La noche de San Silvestre es muy ruidosa y muy movida. En algunos lugares le da a la gente por echar a correr, por ejemplo, en Vallekas, en donde se organiza la famosa Maratón de San Silvestre. Anoche tuve ocasión de verla pasar por la Plaza de Atocha y, en verdad, es impresionante por la cantidad de gente corriendo y el ambiente de alegría, de comunidad que la rodea. Es una acción colectiva, espontánea, que empieza y acaba en sí misma, sin predicar ni vender nada. O sea, una gozada.
Pero, en general, tengo para mí que tanto ruido y tanto movimiento son formas de evitar quedarse parado pensando. Porque la tal nochecita del 31 tiene siempre tintes metafísicos. Se acaba un día, un mes, un año, y el personal cae en cavilaciones. Balance del pasado, perspectiva del futuro y propósitos de cambio, mudanza, de nueva vida. Y todo eso suele ser tan abrumador que muchos consideran preferible coger un matasuegras, ponerse un cucurucho en la cabeza y salir a la puerta del Sol a dar gritos.
Porque eso de proponerse un cambio de vida, habida cuenta de la experiencia de que cambiar de vida no es nada fácil, produce melancolía y nostalgia y si algo está prohibido en esta noche es la murria. La orden es divertirse. Porque cambiar la vida es imposible. La vida cambia, a buen seguro, pero no como, ni cuando, nosotros decidimos. La vida cambia y nosotros con ella; ella nos cambia; no nosotros a ella.
Cambiar la vida ha sido siempre el anhelo de todos los revolucionarios. Incluso llegó a formularse expresamente como consigna sesentayochera: changer la vie. ¿Que ha hecho la vida con todos aquellos que tan orgullosamente quisieron cambiarla? Pecios en la mar brava de la existencia.
La vida no nos pertenece; no más que el camino al caminante. Es tan inmensa e inabarcable que jamás podremos entenderla. Y hasta cuando alguien propone un cambio radical, un basta ya definitivo y provocador, la vida juega con él como el viento con las hojas muertas y pone al descubierto sus miserias.
Considérese el mapa mundi de la ilustración. Es el mundo al revés. Pero, justamente, es un intento de demostrar que el mundo no tiene revés. Es un ataque a una concepción tan arraigada en nuestras mentes como una creencia orteguiana. El mundo tiene un derecho, con Europa en el hemisferio norte y un revés, el de la ilustración, tan a propósito hecha que la leyenda sí está al derecho, para que no haya dudas. Es decir, es un ataque al eurocentrismo, esa especie de convicción íntima de que el mundo es como nosotros lo vemos. Y lo vemos como queremos.
Pues no, señor, dice alguien, la tierra es una esfera y lo único cierto de los polos es que son opuestos, pero no que uno sea el norte y otro el sur. La estrella polar no señala necesariamente el Norte; podría señalar el Sur sin cambiar de sitio; basta con cambiar los nombres. Cambiar el mapa tampoco es tan fácil. Ese provocativo mundo al revés sigue siendo tremendamente eurocéntrico. Es una reproducción plana de una proyección desde el Ecuador, una clásica proyección Mercator que magnifica las dimensiones de las tierras del "hemisferio norte" y disminuye las del "hemisferio" sur. Aquí se cambia el nombre pero la desproporción "eurocéntrica" se mantiene. Y eso sin señalar que el cartógrafo ha mantenido incólume la tradición eurocéntrica de tomar al meridiano de Greenwich como el O para el cálculo de latitudes y longitudes.
El ataque al eurocentrismo sigue siendo eurocéntrico. No es tan fácil cambiar la vida.
La otra imagen asociada con la San Silvestre es la del dios Jano, el del famoso templo y sus famosas puertas, el que da el nombre al mes de enero, con sus dos rostros. Jano es una de las figuraciones del doble, el Doppelgänger que aparece en todo tipo de fábulas y encuentro fascinante. El doble es la representacion antropomórfica de ese universal humano de verlo todo en términos de dualidad, desde su forma esencial: el ser y la nada, el Yin y el Yang, la vida y la muerte, la materia y el espíritu, el día y la noche, el bien y el mal, el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Es el maniqueísmo de todas las religiones. Todas tienen un dios y un diablo, un Ormuz y un Ahrimán.
En el caso de Jano, el dios de los solsticios, el doble adquiere una extraña dimensión porque es un doble con relación al tiempo. Un rostro mira el año anterior y otro el posterior, uno el pasado y otro el futuro. También solía representarse a Hermes como bifronte y opuesto y servía entonces de mojón en el camino, para medir la distancia recorrida y la que queda por recorrer. Algo también comprensible en términos de tiempo, como cuando se mide la distancia de un punto a otro en horas.
La alegoría de Jano como doble en el tiempo se ve en que tiene dos caras pero es una sola persona. Las representaciones populares de la figura suelen dar al rostro que mira el pasado los rasgos de un anciano y al que mira el futuro los de un recién nacido. Pero también son la misma persona. ¿Podrían representarse al revés, como el mapa mundi? Puestos a cambiar... Es difícil de imaginar pero podrían, desde luego. Sin embargo resultarían menos convincentes que la inversión cartográfica. Cabe adjudicar al viejo la condición de niño y hasta suele hacerse con ánimo algo despectivo. Pero es imposible adjudicar al niño la condición de viejo. La vida aún no lo ha cambiado.
Pues eso: feliz año nuevo.
(La imagen es una foto de Fubar Obfusco en el dominio público).
Pues eso: feliz año nuevo.