Los hados no han sido caritativos con Zapatero. Aquel diputado relativamente joven que se hizo con la secretaría general del PSOE de una forma casi inesperada, supo luego ejercer una oposición leal, constructiva y elegante, se encontró por fin presidente del Gobierno de una forma también bastante abrupta e imprevista. Su primera legislatura fue un tiempo de estabilidad y prosperidad en el que parecía que todo fuera posible. Nadie sospechaba que pudiera tratarse de la calma que precede a la tormenta. Nadie, en verdad, la previó; aunque ahora haya muchos profetas retrospectivos que afirman lo contrario.
En aquellos dulces años (2004-2008) Zapatero pudo aplicar un programa de reformas sociales progresistas que fue la admiración de Europa y le ganó fama de ser el nuevo gobernante de izquierda. La situación económica no era en absoluto alarmante y la lucha contra el terrorismo parecía encauzada, aunque con problemas con la oposición a cuenta del llamado proceso de paz. Ello indujo al presidente a hacer pronunciamientos cuya audacia era desmentida por la realidad de inmediato o a medio plazo. Así, en cuestión de lucha antiterrorista, afirmaba que hoy estamos mejor que ayer y mañana estaremos mejor, veinticuatro horas antes de que ETA volara la terminal T4 de Barajas y, con ella, las negociaciones entonces en curso. En cuanto a la economía, Zapatero anunciaba que España alcanzaría el pleno empleo en la actual legislatura en la que el paro se ha multiplicado por 2,5 desde 2008. La cuestión que entonces se planteaba era si estas y otras expresiones no menos absurdas procedían en exclusiva de su carácter, de su forma de ser algo desmesurada o le venían de unos asesores especialmente ineptos.
La segunda legislatura ha sido un calvario. Con la inercia de la primera y algo de doctrinarismo socialdemócrata, Zapatero se negó a reconocer la importancia de la crisis (que estalló en el verano de 2008) y no tomó medidas contundentes hasta mayo de 2010, casi dos años después. Entre medias siguió mostrando un sorprendente alejamiento de la realidad que lo impulsaba a hacer aseveraciones tan increíbles como las citadas; por ejemplo, el 29 de junio de 2008 dictaminaba que es un tema opinable si hay crisis o no hay crisis, seis meses después de la quiebra de medio centenar de bancos en los Estados Unidos y dos antes del hundimiento de Lehman Brothers.
De nuevo la pregunta es si tal empecinamiento en el error viene de su carácter o de la incompetencia de sus colaboradores y me temo que la respuesta es que de ambos. Desde luego, Zapatero no ha sido un lince en los nombramientos. No es cosa de dar nombres pero ha habido ministros/as y alguna vicepresidenta que parecían puestos por el adversario. Pero la mayor responsabilidad, entiendo, recae sobre el carácter del personaje que resulta inestable y dado a los extremos voluntaristas. En resumen y con todos los respetos, inmaduro. Su pauta de comportamiento ante las dificultades (y las ha afrontado inmensas) consiste en enrocarse en una posición, muchas veces -aunque no siempre, claro- errónea y, luego, ante los malos resultados y/o las presiones, virar a todo trapo en la dirección contraria, con resultados tan catastróficos como los que quería evitar.
Eso es lo que le pasó con la fecha de las próximas elecciones generales: se encastilló (razonablemente a mi juicio, dadas las circunstancias) en agotar la legislatura y luego, de la noche a la mañana, no siendo capaz de resistir las presiones, las adelantó a noviembre. Ciertamente, no es seguro que agotar la legislatura hubiera sido un acierto, pero acortarla ya ha demostrado que fue un error y no solo por romper el celebérrimo principio ignaciano de no hacer mudanza en tiempo de turbación.
Los mercados, como era de prever, se han lanzado al degüello de una presa que ven debilitada por estar de hecho en periodo electoral, lo que equivale a una pauta de espera e inacción. Si este renovado ataque que tiene a muchos políticos españoles a punto de gritar "salvese el que pueda" se debe sólo a la desafortunada decisión de anticipar las elecciones o proviene de la crisis estadounidense es aquí irrelevante. Hay un ataque recrudecido y al país le crujen las cuadernas.
La estabilidad que Zapatero decía buscar con el adelanto brilla por su ausencia. La oposición es como la langosta, que devora hasta el último vestigio de verde. Ya está pidiendo que se anticipe el anticipo a fines de septiembre. De hacerse, el resultado sería aun más catastrófico. Por si no lo fuera suficientemente los políticos del PP ayudan a la postración de España difundiendo noticias negativas sobre sus cuentas, su endeudamiento, su capacidad de pago. Esta claro que, en este momento, lo que se debería imponer es un cierre de filas de todas las fuerzas políticas para ayudar al gobierno a sacar el país de esta situación cuyas consecuencias negativas padecerá toda la población. Pero eso es pedir demasiado a la derecha cuyo único objetivo es ocupar los puestos de poder al coste que sea, incluido el de la quiebra del Estado.
El 15-M añade un elemento de incertidumbre nada desdeñable a una situación de turbulencias. La derecha ya ha encontrado el tono joseantoniano apropiado y amenaza con sacar sus huestes a la calle es de suponer que en contramanifestación. De movilizar a 70.000 militantes habla Granados, como el que cuenta las tropas de asalto. El caso es añadir un problema a otro, curiosamente sin tener en cuenta que, de seguir así, el Papa Ratzinger puede llegar en unos días a una ciudad bastante alterada.
Resulta aburrido recordar de nuevo que el 15-M no es solo un asunto de orden público. Pero así es como se está tratando quizá porque, no habiendose reaccionado a tiempo, ahora ya no se pueda hacer otra cosa. La cuestión es si todavía se puede hacer ésta a un coste asumible por la opinión pública o hay que recurrir a los métodos que las autoridades llevan tres meses negándose a emplear. Téngase en cuenta que a estas autoridades (delegada del Gobierno, ministro del Interior, presidente del Gobierno) les quedan menos de cuatro en el cargo. ¿Quién va a tomar una decisión drástica en estas condiciones? Y, si se toma, ¿quién garantiza que surtirá el efecto deseado y no el contrario?
Adelantar las elecciones fue un gran error.
Desde luego, los hados no han dado respiro a Zapatero y lo han maltratado. Quizá no se lo merecía. Tengo por cierto que el hombre ha hecho lo que ha podido, que ha trabajado denodadamente por su país en muchos momentos considerando que lo hacía más como estadista que como político de partido, lo que, en otras circunstancias hubiera tenido su grandeza. Pero las que le ha tocado vivir lo han aplastado como aplasta el carro de Moloch a quien se le pone por delante y parece claro que ni él ni sus ministros han estado a la altura de las circunstancias. Es un final de ciclo amargo y probablemente injusto, pero no sé si queda mucha gente en España que no considere que Zapatero le haya fallado.