.jpg)
.jpg)


Aprovechando la guerra entre Georgia y Rusia a causa de Osetia del Sur, Abjasia, la mítica Cólquide, patria de Medea, a donde Jasón fue a buscar el vellocino de oro, ha emprendido asimismo acciones militares contra los georgianos. Da la impresión de que si el ataque por sorpresa de Georgia estaba exactamente sincronizado con la inauguración de los juegos olímpicos, la rapidísima respuesta de Rusia y sus dos aliados en Georgia, Osetia y Abjasia no estaba menos preparada, como si los servicios rusos de inteligencia estuvieran esperando el ataque. La precisión de las acciones rusas así parece indicarlo.
Frente a la violencia de los nuevos enfrentamientos en el Cáucaso, la agitación del gallinero occidental, la llamada diplomacia, mueve a risa. El señor Sarkozy, presidente de turno de la Unión Europea, ha despachado a su ministro de Asuntos Exteriores como mediador a la zona. No ha enviado a Mr. PESC, el señor Solana, sino a Mr. Kouchner, su ministro, no el de la Unión Europea; lo que demuestra a las claras cuál es la fuerza real de esa Unión y su quimérica "política exterior y de defensa común" así como el concepto en que la tiene el país que ejerce la presidencia, la muy europeísta Francia. En cuanto a la comparecencia del señor Bush pato cojo no sólo mueve a risa sino a carcajada abierta. Porque ¿no es este el menda que hace cinco años ordenó invadir y destruir un país, el Irak, masacrar a su población y torturar a los prisioneros y en ello sigue cinco años después? "Georgia", dice este pirata asaltapaíses "es un Estado soberano y se debe respetar su integridad territorial".
"Claro", dirán los rusos, "como en el Irak".
Ya es portentoso que no haya pasado nada todavía en Bolivia y que el referéndum revocatorio de hoy domingo pueda celebrarse tranquilamente dentro de lo que cabe, que no es mucho con todo lo que agitan el cotarro los departamentos separatistas. Estos habían empezado por no aceptar la solución propuesta por el señor Morales de zanjar el enfrentamiento mediante un referéndum. En su lugar proponían celebrar elecciones anticipadas a la presidencia de la República y a las Prefecturas de los departamentos con el compromiso de todos los titulares de los cargos (incluido el señor Morales) de no presentarse a reelección. Era una forma elegante de librarse de él. La propuesta no prosperó y los prefectos autonomistas acordaron someterse democráticamente a los resultados del referéndum al tiempo que en el país había insistentes rumores de golpe de Estado civil o militar.
Aún no hace un mes que una magistrada de la Corte Constitucional pedía que se aplazase el reférendum hasta que el alto tribunal se pronunciase sobre su constitucionalidad en un enésimo intento de boicotearlo.
En principio parecía que las reglas estaban claras: el referéndum se entendería ganado por aquel cargo público que cosechase una cantidad de votos "noes" inferior a la de votos "síes" que obtuvo en las elecciones pasadas de 2005, regla que daba ventaja al señor Morales, que obtuvo un 53,7% del voto, en detrimento de los prefectos separatistas que, en el mejor de los casos, no pasaron del 47%. Sin embargo, ahora se ha sabido de una diferencia de interpretación de la norma que puede poner en peligro la eficacia de la consulta y enfrenta al Parlamento con la Junta Electoral Nacional; para ésta, la victoria en el caso del Presidente/Vicepresidente se mantiene en el 53,7% pero, en el caso de los Gobernadores, sólo se entenderán depuestos si el voto "no" es más del 51%. Una nueva discrepancia que puede producir la pintoresca situación de que, a ojos del Parlamento (y del señor Morales) algún prefecto haya perdido el referéndum mientras que a ojos de la Junta Electoral Nacional (y del interesado) no haya sido así. Como la ley del Referéndum Revocatorio prevé que, de quedar vacante alguna Prefectura será el señor Morales quien nombre al sustituto, varios departamentos quizá se encuentren con dos prefectos en una situación de dualidad de poderes difícil de manejar y que puede proporcionar el pretexto para desencadenar ese golpe de Estado que hace unos días denunciaba el señor Morales y que hace meses viene fraguando la oligarquía terrateniente con la ayuda más o menos encubierta de los Estados Unidos.
(La imagen es una foto de Jaume d'Urgell, bajo licencia de Creative Commons).
Según él mismo dice Javier Vega ha abierto un blog inspirado en éste, que se llama Quiero un sombrero Stetson y unas botas Justin. Bienvenido y muy honrado. En su post de veintiocho de julio pasado explica que quiere el sombrero y las botas para hacer la route 66, the mother of America. Muy buena idea. Ojalá se anime y vaya posteando sobre ella según avanza. ¡Ah! Todos los moteles a lo largo del camino tienen internet y wifi, y es una experiencia. Por ahí he visto yo gente no sólo con sombrero Stetson y botas sino con zahones y espuelas. Lo juro. Y también se puede encontrar el espíritu de Peter Fonda en una Harley Davidson. Hasta hay un restaurante Harley Davidson en Las Vegas en donde tienen muchas de sus máquinas, incluida la de Easy Rider, pero no dejan fotografiarla.
Menudo espectáculo montaron ayer los chinos en la inauguración de los Juegos. Según Le Monde tuvieron una audiencia de cuatro mil millones de telespectadores. Ni Dios mismo que bajara de los cielos a dar un mensaje a la humanidad despertaría tanta atención. Todos los corresponsales que he leído y he visto estaban literalmente destripados de admiración y se hacían lenguas de lo que veían o habían visto, casi babeando. Desde luego que el espectáculo que el cineasta Zhang Yimou lleva tres años preparando fue grandioso, incluso fascinante en varios sentidos, la sincronización, los fuegos de artficio, las gentes volando, el ritmo de masas, las referencias al pasado milenario. El mundo se quedó con la boca abierta y anheló ser un poco chino. Fue el momento de la afirmación mundial de loa República Popular China. China is back! en la historia y en el escenario mundial, orgullosa, consciente de sí misma.
