dimarts, 18 de novembre del 2008

Caminar sin rumbo (XIV).

Reencuentro.

La verdad es que, además de pasar unos días al borde del Mediterráneo, corriendo el riesgo que comporta este mar de sugerir a los escribas vehementes tonos lírico-mitológicos, llegué a la ciudad de X*** con la intención de visitar a un viejo amigo a quien había tratado mucho en los años de la Universidad. Era por entonces un joven alto, bien plantado, guapo, con un éxito arrollador entre las chicas, extrovertido, amante de los deportes por las mañanas y las francachelas por las noches, dedicado al estudio en los tiempos que estas actividades le dejaban libre, así como Churchill cuenta que pasó unos años en Oxford estudiando en el poco tiempo que le quedaba libre entre regata y regata. Vlam, que así llamaremos a mi amigo, había ingresado en la Academia militar pero la dejó para seguir carrera civil. Tenía un carácter autoritario y valoraba mucho la disciplina, razón por la cual, quizá, se hizo rojo de inmediato y participó en las luchas estudiantiles de finales de los sesenta y primeros setenta. Tuvo sus más y sus menos con la policía y el famoso Tribunal de Orden Público y finalmente, en el postrer año de la carrera, por influencia de la última de una larga serie de novias, se apartó de la mística del combate, se dejó crecer el pelo, se agarró al Lobo estepario (¡qué traducción, Santo Dios!), se metió en el cuerpo todo tipo de substancias alucinógenas y se pasó a la mística de la contemplación.

Me acuerdo de que, por aquel tiempo, en unas vacaciones que pasamos en Katmandú, lugar de peregrinación obligada de los hippies de antaño, como La Meca lo es de los muslimes o Moscú lo era de los buenos comunistas, contemplando ambos las estrellas en una noche diáfana, hablamos largamente sobre los méritos y deméritos de la opción entre vida activa y vida contemplativa, como correspondía. Los dos éramos de canon. La acción, razonábamos, es ciega y la contempación, insulsa. ¿Qué nos quedaba? La "no-acción" y la "no-contemplación", decía él, que estaba muy empapado de budismo, especialmente zen, la nada, la sumisión en y a la nada. El Tao, añadía, mezclando cosmovisiones con alegría de neófito. Quería yo sacarlo de lo que me parecía un marasmo y le argumentaba que, en realidad, toda acción es contemplación y toda contemplación implica acción, cambio, mutación, como explica el principio de indeterminación de Heisenberg. Pero llegados a ese momento ya no obtenía respuesta de mi amigo que se sumía en un silencio y quietud que tal pareciera iba camino del Nirvana. Lejos estaba yo de suponer que, en uno de sus inexplicables giros, al terminar los estudios, Vlam se haría cargo del pequeño negocio hotelero de su padre en la costa, con la intención de convertirlo en un gran complejo turístico y hacerse multimillonario.

- Todo es mierda -me dijo al comenzar su nueva andadura- porque somos mierda y a la mierda volveremos. Y como el símbolo supremo de la mierda es el dinero, me voy a meter en él hasta las cejas.

Y así fue. En los años siguientes continuamos viéndonos con regularidad. Pasaba por casa en sus viajes a la capital, o bien iba yo a la suya en X***, cosa que me era fácil porque, aunque había prosperado más allá de todo lo imaginable, seguía viviendo en el pequeño hotelito que había heredado de su padre y que se llamaba Luz de Oriente, y allí me dejaba una habitación. Cuando él venía podía traer un Jaguar de fabricación exclusiva o cualquier otra extravagancia; ello si no llegaba en su jet privado. Me invitaba a comer en locales exclusivos y carísimos y hablaba sin parar de sus negocios, sus planes de expansión por el mundo entero, sus relaciones con los magnates de las finanzas, los políticos, las hermosas mujeres que adornaban las mesas y las camas de los triunfadores planetarios y se reía -bueno, nos reíamos- cuando le recordaba los años en que andaba descalzo poco menos que cantando el Hare Krishna.

Un día, ya bien en la cuarentena, se casó y sus visitas a la capital se espaciaron. Cuando venía hablaba mucho de su mujer, de la que estaba enamoradísimo y a la que se empeñó en presentarme pues decía, y tenía razón, que era una belleza. Fue en una noche en la que arrendó un local de lujo para nosotros solos y se la pasaron los dos bailando y follando como locos hasta el amanecer, cuando yo ya me había quedado sopa vencido por el champagne y el cansancio. Me despertó para decirme que no tenía arreglo, que era un frustrado y un fracasado y todo porque me había negado a que me acompañara una amiga de su mujer, hermosísima también por cierto, porque por entonces llevaba yo bastantes años casado y era fiel a la mía, con la que tenía dos hijos.

Al poco tiempo empezaron a llegar los suyos, las visitas mutuas se distanciaron más. Ya sólo hablaba de sus cuatro retoños pequeños (aquella beldad había resultado muy fértil), largas parrafadas que yo escuchaba con resignación cuenta habida de que los míos estaban a punto de entrar en la Universidad. Él lo tenía todo pensado. Se había mudado a vivir a una mansión en un barrio de lujo. La montaña de dinero que había hecho serviría de base para que sus cuatro hijos llegaran aun más lejos, más alto, más rápido. Tendrían que comprender que el mundo era suyo porque él lo había puesto a sus pies y ellos habrían de tratarlo a patadas, como Dios manda. Los ricos eran pura mierda, las clases medias mierda de quiero y no puedo y los pobres daban asco. La sociedad, la civilización no eran más que rotundos fracasos y como nadie podía ya retirarse a contemplar la vida debajo de un árbol porque no te dejan en paz, había que seguir y seguir a ritmo y tempo crecientes hasta que toda la mierda estallara de una vez y que, cuando ello sucediera, nos pillara en la cumbre. Recuerdo que le dije entonces que eso sonaba a nuestra conversación en Katmandú sobre la vida activa y la contemplativa treinta años antes. Me miró como si no me viera, como si fuera transparente y, al levantarse para salir, mientras el maitre le hacía zalemas, se giró hacia mí, sujetando su abrigo, y me dijo que había empezado a escribir sus memorias pero que se había dado cuenta de que eran tan disparatadas que había cambiado de género y las memorias se estaban transformando en una novela en la que, sonríó con malicia, "tú sales mucho".

Fue la última vez que lo vi. Pasaron quince años con el contacto interrumpido. Se entenderá por qué de pronto, en mi viaje a ninguna parte, se me había ocurrido ir a hacer a Vlam una visita como las de antaño. Siempre nos habíamos llevado bien, aun siendo tan distintos; yo guardaba muy buen recuerdo de él y estaba muerto de curiosidad por saber qué se hizo de aquella novela. Sigo las novedades literarias y no había visto nada suyo en aquellos quince años. Ni en los anteriores. Se comprenderá mi interés.

Eran las cuatro de madrugada cuando llegué a la puerta del hotel Luz de Oriente que estaba cerrado y con las luces apagadas. Pero no lo dudé un momento, sino que llamé al timbre y esperé; volví a llamar y esperé; tenía que estar allí, sabía que estaba allí; volví a llamar y volví a esperar. Por fin se abrió la modesta puerta de cristal que ocultaba el interior con una cortinita fruncida estampada de flores, y en el umbral, imponente, hosco e impaciente, estaba Vlam.

- ¿Qué desea? Está completo -e hizo ademán de cerrar de nuevo.

- Vlam -le dije-. Soy yo. ¿No me reconoces?

- No.-Y la puerta se cerró de golpe, dejándome perplejo, sin saber qué hacer, si aporrear el cristal hasta romperlo, volver a llamar, dar gritos, resignarme y regresar por donde había venido, sentarme en la acera, tumbarme a dormir allí mismo o llamar a un guardia. Estaba confuso, indignado, azorado, furioso, triste. ¿Cómo que no me reconocía? Era evidente que sí, que me había reconocido. ¿Qué signicaba aquello? En ese momento la puerta volvió a abrirse, Vlam se hizo a un lado, invitándome a pasar mientras decía:

- Claro que te reconozco, capullo. Eres mi personaje.

(Continuará)

(La imagen es un grabado al aguafuerte y aguatinta de Julius Klinger, El filósofo).

dilluns, 17 de novembre del 2008

Mirándose el ombligo.

La conclusión de la IX Asamblea Federal de Izquierda Unida (IU) ha sido un fiasco que no por previsible deja de ser lamentable. El mal que aqueja a la organización desde su comienzo, el fraccionalismo (y faccionalismo) amenaza con devorarla. Su nombre era y es clara refutación de su incomprensible creencia en que llamándose lo que no es ("unida") conseguirá materializar su deseo. Los que más hablan de unión son los más desunidos de todos; y no solamente aquí, en España, sino por todas partes. Estoy convencido de que el problema procede de la tradición comunista. No viene al caso enredarse en consideraciones históricas pero debe recordarse que la tradición del PCE, de hecho de todos los partidos comunistas del mundo, ha sido el escisionismo y el secesionismo y eso no se cambia de la noche a la mañana. En mi opinión ese virus secesionista del comunismo tiene por lo general raíces personalistas. Vuelvo sobre ello más abajo.

Así que el Partido Comunista de España (PCE), mayoritario (si no hegemónico) en IU, es el problema de la organización. Lo paradójico es que también es la solución. Y esta ambivalencia se aplica al propio PCE que con IU no va a ningún sitio y sin ella, tampoco. Ambas partes, el PCE vertebrado como partido pero sin legitimidad democrática por las connotaciones del comunismo y el conglomerado de otras izquierdas que tiene plena legitimidad democrática pero está desvertebrado, ambas partes, digo, hacen muy bien en tratar de mantenerse juntas cueste lo que cueste. Tiene que haber un sitio para una izquierda más radical que el PSOE que impida que éste se escore a la derecha.

