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dimarts, 24 de febrer del 2009

El arte crudo.

En el Museo del Prado hay una estupenda exposición retrospectiva de Francis Bacon con obra representativa de toda su vida. También hay un vídeo que recoge una de las famosas entrevistas que le hizo David Sylvester allá por los años sesenta interesantísima de ver y escuchar porque en ella se aprende mucho del sentido y la técnica de la pintura de este genio del siglo XX. Se aprende, siempre que uno esté en guardia ante los intentos de Bacon de mistificar, de ocultar sus rastros de dificultar la comprensión cabal de su obra, muy poderosa y muy hermética. Por ejemplo, sostiene que él pinta directamente, con unos breves apuntes y sin dibujar nunca. Salta a la vista. Es la conclusión a que se llega con una primera visión de su trabajo: es pintura directa, sin dibujo previo y uno imagina lo complicado que tiene que ser eso. Sin embargo este dato es y no es cierto al mismo tiempo. Junto a la obra pictórica la exposición del Prado tiene una sala dedicada a exhibir parte del enorme legado de materiales de todo tipo, sobre todo gráficos, que dejó el artista a su muerte. Amplísimas colecciones de fotografías, reproducciones, libros, revistas gráficas: todo material a partir del cual trabajaba. No considerándose muy bueno en la pintura con modelos, tridimensional, se concentró en las representaciones gráficas de lo que quería pintar, dos dimensiones, y eso explica la relativa falta de necesidad del dibujo. Bacon es en buena medida un pintor de fotografías. En ciertos casos las fotografías no sólo le daban temas, sino también su tratamiento. Por ejemplo, tenía abundante material representativo de la fotografía secuencialista de Eadweard Muybridge con sus experimentos cinemáticos de un perro caminando o de dos luchadores en el ring, etc. Bacon se valió sistemáticamente de Muybridge para plasmar la variedad de posiciones de sus figuras y su movimiento. Sobre todo el movimiento, que es una de las características esenciales de la obra del artista. Él mismo era fotógrafo o se hacia retratar por amigos fotógrafos y usaba luego las tomas como base para retratos y autorretratos.

Esa influencia fotográfica se exacerba en el caso de la fotografía en movimiento, el cine. Algunas de las piezas que se muestran en la exposición atestiguan la muy conocida influencia que ciertas películas ejercieron sobre la obra de Bacon, desde luego, El acorazado Potemkin, con las escenas en la escalera de Odessa y el primer plano de la niñera alcanzada por un proyectil y tambén Intolerancia, de David Griffith o Napoleon, de Abel Gance.

Pero todo esto no son sino consideraciones formales, triviales para lo que es el auténtico interés de la pintura de un autor sin parangón, único, que retrató el sentido más profundo de su época, casi todo el siglo XX (nacido en Dublín en 1909 y muerto en Madrid, en 1992), así como su propia peripecia personal, su vivencia en él, creando una forma de expresión pictórica original, de enorme belleza e impacto y bastante dificultad de entendimiento. No es infrecuente encontrar gente que no soporta a Bacon; algunos lo encuentran repulsivo (esa sensación es muy común), otros provocador, otros insolente, desagradable, etc. Lo que no suele suscitar es indiferencia.

Un recurso muy habitual a la hora de explicar la obra de Bacon es recurrir a su biografía para justificar las peculiaridades de su obra. Suelen mencionarse las difíciles relaciones con su padre y, por supuesto, su homosexualidad muy activa en una sociedad como la británica a mediados del siglo XX en que este comportamiento era un delito. Se añade su temperamento bohemio, sus etapas de intenso alcoholismo y su turbulenta vida de pareja con amantes, a veces delincuentes. Y se corona con su tendencia a la expatriación. ¿Qué puede ser más significativo para un británico que le digan que otro británico prefiere Montecarlo o incluso Marruecos y Argelia para vivir que Gran Bretaña? Tal era el caso de Bacon.

Sin duda su biografía es importante, decisiva en su obra en la que se aborda la temática homosexual de modo permanente. Pero no es la clave completa ya que ésta viene dada por las convicciones religiosas y filosóficas del autor: su ateísmo militante y su existencialismo, convicciones que ilustran muy bien su modo de presentar la figura humana, la condición humana como condición puramente animal, sin grandes diferencias con los perros. Condición animal que, llevada a su última consecuencia le hace presentar la carne como material de trabajo en los mataderos. Así se entienden esas interpretaciones de las crucifixiones en las que tanto trabajó a lo largo de su vida y que son espectáculos que me atrevo a decir que uno no puede olvidar. Y por cierto que en ellas está toda la historia de la pintura porque este nihilista autodidacta era un pintor absolutamente vocacional. No hubiera podido hacer otra cosa en la vida. Él mismo reconoce que en sus crucifixiones (el punto supremo de la iconografía cristiana, sobre todo católica) se encuentra desde el crucificado de Mathias Grünewald hasta el de Picasso y después de su muerte (de Bacon) se pudo saber que también había acudido a presenciar ese extraño espectáculo que sólo se representa cada diez años de la pasión de Oberammergau. No quiero extenderme mucho en este extremo y se me permitirá que considere a Bacon un pintor metafísico, un pintor ateo metafísico.

