Lo habitual en los conflictos, batallas, confrontaciones, escaramuzas o enfrentamientos es que los oficiosos de siempre acudan en ayuda del vencedor. A raíz de las elecciones del nueve de marzo pasado, sin embargo, se ha producido lo contrario, esto es, los desinteresados asesores han corrido en auxilio del vencido. Unos para aconsejarle que se vaya sin dilaciones por su bien, naturalmente; otros, por el bien del partido por supuesto, lo empujan de malos modos a fin de hacer sitio a la que consideraban rutilante estrella en ascenso, señora Esperanza Aguirre; otros, con menos afanes, por el bien de España, para que se haga prudentemente a un lado y deje también paso a las ambiciones del señor Gallardón, que ganado se lo tiene tras haber soportado humillaciones y vejaciones sin cuento de la dicha y redicha señora Aguirre y su guardia pretoriana mediática; otros, de nuevo a su personal favor, para aconsejarle que se mantenga, revalide su posición de dirigente autónomo, se reafirme y busque su tercera oportunidad, no tanto por decidida lealtad a su persona cuanto por oposición a las candidaturas de los señores Aguirre y Gallardón y, en general, de un político con base en Madrid; y otros, por fin, para apoyarlo en su soledad de perdedor por estricta lealtad al jefe aunque, la verdad, en este último grupo sólo conozco a su señora y aun ésta estaba la noche de la derrota más para que la consolaran que para consolar ella misma.
La noche del nueve al diez de marzo fue la de una fulminante Blitzkrieg civil en el seno del PP en la que quedaron al aire, a la lívida luz de los relámpagos, las secretas ambiciones de unos, los no tan secretos odios de otros y, en general, el galimatías del campo de la derecha en el momento amargo de la derrota. Probablemente esperando sacar partido de la confusión primera, la señora Aguirre lanzó la andanada de sus baterías pesadas y escondió arteramente su mano: los señores Ramírez y Jiménez Losantos pidieron la retirada del aun presidente del PP, por supuesto "por el bien del partido", el señor Sánchez Dragó, haciendo gala de su insobornable independencia, también se asomó a la televisión de su admirada jefa a reclamar la marcha del señor Rajoy; el portavoz de la mismísima presidenta de la Comunidad de Madrid, pedía un "examen de conciencia" del PP que sólo podía acabar con la marcha del perdedor de las elecciones. Marcha "con honores" decía melifluo el señor Luis María Anson quien, aun habiendo fundado el nuevo Imparcial digital, sigue en nómina del señor Jiménez en El Mundo, pero marcha al fin y al cabo. Entre tanto, la señora Aguirre se reservaba entre bambalinas, a los efectos de tomar posesión más tarde de la cota arrasada por sus baterías mediáticas tras el más que seguro abandono del señor Rajoy.
Más inteligente anduvo el otro mentidero de la derecha capitalina, el del señor Gallardón y su corte mediática, consistente en lo esencial en el ABC y Estrella Digital. Ciertamente, sus valedores también arrancaron pidiendo la retirada del perdedor, pero supieron corregir el tiro a tiempo, atentos al cornetín de órdenes del mando gallardoniano que, oteando de dónde venía el viento, exigió alineación absoluta con el señor Rajoy, perdedor en las elecciones, pero ganador en la batalla interna del partido por su sucesión y, en su caso concreto, autosucesión. Al alcalde de Madrid le faltó tiempo para jurar lealtad al señor Rajoy, lo que dejó a la señora Aguirre colgada de su paracaídas, más sola que la una de la Puerta del Sol do reside, muñeco del pim-pam-pum de los adversarios y con tantas posibilidades de suceder al señor Rajoy como las que tiene el señor De Juana Chaos.
La famosa noche de autos y día siguiente, desde las primeras horas de la mañana, se produjo una verdadera rebelión orteguiana de las provincias frente a Madrid. La alianza de los barones territoriales Camps (Valencia), Arenas (Andalucía), Sirera (Cataluña) y Núñez Feijóo (Galicia), no solamente segaba la hierba bajo los pies a las ambiciones de la señora Aguirre sino que además, lo que es muy importante, probaba que la idea de que el PP puede aún articularse como un partido de derechas más centradas y moderadas frente a la histeria ultrarreaccionaria, catolicarra, seudoliberal y demagógica de la señora Aguirre y sus voceros mediáticos, es muy verosímil. En otras palabras, quien ha perdido las elecciones no ha sido el señor Rajoy, sino la alianza básicamente madrileña (y madrileña de la Comunidad, no del Ayuntamiento) de la COPE, la AVT, la Conferencia Episcopal y El Mundo, y el triunfo de los barones provinciales (para entendernos) con la ayuda del señor Gallardón, abre la posibilidad de una reconstrucción de la derecha y cierra, o pretende cerrar, el camino a otros cuatro años de oposición crispadora, derrotada de antemano. La primera víctima de esa victoria moderada ha sido el señor Zaplana quien desde ahora tendrá que "forrarse" desde un humilde escaño de diputado de a pie, lo que parece algo difícil.
Frustrado el regreso del nuevo "sindicato del crimen" que, como siempre, pretende tener a la derecha rehén de sus imposiciones políticas y sus intereses mediáticos, se abre un período de incertidumbre en dos tiempos, uno corto y otro largo que está en función del corto. El corto es hasta el congreso adelantado del PP y el resultado que de él salga; el largo a partir del congreso hasta las elecciones de 2012. No creo que el sector aguirresco, que aún detenta un considerable poder, renuncie a imponer su candidata y sus criterios, pero creo que lo que hoy tiene enfrente es un adversario bien organizado y temible porque es consciente de su fuerza y está unido por un grito que recaba unidad: "Aguirre, no", similar a aquel famoso "Maura,no", probablemente con muy distinto resultado.
Es muy pronto para hacer vaticinio alguno pero tengo para mí que el orden de probabilidades de cada cual dentro del PP de ser el candidato a la presidencia del Gobierno en las elecciones de 2012 pinta como sigue: el señor Rajoy, 50%; el señor Ruiz Gallardón, 35%; el señor camps, 10%; la señora Aguirre, 5%. Es lo que se llama un éxito de la estrategia de la crispación, el extremismo y el radicalismo.
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