Y no vengan Vds. tocando los sanfermines con eso de los derechos humanos que ni Vds. mismos respetan ni saben qué son. Nadie puede dar lecciones a la milenaria cultura china que sabe por su larguísima experiencia qué tiene que hacer. El mensaje estaba claro en esos 12.000 participantes, bailarines, tamborileros, atletas, figurantes que ejecutaban sus tablas de forma exacta, milimétrica. De ellos, 9.000 eran soldados del Ejército Popular de Liberación, la columna vertebral del régimen chino. Lo cual explica que las tablas salieran perfectas. Pero también ilustra de cómo ve ese régimen la cuestión de los derechos humanos que es cosa que trata de los individuos y, según pudo verse ayer, el Estado chino lo que quiere son masas, masas disciplinadas. Los individuos aquí cuentan poco y eso de que sean "fines en sí mismos", como dice Kant y el valor máximo sobre la tierra no significa gran cosa en una sociedad que, no siendo igualitaria, es muy colectivista.
El reconocimiento de la grandiosidad y suntuosidad de la apertura no obliga a deponer la actitud crítica en relación con la China. El Estado les dará el valor que quiera pero los derechos humanos lo tienen y muy alto. Que los Estados occidentales, a su vez, los usen para disimular sus tropelías no les resta ni un adarme de ese valor. Junto a Confucio, el filósofo del Estado y el estamento, se encuentra Lao Tsé, el del cosmos y el individuo, no menos chino que el anterior, aunque los que organizan desfiles y paradas (pues desfiles y paradas fueron las de anoche) suelen olvidarlo.
En fin que me hubiese gustado estar allí pero a esa misma hora (local aquí) estaba en el parque de El Retiro, pues llevamos a Ramoncete a ver los guiñoles (post más abajo).
El caso es que, mientras los ojos del mundo estaban pasmados viendo la que habían montado los chinos, los georgianos ocuparon la separatista Osetia del Sur y machacaron su capital, Kinvali, con carros y artillería pesada. Un golpe premeditado con alevosía para aprovechar el momento. La misma milimétrica exactitud que mostraron los chinos en sus fuegos de artificio mostraron los georgianos en los fuegos reales. Los rusos respondieron de inmediato, enviando una columna de blindados y artillería, que entraron en Osetia y ayudaron a repeler a los georgianos. Al final la capital ha quedado muy dañada y no está claro en manos de quién ha caído. Ha habido muchos muertos pero la cifra es insegura. El presidente de Osetia, Eduard Kokoity, habla de 1.800, cantidad sin confirmar.
El caso es que hay guerra entre Rusia y Georgia. Era de ver cómo conferenciaban muy serios los señores Bush y Putin, los dos en Pekin mirando embobados los fuegos artificiales. Los occidentales piden un alto el fuego inmediato y los rusos dicen que están repeliendo un ataque y defendiendo a los suyos tanto a las fuerzas de paz como a sus nacionales en Osetia. No hay que olvidar que Osetia tiene una composición étnica de 65% de osetios y 35% de georgianos pero, de la mayoría osetia muchos tienen nacionalidad rusa. Por supuesto, los osetios o la mayoría de ellos quieren la independencia de Georgia (en realidad ya tienen una independencia de hecho que sólo reconocen ellos) y su integración en Osetia del Norte, dentro de Rusia. Por eso han pedido formalmente la intervención rusa.
Ésta puede darse y está dándose de dos modos: mediante la invasión militar tradicional, ocupando Osetia e incluso Georgia; o mediante la llegada de voluntarios. El ataque georgiano ha levantado las iras de Osetia del Norte que está enviando voluntarios; también se suman los temibles cosacos del Don, que disfrutan de un privilegio especial y colaboran con la milicia y la policía rusa. En el mapa (del International Crisis Group, que autoriza su reproducción libre sin condición alguna) puede verse la difícil situación de la pequeña república de setenta mil habitantes: los georgianos sólo controlan la zona que ocupan las ciudades que administran, un tercio del país, y la capital está bajo control osetio. Por eso han intentado destruirla.
A su vez, el presidente de Georgia, Mijail Saakaschwili ha pedido la intervención de los Estados Unidos (EEUU). Ya tenemos el esquema de la guerra fría: las dos superpotencias frente a frente. Se recordará que en abril de este año, en una cumbre de la OTAN, el señor Bush vino pidiendo que se admitiera a Georgia y Ucrania, cosa a la que los demás miembros se negaron. Si hubieran aceptado, a lo mejor se encontraban los países de la OTAN, entre ellos España, en guerra con Rusia, perspectiva poco halagüeña. Recuérdese que la doctrina OTAN presupone que cada miembro considera como un ataque cualquier ataque que se haga a otro miembro, doctrina de la intervención forzosa.
No hace falta decir que el asunto está mezclado con el de la geopolítica energética mundial. Georgia es punto de paso de importantes oleoductos, Osetia del Sur lo es de los mayores proyectos rusos de oleoductos y gasoductos. Si hay un escenario típico para mostrar una guerra posmoderna o guerra del petróleo es éste. En los próximos días se verá si este conflicto hace palidecer a la olimpiada de Pekín o, al contrario, los juegos se imponen y fuerzan una solución diplomática de un conflicto que, si no se resuelve pronto, puede poner el petróleo todavía más por las nubes.
(La imagen es una foto de anwer 2007, bajo licencia de Creative Commons).
Como se decía en el post anterior llevamos a Ramoncete al teatro de guiñol que hay en el Teatro de Títeres del parque de El Retiro dentro de la programación de los veranos de la Villa. Vimos una representación de Caperucita roja aunque en versión libérrima pues el lobo, además de comerse a Caperucita y a la abuela, se come al cazador, a un policía y a un enamorado de Caperucita, y anuncia que quiere comerse también el estanque del Retiro y la Puerta de Alcalá. Aparte de estos personajes, metidos en el cuento por la libre imaginación de los intérpretes, aparecen otras figuras estrambóticas, incluidos un conejo, un ratón y un cocodrilo, todos los cuales se llevan algo sabroso de la cesta de la abuela gracias a la generosidad de Caperucita, pues este festival de titirilandia se hace en nombre de la solidaridad. La abuela al final se queda sin cesta. Los personajes hablaban con acento rioplatense y me llamó la atención la cantidad de niños hijos de suramericanos que había acudido.
