dilluns, 17 de març del 2008

El tiempo que huye.

Interesante ensayo de Josetxo Beriain (Aceleración y tiranía del presente, Barcelona, Anthropos, 2008) sobre uno de los infinitos aspectos de ese misterio inasible e incomprensible en el que vivimos inmersos, del que dependemos, que nos ha sacado de la nada, organiza nuestra existencia y nos ignora olímpicamente, antes de devolvernos de un puntapié a esa nada de la que nos sacó: el tiempo. El aspecto de esa mar océana que el autor aborda con singular fortuna es el de nuestras representaciones del tiempo, cómo éstas han cambiado a partir de la modernidad hasta el día de hoy y cómo afectan a nuestra existencia.

Distingo tres partes en el libro a efectos expositivos. Una primera se refiere a las representaciones conceptuales del tiempo en un plano más filosófico; una segunda trata sobre las representaciones iconográficas del mismo tema en una vertiente estética o de teoría del arte; y una tercera sobre las repercusiones sociales de la aceleración del tiempo (esto es, de nuestra percepción de la la aceleración del tiempo), en una perspectiva más sociológica.

En la primera parte condensa Beriain su discurso sobre la representación del concepto del tiempo en las tres figuras del círculo, la flecha y el punto. Las dos primeras, círculo y flecha, corresponden a una metáfora del tiempo como ritmo regular y su ejemplo más típico es la idea china del Tao como unidad de los dos principios esenciales del Yin y el Yang (p. 38). El punto, en cambio, representa las características de la época actual en la concepción del tiempo, el "presente omnipresente", la aceleración del tiempo, la experiencia de la simultaneidad de lo no simultáneo (pp. 50/55) hasta llegar a ese hiato tantas veces señalado en el pasado y tan agudamente sentido en el presente entre la evolución material y la espiritual de la civilización, lo que ha producido los hechos contemporáneos de la Shoah, las matanzas de Rwanda o los campos de la muerte de Pol Pot (p. 62) y a partir de lo cual se plantea el autor el estudio del impacto social de esta representación filosófica del tiempo.

La segunda parte es una especie de intermedio con la que, como aficionado a estos menesteres del arte, he disfrutado mucho, esto es, la representacón iconográfica del tiempo. Beriain echa mano de varios programas iconográficos de diversas tradiciones (la identificación entre Saturno y Cronos, el triunfo de la muerte (p. 79), el triunfo del tiempo en Petrarca y Breughel el Viejo (p. 81), el Tiempo, padre de la verdad en Tiépolo y Bacon (p. 87), el patético Padre Tiempo de Hoggarth y Benjamin (p. 94) y la maquinización del tiempo en Dalí y Heidegger (p. 98). Un panorama muy abigarrado en el que el autor abandona pronto toda pretensión de imponer algún orden sistemático porque es imposible. La interpretación misma de las variaciones en los atributos del tiempo a lo largo de los siglos es tarea fútil. No obstante, las consideraciones de Beriain -con frecuentes referencias a la obra de José María González García- son siempre pertinentes y enriquecedoras. Trae además, abundantes ilustraciones. Es una lástima que los usos editoriales contemporáneos no permitan su reproducción en cuatricromía ya que en blanco y negro pierden bastante. Para compensar -ésta es una de las numerosas e innegables ventajas de la red- incluyo varias, unas más conocidas que otras, que no están en el libro pero apoyan su discurso de la abundancia de mensajes y empleos a que se ha prestado la representación del tiempo a lo largo de los siglos; no siempre del tipo memento mori, sino también con contenidos optimistas propios de la mentalidad progresista.

La tercera y última parte del libro, que es la más extensa, contiene un agudo análisis de las consecuencias de la aceleración (y escasez) de tiempo de la vida contemporánea bajo tres grandes aspectos: la aceleración técnico-científica, la aceleración de la tasa de cambio social y la del ritmo de vida social (p. 113). Dice el autor: Por citar sólo unos casos muy conocidos, con el motor de combustión, con la comida rápida y, más recientemente, con la "revolución digital", representada por el PC, se ha disparado la aceleración social, sin embargo no ha desaparecido la sensación de escasez de tiempo.(p. 140).

