. Después del batacazo que se pegó el proyecto de Constitución europea con el "no" de franceses y holandeses, cunde cierto nerviosismo sobre lo que haya de pasar en Irlanda. En principio dieciocho países de la Unión han ratificado ya el documento lisboeta en sus respectivas sedes parlamentarias, como está previsto que lo hagan otros nueve (entre ellos España) en los próximos días. El referéndum irlandés es el único pensado para esta materia y todo el mundo contiene el aliento hasta ver qué resultado dará. Sin embargo, es bastante probable que, en caso de ser negativo el resultado, el Parlamento británico también decida pedir un referéndum en el Reino Unido lo que, seguramente, sería la puntilla para el tratado de Lisboa.

En circunstancias normales, Palinuro hubiera pedido el "sí" en el referéndum irlandés, en aplicación de su teoría de la chapuza europea. Pero no estamos en circunstancias normales. Después de la aprobación de la llamada directiva de la vergüenza sobre la inmigración acerca de la que escribí un post llamado La vergüenza de ser europeo, ahora viene esa otra directiva canalla de las 65 horas sobre la que también subí un comentario titulado Sesenta y cinco horas, (además de sumarme a la campaña en contra en la blogosfera; por cierto que estamos esperando las reacciones de CC.OO. o de la Organización Internacional del Trabajo), dos muestras del rápido avance del fascismo en nuestro continente al amparo de la Unión Europea, que era algo que se inventó precisamente para cerrar el paso a más aventuras fascistas. Un avance del fascismo que viene de la mano de esa recua de ultrarreaccionarios que gobiernan aquí y allá en los antiguos países comunistas y que en muchos casos son los mismos perros con distintos collares.

Y no se me llame exagerado: que se trata de neofascismo se observa hasta en la vieja y noble Gran Bretaña. Ayer, el premier laborista Gordon Brown (en teoría uno de "izquierda") presentaba en el Parlamento británico su legislación terrorista que confina a los sospechosos de terrorismo hasta ¡cuarenta y seis días! sin proceso judicial alguno en "circunstancias graves y excepcionales". Como la gravedad y excepcionalidad de las circunstancias la deciden los mismos que han de tomar las medidas represivas, esa norma significa el fin de las garantías de los ciudadanos británicos y la defunción del derecho de habeas corpus, de venerable tradición. Un sector importante del Partido Laborista se le rebeló, y Mr. Brown consiguió sacar adelante su norma inmoral y represiva con el voto favorable de los nueve diputados del Partido Democrático Unionista, el más derechuzo y reaccionario del Ulster.

En estas circunstancias, lo mejor que puede pasar es que tampoco salga el Tratado de Lisboa y, en definitiva, que la misma idea europea, de Unión Europea, se vaya de una vez al garete y bien es cierto que lo siento por mi teoría de la chapuza democrática. Pero la verdad es que, si pertenecer a la Unión Europea va a significar abolir las garantías del Estado del derecho para todo el mundo, criminalizar a los inmigrantes y explotar a los trabajadores privándolos de sus derechos y sometiéndolos a jornadas laborales de esclavitud, no tengo el menor interés en pertenecer a Europa y mi próximo voto en las elecciones europeas será para el partido que pida la disolución de la Unión. No apoyamos a la Unión Europea para que ésta nos retrotraiga al fascismo y a la explotación de la acumulación primitiva del capital.

(La imagen, que representa el espantoso edificio de la Unión Europea en Bruselas, es una foto de Sailing "Footprints: Real to Reel" (Ronn ashore), bajo licencia de Creative Commons).

Fotoespaña.

Fotoespaña tiene distribuidas bastantes exposiciones fotográficas en diversos centros e instituciones madrileñas y de vez en cuando me dejo caer por alguna, a ver qué se hace ahora en esa rama de las artes. En el museo del Instituto de Crédito Oficial (ICO) han acogido obra de una decena de fotógrafos actuales, de los que mezclan técnicas nuevas con enfoques conceptualistas de contenido y permiten una visión interpretativa de la fotografía, en la linea de los documentales experimentales. Alguno de los cuales son muy interesantes. Por ejemplo, se exhibe una exposición itinerante de Taryn Simon titulada An American Index of the Hidden and Unfamiliar (Índice americano de lo oculto y lo infrecuente) que tiene piezas muy curiosas, como esta foto en color de más arriba que representa todos los objetos, alimentos, frutos, verduras, carnes (incluida una cabeza de cerdo), pescados, etc, los productos de introducción prohibida en los Estados Unidos y requisados por las autoridades aduaneras en cuarenta y ocho horas en el aeropuerto neoyorquino de J.F.K. La foto es bien curiosa y se queda uno pensando en qué tipo de persona pretende entrar en los States con una cabeza de cerdo en la maleta.