Ramón se lo pasó de miedo con las peripecias de los muñecos que, como siempre en estas representaciones, mantienen vivos diálogos con los niños: "¿habéis visto al lobo?" y todos: "Síiiiiiii". "¿Me como a la abuela?" "Nooooooooooo". Para juzgar de cómo se lo pasó Ramón no hay que ver más que la foto. Claro que su padre no se queda muy atrás, validando así mi experiencia de que tan contentos van a los guiñoles los hijos como los papás que, si no gritan, es porque padecen pánico escénico, pero se quedan con las ganas, mientras recuerdan los guiñoles que ellos vieron de niños. Por cierto, en los míos los personajes estaban siempre arreándose estacazos. Aquí no hay estacas por aquello de evitar la violencia pero el lobo se come al reparto entero.
Anda el juez Pedraz, de la Audiencia Nacional, instruyendo investigación sobre ciertas autoridades chinas, varios militares y algún ministro, por el supuesto delito de genocidio y/o lesa humanidad, formas concretas de la figura delictiva general de crímenes contra la humanidad. El mismo juez también ha abierto sumario a unas autoridades guatemaltecas por los mismos o similares delitos cometidos hace unos años.
He leído comentarios de gentes preguntándose retóricamente que a dónde va el juex Pedraz con tamaño desvarío. Digo retóricamente porque se presupone que a ningún sitio. Eso no se dijo cuando el juez puso en su punto de mira a Guatemala por razones obvias, lo que demuestra la idea que tienen muchos de la justicia. El señor juez va muy requetebién a cumplir con su deber. La sola crítica que cabría hacerle sería por qué no ha empezado por su propio país y marcha su señoría tan lueñe a blandir la espada de la ley.
La doctrina jurispenal más avanzada en el mundo sostiene y parece haber consenso en la materia que los delitos de genocidio o crímenes contra la Humanidad no prescriben, no pueden ampararse en el principio de irretroactividad ni en el de territorialidad del derecho. Es decir, se pueden perseguir siempre, se cometieran cuando se cometieran y en cualquier lugar del planeta. Aplicando estos principios el juez Garzón abrió sumario de instrucción al general Pinochet, pilló al mundo desprevenido y estuvo a punto de salirse con la suya de poner al dictador asesino del presidente legítimo de Chile, señor Allende, ante un tribunal de justicia, y no en un procedimiento de extradición sino mediante una orden directa de captura dictada al amparo de la jurisdicción universal en este tipo de delitos. Lo mismo podía haber hecho un juez de las islas Seychelles.
Como se sabe el dictador Pinochet se salvó de comparecer en un proceso penal en su contra en España gracias a la intervención de la señora Thatchter quien invocó la razón de Estado (la colaboración de Chile contra la Argentina en la guerra de Las Malvina), lo cual demuestra la idea que tienen de la justicia los que van por ahí predicándola. Porque si abominable es que el dictador Pinochet haya cometido tales y tales crímenes (viga), no menos abominable será ampararlo en contra de la acción de la ley (otra viga). En el ínterin el juez Garzón ha procesado ya a algunos responsables de las atrocidades de la Junta Militar argentina con aquellos increíbles generales, Ongania, Videla... Cosa que está bien, es de aplaudir y una gran avance en la calidad moral de la humanidad. Los dictadores deben saber que tarde o temprano pagarán por sus fechorías ante un tribunal de justicia.
El de aquí se fue sin pagar nada, gratis total y deja a su familia en disfrute ostentoso de bienes cuya posesión habría que negarles, como es el caso del casorio hoy de la bisnieta del general Franco en el Pazo de Meirás, que el pueblo reivindica como suyo pero sin llegar a asaltarlo como La Bastilla. También la crítica que cabe hacer al señor Garzón no es por qué se va en busca de los Videla sino por qué no llama a declarar por ejemplo al señor Fraga, por citar el nombre de quien, como ministro del general Franco, dio el visto bueno al asesinato en 1963 de Julián Grimau, militante comunista quien, tras ser torturado durante días en la Dirección General de Seguridad y ser arrojado por una ventana (la versión de la policía es que se tiró él mismo, sin reparar en el hecho evidente de que, siendo tal cosa cierta, no es menos incriminatorio para ella) fue sometido a una farsa de proceso ante un tribunal militar sin garantía alguna, siendo condenado a pena de muerte sin apelación posible y conculcando todos los derechos imaginables en el proceso justo. Un delito imprescriptible que está esperando el castigo de los responsables y de los autores intelectuales. Con esto no está diciéndose a sus señorías que dejen aquella noble causa para dedicarse a ésta, de ningún modo; que sigan con aquella pero que abran ésta también. También aquí hay (no hubo; hay) fosas comunes, decenas de miles de personas esperando justicia, centenares de miles; medio país. Sigan sus señorías con la China che è vicina, pero abran la causa también aquí, en Badajoz, en las Canarias, en Madrid, Vitoria, en todas partes. ¿Por qué no?
La China, sí señor, una forma clarísima de despotismo asiático, categoría que acuñó Marx. Ha resultado enternecedor ver con qué claridad ha hablado el señor Bush; casi parece que estoy oyéndolo (no lo he hecho, por supuesto): "We Americans cherish soooo much Freedom!", arrastrando las sílabas como los de Tejas, "fri-i-dom", lo que debe entenderse como: "Vds., asiáticos, no saben de qué va esto". ¡Con qué energía descargada desde una altura jupiterina (no necesariamente moral) ha conminado a las autoridades a liberar a los presos políticos! (viga). Y lo hace el que acaba de ejecutar a dos presos desoyendo procedimientos de revisión en curso y acaba de condenar a cinco años y medio a un chofer de un dictador en un procedimiento que tiene tanto parecido con un debido proceso como un pelotón de fusilamiento con una mariposa. (viga) Pero da una idea de la que tiene de la justicia quien va por ahí imponiéndola a cañonazos.
Conste que no me gusta nada la gente que se harta a hablar de Guantánamo para que no se hable del Tibet. Del Tibet, de Guantánamo, de todas partes, del Irak, de Afganistán, de Cuba, de Palestina, de Europa, de España, del País Vasco. Y no solamente hablar. También hacer; sin violencia pero hacer.
(La imagen es una foto de Squeaky Marmot, bajo licencia de Creative Commons).
