La otra noche soñé que leía un libro de Juanjo Millás. Había subido al ascensor de casa con otra persona quien, sin que yo le dijera nada pues no suelo hablar con desconocidos en los ascensores, me dijo que aspiraba a ser Juanjo Millás y que para lograrlo había escrito un libro que me rogaba leyera para darle después mi opinión.
"¿Mi opinion de qué?", le dije.
"De si puedo ser Juanjo Millás". Acto seguido me dio una tarjeta y se apeó en el tercero. Mientras yo subía al quinto, que es mi piso, vi que la tarjeta decía: Juan José Millás. Escritor. Y traía un domicilio y un número de teléfono. El manuscrito que había depositado en mis manos se llamaba Los objetos nos llaman y no era muy voluminoso.
Entré en casa, saqueé el frigorífico, me instalé en el diván del salón, encendí el televisor que tengo siempre mirando hacia la ventana para que lo vea el vecino, razón por la que no necesito ponerle sonido, y me dispuse a leer el manuscrito del extraño. No sé cuánto tiempo tardé. Ni siquiera sé si lo leí de verdad o me quedé dormido soñando que estaba leyendo un libro de Juanjo Millás.
El caso es que, sin saber cómo, descubrí que era de día avanzado y me aprestaba a llamar por teléfono al desconocido del ascensor. Me detuve ante el espejo preguntándome:
"Alto ahí. ¿Qué vas a hacer?
"Voy a llamar al que me ha dado el manuscrito".
"Para decirle ¿qué?".
"Que no se preocupe, que conseguirá lo que quiera porque es más Juanjo Millás que Juanjo Millás."
"¿Por qué?"
"¿Cómo que porqué?" grité a mi imagen que se encogió un poco porque teme siempre a mis accesos de ira. "¿Cómo que por qué?" Porque todo lo que hay en este manuscrito es Juanjo Millás en estilo puro, tanto en el fondo como en la forma, forma y fondo, fondoforma, formafondo, fordofonda, fonmafordo...
Algo no estaba funcionando pues yo era incapaz de dejar barbotar construcciones alocadas, fonfordoma, forfomado, mafordofon... mientras que mi imagen no cesaba de hacerme muecas. Pensé que estaría bueno que todo estuviera pasando en el sueño o, más inquietante aun, lo que me parecía insinuar mi imagen, que yo fuera un personaje de Juanjo Millás. Pero hice un esfuerzo, detuve el torrente de palabras que salía de mi boca por el procedimiento infalible de cerrarla, me enderecé, forcé a mi imagen a hacer lo mismo y sólo entonces proseguí:
"¿Cómo que por qué? Porque todo en este manuscrito -que blandí ante su aterrorizada mirada, como si fuera a estampárselo en la crisma- es suyo, de la cruz a la fecha. Son historias cortas que versan bien sobre los comportamientos sorprendentes y absurdos de las cosas, los objetos de la vida cotidiana bien sobre imaginaciones de fantasía kafkiana, del Kafka de La metamorfosis con quien Millás tiene mucho en común".
Mi imagen me contemplaba con una sonrisita que me sacaba de quicio y se la hubiera borrado de un guantazo de no ser porque descubrí para mi sorpresa que no tenía manos, ni brazos, ni pies. En realidad era una cabeza sobre un valador que hablaba sin parar, sin poder contenerme:
"Y las cosas, los objetos de la vida cotidiana que de pronto toman propiedades asombrosas vienen a actuar como ese supuesto que imagina Ortega cuando habla sobre las creencias y piensa en la posibilidad de que, en un momento dado, las creencias nos fallaran, que no hubiera escalera al salir a la calle o que no hubiera calle. Eso es lo que le pasa a Millás continuamente. Sin contar con las veces en que descubre que está muerto o que es invisible, que su tío se ha convertido en un caballo, que su primo se ha multiplicado por tres o que su madre... ¡deja ya de hacer el idiota que estás poniéndome nervioso!".
