Como llevo toda la semana en Burgos, liado con los exámenes de la UNED, que son un curro y el escaso tiempo libre lo he dedicado a seguir de cerca la no-crisis económica, ésta que no existe, no pude dedicar ni medio comentario a la muerte de Mel Ferrer, acaecida hace un par de días. Pero no quiero dejar pasar la ocasión de postear sobre uno de los actores que más me gustaron en mi adolescencia, aunque no fuera uno de aquellos galanes aplastamundos triunfadores a quienes nada se resistía. Ferrer nunca alcanzó un estrellato comparable a Clark Gable, Gary Cooper, Burt Lancaster, John Wayne, etc. Creo que era demasiado refinado, sutil, matizado, para ello. Además era hombre de matices, cosa peligrosísima porque, al no estar cortado de una sola pieza, te puede caer algún papel de malo y, sobre todo, si lo haces bien, eso te puede costar la carrera. Que yo creo que es lo que le pasó con su papel de Noel, Marqués de Maynes (el señor de la Côte d'Azyr en la novela de Rafael Sabatini), refinado, malvado, peligroso espadachín al que ha de hacer frente el buenísimo André Moreau (Stewart Granger), alias Scaramouche, una peli con los más fabulosos duelos a espada que he visto en mi vida y que riánse Vds. de los de Errol Flynn o los del "temible burlón". La verdad es que, aunque la peli estaba tan cargada como unos dados de tramposo a favor de Moreau, siempre me cayó mejor De Maynes y eso gracias a Mel Ferrer.
Me ocurría lo mismo con la adaptación que hizo King Vidor de Guerra y Paz. Aunque el director y los productores, De Laurentiis y Ponti, estaban empeñados en ensalzar la figura del afrancesado Pierre Bezujov (Henry Fonda) en detrimento de la del príncipe Andrei Bolkonski (Mel Ferrer), contradiciendo con ello el espíritu de Tolstoy, Bolkonski salía ganando siempre a mis ojos.
Lo vi en algunos otros films de los que guardo recuerdos dorados porque me impresionaron mucho. El primero, era yo casi un niño, Los caballeros del Rey Arturo, aunque he de confesar que por entonces andaba más entusiasmado con Robert Taylor, que hacia de Lanzarote y, claro, la bellísima Ava Gardner, de Ginebra. Vista de nuevo muchos años después, hay que reconocer que Mel Ferrer sale muy airoso del desagradecido papel de Rey Arturo que le encasquetaron en la ocasión. Ferrer volvio a compartir papel (aunque como figura más de segundo plano, el destino de este actor) con Ava Gardner en la versión que hizo Henry King de la novela de Ernest Hemingway, Fiesta, que es como se llamó en español The Sun also Rises y que es una de las que más me gustan, no de Hemingway sino de todo el mundo y que tardé mucho en ver. Los protagonistas son Tyrone Power y Ava Gardner y a Ferrer le dieron el papel también secundario del judío Robert Cohn, complejo, difícil carácter con el que todos se meten. Pero Ferrer lo bordó.
Para mi gusto, donde Ferrer se superó fue en el papel del titiritero cojo de Lilí, con Leslie Caron, pues era el punto central y el verdadero protagonista de aquella historia poética, sentimental y tierna que le gustaba a todo el mundo, incluidos los chavales. Vamos, que miro hacia atrás y todavía lo veo de tipo gruñón y enamorado, con aquel gesto adusto y unos ojos que lo traicionaban continuamente. En efecto, un prodigio de actor en la gama de matices. Descanse en paz.
(La imagen, con Audrey Hepburn, entonces esposa de Mel Ferrer, con éste, Frank Sinatra y el príncipe Romanov en Las Vegas en 1956, el año de Guerra y paz, es una foto de Danperry, bajo licencia de Creative Commons).