dimecres, 11 de juny del 2008

El arte del retrato.

El museo de El Prado tiene una estupenda exposición de pintura renacentista centrada en el retrato entre 1400 y 1600 en el edificio de la ampliación, entrada de los Jerónimos. Se reúne en ella una amplia representación de obras flamencas e italianas, las dos grandes familias de la retratística de la época. Aunque, por supuesto, es imposible juntar una muestra suficiente de la enorme proliferación del género en el Renacimiento, la verdad es que la exposición es abundante y muy representativa. Además no solamente tiene pintura sino varias esculturas, obra gráfica y algunas medallas y monedas que en cosa de retratos han sido siempre buen soporte y siguen siéndolo. Mi única queja es que la entrada a ocho euros es muy cara. Se me dirá que hay unas horas, de 18:00 a 20:00 de entrada gratuita, cosa que me parece muy bien para quien pueda ir al museo en ese momento. Yo empleo las de comer y ocho euros me parecen una pasada, aunque traten de justificarse dando paso a las colecciones permanentes del Museo. Faltaría más.

El retrato es un subgénero pictórico que tiene sus reglas y sus achaques. Muy frecuente en la escultura de la Antigüedad parecería no haberlo sido tanto en la pintura pero eso probablemente se debe al carácter más perecedero de los materiales pictóricos que han hecho que se pierdan las muestras de la sempiterna afición de la gente a dejar prueba de su paso por este pícaro mundo bajo la forma de su vera efigie. Cuando se utilizaron técnicas más duraderas, como los frescos con materiales resistentes, los retratos abundan; los procedentes de Paestum del fin de la época clásica en Grecia y comienzo de la helenística, dan buena prueba de ello.

En la Edad Media el retrato parece haber sufrido un eclipse, escasamente compensando por la rígida imaginería de reyes reales o imaginarios, del que comienza a recuperarse en la Baja Edad Media y el gótico tardío así como en el primerísimo Renacimiento como época de transición. Giotto y Simone Martin son los más célebres adelantados de las escasas obras de retratística de su época. El florecimiento del género se da ya en el quinquecento, de la mano del mayor individualismo que empieza a imponerse en el siglo. Cierto es que casi toda la pintura de la época es de encargo pero en el caso de los retratos el encargo es específico, centrado en la imagen de una persona concreta cuyo semblante quiere tenerse presente y su memoria conservarse por los motivos que sean. Los retratos póstumos (como el famosísimo de Giovanna Tornabuoni, que se encuentra en el museo Thyssen o el del abuelo con el nieto, de Ghirlandaio, que forman pareja en esta exposición) son buena prueba de ello.

Junto a los retratos cortesanos, de reyes, príncipes o condottieri, en poco tiempo se abre paso también la retratística de clases medias ascendentes, de banqueros (piénsese en el famoso matrimonio Arnolfini, de Van Eyck, que se encuentra en la National Gallery de Londres, una obra temprana de 1432), profesionales, poetas, humanistas, intelectuales. Algunos retratos de artesanos o comerciantes manifiestan una finalidad de ascenso social y prestigio de estas profesiones a través de un rico programa iconográfico que trata de vincular a los retratados con algunas virtudes o riquezas no necesariamente espirituales.

La exposición incluye un anónimo que representa a Federico de Montefeltro, Duque de Urbino y que debe de ser copia del cuadro de Pedro de Berruguete (que reproduzco más arriba) sobre el mismo personaje, de cuando el pintor español pasó una época en la corte de Urbino. Ese magnífico retrato, con perspectiva de sotto in sú de un triunfante condottiero de la época, condensa el espíritu renacentista. Federico aparece representado como una mezcla de guerrero e intelectual con armadura y libro al tiempo que gobernante justiciero de su ducado, simbolizado en la espada, y amante padre, pues el pintor ha incluido en el cuadro a su hijo. Es una magnífica pieza que trasmite el fondo psicológico del personaje, su fortaleza de carácter, su seguridad y aplomo, así como una veta de prudencia, propia del gobernante mezclada sin embargo con una pizca de dureza y aventura explicable por una circunstancia física que él se ocupaba de ocultar a la posteridad: era forzoso pintarlo de estricto perfil puesto que una cicatriz le cruzaba el lado derecho del rostro, desde la sien al mentón y lo había dejado tuerto. Eso se aprecia en el cuadro de Berruguete si se observa con atención la insólita postura del Duque de Urbino que sólo puede leer con un ojo, lo que lleva a la imaginación a representarse la figura del gigante Polifemo, con quien involuntariamente se asocia al representado, una mezcla pues de civilidad típicamente renacentista y salvajismo mitológico. Esa característica queda también manifiesta en el no menos fascinante retrato de perfil del mismo personaje, realizado por Piero della Francesca, como pendant al de su esposa, la duquesa de Urbino, con el puente de la nariz hendido por el tajo. Y lo mismo sucede con la divertida remake que hizo Botero del retrato de della Francesca. Ninguno de estas piezas está en la exposición y es una lástima porque muestran un hilo conductor de la pintura.

Lo que sí hay es una muy breve muestra de autorretratos, cosa que me ha animado un poco a poner en práctica un brumoso proyecto que tengo de colgar una serie de posts sobre este tipo especial de retratos, un subgénero del subégenero que para mí tiene una gran importancia, porque es el momento en que la pintura se lanza a la búsqueda de la imagen de sí misma, en que los pintores se preguntan por sí mismos, indagan en su interior, preguntan por su doble, intentan fabricar también su vera efigie para convencer a los demás con su idea de sí mismos.

Traigo aquí el autorretrato de Rafael con un amigo desconocido (de quien se presume fuera su maestro de esgrima) y que es un cuadro sorprendente que sumerge al espectador en el mismo tipo de duda metafísica que lo asalta al contemplar Las Meninas velazqueñas, más de un siglo después. Exactamente, ¿a quién miran Rafael y su amigo en ese cuadro? ¿A nosotros, que seguimos desfilando por delante de la obra según pasan los siglos, haciéndonos la misma pregunta que es a la vez respuesta a la muda requisitoria que nos envían los artistas? Es esta una suposición gratificante cuando uno piensa que nosotros, nosotros mismos, que tampoco somos celebridades hayamos podido estar en la retina del pintor, ser el objeto de la mirada genial de Rafael. ¿O quizá miran al verdadero autorretrato del artista que estaría en donde nosotros nos ponemos ahora para contemplar el cuadro? Es decir, es una manifestación excepcional del arte pictórica con una apabullante economía de medios.

Merece la pena asistir a la exposición aunque muchas de las obras ya se exhiben habitualmente en el Thyssen o en el propio Prado. Se gana una buena perspectiva del arte del retrato en el Renacimiento en su conjunto, cuando el hombre adquirió repentina conciencia de su dignidad de ser humano y pidió ser inmortalizado no como gobernante, rey o emperador o incluso Dios, sino como individuo concreto, portador de una serie de cualidades y un carácter personal, cuyo reflejo constituye normalmente el reto de los pintores. Hay diversas muestras de estas concreciones, como el grandioso retrato ecuestre de Carlos V en la batalla de Mühlberg, de Tiziano o el autorretrato de un Durero juvenil en Italia, que se pintaba a sí mismo como un Jesucristo.

Con el género retratístico y según va uno mirando y remirando muchos de estos retratos (y de otras épocas) a lo largo de la vida, a medida que va uno cambiando y haciéndose más sabio o más estúpido tiene uno la impresión de que se construye una especie de galería de antepasados, con los que guarda diferentes relaciones. Por ejemplo, jamás podré mirar con ojos de adulto el retrato del infante Baltasar Carlos de Velázquez, porque tuve una reproducción suya durante muchos años en mi dormitorio cuando niño.

dimarts, 10 de juny del 2008

Sesenta y cinco horas.

El proyecto de directiva sobre la jornada laboral que ayer aprobaron los ministros de Trabajo de la Unión Europea (UE), pendiente ahora de su paso por el Parlamento, tiene un extraordinario significado material y simbólico. Precisamente por eso llevaba tres años rodando por los despachos de la Unión, impulsado sobre todo por Gran Bretaña pero sin poder salir adelante debido a la oposición de Francia, Italia y España. Ahora Francia e Italia han cambiado de parecer, sumándose a la oleada de derechismo que invade el continente y España sola no podrá parar la norma por mucho que el ministro español del ramo, señor Corbacho, asegure que se trata de un retroceso al siglo XIX, en lo que tiene razón.

La importancia material de la reforma no escapa a nadie. Aunque es cierto que se trata de una directiva que no es de aplicación automática en los países miembros, pues estos han de incorporarla a sus ordenamientos quedando en libertad para hacerlo como quieran, es claro que estará operativa en muy poco tiempo ya que, con la movilidad de empresas e inversiones que hay en Europa, éstas se dirigirán a los países que adopten la directiva, abandonando a los que se resistan, dado que la norma es de sumo interés para el capital. También es cierto que se trata de un tope máximo de sesenta horas por semana (sesenta y cinco en ciertos casos, como el de los médicos), pero sería ingenuo ignorar que los empresarios sólo contratarán trabajadores que acepten la prolongación de jornada, máxime teniendo en cuenta que los británicos han impuesto su criterio del opting out, que implica la posibilidad de contratos individuales bilaterales entre los empresarios y los trabajadores.