Otra interesante foto de Taryn Simon que puede verse a la derecha está tomada en el edificio de arte de la sede central de la CIA en Langley, Virginia y documenta el hecho de que durante la guerra fría, el arte fue también un territorio de confrontación con la Unión Soviética de modo que la Agencia estadounidense trataba de contrarrestar la influencia del comunismo entre otras maneras popularizando lo que se consideraba pensamiento y estética estadounidenses. Estas actividades, afirma la señora Simon, plantean cuestiones históricas acerca de las formas y estilos que pueden haber despertado el interés de la agencia de espionaje, incluido el expresionismo abstracto. Ya tendría gracia que Jackson Pollock resultara haber sido un agente de la CIA.

El museo ICO exhibe también fotografías de otros diez artistas, algunos de cierto interés, por ejemplo las de An-My Lê, una fotógrafa vietnamita residente hoy en los EEUU y que expone una muestra de unas maniobras del ejército de los EEUU en un desierto de Mojave, en California, en un proyecto llamado veintinueve palmeras que reconstruye las condiciones en que las tropas yankies tendrán que combatir en los páramos del Irak o del Afganistán con un estilo de gran panorámica en blanco y negro, muy de fotografía clásica.

Incluyo por último una muestra del trabajo sorprendente del portugués Pedro Barateiro que, con sus "psicografías de ciudades", procede a distorsionar los paisajes urbanos y naturales para darles una dimensión y consistencia distintas en un estilo que recuerda a los experimentos de algunos surrealistas, como Man Ray, por ejemplo, en sus solarizaciones o algún montaje de Lars von Trier.

dimecres, 11 de juny del 2008

Rajoy salvó los muebles.

A pesar de su carácter dubitativo e indeciso, el señor Rajoy ha conseguido imponerse a los vientos de fronda que se desataron en su partido y entre sus seguidores a raíz de la pérdida en las elecciones del nueve de marzo pasado. Y no eran menudos los adversarios que se le alzaron, pensando poder imponer así a su propio candidato: de un lado, los señores Losantos y Ramírez, uno provisto de su emisora y el otro de sus periódico y ninguno acostumbrado a que los políticos tengan autonomía e ignoren su parecer que, aunque dictado poer consideraciones de caja, tiene siempre una definida impronta política. Por detrás de ellos, generalmente a sus órdenes y presto siempre a iniciar algún tipo de campaña que hundiera al presidente del partido y según se le dijera, el señor Alcaraz, que tan útil había sido en la legislatura anterior para movilizar al gentío pancartero. De otro lado, las señoras Aguirre y San Gil y los señores Álvarez Cascos, Mayor Oreja, De Arístegui y Elorriaga, todo ellos coronados en el último momento por el señor Juan Costa que, aunque parecía imposible, consiguió hacer más el ridículo que sus compañeros.

La señora Aguirre amagó, amagó y amagó, pero no dio con lo que, a mi modesto entender, enterró sus precarias posibilidades de ser presidenta del PP y del Gobierno. La señora San Gil, probablemente inducida por el señor Mayor Oreja, escenificó un absurdo plante que, al final, sólo la dejó a ella fuera de juego. El señor Álvarez Cascos tronaba desde Covadonga como un cañón giratorio averiado sin que nadie le hiciera caso. El señor Mayor Oreja urdía las insidias en que pretendía hundir al señor Rajoy, muy en el estilo esquinado y sinuoso de la Democracia Cristiana. El señor De Arístegui dejaba caer comentarios por los pasillos diciendo cada día lo contrario que el anterior. El señor Elorriaga se descolgó con una carta en El Mundo, probablemente dictada por la vanidad que en el caso de estos vacuos tan bien sabe atizar el director del medio, señor Ramírez, dejando en la estacada y apuñalando por la espalda al jefe bienquisto a quien se venera pero se quiere substituir.

Por último, el episodio del señor Cuesta, un lechuguino de la época Aznar de intención y lengua viperinas (basta recordar la acusación falsa al Gobierno socialista de haber perdonado una deuda tributaria multimillonaria a sus amiguetes), que tras la preceptiva traición al líder maximo, pasó a decir luego que el Partido necesitaba recuperar la "ilusión" en el entendimiento de que sería él quien se la aportara. Pero, una vez echadas las cuentas, al decir del señor Fraga, y ver que no ganaba, el atildadito petimetre se retiró con el rabo entre piernas, protestando de su inquebrantable lealtad.

La característica más interesantes de este ataque a la fortaleza desde dentro de la fortaleza misma y la que debieran extraer quienes han intentado echar al señor Rajoy, aparte del hecho de que lo peor que cabe hacer en política es el ridículo, es que nada se consigue sin unidad. La idea de que la radio de los obispos y el panfleto diario del señor Ramírez podían servir para vertebrar un movimiento alternativo en un lugar donde, en cuanto se abre la posibilidad, las gentes van descarnadamente a lo suyo, se reveló ilusa. La polifonía crítica a Rajoy sólo producía desconcierto entre los ciudadanos que, al ser conservadores, preferían cerrar filas con lo conocido, aunque fuera malo, que esperar el santo advenimiento de lo hipotético bueno que nunca acababa de producirse.