Esa posición filosófica impregna también su modo de abordar su temática que fue abrumadoramente retratística. Retratos que no son figurativos ni no figurativos y que resultan de imposible clasificación. Habiéndosele seleccionado en sus comienzos para una muestra colectiva surrealista fue rechazado por no serlo suficiente. En alguna ocasión se le ha considerado expresionista, pero siempre con su rechazo. Bacon es Bacon y constituye un estilo por sí solo. Sus retratos son interpretaciones de las personas en clave propia, distorsionadas a extremos que resultaban a veces desagradables a los mismos modelos, razón por la cual él volvía a preferir trabajar sobre fotografías de los retratados antes que al natural y este criterio lo aplicaba incluso en el caso de modelos muertos. Sus celebérrimas versiones del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez están hechas sobre reproducciones y el autor confiesa a Sylvester que, habiendo pasado una temporada en Roma, no se acercó a contemplar el original. Distorsiones, anamorfosis, todo vale para dar una visión habitualmente cinética de las personas (que están aullando, o girando sobre sí mismas, o moviéndose o agachándose, todo ello extraído del estudio prolijo de Muybridge) en espacios insólitos, rotos y recreados por el autor, cajas de vidrio, barreras y marcas que delimitan a su antojo el lugar de la representación.

En su última etapa pintó gran cantidad de trípticos, técnica en la que se condensan diversas referencias, el carácter sacro de los retablos y, según él mismo decía, las fotos de fichas de la policía, una de un lado, otra de otro y la tercera de frente. Quien haya visto el Tríptico de 1973, ilustrando la muerte por suicidio de su amante George Dyer reconocerá la potencia expresiva de la técnica.

A lo largo de su vida Bacon, que era un perfeccionista, destruyó una gran cantidad de obra propia que no le satisfacía. Era muy autocrítico. Lo reconoce en el vídeo de Sylvester. Con lo cual se conserva poca obra suya de sus comienzos. Pero alguna hay y su exposición en esta muestra permite ver algo con mucha claridad: cómo el pintor se mantuvo fiel a su forma peculiarísima de ver y representar el mundo, pero cómo también fue perfeccionando su estilo, purificándolo hasta hacerlo sublime. Que la sangre, la violencia, la carne abierta en canal, los vómitos, las defecaciones, la miserable condición humana sin esperanza, sin sentido, sin ilusión pueda llegar a ser sublime es el misterio del arte.

(La segunda imagen es un Estudio para cuerpo humano, de 1949 y la tercera un Retrato de George Dyer en un espejo, 1968).

dilluns, 24 de novembre del 2008

Propaganda comunista.

Siendo yo un chaval, pues tendría unos diecisiete años, y como en casa había acceso a todos los libros prohibidos durante el franquismo, leí el de Constancia de la Mora Doble Esplendor que me causó grandísima impresión. Era una especie de autobiografía muy bien escrita de la autora, nieta de don Antonio Maura, republicana, que pasó la mayor parte de la guerra civil trabajando en la Secretaría de Prensa extranjera del Gobierno de la República, es decir, en un departamento de censura y propaganda, aunque entonces lo único que yo veía era que se trataba de una mujer de la alta sociedad, muy competente, que hablaba correctamente varias lenguas extranjeras y sabía tratar a los corresponsales extranjeros, cuestión crucial para la imagen exterior de la República. La autora, que había muerto años atrás, en 1950, me era familiar porque mi madre, que tenía sus mismas condiciones, fue colaboradora suya y me había hablado mucho de ella.

En esa edad, los diecisiete años, es fácil que a uno lo impresionen las lecturas pero este libro lo hizo como pocos. Todo en él me parecía extraordinario: la historia de una niña/jovencita de clase alta que hace un matrimonio más o menos convencional con un hombre de derechas pero luego aprovecha la ley de divorcio de la República para separarse y casarse con un republicano, Ignacio Hidalgo de Cisneros (con un pedigree similar al suyo), abraza generosamente la causa de la República, da todo por ella, se enfrenta a su familia, combate hasta el final y, por último pierde la guerra. Al leerlo me parecía estar leyendo la biografía de mi madre, cuya vida había sido hasta entonces idéntica. El libro tiene momentos magníficos sobre todo cuando se habla de las Brigadas Internacionales, y se habla mucho. Recuerdo que uno de los aspectos que más impresionó fue precisamente ése, que pareciera dirigido a un público internacional, que tratara del lugar de la República en el mundo y soslayara las eternas rencillas interpartidistas entre los republicanos que eran aburridas.

Confieso que no me llamó la atención que la autora no dijera en parte alguna que era miembra del Partido Comunista o que lo fuera su marido. Como tampoco que la interpretación general de la guerra y los conflictos en el campo republicano tuvieran la perspectiva comunista. Por aquel entonces no conocía a fondo otra salvo la de los vencedores que no me parecía aceptable en modo alguno.