Bélgica está a punto de partirse en dos o en tres, según lo que decida la minoría germanohablante o en cuatro, según lo que decida la ciudad de Bruselas. ¿Una cidad independiente? No será la primera vez en Europa. El Vaticano es menos que una ciudad, es una plaza y un castillo unidos por una muralla y es Estado independiente, igual que hay tres estados federados que son ciudades en Alemania, Berlín, Hamburg y Bremen. A mediados de septiembre una comisión nombrada tras la enésima dimisión del señor Yves Leterme para hacer propuestas de reforma constitucional (que el señor Leterme no pudo hacer), informará a SM Alberto II, Rey de los belgas, que ya se ve demediado como el vizconde de Italo Calvino, Rey de dos reinos y quién sabe si de una ciudad y de un barrio en otra.
Es el hecho que, a la vista de lo que hay y en espera del dictamen de la comisión (a la que ya sólo le queda proponer la confederación que nadie ignora es el paso previo a la particion total) me he puesto a escribir unas reflexiones sobre la fragmentación europea. La idea general es que, de acuerdo con mi teoría de la chapuza como elemento esencial en la construcción europea, es preciso que Europa se fragmente más antes de unirse más. Suena paradójico pero es evidente: la unión depende de los Estados y los Estados tienen un límite de supervivencia que no van a pasar en pro de la unión europea. La única posibilidad de que ésta avance es que los Estados se debiliten y una forma muy clara de debilitarlos es fragmentándolos. España con el País Vasco dentro es más fuerte que la suma de España sin el País Vasco más el País Vasco sin España. A ver cómo se frena el nacionalismo vasco el día que los flamencos y los valones se digan adiós educadamente como se lo dijeron los checos y los eslovacos. Europa es sorprendente.
En fin, no pretendo sacar aquí el ensayo, pero me tomaré la libertad de comentarlo de vez en cuando, según vaya haciéndolo porque así me llevo dos por el precio de uno, hago un post, reflexiono en voz alta y, de paso, me aclaro.
(La imagen es una foto de Forzeshow, bajo licencia de Creative Commons).
¿Queda claro? Lo dice el Comité Olímpico Internacional; lo dice el Comité Olímpico Nacional; lo dice el Gobierno de España; lo dice la señora vicepresidenta del tal Gobierno. Ciertamente, ¿qué esperaban vuesas mercedes que dijeran tan altas instancias y encumbradas personas? La Carta Olímpica Internacional, en su artículo 51,3, prohíbe toda manifestación política en un recinto olímpico. Curiosamente la versión española lo hace en el artículo 53,3. No me pregunten por qué porque no pienso perder el tiempo averiguándolo. A su vez la señora De la Vega, al recomendar a los atletas que se callen, invoca el art. 50, 3. Da igual, el caso es que hay que callarse.
Posiblemente ese artículo contravenga cientos de constituciones nacionales y decenas de solemnes declaraciones internacionales todas las cuales proclaman a los cuatro vientos la libertad de expresión, incluso en las dictaduras más atroces; posiblemente. La organización olímpica es una organización privada y supongo que puede darse los estatutos que le parezca, aunque si estos coliden con derechos fundamentales a lo mejor alguien plantea algún problema; posiblemente. La pertenencia a esta organización privada es voluntaria y como es lógico presupone la aceptación de las reglas, entre ellas la que excluye el largar de política. En todo caso si alguien está en contra lo que tiene que hacer es impugnarla antes de participar en las competiciones, que a lo mejor algún tribunal le da la razón.
Hasta aquí lo que los gobiernos y las vicepresidentas deben tener en cuenta a la hora de pronunciarse sobre la obligación de callar. Aunque uno piense que tanto el Gobierno de España como su Vicepresidenta quizá hubieran estado mejor a su vez callándose sobre el mandato de callar. Se entiende que no proclamen la necesidad de romper las reglas y protestar pues no les pagan para eso. Pero de ahí a convertirse en fiel correa de transmisión de la censura olímpica media un trecho.
Porque es censura y como toda censura inicua sea cual sea su respaldo legal. Ante la iniquidad que cada cual reaccione como quiera. Habrá quienes acepten el mandato por estar de acuerdo con él; habrá quienes lo acepten aun sin estar de acuerdo con él; y habrá (quiero suponer) quienes no lo acepten y lo quebranten arrostrando las sanciones que estén previstas. En eso consiste la desobediencia civil, actividad a la que siempre hay alguien que se dedica. Pero eso es un asunto de la conciencia de cada cual.
(La imagen es una foto de .ack online.de, bajo licencia de Creative Commons).
Este libro de Wolf Lepenies (¿Qué es un intelectual europeo? Los intelectuales y la política del espíritu en la historia europea, Barcelona, Círculo de lectores, 2008, 467 págs) está compuesto por la serie de quince lecciones que como titular de la Cátedra Europea del Colegio de Francia pronunció en esta institución el filósofo y sociólogo alemán en 1992. Aunque la traducción (de Sergio Pawlowsky) es del francés, de una edición de Seuil de 2007, el lapso que va desde que las lecciones se pronunciaron hasta su aparición en forma de libro tanto en Francia como en España no afecta gran cosa a su contenido pero a la parte a la que afecta (la última) lo hace mucho.
La obra se divide en tres partes. Las dos primeras ("Utopía y melancolía" e "Historia natural e historia de la naturaleza") son como síntesis y reelaboraciones de dos famosas obras anteriores suyas (Melancolía y Sociedad y Las tres culturas), mientras que la tercera ("El origen de las ciencias y la pérdida de la moralidad"), de mayor actualidad es la que más acusa esa distancia entre el curso y la publicación.
El título general induce a cierta confusión. Me da la impresión de que, por los motivos que sean, quizá que se trate de apuntes o que no se hayan reelaborado suficientemente, la confusión, ciertas soluciones de continuidad y algunas reiteraciones se manifiestan en toda la obra. Parece que va abordarse la sempiterna cuestión que interesa sobre todo a los intelectuales acerca de qué sean ellos mismos, pero no es el caso puesto que el autor da por sentado que aquello por lo que pregunta está ya definido y, sin más dilaciones, pasa a exponer sus cogitaciones sobre algunos aspectos específicos de lo que podríamos llamar la "historia del espíritu europeo" sin tomarse el trabajo no ya de definir aquello por lo que pregunta sino de justificar por qué habla de lo que habla y no de otros asuntos.