El mayor agravio de los críticos de Rajoy ha acabado siendo que éste pretende redefinir al PP en un sentido que sea más grato a los ojos de sus adversarios, traicionar sus principios, romper sus valores. Hace poco el indescriptible señor Pío Moa aseguraba que los señores Rajoy y Rodríguez Zapatero tienen una actitud proetarra. Es obvio que cuando se formula tal tipo de dislates es que las razones que se aducen (principio, valores) son pura filfa. Todos los llamados principios no son más que una lucha por los puestos de mando entre los inevitables cesantes por un lado y quienes están apalancados en algún medio de comunicación desde donde pretenden dictar a la población lo que tiene que pensar con el divertido resultado de que en muchos casos lo consiguen, aunque no lo suficiente para ganar elecciones.

De momento va ganando el señor Rajoy. Veremos qué sucede en el congreso.

(La imagen es una foto de Movimente, bajo licencia de Creative Commons).

El arte del retrato.

El museo de El Prado tiene una estupenda exposición de pintura renacentista centrada en el retrato entre 1400 y 1600 en el edificio de la ampliación, entrada de los Jerónimos. Se reúne en ella una amplia representación de obras flamencas e italianas, las dos grandes familias de la retratística de la época. Aunque, por supuesto, es imposible juntar una muestra suficiente de la enorme proliferación del género en el Renacimiento, la verdad es que la exposición es abundante y muy representativa. Además no solamente tiene pintura sino varias esculturas, obra gráfica y algunas medallas y monedas que en cosa de retratos han sido siempre buen soporte y siguen siéndolo. Mi única queja es que la entrada a ocho euros es muy cara. Se me dirá que hay unas horas, de 18:00 a 20:00 de entrada gratuita, cosa que me parece muy bien para quien pueda ir al museo en ese momento. Yo empleo las de comer y ocho euros me parecen una pasada, aunque traten de justificarse dando paso a las colecciones permanentes del Museo. Faltaría más.

El retrato es un subgénero pictórico que tiene sus reglas y sus achaques. Muy frecuente en la escultura de la Antigüedad parecería no haberlo sido tanto en la pintura pero eso probablemente se debe al carácter más perecedero de los materiales pictóricos que han hecho que se pierdan las muestras de la sempiterna afición de la gente a dejar prueba de su paso por este pícaro mundo bajo la forma de su vera efigie. Cuando se utilizaron técnicas más duraderas, como los frescos con materiales resistentes, los retratos abundan; los procedentes de Paestum del fin de la época clásica en Grecia y comienzo de la helenística, dan buena prueba de ello.

En la Edad Media el retrato parece haber sufrido un eclipse, escasamente compensando por la rígida imaginería de reyes reales o imaginarios, del que comienza a recuperarse en la Baja Edad Media y el gótico tardío así como en el primerísimo Renacimiento como época de transición. Giotto y Simone Martin son los más célebres adelantados de las escasas obras de retratística de su época. El florecimiento del género se da ya en el quinquecento, de la mano del mayor individualismo que empieza a imponerse en el siglo. Cierto es que casi toda la pintura de la época es de encargo pero en el caso de los retratos el encargo es específico, centrado en la imagen de una persona concreta cuyo semblante quiere tenerse presente y su memoria conservarse por los motivos que sean. Los retratos póstumos (como el famosísimo de Giovanna Tornabuoni, que se encuentra en el museo Thyssen o el del abuelo con el nieto, de Ghirlandaio, que forman pareja en esta exposición) son buena prueba de ello.

Junto a los retratos cortesanos, de reyes, príncipes o condottieri, en poco tiempo se abre paso también la retratística de clases medias ascendentes, de banqueros (piénsese en el famoso matrimonio Arnolfini, de Van Eyck, que se encuentra en la National Gallery de Londres, una obra temprana de 1432), profesionales, poetas, humanistas, intelectuales. Algunos retratos de artesanos o comerciantes manifiestan una finalidad de ascenso social y prestigio de estas profesiones a través de un rico programa iconográfico que trata de vincular a los retratados con algunas virtudes o riquezas no necesariamente espirituales.