Volví a leer el libro unos diez años después y ahí ya sí me di cuenta de que era, ante todo, un libro sesgado desde el punto de vista exclusivamente comunista, cosa que me chocó porque por entonces ya sabía que en la guerra había habido mucho conflicto interno en el bando republicano, no era oro todo lo que relucía y los comunistas ya no eran santos de mi especial devoción. Pero seguí estimándolo mucho, como uno de los primeros y más genuinos y conmovedores testimonios de la guerra civil, al tiempo que un documento sociológico-biográfico de gran interés. Y así siguió siendo hasta que hace un par de años leí un trabajo de Wilebaldo Solano en el que se decía que el lugar en el que Andreu Nin fue secuestrado, torturado y probablemente asesinado, era un chalet perteneciente a Constancia de la Mora en Alcalá de Henares. Eso me causó un gran impacto. Ya no podía preguntar a mi madre porque había fallecido, así que hice unas pesquisas y el resultado que obtuve era que Constancia de la Mora y su marido, Ignacio Hidalgo de Cisneros, probablemente estaban al tanto y aprobaban los crímenes de los agentes soviéticos en España y de sus coadyuvantes españoles. Hace poco, el 27 de abril de este año, saqué una reseña de la revista Viento Sur en la que se documenta el trágico destino del revolucionario catalán, en una entrada titulada En Salamanca o en Berlín. Por entonces ya tenía claro que alguien había estado jugando con mi buena fe, mi entusiasmo de la primera juventud. No sabía hasta qué punto.

Este año se ha publicado el libro Soledad Fox Maura (Constancia de la Mora. Esplendor y sombra de una vida española del siglo XX, Biblioteca de Historia, Espuela de Plata, Salamanca, 2008, 367 págs) que es una biografía de nuestra autora hecha al hilo de su propia obra, esto es, una especie de deconstrucción de Doble esplendor. Fox Maura ha hecho un magnífico trabajo historiográfico y ha sacado a luz a un personaje contradictorio, con luces y sombras, sin cargar en exceso sobre las unas o las otras. Pero un trabajo que modula por entero mi visión de Doble esplendor ayudándome a entender por fin un libro que había leído dos veces y que las dos veces me había engañado porque, como demuestra Fox Maura, fue escrito para eso, para engañar.

Fox Maura traza la biografía de Connie (el nombre familiar con que todos la conocían) desde su boda con Germán Manuel Bolín y Bidwell, un faitnéant andaluz, con el que tuvo la única hija que tendría en sus dos matrimonios. Por entonces era Connie una señorita de buena sociedad madrileña. Empieza a hacerse republicana cuando entra en relaciones con Ignacio Hidalgo de Cisneros (cuyas memorias, Cambio de rumbo también son de provechosa lectura si bien no ocultan que son las de un comunista a machamartillo). Según Fox Connie da a entender sin embargo que sus convicciones republicanas eran independientes de su encuentro con Hidalgo de Cisneros (p. 85). En 1936 la nieta de Antonio Maura ingresa en el Partido Comunista de España (PCE) pero de esto no se habla en sus memorias; como tampoco del ingreso simultáneo de su marido. En general Doble esplendor oculta la filiación comunista de casi todos los que lo eran dando a entender que en la guerra civil había fascistas de un lado y republicanos del otro con el añadido de algunos extremistas y provocadores (luego derrotistas, claro es) anarquistas, largocaballeristas o trostystas. Los comunistas no aparecen. De hecho, hasta oculta que el matrimonio Alberti era militante comunista (p. 108). Se habla mucho de la ayuda de la Unión Soviética a la República pero se da a entender que esa ayuda no traía condiciones políticas algunas (p. 97) cuando los soviéticos inundaron de propaganda y agentes la España republicana.

Connie se expresa en todo momento en términos muy duros contra el POUM pero ni ella ni Hidalgo de Cisneros en sus memorias mencionan a Nin (p. 154), lo que ya es raro. Y mucho más que tampoco hagan mención de otro caso de desaparición muy sonado por aquellas fechas y que los afectó de lleno porque conocían a la víctima, José Robles, un español repatriado que trabajaba con todas sus fuerzas a favor de la República y que probablemente, como Nin, fue asesinado por agentes soviéticos con ayuda española (p. 148).