Esta vuelta a la contratación individual -siempre bajo el manto de la voluntariedad que, innecesario es decirlo, podrá ser tal en el caso de los patronos pero raramente en el de los obreros- es un golpe todavía más fuerte al Estado del bienestar y a los derechos de los trabajadores que el de las sesenta y cinco horas porque supone el comienzo del fin de la contratación colectiva, base de la fuerza del trabajo y punto de apoyo de los sindicatos. En realidad la medida abre la puerta al dumping social en la UE. Durante los últimos años ese dumping social se limitaba a China y otros países y economías emergentes del Tercer Mundo, mientras que el privilegiado Occidente mantenía condiciones laborales dignas al tiempo que los capitales emigraban, las empresas se deslocalizaban, nuestras economías perdían competitividad y los mercados se veían invadidos por productos fabricados fuera que todos comprábamos por ser más baratos a sabiendas de que esa baratura se conseguía con jornadas laborales de doce y catorce horas, salarios bajísimos y condiciones laborales detestables en otras partes del planeta. Con esa directiva obviamente se pretende competir con aquellos países imitándolos en lo que tienen de peor.

Simbólicamente hablando la aprobación de la directiva tiene un impacto enorme. La conquista de la jornada de ocho horas, hasta hoy incorporada a todos los ordenamientos occidentales y punto esencial de la Organización Internacional del Trabajo, es el núcleo mismo del movimiento obrero puesto que está en el origen de la fiesta del primero de mayo. El mundo del trabajo la ha considerado siempre como una conquista irreversible de acuerdo con el viejo principio de los "tres ochos": ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho de ocio y para el hogar, como se recuerda en el grabado de la derecha, correspondiente a una conmemoración de principios de siglo de la jornada de ocho horas en Australia.

Pero es claro que irreversible no hay nada. Los viejos manuales de Economía Política marxista enseñaban que la jornada laboral era el resultado de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo en cada momento dado. Hace ya tiempo que, a raíz de un par de fenómenos, como fueron la primera crisis petrolera de 1973/74, el posterior hundimiento del bloque comunista quince años más tarde y el avance imparable de la globalización que se siguió, el capital se ha fortalecido mucho en tanto que el trabajo se ha debilitado por lo que era de esperar que el primero replanteara las relaciones con el segundo en un sentido más favorable a sus intereses y menos a los de los trabajadores.

Mientras hubo bloque comunista, que actuaba como contención, y un Estado del bienestar fuerte, respaldado por un movimiento sindical y obrero también fuertes, funcionó el llamado "pacto social liberal" de la postguerra. Éste hizo posible el milagro de altas tasas de crecimiento, altos salarios y buena cobertura de servicios sociales con condiciones laborales (seguro de enfermedad, vacaciones pagadas, jubilaciones, etc), lo que paradójicamente provocó un aburguesamiento y desmovilización de los trabajadores. Basta con ver la afiliación a los sindicatos o la asistencia a las manifas del primero de mayo. Esta inversión de papeles (trabajo débil frente a un capital fuerte) provocó ya a fines del siglo pasado un ataque contra el Estado del bienestar, consistente en privatizar los sectores públicos de todas las economías poner coto al "intervencionismo del Estado" y desmantelar la protección social. Ahora se pretenden privatizar también los servicios públicos y terminar el desmantelamiento de los Estados del bienestar, destruyendo las escasas conquistas del derecho laboral que quedan. Después de la abolición de la jornada de ocho horas (cuarenta/cuarenta y ocho por semana) vendrán la abolición del salario mínimo (una vieja aspiración del capital siempre dispuesto a dar trabajo a la gente a cambio de salarios de hambre), las vacaciones pagadas (otra aspiración de la patronal que, argumenta, aumenta mucho los costes de producción), la cobertura sanitaria universal, la prestación de servicios sociales gratuitos y a saber que pasa con el sistema público de pensiones.

No sé si este nuevo ataque a las conquistas del derecho del trabajo provocará algún tipo de movilizaciones, pero está claro que se hace asimismo en un momento muy bien escogido, al comienzo de una crisis económica plagada de incertidumbres con amenaza de subida del paro, que es lo que más debilita a los trabajadores y restringe sus posibilidades de acción. Pero si no se movilizan hoy tendrán que hacerlo mañana pues la revisión que el capital quiere hacer del pacto de la posguerra no ha llegado al final ni mucho menos. Es decir, la cosa se puede poner peor.

Por último, aunque no pertenece al ámbito simbólico de consideración sino al de las elaboraciones académicas, me gustaría saber cómo explicaríamos hoy día aquellas sesudas teorías de los sociólogos de antaño que hablaban de la "sociedad del ocio" y otros mitos de este jaez, como la "sociedad de la opulencia". Con jornadas de sesenta a sesenta y cinco horas, poco será el ocio de que se pueda disfrutar.

La primera imagen es una reproducción de una viñeta de Punch, vol. 101, 19 de septiembre de 1891 bajo licencia de Project Gutenberg. Al pie tenía una leyenda que, traducida, decía así: Procusto. "Vamos, muchachos, voy a haceros a todos iguales para que quepáis en mi camita".- Coro: "¡Oh, Dios! No es posible establecer un horario universal igual de trabajo sin infligir un gran daño a los trabajadores.")

Vicios nacionales. El ruido.

Fiel a su promesa de fustigar los vicios comunes en la convivencia de los españoles, Palinuro combate contra el ruido como lo hace contra la fiesta de toros y una miriada de atentados contra el medio ambiente, etc, etc. El ruido es uno de los temas preferidos para fustigar porque es muy típico de España, casi privativo de ella. El ruido es ubícuo porque está en todas partes: la calle, las cafeterías, las casas de vecinos, las aulas etc. Es como una maldición bíblica. Cuanto se haga por mitigarlo o -no caerá esa breva- erradicarlo será poco. Por eso traigo hoy aquí el chiste de Forges ayer en El País que tiene mucha gracia y es muy cierto.

dilluns, 9 de juny del 2008

Más sobre el timo del ladrillo.

El sedicente gobierno socialista tiene en pie de guerra a los autónomos y al transporte en general, así como a la pesca de bajura, es decir a dos sectores del trabajo, pero ha salido en defensa de las inmobiliarias y las empresas de construcción, dispuesto a salvarlas invirtiendo dinero público para mantener artificialmente altos los precios de la vivienda en consonancia con los intereses de los especuladores del ladrillo. El mismo dinero que regatea a los autónomos del transporte. Me gustaría creer que es puro atolondramiento y no que esté haciéndose una política deliberada de proteger al capital que esquilma a la gente y dejar que esa misma gente se las componga como pueda. Pero cada vez es más difícil porque cada vez está más clara la línea gubernativa. Las declaraciones de la ministra de la Vivienda, señora Corredor, ya comentadas aquí en un post del seis de junio titulado La no crisis incitando a la gente a comprar vivienda ahora porque es el mejor momento son muestra evidente de la supeditación del Gobierno a los intereses de las inmobiliarias.

¿Por qué? Muy sencillo. La Ministra no puede desconocer, pues llevan años diciéndolo todos los organismos de analisis económico independientes y todos los servicios de estudios de bancos y entidades financieras, que la vivienda en España está sobrevalorada entre un 20 y un 40%. Y años quiere decir años. En el año 2005 el Banco de España decía que la vivienda en España está sobrevalorada en un 20%. En el año 2006 era el Banco Central Europeo el que advertía de que había síntomas de que el precio de la vivienda estaba sobrevalorado en la zona euro y por lo tanto también en España. En el año 2007, según un informe del Instituto Juan de Mariana, publicado en El economista la vivienda en España tenía una sobrevaloración del 40%. Es obvio que los precios no han bajado un 40%; es más, simplemente no han bajado, sino que, como dice la misma señora Corredor, aumentan ahora según el IPC. Entonces, ¿por qué dice la tal ministra que es el momento adecuado de comprar una vivienda? ¿Es que no lee los informes de los bancos ni siquiera la prensa? ¿No se ha enterado de que esa vivienda que quiere que compremos está sobrevalorada en un 4o%? Es claro que tiene que saberlo y que incita a comprar para favorecer a las inmobiliarias, para que éstas sigan vendiendo a precios inflados y se consolide la brutal sobrevaloración del 40% en detrimento de los intereses de la gente. Si además tenemos en cuenta que el euríbor está ya en un 5,5% y con tendencia al alza, lo que quiere decir que las hipotecas se han encarecido en una media de mil euros anuales y esperan aun tiempos más difíciles, es imposible no ver que esta señora ministra y el gobierno del que forma parte están al servicio de los especuladores del ladrillo, una especie de mafia que ha explotado y sigue explotando a cientos de miles de españoles.

Los tribunales acaban de dictaminar que no es posible declarar al Estado responsable civil subsidiario en el caso de la presunta estafa de Afinsa, es decir que los españoles (ya que el Estado al margen de la gente que pagamos impuestos, es como la "cosa en sí" kantiana, algo incomprensible) no tenemos por qué pagar las pérdidas de quienes metieron el dinero en aquella aventura. Resulta, sin embargo, que sí vamos a tener que pagar las casas de los especuladores del ladrillo, con el precio inflado del 4o% por decisión unilateral de la administración.

Y conste que no creo que esta sinvergonzonería sea directamente obra de ese asesor del señor Rodríguez Zapatero que ha dado el salto a un consorcio o algo así de empresas constructoras, el señor Taguas. No por nada sino porque no le ha dado tiempo a hacerlo (ya se encargará de hacer cosas peores) y porque, según se ve, al Gobierno no le hace falta que le orienten en su comportamiento; va él gustoso a favorecer a los empresarios en contra de los ciudadanos, habiendo comprado el especioso argumento de aquellos de que hay que parar la "caída" del sector para evitar el aumento del paro cuando está claro que el paro en la construcción ya se ha producido en buena medida y el que haya de producirse no lo va a evitar este tipo de medidas. Es decir, al final, como dice Carlos Slim (el segundo hombre más rico del planeta y por algo será) en una entrevista ayer en El País todas las crisis son oportunidades sobre todo para quien sabe verlas y puede aprovecharlas. Los especuladores del ladrillo venden a las administraciones públicas los pisos sobrevalorados que no pueden colocar en el mercado y reducen costes por otra parte despidiendo a los trabajadores que pasan a cobrar el subsidio de desempleo. ¿Quién paga ambas cosas? El conjunto de los ciudadanos, gracias al empeño del sedicente Gobierno socialista. Desde luego, una oportunidad de oro.