La exposición incluye un anónimo que representa a Federico de Montefeltro, Duque de Urbino y que debe de ser copia del cuadro de Pedro de Berruguete (que reproduzco más arriba) sobre el mismo personaje, de cuando el pintor español pasó una época en la corte de Urbino. Ese magnífico retrato, con perspectiva de sotto in sú de un triunfante condottiero de la época, condensa el espíritu renacentista. Federico aparece representado como una mezcla de guerrero e intelectual con armadura y libro al tiempo que gobernante justiciero de su ducado, simbolizado en la espada, y amante padre, pues el pintor ha incluido en el cuadro a su hijo. Es una magnífica pieza que trasmite el fondo psicológico del personaje, su fortaleza de carácter, su seguridad y aplomo, así como una veta de prudencia, propia del gobernante mezclada sin embargo con una pizca de dureza y aventura explicable por una circunstancia física que él se ocupaba de ocultar a la posteridad: era forzoso pintarlo de estricto perfil puesto que una cicatriz le cruzaba el lado derecho del rostro, desde la sien al mentón y lo había dejado tuerto. Eso se aprecia en el cuadro de Berruguete si se observa con atención la insólita postura del Duque de Urbino que sólo puede leer con un ojo, lo que lleva a la imaginación a representarse la figura del gigante Polifemo, con quien involuntariamente se asocia al representado, una mezcla pues de civilidad típicamente renacentista y salvajismo mitológico. Esa característica queda también manifiesta en el no menos fascinante retrato de perfil del mismo personaje, realizado por Piero della Francesca, como pendant al de su esposa, la duquesa de Urbino, con el puente de la nariz hendido por el tajo. Y lo mismo sucede con la divertida remake que hizo Botero del retrato de della Francesca. Ninguno de estas piezas está en la exposición y es una lástima porque muestran un hilo conductor de la pintura.

Lo que sí hay es una muy breve muestra de autorretratos, cosa que me ha animado un poco a poner en práctica un brumoso proyecto que tengo de colgar una serie de posts sobre este tipo especial de retratos, un subgénero del subégenero que para mí tiene una gran importancia, porque es el momento en que la pintura se lanza a la búsqueda de la imagen de sí misma, en que los pintores se preguntan por sí mismos, indagan en su interior, preguntan por su doble, intentan fabricar también su vera efigie para convencer a los demás con su idea de sí mismos.

Traigo aquí el autorretrato de Rafael con un amigo desconocido (de quien se presume fuera su maestro de esgrima) y que es un cuadro sorprendente que sumerge al espectador en el mismo tipo de duda metafísica que lo asalta al contemplar Las Meninas velazqueñas, más de un siglo después. Exactamente, ¿a quién miran Rafael y su amigo en ese cuadro? ¿A nosotros, que seguimos desfilando por delante de la obra según pasan los siglos, haciéndonos la misma pregunta que es a la vez respuesta a la muda requisitoria que nos envían los artistas? Es esta una suposición gratificante cuando uno piensa que nosotros, nosotros mismos, que tampoco somos celebridades hayamos podido estar en la retina del pintor, ser el objeto de la mirada genial de Rafael. ¿O quizá miran al verdadero autorretrato del artista que estaría en donde nosotros nos ponemos ahora para contemplar el cuadro? Es decir, es una manifestación excepcional del arte pictórica con una apabullante economía de medios.

Merece la pena asistir a la exposición aunque muchas de las obras ya se exhiben habitualmente en el Thyssen o en el propio Prado. Se gana una buena perspectiva del arte del retrato en el Renacimiento en su conjunto, cuando el hombre adquirió repentina conciencia de su dignidad de ser humano y pidió ser inmortalizado no como gobernante, rey o emperador o incluso Dios, sino como individuo concreto, portador de una serie de cualidades y un carácter personal, cuyo reflejo constituye normalmente el reto de los pintores. Hay diversas muestras de estas concreciones, como el grandioso retrato ecuestre de Carlos V en la batalla de Mühlberg, de Tiziano o el autorretrato de un Durero juvenil en Italia, que se pintaba a sí mismo como un Jesucristo.

Con el género retratístico y según va uno mirando y remirando muchos de estos retratos (y de otras épocas) a lo largo de la vida, a medida que va uno cambiando y haciéndose más sabio o más estúpido tiene uno la impresión de que se construye una especie de galería de antepasados, con los que guarda diferentes relaciones. Por ejemplo, jamás podré mirar con ojos de adulto el retrato del infante Baltasar Carlos de Velázquez, porque tuve una reproducción suya durante muchos años en mi dormitorio cuando niño.

dimarts, 10 de juny del 2008

Sesenta y cinco horas.

El proyecto de directiva sobre la jornada laboral que ayer aprobaron los ministros de Trabajo de la Unión Europea (UE), pendiente ahora de su paso por el Parlamento, tiene un extraordinario significado material y simbólico. Precisamente por eso llevaba tres años rodando por los despachos de la Unión, impulsado sobre todo por Gran Bretaña pero sin poder salir adelante debido a la oposición de Francia, Italia y España. Ahora Francia e Italia han cambiado de parecer, sumándose a la oleada de derechismo que invade el continente y España sola no podrá parar la norma por mucho que el ministro español del ramo, señor Corbacho, asegure que se trata de un retroceso al siglo XIX, en lo que tiene razón.