En esta tercera parte hay una referencia permanente a la obra de Georg Simmel, muy especialmente a su monumental Filosofía del dinero, de lo que me alegro sobremanera no solamente porque es filósofo de obligada referencia cuando se trata, como lo hace el autor, de las cuestiones del "acrecentamiento de la vida nerviosa y la ansiedad" en todas las manifestaciones de la existencia, sino porque veo que maneja la traducción al español que tengo el orgullo de haber hecho allá por 1975 y que se ha reeditado en 2003. De hecho, son tres los autores con los que Beriain mantiene un fructífero diálogo, Simmel, Virilio y Ramón Ramos, sin olvidar a otros, como Rosa o Durkheim. Buena compañía.

Tras hacer una sucinta consideración del tema clásico del "tiempo es dinero" en Weber y del más novedoso y original del "imperativo dromológico" de Virilio, Beriain aborda algunas consecuencias de la aceleración social de nuestro tiempo y se detiene en especial en dos, que son lo que llama "identidades cambiantes" (que no requiere mayor elucidación pues, para sobrevivir a ritmos acelerados, tenemos que acostumbrarnos a ser muchas cosas), así como un acusadísimo sentido de la contingencia (p. 159), también de fácil comprensión y hasta representación visual en la época del reinado de las agencias de "trabajo temporal". La segunda consecuencia es la que llama "la de-construcción de la política" (p. 165) y en ella encuentro uno de mis motivos de querella con el autor que parece dar por bueno ese ideologema de la indiferencia entra la derecha y la izquierda del modo siguiente: Hoy, irónicamente, si la distinción entre Izquierda y Derecha conserva algún poder discriminatorio, los "progresistas" tienden a simpatizar con aquellos que propugnan la des-aceleración (apoyando el localismo, un cierto control político de la economía, la protección del medio ambiente, etc.), mientras los "conservadores" se han convertido en fuertes defensores de la necesidad de una aceleración ulterior (abrazando las nuevas tecnologías, los mercados rápidos y la rápida toma de decisiones administrativas.) (p. 165) No sé, creo que hubiera merecido la pena reflexionar algo más sobre esto antes de lanzarse alegremente a la piscina de "ya no hay izquierdas ni derechas". En concreto, el ejemplo puesto recuerda mucho aquellos análisis de fines de los años 80 y primeros 90, cuando se decía que la "derecha" en la agonizante Unión Soviética era la izquierda comunista y la "izquierda", la derecha neoliberal. Y eso sin necesidad de traer a colación (cosa que hace Beriain, in embargo, aunque no lo relaciona) el brillante análisis de Marx sobre el carácter mudable, cambiante, inestable, acelerado del modo de producción burgués. No, no es tan fácil este asunto.

La aceleración del tiempo es el rasgo distintivo de la modernidad y Beriain tiene páginas de gran interés sobre las reflexiones de Goethe (el Goethe de Fausto, el de "todo lo sólido se desvanece en el aire") acerca de las paradojas del tiempo acelerado. Es tiempo lo que Fausto compra a Mefistófeles y de ahí ese trasparente neologismo del gran poeta alemán que nuestro autor aporta como nota crítica de la modernidad de "veluciferino" (Veluziferisch), mezcla de velocidad y luciferino, maldición del hombre contemporáneo que, según se acelera en la vida descubre que tiene menos tiempo.

Beriain dedica un último capítulo a singularizar algunos aspectos de los ritmos temporales de las que llama "sociedades modernas avanzadas", en el que se mezclan observaciones algo convencionales y aceptadas sin demasiado esfuerzo crítico (por ejemplo, las relativas a la fast food, los deportes, los transportes o la bolsa hoy día (pp. 184/187) o el impacto de las desregulaciones (p. 193) con otras mucho más sugestivas y muy prometedoras para posteriores investigaciones, como las referidas a l "comprensión" (p. 190), la "desincronización" y, por supuesto, la "individualización", con nueva y definitiva aparición de Simmel que lleva a Beriain a pronunciarse de un modo que no cabe sino aplaudir: Casi podemos decirlo axiomáticamente, las culturas que favorecen la individualización se mueven más rápido que aquellas que dependen de un círculo concéntrico dominante. (p. 200).

Vive el cielo que ningún tiempo pasado fue mejor y que, al fin y al cabo, esto de la velocidad y la aceleración no está tan mal. Dígalo de nuevo el propio autor: La modernidad, en este sentido, significa una universalización de la herejía, de la capacidad de elegir, mientras antes Dios elegía a su pueblo, hora somos nosotros los que elegimos a nuestros dioses, en medio de una cosmovisión politeísta y pluralista. (p. 201)

No hay duda: seremos como Dios cuando, al igual que éste, estemos más allá del tiempo.