Digresión sobre el bipartidismo fáctico del sistema nacional de partidos y las posibilidades de la izquierda radical. Habrá quien diga que esa duplicidad de ofertas electorales en la izquierda la perjudica en su conjunto sobre todo a la izquierda moderada a quien puede restar votos suficientes para alcanzar el gobierno pero también a la radical porque esta posibilidad hace que muchos de sus electores practiquen el voto estratégico para cerrar el paso a la derecha y voten al PSOE. Una aparentemente lógica conclusión de ello sería que IU debiera integrarse en el PSOE. Pero esto tampoco es posible: los socialistas no aceptarían nunca una corriente organizada comunista en su interior porque, además, perderían un porcentaje elevadísimo de sus votantes más centristas. La única posibilidad sería la disolución de IU y la integración de sus militantes en el PSOE, pero ello querría decir que desaparecería esta izquierda radical cuya necesidad hemos dado por supuesta (otros dirán que no es necesaria y debe disolverse) ya que no es probable que el PSOE cambiara su discurso porque, de hacerlo, de nuevo tendría merma de votantes y una probable escisión de carácter socialdemócrata. En resumen las relaciones entre IU y PSOE no tienen arreglo ni entendimiento posible y la realidad muestra que así es puesto que oscilan entre la colaboración llamazarista (que muchos en su interior llaman subordinación) y el enfrentamiento anguitista. Y muestra más esa realidad: muestra que tales relaciones se dan en el orden personal con un trasvase de militantes de una organización de izquierda a la otra, generalmente de IU al PSOE cuya vis atractiva es mucho más fuerte que la de la Coalición. Por descontado, las motivaciones de esos movimientos de trasvase que a veces son directamente personales y otras mediando algún tipo de organización que se crea ad hoc para justificar el trasbordo son personalistas. Fin de la digresión.

El origen del fraccionalismo en el movimiento comunista ha sido siempre el personalismo y es exactamente lo que sucede en IU. Luchas personales por el poder. Si es además por los cargos lo dejo al buen juicio del lector. En todo caso personalismo. Un personalismo tan desaforado y evidente (oculto a veces tras genéricos enunciados ideológicos) que ha llevado a la Asamblea a votar cinco candidaturas distintas y componer un órgano colegiado con cinco orientaciones (y obediencias) personales distintas. ¿O no llaman ustedes personalismo a una situación en que los delegados aprueban casi por unanimidad una declaración política (como si quisieran quitarse de encima tan molesto engorro para dedicarse a lo que más los apasiona que es la intriga y el pasilleo) pero luego no pueden ponerse de acuerdo en quiénes llevarán la batuta de la acción?

No he leído esa declaración con propósito de refundación que se ha aprobado porque no la he encontrado en parte alguna (ni en la página de Izquierda Unida), pero sí he leído atentamente los tres documentos políticos presentados a la IX Asamblea Federal. Por supuesto unos me parecen mejores que otros pero entiendo que no hay diferencias substantivas entre ellos con lo que se explica la rapidez y unanimidad con que ha aprobado un texto consensuado. Sobre todo teniendo en cuenta que quienes hubieran podido poner alguna objeción (la corriente Espacio alternativo) ya hicieron el mes pasado lo que suelen hacer estas izquierdas: mutis por el foro dando a conocer una declaración en pro, cómo no, de la construcción de una verdadera izquierda anticapitalista. Y eso es lo sorprendente: ¿cómo estando los demás de acuerdo básicamente en las cuestiones ideológicas, programáticas, interpretativas no son capaces de designar un Coordinador General? No quiero fastidiar pero ¿tiene alguien una explicación mejor que la del personalismo, la vieja herencia comunista? Y la cosa lleva pecado porque justamente cuando el capitalismo se hunde en la que ya va siendo la peor crisis de su historia, deja todas sus vergüenzas al aire y muestra un grave déficit de legitimidad, con lo que se da una ocasión propicia para que quienes creen disponer de una alternativa justa y viable la pongan a debate y decisión de un pueblo acogotado por el desastre económico, justamente entonces los autores de la alternativa están concentrados en mirarse el ombligo y moverse la silla unos a otros.

Hay algo más de aquella herencia que quisiera comentar antes de despedirme. Los documentos políticos que he leído están muy bien. Insisto, con diferencias, unos más extensos que otros o haciendo hincapié en aspectos distintos y con diferente fuerza de convicción. Contienen una explicación de la crisis del capitalismo, de la situación político-económica española y mundial así como unas propuestas de acción con las que coincido ampliamente. Algunas cosas me parecen algo voluntaristas pero, en lo esencial, es un programa razonable de la izquierda con el que simpatizo. Mi problema y conmigo, imagino, el de más gente, es que seguimos sin ver un pronunciamiento claro, rotundo, sin ambages por la democracia o (para que me entiendan los neomarxistas que redactan estos textos en los que se habla de "revolución" y de "socialismo" sin precisar los términos) la democracia burguesa, que es la única que hay. Sigue faltando una declaración formal de renuncia expresa a la violencia. Y no se diga que por tal se entiende solamente la terrorista; violencia es también la acción callejera, asamblearia, "consejista" que pretenda imponerse a la via parlamentaria. Sigue sin formularse una aceptación sin reservas de la idea de que la "democracia representativa" no es un medio para un fin supuestamente superior sino un fin en sí mismo. Y mientras eso no quede claro y sea convincente, la sospecha de falta de legitimidad democrática de los comunistas y quienes con ellos se asocien hará muy difícil que nada de lo que emprendan consiga un apoyo popular superior al que la coalición ha venido teniendo. Que no es despreciable, desde luego, y le luciría más con un sistema electoral distinto, pero que la deja muy lejos de vislumbrar siquiera la posibilidad de hacer realidad otra de sus más queridas consignas, la de izquierda "transformadora". En las sociedades democráticas las transformaciones sólo pueden hacerse con mayorías parlamentarias y las mayorías parlamentarias no parecen conseguirse con enunciados ambiguos acerca de la "revolución" y el "socialismo".

Supongo y espero que, pasado el plazo que el Consejo Político Federal (o la mitad del mismo) se ha dado, designe un Coordinador General. Pero me atrevo a vaticinar que no le servirá de mucho si la organización no aborda el verdadero problema que tiene, el de los personalismos, especialmente difícil de resolver en épocas electoralmente bajas, cuando la expectativas de acallar disidencias otorgando prebendas disminuyen. Téngase por último en cuenta que una solución de izquierda a ese problema palmario no debiera ser el reparto de cargos, sino la generación de un empeño, un espíritu colectivos de trabajar por el triunfo de una causa que se cree justa. Claro que a lo mejor eso no es cosa de ir a otra asamblea o congreso sino de montar unas sesiones de revolucionarios anónimos.

Comunicar bien el bien.

George Lakoff, el autor de No pienses en un elefante, ve traducido otro libro suyo al español (Puntos de reflexión. Manual del progresista, Península, Barcelona, 2008, 246 págs.) gracias al cálido interés que ha puesto en la obra el diputado socialista José Andrés Torres Mora quien también firma un prólogo encomiástico, tanto que parece tener a Lakoff como una especie de Mesías del socialismo democrático. Resulta, sí, un hombre interesante y con ideas claras que expone de modo brillante y convincente, aunque no sean muy nuevas y, a veces, tampoco profundas. Por ejemplo, objeto fuertemente al subtítulo del libro, "Manual del progresista". En mi opinión a los progresistas no nos gustan los manuales, salvo los de ciencias prácticas como la jardinería o los primeros auxilios.

George Lakoff forma parte del personal de un Instituto Rockbridge que es un Think tank socialdemócrata, o sea izquierdista en los EEUU y que en la última página del libro afirma ser independiente y no apoyar a ningún candidato en las elecciones. Será así si lo dicen pero el señor Lakoff y sus ayudantes hacen todo lo posible para que ganen los candidatos democratas y, lógicamente, pierdan los republicanos.

El libro parte de dos convicciones casi autoexplicativas: por un lado en las elecciones se dirimen cuestiones de valores y por otro, los republicanos (de ahora en adelante, conservadores) van ganando la batalla a los demócratas (de ahora en adelante, progresistas) en la tarea de formular e imponer sus valores y arrinconar a los de sus enemigos. Por ello, afirma Lakoff, él y sus colaboradores han escrito este libro para explicar los valores progresistas y la forma de comunicarlos, esto es, de imponerlos. Es pues de un libro de comunicación política, pero no de comunicación política al uso, con tintes académicos y profesorales y un prurito de neutralidad sino de comunicación política militante a favor del progresismo. En realidad más que de comunicación aquí se trata de propaganda... en el mejor sentido del término. Que hay que buscárselo y no sólo como último grito de aquella línea de investigación que empezara el padre fundador del estudio de la propaganda en los Estados Unidos, Harold D. Lasswell, que tanto aportó a la disciplina, sino con genealogías más oscuras. Dice Lakoff que el libro explica "cómo ganar o perder los corazones y las mentes de las gentes" (p. 33). Compárese esto con la afirmación de Goebbels en el Congreso del Partido Nazi en Nürnberg en 1934 que me gusta citar porque es un prodigio de perspicacia: "Está bien tener un poder que descansa sobre los fusiles, pero es mejor y más satisfactorio conquistar el corazón de los seres humanos y conservarlo". En ambos casos, como se ve, de conquistar el corazón de la gente se trata, aunque con finalidades presumiblemente distintas.

El segundo punto de partida es el hecho de que los conservadores hayan conseguido imponer su definición de los valores en el debate público. O sea, para entendernos, que la derecha gringa haya hecho realidad el programa de Antonio Gramsci de conquistar la hegemonia ideológica en la sociedad para imponer sus fines políticos. ¿Cómo lo han conseguido los conservadores? Muy sencillo, dice Lakoff, ampliando aquí sus conclusiones de No pienses en un elefante, imponiendo sus marcos conceptuales. La teoría de los "marcos" (Frame Theory), desarrollada ya en los años setenta por los interaccionistas simbólicos y los etnometodólogos al estilo de Ervin Goffman (su Frame Analysis es libro de cabecera de todos los "marcólogos" o "marquistas") presupone que entendemos el mundo en función de esquemas preconcebidos de marcos conceptuales previos que son los que nos permiten dar sentido a las cosas. Estos marcos son, como las creencias orteguianas, la ideología marxiana, el subconsciente freudiano, los residuos paretianos, los imaginarios colectivos lacanianos, en buena medida inconscientes, sobre todo si son lo que Lakoff llama (aunque no acaba de explicitar muy bien) "marcos profundos".