Hacía un rato que mi imagen tomaba las formas que iba yo recitando: un muerto, un invisible, un caballo, tres personas... Supe entonces de cierto que seguía soñando porque esas cosas sólo pasan en los sueños. Pero los que sueñan no saben que están soñando, ¿cómo podía saberlo yo si no era porque se trataba de un sueño dentro de un sueño? Estaba claro que allí no había libro, ni manuscrito, ni espejo, ni imagen ni nada. Efectivamente, me encontraba de nuevo en el salón, con el móvil en la mano, marcando el número que venía en la tarjeta del desconocido pero en el diván había alguien que se me parecía sospechosamente, agarrado a un manuscrito y que me interpelaba:
"Sigue, sigue. ¿Qué más va a decirle?"
"Que es Juanjo Millás tan claramente que hasta el título de la obra es un juego que remite a ese mundo fantástico que está creando, que lleva años creando, como gran escritor que es. Ese Los objetos nos llaman es una variante del que ha citado en alguna ocasión, Los objetos me llaman, atribuyéndoselo a un autor de su invención, un tal Pierre Clausaut".
"Bueno", me contesté con displicencia, "en la literatura todo es invención, imaginación fantasía..."
"Claro", atajé dejando de llamar por teléfono de momento, "pero es que la cita que le conozco es de un artículo del diarío El País, titulado Dudar de uno mismo.
"Eso es peor. Es transgresor porque se entiende que la prensa debe ser testigo fiel...".
"Ja. No lo sabes tú bien. Por ahí hay un infeliz que ha dejado una pregunta en internet, en el Foro Millás pidiendo orientación para encontrar el libro de Clausaut. O sea que está ocurriendo como con el Necronomicón de Lovecraft, que Borges decía haber encontrado en la Biblioteca Nacional cuando fue su director siendo así que se lo había inventado el autor de los mitos de Cthulhu al que Borges adoraba. Claro que estos van por lo trascendente y Millás va por lo inmanente porque consigue dar dimensión fabulosa, insólita, a la inmanencia misma. Es como Hoffmann..."
El yo mismo del sofá rompió a reír diciendo:
Kafka, Lovecraft, Borges, Hoffmann...chico, pareces un crítico pagado. ¡Vaya compañías que buscas a Millás!
Ignoré olímpicamente su insinuación de venalidad y marqué el número que aparecía en la tarjeta: no existía. Me asaltó una sospecha. Miré la dirección en Google: tampoco existía; la calle terminaba diez números antes de lo que rezaba la dirección. Tenía que enfrentarme a la realidad: aquel individuo del ascensor me había engañado. O a lo mejor tampoco existía y lo había inventado yo como Millás la ropa interior de mujer de pétalos y raicillas. Finalmente, ¿acaso no estaba soñando? Pero cuando volví al salón, descubrí sobre el diván el manuscrito de Los objetos nos llaman y ya no supe qué pensar. Claro que aquello era Millás en estado puro: narraciones sorprendentes, divertidas en su mayoría, con mucho punto surrealista y del absurdo. Ionesco flota por varios de los relatos huyendo del muerto que va ocupando su casa como los muertos ocupan parte importante de la narrativa de Millás. Muertos que tienen una vida subrepticia como en ciertos relatos de Fernández Florez, otro pariente cercano del Premio Nacional de literatura de este año.
Como no sabía qué más decir ni hacer, olvidándome de mi propia presencia en el diván decidí que para librarme por fin de tan extraño sueño, lo mejor sería tumbarme en la cama a dormir o a hacerme el muerto. Pero de nada me sirvió porque al instante me tenía a mí mismo al lado diciéndome, como la madre de Millás a su padre: "A mí no me engañas. Sé perfectamente que te has muerto."
Fue entonces cuando desperté. ¡Qué extraña pesadilla había tenido! Un desconocido en el ascensor que quería ser Juanjo Millás cuando, como todo el mundo sabe, Juanjo Millás soy yo.
Juan José Millás, Los objetos nos llaman Barcelona, Seix Barral, 2008, 245 págs.