Rubalcaba es hombre de palabra. Dijo que su campaña sería muy explicativa y, como se ve, ha comenzado a dar explicaciones. Pero, en contra de lo que suponía Palinuro ayer, versan sobre la acción del gobierno al que perteneció durante dos legislaturas y del que ya no forma parte, y lo ha hecho como si cantara la palinodia. Las explicaciones, al igual que las amistades, pueden ser peligrosas.
Desde cierto punto de vista ese reconocimiento de que tuvieron ocho años para pinchar la burbuja inmobiliaria y no lo hicieron es encomiable; demuestra un estilo realista, racional de hacer política; en resumen, nuevo. En lugar de recurrir al "sostenella y no enmendalla", aunque se trate de la mayor barbaridad que hubiera podido cometerse (como la de Aznar en el Irak), es bueno que los políticos adapten su discurso, habitualmente triunfalista e inverosímil, a las percepciones ordinarias de la gente a la que piden el voto. Y la percepción ordinaria en este caso es que, efectivamente, tuvieron ocho años (en realidad, cuatro, pues en los otros cuatro ya no pudieron hacer casi nada) para pinchar la burbuja y no lo hicieron. Tuvieron igualmente ocho años para hacer otras cosas y tampoco las hicieron, por ejemplo, convertir en realidad la aconfesionalidad del Estado y legislar la libertad religiosa.
Es sano reconocer los errores; es de sabios. Pero también es peligroso porque reconocer los errores no es suficiente. Ni siquiera es una explicación. Es una descripción. Para que sea una explicación hay que decir por qué se cometieron esos errores.
La respuesta es sencilla: porque abandonaron la política socialdemócrata, cuyo eje es la justicia social, es decir, tiene un fondo ético. La socialdemocracia no es una teoría revolucionaria que aspire a sustituir de cuajo el capitalismo por otro modo de producción sino que es una teoría reformista que trata de moralizar las relaciones capitalistas de producción con criterios igualitarios y redistributivos. Pero esa política no puede financiarse con los excedentes de una actividad especulativa desaforada, al margen incluso de la lógica del mercado, primero porque es inmoral y segundo porque acaba en la catástrofe que se está viviendo. Sin embargo, el primer gobierno de Zapatero, fascinado por la abundancia aparente de recursos de la sociedad "aburbujada", se dejó comprar y hasta participó en la alegre almoneda neoliberal con la pintoresca teoría de que "bajar impuestos es de izquierda" lo cual no sólo es falso en sí mismo sino como principio. Bajar o subir los impuestos, como otorgar subvenciones o recortar el gasto público no es de izquierda ni de derecha. Primero hay que saber a quiénes se les bajan, a quiénes se les suben, quiénes reciben las subvenciones y qué gasto publico se recorta y luego se sabrá si son de izquierda o de derecha. Esto es elemental.
El primer gobierno de Zapatero no atinó ni en lo elemental. Se subió al pescante de la burbuja y empezó a repartir el excedente en mercedes con un tufo populista pronunciado, 2.500 euros a los nacidos a partir de cierta fecha, ayuda de 400 euros a ciertos sectores de la población, ignorando cuánto tiempo podría mantener estas larguezas. Es verdad que en los aspectos sociales, de protección de derechos de las minorías y cuestiones de género aquel gobierno rompió barreras y tabúes y puso a España en la vanguardia de la opinión progresista mundial que miraba a nuestro país como un faro orientador. Pero eso no bastaba. Había que ocuparse de la economía en un sentido también de izquierda, socialdemócrata, y no se hizo porque era más fácil administrar el dinero que sobraba que preguntarse por su procedencia.
Añádase a ello que, también desde el principio el gobierno presidido por el hombre que prometía a los jóvenes que no les fallaría estaba tan contento consigo mismo que no creía necesario escuchar a nadie más. Estaba cegado por su doctrina del relevo generacional que algunos veteranos y viejos pesos pesados del PSOE criticaron acerbamente, aunque con nulo resultado. Zapatero sabía muy bien lo que hacía, incluso cuando no lo sabía. No estoy seguro de que aquellos críticos hubieran avisado sobre el impending doom de la burbuja pero sí es claro que debieron escucharse sus voces. Todo el que manda está interesado a rodearse de gente que le diga lo que piensa y no de aduladores que le digan lo que quiere oír. Algo también elemental.
A lo mejor Rubalcaba tiene una explicación distinta a por qué no pincharon la maldita burbuja. Si es sí, será bueno escucharla; si no, la de más arriba valdrá. Lo que viene a continuación es explicar qué se piensa hacer ahora, qué medidas van a tomarse para remediar el mal provocado por los errores que se aceptan y para evitar que se reproduzca. Ese es el reto del candidato; ahí es donde se juega su crédito. Esas son las explicaciones que hay que dar y que la gente espera y, en principio, Rubalcaba las dará porque eso es lo que dice. Su estilo es explicativo y ya decía el gran Buffon que el estilo es el hombre.