(Las imágenes son sendas fotos de Rante y de quapan, ambas bajo licencia de Creative Commons).

Visiones de la utopía.

La Revista Internacional de Filosofía Política dedicó su número de julio del año pasado a un semimonográfico sobre la utopía, a cargo de José María Hernández (La utopía en la estela del pensamiento político, Madrid, nº 29, julio de 2007, 252 págs) que acaba de llegar a mis manos. Contiene cuatro interesantes trabajos sobre este fenómeno que es al mismo tiempo un género literario y un concepto filosófico-político, un campo vastísimo, sin duda, sobre el que hace unas atinadas reflexiones introductorias el citado José María Hernández, al distinguir la utopia (y eutopía) de la heterotopía y determinar el momento (siglo XVIII, progreso y siglo de las luces) en que la utopía de hace ucronía.

El trabajo de Giulia Sissa, "Geniales gérmenes de ideas". La búsqueda de la perfección política de Atenas a Utopía, que contiene ideas muy sugestivas y muy bien expuestas, explica que el arranque del género utópico esté en la obra de Platón (aunque el nombre se lo diera luego Tomás Moro en 1516 con su Utopía) a causa de lo que podemos llamar el narcisismo de Atenas, la continua autoalabanza democrática y la idea de ser lo mejores que impregna todo el pensamiento griego, como después sucederá con el romano en tiempos de Cicerón y, desde luego, del griego Polibio, defensor de la idea de que Roma incorporaba la forma perfecta de Gobierno. Idea que luego San Agustín trasladará a la Ciudad de Dios. En principio, el género utópico surge como contrapunto a tanta autosatisfacción, una idea convincente en el caso de Grecia pero no acabo de ver en el de Roma, en donde no hubo utopías. La utopía se situa en la sempiterna pregunta de la filosofía política por la mejor forma de gobierno, aquella que procura la felicidad, la eudaimonia. Ésta está presente en la Kallipolis platónica, donde no hay hedonismo, pero sí eudaimonia. Ya Aristóteles, sin embargo, advierte lo que será después una constante del pensamiento político, que en la polis se da indistinta la mezcla de placer y dolor. Y es en esta tradición aristotélica donde Sissa da una original interpretación de la Utopía de Moro, al advertir que se trata de una crítica festiva a las ideas del humanismo erasmista y a su amigo Erasmo quien aparece como el conocido narrador de Utopía, Rafael Hytlodaeus, empeñado en hacer una mezcla que Moro consideraba inviable entre Platon y Epicuro. Utopía es entonces la crítica a ese programa imposible del reino de la vera nobilitas caracterizado por la imposible suma del comunismo y el placer epicúreo. El género, sin embargo, se independiza y su historia a lo largo de los siglos después de Moro es la del placer frente a las cuitas, los "cuidados", que han caracterizado el pensamiento político, la Sorge que Heidegger tomó del Fausto de Goethe y desarrolló luego en su obra cumbre, la misma que recogerá más tarde Foucault y que, después del hundimiento del comunismo, sigue vivo con fuerza creadora que ella sitúa en autores como Shklar, Wallerstein, Jacoby y Jameson.

El trabajo de Carlos Gómez, La utopía entre la ética y la política: reconsideración, centra la cuestión de la utopía frente a la ideología cuyo carácter multívoco elabora de la mano de Paul Ricoeur para concluir que si la patología de la ideología es el disimulo, la de la utopía es la evasión (p. 46). El engarce de la utopía con la política se ve de inmediato, según Gómez, al echar mano del concepto foucaultiano de heterotopía pues mientras la utopía no está en ninguna parte, las heterotopías (tanto las de "crisis" como las "desviación") sí están en lugares precisos en las sociedades humanas. Por último la utopía devenida ucronía arranca en el momento en que el profetismo judío sustituye la idea circular del tiempo por la del progreso lineal hacia una meta mesiánica. Y ahí incluye con mucho acierto el Principio esperanza de Ernst Bloch con esa idea tan suya (y que luego reaparece en nuestros días en la del republicanismo cívico aunque ya nadie se acuerda del filósofo germano-judío) del "andar erguido del ser humano". Sintetiza Gómez el utopismo de Bloch en aquella fórmula del "trascender sin trascendencia" (p. 51) que siempre me ha parecido paladina confesión de inferioridad del negociado del marxismo frente al cristianismo. Así nada de extraño que concluya su interesante exposición remitiendo de nuevo al "impulso utópico" de Paul Ricoeur y a la idea de Aranguren de la democracia como un fin "moral" siempre pendiente en el horizonte. Es obvio que la utopía sigue teniendo su funcionalidad.

El ensayo de Krishan Kumar, reconocido especialista en utopías, Pensar utópicamente: política y literatura, es una pieza estupenda en la que se aborda la utopía como género literario. La utopía tiene un doble origen, clásico (Platón) y judeocristiano (la Biblia). La ciudad ideal de Platón tendrá su réplica en las ideas renacentistas sobre la ciudad feliz y desde luego en la Ciudad del sol de Campanella. A su vez sostiene que la Utopía de Moro debe entenderse como una novela, una novela que está en el origen del género novelístico en occidente porque es exclusivo de Occidente pues no hay utopías en la historia del pensamiento oriental, chino o indio. Hoy día la literatura utópica (al estilo de Ursula K. Leguin que no hay que confundir con la ciencia-ficción) está confinada a círculos de aficionados y también ha desembarcado con fuerza en el cine desde la famosa Horizontes perdidos, una versión de la fábula de Shangri-la, hasta la trilogía de Matrix. Esta momentánea decadencia del género utópico se debe, en principio, a que es un género de "grandes narrativas" de las que desconfía el pensamiento posmoderno. No obstante hay un proceso de resurgir al amparo del capitalismo global que es la base de la cultura posmoderna, al decir de Jameson.

El ensayo de Ángel Rivero, Utopía versus Política, es una especie de reflexión sobre la clásica obra de Mannheim, Ideología y utopía, en donde la utopía se concibe como una crítica y negación del presente un boceto de cómo ha de ser el futuro. Sigue de cerca la clasificación en cuatro momentos del espíritu utópico en Mannheim: 1º) la rebelión de Thomas Münzer, que a Rivero no le acaba de convencer del todo como verdaderamente utópica; 2º) la idea liberal humanitaria del progreso y el tiempo, una de cuyas obras más representativas es El año 2440 de Sebastien Mercier; 3º) el conservadurismo, cuyo origen está en el famoso prefacio a la Filosofía del derecho de Hegel y el celebérrimo buho de Minerva; 4º) el momento ucrónico del socialismo y el comunismo ligados a la tarea del hundimiento previo del capitalismo

Fuera del campo estrictamente utópico encuentro interesante de reseñar el trabajo de Pablo Badillo O'Farrell, Continuidad y cambio en la filosofía política del siglo XX, que es como una cartografía del pensamiento político actual. Distingue dos grandes grupos de arranque: a) los teóricos de la rehabilitación de la política, al estilo de Strauss, Arendt o Voegelin, empeñados en el diálogo con los clásicos; b) la tendencia histórico-ideológica de la escuela de Cambridge, Koselleck, Skinner, Pocock, Viroli, empeñada en un enfoque analítico enfocado alternativamente al texto o al contexto. La versión contextual tiene de adalidad a Collingwood pero el autor admite que, en este terreno, en el continente, la voz más autorizada es la de la hermenéutica de Gadamer. Al día de hoy, tras ventilar la duda sobre si hay todavía o no una teoría política (Isaiah Berlin) , después de que Peter Laslett decretara su defunción, para declararla resurrecta luego de la obra de Ralws, la filosofía política entre la teoría jurídica del estado y la ciencia política empírica, ha venido ocupándose de asuntos de gran interés: el poder, la soberanía de los Estados (un tema candente) la función del mal y el miedo en la sociedad, los derechos humanos, el pluralismo y el multiculturalismo. Cierra el autor su repaso al estado de la cuestión en materia de filosofía política repasando la cuestión de la representación, condensada en la obra de Hannah Pitkin y ampliada en la de Sartori.

(Los dos cuadros son el primero de Holbein el joven, Retrato de Tomás Moro, (1521, seis años después de la publicación de Utopia), que se encuentra en la Colección Frick, en Nueva York, y el otro una curiosa copia que hizo Rubens del de Holbein; curiosa porque es menos barroca que el original).

diumenge, 8 de juny del 2008

El discurso de ERC.

ERC es un partido necesario en España. Además eso de que sea abiertamente republicano y esté recordándolo todo el día me lo hace especialmente simpático. Pero no es por su republicanismo sólo por lo que es necesario en España, sino por su independentismo activo y... pacífico. ERC es la mayor fuerza de deslegitimación del terrorismo etarra puesto que deja bien a las claras que en España se puede ser independentista y gobernar. Y no solamente gobernar, sino gobernar tratando de conseguir la independencia, no nominalmente sino de hecho. Porque uno de los puntos de la propaganda etarra y su entorno mediático es que España no es una verdadera democracia y que en ella no se puede defender el independentismo pacíficamente. Justo la existencia de ERC prueba lo contrario.

