Aquí nadie se cree ya nada. Según el barómetro del CIS de febrero el paro es la mayor preocupación de los españoles (80,1%), seguido en segundo lugar por la corrupción que sube al 44,2%. En tercer lugar, a distancia, la sanidad (10,8%). Al mismo tiempo, como sabemos por otros barómetros anteriores del CIS, el grado de desconfianza de la ciudadanía hacia Rajoy es altísimo, de cerca de las tres cuartas partes, mientras que el de Rubalcaba aun es mayor. Quizá sea por esto, porque no confían en los gobernantes, por lo que los españoles tienden a no dar crédito al último discurso que está emanando de La Moncloa, según el cual el país, gracias al gobierno, está saliendo de la crisis. Este año habrá crecimiento del PIB y creación neta de empleo. Y el año que viene ya será jauja, con una reducción de impuestos como símbolo del reinicio de la prosperidad.
Pero ese discurso no encuentra crédito. El porcentaje de ciudadanos que piensa que la situación económica dentro de un año estará igual o peor que hoy es del 70,6% y el de quienes creen que sucederá lo mismo con la situación política escala al 80,3%. La política lleva siempre la peor parte.
Rajoy tiene un problema de comunicación No solo personal, cosa evidente, sino también institucional. Es decir, tiene un problema en el aspecto en el que vuelca todo su esfuerzo: la imagen, la propaganda. Como dice un interesante artículo de Carlos Elordi que no me canso de citar, el gobierno no gobierna, solo hace propaganda tramposa. Pues tendrá que hacer más propaganda o conseguir que sea más tramposa. Porque nadie parece creerlo.
En verdad, La Moncloa entiende a la perfección su interés: tiene que elaborar un discurso hegemónico, frente al que no haya uno contrario o, si lo hay, no se difunda. El nudo de la cuestión está en el control de los medios de comunicación y a eso se ha dedicado con ardor en la primera mitad de la legislatura. Ha convertido la RTVE en la voz de su amo y ha descabalgado a los tres directores de los periódicos más leídos del país. Una decisión fría, meditada con un motivo claro: aprovechar la pavorosa crisis por la que atraviesa la prensa de papel, utilizar la publicidad institucional para doblegarla y suprimir la formación de una opinión crítica.
El empeño del gobierno es muy sencillo: se trata de ganar las elecciones presentando una imagen de España que no coincide en nada con la realidad. Una España Potemkin. Será interesante ver en las próximas elecciones si ese plan tiene éxito. Si no lo tiene, si el gobierno pierde las elecciones europeas, el tramo hasta las generales de 2015 será bastante áspero porque aquel aumentará su agresividad.