¿Queda claro? Lo dice el Comité Olímpico Internacional; lo dice el Comité Olímpico Nacional; lo dice el Gobierno de España; lo dice la señora vicepresidenta del tal Gobierno. Ciertamente, ¿qué esperaban vuesas mercedes que dijeran tan altas instancias y encumbradas personas? La Carta Olímpica Internacional, en su artículo 51,3, prohíbe toda manifestación política en un recinto olímpico. Curiosamente la versión española lo hace en el artículo 53,3. No me pregunten por qué porque no pienso perder el tiempo averiguándolo. A su vez la señora De la Vega, al recomendar a los atletas que se callen, invoca el art. 50, 3. Da igual, el caso es que hay que callarse.
Posiblemente ese artículo contravenga cientos de constituciones nacionales y decenas de solemnes declaraciones internacionales todas las cuales proclaman a los cuatro vientos la libertad de expresión, incluso en las dictaduras más atroces; posiblemente. La organización olímpica es una organización privada y supongo que puede darse los estatutos que le parezca, aunque si estos coliden con derechos fundamentales a lo mejor alguien plantea algún problema; posiblemente. La pertenencia a esta organización privada es voluntaria y como es lógico presupone la aceptación de las reglas, entre ellas la que excluye el largar de política. En todo caso si alguien está en contra lo que tiene que hacer es impugnarla antes de participar en las competiciones, que a lo mejor algún tribunal le da la razón.
Hasta aquí lo que los gobiernos y las vicepresidentas deben tener en cuenta a la hora de pronunciarse sobre la obligación de callar. Aunque uno piense que tanto el Gobierno de España como su Vicepresidenta quizá hubieran estado mejor a su vez callándose sobre el mandato de callar. Se entiende que no proclamen la necesidad de romper las reglas y protestar pues no les pagan para eso. Pero de ahí a convertirse en fiel correa de transmisión de la censura olímpica media un trecho.
Porque es censura y como toda censura inicua sea cual sea su respaldo legal. Ante la iniquidad que cada cual reaccione como quiera. Habrá quienes acepten el mandato por estar de acuerdo con él; habrá quienes lo acepten aun sin estar de acuerdo con él; y habrá (quiero suponer) quienes no lo acepten y lo quebranten arrostrando las sanciones que estén previstas. En eso consiste la desobediencia civil, actividad a la que siempre hay alguien que se dedica. Pero eso es un asunto de la conciencia de cada cual.
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