¿Qué significado tiene todo esto? Fox Maura lo aclara: al fin de la guerra, Connie llegó a Nueva York, donde contactó con los gringos partidarios de la República, en especial su amigo Jay Allen, a quien conocía de los tiempos del Departamento de Prensa Extranjera, los veteranos de la Brigada Lincoln y trabó relaciones con los comunistas estadounidenses. En poco tiempo se decidió (quizá fue la propia Connie con sus instinto natural para la propaganda) que, para ayudar a la causa de la República en los EEUU y conseguir que estos se comprometieran a intervenir en España en contra de Franco, debía escribirse un libro que contara la vida de Connie ("aristócrata" desclasada que se alinea con la República) y levantara simpatías con la causa republicana. Pero era un libro para un mercado gringo, por tanto de él debía desaparecer toda referencia al comunismo y eso es lo que explica que Doble esplendor, que se publicó primero en Nueva York en inglés como In Place of Splendor saliera como un canto aséptico a la lucha de una república democrática contra el fascismo, perjudicada por la hipócrita política de no intervención de las potencias democráticas, especialmente los EEUU. Se trataba de crear mala conciencia. El libro fue un éxito; antes del año se habían hecho cinco ediciones; Eleanor Roosevelt, John Dos Passos, Ernest Hemingway lo presentaron o hablaron a su favor y hasta se comenzaron sendas adaptaciones al teatro y al cine que luego no se hicieron. Por supuesto hubo gente que supo ver de qué se trataba y denunció el caso. Así Leigh White que había estado en España en 1937 escribió una crítica en The Nation en la que acusaba a Connie de haber escrito un libro de propaganda comunista mal disimulada (p. 208). Pero esas voces quedaron anegadas en el general clamor laudatorio.

Sin embargo Doble esplendor es, a todos los efectos, exactamente eso: una pieza maestra de propaganda comunista en los EEUU para estómagos gringos. Soledad Fox afirma en esta obra que no fue Connie quien escribió el libro, sino que se limitó a relatar su vida a la escritora y periodista Ruth McKenney, también miembra del Partido Comunista, pero con mucho más oficio de escribir que la española, que fue quien redactó el texto, razón por la cual éste fue un éxito.

Prueba concluyente y definitiva de ello Fox no tiene, pero acumula tal cantidad de datos y pruebas colaterales que es imposible negar el hecho. Al presentar la obra como de la exclusiva autoría de Connie, el efecto que se perseguía aumentaba. "Sin duda", dice Fox, "al encubrir la participación de McKinney, no sólo fue objeto de mayor estima personal, sino que el mensaje de su libro resultó más eficaz al ser percibido como auténtico" (p. 193). ¿Auténtico? "El lector americano de In Place of Splendor (Doble esplendor) aceptó con entusiasmo que esta culta española admirara su idioma y lo hablara como una nativa" (p. 191).

Pero esto no era cierto. Para probarlo, Fox cita el siguiente párrafo del original: "none of the good correspondents suffered from Richard Harding Davis overtones. Now and then some new agency man-sent, as is the wont of news agencies, direct from the police beat in Hoboken, fancied himself a Knight of the Typewriter" y añade "Esto no está escrito por Constancia de la Mora, ni son éstas sus palabras retocadas por un editor de Harcourt, Brace & Co. Éstas son las palabras de una brusca neoyorquino (sic), como Ruth McKenney" (p. 190). No tengo la menor duda. Sobre todo, cuando se sabe que, con el éxito de In Place of Splendor, llegó el prestigio, la popularidad, el dinero, la invitaciones a conferencias y Connie acabó creyendo que era una escritora. Fox cuenta cómo, ya desde su exilio en México, se embarcó en la tarea de publicar otro libro en los EEUU sobre España cuyo original le fue rechazado por la editorial a causa de que su texto no era editable ni en el sentido inglés del término.

Fox acumula más pruebas: aporta conversaciones y textos escritos de Connie en los que reconoce una mayor o menor extensión de la autoría de McKenney. Si no hizo la confesión completa y pública fue, según da a entender Fox Maura, por vanidad y negra honrilla. ¿Y por qué no dijo nada la propia Ruth McKenney? Al fin y al cabo de todos los libros que escribió fue el más famoso y de que lo escribió ella no dudó jamás porque Fox cita una carta a su hija (de McKenney) en la que relata los libros que ha publicado e incluye In Place of Splendor. ¿Por qué no dijo nada? Aquí no cabe vanidad para el silencio y Fox no tiene respuesta. Yo aventuro una: el libro fue un plan del partido comunista para colocar en el mercado gringo una pieza de propaganda eficaz, McKenney y Connie eran las dos comunistas, por lo tanto, obedientes a lo que el "Partido" dijera. El Partido decía que había que mover la simpatía estadounidense en favor de la República ocultando la influencia comunista en ella. Y la pieza tenía que ser convincente. Que el éxito de tu propaganda se mida en que nadie sepa lo que has hecho habla mucho sobre la estructura moral de los comunistas pero eso sería materia para otro post. El caso es que McKenney y Connie se sacrificaban por "la causa" aunque cada una de forma distinta.