Lo del "espíritu" (la política del espiritu) está también en el título y remite a uno de los autores que Lepenies toma como guía y hasta cierto punto modelo: Paul Valéry. Ello nos pone sobre la pista de dos datos que caracterizan la obra en comentario. El primero que no hay intelectuales ni espíritu sino es en Europa. El segundo que, dentro de Europa, este alemán invitado a un sacrosanto templo del saber francés, hace alarde (ignoro si sincero o simulado) del tradicional complejo de inferioridad germánico frente a la latinidad francesa y acota su tema en ese acomplejado diálogo franco-alemán. Todo lo cual resulta curioso si se tiene en cuenta que uno de los puntos de arranque de la reflexión de Valéry sobre el que también se apoya Lepenies es precisamente la conciencia de que la era de la supremacía europea ha pasado y que Europa no puede ya "ordenar el mundo según los designios europeos" (p. 38).
La primera parte (las cinco primeras lecciones), la que es reelaboración de Melancolía y sociedad, versa sobre los intelectuales como seres tradicionalmente insatisfechos, disconformes con el mundo y melancólicos. Esa melancolía es la que los hace fabricar utopías porque en las utopías está desterrada la melancolía. Y esa relación entre melancolía y utopía es lo que, a su juicio, caracteriza al espíritu europeo.
No dándose el recurso al pensamiento utópico, los intelectuales oscilan entre el aburrimiento y el resentimiento y el modelo que toma y analiza minuciosamente es el de las Máximas de La Rochefoucauld, el hombre de acción que ha de resignarse a serlo de pensamiento (y por lo tanto a aburrirse) por el fracaso de la Fronda. Fracaso es aquí la sensación dominante y donde reaparece Valéry con su señor Teste, clara muestra de aquel por no haber ahuyentado la melancolía. Cierra la consideración una cita de Walter Benjamin: "El intelecto sigue siendo cuestión privada, y ese es el melancólico secreto del señor Teste" (p. 107). Una interesante referencia al Oblomov de Goncharov (y, claro, el oblomovismo, propio de la sociedad rusa prebolchevique) abre paso al inevitable masoquismo germánico: la burguesía alemana es una muestra de melancolía sin poder (p.121).
En la segunda parte (otras cinco lecciones) trata del segundo tipo de intelectuales, los científicos, las buenas conciencias de las que ya hablara en su Las tres culturas, el paso al pensamiento histórico como ruptura decisiva del pensamiento europeo, concretado en la transición de la historia natural a la historia de la naturaleza. Dedica un capítulo a cada uno de los que toma como ejemplos científicos en distintos campos y con distintas perspectivas: Buffon, Winckelmann (para la historia del arte), Georg Forster (para una nueva antropología) y Linneo. Como es lógico, la oposición es Buffon-Linneo, pero no estoy muy seguro de que haga justicia a ninguno de los dos porque se concentra en la parte de la obra de estos que tiene una incidencia (a veces colateral) sobre las ciencias sociales o, incluso, la literatura. Al tratar de Buffon se detiene no sobre la Historia Natural sino sobre el Discurso sobre el estilo y el famoso dictum buffonesco de que "el estilo es el hombre mismo" (171). De aquí a referirse a la cadena de influencias sobre Balzac, Flaubert, Zola, Proust hay una clara solución de continuidad a mi juicio ya que los que los novelistas creyeron aprovechar era la aplicación del espíritu científico a las cosas humanas. La influencia de la Historia natural, dice, "sobrevive en forma de novelas, mientras que sus autores se ven reducidos a literatos y las pretendidas novelas de Buffon desaparecen poco a poco de la ciencia seria" (p. 188).
Algo parecido sucede con el caso de Linneo. Lepenies se concentra en una obra que no es el Sistema de la naturaleza pero tiene gran interés por tratarse de un intento de aplicación de su método científico al mundo humano, histórico y social. Trátase de la Nemesis divina, una obra que no se publicó íntegra hasta 1968, si bien se conocían fragmentos en el siglo XIX y que muestra el interés de Linneo por incardinarse en el contexto de la físico-teología y de la teodicea. Lepenies se refiere a la máxima de Ovidio que Linneo citaba en la némesis divina y que presidía su dormitorio, Innocue vivito, numen adest ("vive en la pureza porque Dios está presente") (p. 239). Al final el mundo tiene un orden, es un orden moral y está impuesto por Dios, incluso a través del castigo y la venganza. Que Linneo representa el avance en la ciencia frente a Buffon, pero no en el orden humano e histórico queda claro y es convincente cuando Lepenies lo contrapone a Adam Smith, también empeñado en demostrar el orden moral pero que confiaba éste no a la némesis divina sino a la probabilidad (p. 314).
El tratamiento de los otros dos intelectuales Winckelmann y Forster, el maestro de Humboldt, se me antoja más insatisfactorio y confuso. Winckelmann trató de establecer una ciencia del arte de acuerdo con los criterios claisficatorios de Linneo, pero no conseguiría superar la objeción que plantearía Kant en la Crítica de la facultad de juzgar según la cual el juicio del gusto no es cognitivo, ni lógico, sino estético y, por tanto subjetivo. (p. 208) y algo parecido sucedería con Forster que, en su intento de crear una "nueva antropología" se vincularía expresamente a Winckelmann y acabaría tropezando esta vez expresamente con Kant, con quien polemizaría agriamente a propósito de la obra de éste Definición del concepto de raza humana, tratando de contraponer las observaciones de "un simple empirista, aunque perspicaz y digno de confianza a la verborrea especiosa de un espiritu sistemático y parcial" (p. 229), teniendo que reconocer posteriormente su falta de formación para esta controversia.
Antes de acometer la tercera parte del libro (las cinco últimas conferencias) hay un capítulo dedicado al origen de las ciencias sociales a través de la pérdida de la perspectiva moralizadora. El personaje en el que centra el análisis es el crítico Sainte-Beuve de quien dice muy acertadamente que "es una encarnación asombrosa de ese tipo de intelectual que, en el siglo XIX, preso de la corriente científica de la época o incapaz de sustraerse a la misma, traspone las pautas de pensamiento científicas a la literatura, en particular a la crítica literaria" (p. 331). Quedan así dibujadas las "tres culturas" que forman el núcleo esencial de la doctrina de igual nombre de Lepenies: a) la buena conciencia de las ciencias naturales, hoy más poderosa que nunca; b) los "hombres que se quejan", esto es, los escritores y cultivadores de las ciencias humanas; y c) entre medias, oscilando, las ciencias sociales (p. 295).
