El Confidencial Digital publicaba ayer un análisis titulado Diez datos a vuela pluma de en qué se nota que hay crisis económica a pesar de que lo sigan negando Zapatero y Solbes en el que se decía que los síntomas de la crisis eran los precios de los alimentos, la ruina de las inmobiliarias, las subidas de los carburantes, las movilizaciones inminentes, los cierres de establecimientos, el hundimiento de ventas en grandes superficies, los cierres de empresas, los pisos que se desocupan, el paro imparable y el descenso drastico en el consumo de las familias. Parece evidente, ¿no? Pues no, señor. De inmediato sale el muy competente señor Solbes y aclara que de crisis, cero; aquí lo que hay es un frenazo más brusco de lo esperado; nada más; el mismo señor Solbes cuyos cálculos y profecías quedan desmentidos no bien acaba de enunciarlos. Y el señor Rodríguez Zapatero, probablemente muy bien asesorado, insinúa que quienes hablan de crisis son poco patriotas; derrotistas, que se diría en la República; antiespañoles, como los calificaría Franco. El gobernador del Banco Central Europeo, señor JeanClaude Trichet, tan competente como el señor Solbes, supongo, dice que la cosa está muy fea, que se va a poner peor y deja entrever que para el verano todavía piensa subir más los tipos interés, lo cual ahogará aun más a las familias con hipotecas en España, que van a pagar la crisis quieran o no. A su vez, la UBS, una de las firmas financieras mundiales más importantes, a rebosar de competentes analistas económicos, sostiene que España entrará en recesión en el tercer trimestre de este año. ¿Cómo es posible que se puedan hacer juicios tan disímiles, diagnósticos tan dispares acerca del mismo fenómeno y sostener que se hacen en función de una supuesta competencia?
Y eso es en Europa. Si comparamos los dos lados del Atlántico, el asunto es de chiste: mientras los europeos suben los tipos de interés, los estadounidenses los bajan. Y que ambos piensan que están enfrentándose a un mismo fenómeno se observa en que de vez en cuando coordinan sus medidas, por ejemplo, para inyectar liquidez en los mercados y salvar de apuros a los bancos, que esos sí que no deben sufrir, vive el cielo. O sea que no solamente no se ponen de acuerdo en el diagnóstico del fenómeno que reconocen ser el mismo, sino que adoptan terapias contrarias en según qué casos. Eso sí, sobre la base de una gran experiencia, mucha competencia y conocimiento científico.
Ayer, la ministra española de la Vivienda, sin duda también muy competente, decía que es el momento adecuado para comprar una vivienda. Lo que me faltaba por ver era a una ministra socialista actuando como agente de las inmobiliarias. Espero que no lleve comisión. Porque hasta al más lerdo se le alcanza que no es el momento más adecuado de comprar vivienda alguna salvo para las inmobiliarias; a la gente normal le interesa seguir esperando hasta que los precios bajen de verdad, que no lo han hecho todavía ni lo harán mientras las grandes empresas sigan teniendo ministros como vendedores. Eso lo ve cualquiera. No hace falta ser economista, ¿verdad? Entonces, ¿qué pensar de la ministra? ¿Quiere engañar a la pobre gente para que se entrampe con hipotecas en un horizonte de subidas de tipos o simplemente no sabe lo que dice?
También ayer un amable lector me perdonaba la vida y me recomendaba ocuparme de mis zapatos por haber opinado que la economía, la doctrina económica, está tan afectada por la subjetividad como la poesía. Es decir, me mandaba callar. Callar para que hable ¿quién? ¿La experta señora Corredor? ¿El experto señor Solbes de quien el no menos experto señor Montoro dice que no sabe por dónde le viene el viento? Y conste que no creo que el señor Montoro sepa más que el señor Solbes. Creo que ninguno de los dos sabe nada, entre otras cosas porque probablemente no se puede saber.
Veamos: hace diez meses que vivimos en una situación de sobresalto, crítica, sin que en ese tiempo nadie en todo el mundo haya sabido explicar las razones del fenómeno.Todo lo más que se ha llegado a decir es que es una "crisis de confianza", que es algo así como cuando Rubén Darío hablaba del "trueno azul", porque es una explicación (la de las socorridas subprimes) que sólo afecta a una minúscula parte de un complejísimo y globalizado conglomerado de causas y efectos de los que nadie tiene las claves explicativas; ni puede tenerlas porque la crisis, recesión, frenazo o lo que sea cambia de día en día por los motivos más insólitos. Típica consecuencia de la "sociedad del riesgo globalizada" de Ulrich Beck. Y, por no saber, los sedicentes expertos no solo no saben cómo interactúan las causas, ni cuántas ni cuáles son, tampoco saben cuánto va a durar el fenómeno, qué dirección tomará, a quiénes afectará y qué medidas son las más adecuadas para corregirlo. En esas condiciones, mandar callar a los demás, callarlos respecto a aquello que los afecta más directamente en sus vidas, las hipotecas, el paro, el bienestar de sus familias, la perspectiva de tener que volver a sus países, es una muestra tan evidente de soberbia injustificada que tiene otro nombre que no digo por educación pero que está relacionado con la pretensión tecnocrática de tratar a la gente como menor de edad cuando los únicos menores de edad son los que tales cosas pretenden.
Es una actitud de falta de respeto muy frecuente entre quienes pretenden imponer sus criterios en materias esencialmente opinables. Cuando menos, otros científicos sociales, reconociendo la esencial contingencia de los fenómenos que estudian, son más relativistas, más humildes y admiten que la gente normal tenga algo que decir sobre los asuntos que le afectan directamente en sus vidas, aunque sea a golpe de intuición, de sentimiento, de subjetividad. No se trata de que los economistas alcancen el nivel de comprensión de un Gramsci cuando decía que "todos somos filósofos", pero sí que ajusten sus pretensiones a su eficacia verdadera a la hora de comprender la realidad en la que pretenden actuar. Algún economista hay por ahí que tiene una columna de periódico destinada a calificar de "tonterías" las ideas económicas de los demás que no le gustan. Pero las suyas no parecen ser mejores, dado que no se ha hecho rico todavía (prueba es que ha de escribir esas columnitas) ni ha aportado nada para resolver la lamentable situación en que se encuentra la economía de su país.
Por supuesto, en estas condiciones de incompetencia e ignorancia generalizadas, al lado de la economía, la poesía es una ciencia exacta.
(La imagen es una foto de Torchondo, bajo licencia de Creative Commons).