El Curita se sentará en el banquillo en el otoño acusado de cohecho impropio a causa de los trajes que presuntamente le regaló la trama Gürtel con el fin de que facilitara sus maquinaciones delictivas. Camps lleva dos años negando los regalos y afirmando que él paga sus trajes. Habiendo aparecido pruebas irrefutables de que esto es falso ha admitido que hubo tales regalos pero que no se hicieron al presidente de la Generalitat (él), sino al del PP de la Comunidad Valenciana (también él), lo que es una triquiñuela irrisoria porque aunque se tratara de un caso de desdoblamiento de la personalidad como el del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, hay una sola unidad de imputación: él, que es lo uno y lo otro.
¡Dos años mintiendo a todo el mundo, al electorado, a las cortes valencianas, al juez, al presidente de su partido y hasta a su “amiguito del alma” que parece ser el que le regalaba los trajes! Se descubre así que su silencio frente a las preguntas de los periodistas, con el que además negaba el derecho de la gente a la información, era el silencio del mentiroso. Y, aunque un acusado pueda mentir en su defensa, un presidente no puede hacerlo y lo que corresponde es que dimita ipso facto. Es más, tendría que haberlo hecho mucho antes.
Y ¿por qué no dimite? Estamos acostumbrados a que, cuando un político inculpado en un proceso judicial renuncia a su cargo, aduzca dos razones: que lo hace a) para estar más libre en la demostración de su inocencia; y b) para no causar más daño a su partido. Si Camps no dimite es porque: a) sabe que no puede probar su inocencia y trata de obstaculizar el procedimiento valiéndose de su cargo como viene haciendo desde el comienzo, mientras afirma lo contrario; b) sabe que su caso no es más que la punta del iceberg de una presunta trama de corrupción cuasi mafiosa que afecta a todas las administraciones públicas de la Comunidad, un iceberg que puede hacer que su partido se hunda como se hundió el Titanic.
Esa preocupación la comparte mucha otra gente en el partido de la derecha. Así se explica que el responsable de Justicia del PP, Federico Trillo, interviniera personalmente en el asunto, yendo a visitar al jefe de la empresa que fabricó los fementidos trajes. Tres días después de la visita, el informático de la empresa recibía la orden de falsificar unas facturas que se referían precisamente a Camps. Es posible que entre la visita y la orden no haya relación de causa-efecto, que sea una pura coincidencia y que Trillo hubiera ido sólo a hablar del tiempo con el jefe, pero también es posible lo contrario.
Igual que la actual portavoz del Gobierno valenciano, antigua responsable de la RTV valenciana, quien viene a decir que el pueblo, al votar a Camps el 22 de mayo, lo ha absuelto con anterioridad y, por lo tanto, no ve razón para que dimita. Es obvio que no la verá si mira en la RTV valenciana porque, según ésta, Camps no se sentará en el banquillo. Igual también que el inimitable presidente de la diputación de Castellón, Fabra, para quien el procesamiento de Camps es una “payasada” (y debiera aclarar si llama payaso a Camps o al juez) y que el presidente es inocente porque goza de toda su confianza, con gran generosidad pues no es sentimiento del que ande sobrado cuando se aplica a él. O la no menos pintoresca alcaldesa Rita Barberá, un vestigio del tardofranquismo, que encuentra inicuo que se procese a un hombre honrado y no a unos pillastres como los de Bildu.
¿Qué revela esta defensa numantina y el silencio de las altas esferas del PP? Lo que decíamos antes, el temor a que estos trajes sean la punta del inmenso iceberg de la presunta corrupción del PP que afecta no solamente a docenas de cargos del partido, sino al conjunto de éste en la medida en que se pruebe que ha habido delito de financiación ilegal del partido. Porque si el PP paga sus mítines como Camps pagaba sus trajes, los jefes deberán asumir su responsabilidad.
Palinuro publicó ayer un artículo en Público (La punta del iceberg valenciano), en el que sostenía este punto de vista. Con más espacio explica ahora que así se demuestra en un concienzudo estudio que acaban de publicar los profesores Piqueras, Martínez, Laguna y Alaminos de la Universidad valenciana (El secuestro de la democracia. Corrupción y dominación política en la España actual) y del que dará cuenta en un par de días. En ese libro se narran con pelos y señales las maquinaciones de varios empresarios con decenas de cargos supuestamente corruptos del PP.
En última instancia Camps no dimite porque piensa que los mandos de su partido no pueden afrontar una situación en la que la presidencia de la Generalitat quedara vacante y la dirección en pleno del PP de la Comunidad valenciana fuera sustituida por una comisión gestora lo que daría lugar a una situación insostenible en Valencia, con una posible escisión del partido. La culpa, en definitiva, es de esta dirección por sancionar la presentación de Camps a las pasadas elecciones. Y no será porque no se le advirtiera desde todos lados que era una decisión suicida. Agarrarse al cadáver de la Gürtel puede acabar convirtiendo en cadáver al partido entero.
(La imagen es una foto de ppcv, bajo licencia de Creative Commons).