La tercera parte se concentra en lo que llama el autor "la iglesia de los intelectuales". El punto de arranque en el concepto de clerisy, de Coleridge (p. 345), que le da mucho juego para entender la obra de Matthew Arnold y, sobre todo, del alemán Karl Mannheim enfrentado, como no, al francés Julien Benda. Donde Mannheim entiende que el papel del clérigo aparece consagrado como el "intelectual que flota libremente", sin ataduras, lo que le permite abrigar la esperanza de que la política llegue a ser una ciencia (p. 334), Benda denuncia la traición de esos mismos clérigos.
Y a esa traición se remite Lepenies en dos capítulos dedicados al caso alemán que suenan como una especie de curiosa "mea culpa": en primer lugar la traición que representaron los intelectuales fascistas que él ejemplifica en un estudio (por cierto, magnífico) de Gottfried Benn como el hombre que habiendo tenido la lucidez de llamar a la función intelectual "palabrería protegida por el Estado" (p. 368) acabó al servicio del Estado nazi y, aunque excluido por él, sin perder nunca sus convicciones. El juicio negativo de Lepenies es contundente: "Estetizar la política, deshumanizar la vida, limitar la moral a la forma: esto conduce inevitablemente al rechazo de la democracia." (p. 379)
La otra traición de los clérigos alemanes es la del comunismo, de la que Lepenies sabe mucho porque nació y se educó en la Alemania Democrática. Al menos lo suficiente como para, tras pasar revista a los intelectuales más destacados del régimen comunista, concluir de forma lapidaria que lo más característico de ellos fue cómo aprendieron "el arte de ser dominados" (p. 395).
La obra se cierra con una invocación contemporánea a la "política del espíritu" de Valéry y en un tono negativo y resignado: "En el mismo instante en que la especie está amenazada en su supervivencia, el Homo sapiens celebra su adiós a la historia separándose por un lado de las experiencias del pasado y por otro de las expectativas del futuro. Esta locura de la desaparición comporta un adiós a la moral: en ausencia de alternativa, la diferencia entre el bien y el mal desaparece progresivamente; Leibniz podría estar contento. Hemos llegado a la época de una nueva teodicea. Este mundo es el mejor de todos los mundos posibles porque no hay otro, y porque éste no cambiará".
Así se veían las cosas en 1992, recién hundida la Unión Soviética. Ya dije al principio que este lapso afecta mucho a la visión del autor. Es obvio que este mundo no puede ser el mejor de los posibles si se afirma que no hay otro porque eso carece de sentido; es obvio que no es el mejor de los posibles a secas ya que basta con verlo; y es obvio por último que no solamente cambiará sino que de 1992 hasta ahora ya ha cambiado mucho.
Amnistía Internacional ha iniciado una campaña a fin de evitar que el Irán ejecute por ahorcamiento en una grúa, como acostumbra, a dos presos, Behnoud y Mohammad, por delitos cometidos cuando eran menores de edad. Nos piden que firmemos en contra y que difundamos el escrito. Hay esperanzas pues ya se ha conseguido alguna conmutación con anterioridad. No es mucho lo que se nos pide y es lástima que no podamos hacer más para poner coto a estos crímenes de los Estados. Quien quiera firmar que pinche en
La señora ministra de la Vivienda, doña Beatriz Corredor, lleva tres meses haciendo declaraciones y anunciando medidas sobre la crisis inmobiliaria. En todas ellas se daba a entender que el Gobierno está muy preocupado por el desastre del mercado de la construcción residencial y que piensa intervenir pero nunca quedaba claro quién pagaría los platos rotos del desaguisado. Hay pocas dudas de que, en lo esencial, éste proviene de la irrefrenable codicia de las empresas del ladrillo que, muy inteligentemente, han puesto los precios fuera del alcance de los bolsillos de la gente y ahora se encuentran con un stock de viviendas sin vender que están ahogándolas. A tenor de lo que la Ministra decía se colegía que el Gobierno pretendía acudir en auxilio de los empresarios para que no tuvieran que bajar los precios mediante dos mecanismos. Uno consistía en sacar al mercado las viviendas no vendidas como viviendas de protección oficial (VPOs) pero sin explicar quién abonaría la diferencia entre el precio que los ladrilleros pedían y los de las VPOs y sugiriendo que serían los poderes públicos. El otro era aprontar trescientos millones de euros para comprar suelo a las inmobiliarias para afectarlo luego a construir VPOs y siempre sin aclarar a qué precio se compraría dicho suelo.
Ayer la citada ministra tuvo el detalle de publicar un artículo en El País titulado Con el suelo público no basta en el que pretende aclarar ambos extremos. Muchas gracias, señora Corredor.
¿Lo ha conseguido? Veamos: en lo que respecta a la primera ambigüedad parece que sí por cuanto propone acometer la crisis permitiendo que las viviendas no vendidas "se califiquen como de protección oficial si llevan un año terminadas. Y, siempre, naturalmente, dentro de los precios máximos determinados por el módulo de la vivienda protegida. Porque la obligación del Estado es ayudar a los que tienen más dificultades para acceder a la vivienda, pero no garantizar con dinero público los beneficios privados. Éste es, a juicio del Gobierno, el límite al que el Estado puede llegar. Ir más allá, utilizando el dinero público para intervenir en el mercado, ayudando a que los promotores vendan su stock a precios superiores a los de la vivienda protegida, sería destinar el dinero de todos a garantizar el beneficio de unos pocos. Los ciudadanos no lo entenderían." Me parece que está claro: quiere decir que los ladrilleros pueden vender el stock bajando los precios, que es de lo que se trata sin que los poderes públicos (o sea, todos nosotros) tengamos que pechar con el lucro cesante. Le tomo la palabra.