Lo que sucede es que lo que quiere decirse es que España no es una democracia porque no cabe obtener la independencia por medios pacíficos. Y eso es otra cosa. Desde luego, está por ver que España (o el Estado espñol) acepte la voluntad de independencia de una mayoría de vascos o de catalanes pacíficamente expresada; pero es que antes hay que ser eso, mayoría. Cosa que sólo puede averiguarse de verdad en estado pacífico, no de guerra. Esa idea de que hay que conseguir a tiros lo que no se ha probado que no pueda conseguirse pacíficamente es el punto negro de ETA, lo que demuestra su falta de legitimidad. Lo que empezó para luchar contra Franco no puede servir después para luchar contra la democracia, salvo que se sostenga, contra toda lógica, que la democracia y el franquismo son lo mismo, que es lo que pregona ETA y muchos apoyan pues, dicen, la democracia procede del franquismo, pero es una procedencia cronológica, genética, no conceptual. Y ya se sabe que los hijos no heredan los pecados de los padres.

Así que es estupendo que haya ERC y que se recupere del batacazo que se dio en las elecciones de nueve de marzo pasado cuando perdió cinco de ocho diputados que tenía en la legislatura anterior en el Congreso. Para hacerlo ha ido por la vía asamblearia, cual es su carácter y ha celebrado elecciones a Presidente y Secretario General, una estructura presidencialista similar a la del PP. Los ganadores son los del continuismo más o menos aggiornato, señores Puigcercós y Ridao. El tripartito, en principio, continuará, pero la nueva dirección de ERC quiere una renegociación, lo que puede ponerlo en peligro o, lo que es más seguro, permitirá a ERC hacer lo que más le gusta: estar en el Gobierno y en la oposición al mismo tiempo. Es un partido de gente inteligente que sabe que lo importante es tener opciones abiertas. Nada que ver con ETA que ha llevado a su equivalente vasca al trullo, por bruta.

Cierre de oro de las primarias.

Creo que ha estado muy bien la señora Clinton en su discurso, aceptando la victoria de Mr. Obama con deportividad y restaurando la unidad del Partido Demócrata. Es un buen ejemplo de juego político democrático y, con este gesto, en mi opinión, se redime de los momentos malos y hasta odiosos de la campaña, algunas insidias y golpes bajos. En el fondo, los Clinton no tienen a quien culpar de su fracaso sino es a sí mismos. Comenzaron demasiado fuertes, excesivamente seguros de sí mismos (hablo en plural porque planearon la campaña, en la medida en que lo hicieron, como una especie de tándem), iban, como se dice, muy sobrados; no consideraron la posibilidad de que las cosas pudieran ponerse feas. Al fin y al cabo, Mrs. Clinton era la candidata inevitable. Además cometieron el imperdonable error de principiantes de minusvalorar a su adversario.

Ignoro qué posibilidades reales hay de que finalmente salga un ticket conjunto de los dos, con la señora Clinton de vicepresidenta, en la convención de Denver en agosto. Debe de ser muy difícil desde el punto de vista personal. Pero a los efectos de conseguir el máximo apoyo entre los votantes seguramente es una buena idea. Máxime teniendo en cuenta que Mrs. Clinton tendría un cometido específico en la Vicepresidencia: la universalización de la seguridad social en los Estados Unidos, algo con lo que cuentan todos los Estados del bienestar europeos y que en los EEUU está clamoramente ausente. Así habría una nítida división del trabajo.

Sea como sea, resultará emocionante la campaña electoral hasta el mes de noviembre, cuando se abrirá la posibilidad de que los Estados Unidos tengan su primer presidente negro. Los Estados Unidos, en donde aun no hace cincuenta años había segregación racial en bastantes estados del Sur y donde todavía existe el Ku Klux Klan y diversas organizaciones neonazis, partidarias de imponer a tiros sus mitos sobre la supremacía blanca.

Otra cosa será en qué medida la presidencia del señor Obama representará realmente un cambio en la política exterior e interior del país más poderoso de la tierra. Quiero creer que lo habrá, pero no cabe olvidar que los EEUU están de hecho gobernados por una tupida red de intereses empresariales que funciona por su cuenta, casi automáticamente. Cuando menos, el señor Obama da la impresión de no estar poseido por el mismo estúpido y arrogante cinismo de los actuales gobernantes estadounidenses. Pero queda por ver si eso será suficiente para implantar ese cambio en el que podamos creer.

dissabte, 7 de juny del 2008

Cuando los periodistas son la noticia.

Leo en Libertad Digital que el señor Chaves, presidente de la Junta de Andalucia está invirtiendo dinero público, dinero de todos los contribuyentes, en salvar del naufragio a los promotores andaluces, y me llevan todos los diablos. Pero ¿qué clase de socialistas son estos que ayudan a los empresarios que están esquilmando a la gente hace años y tienen a cientos de miles agobiados con las hipotecas por causa de sus precios abusivos? Esto sí que es un engaño y una estafa y algo por lo que estoy seguro de que no votaron los electores del PSOE.

¿Qué quieren estos gobernantes? ¿Que los jóvenes sigan sin poder emanciparse? ¿Que nadie pueda comprar un piso? ¿Que la gente siga entrampada hasta las cejas? ¿No quedábamos en que la situación del mercado inmobiliario español era el resultado de las políticas neoliberales de la derecha? ¿Y qué es lo que quiere hacer ahora la sedicente izquierda? Pues obviamente, salvar de la crisis a las inmobiliarias que han estado forrándose a costa de los españoles y hacerlo con el dinero de esos mismos españoles.

"ZP, no nos falles" gritaban los jóvenes al presidente del Gobierno quien durante la primera legislatura no hizo literalmente nada por ellos en el asunto de la vivienda, mientras que en la segunda, bien claro está, anda engañándolos y con ellos a todos los españoles, a base de obligarlos a pagar para que los empresarios del ladrillo no tengan que bajar los precios. Bastaba con escuchar ayer a la ministra de la Vivienda, señora Corredor, tratando de incitar a la gente a la compra de pisos ahora que el euríbor está al alza desbocada y los bancos no conceden créditos si no es con sacacorchos, como si fuera la agente de las inmobiliarias.

¿Qué diablos tiene esto que ver con la izquierda o con el socialismo? Es una sinvergonzonería que ni la derecha se atreve a practicar. Espero que la gente no lo olvide cuando haya que votar de nuevo. Y que no me digan que saco la noticia de Libertad Digital y que, por lo tanto, puede ser falsa. Ni hablar: está claro que la política del señor Rodríguez Zapatero está a favor de los empresarios del ladrillo y en contra de la gente, esto es, está defraudando a sus votantes.

Es tanta mi indignación que prefiero hablar de otra cosa. En concreto de unas declaraciones de doña Cristina Schlichting, recogidas en El Plural. La locutora, que tiene un programa de la COPE, afirma que hay periodistas que están haciendo política, no información. Eso se llama morro. Porque la señora López Schlichting sabe de sobra quetal cosa es lo que hacen los periodistas de su cadena, empezando por ella, que llevan años sosteniendo al PP y haciendo lo posible por atacar a sus rivales y que aquel gane las elecciones, con tanto denuedo incluso como el que ponen los "socialistas" por proteger los intereses del capital inmobiliario, de naturaleza fundamentalmente especulativa. Ningún periodista de la COPE hace algo distinto que política y en una medida superior a la suma de todos los demás periodistas de todos los demás medios, excluida Telemadrid, que es una emisora a la mayor gloria de doña Esperanza Aguirre, agujero de despilfarro y nido de manipulación contumaz. Es más, precisamente la COPE es la única emisora desde la que un significado periodista, don Luis Herrero, ha dado el salto a la política práctica como eurodiputado del PP.

Precisamente porque los periodistas de la Cope no paran de hacer política a favor de la derecha, en especial sus dos locutores astros, han acabado siendo ellos la noticia, especialmente el señor Jiménez Losantos que va de juzgado en juzgado por su irrefrenable tendencia al insulto y la injuria. Y siempre que un periodista es noticia no por asuntos personales sino por su forma de hacer periodismo, de "encuadrar" las informaciones, ya sabemos que se trata de un periodista más o menos sectario. En este caso concreto, además del sectarismo, opera que el periodista en cuestión interviene directamente en los asuntos del partido, a favor de unos en contra de otros, trata y conspira con unos dirigentes para descabalgar a otros; en definitiva, es más que un periodista orgánico, es por así decirlo, el aparato mediático del partido (y de la Iglesia católica que, en sí misma, es un partido, el de Dios), aceptado por todo el mundo. Así que ¿de qué está hablando la señora López Schlichting? Debe de pensar que la gente es tonta.

(La imagen es una foto de contra-terrorismo mediático, bajo licencia de Creative Commons).

Un hombre elegante.

Como llevo toda la semana en Burgos, liado con los exámenes de la UNED, que son un curro y el escaso tiempo libre lo he dedicado a seguir de cerca la no-crisis económica, ésta que no existe, no pude dedicar ni medio comentario a la muerte de Mel Ferrer, acaecida hace un par de días. Pero no quiero dejar pasar la ocasión de postear sobre uno de los actores que más me gustaron en mi adolescencia, aunque no fuera uno de aquellos galanes aplastamundos triunfadores a quienes nada se resistía. Ferrer nunca alcanzó un estrellato comparable a Clark Gable, Gary Cooper, Burt Lancaster, John Wayne, etc. Creo que era demasiado refinado, sutil, matizado, para ello. Además era hombre de matices, cosa peligrosísima porque, al no estar cortado de una sola pieza, te puede caer algún papel de malo y, sobre todo, si lo haces bien, eso te puede costar la carrera. Que yo creo que es lo que le pasó con su papel de Noel, Marqués de Maynes (el señor de la Côte d'Azyr en la novela de Rafael Sabatini), refinado, malvado, peligroso espadachín al que ha de hacer frente el buenísimo André Moreau (Stewart Granger), alias Scaramouche, una peli con los más fabulosos duelos a espada que he visto en mi vida y que riánse Vds. de los de Errol Flynn o los del "temible burlón". La verdad es que, aunque la peli estaba tan cargada como unos dados de tramposo a favor de Moreau, siempre me cayó mejor De Maynes y eso gracias a Mel Ferrer.