El libro de Fox Maura sigue los pasos de Connie cuando ésta se traslada a vivir a México, concretamente a Cuernavaca. En esa última parte de su existencia, aunque la española trataba de seguir silenciando su condición política (entre otras cosas para mantener la amistad con Eleanor Roosevelt, que tan útil le era), trabajó como agente comunista directamente al servició soviético como colaboradora del embajador ruso en México. Prácticamente todos sus conocimientos y amistades no comunistas habían ido dándose cuenta de la situación y rompiendo con ella. Fox incluye una carta de Juan Ramón Jiménez sobre Doble esplendor que no deja lugar a dudas (p. 108) y sostiene que los recuerdos de Burnet Bolloten, Fischer, Barea o Prieto coinciden en que era demasiado partidista e intransigente (p. 133). Acabó rompiendo con su amigo Jay Allen y con Mrs. Roosevelt. Pero ella siguió fiel a sus ideales comunistas. En 1944 publicó un artículo en Soviet Russia Today, llamado Young Spain in the USRR de clarísima propaganda, hablando de lo magníficamente que estaban allí los niños españoles refugiados (p. 277). En el caso de su hija Luli, que había ido en 1937 y no salió para México hasta 1945, es posible, aunque dudoso. Lo digo porque, una vez llegada a México, se casó y nunca más volvió a pisar la Unión Sovietica. La última en darse cuenta con disgusto de la condición comunista de Connie fue su amiga Mary Wallner O'Brien, una millonaria gringa, vecina suya en Cuernavaca y con quien estaba viajando cuando se produjo el accidente de carretera que costó la vida a Connie con cuarenta y cuatro años. Mary O'Brien dejó un manuscrito, Adiós, Connie, depositado en la Universidad de Nueva York y que ha sido muy útil a la autora para ilustrar los últimos tiempos de la vida de Constancia de la Mora Maura.

Ahora me explico por qué me gusta tanto Doble esplendor, que he empezado a leer por tercera vez, ésta en el original inglés de su verdadera autora, Ruth McKenney: porque está muy bien escrito. Es una pieza de propaganda comunista perfectamente unilateral pero con muy buen estilo. Igual que el Acorazado Potemkin es una desvergonzada pieza de propaganda comunista pero también una película extraordinaria o, por irnos al otro lado, Nacimiento de una nación es una pieza de propaganda racista y del Ku-Klux-Klan y una obra de arte.

No guardo rencor a Constancia de la Mora por haberme engañado (y, conmigo, a muchos más); al fin y al cabo, la primera víctima de aquel complot comunista fue ella misma que hubo de fingir ser capaz de escribir lo que no era capaz de escribir, cosa que acabó arruinando su existencia. Por supuesto, queda por averiguar cuánto sabía Connie de los asesinatos comunistas, los casos de Nin, Robles, etc. Fox Maura duda de que ella e Hidalgo de Cisneros no estuvieran al tanto, pero no dice más. Por eso queda por averiguar pues no es asunto menor ni mucho menos.

Descanse en paz Constancia de la Mora Maura.

dijous, 22 de juny del 2017

Un héroe de nuestro tiempo

El culto al héroe es viejísimo. Sus nombres propios adornan la historia real y la fantástica con grandes variantes. Aquiles, Alejandro, César, Napoleón. Algunos son prototipos ambiguos, como Ulises o Maquiavelo. Thomas Carlyle nos regaló su  Sobre héroes y el culto al héroe en 1841, en donde, por cierto, no se menciona a los guerreros y la valoración de los héroes (dioses, profetas, escritores, reyes, etc) es generalmente positiva.

Por entonces, sin embargo, ya imperaba el modelo del héroe byroniano que aparece en Las peregrinaciones de Childe Harold (1812). El joven hombre de mundo, tempranamente hastiado de la vida, aquejado de melancolía, cínico, hasta cruel, pero también caballeroso, capaz de grandes pasiones y de una entrega ilimitada al amor o algún impreciso ideal hasta el sacrificio. Un ser contradictorio, una mezcla de héroe y villano. Un antihéroe. 

Los románticos rusos reprodujeron el modelo byroniano. Pushkin directamente en Eugenio Onegin y Lermontov después, a través de él, en la figura de Pechorin, el protagonista de Un héroe de nuestro tiempo, cruel, despiadado, inquieto, insatisfecho, nihilista, capaz de grandes pasiones. Juega con los sentimientos de la gente y se atormenta por ello.

En el siglo XX, el héroe desapareció, sustituido por el antihéroe que lo ocupa todo, desde El hombre sin atributos y Gregorio Samsa, hasta los personajes de las novelas de Paul Auster. A mediados de la centuria, Vasco Pratolini revivió el título de Lermontov, en un contexto muy diferente y con personajes que no tenían nada que ver, salvo el carácter del héroe byroniano llevado a la degradación en la figura del adolescente fascista Sandrino, cruel y hasta sádico con los demás y capaz de entregarse a un sentimiento de amor puro. 

¿Y cómo es el héroe de nuestro tiempo en el siglo XXI, al que llamamos líder? Es sobre todo mediático y está hecho a la sociedad de la información y de las redes. Su aventura no es personal, sino colectiva.  Pero sigue siendo contradictorio.  Predica la emancipación ciudadana a través de los  medios que sirven para impedirla. No se preocupa por la intensidad y veracidad de sus sentimientos, sino por la audiencia, dando por supuesto que la verdad dependerá de la decisión de la mayoría a la que desprecia en el fondo de su dandismo byroniano. Porque, si no la despreciara (o la compadeciera, que es una forma de despreciar) no diría que quiere emanciparla. 

