"Mal nacido", "hijo de puta", "facha", "comemierdas", "capullo"...Empiezo a pensar que el personal no sabe hablar sin insultar y si, como decía Rousseau, "el insulto es el argumento de quienes no tienen argumentos" está claro que no tiene argumentos. El asunto tampoco es de hoy; hace ya años, en tiempos de los del señor Arzallus que profería y recibía insultos que era un primor, escribí un ensayo sobre La Brunete mediática en España que anda publicado por ahí en el que recogía todos los insultos que había encontrado en la prensa escrita de Madrid y un par de diarios más, uno de Barcelona y otro de Bilbao en un periodo de meses, y me encontré con cien formas distintas desde los circunstanciales y momentáneos (como "vaca loca") hasta los sempiternos ("soplagaitas") pasando por los antediluvianos ("brontosaurio") y los postmodernos ("ignorante teleósteo periodístico") lo que ilustra mucho sobre el volumen de la tarea que acometen quienes quieren que en general se hable mejor y la gente sepa discutir sin faltar a nadie.
Dicen que internet y sobre todo la blogosfera son campos abiertos al insulto a causa del anonimato de las intervenciones. ¡Como si quienes se expresan en la prensa escrita en papel y en los medios audiovisuales fueran prodigios del bien hablar! Schopenhauer escribió un tratadillo sobre El arte del insulto en espíritu parecido a Thomas de Quincey en su El asesinato como una de las bellas artes y tengo leído que el insulto es bueno y castizo porque nuestras glorias del Siglo de Oro se insultaban mucho entre ellos. De hecho, el señor Jiménez Losantos, recientemente condenado por los tribunales por insultar, esgrimía en su defensa las diatribas entre Quevedo y Góngora, que no son malos nombres para aparearlos con los señores Jiménez Losantos y Zarzalejos. Nada, nada: el insulto no tiene justificación ni defensa alguna y únicamente demuestra nula educación y mucha zafiedad. Y no digo nada de quienes, no contentos con lo que ya se insulta en el orden civil normal, pretenden que el insulto está amparado por la libertad de expresión. El insulto es la antesala de la agresión física y, si no puede impedirse porque siempre habrá gente que recurra a él, debe estar severamente castigado.
Esos políticos extremeños y catalanes que andan intercambiando ofensas, ¿por qué no prueban a dedicárselas a los que tienen más cerca si carecen de otro medio de comprender lo injustificable de su comportamiento? ¿Por qué el extremeño no prueba a llamar "hijo de puta" a su señor padre y el catalán "mal nacido" a su hijo? Seguramente así lo entenderían.
Téngase en cuenta además que el ámbito público es de todos y los demás no tenemos por qué soportar las intemperancias de gente que carece de un control mínimo sobre sus actos. Porque el insulto es práctica desagradable en sí misma pero, al menos, tiene la problemática satisfacción de que uno se queda igual de satisfecho como cuando, por ejemplo, suelta un eructo, que viene a ser lo mismo ya que el insulto es un eructo del espíritu; pero los espectadores en ambos casos, sean insultos o eructos, sufren una penosa impresión.
En cuanto al fondo del asunto, si es que queda asunto en un lugar en donde la gente insulta, ¿qué vamos a decir? Siempre habrá gente que crea que los pobres son todos vagos y gente que piense que los ricos son todos ladrones porque esto no da para más: prejuicios de esos de "catalanes tacaños", "andaluces fulleros", "extremeños holgazanes", "madrileños chulos", "aragoneses tercos" y cosas igual de profundas como alimento espiritual de los dirigentes políticos quienes, si no saben hablar ni escribir sin ofender, a lo mejor debían de dimitir.
(La imagen es una foto de steveleggat, bajo licencia de Creative Commons).