Me ocurría lo mismo con la adaptación que hizo King Vidor de Guerra y Paz. Aunque el director y los productores, De Laurentiis y Ponti, estaban empeñados en ensalzar la figura del afrancesado Pierre Bezujov (Henry Fonda) en detrimento de la del príncipe Andrei Bolkonski (Mel Ferrer), contradiciendo con ello el espíritu de Tolstoy, Bolkonski salía ganando siempre a mis ojos.

Lo vi en algunos otros films de los que guardo recuerdos dorados porque me impresionaron mucho. El primero, era yo casi un niño, Los caballeros del Rey Arturo, aunque he de confesar que por entonces andaba más entusiasmado con Robert Taylor, que hacia de Lanzarote y, claro, la bellísima Ava Gardner, de Ginebra. Vista de nuevo muchos años después, hay que reconocer que Mel Ferrer sale muy airoso del desagradecido papel de Rey Arturo que le encasquetaron en la ocasión. Ferrer volvio a compartir papel (aunque como figura más de segundo plano, el destino de este actor) con Ava Gardner en la versión que hizo Henry King de la novela de Ernest Hemingway, Fiesta, que es como se llamó en español The Sun also Rises y que es una de las que más me gustan, no de Hemingway sino de todo el mundo y que tardé mucho en ver. Los protagonistas son Tyrone Power y Ava Gardner y a Ferrer le dieron el papel también secundario del judío Robert Cohn, complejo, difícil carácter con el que todos se meten. Pero Ferrer lo bordó.

Para mi gusto, donde Ferrer se superó fue en el papel del titiritero cojo de Lilí, con Leslie Caron, pues era el punto central y el verdadero protagonista de aquella historia poética, sentimental y tierna que le gustaba a todo el mundo, incluidos los chavales. Vamos, que miro hacia atrás y todavía lo veo de tipo gruñón y enamorado, con aquel gesto adusto y unos ojos que lo traicionaban continuamente. En efecto, un prodigio de actor en la gama de matices. Descanse en paz.

(La imagen, con Audrey Hepburn, entonces esposa de Mel Ferrer, con éste, Frank Sinatra y el príncipe Romanov en Las Vegas en 1956, el año de Guerra y paz, es una foto de Danperry, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 6 de juny del 2008

La no-crisis.

El Confidencial Digital publicaba ayer un análisis titulado Diez datos a vuela pluma de en qué se nota que hay crisis económica a pesar de que lo sigan negando Zapatero y Solbes en el que se decía que los síntomas de la crisis eran los precios de los alimentos, la ruina de las inmobiliarias, las subidas de los carburantes, las movilizaciones inminentes, los cierres de establecimientos, el hundimiento de ventas en grandes superficies, los cierres de empresas, los pisos que se desocupan, el paro imparable y el descenso drastico en el consumo de las familias. Parece evidente, ¿no? Pues no, señor. De inmediato sale el muy competente señor Solbes y aclara que de crisis, cero; aquí lo que hay es un frenazo más brusco de lo esperado; nada más; el mismo señor Solbes cuyos cálculos y profecías quedan desmentidos no bien acaba de enunciarlos. Y el señor Rodríguez Zapatero, probablemente muy bien asesorado, insinúa que quienes hablan de crisis son poco patriotas; derrotistas, que se diría en la República; antiespañoles, como los calificaría Franco. El gobernador del Banco Central Europeo, señor JeanClaude Trichet, tan competente como el señor Solbes, supongo, dice que la cosa está muy fea, que se va a poner peor y deja entrever que para el verano todavía piensa subir más los tipos interés, lo cual ahogará aun más a las familias con hipotecas en España, que van a pagar la crisis quieran o no. A su vez, la UBS, una de las firmas financieras mundiales más importantes, a rebosar de competentes analistas económicos, sostiene que España entrará en recesión en el tercer trimestre de este año. ¿Cómo es posible que se puedan hacer juicios tan disímiles, diagnósticos tan dispares acerca del mismo fenómeno y sostener que se hacen en función de una supuesta competencia?

Y eso es en Europa. Si comparamos los dos lados del Atlántico, el asunto es de chiste: mientras los europeos suben los tipos de interés, los estadounidenses los bajan. Y que ambos piensan que están enfrentándose a un mismo fenómeno se observa en que de vez en cuando coordinan sus medidas, por ejemplo, para inyectar liquidez en los mercados y salvar de apuros a los bancos, que esos sí que no deben sufrir, vive el cielo. O sea que no solamente no se ponen de acuerdo en el diagnóstico del fenómeno que reconocen ser el mismo, sino que adoptan terapias contrarias en según qué casos. Eso sí, sobre la base de una gran experiencia, mucha competencia y conocimiento científico.

Ayer, la ministra española de la Vivienda, sin duda también muy competente, decía que es el momento adecuado para comprar una vivienda. Lo que me faltaba por ver era a una ministra socialista actuando como agente de las inmobiliarias. Espero que no lleve comisión. Porque hasta al más lerdo se le alcanza que no es el momento más adecuado de comprar vivienda alguna salvo para las inmobiliarias; a la gente normal le interesa seguir esperando hasta que los precios bajen de verdad, que no lo han hecho todavía ni lo harán mientras las grandes empresas sigan teniendo ministros como vendedores. Eso lo ve cualquiera. No hace falta ser economista, ¿verdad? Entonces, ¿qué pensar de la ministra? ¿Quiere engañar a la pobre gente para que se entrampe con hipotecas en un horizonte de subidas de tipos o simplemente no sabe lo que dice?

También ayer un amable lector me perdonaba la vida y me recomendaba ocuparme de mis zapatos por haber opinado que la economía, la doctrina económica, está tan afectada por la subjetividad como la poesía. Es decir, me mandaba callar. Callar para que hable ¿quién? ¿La experta señora Corredor? ¿El experto señor Solbes de quien el no menos experto señor Montoro dice que no sabe por dónde le viene el viento? Y conste que no creo que el señor Montoro sepa más que el señor Solbes. Creo que ninguno de los dos sabe nada, entre otras cosas porque probablemente no se puede saber.

Veamos: hace diez meses que vivimos en una situación de sobresalto, crítica, sin que en ese tiempo nadie en todo el mundo haya sabido explicar las razones del fenómeno.Todo lo más que se ha llegado a decir es que es una "crisis de confianza", que es algo así como cuando Rubén Darío hablaba del "trueno azul", porque es una explicación (la de las socorridas subprimes) que sólo afecta a una minúscula parte de un complejísimo y globalizado conglomerado de causas y efectos de los que nadie tiene las claves explicativas; ni puede tenerlas porque la crisis, recesión, frenazo o lo que sea cambia de día en día por los motivos más insólitos. Típica consecuencia de la "sociedad del riesgo globalizada" de Ulrich Beck. Y, por no saber, los sedicentes expertos no solo no saben cómo interactúan las causas, ni cuántas ni cuáles son, tampoco saben cuánto va a durar el fenómeno, qué dirección tomará, a quiénes afectará y qué medidas son las más adecuadas para corregirlo. En esas condiciones, mandar callar a los demás, callarlos respecto a aquello que los afecta más directamente en sus vidas, las hipotecas, el paro, el bienestar de sus familias, la perspectiva de tener que volver a sus países, es una muestra tan evidente de soberbia injustificada que tiene otro nombre que no digo por educación pero que está relacionado con la pretensión tecnocrática de tratar a la gente como menor de edad cuando los únicos menores de edad son los que tales cosas pretenden.

Es una actitud de falta de respeto muy frecuente entre quienes pretenden imponer sus criterios en materias esencialmente opinables. Cuando menos, otros científicos sociales, reconociendo la esencial contingencia de los fenómenos que estudian, son más relativistas, más humildes y admiten que la gente normal tenga algo que decir sobre los asuntos que le afectan directamente en sus vidas, aunque sea a golpe de intuición, de sentimiento, de subjetividad. No se trata de que los economistas alcancen el nivel de comprensión de un Gramsci cuando decía que "todos somos filósofos", pero sí que ajusten sus pretensiones a su eficacia verdadera a la hora de comprender la realidad en la que pretenden actuar. Algún economista hay por ahí que tiene una columna de periódico destinada a calificar de "tonterías" las ideas económicas de los demás que no le gustan. Pero las suyas no parecen ser mejores, dado que no se ha hecho rico todavía (prueba es que ha de escribir esas columnitas) ni ha aportado nada para resolver la lamentable situación en que se encuentra la economía de su país.

Por supuesto, en estas condiciones de incompetencia e ignorancia generalizadas, al lado de la economía, la poesía es una ciencia exacta.

(La imagen es una foto de Torchondo, bajo licencia de Creative Commons).

La perfectibilidad de la democracia II.