Pues bien, el triunfo conservador consiste en haber impuesto sus marcos en el debate público, arriconando los de los progresistas. A su vez estos deben devolver golpe por golpe y recuperar los suyos, no dejarse atrapar en el territorio del adversario; deben redefinir las cuestiones en debate en sus propios marcos y acercarse con ellos a esa capa que llaman los medios (erróneamente según Lakoff) "moderada" o "de centro". Erróneamente porque según nuestro autor el centro no existe; algo que ya había descubierto Maurice Duverger en los años cincuenta y demostrado en su clásico Los partidos políticos. Lo que llamamos "moderados" o "centristas" son para Lakoff "biconceptuales", gentes en quienes viven los dos tipos de marcos y a veces prevalecen unos a veces otros. El centro es un mito (p. 53).

Tras algún ejemplo feliz de qué sean los "marcos profundos" (por ejemplo, la llamada "guerra contra el terrorismo" para justificar la guerra de invasión del Irak, el giro autoritario en política interior y el cerco a los derechos y libertades de los ciudadanos), Lakoff enumera los rasgos de los marcos: 1) en gran medida son inconscientes; 2) definen el sentido común; 3) deben repetirse para que se fijen; 4) cuando se activan se vinculan los profundos con los superficiales; 5) los profundos no se transforman de la noche a la mañana; 6) hay que hablar a los biconceptuales como si fueran progresistas para no caer en la trampa de los marcos conservadores (pp. 73-76). Como se ve un análisis trufado de desiderata.

Algunos de los marcos más poderosos: la Nación vista como familia. Lakoff expone de nuevo el hilo argumental de su obra anterior sobre el elefante al sostener que los conservadores operan con el modelo del "padre estricto", en el fondo autoritario, mientras que los progresistas lo hacen con el del "padre protector" y más permisivo (pp. 93/93). No es difícil entender las implicaciones de este planteamiento en los debates sobre asuntos relativos a la familia en sentido estricto o metafórico. Piénsese por ejemplo en cómo entienden los conservadores el "patriotismo" y como lo hacen los progresistas. .

Otra línea de separación de marcos es la que se refiere a la moralidad del mercado, que contrapone la idolatría conservadora del mercado libre frente al marco progresista de la moralidad del mercado (p. 121). La mitología del mercado libre tiene cuatro mitos de apoyo sobre los cuales deben actuar los progresistas: a) los mercados son totalmente libres; b) las personas son actores racionales; c) las condiciones en el mercado son equitativas; d) el balance contable de las empresas refleja los costes reales (p. 125/127). Son cuatro puntos muy importantes aunque no carentes de riesgos. Por ejemplo, la negación de que los agentes sean siempre actores racionales supone un rechazo de la teoría de la elección racional lo cual no es malo en sí mismo pero hay que saber que en tal caso nos quedamos sin una teoría unitaria del comportamiento humano y se abre un régimen de reinos de taifas teóricos.

Los marcos deben explicitar los valores progresistas y Lakoff dedica un capítulo de interesante lectura a exponer los marcos progresistas de valores como la justicia distributiva, la libertad, la igualdad, la responsabilidad, la integridad y la seguridad (pp. 138/164).

De aquí saltamos a la formulación de iniciativas estratégicas que, a falta de una definición del autor, entiendo son las formulaciones políticas concretas y amplias basadas en determinados valores convenientemente "enmarcados". Lo importante, lo decisivo de las iniciativas estratégicas conservadoras, dice Lakoff es "que no explicitan sus objetivos reales" (p. 168). Este es un enunciado esencial que equivale a sostener que los marcos conservadores son instrumentales y sirven a sus partidarios para falsear el debate sosteniendo que buscan un objetivo cuando en realidad buscan otro. Es el caso de las llamadas "rebajas de impuestos" con las que se dice que se quiere dejar que las gentes dispongan de sus dineros libremente cuando lo que se pretende es favorecer a los más ricos y recortar el gasto público social por falta de fondos. Esto era más o menos a lo que apuntaban los socialistas españoles en las elecciones de 1993, cuando acusaban a la derecha de tener un "programa oculto" que no podían explicitar. Lakoff es optimista y cree que esta mendacidad demuestra que los gringos son mayoritariamente progresistas y que si se les explica de qué van la iniciativas estratégicas conservadoras las rechazarán. No las tengo todas conmigo pero el autor sostiene que, además, las iniciativas estratégicas que deben proponer los progresistas son: elecciones limpias, alimentos sanos, empresas éticas y transporte para todos (pp. 174/191).

Argumentar es un arte que en el debate político consiste en presentar los propios marcos como los mejores y desacreditar los del adversario. El ejemplo que pone, muy convincente, es el de la crítica de Barack Obama a la propuesta de supresión del impuesto de sucesiones. En lo esencial Obama mostró que de lo que se trataba no era de lo que decían los conservadores sino de regalar mil millones de dólares a los contribuyentes más ricos y restarlos de los ingresos públicos y, por lo tanto, de las transferencias a las rentas más bajas.

A veces hay que exponer los marcos como historias porque al ajustarse a pautas narrativas fácilmente inteligibles que constituyen marcos se prestan muy bien a la comunicación política. Recoge aquí la clasificación que hizo Robert Reich de las cuatro historias estadounidenses típicas, a saber: 1ª) el individuo triunfante (el sueño americano); 2ª) la sociedad benevolente (la solidaridad de la comunidad, también muy gringo); 3ª) la muchedumbre a nuestras puertas (amenazas del exterior); y 4ª) pudrirse en lo alto (la cuestión de la corrupción) y Lakoff ajusta estas pautas para demostrar que es posible emplear historias para abordar tres temas importantes: la atención sanitaria universal, el salario mínimo y la seguridad social (p. 215).

Las dos últimas consideraciones del libro, muy prometedoras en el futuro pero un tanto atropelladamente tratadas en aquel, son la importancia de la imagen en la transmisión de marcos y la función que cabe al debate sobre el uso y el pago de internet.

Puntos de reflexión no es un manual del progresista ni falta que hace pero sí es un interesante estudio de comunicación política desde la teoría de los marcos y con una finalidad confesa de que sea de ayuda a la izquierda, una izquierda socialdemócrata como la que acaba de ganar las elecciones en Gringolandia.

diumenge, 16 de novembre del 2008

La primera cumbre de la era global y el canto del pato cojo.

Por fin reacciona la política como debe ante los infortunios económicos y empieza a tomar las medidas adecuadas de acuerdo con el único diagnóstico válido hasta la fecha. Pues la crisis es global, las soluciones habrán de arbitrarse globalmente. Eso es lo que viene repitiendo Palinuro hace más de un año. No basta con decir que estamos en la era global y actuar luego como si el mundo se acabara en los Pirineos o en el canal de La Mancha o en el Rin o en el lago Michigan o donde la naturaleza se haya servido poner un rasgo físico que los hombres han interpretado como una frontera. Los problemas globales requieren soluciones globales. De ahí que esta cumbre, la primera de su género en la historia, tenga importancia si no por sus resultados concretos sí por el cambio de mentalidad que inaugura: colaboración y entendimiento transnacionales, multilateralidad, o sea, globalización. Y por eso ha sido tan importante asimismo que España esté en la reunión porque es la que inaugura la gestión del mundo globalizado.

No va a refundarse el capitalismo, desde luego, entre otras cosas porque esa idea es una estupidez. El capitalismo no puede refundarse porque no lo fundó nadie nunca, no es la regla de San Benito, ni un club de fútbol, ni siquiera es como el socialismo, algo que se sacaron de la cabeza dos o tres teóricos y pusieron luego en práctica sus discípulos. El capitalismo es la forma espontánea de organización económica de la sociedad a lo largo de los siglos; no tiene texto canónico (la Riqueza de las naciones no se escribió para fundar el capitalismo sino para explicar cómo funciona) ni documento programático ni tratado fundamental, como la Unión Europea, por ejemplo. Ergo, no se puede refundar.

Pero sí cabe reformarlo, reordenarlo, reorganizarlo y siempre en el entendimiento de que, dada su gran elasticidad, todas esas manipulaciones pueden acabar en situaciones que nadie había previsto. En todo caso, si se lee la declaración final de la cumbre se verá que ésta tiene muy claras las causas de la crisis: básicamente el latrocinio de las élites ejecutivas del capitalismo con la complicidad de políticos neocons suficientemente sinvergüenzas sobre todo estadounidenses. El texto lo expresa con más diplomacia, desde luego. Asimismo podrán valorarse las medidas para combatirla y cuya característica fundamental es que rechazan expresamente la única que cortaría de raíz la posibilidad de repetición de tales crisis, esto es, la constitución de un organismo unitario internacional encargado de regular el sistema financiero mundial, que es la propuesta de las economías emergentes y del señor Rodríguez Zapatero. La declaración lo dice finamente, de acuerdo con la última voluntad del canto del cisne que aquí es un pato cojo: "La regulación es ante todo responsabilidad de los organismos reguladores nacionales que constituyen la primera línea de defensa contra la inestabilidad de los mercados". Aun así, el señor Matorral insistió en que las autoridades nacionales tampoco "regulen demasiado", pero esto ya era por fidelidad a la doctrina neoliberal que ha traído este desastre al planeta. Nada que nadie deba tomarse muy en serio.

El resto de las medidas que se adoptarán para remontar la crisis son: estabilizar el sistema financiero, utilizar la política monetaria según necesidades, estimular la demanda mediante la política fiscal, facilitar crédito a las economías emergentes y en desarrollo, reforzar las entidades financieras internacionales (BM, FMI) y los bancos multilaterales de desarrollo. Los fines que se pretenden conseguir son: reforzar la transparencia y la rendición de cuentas, mejorar los sistemas de regulación (la bicha neoliberal), incrementar la legalidad de las transacciones financieras combatiendo el fraude, reforzar la cooperación internacional y fortalecer las instituciones financieras internacionales. Y todo ello muy coordinado. Coordinación es le mot d'ordre de los nuevos tiempos. Es la globalización.

