Con 24 horas de diferencia han hablado los dos líderes del independentismo, candidatos al Congreso. El domingo, Junqueras desde la prisión, el lunes, Puigdemont desde el exilio. Prisión, exilio, confiscación o algo peor son paradas frecuentes en las carreras de los nacionalistas catalanes. Por cierto, sobre algunos de esos ilustres exiliados, especialmente Xammar, tiene escritas páginas magníficas Quim Torra en su Viatge involuntari a la Catalunya impossible, ese tipo de ensayos que escribe el MHP entre diatriba y diatriba xenófoba, supremacista y antiespañola.
Los contenidos de las dos declaracionnes son coincidentes en el fondo y muy distintos en la forma. Lo más patente, la relación que ambos tienen con los partidos. Lo decíamos ayer: la fuerza de Junqueras es un partido de 90 años; la de Puigdemont, la ausencia de partido. Junqueras se honra en ser la voz de ERC. Lo dice él mismo. Puigdemont no quiere ser la voz de partido alguno. También lo dice él mismo. Quiere ser la voz de los electores catalanes, no solo de los militantes y/o votantes de los partidos, sino de todos/as las ciudadanas/os.
Está en su derecho. Habrá quien diga que el discurso carismático de Puigdemont es, en el fondo, una confesión de debilidad. Si el exiliado de Waterloo tuviera un partido fuerte, cohesionado, con experiencia, hablaría de otro modo. Es posible, pero intrascendente. Todo lo que es podría ser de otra forma. Pero es como es. En este caso, el Presidente no habla de partidos, sino de nación catalana. ¿En dónde está la debilidad? El profeta desarmado es tanto más fuerte cuanto más desarmado, porque su fuerza es moral. No reside en los medios materiales de que dispone, que bien parvos son, sino en el mandato de la gente, renovado una y otra vez, como legítimo presidente de la República catalana en el exilio.
Junqueras insiste en la larga historia independentista y acrisolada honradez de ERC. Hace muy bien luciendo títulos legítimos y si alguien se pica y se malicia que es un ataque disimulado a la cuestionable historia convergente, allá él o ella, que se rasque o se refunde. El candidato de ERC tuvo la elegancia y el buen gusto de no mencionar, ni siquiera insinuar, algo parecido. Un gesto encomiable.
Como encomiable es el del MHP Puigdemont condicionando su participación en un programa de TV3 a que no se vete la presencia de Junqueras. Si alguien quiere un ejemplo de juego limpio, del fair play con el que tanto da la lata Palinuro, aquí la tiene. Puigdemont no quiere ventajas a costa de la represión que sufre un competidor. Y mira que los políticos codician las apariciones televisivas, que tienen mucho impacto. Pero nadie que se precie se mide con quien no esté en igualdad de condiciones o tenga un handicap injusto. Si alguien se pica por ello y se malicia que es un reproche al hecho de que ERC no reaccionara con igual celeridad ante el intento de la JEC de excluir a los de JxC, allá él o ella.
El juego limpio es la base de la democracia.
La democracia, la base de la independencia.