Sigo con la revisión del número monográfico de Sistema. Antes de continuar, sin embargo, unas palabras sobre el título de la perfectibilidad de la democracia. A mi entender, una característica esencial de esta forma de gobierno es su explícita aceptación de NO ser perfecta (incluso de desconfiar como de la peste de quienes hablan de formas perfectas de gobierno), sino de aspirar a un perfeccionamiento continuo. De aquí se sigue necesariamente una actitud abierta a la crítica ya que en muchos casos ésta contribuye a mejorar aquella. Mal demócrata será quien rechace sin más cualquier propuesta de "democratización" o cualquier crítica a un supuesto déficit democrático. En cierto modo la historia de la democracia es, si se permite el juego de palabras, la de la democratización de la democracia. La forma de gobierno que dio origen al término mismo de democracia en la polis ateniense no pasaría hoy el examen democrático del siglo XXI; como tampoco lo pasarían las democracias occidentales de voto restringido, masculino o censitario de los siglos XVIII a XX. Recuérdese, por ejemplo, que en algunos cantones suizos las mujeres no votaron hasta 1974. Igual que muy probablemente las democracias de comienzos del siglo XXI no pasarán el cedazo democrático del XXII. Por eso, democracia y perfectibilidad son términos cuasi sinónimos. Perfectas han pretendido ser otras formas de gobierno, desde la Civitas Christiana al Reich der Tausend Jahre hitleriano, pasando por la Monarchia Hispanica y el Estado comunista de todo el pueblo. Frente a estos intentos yo metería a la democracia dentro del cajón de lo que me gusta considerar como las chapuzas con éxito. La democracia es una chapuza, como la Unión Europea, que funciona porque todo el mundo sabe que no solamente no es perfecta, sino que está llena de defectos que hay que arreglar permanentemente y a la desesperada porque, si no, nos quedamos sin ellas. Probablemente sea esa perenne necesidad de estar tapando vías de agua de estos desvencijados navíos (que requiere el afán de todos los implicados y de ahí la conveniencia de la participación) la que los mantiene a flote mientras los Titanic se hunden.

El trabajo de Enrique Peruzzotti, La rendición de cuentas social en la democracia: nociones y experiencias en América Latina, arranca de la consideración de Guillermo O'Donnell sobre una situación deficitaria de rendición de cuentas en Latinoamérica, tanto en su forma horizontal como en la vertical, específicamente en las elecciones. Éstas no pueden suplir a aquellas porque: a) el voto no sirve para señalar qué acciones y/o políticas concretas están señalándose para castigarlas o premiarlas; b) el electorado no puede coordinar el voto de forma que se pueda utilizar éste para pronunciarse sobre la acción pasada del gobernante o sobre sus proyectos; c) hay una gran asimetría entre la información de que disponen los votantes y la que tienen los insiders (p. 114). Propugna Peruzzotti una rendición social de cuentas como complemento a las elecciones que permita: 1) una fiscalización más regular y permanente de la labor de los gobernantes; 2) una fiscalización dirigida no sólo a los representantes electos sino a distintos tipos de funcionarios de las burocracias estatales; 3) una fiscalización instantánea, en el momento, frente a acciones indebidas de las burocracias; d) una acción que no es individual sino que implica mayor participación y una coordinación social en forma de redes; 5) una mejora de la información pública; 6) un mayor conocimiento de las necesidades de la población y, en consecuencia, una mejora de las políticas públicas destinadas a satisfacerlas. En cuanto a los vehículos principales de estas formas de exigencia de rendición social de cuentas, entre otros, Peruzzotti considera las organizaciones ciudadanas (p.117), los movimientos o protestas coyunturales (p.118) y las organizaciones vecinales o comunitarias (p. 118). Encuentro valiosas estas sugerencias y las incluiría en un capítulo de formas prácticas de organización de la democracia directa como intento de vencer las tradicionales objeciones de la alta teoría a esta forma de organización democrática. Lo que me llama la atención en el trabajo de Peruzzotti (pero esto es crítica que dirigiría a todos/as quienes han colaborado en este número) es que no haga ni mención de las posibilidades que el mundo de la web abre a todas estas propuestas más o menos parainstitucionales y ello en un mundo en el que las refexiones sobre este asunto adquieren ya la prestancia de una subdisciplina llamada de formas diversas: gobierno electrónico, democracia en red, ciberdemocracia, etc.

El ensayo del latinoamericanista Manuel Alcántara, La democracia en América Latina: calidad y rendimiento, celebra en tonos casi ditirámbicos el avance de la democracia en la región y lleva su entusiasmo al peligroso terreno de lo profético viniendo a decir que la democracia en América Latina está asentada ya para siempre y que no hay que temer involuciones de carácter golpista (pp. 131 y 146). Da la impresión de manejar una idea hipostasiada de democracia a la que le vendría ancha cualquiera de las consideraciones sobre su perfectibilidad siendo así que, sin embargo, los diversos índices que utiliza para calibrarla (y al margen de los mayores o menores sesgos que puedan presentar) ya delatan una situación muy escalonada en la que hay países más y países menos (incluso mucho menos) democráticos. Los índices que emplea para dar mayor respaldo empírico a su trabajo (si bien advierte de que no es suficiente y sostiene que será necesario proseguirlo) son el de Freedom House, el IDD-Polilat de la Fundación Konrad Adenauer, el The Economist Intelligence Unit (EIU) y el de Levine y Molina (pp. 132-137) que presentan diferencias de elaboración metodológica pero dan unos cuadro de distribuciones y frecuencias de países similares y que el autor hace visibles mediante un gráfico ordinario y un HJ-Biplot muy plástico. El resultado viene a ser de cuatro grupos de mayor a menor democracia: 1) Chile, Costa Rica y el Uruguay; 2º) Panamá, el Brasil, la Argentina, México y la República Dominicana; 3º) el Perú, El Salvador, Bolivia, Nicaragua, el Paraguay, Colombia y Honduras; 4º) Venezuela, Ecuador y Guatemala (p.140) Cuba ni aparece. Como balance pasa el autor a un territorio francamente prescriptivo que llama "los rsultados de la política" en el que propugna: 1º) mayor participación; 2º) más eficacia y eficiencia del Estado en la prestación de servicios públicos (único momento en que aparece aquí algo parecido al "rendimiento" del título); 3º) la reducción de la brecha de la desigualdad; 4º) la reducción de las políticas identitarias, que ve peligrosas; 5º) el excesivo protagonismo de los medios de comunicación (pp. 143-145). Son prescripciones que no van a gozar de aclamación unánime; como tampoco lo hará la jerarquización de los países en la "escala de democracia". En fin, es un rasgo que impregna todo el por lo demás meritorio trabajo y que queda patente en una afirmación categórica como la siguiente : "La democracia en América Latina tras un lapso de un cuarto de siglo se encuentra asentada" (p. 146). ¿Seguro? Por no decir ¿qué democracia?

El ensayo de Alfredo Alejandro Gugliano, Mirando hacia el Sur. Trayectoria de la democracia participativa en América Latina, enlaza en cierto modo con el de Peruzzotti en que se centra en la cuestión de la democracia participativa y en sus formas prácticas, que no quiere decir empíricas. La crisis del Estado del bienestar (tema recurrente en el número, aunque no tanto como la referencia a Dahl) lleva a la aparición de formas participativas como los consejos populares y las asambleas de barrio. Pero lo que más interesa a Gugliano, probablemente por ser brasileño, es la experiencia de los presupuestos participativos al ejemplo del de Porto Alegre. Estos presupuestos participativos, en su articulación real, se dividen en tres formas, según como se articule en ellos la participación: asamblearios, deliberativos y mixtos (p. 161). Gugliano considera después dos formas que, en principio, parecen superar los límites de estos presupuestos participativos, en concreto las experiencias de Venezuela y de la ciudad de Montevideo. De Venezuela en concreto dice Gugliano que "es la única nación que hasta el momento incorporó la idea de democracia participativa al texto constitucional, estimulando la organización política de los ciudadanos en los diferentes niveles de la sociedad" (p. 165). Está claro que hay una contradicción entre esta valoración y el bajo lugar que ocupa Venezuela en la escala democrática del profesor Alcántara. Personalmente me inclino más por la clasificación de Alcántara, sin dejar de apreciar el punto de vista de Gugliano, pero esta discrepancia debiera ser suficiente para hacernos ser más relativistas en nuestras conclusiones en un terreno que, nos pongamos como nos pongamos, es muy incierto. Finalmente Gugliano hace una brevísima síntesis de las críticas que razonablemente cabe oponer al modelo de la democracia participativa, casi como si lo molestaran, si bien es de justicia resaltar que las expone con limpieza académica. Son éstas (y no son triviales): falta de control ciudadano de las deliberaciones de las asambleas, interferencia de los intereses partidistas, influencia de los viejos (sic) caudillos políticos, privilegios de ciertas organizaciones sociales, mayor tendencia a la privatización de la economía (p. 167). Hay para pensar en esto y para modular la eficacia de las fórmulas participativas como sustitución de la democracia reprsentativa.

El ensayo de Ricard Zapata-Barrero, Democracia y multiculturalidad: el ciudadanismo como argumentación política, recoge la propuesta de evolución de la democacia de Dahl y la sitúa en el momento actual de la globalización cuya característica esencial es el pluralismo cultural. No podemos permitir que éste entre en contradicción con el principio democrático cosa que está pasando en opinión del autor desde el momento en que en el conflicto entre inmigrantes y ciudadanos se da prevalencia a los intereses de los últimos, la actitud que él llama ciudadanismo (p. 173). Y aún las hay peores. Su examen de la multiculturalidad se articula en un plano sustantivo, dividido en tres vertientes fáciles de entender, la social, la política y la moral (p. 174). A continuación pasa revista a lo que podríamos llamar el "frente anti-multiculturalidad" bajo el más moderado epígrafe de "restricciones en la definición de una política del discurso sobre la inmigración" que atribuye a diversas agencias: al sistema electoral (e institucional en general, supongo), a los partidos políticos, a los medios de comunicación y a la casuística de los acontecimientos concretos y conflictos que se generan permanentemente (pp. 178-181). El producto más alarmante de la actitud restrictiva en el discurso sobre la inmigración es la aparición de los nuevos populismos que Zapata analiza detalladamente como una forma de discurso reactivo (p. 184) y muy dependiente del contexto y consecuencia de sus fuentes de legitimación (p. 186). Mientras la multiculturalidad queda reducida, como sucede aquí, a cómo enfocar la cuestión inmigratoria (con inmigrantes de allende las fronteras estatales) en la democracia, el planteamiento de Zapata me parece impecable y subscribo su afirmación de que el ciudadanismo constituye uno de los principales retos (incluso amenazas) a la teoría de la democracia (p. 195). Sin embargo, también llamamos multiculturalidad o multiculturalismo (la una como realidad y el otro como actitud ante dicha realidad) a un problema de convivencia de mayorías y minoría(s) nacionales en un mismo territorio y que puede dar origen a movimientos migratorios asimismo. En puridad no debiera haber diferencias en ambos casos pero de hecho las hay dado que los inmigrantes "interiores" son tan ciudadanos como los otros y, en principio,no puede haber restricción que valga. Se verá la diferencia en el artículo siguiente, de Valentina Pazé. Quedémosnos aquí con un punto curioso que arranca de la cadena lógica que vertebra la retórica populista según Zapata y es muy revelador al dar el paso a la segunda forma de multiculturalidad (por cierto, también un reto para la democracia): 1) El ciudadano es el fundador de la acción política, económica y cultural; 2) esta legitimidad se está alterando como resultado de procesos de multiculturalidad; 3) elpopulismo busca restablecerla (p.188).