En el segundo asunto la Ministra también aclara pero subsiste una duda. Es verdad que, como ha señalado mucha gente, incluido el vicepresidente señor Solbes, trescientos millones de euros es una cantidad casi simbólica en comparación con la deuda de las inmobiliarias pero, aun así, los ciudadanos no tenemos por qué pagar los abusos de los ladrilleros ni simbólicamente. Dice la señora Ministra que con el suelo público no basta. ¿Por qué? ¿Cómo lo sabe? Se trata de un cálculo a plazo y, visto lo visto, nada obliga a creer que los cálculos del Gobierno sean ciertos. ¿Por qué no esperar a ver si las VPOs que de verdad se construyan sobrepasan las disponibilidades del suelo público? De todas formas, otro párrafo del artículo también tranquiliza al respecto puesto que la Ministra asegura que los poderes públicos comprarán el suelo que más se ajuste a sus planes "y además, adquiriéndolo a precio de vivienda protegida", es decir, a precio inferior al del mercado fijado por los especuladores del ladrillo. Siendo esto así, tampoco hay gran cosa que objetar, sino agradecer a la Ministra que haya dado las explicaciones pertinentes para aclarar las intenciones de un Gobierno de izquierda que parecía de derecha y de derecha ladrillera.
(La ilustración es un dibujo de Odilon Redon, "La armadura", de 1891).
Ya están otra vez los buitres carroñeros tratando de que el asesino De Juana vuelva al trullo contra toda ley y justicia. Igual que hicieron cuando perpetraron aquel abuso de los dos articulitos supuestamente amenazadores, ahora quieren empurarlo por el texto de una carta que sus amigos leyeron en alto en un homenaje callejero hecho por unos gamberros que decidieron apropiarse la vía pública para festejar al criminal recién excarcelado.
Leí lo que publicó Gara en su día e incluso posteé sobre ello (Blogorismo de De Juana) y no me pareció que contuviera apología alguna del terrorismo, aunque sí una ofensa a las víctimas si era verdad que él decía ser víctima a su vez mas no en un sentido jurídico sino metafórico. Como siempre en los escritos de este sujeto, era un texto torpe, apelmazado, bombástico y lleno de topicazos, pero no constitutivo de delito. De todas formas los jueces sabrán decidir. Pero permítaseme recordar que el momento es poco propicio a un juicio ecuánime, que hay un clima de linchamiento mediático e inmediático del precito De Juana que invade prácticamente a todo el mundo en nuestro país, donde es de mal tono empezar cualquier discurso sobre el poliasesino sin hablar de náuseas y vómitos.
Va a ser muy difícil que los jueces aguanten la presión que cae sobre ellos; pero tienen que hacerlo. No puede repetirse la vergüenza de los articulitos de Gara. Por el bien de todos. El asesino De Juana cumplió su condena. La ley obliga a ponerlo en la calle y nada dice sobre que tenga que arrepentirse, vivir aquí o allá o no escribir cartas llenas de memeces. Cumplamos la ley y, si el señor De Juana vuelve a delinquir, procédase contra él. Pero no se "creen imputaciones", no se retuerzan las pruebas, no se haga una chapuza para volver a enchironarlo porque eso no puede hacerse en un Estado de derecho.
(La imagen es una foto de Vicki's Nature, bajo licencia de Creative Commons).
"Mal nacido", "hijo de puta", "facha", "comemierdas", "capullo"...Empiezo a pensar que el personal no sabe hablar sin insultar y si, como decía Rousseau, "el insulto es el argumento de quienes no tienen argumentos" está claro que no tiene argumentos. El asunto tampoco es de hoy; hace ya años, en tiempos de los del señor Arzallus que profería y recibía insultos que era un primor, escribí un ensayo sobre La Brunete mediática en España que anda publicado por ahí en el que recogía todos los insultos que había encontrado en la prensa escrita de Madrid y un par de diarios más, uno de Barcelona y otro de Bilbao en un periodo de meses, y me encontré con cien formas distintas desde los circunstanciales y momentáneos (como "vaca loca") hasta los sempiternos ("soplagaitas") pasando por los antediluvianos ("brontosaurio") y los postmodernos ("ignorante teleósteo periodístico") lo que ilustra mucho sobre el volumen de la tarea que acometen quienes quieren que en general se hable mejor y la gente sepa discutir sin faltar a nadie.
Dicen que internet y sobre todo la blogosfera son campos abiertos al insulto a causa del anonimato de las intervenciones. ¡Como si quienes se expresan en la prensa escrita en papel y en los medios audiovisuales fueran prodigios del bien hablar! Schopenhauer escribió un tratadillo sobre El arte del insulto en espíritu parecido a Thomas de Quincey en su El asesinato como una de las bellas artes y tengo leído que el insulto es bueno y castizo porque nuestras glorias del Siglo de Oro se insultaban mucho entre ellos. De hecho, el señor Jiménez Losantos, recientemente condenado por los tribunales por insultar, esgrimía en su defensa las diatribas entre Quevedo y Góngora, que no son malos nombres para aparearlos con los señores Jiménez Losantos y Zarzalejos. Nada, nada: el insulto no tiene justificación ni defensa alguna y únicamente demuestra nula educación y mucha zafiedad. Y no digo nada de quienes, no contentos con lo que ya se insulta en el orden civil normal, pretenden que el insulto está amparado por la libertad de expresión. El insulto es la antesala de la agresión física y, si no puede impedirse porque siempre habrá gente que recurra a él, debe estar severamente castigado.
Esos políticos extremeños y catalanes que andan intercambiando ofensas, ¿por qué no prueban a dedicárselas a los que tienen más cerca si carecen de otro medio de comprender lo injustificable de su comportamiento? ¿Por qué el extremeño no prueba a llamar "hijo de puta" a su señor padre y el catalán "mal nacido" a su hijo? Seguramente así lo entenderían.
Téngase en cuenta además que el ámbito público es de todos y los demás no tenemos por qué soportar las intemperancias de gente que carece de un control mínimo sobre sus actos. Porque el insulto es práctica desagradable en sí misma pero, al menos, tiene la problemática satisfacción de que uno se queda igual de satisfecho como cuando, por ejemplo, suelta un eructo, que viene a ser lo mismo ya que el insulto es un eructo del espíritu; pero los espectadores en ambos casos, sean insultos o eructos, sufren una penosa impresión.
En cuanto al fondo del asunto, si es que queda asunto en un lugar en donde la gente insulta, ¿qué vamos a decir? Siempre habrá gente que crea que los pobres son todos vagos y gente que piense que los ricos son todos ladrones porque esto no da para más: prejuicios de esos de "catalanes tacaños", "andaluces fulleros", "extremeños holgazanes", "madrileños chulos", "aragoneses tercos" y cosas igual de profundas como alimento espiritual de los dirigentes políticos quienes, si no saben hablar ni escribir sin ofender, a lo mejor debían de dimitir.