Es el drama del antihéroe de nuestro tiempo. Si se adapta a la realidad, sabiendo que esta es obra de los seres humanos, renuncia a su condición heroica y se conforma con ser la idealización del hombre del traje gris. Si se rebela contra ella, pero no la destruye, esta lo asimila en un compartimento estanco dedicado a la rebelión dentro del orden. En él oficia el antihéroe con un discurso contrario que solo sirve para legitimar lo que dice querer destruir.

Si el héroe quiere cumplir la tarea que se autoimpuso cuando inició su andadura le interesa conocer el terreno que pisa, no perder el contacto directo con la realidad. Tal cosa sucede inevitablemente cuando, en la senda del triunfo, son sus partidarios y seguidores quienes le indican el camino y se lo explican. Al héroe le hacen entonces un Potemkin, y acaba convertido en un busto parlante. El solo faro de fiar del héroe es la crítica y el ataque del adversario. Es lo único seguro. Como seguro es que ignorarlas y ocultarlas lleva a la destrucción.   

La imagen es un cuadro de Carlo Carrà, de 1918, titulado L'ovale delle apparizioni, Galeria Nazionale d'Arte Moderna, Roma.

dijous, 6 de març del 2014

La corrupción y la propaganda.

Aquí nadie se cree ya nada. Según el barómetro del CIS de febrero el paro es la mayor preocupación de los españoles (80,1%), seguido en segundo lugar por la corrupción que sube al 44,2%. En tercer lugar, a distancia, la sanidad (10,8%). Al mismo tiempo, como sabemos por otros barómetros anteriores del CIS, el grado de desconfianza de la ciudadanía hacia Rajoy es altísimo, de cerca de las tres cuartas partes, mientras que el de Rubalcaba aun es mayor. Quizá sea por esto, porque no confían en los gobernantes, por lo que los españoles tienden a no dar crédito al último discurso que está emanando de La Moncloa, según el cual el país, gracias al gobierno, está saliendo de la crisis. Este año habrá crecimiento del PIB y creación neta de empleo. Y el año que viene ya será jauja, con una reducción de impuestos como símbolo del reinicio de la prosperidad.

Pero ese discurso no encuentra crédito. El porcentaje de ciudadanos que piensa que la situación económica dentro de un año estará igual o peor que hoy es del 70,6% y el de quienes creen que sucederá lo mismo con la situación política escala al 80,3%. La política lleva siempre la peor parte.

Rajoy tiene un problema de comunicación No solo personal, cosa evidente, sino también institucional. Es decir, tiene un problema en el aspecto en el que vuelca todo su esfuerzo: la imagen, la propaganda. Como dice un interesante artículo de Carlos Elordi que no me canso de citar, el gobierno no gobierna, solo hace propaganda tramposa. Pues tendrá que hacer más propaganda o conseguir que sea más tramposa. Porque nadie parece creerlo.

En verdad, La Moncloa entiende a la perfección su interés: tiene que elaborar un discurso hegemónico, frente al que no haya uno contrario o, si lo hay, no se difunda. El nudo de la cuestión está en el control de los medios de comunicación y a eso se ha dedicado con ardor en la primera mitad de la legislatura. Ha convertido la RTVE en la voz de su amo y ha descabalgado a los tres directores de los periódicos más leídos del país. Una decisión fría, meditada con un motivo claro: aprovechar la pavorosa crisis por la que atraviesa la prensa de papel, utilizar la publicidad institucional para doblegarla y suprimir la formación de una opinión crítica.

El empeño del gobierno es muy sencillo: se trata de ganar las elecciones presentando una imagen de España que no coincide en nada con la realidad. Una España Potemkin. Será interesante ver en las próximas elecciones si ese plan tiene éxito. Si no lo tiene, si el gobierno pierde las elecciones europeas, el tramo hasta las generales de 2015 será bastante áspero porque aquel aumentará su agresividad.

dimarts, 9 de juliol del 2013

Bárcenas y el cadáver de Ionesco.


A comienzos de 2011, convocadas elecciones autonómicas en la Comunidad de Valencia entre otros lugares, en plena borrasca de los tres trajes de Camps, Palinuro auguraba que el escándalo Gürtel pasaría factura a los implicados, que iría creciendo con el paso de los días hasta hacer insostenible la situación. Incluso buscó una analogía en la célebre pieza de Ionesco, Amadeo o cómo salir del paso, en la que hay un cadáver que no cesa de crecer y que, al final, acaba ocupando toda la casa. La Gürtel era ese cadáver. Sin embargo, para perplejidad general, el presidente Camps, por entonces imputado en la trama, revalidó su cargo con una mayoría absoluta superior a la que obtuvo cuatro años antes. La corrupción no pasaba factura y Palinuro quedaba de mediano profeta.