El artículo de Valentina Pazé, La democracia ante el reto delmulticulturalismo aborda esta problemática cuestión de modo muy decidido. Cruza espadas con los principales valedores de la política multiculturalista, defensores de los derechos colectivos de las minorías nacionales, como Charles Taylor o Will Kymlicka a los que acusa de actitudes no democráticas por pretender proteger las identidades minoritarias por ley en lo que a la autora se le antoja una típica contradicción performativa, o sea, una especie de fantasía de omnipotencia. Para Pazé el error de este planteamiento arranca de su dualidad en la medida en que quienes defienden estas identidades minoritarias parten de una idea de la comunidad como herencia y como proyecto (p. 199), en donde claramente se refleja la pretensión quebequesa y también la vasca o la catalana y que consiste en que no consideren insostenible la pretensión de hacer con los ciudadanos en su interior lo mismo que la comunidad mayor hace con ellos en el Estado. En román paladino, que el nacionalismo vasco esté dispuesto a tratar a los vascos nonacionalistas de la forma que no tolera que el nacionalismo español trate a los nacionalistas vascos en España. La autora dibuja aquí la cadena lógica de estos partidarios de defender coactivamente la identidad minoritaria que resulta similar a la del populismo explícita en el artículo de Zapata: a) el mundo está subdividido en varios grupos culturales (juicio de hecho); b) la diferencia cultural representa un bien que tiene que ser protegido y promovido (juicio de valor); c) para ello no bastan las instituciones clásicas concebidas por la teoría liberal-democrática, sino que son necesarias medidas políticas y jurídicas ad hoc (teoría política prscriptiva) (p. 200).

La conclusión evidente es que, para Pazé, teóricos como Kymlicka razonan como los populistas de Zapata y su actitud frente a la democracia tendrá alguna concomitancia. Un interesante punto de vista que descansa sobre la agria polémica en la que centra su trabajo la autora acerca de si hay o no derechos colectivos. Allí donde Kymlicka los sostiene, Pazé los niega por cuanto todo reconocimiento de derechos a un ente colectivo entraña una conculcación de los de los individuos que residen en su seno y son los únicos posibles titulares de derechos de acuerdo con la concepción liberal clásica. Un punto de vista muy digno de tener en cuenta y muy cierto de no ser porque tropieza con una petición de principio: la preexistencia de un ente colectivo, el Estado, que es el que tiene el derecho a nombrar a los titulares de los derechos pero que no es menos colectivo que las colectividades que pretenden formarse en su seno. Para entendernos: es el pueblo del Estado en su conjunto (aquí llamado nación) el que enuncia la ley que impide a otros fragmentos esa nación (o Estado) ejercer el derecho a la separación, el que no admite un ejercicio fraccionado de su competencia legislativa superior y originaria que sólo le corresponde colectivamente. Por tanto, sí hay derechos colectivos. ¿Cuáles? El de las colectividades que cuentan con un Estado, esto es, la posibilidad de imponerse por la fuerza a las pretensiones "disgregadoras" de otras colectividades en su seno. No hay, pues, fuerza en los razonamientos sobre la titularidad individual/colectiva de los derechos sino solamente el razonamiento de la fuerza del Estado.

(La segunda imagen representa a la diosa Democracia, erigida por los estudiantes chinos durante las jornadas de Tian Anmen en Pekín, en 1989, en una foto de Undersound y la tercera una interpretación del viejo cartel del Tío Sam adaptado a la petición de que se inhabilite al presidente Bush por “high crimes and misdemenors” en foto de Maia C, ambas bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 5 de juny del 2008

La subjetividad de la crisis económica.

Como todas las ciencias sociales, la economía tiene un problema muy serio a la hora justificarse como "ciencia" en el sentido en que lo son las matemáticas o la física, y es el carácter imprevisible e impredecible de su objeto de conocimiento: el comportamiento de los seres humanos. Seres humanos que no lo son menos cuando se dedican a la producción y compraventa de bienes que cuando se ocupan de matar a sus semejantes ("ciencia" de la guerra), de gobernarlos ("ciencia" de la política) o de enamorarse de ellos. Seres que actúan en el ámbito de la libertad al tiempo que en el de la necesidad; a diferencia de las cosas, que sólo lo hacen en el de la necesidad. Seres que están dotados de eso tan resbaladizo y peligroso que llamamos "subjetividad" y que también es algo muy socorrido para que los científicos sociales, entre ellos los economistas, disimulen sus fracasos exonerándose de toda culpa y echándosela a quienes los padecen.

El otro día tuve ocasión de escuchar a uno de esos doctinecios que no paran de hablar por los medios explicándonos que la "grave desaceleración" (vulgo crisis) económica que se nos viene encima es un ejemplo de manual de la llamada "profecía autocumplida". El conocido cuanto brillante razonamiento del engolado pavo era: "como la gente tiene la percepción de que las cosas van mal, restringe el gasto; al restringirse el gasto, las empresas reducen la producción y despiden gente; al ir la gente al paro, hay menos dinero y las cosas van peor; al ir peor las cosas, la gente aun restringe más el gasto; al restringirse..., etc". ¿Qué les parece? Menudo científico, ¿eh? Todo empieza con la "percepción de la gente" de que las cosas van mal. Sobre si las cosas van mal objetivamente y, sobre todo, por qué, ni una palabra del científico.

Bueno va que hacer ciencia teniendo que dar cuenta de la subjetividad de la gente es tarea imposible y nadie tiene la culpa de ello. ¿Por qué? Pues porque, aunque extraño, no sería descartable que, con la misma percepción original ("las cosas van mal") el comportamiento del personal fuera diametralmente opuesto: la irresponsabilidad en el consumo, frenesí en el gasto, claro que sí. Los seres humanos somos tan impredecibles como los dioses que decimos que nos hicieron. Pero de ahí a echarnos la culpa de la crisis gracias a la estúpida triquiñuela de la "profecía autocumplida" media un abismo. ¿Me explico?

El doctitonto farfulló algo acerca del factor de subjetividad del sujeto económico, la pantalla fundió en negro y yo me quedé pensando que había algo en aquel discurso que tenía que aclarar. Y, de repente, me acordé. Me acordé de una noticia que había leído el día anterior y que, inexplicablemente, no me había suscitado reacción alguna, nueva prueba de qué subjetivos somos. La noticia era que, preguntado el presidente del Gobierno por su hipoteca en una entrevista en directo en la SER, resultó que no sabía si ésta era a interés fijo o variable y se lo tuvo que recordar su esposa con un SMS: "Te has equivocado: nuestra hipoteca es a interés variable". Así como suena. Quien quiera puede oír al señor Rodríguez Zapatero diciendo que su hipoteca es a interés fijo.

Dejemos de lado el hecho perfectamente normal en los matrimonios españoles del más puro machismo de que sea la mujer quien se ocupa de la casa mientras el marido larga discursos por la radio. Supongo que el adalid de la igualdad de género explicará ese detalle sin importancia a sus numerosas ministras quienes, sin duda, le exigirán las correspondientes aclaraciones. Eso es peccata minuta.

Lo increíble aquí es que haya un español que ignore si la hipoteca que tiene que pagar todos los meses por su vivienda ordinaria es a tipo fijo o variable. Hechas las pertinentes averiguaciones y a reserva de datos mejor fundados viene a resultar que el señor Rodríguez Zapatero tiene una hipoteca en condiciones moderadamente ventajosas con el Banco Santander del señor Botín por un inmueble que supuso un desembolso de 440.000 euros quedando, imagino, adeudado el resto en una urbanización de Las Rozas, El mirador de Vera, en la que el precio mínimo de venta es de 600.000 euros, lo que permite inferir que la hipoteca irá desde 160.000 € hasta el precio real del inmueble, 200.000, 300.000, 400.000 euros; los que sean.

Las condiciones en España, con el euríbor al alza sin parar desde hace dos años son francamente malas para los hipotecados. Hay miles de familias ahogadas por el pago de las cuotas de las hipotecas, el índice de morosidad en enero de este año estaba en el 0,8% el más alto en cinco años, lo que quiere decir que son cientos los hogares pendientes de embargos y de perder sus viviendas. En esas circunstancias, ¿cuántos españoles pueden permitirse el lujo de ignorar si la hipoteca por su vivienda es de tipo fijo o variable? Y si alguien se lo puede permitir es, obviamente, porque su boyante situación económica no le produce quebradero alguno de cabeza. En tiempos de Felipe González se llamaba beautiful people a la pandilla de majaderos (algunos muy sabihondos) que rodeaban al entonces presidente asesorándolo en los arcanos de la economía. A los de hoy habrá que llamarlos los happy few e, incluso, podrá hablarse del happy one

Efectivamente, la economía es una disciplina tan invadida de subjetividad como la poesía y, como en la poesía, hay subjetividad trágica y subjetividad festiva. La del presidente del Gobierno es festiva, muy festiva. Como la subjetividad tiene mucho que ver con la sensibilidad, mi preocupación es hasta qué punto puede ser sensible a la angustiosa situación de sus compatriotas una persona que ignora todo sobre el centro de gravedad de la economía de aquellos.