¿A qué suena todo eso? Al fin de la era neoliberal que se va por el sumidero de la historia en una bancarrota generalizada, producida por su absoluta incompetencia teórica y al restablecimiento de las políticas keynesianas. Es una pena que, por el consabido empeño de los gringos en fastidiar siempre la jurisdicción internacional del tipo que sea, no se haya podido establecer una autoridad global que regule el capitalismo financiero. Pero menos da una piedra. Quizá pueda hacerse en la próxima reunión cuando en lugar del señor Matorral-pato-cojo acuda Mr. Obama. Por lo demás, en algo hay que dar la razón al Pato Cojo: la crisis no es culpa del capitalismo ni del libre mercado, por supuesto que no. Es culpa del modo en que sus políticas neoliberales abordan la gestión del capitalismo y el libre mercado que, como se ha visto, oscilan entre la incompetencia y el pillaje. Ahora que gracias a los dioses el señor Bush se abre, quizá pudiera explicar de forma sencilla, como es él, este asunto a la señora Aguirre, impermeable a la luz de la razón y de la experiencia empírica.


Por cierto, si después de haber leído el necio ditirambo que ayer dedicaba el señor Aznar al señor Bush (véase la entrada de Palinuro titulada El tío Jodok) alguien tuviera alguna duda acerca de si Mr. Matorral-pato-cojo es o no el peor presidente en la historia de los EEUU, aquí van los resultados de ¡catorce! sondeos de opinión del último mes, recogidos por Polling Report.com y en los que puede verse que las medias son: aprobación, 24,7%, desaprobación, 63,5%. Hace falta ser muy Aznar para sostener que un tipo al que repudian dos tercios de sus paisanos haya dejado algo digno de valorarse.

En cambio échese una ojeada al índice de apoyo con que cuenta Mr. Obama antes de haber empezado su mandato. Se verá que es al revés que su antecesor: más de dos tercios de la población tienen mucha o bastante confianza en él. Los datos proceden también de Polling Report y, si se miran con mayor detenimiento, se observará que la gente es muy sabia y muy realista porque así como entre el 58 y el 70 por ciento dice que Mr. Obama será un buen presidente y que se trata de alguien que se ocupa de los asuntos y problemas de la gente común, el 54% no cree que pueda cumplir su promesa de rebajar los impuestos al 95% de la población y el 45% cree que, al final del mandato obamesco, estará pagando más impuestos que ahora. Los datos y cifras en President Elect Obama. Conclusión: le gente apoya a un presidente aun a sabiendas de que pagará más impuestos. Lo que demuestra que, cuando se tiene mensaje, la demagogia no es necesaria.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XIII).

La gente del montón.

Había dormido bien, de un tirón, sin sueños molestos. "Sueños molestos" suena a redundancia. Nada diré de los sueños que aseguran haber tenido personajes célebres de la historia como san José, el Faraón del otro José, Buda, Quevedo, Macbeth, Fausto (aunque lo de éste parece haber sido pura vigilia), etc. Me refiero a los de la gente del montón, como yo. Todos son molestos porque hasta cuando son gratos, al saberse sueños, se vuelven molestos. Así que había dormido y amanecido tranquilo y pletórico. Me aseé silbando y bajé a tomar un café con leche y sus correpondientes churros al bar de la esquina. Recorrí con la vista los titulares de un periódico que alguien había dejado sobre el mostrador y decidí entenderlos no en lo que decían sino en lo que presuponían. Alguien rechazaba de plano las acusaciones de alguien. La vida pública es una batalla permanente, una lucha sin cuartel de unos por desplazar a otros (apartarlos, suprimirlos, matarlos, ocultarlos o devorarlos) y ponerse en su lugar, bajo los focos, para que los vean, los escuchen y, si se tercia, los palpen. La gente del montón somos muy buenos auditorios, somos sumisos espectadores a quienes se les dice que son los amos, los dueños, los que deciden el espectáculo que van a ver. Pero no es cierto; es la representación la que decide su público. "Quién es el público y dónde se le encuentra" se preguntaba Larra. Pues en todas partes. Coja usted sus bártulos, su cartel y su puntero, preséntese en la plaza pública, despliegue el primero y dé unas voces anunciando el horrendo crimen del bígamo de Hinojosa del Valle y la triste vida de doña Marciana. Verá cómo se arremolina el personal. Y ¿qué cuenta usted? Pues lo de siempre: la historia de uno que quita a otro del medio para ponerse él.

Por eso es tan acertado ser uno del montón. No te ven, no te buscan, no te requieren, no se enfrentan contigo, no sienten la necesidad de echarte porque no estás en parte alguna y por eso viajas a ninguna parte. Oculto a tu propia mirada tanto que a veces tienes que hacer un esfuerzo para verte cuando estás ante el espejo y hasta las hay que no lo consigues, que el espejo no te devuelve imagen alguna, como si fueras un vampiro y que quizá sean las mejores porque entonces ves otras cosas más gratas que el careto al que ya has acabado por acostumbrarte. Y si no te ves ni tú, excusado es decir los demás. Por eso está bien andar al aire propio sin el ojo de Dios sobre uno o el mandato de la autoridad o la necesidad de representación.

Reconfortado por el desayuno y habiendo olvidado qué se me había ocurrido viendo los titulares del periódico, me acerqué a la estación de tren y saqué un billete para una ciudad del levante. Tardaría una hora en salir, que empleé en recoger mis cuatro cosas del hostal en que me había alojado, pagar la cuenta y comprar un libro para el trayecto, uno cualquiera, una novela recientemente premiada que hablaba de los normandos, pueblo indómito, fiero y audaz, sin temor a nadie, que había aterrorizado las costas de Europa hasta Italia y en una de cuyas expediciones habíase producido una apasionante historia de odio, venganza, amor, celos; pasión a naos llenas en una corte cruel y corrompida en la que la vida de un hombre valía menos que la de un cervatillo. Prometía ser interesante.

En el vagón compartía asiento con una pareja que parecía unida por el móvil a juzgar por cómo se lo pasaban el uno al otro, toqueteando febrilmente las minúsculas teclas. Me confundí con la ventanilla, a ver discurrir el lento paisaje manchego que se estira y se estira como si le molestara cambiarse en algo y recordé los trenes de antaño. Pero fue fugazmente. No tiene gran interés recordar los trenes antiguos que ya se sabe lo que tenían y dejaban de tener. Lo interesante es imaginarse los trenes del futuro, ¿O en el futuro no habrá trenes? En América, por ejemplo, siempre vista como el continente del futuro, los trenes tienen poco porvenir. Ceden la palma a las carreteras y los automóviles. Y eso que en todas partes los ferrocarriles simbolizan progreso, civilización, mercados, apertura, cosas supuestamente buenas todas ellas. En los Estados Unidos significan asimismo el cierre del país que se identifica como úno solo, único, e pluribus unum en el momento en que la línea férrea del Este conectó con la del Oeste en Promontory, Utah. Es la fundación simbólica del país también en el aspecto de la acumulación primitiva de capital que lo lanzó y que en buena medida hicieron los famosos robber barons, muchos de ellos ligados a los ferrocarriles, quiero decir, al latrocinio de los ferrocarriles.

Pero sí, ¿cómo no van a tener futuro los trenes? El más inmediato que se me ocurre puesto que ahora lo suyo es aumentar más y más la velocidad es que vuelen. Y no, no tienen por qué ser aviones; pueden ser trenes voladores, un vagón detrás de otro, que es lo que hace un tren de un tren y no tanto las vías férreas, ese contacto de hierro con hierro que ya los franceses suprimieron hace muchos años en el metro de París con unos vagones dotados de ruedas con neumáticos en la línea Charles de Gaulle-Étoile que hacían un ruido como si se deslizaran para pasmo de los que los oíamos por primera vez en lugar del traqueteo de siempre.

A lo mejor los trenes del futuro vienen equipados con una especie como de burbujas, especie de huevos primordiales opacos o transparentes (a gusto de la clientela, que hay gente reservada y exhibicionistas) en los que cada viajero podrá introducirse para aislarse por completo del medio circundante. Por supuesto, también habrá salas, departamentos en los que quienes lo prefieran podrán ir disfrutando unos de la conversación o la falta de conversación de otros. Pero me hizo ilusión pensar en el tren del futuro dotado de cápsulas aisladoras, como mónadas ferroviarias en las que uno podría hacerse la ilusión de aquello que, según dicen unos entendidos en tan oscura materia, todos anhelamos desde lo más profundo de nuestro ser incluso sin saberlo, que es retornar al claustro materno. Porque nada impediría hacer las cápsulas mullidas por dentro. Y como se desearan.

Pues es el deseo el que mueve al mundo. Llegué a mi destino no muy averiado; dejé la novela de normandos olvidada en el asiento y me negué a recogerla cuando la pareja del móvil me advirtió de que la olvidaba y hasta sostuve que no era mía, que me la habían dado con el billete. Tomé un taxi a la salida de la estación y le dije que me llevara al puerto. Quería ver el mar. Todos quienes vivimos tierra adentro empezamos a decir estupideces en cuanto vemos el mar. Casi compulsivamente, lo cual nos obnubila el juicio y no nos permite darnos cabal cuenta del cambio tan extraordinario que significa existir al lado de una superficie abierta que sólo termina en la línea del horizonte, lo que quiere decir que no termina. Es como vivir al borde del abismo. Y sin como. Es vivir al borde del abismo. Lo que le produce a uno la inmediata conciencia de la importancia vital que tiene que uno pueda decidir en dónde quiere vivir y no le suceda lo que nos sucede a todos los del montón: que vivimos donde otros han decidido que lo hagamos. Crean sus ciudades y absorben al gentío. Y cuando han vaciado las tierras limítrofes, el hinterland que decían los geopolíticos, absorben la periferia y cuando la periferia ha quedado desierta, atraen a los de otros continentes y todos se amontonan en donde la mano invisible dispone y a casi ninguno le es dado tomar el portante y cambiar de vida, salvo que haya alguna catástrofe o alguna crisis o un sobresalto de incierta andadura. Así que tampoco es tan grato ser del montón. No te expulsan. No tienes que defender tu predio. Nadie lo codicia. Pero tampoco puedes moverte, apagar la luz, echar el cierre, decir adiós, ahí os pudráis.