La importancia material de la reforma no escapa a nadie. Aunque es cierto que se trata de una directiva que no es de aplicación automática en los países miembros, pues estos han de incorporarla a sus ordenamientos quedando en libertad para hacerlo como quieran, es claro que estará operativa en muy poco tiempo ya que, con la movilidad de empresas e inversiones que hay en Europa, éstas se dirigirán a los países que adopten la directiva, abandonando a los que se resistan, dado que la norma es de sumo interés para el capital. También es cierto que se trata de un tope máximo de sesenta horas por semana (sesenta y cinco en ciertos casos, como el de los médicos), pero sería ingenuo ignorar que los empresarios sólo contratarán trabajadores que acepten la prolongación de jornada, máxime teniendo en cuenta que los británicos han impuesto su criterio del opting out, que implica la posibilidad de contratos individuales bilaterales entre los empresarios y los trabajadores.

Esta vuelta a la contratación individual -siempre bajo el manto de la voluntariedad que, innecesario es decirlo, podrá ser tal en el caso de los patronos pero raramente en el de los obreros- es un golpe todavía más fuerte al Estado del bienestar y a los derechos de los trabajadores que el de las sesenta y cinco horas porque supone el comienzo del fin de la contratación colectiva, base de la fuerza del trabajo y punto de apoyo de los sindicatos. En realidad la medida abre la puerta al dumping social en la UE. Durante los últimos años ese dumping social se limitaba a China y otros países y economías emergentes del Tercer Mundo, mientras que el privilegiado Occidente mantenía condiciones laborales dignas al tiempo que los capitales emigraban, las empresas se deslocalizaban, nuestras economías perdían competitividad y los mercados se veían invadidos por productos fabricados fuera que todos comprábamos por ser más baratos a sabiendas de que esa baratura se conseguía con jornadas laborales de doce y catorce horas, salarios bajísimos y condiciones laborales detestables en otras partes del planeta. Con esa directiva obviamente se pretende competir con aquellos países imitándolos en lo que tienen de peor.

Simbólicamente hablando la aprobación de la directiva tiene un impacto enorme. La conquista de la jornada de ocho horas, hasta hoy incorporada a todos los ordenamientos occidentales y punto esencial de la Organización Internacional del Trabajo, es el núcleo mismo del movimiento obrero puesto que está en el origen de la fiesta del primero de mayo. El mundo del trabajo la ha considerado siempre como una conquista irreversible de acuerdo con el viejo principio de los "tres ochos": ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho de ocio y para el hogar, como se recuerda en el grabado de la derecha, correspondiente a una conmemoración de principios de siglo de la jornada de ocho horas en Australia.

Pero es claro que irreversible no hay nada. Los viejos manuales de Economía Política marxista enseñaban que la jornada laboral era el resultado de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo en cada momento dado. Hace ya tiempo que, a raíz de un par de fenómenos, como fueron la primera crisis petrolera de 1973/74, el posterior hundimiento del bloque comunista quince años más tarde y el avance imparable de la globalización que se siguió, el capital se ha fortalecido mucho en tanto que el trabajo se ha debilitado por lo que era de esperar que el primero replanteara las relaciones con el segundo en un sentido más favorable a sus intereses y menos a los de los trabajadores.

Mientras hubo bloque comunista, que actuaba como contención, y un Estado del bienestar fuerte, respaldado por un movimiento sindical y obrero también fuertes, funcionó el llamado "pacto social liberal" de la postguerra. Éste hizo posible el milagro de altas tasas de crecimiento, altos salarios y buena cobertura de servicios sociales con condiciones laborales (seguro de enfermedad, vacaciones pagadas, jubilaciones, etc), lo que paradójicamente provocó un aburguesamiento y desmovilización de los trabajadores. Basta con ver la afiliación a los sindicatos o la asistencia a las manifas del primero de mayo. Esta inversión de papeles (trabajo débil frente a un capital fuerte) provocó ya a fines del siglo pasado un ataque contra el Estado del bienestar, consistente en privatizar los sectores públicos de todas las economías poner coto al "intervencionismo del Estado" y desmantelar la protección social. Ahora se pretenden privatizar también los servicios públicos y terminar el desmantelamiento de los Estados del bienestar, destruyendo las escasas conquistas del derecho laboral que quedan. Después de la abolición de la jornada de ocho horas (cuarenta/cuarenta y ocho por semana) vendrán la abolición del salario mínimo (una vieja aspiración del capital siempre dispuesto a dar trabajo a la gente a cambio de salarios de hambre), las vacaciones pagadas (otra aspiración de la patronal que, argumenta, aumenta mucho los costes de producción), la cobertura sanitaria universal, la prestación de servicios sociales gratuitos y a saber que pasa con el sistema público de pensiones.

No sé si este nuevo ataque a las conquistas del derecho del trabajo provocará algún tipo de movilizaciones, pero está claro que se hace asimismo en un momento muy bien escogido, al comienzo de una crisis económica plagada de incertidumbres con amenaza de subida del paro, que es lo que más debilita a los trabajadores y restringe sus posibilidades de acción. Pero si no se movilizan hoy tendrán que hacerlo mañana pues la revisión que el capital quiere hacer del pacto de la posguerra no ha llegado al final ni mucho menos. Es decir, la cosa se puede poner peor.

