Palinuro, siempre tan celoso de su predio, lo cede de muy buen grado para reproducir un magnífico artículo de Inés Gestido en el digital Insurgente, un periódico de la izquierda no sectaria, pues también la hay. Es una pieza breve, clara, sencilla, actual que relata y delata una injusticia lacerante, parte del abuso general y generalmente aceptado sin discusión a que nuestra sociedad somete a más de la mitad de sus miembros. Y con la complicidad no ya de quienes lo perpetran directamente sino de tod@s l@s que no lo denuncian. Porque quienes viven en la injusticia, de ella se benefician, aunque sea involuntariamente, y no la denuncian son cómplices.
Gestido aclara además de forma diáfana y concisa qué pretende el femenismo y qué quienes lo combaten. Lo subscribo por entero excepto en su última frase que atribuyo a un exabrupto, por lo demás presente en todo el artículo, razón por la cual este tiene tanta fuerza. Salvo la última frase. El feminismo no puede propugnar dictadura alguna, ni la propia, ni en broma. Nadie es libre en una dictadura. Tampoco l@s dictador@s.
Suele llamarse extremistas a quienes relacionamos la condición femenina en el patriarcado con la esclavitud. Tanto más exagerad@s cuanto que no podemos ignorar y no ignoramos lo mucho logrado cuando hace unas décadas (tampoco tantas), en algunos puntos del planeta (no en todos, por ejemplo, no en los países musulmanes) y en algunos órdenes sociales (tampoco en todos, por ejemplo, no en la iglesia católica) se reconociera la igualdad ante la ley del hombre y la mujer. Ya se hablaba de igualdad ante la ley mucho antes, pero -eso iba de suyo- las mujeres quedaban siempre excluidas.
Mencionaré un hecho incontrovertible, como todos los hechos: la ley reconoció antes el derecho de sufragio (y por tanto la ciudadanía) a los esclavos que a las mujeres.