Por supuesto que no. No faltaría más. España es un país serio, un Estado de derecho integral, en línea con los de su entorno cultural, Francia, Inglaterra, Italia, los EEUU. No tiene tiempo de ocuparse en menudencias de irredentismos provincianos y tristes parroquialismos. Su proyección internacional no le permite distraer recursos con mitomanías de mindundis independentistas. Los descendientes y herederos de Pavía, San Quintín, Lepanto, Belchite, Brunete y Perejil no están para perder el tiempo con supremacismos de campanario. Catalunya no importa a los españoles más o menos fascistas (a su vez, más o menos, la mitad del país) pues, si las cosas se ponen crudas, se envía a los Tercios de Flandes o a los regulares del África o la brigada acorazada Brunete. Tampoco a los españoles dizque liberales, demócratas y seudoizquierdistas (más o menos la otra mitad), pues si los catalanes siguen siendo díscolos, se les aplica el 155 y, si se tercia, se nombra a Colau virreina de Catalunya.
Los catalanes se creen muy importantes a causa de su complejo de superioridad, su supremacismo y su racismo. Los españoles entendidos en las cosas del principado, es decir, todos, pues no hay español que no sea entendido en todo, insisten en que Catalunya es una futesa, una mota de polvo en el albornoz hispano. Nada. Menos que nada. Y los fanáticos nacionalistas morderán el polvo pues los españoles saben de sobra que los indepes son minoría en Catalunya. Lo sabe a ciencia cierta Padro Sánchez porque se lo ha soplado un pajarito.
Puro mecanismo de protección. Catalunya es la máxima (y, en realidad, casi única) preocupación del Estado. No tiene otra y, si la tuviera la ignoraría para concentrarse exclusivamente en Catalunya, como lo hace, en un clima de insultos, agresiones, amenazas. Todos los días hay agresiones y/o insultos a Catalunya desde todas las instancias españolas. Inés Arrimadas, harta de montar pollos en Catalunya sin que nadie le haga caso, se cambia a Madrid y llevará sus pollos a la Carrera de San Jerónimo, en donde harán buenas migas con los cernícalos, buitres y gansos que allí abundan.
Catalunya, mejor dicho, la irremediable pérdida de Catalunya, saca de quicio a los españoles, los tiene de los nervios, histéricos, especialmente a los gobernantes y barandas en general en cualquier andadura de la vida. A la gente del común, a la que estos desvergonzados tienen desinformada e infantilizada no le interesa porque de Catalunya lo ignora todo.
Después de las elecciones del 28A, El Congreso de los Diputados, con una mayoría de más del 90% de anticatalanes, es un mentidero que solo sirve para buscar alguna coalición de gobierno que meta en cintura a los indepes catalanes. El congreso, en realidad, no legisla, sino que amenaza con el 155, ahora que este artículo de dictadura "constitucional" cuenta también con mayoría absoluta en el Senado, en donde los españolazos del PP han sido sustituidos por los españolazos del PSOE. Es decir, siguen siendo los mismos.
Los medios constituyen un frente unido anticatalán tan demagógico y manipulador como los medios en tiempos de Franco. Mienten, publican falsedades, están al servicio del gobierno en su guerra sucia contra Catalunya, engañan a sus lectores, chantajean o tratan de chantajear a activistas y gente comprometida. Emplean delincuentes al servicio de la policía a fin de envenenar el ambiente e inventarse delitos para procesar a los catalanes con la excusa que sea.
Los tribunales son la brigada togada anticatalana al servicio del gobierno. Jueces, magistrados, fiscales, etc., obedientes a la voz del amo, no tienen inconveniente en prevaricar, en atentar contra los derechos de los justiciables, en fabricar pruebas contra el independentismo. La sala de lo penal del Tribunal Supremo lleva un par de meses escenificando un juicio-farsa, una causa general contra el independentismo. La Justicia española no tiene otra cosa que hacer que vengarse de los catalanes, aplicándoles el "derecho penal del enemigo" y encarcelar a los dirigentes independentistas, aunque sea contra razón y derecho.
La policía y los servicios de seguridad del Estado gastan más en reprimir salvajamente a los catalanes (como en el 1-O), en espiarlos y boicotear los servicio públicos en Catalunya que en garantizar que España tenga una fuerza policial acorde con las pautas democráticas. No hacen otra cosa que guerra sucia anticatalana. Están dedicados a provocar a la gente, financiando bandas de matones callejeros, cuando no son los propios agentes que, disfrazados de civiles, se atacan a los ciudadanos pacíficos en Catalunya.
El gobierno dedica todas sus energías y recursos a reprimir el independentismo y tratar de hundir Catalunya.
El catalanófobo José Borrell, ministro de Asuntos Catalanes, ha puesto en marcha una gigantesca operación de propaganda a cargo de doscientos diplomáticos que, suntuosamente pagados con dineros públicos (en evidente malversación de fondos), se dedicarán en cuerpo y alma a perseguir catalanes en el exterior, tratando de contrarrestar el relato independentista. Están bajo la vigilancia de una tránsfuga de UPD -o sea, una organización protofascista-, Irene Lozano, enchufada del presidente del gobierno por haber sido la "negra" que le escribió el libro. También ella cobra un dineral que pagamos todos, incluidos los catalanes para que esta señora sin escrúpulos nos ponga verdes como supremacistas, racistas y antidemócratas. Ella, que es todas esas cosas y más, junto al gobierno de muymucho españolazos al que pertenece.
El Rey, con el calzón flojo, agarrado al legado de Franco, base de su inexistente legitimidad, sigue pegado al teléfono, tratando de presionar a empresarios catalanes para que abandonen Catalunya. Su acción exterior (ya veremos cómo va lo de las comisiones que su padre cobraba de Arabia Saudita) se reduce a envenenar en los gobiernos extranjeros en contra del país.
Ya se ve: decían los avisados, los listillos, los que se pasan de perspicaces y se las saben todas, muchos de ellos catalanes, que esto de Catalunya era un soufflé que se deshincharía antes o después,. Que carecía de importancia y los catalanes acabarían volviendo al seny y al pactismo autonomista. Cuando en realidad, en España no se hace nada, no se mueve un papel ni se aprueba medida alguna que no sea procurando el mal de Catalunya.
Y ¿con este mazo de fachas aterrorizados de perder Catalunya, de perder la gallina de los huevos de oro, tenemos que negociar? ¿Negociar qué? El Estado español jamás admitirá un referéndum de autodeterminación en España (aunque es la única solución) porque se queda sin país.
Solo lo hará si lo obligamos, si lo obliga Europa. Y aun así, tratará de hacer trampas. Las ha hecho siempre.