Así comenzaba un contrito Palinuro su entrada de 25 de marzo de este año, titulada El estado Gürtel. Bueno, pues no iba tan desorientado. A tenor de los acontecimientos en los últimos meses, de "mediano profeta" ha pasado a "profeta entero" o "profeta semientero", pues faltan dos años. Porque el cadáver ha seguido creciendo y creciendo y ya ocupa todo el escenario, el patio de butacas, la platea, los palcos y hasta el gallinero. Solo que no es el mismo cadáver, sino otro o quizá el mismo trasmutado. Gürtel es ahora Bárcenas que, por seguir la costumbre de poner en clave alemana, podría llamarse Ufer. O lo que es lo mismo, la corrupción, el fantasma, el cadáver maloliente de la corrupción que todo lo invade.

Al final, fue cierto. El cadáver ionesquiano es ubicuo y no puede ignorarse, por más que Rajoy siga agarrado a esa superstición primitiva de que, no nombrando el origen del mal, el mal desaparecerá. Pero no desaparece. Crece y crece. Hasta el sufrido pueblo español, resignado a niveles alucinantes de corrupción política desde siempre, está escandalizado y tiene la corrupción como segundo problema colectivo. Segundo, voto a tal. El primero es el paro. Y ahí es donde ancla el consejo que sus expertos en comunicación dan a Rajoy: se puede aguantar en silencio. Si, llegadas las elecciones, se ha acabado la crisis o se vislumbra su fin, la corrupción no pasará factura electoral. El modelo/ejemplo que se invoca es el de Camps en Valencia: dame pan y llámame tonto.

Y el cadáver sigue creciendo, monopolizando la atención de la vida pública en la que se dan episodios chuscos. WikiLeaks ha colgado en la red en abierto la contabilidad completa del PP desde 1990 a 2011. Sí, esa misma contabilidad que el PP le negó al juez sosteniendo que no la tenía, con lo cual, la comparecencia de Cospedal ensalzando la transparencia del PP es otra estrella en un cielo tachonado de stripteases y diferidos. Todo por no dimitir y dejar de hacer el ridículo.

Los internautas han organizado una plataforma para clarificar esa contabilidad, que promete ser una fuente inagotable de sorpresas, algunas para reír, otras para llorar y las más para morder. ¡Sobresueldos fabulosos a Rajoy cuando era ministro! Y ahí sigue el buen hombre, impertérrito, como si tan vergonzoso trance no fuera con él. Las malas lenguas dicen que también cobraba sobresueldos siendo presidente, pero nadie ha aportado la más mínima prueba, aunque la posibilidad exista. Según cierta lógica más bien materialista, si un ministro cobra sobresueldo, un presidente, más.

La pedrea de acusaciones personalizadas alcanza a la vieja guardia del PP, Rajoy, Rato, Arenas, Álvarez Cascos, todos cobrando sobresueldos frenéticamente, como si el mundo fuera a acabarse. Menudo barniz. En alguna parte creo haber visto también el nombre del pío Mayor Oreja, pero no estoy seguro. Con todos estos apuntes contables a merced del público, los periodistas, los "amigos", al PP le espera un vía crucis de aquí a las elecciones. En realidad, ya ha comenzado. Rajoy parece un ecce homo. Encerrado en obstinado mutismo sufre sucesivas afrentas, injurias, ridículos: cobraba sobresueldos, nombró a Bárcenas y le dio plenos poderes, algunos viajecillos fueron cómodos y gratuitos. Pueden aparecer hasta facturas de trajes al modo Camps. Un pozo sin fondo es la contabilidad esa que no existía.

Por cierto, de querellarse contra El Mundo, nada. Ni mú. Ni de querellarse contra Bárcenas, diga lo que diga Cospedal, cuya nueva embarullada explicación de la acción judicial que dice haber movido contra el extesorero vuelve al territorio del diferido.

¿Cree Rajoy que puede aguantar dos años este chorreo continuo, este bochorno permanente, sin dimitir? Sus comunicólogos de cabecera se lo aseguran. A él le interesa creerlo. O hacer como que lo cree. Sus hombres del agitprop en la radiotelevisión pública se encargan del Potemkin, esto es, de erigir y comunicar una realidad que nada tiene que ver con la realidad. Así han conseguido la audiencia más baja en toda la historia de los informativos de TVE tras la muerte del Invicto. Somoano, sin embargo, el responsable del desaguisado, lo atribuye a la imparcialidad de los informativos. Cómo se ve que no juega con su dinero sino con el de todos, según inmarcesible sabiduría neoliberal.

dijous, 23 d’octubre del 2014

La peste.


Los gobernantes democráticos son gentes elegidas por el pueblo para gestionar los asuntos públicos según criterios distintos pero con un mismo principio, según el cual la gestión será en interés del bien común y no en provecho personal de los gobernantes. Lo que hay en España no tiene nada de esto.
 
El país está gobernado por un partido que lleva más de veinte años dedicado a actividades presuntamente ilegales e inmorales, en colaboración con una red más o menos organizada de empresarios o delincuentes o ambas cosas a la vez. Ello le ha permitido financiarse en negro, repartir abundante dinero en B entre sus más destacados dirigentes, propiciar con sus nombramientos un expolio público sin precedentes y enriquecer de modos supuestamente ilícitos a sus militantes, allegados, deudos, clientes y cómplices.  Palinuro siempre ha dicho que ser militante del PP es un chollo, lo cual explica su afiliación en torno a los 800.000 militantes: el atractivo de hacer dinero en las administraciones locales, autonómicas, estatales, en contratas, enchufes, mordidas, comisiones, recalificaciones, subvenciones, privatizaciones, todo un denso entramado de corrupción que cubre el país entero y que, además de servir para hacer dinero, sirve para blanquearlo sin llega el caso.
 