Frente al mar me quedé, con mi mochila y mi bloc de notas, pensando en cómo me gustaría embarcarme. Embarcarme en mi propio navío para lo cual habría de aprender a navegar. Tendría que ponerme al habla con un ahijado mío que si no es patrón de barco le falta poco, a que me dé unas clasecitas. Incluso hasta podría hacer prácticas para soltarme y, quién sabe, con un poco de suerte igual me cogían como tripulación de algún velero si hubiera aprendido a hacer algo útil en la mar. Imagino que podría tener conexión permanente a la red a través de satélite porque, por mucho que viaje, a eso, a internet, no estoy dispuesto a renunciar en ningún caso. Sería como perder el norte.

(La imagen es un cuadro de J. M. W. Turner, Lluvia, vapor y electricidad (1844) que se encuentra en la National Gallery, Londres).

dissabte, 15 de novembre del 2008

El tío Jodok.

El señor Aznar acaba de publicar un artículo sobre Bush en el periódico francés de derechas Le Figaro titulado Ce que nous devons à George W. Bush que es una especie de balance de despedida y la pieza de retórica más estúpida que he leído en mi vida. Ahora bien, la pregunta no es ¿por qué ha escrito algo así? ya que la respuesta es obvia: porque no da para más. La pregunta es ¿por qué lo ha publicado en un periódico extranjero privando a sus órganos de expresión nacionales (por ejemplo, El Mundo o Libertad Digital) de tan suculenta primicia? Ahí la respuesta es más compleja y requiere algo de explicación.

El artículo tiene 859 palabras entre las cuales la de libertad aparece 21 veces, 24 si añadimos las formas pronominales. Esa palabra es la llave maestra del contenido de este conjunto de necedades. Los genios neocons de FAES (el lugar en donde se concentran todos los que piensan en el PP que caben en un ascensor) han explicado a su jefe que siempre que hable tiene que mencionar su defensa de los valores y, a ser posible, identificar algunos. Al hombre sólo se le ocurre uno, libertad, pero ese lo repite 24 veces en 67 líneas. Las 835 palabras restantes están de adorno y, aunque no signifiquen nada no importa. Lo esencial es que el lector se empape de que la derecha, el señor Aznar, el señor Bush, defienden la libertad, razón por la cual emplea su nombre sin parar. Me recuerda uno de los cuentos de Peter Bichsel en Historias de niños, llamada Onkel Jodok ("El tío Jodok") en el que su abuelo sólo habla de un supuesto antepasado imaginario llamado Jodok y tanto insiste en hacerlo que al final únicamente pronuncia esa palabra y construye frases como: "Der Jodok des Jodoks, Jodok Jodok, und sein Jodok, Jodok Jodok, waren auf dem Jodok tot", que traducido al castellano sería: "El Jodok del Jodok, Jodok Jodok y su Jodok, Jodok, Jodok, quedaron muertos en el Jodok". El señor Aznar, que no tiene grandes luces, igual. Su libertad es el Jodok de Bichsel.

Aparte de eso todo el mundo sabe y el señor Aznar no puede no saber que todo el mundo sabe que lo que el señor Bush ha hecho por la libertad durante su mandato ha sido:

Secuestrar a cientos de extranjeros en Guantánamo sin juicio ni garantías procesales ni derechos civiles algunos.

Torturar prisioneros en Abu Ghraib y otros centros de detención.

Imponer legislación que legaliza el uso de la tortura en los interrogatorios.

Secuestrar ciudadanos de terceros países y encerrarlos en cárceles secretas distribuidas por el mundo para que los torturen.

Prohibir que los medios de comunicación informen sobre la guerra en el Irak salvo en el términos que autorice el Pentágono.

Imponer la censura.

Poner en marcha un vasto plan de espionaje y escuchas telefónicas a los ciudadanos privados.

Suprimir el secreto de la correspondencia en los EEUU.

Implantar los procedimientos más abusivos de información sobre quienes deseen entrar en los EEUU aunque sea de visita.

De haber metido al país en una guerra ilegal, de pillaje y genocidio de la que no sabe salir; de haber empantanado el Próximo Oriente; de haber aumentado la amenaza terrorista en el mundo entero y de haber provocado la más grave crisis financiera del capitalismo mundial ya no hace falta ni hablar ni al vasallo señor Aznar se le ocurre pergeñar una defensa en esos territorios. A él le ha dicho su jefe que se concentre en Jodok, en la libertad y hace así verdad el viejo refrán de "dime de qué presumes...".

Y al historial antedicho llama el señor Aznar el "valioso legado de la libertad" que nos ha dejado Bush. Vamos a admitir que la particular cortedad mental del autor explique parte de la obvia disonancia entre lo que Bush ha hecho y lo que él dice que representa. Parte, pero no todo. Hasta un hombre tan insensible como Aznar tiene que darse cuenta de que su alegato suena como un trozo de propaganda Orwelliana según la cual, como se sabe, la paz es la guerra, la verdad la mentira y..., claro, la libertad es Bush. Hasta él tiene que darse cuenta.

Por eso no se ha atrevido a publicar el artículo en España (esta es la explicación prometida) y lo ha hecho en Francia en la esperanza de que lo que se filtrara en España fueran solamente los resúmenes de prensa (que es lo que ha pasado) para que no saltara demasiado a la vista su lamentable misión de correveidile del señor Murdoch que es quien le paga por estos servicios. Espero que le pague bien; lo suficiente para acallar su conciencia.

Perdóneseme que me plantee por enésima vez una pregunta a la que no he encontrado respuesta aún: ¿cómo fue posible que una persona así llegara a presidente del Gobierno de España?

(La imagen es una foto de L y J, bajo licencia de Creative Commons).

Wow!





Sin comentarios.




(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XII).

¿Cuándo se piensa?

No ya cómo sino cuándo. Cuándo pensamos qué vamos a hacer, cuándo se nos ocurre una idea, un plan, un proyecto. Luego se verá por qué planteo esta aparentemente abstrusa cuestión. Marx decía algo así como que lo que distingue al peor arquitecto de la mejor abeja es que el arquitecto tiene ya en la cabeza una idea de lo que piensa hacer. Lo que implica que la abeja no, claro. Supongo que lo que quiere aclarar el autor del Manifiesto comunista es la diferencia entre la inteligencia o el pensar y el instinto. Supongo aunque no estoy seguro porque no me acuerdo del contexto de la afirmación de Marx. O sea que a lo mejor desbarro. De todas formas la pregunta inmediata es ¿quién la puso ahí? Quiero decir la idea en la cabeza del arquitecto. Eso nos lleva de inmediato a la célebre distinción entre Platón y Aristóteles, que es como la distinción por antonomasia entre el idealismo y el materialismo (o, cuando menos, el empiricismo), en la medida en que cada uno de ellos, además de un ser humano, era un principio. Así que Aristóteles dice en una de sus éticas (creo que en la Nicomaquea) que no puede haber nada en la cabeza del hombre que antes no haya estado en sus sentidos. Lo cual quiere decir que Marx era platónico o bien que está admitiendo que hubo una casa antes que un arquitecto y planteando dos problemas anejos: el del aprendizaje y el de la innovación. Que no está mal. Pues la conciencia sólo puede ser conciencia de algo, como dicen los fenomenólogos. Así que, como se ve, la pregunta es pertinente. ¿Cuándo se nos ocurren las cosas? ¿Cuándo concebimos un proyecto?

Hay autores (por ejemplo Javier Marías) que dicen que cuando se sientan a escribir muchas veces no saben sobre qué lo harán. Si es así supongo que podemos concluir que tampoco saben qué dirán. Al menos eso creo haber leído en una entrevista con el novelista. Espero no haberme equivocado. Si estoy en lo cierto hemos de concluir que lo que escribe Marías no lo tiene antes en la cabeza, como exige Aristóteles, sino que va saliendo según el autor escribe. Por lo demás como las ideas van saliendo según uno camina, pero de eso hablaremos luego. Le va saliendo al autor lo que escribe por eso que llamamos "inspiración", término que tiene connotaciones casi divinas. Por eso las musas son diosas. Lo que escribe Marías (quizá lo que escribe todo quisque que escriba ficción) no pudo estar antes en los sentidos porque se lo ha inventado pero inventado no en el sentido etimológico del término (aquello que nos sale al paso), sino en el sentido de imaginado, fabulado, extraído de la imaginación y la fantasía, una facultad que muy poca gente posee a pesar de ser, según parece, exclusiva de los seres humanos; y de la poca gente que la posee probablemente en el noventa y nueve por ciento de los casos tampoco tienen vuelo porque las fantasías que se le ocurren son chatas y carentes de interés.

Por eso viajar es algo tan interesante. Siempre he admirado el amargo realismo de Horacio cuando dice que "los que viajan allende los mares cambian de cielo, pero no de espíritu". Lo he admirado como la forma más profunda de poner en palabras un sentimiento que comparte mucha gente. Mucha pero no toda. A mí me parece al contrario que viajar cambia el espíritu, y la discrepancia no reside en un problema de exactitud de la traducción de Horacio ya que él usa el término anima, que también podríamos entender como "ánimo" o "alma". Lo que importa es el fondo de la cuestión: de si viajar aporta o no aporta algo substancial a la conciencia del viajero. Y esto me parece palmario no ya solo en el caso de aquellos viajeros (o escritores) que, como Marías, se ponen en camino sin una idea preconcebida de lo que van a escribir o de a dónde vayan a llegar (que es, claro, el caso de los viajeros a ninguna parte) sino también en el de que quienes pergeñan un plan, trazan un proyecto, conciben una idea previa, saben lo que quieren. ¿Por qué? Porque empiezan a contarlo, empiezan a ponerse en camino y de inmediato surge algo que obliga a desviar el curso de la narración o del mero desplegarse de las ideas y a seguir a éstas por otros derroteros, cosa nada extraña y que se da muchas veces. Basta con pensar en las novelas dentro de los novelas (como en el caso de Don Quijote o en Sobre héroes y tumbas, de Sábato, sólo por citar otra, porque hay muchas), en las historias dentro de la historia que vienen a ser como las Matrioschkas rusas. Y no tiene por qué ser tan artificioso; al contrario, es un deslizarse muy frecuente de las ideas: abordo un hormiguero con intención de contar algo sobre la vida social de estos insectos, cosa que suele explotarse mucho en discursos morales, pero de pronto me centro en las aventuras de un tipo especial de hormigas, como guerreros u obreras y aun más, puedo enfocarme en los destinos particulares de una sola hormiga. Eso era lo que hacía Mark Twain en un famoso cuento sobre las hormigas suizas con el que yo me partía de risa cuando era chaval. Claro que uno puede (no sé si siempre; creo que no) administrar el curso de las propias ideas, negarse a dejarlas ir por donde quieran e imponerles la disciplina del proyecto originario.