(La imagen es una foto de steveleggat, bajo licencia de Creative Commons).
No es infrecuente oír que el Papa Juan Pablo II fue el principal impulsor de la caída del comunismo. Es posible pero, si así fue, lo cierto es que cuando subió al solio pontificio en 1978 se encontró gran parte del trabajo hecha. Por entonces hacía cinco años que se había publicado en Occidente El archipiélago Gulag, seguramente la obra más importante de Alexander Solzhenitsin, quien murió ayer. Ese impresionante documento, una investigación minuciosa y detallada del sistema de campos de concentración esparcidos (como un archipiélago) por la Unión Soviética, irrefutable y apabullante, dio al traste con los últimos vestigios y pretensiones de las autoridades soviéticas de negar que sus sistema se fundamentaba en una inhumana y masiva práctica en todo similar a los Konzentrationlager de los nazis y con similares pretensiones: aterrorizar a la población infligiendo castigos horribles por las más mínimas (a veces incluso imaginarias) actividades de oposición, deshumanizar a los prisioneros mediante tratos vejatorios y trabajos extenuantes y forzarlos a una existencia basada únicamente en el afán de supervivencia que al menos en un tercio de los casos no tenía éxito. Las dos únicas diferencias son que los soviéticos no dieron el paso a los "campos de exterminio" (Vernichtungslager) y que ellos empezaron antes, mucho antes.
Solzhenitsin escribió su demoledor documento basándose en su experiencia personal como prisionero (zek) político de 1945 a 1953, en investigaciones pormenorizadas y en más de doscientas narraciones personales que recogió en los diez años que tardó en redactarlo. Prácticamente toda su vida y su obra hasta entonces había girado en torno al Gulag, como se ve en el hecho de que sus obras literarias anteriores más importantes, autobiográficas por lo general, Un día en la vida de Iván Denisovich, El pabellón de cancerosos, El primer círculo, etc, versan sobre el universo concentracionario.
No obstante la aportación de Solzhenitsin a la deslegitimación del comunismo fue más allá de la denuncia del régimen inhumano de terror en que consistió porque afectó a la base de simpatía con que contaba entre los intelectuales e izquierdistas occidentales en general, haciendo imposible que estos ignoraran o embellecieran por más tiempo la realidad soviética. Efectivamente, a partir del famoso XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética y del discurso secreto de Kruschev en él, con el inicio de la política de desestalinización, fue costumbre achacar al dictador georgiano todas las brutalidades, crímenes y excesos de las autoridades hasta la fecha. Con ser esto un avance no lo era todo; faltaban dos elementos esenciales que Solzhenitsin se encargó de dejar bien claros.
En primer lugar El archipiélago Gulag demostraba (y las investigaciones posteriores a la caída del comunismo han corroborado) que el planeamiento y edificación de un sistema completo de campos de concentracion para miles, decenas de miles (que luego serían centenas de miles, millones y decenas de millones) de "enemigos políticos" fue obra de Lenin y sus más íntimos colaboradores. Stalin se limitó a administrar con fría eficacia un universo represivo que Vladimir I. Ulianov (Lenin) había puesto en marcha. En segundo lugar, aunque la investigación de Solzhenitsin se acababa en 1956 y las autoridades soviéticas sostuvieran que la realidad que denunciaba pertenecía al pasado estalinista ya muerto, el Premio Nobel insistía en que los campos continuaban, como así fue en efecto hasta 1989 en que fueron liberados los últimos presos.
Tal es el verdadero triunfo del Premio Nobel de literatura Solzhenitsin, hacer imposible el socorrido recurso de los comunistas postestalinistas (que solían ser los mismos estalinistas de antaño) de diferenciar entre un Lenin "bueno" y un Stalin "malo" por un lado y entre un "estalinismo" y un comunismo "no estalinista" por otro. Todo en el comunismo, en el marxismo incluso, pensaba Solzhenitsin, está corrompido, es perverso e inhumano y no tiene reforma posible.
Esa es la parte de luz y gloria que justamente debe atribuirse a Solzhenitsin y a su compleja, matizada, riquísima y ardiente prosa que se manifiesta en toda su literatura e incluso en una obra no literaria como el Archipiélago, redactada en un tono mordaz y sarcástico, sin concesión alguna que abruma, indigna, enciende el ánimo y, creo, nos hace mejores. Nuestro autor tuvo la valentía de enfrentarse a un sistema totalitario y criminal, que ya lo había condenado una vez y lo forzó después a exilarse en 1974, de denunciarlo y de llegar así al corazón de millones de personas en el mundo, poniéndolo en evidencia a pesar de que ese sistema (como los jirones que aún quedan en otras partes del mundo, en Cuba o China) era consumado maestro en el arte del engaño, la propaganda y la mentira.
No me parece que nada de lo que Solschenitzin publicó después del Archipiélago esté a la altura de lo que había escrito con anterioridad, si bien sólo he leido algunas piezas ensayísticas y algo de poesía. Quizá Las noches prusianas (que había escrito mucho antes) mantengan aquel fuego genial que hace que la lectura de sus primeras obras sea una experiencia conmovedora, especialmente Un día en la vida de Iván Denisovich que es literatura en estado puro y un alegato contra la barbarie planificada.
En la obra posterior, en lo que me atrevería a llamar tinieblas, aparece un nacionalista ruso, un fanático religioso ortodoxo algo alucinado, un antioccidental y un antisemita. Suena todo ello mucho a una tradición como de mística eslava que suele aparecer en la tradición rusa. Hay en él elementos de Dostoievsky (al margen de los paralelismos biográficos) pero también de Tolstoy y hasta de Berdiaeff. Sin duda son unas tinieblas cegadoras, como el "deslumbramiento" de la obra de Canetti, unas tinieblas de las que probablemente salga la luz para los ofuscados, al estilo de San Pablo. Yo me quedo con la que arrojó antes, en la primera etapa de su vida, cuando vivía pericolosamente en la Unión Soviética y tanto hizo por mostrarnos lo que hasta entonces no habíamos visto por nuestra obcecación ideológica.
Que la tierra le sea leve.
(La imagen es una foto de Thomas Roche, bajo licencia de Creative Commons).