Por último, aunque no pertenece al ámbito simbólico de consideración sino al de las elaboraciones académicas, me gustaría saber cómo explicaríamos hoy día aquellas sesudas teorías de los sociólogos de antaño que hablaban de la "sociedad del ocio" y otros mitos de este jaez, como la "sociedad de la opulencia". Con jornadas de sesenta a sesenta y cinco horas, poco será el ocio de que se pueda disfrutar.

La primera imagen es una reproducción de una viñeta de Punch, vol. 101, 19 de septiembre de 1891 bajo licencia de Project Gutenberg. Al pie tenía una leyenda que, traducida, decía así: Procusto. "Vamos, muchachos, voy a haceros a todos iguales para que quepáis en mi camita".- Coro: "¡Oh, Dios! No es posible establecer un horario universal igual de trabajo sin infligir un gran daño a los trabajadores.")

Vicios nacionales. El ruido.

Fiel a su promesa de fustigar los vicios comunes en la convivencia de los españoles, Palinuro combate contra el ruido como lo hace contra la fiesta de toros y una miriada de atentados contra el medio ambiente, etc, etc. El ruido es uno de los temas preferidos para fustigar porque es muy típico de España, casi privativo de ella. El ruido es ubícuo porque está en todas partes: la calle, las cafeterías, las casas de vecinos, las aulas etc. Es como una maldición bíblica. Cuanto se haga por mitigarlo o -no caerá esa breva- erradicarlo será poco. Por eso traigo hoy aquí el chiste de Forges ayer en El País que tiene mucha gracia y es muy cierto.

dilluns, 9 de juny del 2008

Más sobre el timo del ladrillo.

El sedicente gobierno socialista tiene en pie de guerra a los autónomos y al transporte en general, así como a la pesca de bajura, es decir a dos sectores del trabajo, pero ha salido en defensa de las inmobiliarias y las empresas de construcción, dispuesto a salvarlas invirtiendo dinero público para mantener artificialmente altos los precios de la vivienda en consonancia con los intereses de los especuladores del ladrillo. El mismo dinero que regatea a los autónomos del transporte. Me gustaría creer que es puro atolondramiento y no que esté haciéndose una política deliberada de proteger al capital que esquilma a la gente y dejar que esa misma gente se las componga como pueda. Pero cada vez es más difícil porque cada vez está más clara la línea gubernativa. Las declaraciones de la ministra de la Vivienda, señora Corredor, ya comentadas aquí en un post del seis de junio titulado La no crisis incitando a la gente a comprar vivienda ahora porque es el mejor momento son muestra evidente de la supeditación del Gobierno a los intereses de las inmobiliarias.

¿Por qué? Muy sencillo. La Ministra no puede desconocer, pues llevan años diciéndolo todos los organismos de analisis económico independientes y todos los servicios de estudios de bancos y entidades financieras, que la vivienda en España está sobrevalorada entre un 20 y un 40%. Y años quiere decir años. En el año 2005 el Banco de España decía que la vivienda en España está sobrevalorada en un 20%. En el año 2006 era el Banco Central Europeo el que advertía de que había síntomas de que el precio de la vivienda estaba sobrevalorado en la zona euro y por lo tanto también en España. En el año 2007, según un informe del Instituto Juan de Mariana, publicado en El economista la vivienda en España tenía una sobrevaloración del 40%. Es obvio que los precios no han bajado un 40%; es más, simplemente no han bajado, sino que, como dice la misma señora Corredor, aumentan ahora según el IPC. Entonces, ¿por qué dice la tal ministra que es el momento adecuado de comprar una vivienda? ¿Es que no lee los informes de los bancos ni siquiera la prensa? ¿No se ha enterado de que esa vivienda que quiere que compremos está sobrevalorada en un 4o%? Es claro que tiene que saberlo y que incita a comprar para favorecer a las inmobiliarias, para que éstas sigan vendiendo a precios inflados y se consolide la brutal sobrevaloración del 40% en detrimento de los intereses de la gente. Si además tenemos en cuenta que el euríbor está ya en un 5,5% y con tendencia al alza, lo que quiere decir que las hipotecas se han encarecido en una media de mil euros anuales y esperan aun tiempos más difíciles, es imposible no ver que esta señora ministra y el gobierno del que forma parte están al servicio de los especuladores del ladrillo, una especie de mafia que ha explotado y sigue explotando a cientos de miles de españoles.

Los tribunales acaban de dictaminar que no es posible declarar al Estado responsable civil subsidiario en el caso de la presunta estafa de Afinsa, es decir que los españoles (ya que el Estado al margen de la gente que pagamos impuestos, es como la "cosa en sí" kantiana, algo incomprensible) no tenemos por qué pagar las pérdidas de quienes metieron el dinero en aquella aventura. Resulta, sin embargo, que sí vamos a tener que pagar las casas de los especuladores del ladrillo, con el precio inflado del 4o% por decisión unilateral de la administración.