Porque es el caso que yo tenía uno en esta clara y luminosa jornada fría de otoño: pensaba contar una historia de amor. La había imaginado. Era lo que me placía narrar. Por eso me pregunté de inmediato cuándo se nos ocurren las ideas, lo que me condujo a territorios interesantes, sin duda, pero ajenos a mi propósito primero. Para llevarlo adelante había pensado que me saliera al encuentro en una grata vereda que bordeaba un tranquilo lago a la izquierda y un tupido bosque de diversas coníferas a la derecha, un paisaje como los que visito cuando estoy en Guadalajara, que me saliera al encuentro, digo, un enano.

((- ¿Cómo un enano? Ya no hay enanos. Bueno, sí los hay, pero ya no salen en los relatos de ficción.

- Sí, claro, pero si los hay pueden salir.

- No, porque no es verosímil.

- Y ¿desde cuándo tiene que ser verosímil la ficción?)).

Agarrándome por la manga de la camisa el enano me hizo adentrarme en el bosque. Yo sabía lo que quería porque iba leyéndole el pensamiento probablemente por orden de él mismo. E iba diciéndome: "Oh, tu, feliz mortal, que vas a entrar en posesión de la belleza misma, que has sido destinado al goce del más hermoso amor que quepa concebir, aprésurate y ríndete al hechizo de la más sublime presencia. Dios, te digo, Dios al que los justos contemplan, dicen, en su infinita hermosura y gloria eterna es un sapo miserable a su lado."

En uno de los claros del bosque pude por fin contemplar la más hermosa figura de mujer que quepa concebir; se erguía imponente bajo un rayo de sol que la nimbaba y cada vez que se movía cambiaban sus formas, sus colores, su armonía toda, sin dejar de mirarme con unos ojos en cuyo fondo sin fondo perdí toda esperanza de recuperarme y envolviéndome con un halo de fragancia que henchía mis pulmones y me dejaba colgado de auroras boreales. Su cabello azabache con visos azules iba tejiendo una red que me llevaba hacia ella, hacia su cuerpo desnudo de senos poderosos como tallados en la roca y al tiempo trémulos, firmes, avanzados, redondos, expectantes, hasta pegarme a su vientre plano y extenso como un mar erizado de deseos. Qué más podía yo que dejarme hacer, dejarme dominar por aquella fuerza irresistible, que no mostraba violencia alguna, que era transparente, luminosa, arrebatadora, enloquecedora; qué sino levantar la vista hacia aquel rostro de belleza sin igual que se aprestaba a entregarse en toda su pureza y a recibirme como la selva virgen a la tormenta largo tiempo esperada. Y allí pude ver el rasgo ominoso que rompió mi impulso y me dio la fuerza desesperada para apartarme del embrujo.

¡El artero enano me había engañado!La beldad sin igual que vieron los siglos era en verdad una gigantesca mantis religiosa que se aprestaba a satisfacer conmigo sus dos necesidades más perentorias, y no quería dejarme escapar. Viendo que no podía zafarme de la presión de las enormes patas como gigantescas tenazas del monstruoso insecto cuyas horribles mandíbulas estaban ya muy cerca de mis ojos, recurrí al único procedimiento en el que todavía me quedaba alguna esperanza.

Viaje dentro del viaje o excursión al reino de la patafísica: me quedaba alguna esperanza porque sabía que aquello no podía ser cierto. Las mantis no devoran seres humanos. Era un producto de mi fantasía. Bastaría pues con el sonido de una palabra para que todo se deshiciera. Es verdad que resultaba absurdo que para salvarme de mis propias fantasías (que en principio sólo pueden estar en mi cabeza) hubiera de recurrir a la palabra hablada, a alterar el orden externo, aristotélicamente material que me rodeaba. Pero era claro que debía hacerlo porque si me limitaba a hablar dentro de mi propia fantasía, estaría siguiendo sus reglas y no conseguiría deshacerla que era de lo que se trataba. No tenía más remedio que decir algo, algo sólido y contundente. Fin del viaje dentro del viaje.

- Un momento- dije- tú no puedes hacer esto.

- ¿Por qué?- me dijo la mantis mirándome con sus endemoniados ojos compuestos.

- Porque no existes. Tú no existes. Eres un producto de mi imaginación, un ser horrible y monstruoso que pretende acabar conmigo...

- Tienes razón, soy todo eso. Pero soy. Estoy dentro de ti, te poseo, no puedes librarte de mí ni aunque llames a un exorcista. Sólo lo conseguirás si yo quiero.

- ¿Y qué he de hacer para que quieras?

En ese momento, tumbándose sobre el verde en el calvero, el ser recuperó su hermosura primera, hasta se hizo más excelsa y atractiva: las manos de finos dedos ondulantes, los brazos de suave piel alargados, los labios carmesí sonriendo rosas, los ojos del sin fin abiertos al piélago de un deseo ilimitado, los senos de vigorosos pezones alzados en armas de amor, el cuerpo firme, extenso vibrando al relente del atardecer, el sexo abierto como una granada roja entre las paredes alzadas de unos muslos alborotados.

- Tómame-, dijo- eres más fuerte que yo.

Como Sigfrido con la Valkiria, pensé, pero no, no, no, yo he de seguir mi camino.

- ¡Pero qué camino, hombre!- dijo entonces el enano, que yo juzgaba desaparecido y al que me había prometido dar una mano de hostias si volvía a encontrarlo- ¿En qué puede desviarte de tu camino complacer a mi señora que lleva esperando por ti desde que el mundo es mundo, desgraciado?

Traté de pensar un instante, pero había poco en que pensar. La carne es fuerte y el espíritu es débil y quien pueda disfrutar de la belleza perderá mucho en la vida si no lo hace. De toda la belleza porque está toda mezclada: la poesía, la nieve de las montañas, la música, el amor, el centro de la tierra, el recuerdo, el color, la vista misma, el discurrir de los siglos, el polvo de las estrellas, la nada, el todo y sus nombres en todas las lenguas, el error, el sufrimiento, la locura, el vacío, el ser de la flor, el comienzo de los tiempos, la existencia, la caricia de las palabras, la tensión del sexo urgido, el perdón, el flamear del candil, el desengaño, el vuelo de la gaviota, el anhelo, la serenidad del crepúsculo, la inocencia, la lucha por la existencia, la risa, el eco de los valles, la caridad, la agonía del amor no correspondido, la impaciencia, la vela en el horizonte, el sentido, el sueño y su prima hermana la muerte, todo, todo lo que podamos enunciar está en ese momento en que el hombre entra en la mujer que adora buscando estallar en cosmos centelleantes.

¿De qué sirve preguntarse cuándo se piensa lo que acabo de contar si ni siquiera sabemos si se piensa? Hay jornadas en un viaje a ninguna parte que se asoman a espacios insondables. El amor, el erotismo tiene la fuerza necesaria para crear el mundo, ¿cómo no va a trastornar a un infeliz viajero?

¿No era una historia de amor lo que quería contar hoy para aligerar la jornada?

(Las imágenes son la primera un fragmento de La escuela de Atenas (1511), de Rafael, que encuentra en la Estancia de la Signatura en el Vaticano y la segunda, El origen del mundo (1866), de Gustave Courbet que se encuentra en la Ciudad de la pintura).

divendres, 14 de novembre del 2008

Poner fin a las privatizaciones.

La oleada de privatizaciones que se impuso en Occidente a raíz de la llamada "revolución conservadora" de las señoras Thatcher y Reagan en los años ochenta del siglo pasado trataba de invertir la tendencia de los tiempos hacia economías más y más socializadas. Se justificaba en el hecho de que dichas economías apenas eran ya capitalistas o de libre mercado sino antes bien semisocialistas y de planificación indicativa. Sostenía que las empresas administradas con criterios de privados funcionan siempre mejor que las empresas públicas y sacaba mucho partido de una enorme campaña que se hizo en contra de los sectores públicos de las economías.

A raíz de tal programa que entonces se presentaba como innovador y debido a una serie de circunstancias (estancamiento y hundimiento del comunismo, fin de las políticas keynesianas, crisis del modelo de crecimiento, dificultades en los mercados de materias primas y productos energéticos, creciente globalización, reconversión industrial en toda la línea, entre otras) casi todas las economías avanzadas aplicaron programas privatizadores. A la vuelta de veinte años, a fines de los noventa y comienzos del siglo XXI prácticamente no quedaba nada de los antiguos sectores públicos mercantiles e industriales. Los Estados se habían despojado de sus empresas, siderurgias, minería, automóviles, etc. No había, ni hay, muchas razones para sostener que los poderes públicos deban fabricar bolsos, maquinaria o extraer fosfatos. Con ello, los conservadores habían dado su primer asalto contra el Estado del bienestar y lo habían ganado en toda línea entre otras cosas porque, para que exista Estado del bienestar, no es necesario que la autoridad gestione empresas mercantiles.

Empezó entonces el segundo ataque, el intento de privatización de los servicios públicos: la sanidad, la educación, el trasporte, el correo, la seguridad, la justicia, la administración penitenciaria, etc, etc. Y aquí sí que hay una línea y una batalla que el mundo civilizado no puede perder frente al ansia depredadora de los neoliberales porque los servicios públicos se distinguen claramente del sector público mercantil en que atienden a la satisfación de derechos de los ciudadanos. La salud, la educación, la vivienda, son derechos; tener un coche o viajar en un barco propiedad del Estado, no.

Esta es la frontera que no se puede pasar. Desde que han comenzado las privatizaciones de los servicios públicos ha quedado ya bastante claro que estos funcionan peor y son más caros que cuando eran públicos. La enseñanza privada es más cara y peor que la pública; la sanidad, lo mismo; los servicios de mensajería son más costosos y peores que los de correos y de la "seguridad" que proporcionan los vigilantes jurados frente a los policías de toda la vida no hace falta hablar. Es hora de hacer un balance, darnos cuenta del grado de destrucción del tejido social que supone la privatización de los servicios públicos, coordinar la acción de quienes están en contra y dar la batalla para que los privatizadores no se alcen con el botín.

