Estimado señor Ratzinger, sumo pontífice: es costumbre inmemorial de los pueblos civilizados acoger al peregrino en cumplimiento del deber de hospitalidad que prescribe igualmente su dios de usted cuando recuerda a su pueblo que él también fue peregrino en la tierra de Egipto. Por eso mismo no dude usted de que será bien recibido en esta tierra española, en donde convivieron largos años las tres religiones del libro junto al habitual puñado de descreídos hasta que su religión prohibió las otras, persiguió y expulsó a sus creyentes, se autodeclaró la única verdadera y se constituyó en propia de la nación española para siempre, según reza el artículo 12 de la constitución de 1812, la muy liberal Pepa.
Ahora bien, el deber de hospitalidad no excluye el uso de la razón y el juicio, sobre todo con alguien que, como usted, viene juzgando ya en vuelo; de donde se colige que habrá calibrado la posibilidad de que se le aplique el enunciado evangélico de "no juzguéis y no seréis juzgados". Salvo que se crea usted por encima de los preceptos que, sin embargo, predica. Y no digo esto a humo de pajas. El boato de su llegada, más publicitada que la del hombre a la luna, no casa con el dicho evangelio. Jesucristo lavaba los pies a sus discípulos y, francamente, Herr Ratzinger, entre lavar los pies al prójimo y andar por ahí en papamóvil de banquete en banquete media un trecho.
Es verdad que el coste de la visita es un disparate. ¡Millones para atender la visita apostólica (esto es, privada) a los miembros de una asociación también privada como es la Iglesia! Si de verdad quiere usted evitarse esas acusaciones que debieran sonrojarle, puede usted aceptar el plan de viaje que le ofrezco con un presupuesto de un par de miles de euros y tirando por lo alto: en primer lugar, se paga usted el vuelo (le recomiendo un low cost, los hay fabulosos); luego lo recoge a usted en el aeropuerto el cardenal Rouco con un taxi o incluso con varios si trae usted su habitual séquito. Alojarse puede usted hacerlo cómodamente en la sede del obispado. Las misas y otros actos de su liturgia celébrelos en donde le plazca siempre que su iglesia contrate por su cuenta con una empresa de organización de eventos y catering. Trate de que no sea de la trama Gürtel; da mala imagen. Si el rey y, del rey abajo todos se dan de puñadas por invitarlo a comer, (con cargo a sus personales bolsillos) no se prive usted. Alguna tarde libre que tenga quizá quiera usted recorrer los lugares turísticos y comprar algunos recuerdos de Madrid para repartir entre la curia. Se le hará un precio.
El costo total de su viaje sería, como dicho, unos miles de euros. El resto, hasta los cincuenta y tantos millones de pavos, en efecto, se puede mandar a Somalia, o a Palestina o a cualquier otro lugar donde haga falta. Y creo que podría usted aumentar el importe. No tanto como los panes y los peces de su modelo pero significativamente. Por ejemplo, aconsejando a esos grandes empresarios españoles que defraudan a Hacienda 42.700 millones de euros al año que dediquen parte de esa pastuqui a tan nobles objetivos. No es preciso que lo haga en público, aunque estaría bien, sino que bastará con que sus mandados se lo susurren a los interesados en el secreto de la confesión, sacramento al que, como buenos cristianos, recurrirán con frecuencia.
En estas condiciones, es de esperar tenga usted grata estancia entre nosotros. No sé si es preciso que el cardenal Rouco impetre de las potencias celestiales que no haga calor porque eso recuerda mucho las procesiones en rogativa de lluvia y suena antiguo, como la Iglesia. Claro que la Iglesia también sabe ser nueva. El obispo de León, por ejemplo, no quiere que haya huelga de metro durante su visita; pero no se lo pide a las potencias celestiales, sino a las sindicales.
Los privilegios que la habilidad clerical ha extraído de las autoridades madrileñas (que disparan con pólvora del rey pues los pagamos los demás) no son de recibo y es de esperar que su delicadeza le haga rechazarlos aunque sea pro forma. Como no lo conseguirá, dado que las autoridades creen que así se ganan el cielo, y hasta es posible que sea cierto, esperamos que, en justa correspondencia, cada vez que un madrileño visite el Vaticano, sus tiendas le regalen el agnus dei, el rosario y la estampita del sagrado corazón, privilegio que le sugiero consagre a perpetuidad.
Permítame señalarle repetuosamente que la imagen de esos niños y adolescentes disfrazados de guardia suiza, de lansquenetes (Landsknechte, esto es, siervos de la gleba, con quienes se ejercía el derecho de pernada) para recibirlo al pie del avión no es la más apropiada tratándose de alguien a quien se acusa de haber amparado u ocultado la pederastia crónica en la iglesia. No tienen ustedes el don de la oportunidad o carecen del sentido del ridículo.
No seré yo quien limite su derecho a criticar cuanto quiera la legislación propiciada por el gobierno español pues el argumento según el cual el extranjero no debe inmiscuirse en los asuntos del país que lo acoge me parece ramplón. Ya lo dije al principio: juzgue y critique lo que quiera; y esté preparado a que lo critiquen y juzguen. Por lo demás, en esto de las críticas coincidimos en el objeto, pero no en el sentido. Usted encuentra esa legislación condenable por exagerada, radical y anticristiana. A nosotros nos parece condenable por pacata y moderada; lo de anticristiana no es asunto de nuestra incumbencia
Cuando digo "nosotros", sumo pontífice, me refiero al arriba firmante y a todos los perroflautas a los que no represento, en cuyo nombre no hablo, pero con los que estoy de acuerdo y a los que brindo la idea de invitar formalmente al señor Ratzinger a alguna asamblea con un tema en debate: la afirmación del cardenal Cañizares de que el problema de Europa no es la crisis, es olvidar a Dios.
Ose hacerlo, Joseph R. y no se arrepentirá.
(La imagen es una foto de Sergey Gabdurakhmanov, bajo licencia de Creative Commons).