Y conste que no creo que esta sinvergonzonería sea directamente obra de ese asesor del señor Rodríguez Zapatero que ha dado el salto a un consorcio o algo así de empresas constructoras, el señor Taguas. No por nada sino porque no le ha dado tiempo a hacerlo (ya se encargará de hacer cosas peores) y porque, según se ve, al Gobierno no le hace falta que le orienten en su comportamiento; va él gustoso a favorecer a los empresarios en contra de los ciudadanos, habiendo comprado el especioso argumento de aquellos de que hay que parar la "caída" del sector para evitar el aumento del paro cuando está claro que el paro en la construcción ya se ha producido en buena medida y el que haya de producirse no lo va a evitar este tipo de medidas. Es decir, al final, como dice Carlos Slim (el segundo hombre más rico del planeta y por algo será) en una entrevista ayer en El País todas las crisis son oportunidades sobre todo para quien sabe verlas y puede aprovecharlas. Los especuladores del ladrillo venden a las administraciones públicas los pisos sobrevalorados que no pueden colocar en el mercado y reducen costes por otra parte despidiendo a los trabajadores que pasan a cobrar el subsidio de desempleo. ¿Quién paga ambas cosas? El conjunto de los ciudadanos, gracias al empeño del sedicente Gobierno socialista. Desde luego, una oportunidad de oro.

(Las imágenes son sendas fotos de Rante y de quapan, ambas bajo licencia de Creative Commons).

Visiones de la utopía.

La Revista Internacional de Filosofía Política dedicó su número de julio del año pasado a un semimonográfico sobre la utopía, a cargo de José María Hernández (La utopía en la estela del pensamiento político, Madrid, nº 29, julio de 2007, 252 págs) que acaba de llegar a mis manos. Contiene cuatro interesantes trabajos sobre este fenómeno que es al mismo tiempo un género literario y un concepto filosófico-político, un campo vastísimo, sin duda, sobre el que hace unas atinadas reflexiones introductorias el citado José María Hernández, al distinguir la utopia (y eutopía) de la heterotopía y determinar el momento (siglo XVIII, progreso y siglo de las luces) en que la utopía de hace ucronía.

El trabajo de Giulia Sissa, "Geniales gérmenes de ideas". La búsqueda de la perfección política de Atenas a Utopía, que contiene ideas muy sugestivas y muy bien expuestas, explica que el arranque del género utópico esté en la obra de Platón (aunque el nombre se lo diera luego Tomás Moro en 1516 con su Utopía) a causa de lo que podemos llamar el narcisismo de Atenas, la continua autoalabanza democrática y la idea de ser lo mejores que impregna todo el pensamiento griego, como después sucederá con el romano en tiempos de Cicerón y, desde luego, del griego Polibio, defensor de la idea de que Roma incorporaba la forma perfecta de Gobierno. Idea que luego San Agustín trasladará a la Ciudad de Dios. En principio, el género utópico surge como contrapunto a tanta autosatisfacción, una idea convincente en el caso de Grecia pero no acabo de ver en el de Roma, en donde no hubo utopías. La utopía se situa en la sempiterna pregunta de la filosofía política por la mejor forma de gobierno, aquella que procura la felicidad, la eudaimonia. Ésta está presente en la Kallipolis platónica, donde no hay hedonismo, pero sí eudaimonia. Ya Aristóteles, sin embargo, advierte lo que será después una constante del pensamiento político, que en la polis se da indistinta la mezcla de placer y dolor. Y es en esta tradición aristotélica donde Sissa da una original interpretación de la Utopía de Moro, al advertir que se trata de una crítica festiva a las ideas del humanismo erasmista y a su amigo Erasmo quien aparece como el conocido narrador de Utopía, Rafael Hytlodaeus, empeñado en hacer una mezcla que Moro consideraba inviable entre Platon y Epicuro. Utopía es entonces la crítica a ese programa imposible del reino de la vera nobilitas caracterizado por la imposible suma del comunismo y el placer epicúreo. El género, sin embargo, se independiza y su historia a lo largo de los siglos después de Moro es la del placer frente a las cuitas, los "cuidados", que han caracterizado el pensamiento político, la Sorge que Heidegger tomó del Fausto de Goethe y desarrolló luego en su obra cumbre, la misma que recogerá más tarde Foucault y que, después del hundimiento del comunismo, sigue vivo con fuerza creadora que ella sitúa en autores como Shklar, Wallerstein, Jacoby y Jameson.

