La convocatoria de elecciones tiene un punto en común con su celebración: todos ganan, todos están satisfechos, todos tenían razón. Por supuesto tal cosa es imposible, pero el lenguaje político es especialista en hacer posible lo imposible porque sí, a base de voluntarismo. En este caso concreto, el asunto comienza con ese adjetivo de anticipadas. Quienes las pedían, se felicitan de que, por fin, Zapatero haya cedido adelantándolas, como si unas elecciones adelantadas en poco más de tres meses fueran un triunfo para quienes llevan más de dos años pidiéndolas. A su vez, Zapatero reconoce el anticipo y lo presenta como un acierto en pro de la estabilidad que, según él, tiene decidido hace tiempo, siendo así que no hace dos semanas lo consideraba fuente de inestabilidad y daba a entender en público que no habría adelanto. El País, que lanzó una carga de profundidad pidiendo el anticipo con un artículo de Cebrián, publicado el 18 de julio y titulado Esta insoportable levedad también celebra que Zapatero haya "rectificado" y convocado por fin, si bien no con tanta urgencia como se le pedía ya que el periódico quería que las elecciones fueran en octubre. No obstante el presidente parece haber hecho caso al periodista que le pedía que anunciara "cuanto antes un calendario electoral creíble"; tanto caso le ha hecho que si éste publicaba su requisitoria un 18 de julio, él ha fijado la fecha en un 20 de noviembre. La historia tiene sus ironías.
En un sistema parlamentario la convocatoria de elecciones legislativas es competencia exclusiva del presidente del gobierno. No hay un plazo mínimo. Hay un plazo máximo, esto es, no más allá del cumplimiento del mandato parlamentario. Estando en plazo el presidente convoca cuando quiere que, como es lógico, será cuando más le convenga dentro de un tiempo razonable, cuando las encuestas u otros datos le sean más favorables o menos desfavorables, como parece ser el caso en España. En sentido técnico, unas elecciones adelantadas en algo más de tres meses a su fecha fija no son en rigor anticipadas.
Pero políticamente, sí. Zapatero no ha podido resistir la presión generalizada, desde todos los ángulos y ha renunciado a agotar su mandato. Debiera estar acostumbrado ya que, a lo largo de éste, ha tenido que renunciar a más cosas, como las políticas socialdemócratas o la libertad religiosa. Siendo así es cierto que ha convocado aprovechando el ramillete de entecas buenas noticias que se han recibido últimamente, esto es, magra disminución del paro, moderada reducción del déficit y prudente remontada de la mano de Rubalcaba. Ha preferido ignorar alguna otra no tan buena como la nueva amenaza de Moody's o el ceñudo informe del FMI que pide apretar más clavijas. Está en su derecho, pero no hace falta que diga que la decisión de adelantar la tenía tomada hace tiempo, cuando no podía contarse con las buenas noticias. Ha adelantado porque se lo pedía todo el mundo y y él no tiene fuerza para enfrentarse a todos, incluido su propio partido.
El caso es que las elecciones están convocadas para el 20 de noviembre con lo que hay por delante casi cuatro meses de campaña electoral más o menos disimulada. Y muy dura. Cuatro meses en los que los mercados van a interferir en las decisiones del electorado porque van a condicionarlas. Escuchar que las elecciones son el momento en que la ciudadanía decide, esto es, el acto de la soberanía popular en las circunstancias actuales de crisis y amenazas de más y mayores recortes sociales, con el miedo generalizado entre la gente, suena a sarcasmo. Por eso, Palinuro no hubiera adelantado ni esos tres meses y pico, en la espera de que los mercados amainaran y así lo expuso en un artículo en Público el 19 de julio titulado Urgencias electorales. Esto podría darse o no pero lo que parece claro es que, con el adelanto electoral, los mercados recrudecerán su actividad y su agresividad porque un país en campaña electoral es prácticamente un país paralizado. Griñán, en Andalucía, no piensa adelantar las elecciones. Ese criterio debió imponerse para las generales.
La campaña electoral presenta suficientes elementos nuevos para pensar que los vaticinios son muy prematuros. El único dato fijo es que el PP tiene una intención de voto mucho más alta que la del PSOE, que puede darle la mayoría absoluta. Y hasta ese dato aparece matizado con una tendencia a la mejora del PSOE recogida en el último y vituperado barómetro del CIS. Pero aquel es un dato firme, si bien ahora está pendiente de que esa leve mejora del PSOE aumente o quede en un fuego fatuo.
Los demás elementos pertenecen a lo hipotético. Rubalcaba es mucho Rubalcaba, posee larga experiencia y, entre los dones que tiene y los que se le atribuyen, es un candidato poderoso, que puede medirse holgadamente con Rajoy. Pero está por ver que lo haga. La ambigüedad del candidato del PP acerca de los debates televisados cara a cara con su adversario apunta a que no va a dejar a éste la mínima posibilidad de lucirse. Téngase en cuenta que la campaña va a girar abrumadoramente sobre la crisis y el paro, el flanco más débil de Rubalcaba. Él tratará de llevar la discusión a otros campos pero no son tantos y tampoco tienen mucho tirón mediático. Sin duda lo que más lo favorecería sería una autodisolución de ETA y aunque probablemente lo acusarían de haberla pactado con ella, sería una noticia de primer orden que favorecería sus expectativas. No va a ayudarlo mucho el hecho de haber sido vicepresidente del gobierno que ha tomado una serie de decisiones que no parecen haber gustado a nadie.
La convocatoria ha pillado a la izquierda transformadora ocupada en sus habituales discordias internas. Llamazares anuncia un frente amplio de la izquierda, siendo así que ni siquiera está claro que el propio Llamazares pueda mantenerse dentro de Izquierda Unida. Ésta, como todo el mundo, celebra las elecciones anticipadas porque está convencida de que ahora sí, con el giro neoliberal del PSOE, ella recogerá el voto de la izquierda, incluida mucha de la que hay en el PSOE. Pero, por otro lado, también se opone a la convocatoria porque se ha hecho sin reformar previamente la ley electoral lo que la deja con un handicap inmerecido.
La reforma de la ley electoral también afecta al otro elemento nuevo que aparece en esta campaña electoral, que es el 15-M. El movimiento se ha consolidado, ha mostrado tener apoyo social, repercusión mediática, se ha generalizado bastante capilarizándose en barrios y pueblos y ha tenido acceso de varias formas a las instituciones. Es razonable pensar que tendrá impacto en la campaña electoral. Lo que no se sabe es cómo porque el 15-M es espontáneo, proteico e imprevisible. Pongo un ejemplo de las posibilidades que se abren: ignoro si, al final habrá el mencionado cara a cara en TV entre los dos principles candidatos pero ¿estaría alguno de ellos dispuesto a debatir a su vez en TV con un representante del 15-M? ¿Quizá los dos? ¿Por qué no? Son ciudadanos, expresan un malestar civilizadamente, tienen mucho apoyo social y derecho a que se les escuche y se les responda. Y puestos a explorar posibilidades, ese representante del 15-M podría muy bien ser José Luis Sampedro o Joseph Stiglitz. ¿Estaría Rubalcaba dispuesto a un debate en TV con alguno de ellos? ¿Y Rajoy?