Lo digo en serio: ¿qué confianza merece alguien que no sabe qué tipo de interés paga por la hipoteca de su casa?

(La imagen es una foto de Katy Lindeman, bajo licencia de Creative Commons).

La perfectibilidad de la democracia I.

La revista Sistema (tiene también una versión digital, llamada Sistema digital) acaba de sacar un número monográfico dedicado a la democracia de notable interés (Nuevos desarrollos de la democracia, Sistema, Madrid, nos. 203/204, mayo de 2008, 207 págs.), con artículos de especialistas nacionales y extranjeros y lo último en algunos de los debates sobre tan complejo asunto.


Antes de hacer una necesariamente breve referencia a los ensayos aquí reunidos, permítaseme una valoración de conjunto del número. El enfoque que se adopta es abrumadoramente teórico, normativo, cuando no directamente prescriptivo, sin trabajos de índole empírica que tanto abundan hoy en el campo politológico y sociológico. Algunos ensayos tienen cierto respaldo estadístico de carácter secundario, pero ninguno es propiamente empírico. Eso tiene sus ventajas e inconvenientes. En el terreno teórico-normativo el número se centra en tres o cuatro temáticas conceptuales que reflejan los estilos actuales de la investigación, como rendición de cuentas, calidad de la democracia, gobernanza y multiculturalismo y una territorial (América Latina), sin abordar otros aspectos de carácter más filosófico, ético, también de notable interés hoy día; es decir, se mantiene en un terreno intermedio entre lo empírico y lo abstracto, concentrándose en el orden de las "teorías de rango medio" mertonianas. Por último prácticamente todos los ensayos pivotan en torno a la obra de Robert A. Dahl o arrancan de ella, de forma que, avanzada la lectura del número, el lector no puede evitar la idea de que casi parece un libro homenaje al politólogo estadounidense de ascendencia noruega.


En cuanto a los ensayos en concreto, haré una breve presentación de su contenido y, expondré mis puntos de discrepancia, si los hay. Como el asunto será prolongado, lo dividiré en dos entregas, una hoy y otra mañana. El número se abre con un trabajo introductorio de José Félix Tezanos, Nuevos retos y desarrollos de la democracia en el siglo XXI, orientado a dar cuenta del llamativo fenómeno de la alienación política en nuestras sociedades en las que cada vez se participa más pero la gente tiene conciencia de que con menos trascendencia. Postula Tezanos una evolución histórica de la democracia que si es habitual en su configuración trinitaria, es heterodoxa en su determinación pues la articula en los momentos de a) paso de la sociedad tradicional a la industrial; b) sociedades de la segunda postguerra mundial; y c) época actual de mundialización. No estoy seguro de esta periodización vaya a prevalecer sobre la de Dahl o, incluso, Huntington. Tezanos encuentra que los límites de la democracia actual son de funcionamiento (de carácter institucional) y sociológicos (especialmente, las desigualdades), ambos muy ciertos pero que palidecen ante los problemas planteados por la mundialización.


Un ensayo del politólogo italiano Leonardo Morlino, Democracia, calidad, seguridad: presupuestos y problemas, es una elaboración de una ponencia en un seminario para la policía de Roma. Es muy claro y didáctico. Morlino explica a los policías en perfecto inglés que los cuatro apartados de la calidad de la democracia son: auditing, governance, performance y best institutional design (p. 23), con lo que resume el número monográfico y muestra que el más potente venero de teoría democrática es hoy día anglosajón. Recoge las archiconocidas condiciones de la democracia de Dahl (sufragio universal; elecciones libres, competitivas, periódicas y limpias; pluripartidismo; y fuentes alternativas de información) (p. 25) y les añade tres de su cosecha, a saber: rule of law, sociedad civil estructurada y contexto internacional (p. 26), de todo lo cual hablarán también los otros autores del monográfico. No sé si los policías se enteraron bien del nexo entre democracia y seguridad, pero Morlino les dio una lección magistral.


Benjamin R. Barber, La democracia en un mundo interdependiente soberano, aborda la cuestión de la democracia y la mundialización de modo poco frecuente, esto es, señalando que también se mundializa el crimen, el terrorismo, la inseguridad y concluyendo que, a menos que globalicemos la democracia o democraticemos la globalización, no habrá respuesta a la injusticia, también global, especialmente las desigualdades económicas. Hay en esta advertencia un eco de la venerable cuestión ya planteada en su día por Seymour Martin Lipset sobre la relación entre democracia y desarrollo económico. Barber aporta cuatro ideas innovadoras a un enfoque resolutivo de la cuestión de la mundialización bastante interesantes: a) las artes como expresión "natural" de la cooperación transnacional; b) la sociedad civil y la ciudadanía global como camino hacia la gobernanza global; c) enfoques empresariales transnacionales que permitan acercar la periferia al centro; d) arquitectura cívica y pública basada en las artes y el diseño como vía hacia la comunidad transnacional (pp. 42/44).


Philippe C. Schmitter, El diagnóstico y el diseño de la democracia, parte también de las famosas tres revoluciones de la democracia en Dahl, esto es, el tamaño, el ámbito y la escala, para añadir otras dos: el desplazamiento de las personas por las organizaciones como ciudadanos efectivos de la democracia (o sea, la perspectiva corporativa schmitteriana) y la profesionalización de la función del político (p.47). No sé hasta qué punto estas dos añaden algo a las tres de Dahl. Las conclusiones de Schmitter sobre las crecientes dificultades de legitimación de las democracias europeas occidentales y meridionales, así como las de Europa central son claras. La idea de que las democracias ya sólo serán capaces de rediseñar y mejorar la calidad de sus instituciones y prácticas democráticas mediante reformas parciales y graduales, es en el fondo una reelaboración de las tácticas fabianas y, más claramente, de la idea popperiana de la peacemeal social engineering. Más interesante me parece la definición normativa de democracia de Schmitter y Terry Karl: "la democracia política moderna es un régimen o un sistema de gobernanza en el que los gobernantes son responsables de sus acciones en la esfera pública ante los ciudadanos, y actúan indirectamente a través de la competición y de la cooperación con sus representantes." (p. 51) Hay ahí suficiente materia para discutir hasta el amanecer con el ilustre politólogo.

El trabajo de Blanca Olías y Esther del Campo, Buen gobierno, rendimiento institucional y participación en las democracias contemporáneas, indaga en las nuevas formas de gobernanza como medios de legitimación (en la estela de Beetham) después de lo que consideran es la crisis del Estado del bienestar y como un proceso de modernización. No me gusta nada el término escogido de modernización cuya carga ideológica ya quedó de manifiesto en los años ochenta del siglo pasado. Entienden las autoras que hay un proceso de evolución democrática desde la representación a la participación en cuyo curso se abre camino una mayor calidad de la democracia que va pari passu con el escalonamiento de los ciudadanos en tres tipos: a) free riders; b) watchdogs y c) activistas (p. 66). Es encomiable el esfuerzo clasificador, siempre científico, pero estos tres tipos piden mayor especificación de alcance semántico ya que están tomados de otros contextos (la economía, la comunicación) y se prestan a mucha confusión cuando se los entiende en su relación específica con los servicios públicos.


Juan Martín Sánchez, Entre la democracia post-liberal y el liberalismo post-democrático: la opción de las sociedades civiles, toma pie en una ponencia de Göran Therborn en el XI encuentro sobre El futuro del socialismo en 1995. Asimismo arranca de la posición de Dahl como contrapuesta hasta cierto punto a la de Schumpeter (más contrapuesta me parece a mí a la de Wright Mills, con quien Dahl polemizó directamente) al hablar de la pluralidad de asociaciones y la de Schmitter, que trae de la mano las corporaciones (p. 76) para postular la importancia actual de las asociaciones civiles que, consideradas (Hannah Pitkin mediante) en sus tres facetas como representantes, representadas y audiencias, le permiten una conclusión post-pesimista que recoge el reto lanzado por Therborn en la ocasión que menciona (p. 94).


El trabajo de Hans Harms, La necesidad de repensar la democracia II es una especie de pendant de otro publicado en su día en esta misma revista. Con el actual pretende desarrollar la propuesta del fallecido politólogo Peter Dienel sobre los "Núcleos de Intervención Participativa (NIP)", una idea práctica para conseguir aumentar los niveles de participación en nuestras sociedades, ya que Harms tiene la convicción de que la participación legitima la democracia. Al amparo de esto, el autor reflexiona sobre ciertos aspectos de los NIPs, algunos de los cuales son nuevos y otros tan antiguos como la idea misma de democracia, por ejemplo: la elección de los miembros de los NIPs por sorteo, la condición de los "expertos" que han de asesorar (interesante problema que el autor despacha de un plumazo y tiene un hondo calado) , la cuestión de la remuneración, el tipo de información que se maneje, la duración de las sesiones, la forma de las deliberaciones y los temas que cabe abordar. Un buen programa de carácter genérico, casi se diría un "tipo ideal". Los problemas empezarán cuando haya que poner carne en el esqueleto ideal; como se verá precisamente en los trabajos siguientes. Pero eso ya, mañana.

(La segunda imagen, que representa el monumento a la democracia que se encuentra en Bangkok, Tailandia, es una foto de keng, bajo licencia de Creative Commons).