El trabajo de Carlos Gómez, La utopía entre la ética y la política: reconsideración, centra la cuestión de la utopía frente a la ideología cuyo carácter multívoco elabora de la mano de Paul Ricoeur para concluir que si la patología de la ideología es el disimulo, la de la utopía es la evasión (p. 46). El engarce de la utopía con la política se ve de inmediato, según Gómez, al echar mano del concepto foucaultiano de heterotopía pues mientras la utopía no está en ninguna parte, las heterotopías (tanto las de "crisis" como las "desviación") sí están en lugares precisos en las sociedades humanas. Por último la utopía devenida ucronía arranca en el momento en que el profetismo judío sustituye la idea circular del tiempo por la del progreso lineal hacia una meta mesiánica. Y ahí incluye con mucho acierto el Principio esperanza de Ernst Bloch con esa idea tan suya (y que luego reaparece en nuestros días en la del republicanismo cívico aunque ya nadie se acuerda del filósofo germano-judío) del "andar erguido del ser humano". Sintetiza Gómez el utopismo de Bloch en aquella fórmula del "trascender sin trascendencia" (p. 51) que siempre me ha parecido paladina confesión de inferioridad del negociado del marxismo frente al cristianismo. Así nada de extraño que concluya su interesante exposición remitiendo de nuevo al "impulso utópico" de Paul Ricoeur y a la idea de Aranguren de la democracia como un fin "moral" siempre pendiente en el horizonte. Es obvio que la utopía sigue teniendo su funcionalidad.

El ensayo de Krishan Kumar, reconocido especialista en utopías, Pensar utópicamente: política y literatura, es una pieza estupenda en la que se aborda la utopía como género literario. La utopía tiene un doble origen, clásico (Platón) y judeocristiano (la Biblia). La ciudad ideal de Platón tendrá su réplica en las ideas renacentistas sobre la ciudad feliz y desde luego en la Ciudad del sol de Campanella. A su vez sostiene que la Utopía de Moro debe entenderse como una novela, una novela que está en el origen del género novelístico en occidente porque es exclusivo de Occidente pues no hay utopías en la historia del pensamiento oriental, chino o indio. Hoy día la literatura utópica (al estilo de Ursula K. Leguin que no hay que confundir con la ciencia-ficción) está confinada a círculos de aficionados y también ha desembarcado con fuerza en el cine desde la famosa Horizontes perdidos, una versión de la fábula de Shangri-la, hasta la trilogía de Matrix. Esta momentánea decadencia del género utópico se debe, en principio, a que es un género de "grandes narrativas" de las que desconfía el pensamiento posmoderno. No obstante hay un proceso de resurgir al amparo del capitalismo global que es la base de la cultura posmoderna, al decir de Jameson.

El ensayo de Ángel Rivero, Utopía versus Política, es una especie de reflexión sobre la clásica obra de Mannheim, Ideología y utopía, en donde la utopía se concibe como una crítica y negación del presente un boceto de cómo ha de ser el futuro. Sigue de cerca la clasificación en cuatro momentos del espíritu utópico en Mannheim: 1º) la rebelión de Thomas Münzer, que a Rivero no le acaba de convencer del todo como verdaderamente utópica; 2º) la idea liberal humanitaria del progreso y el tiempo, una de cuyas obras más representativas es El año 2440 de Sebastien Mercier; 3º) el conservadurismo, cuyo origen está en el famoso prefacio a la Filosofía del derecho de Hegel y el celebérrimo buho de Minerva; 4º) el momento ucrónico del socialismo y el comunismo ligados a la tarea del hundimiento previo del capitalismo

Fuera del campo estrictamente utópico encuentro interesante de reseñar el trabajo de Pablo Badillo O'Farrell, Continuidad y cambio en la filosofía política del siglo XX, que es como una cartografía del pensamiento político actual. Distingue dos grandes grupos de arranque: a) los teóricos de la rehabilitación de la política, al estilo de Strauss, Arendt o Voegelin, empeñados en el diálogo con los clásicos; b) la tendencia histórico-ideológica de la escuela de Cambridge, Koselleck, Skinner, Pocock, Viroli, empeñada en un enfoque analítico enfocado alternativamente al texto o al contexto. La versión contextual tiene de adalidad a Collingwood pero el autor admite que, en este terreno, en el continente, la voz más autorizada es la de la hermenéutica de Gadamer. Al día de hoy, tras ventilar la duda sobre si hay todavía o no una teoría política (Isaiah Berlin) , después de que Peter Laslett decretara su defunción, para declararla resurrecta luego de la obra de Ralws, la filosofía política entre la teoría jurídica del estado y la ciencia política empírica, ha venido ocupándose de asuntos de gran interés: el poder, la soberanía de los Estados (un tema candente) la función del mal y el miedo en la sociedad, los derechos humanos, el pluralismo y el multiculturalismo. Cierra el autor su repaso al estado de la cuestión en materia de filosofía política repasando la cuestión de la representación, condensada en la obra de Hannah Pitkin y ampliada en la de Sartori.

(Los dos cuadros son el primero de Holbein el joven, Retrato de Tomás Moro, (1521, seis años después de la publicación de Utopia), que se encuentra en la Colección Frick, en Nueva York, y el otro una curiosa copia que hizo Rubens del de Holbein; curiosa porque es menos barroca que el original).