Porque la privatización es pillaje. Los neoliberales quieren privatizarlo todo porque hacen negocios con ello, bien directamente bien por medio de amigos y allegados. Es su forma peculiar de corrupción. La izquierda se corrompe metiendo la mano en la caja común (casos Roldán, Rubio, Urralburu, Otano, etc) y la derecha arrebatando sus propiedades al común y entregándoselas a sus amigos, allegados o a ella misma. Privatizar es saquear las arcas públicas, el dinero de todos en beneficio de unos pocos que son siempre los mismos. Basta ver cómo funciona el Gobierno de la Comunidad de Madrid bajo el frenesí privatizador de la señora Aguirre que no parece estar al frente del gobierno autonómico más que para que ella o los suyos hagan negocios. El ejemplo de esa parada del tren de alta velocidad en un apeadero de Guadalajara a unos quince kilómetros de la capital y no en ésta porque en el tal apeadero hay unos terrenos que son propiedad de alguien relacionado con la señora Aguirre es algo tan insólito y desvergonzado que no entiendo cómo sigue habiendo gente que vota a esta señora.

Pero la hay, lo cual la anima en su afán privatizador. Ahora está poniendo la sanidad de la C.A. en manos (y beneficios) de las empresas privadas y, en un futuro muy próximo, quiere hacer lo mismo con el Canal de Isabel II que abastece de agua a Madrid. Basta con leer los argumentos que se exponen en el escrito cuyo enlace figura aquí arriba para darse cuenta de que ese intento es una agresión a los intereses públicos, los del común de los madrileños, similar a los que se han perpetrado con la sanidad para que las empresas privadas hagan su agosto.

La verdad es que si los madrileños toleran que se salga con la suya una política tan oportunista, voraz, falta de escrúpulos y aprovechada como esta señora, cuya insolencia y falta de decoro llega al extremo de sostener que Franco era bastante socialista pues a lo mejor resulta que merecen que los gobierne. Al fin y al cabo no somos nosotros quienes hemos inventado el discurso de la servidumbre voluntaria. Si cada pueblo tiene los gobernantes que se merece será que esta persona inenarrable es lo que los madrileños se merecen. Parece mentira, pero así es.

La falta de vergüenza con que estos demagogos (demagoga en este caso) mendaces pueden decir estas barbaridades demuestra cuán en lo cierto está George Lakoff cuando sostiene que la izquierda, los progresistas, se han dejado arrebatar la hegemonía ideológica por los reaccionarios de este pelaje. Eso explica asimismo que el señor Bush, por otro nombre Matorral-pato-cojo, pueda salir en mitad del mayor fracaso que ha experimentado el capitalismo en los últimos tiempos a afirmar que el capitalismo no tiene la culpa de nada, ni el libre mercado (quiere decir, por supuesto, libre mercado sin ningún tipo de regulación o vigilancia) y nadie le pida que por favor se calle, que ya está bien. Al contrario, mirabile dictu, la bolsa sube. ¿No les parece a Vds. que el señor Matorral es como la señora Aguirre o al revés, la señora Aguirre igual que el señor Matorral? Los dos tienen la misma inverecundia, la misma agresividad hacia quienes no les halagan y la misma indiferencia de que los pillen en falsedades y renuncios. No son políticos; son depredadores. Si no están en el Gobierno piden a este que cierre el gasto público, que no gaste, lo que sucede en España y si están en el Gobierno lo expolian como sucede en los EEUU.

¿Esto es un socialista?

Justo en el momento en que los jueces paralizan la apertura de ls fosas comunes donde yacen decenas de miles de inocentes asesinados por los franquistas hace setenta años, el señor Bono decide conmemorar con una placa en el Congreso los sufrimientos de una religiosa perseguida por la República y a la que el Vaticano ha hecho santa. Justo también cuando la Iglesia católica larga otra hornada de cientos de "mártires" de la persecución religiosa en España para que la fábrica vaticana de beatificación monte una provocación guerracivilista más en España, el señor Bono escucha la sugerencia de un diputado del PP perteneciente a la secta del Opus Dei para que la tal santa Maravilla adorne alguna pared del edificio que alberga al legislativo de la democracia.

Todo muy ejemplar, carpetovetónico y meapilas. Pura corte de los milagros. Supongo que Sor Patrocinio vendrá por las noches a alegrar castamente el sueño del beato señor Bono, para quien eso de que el Estado es aconfesional debe de ser una consigna que metió Lenin en la Constitución española sin que sus santurronas señorías se enterasen.

Y no es asunto nuevo. Este Bono ¿no es el mismo que, siendo ministro de Defensa, llevó a una delegación de criminales de la División Azul a desfilar un doce de octubre al que los iguales al señor Bono consideran día "nacional" o no sé qué vainas? Y no sé si no los puso a desfilar junto a unos veteranos de las Brigadas Internacionales, como si pudieran compararse. Los ex-divisionarios son los restos de una vergonzosa expedición enviada por los franquistas al frente del Este a asesinar rusos que no nos habían hecho nada, sin previa declaración de guerra y amparados en la distancia que había entre España y la Unión Soviética. Para mayor vergüenza, aquellos invasores fascistas vestían uniformes del ejército nazi alemán. Todo un ejemplo de alevosía, traición y cobardía. ¿Se puede pensar en mayor ignominia?

Sí, se puede: consiste en conmemorar esa canallada sesenta años después rindiendo honores a los supervivientes de aquella División.

Así es el señor Bono y la pregunta deben contestarla sus compañeros de partido, sus correligionarios: ¿eso es el socialismo? Más que nada para que la gente de izquierda que queda en el país nos hagamos una idea de cómo vamos a votar en los próximas elecciones.

El arte y los dioses.

Hace más de veinte días que el Museo de El Prado abrió una exposición de cuadros de Rembrandt. No es que sea mucho porque vienen a ser dos docenas de telas de muy desiguales épocas y facturas casi todas centradas en temas bíblicos y mitológicos, pero hay piezas de mucho interés, poco vistas, que hace que la visita sea muy recomendable. Hay por ejemplo un par de autorretratos: el que ilustra el folleto (a la izquierda), muy curioso y poco frecuente en la obra del pintor holandés. Aparece vestido de oriental con un perro. Y cuando digo poco frecuente hay que señalar que es el único entre los autorretratos de Rembrandt que son (al menos que yo conozca) veinticinco. Él mismo fue siempre el tema que más interesó a Rembrandt que estuvo autorretratándose toda su vida, como si quisiera dejar minuciosa constancia del paso del tiempo y de sus cambios personales. Cierto que la vida del artista, sin ser muy larga, conoció muchos altibajos, tuvo dos mujeres, se le murió el hijo Titus ya mayorcito, se arruinó y volvió a salir a flote. Es decir, padeció los altibajos de la fortuna. Pero su afición a observarse venía ya de siempre, desde su primera juventud, antes de saber lo que le depararía el destino. Su primer autorretrato es de 1626 teniendo él escasos veinte años. Aparece empequeñecido frente al caballete y con gesto de perplejidad, como si nos trasmitiera su pregunta de si conseguiría abrirse camino en la pintura. El autorretrato de oriental es de 1631, el año que consigue el reconocimiento en plena juventud y se traslada a Amsterdam, en donde compra una buena casa y monta su taller. Es, como se ve, un hombre confiado, en actitud de cierta arrogancia que se permite el lujo de disfrazarse de un exotismo muy de moda entonces.

Los tres últimos autorretratos datan de 1669, el año de su muerte. Entre ellos el que también se encuentra en la exposición aquí a la derecha en el que aparece como Zeuxis de quien se cuenta que murió de risa mientras retrataba a una mujer muy fea. Una humorada del artista que se siente ya próximo a la muerte y que, además, como se ve, se representa con ese trazo inseguro, discontinuo, que le deshace el rostro que a su vez se confunde con el fondo en la zona de sombra. La expresión una mezcla de hastío y escepticismo. Buena pareja ambos retratos.

La exposición sin embargo se centra como decía en temas bíblicos y mitológicos. Hay alguna cosa interesante y la finalidad de los responsables parece haber sido subrayar los evidentes rasgos de Rubens en la obra de Rembrandt. Claro, obviamente, estos son más palpables si hay comunidad de temas: la Biblia y la mitología son las grandes fuentes en las que bebe Rubens. Hubiera sido mucho más difícil demostrar el parecido si nos centráramos en la pintura "civil", esencial en la obra de Rembrandt e inexistente en la de Rubens, que pinta siempre para la nobleza secular o eclesiástica mientras que el de Amsterdam lo hace también para los gremios y los burgueses. Será difícil encontrar similitudes rubensianas en la Ronda de noche o la Lección de anatomía. No es difícil en cambio encontrarlas en obras como Sansón cegado por los filisteos, aquí a la izquierda y en la exposición), los colores, los escorzos, la violencia de la escena (uno de los filisteos está clavando un puñal en el ojo derecho del caudillo israelita), el apelotonamiento de las figuras, su expresividad (véase el gesto de Dalila huyendo con la cabellera) son completamente rubensianos. No tanto la distribución de luces y sombras que muestra aquí la maestría de Rembrandt en el claroscuro pero sí en la distribución del espacio pictórico, con los cuerpos revueltos, la lucha, en la parte inferior. Y lo mismo sucede con su magnífica Artemis, que también está en la exposición, aunque el responsable muestra su duda de si realmente se trata de Artemis o de Judith preparándose para su hazaña. Asunto interesante. Personalmente me inclino por Artemis más sólo porque me fío de mi intuición. Yo jamás representaría a Judith como una matrona y supongo que Rembrandt tampoco.