Es un estado de corrupción general. Una peste. El sistema político es una cáscara vacía, pura fachada, un potemkin. Y los españoles, haciendo gala de su fatalismo, se lo toman a chirigota. Son los humoristas como Wyoming quienes encabezan la oposición; es twitter, en donde se hacen los comentarios más despiadados sobre los políticos. El chiste es la forma de oposición a la dictadura, dado que las otras están prohibidas. Como en los tiempos de Franco, como pasaba en los países comunistas. La gente se reía por no llorar.
 
Y estamos para pocas risas. Vistos los últimos sobresaltos procesales de esa hidra de mil cabezas corruptas, parece bastante sensato reconocer lo que ya dice todo el mundo: que el PP no es propiamente hablando un partido, sino más probablemente, una asociación de malhechores. No solamente porque tenga una infinidad de militantes y dirigentes imputados, procesados, condenados o cumpliendo condena, sino porque él mismo como partido adopta medidas para amparar a los presuntos delincuentes, como la obstaculización de la justicia mediante triquiñuelas procesales o la destrucción de pruebas.
 
La cascada de nuevos escándalos, las tarjetas negras, la imputación del exministro Acebes, la del exalcalde de Toledo, que apunta directamente a la muy posible implicación de Cospedal, son nuevas piezas malolientes de un panorama de podredumbre. Este se remonta a los tiempos de los gobiernos de Aznar, el amigo íntimo de Blesa. Alguien ha calculado que el 75 por ciento de los miembros del primer gobierno de Aznar está imputado, procesado o en prisión.
 
Una peste. La letanía de nombres de presuntos sinvergüenzas y sinvergüenzas probados es interminable y la de sus fechorías llena legajos y legajos en los anaqueles de los juzgados, por contar solo los asuntos ante la justicia. Y habrá más. El silencio de Aguirre, de Aznar, del propio Rajoy solo puede interpretarse como una medida de defensa procesal: todo lo que digan podrá ser utilizado en su contra. Y lo más irritante, indignante en realidad, es que son los pájaros que, como Díaz Ferrán, mientras robaban a manos llenas, decían a la gente que hay que trabajar más y ganar menos. 
 
Con esta peste no va a terminar el gobierno porque, aunque suele hablar de proponer legislación en pro de la transparencia y la regeneración democrática, carece de autoridad y crédito para ello. Su propio presidente está bajo sospecha de haber cobrado sobresueldos en B y varios de sus ministros, también. La evidencia de que, como ministro, vicepresidente de Aznar, presidente luego del partido, Rajoy sabía perfectamente lo que pasaba lo inhabilitan para acometer medida regeneradora de la democracia alguna.
 
Pero tampoco le importa. A este gobierno no le interesa en absoluto la gobernación del Estado y menos en pro del bien común y le trae al fresco la opinión pública. Centra todas sus medidas de supervivencia en tres aspectos: 1º) control de los medios de comunicación y recurso a la censura, la manipulación y la propaganda; 2º) imposibilitar o dificultar el acceso de los ciudadanos a la justicia y la protección de sus derechos mediante los tribunales; 3º) convertir toda crítica, protesta o manifestación en un ataque al orden público y reprimirlo sin contemplaciones gracias a una ley mordaza a punto de aprobarse.
 
En esta situación, España no tiene gobierno sino que está administrada por una asociación de presuntos malhechores. La pregunta inmediata es: ¿y qué pinta la oposición en todo esto? ¿Por qué continúa legitimando con su colaboración esta peste de corrupción? ¿Por qué sigue admitiendo que trata con un gobierno que hace política y no con una peste que ni entiende de política ni le importa un pimiento? ¿Por qué sigue acudiendo a un Parlamento que no sirve para nada, salvo para legitimar esta peste? ¿Por qué no presenta una moción de censura, aunque la pierda? ¿Es porque en parte la corrupción también la afecta a ella, al menos a alguno de sus partidos? Justamente la única forma de salir de esa posición de  extorsionado es reconocer paladinamente las faltas propias y, a continuación, plantarse ante las ajenas, que son apabullantes.
 
Plantarse es decir no a la peste. No al simulacro de parlamento; no al gobierno por decreto; a las ruedas de prensa sin preguntas, al plasma, a los tribunales que aplican la justicia del príncipe; a unos medios vendidos; a una gestión autoritaria del orden público, represiva, amedrentadora. Palinuro lo ha dicho en otras ocasiones: retirada al Aventino que ahora recuerda la retirada a la colina de Florencia en la que se escribió el Decamerón, mientras los retirados escapaban de la peste negra, tan negra como las tarjetas de estos sinvergüenzas.