Pero me niego a adjudicar a Rembrandt una condición de seguidismo de Rubens. Hay mucha pintura rembrandtiana incluso de temas bíblicos y mitológicos que debe muy poco o nada al pintor católico educado en Amberes. Por ejemplo, considérese su Danae (que no está en la exposición, lo que es una pena) obra también relativamente temprana, llena de fuerza y de vida, pero de expresión contenida, con una versión del famoso mito muy original pues Danae aparece como recibiendo la lluvia de oro en el momento en que ésta anuncia su llegada y alza el brazo derecho en actitud de acogida, como si quisiera acariciar a Zeus, a quien estaría viendo. La parte material de la historia queda relegada a las penumbras del segundo plano donde la criada se apresta a recoger las monedas que caigan en su regazo. Obsérvese que la composición tiene una estructura parecida a la del Sansón solo que aquí la luz no entra por el hueco de la tienda que está en sombras, sino que es una luz dorada cenital que nos pone sobre la pista de su carácter divino y que al alumbrar el cuerpo de Danae, objeto de deseo del rey de los dioses le presta una especial sensualidad. Seguramente por eso hace unos años el cuadro, que está en el Hermitage, sufrió un ataque vandálico de un perturbado que le echó ácido encima y lo acuchilló. Ahora lo han restaurado.

A quien la exposición de Rembrandt resulte insuficiente sólo tiene que pasarse a las otras salas del nuevo edificio de los Jerónimos en las que, al tiempo que la de Rembrandt, hay una exposición de esculturas de la galería del Albertinum en Dresde, que está tempralmente cerrado por reformas. Muy buena idea traerlas a España porque el Albertinum tiene una estupenda colección de esculturas helenísticas y romanas, la mayoría copia de otras muy famosas. En la época helenística, que muchos consideran una de las más importantes etapas del pensamiento humano, la escultura no solamente está lejos ya del carácter rudimentario del tiempo arcaico, sino también del relativo hieratismo de la época clásica. La majestad de las deidades entonces representadas (Palas Atenea, Afrodita, Apolo el propio Zeus criso elefantino) deja paso a figuras más movidas, agitadas, pletóricas, lo que hace que abunden representaciones de ménades, bacantes, así como máscaras de las artes escénicas de acusada expresividad. El panteón también se populariza y, junto a las divinidades tradicionales, los habitantes de siempre del Olimpo, aparecen las más relacionadas con los cultos báquicos, panes y silenos, todo lo cual es testimonio de otro modo de entender la vida, más terrenal, más dado al goce de los placeres, la música, la danza y las fiestas.

De todas formas siempre que tengo ocasión de contemplar esculturas clásicas no puede dejar de pensar que todas (o casi todas) estas estatuas que nosotros vemos del color de la piedra o el marmol, esto es, sin color, estaban policromadas, casi todas tenian pintados labios y ojos y en no infrecuentes casos piedras preciosas incrustadas. EL tiempo y la codicia se lo ha ido comiendo todo y nosotros, viendo estos magníficos restos, elucubramos sobre la sobriedad del arte clásico ajeno, a nuestro equivocado parecer a los colorines. Le ocurre un poco lo que pasa con el cine en color y en blanco y negro. Las pelis que estamos acostumbrados a ver en blanco y negro están bien así y así también las que hemos visto en color. Pero tratemos (hoy es posible) de colorear las cintas en blanco y negro o quitar el color a las que lo llevan. Nos parece que nos han quitado algo en ambos casos. Lo mismo pasa con gran parte de la escultura clásica; lo que sucede es que como la pérdida no ha sido brusca sino a lo largo de los años y de los siglos hemos empezado a teorizar equivocadamente sobre su sobriedad. Realmente la había y si uno mira reproducciones de estas estatuas coloreadas (hay una Universidad en los EEUU, no recuerdo cual, cuyo departamente de arte colorea las estatuas), al principio hay un choque, pero acabo uno acostumbrándose. Parece mentira en cierto modo. A la derecha un busto de la exposión (ésta tiene muchos bustos, algunos francamente exquisitos) que es una copia de uno de Alejandro hacia el 330 a.d.C. que representa al macedonio, hermosísimo, en la plenitud de la vida, con veinte años (Ara que tinc vint anys...), como una mezcla de dios y héroe. Veinte años, como en el caso del primer autorretrato de Rembrandt, pero con una expresión muy distinta pues lo que en el pintor es incertidumbre es serena seguridad en el escultor. El busto es pura manifestación de un espíritu libre que llevaba en sí el canon de la belleza absoluta que luego se impondría en todo Occidente. Este Alejandro de hace veintitrés siglos en infinitamente más de hoy que cualquier cosa que se esculpiera después hasta el siglo XVI. Y los del siglo XVI fueron a buscar en él la fuente de inspiración.

dijous, 13 de novembre del 2008

Esto va en serio, colegas.

Lo de la crisis. Va en serio. No es broma. Esta madrugada las bolsas de Tokio y Hong Kong abrían con pérdidas del 5,1% y el 6,2% respectivamente, pues estaban haciéndose eco del batacazo que, a su vez, se había pegado el Dow Jones mientras Mr. Paulson, el ministro gringo de Hacienda, a quien ya huele el culo a pólvora, si se me permite, decía por enésima vez que Diego donde dijo digo que había dicho Diego. Ya nadie tiene ni zorrupia idea de por dónde puede tirar esto. Pero literalmente ni idea. La Economía ha dejado de ser una ciencia triste para convertirse en una ciencia lúgubre.

La cosa había empezado siendo una "crisis financiera", producida por un credit crunch (una especie de contracción espasmódica del crédito) resultado a su vez de la estafa del milenio a la que en típico understatement anglosajón se llamó "crisis de las subprimes". Costó cierto trabajillo entender por dónde había venido esta vez el fraude de los benditos mercados autorregulados, esos que cuando los dejan solos convierten la tierra en un paraíso terrenal en donde la riqueza mana como los alegres arroyuelos de la sierra y todos se alimentan de néctar y ambrosía. Pero poco a poco se consiguió. Aquí tienen Vds. la prueba en un vídeo de (buen) humor que he sacado de InSurGente y que es una explicación clara de la crisis muy sencilla de entender con epílogo para españoles.


Recuerda mucho (en un estilo diferente) otro en el que dos humoristas británicos también explicaban en clave de humor la crisis en su origen hipotecario y con el mecanismo de la estafa (que, por cierto, se parece mucho al toco mocho) bien explicado y bien al descubierto y que no subí a mi vez porque, cuando iba a hacerlo, ya la había subido todo el mundo y los blogueros odiamos los refritos.

El caso es sin embargo que esas explicaciones ya no explican nada. OK. De acuerdo. El capital financiero está hecho unos zorros, la economía "financiera" está hecha unos zorros. Pero es que también lo está la economía real. Si las bolsas españolas se contagian hoy del pesimismo de las asiáticas (y supongo que lo harán), el carrusel va a seguir cada vez peor. ¿Qué me dicen si, por ejemplo, resultara que el Santander no era tan bueno, fuerte y guapo como parecía? A lo mejor nos da un susto y el señor Rodríguez Zapatero se queda con el evangelio hispanorum en el gaznate. ¿Por qué no? ¿Qué diantres queríamos decir cuando observabamos que los banqueros no se fiaban entre ellos? Pues estrictamente eso. Y si los banqueros no se fían de los banqueros que son los que tienen que fiar, aquí ¿quién se fía de quién? No estamos muy lejos de situaciones de pánico y lo gordo es que no sabemos qué más hacer. Y cuando lo sabemos no parecemos dispuestos a ponerlo en práctica.

Véase el caso del parón inmobiliario en España. Los empresarios del ladrillo se han quedado con un millón de viviendas en el almacén que no colocan ni en broma... a los precios a que estaban acostumbrados. Lloriquean entonces que el "sector" está muy mal, que puede venirse abajo y que el Gobierno (los contribuyentes, vamos) les dé una ayudita. El Gobierno vacila, la señora ministra del ramo, doña Beatriz Corredor, busca como loca fórmulas para salvar a los empresarios del ladrillo sin que tengan que bajar los precios tratando bien de engañar a todo el mundo obligando a la gente a comprar los pisos vía subvenciones a las inmobiliarias, bien arrodillándose practicamente ante los consumidores para que vayan a comprar jurando que los precios han bajado cuando no es cierto. Y compradores potenciales hay. Ha bastado que el llamado "Pocero bueno" anunciara pisos de 90 metros cuadrados a 140.000 para que haya una cola de un kilómetro de compradores. ¿Qué quiere decir esto? Que si los empresarios bajaran los precios, el stock de viviendas se vendería porque hay mucha demanda. Para ello tendrían que rebajar sus márgenes, cosa no tan extraña porque es lo que hace todo el mundo en crisis, rebajar todo, compras, dispendios, salarios, propinas etc. ¿Por qué no los señores del ladrillo? Y está claro que si bajaran los precios, la economía real experimentaría una reanimación que a lo mejor la ponía en marcha otra vez. Pero no, son tan estúpidos que están esperando a que la gente ya no tenga dinero para bajar los precios.

En estas condiciones es alarmante que los mercados se nieguen tozudamente a aceptar las medidas que los expertos, especialistas, cerebros grises y cabezas de huevo andan excogitando a marchas forzadas. Ni zorrupia idea de cómo se arregla esto. Hay mucha gente que dice que el capitalismo se hunde. Lo que no estaría mal si quisiera decir algo, que no es el caso. Comentando ayer la situación con un amigo se me ocurrió que el capitalismo lleva siempre sus crisis hasta el límite de la supervivencia. En este caso no sabemos en dónde está ese límite porque el principal freno del capitalismo antaño, el comunismo, ha desaparecido. Ya no hay bolcheviques y los comunistas no son ni sombra de lo que eran y no asustan mas que a sí mismos.

Así pues, ¿cómo salir de aquí? Tengo para mí que lo primero es averiguar qué es "aquí", esto es, de dónde hay que salir, porque parece que no hemos llegado al final del ciclo ni mucho menos y mientras no lo hagamos, las medidas que se adopten para salir no servirán de nada o, quizá peor, a lo mejor son contraproducentes. Esto ya lo decía Palinuro el verano pasado: que las medidas que estaban tomándose, más que paliar el problema, lo agravaban. Ahora el asunto es patente. La cuestión es, sin embargo, que no es posible dejar de tomar las dichas medidas; esas u otras. Porque si los mercados reaccionan negativamente cuando se toman medidas correctoras, ¿cómo reaccionarían si no se tomaran medidas con la excusa de que hay que ver el fondo del tonel? Es decir, más claro, ¿cómo reaccionarían si los gobiernos hicieran caso a los tontos de baba del neoliberalismo y dejaran absolutamente de intervenir?

(La imagen es una foto de Hedrock, bajo licencia de Creative Commons).