dissabte, 22 de desembre del 2012

¡Qué fácil es no entenderse!

La llamada "cuestión catalana" -parte de la "cuestión española"- contiene también una "cuestión socialista". Y esta es especialmente delicada. Por cierto, afecta asimismo a toda la izquierda española, pero son los socialistas los más tocados. El PSOE está cerrado en banda a toda idea de referéndum de autodeterminación del tipo que sea y mucho más si se pretende realizarlo en un solo territorio con una parte de la población. Es un clarísimo diremos no a un referéndum.
Ese es el punto de vista del nacionalismo español. De izquierda y de derecha: No. El No de la izquierda viene acompañado de una oferta federalista cuyo oportunismo es tan fuerte como su inviabilidad. El No de la derecha no trae contrapartida alguna. Se muestra el Código Penal, la Constitución y, si preciso fuera, el Ejército, el cual, al decir del ministro Morenés acata sin reservas la supremacía del poder civil. Tranquiliza oírlo. Lo que no tranquiliza es el propio poder civil cuya ideología autoritaria y represiva es cada vez más clara en su forma de gestionar los crecientes problemas de orden público.
La dirección del PSOE acusa al PSC y a Navarro en concreto de ambigüedad en este aspecto. Sin embargo, esa ambigüedad no es tal. El PSC distingue entre el derecho a decidir mediante referéndum y la independencia. Si no lo he entendido mal se opone a la segunda (y propugna el consabido federalismo) pero apoya el primero. Ambigüedad, cero. El PSOE niega el derecho a decidir de los catalanes porque, sostiene, está comprendido en el derecho a decidir de los españoles. El problema está ahí. Por eso dice Felipe González a Jordi Pujol que, si los catalanes deciden irse, él quiere votar.
La cuestión de quién vota es discutible. La del derecho a decidir, no. El PSC no propugna el derecho a decidir de los catalanes por capricho sino porque se lo pide una parte apreciable de su base. No hace tanto que Ernest Maragall, hermano del mítico Pasqual, dejó el PSC para fundar un nuevo partido independentista y de izquierda. Probablemente este nuevo partido acabe fusionado en ERC pero también puede ser el señuelo para la formación de una socialdemocracia independentista, que no la hay en el Principat. Para frenar esa posible sangría el PSC enarbola el derecho a decidir. Es cuestión de supervivencia y si eso no se entiende en "Madrid", el PSOE tendrá un problema. Y en "Madrid" no puede entenderse porque el no entendimiento es también cuestión de supervivencia. Una tenue simpatía del PSOE hacia el derecho a decidir y se echará encima una campaña furibundamente patriótica española del PP.
Así planteado, el problema no tiene solución, como no la tiene la "cuestión catalana". Palinuro coincide con el punto de vista del PSC y cree que el PSOE debiera hacerlo suyo. Sin duda no augura nada bueno electoralmente. Sería preciso hacer mucha pedagogía, explicar el carácter de los tiempos nuevos, la sociedad red, Europa, el debilitamiento de los Estados. Habría que hablar de España, de naciones y pueblos. Y ahí se calientan los ánimos y salen los sentimientos. Uno se siente español y otro se siente catalán y revela una mentalidad bastante primitiva el hecho de negarse a ver que la fuerza y legitimidad de un sentimiento son tantas como las del otro. Y si España se hizo en lucha contra lo "no español", habrá catalanes para los que Cataluña se hará en lucha contra lo "no catalán".
Pero todas estas consideraciones, en realidad, sobran. No hay tiempo para pedagogías. Los dos sentimientos nacionales están en curso de confrontación y es prácticamente seguro que la habrá. Las derechas no están dispuestas a ceder en nada en la forma. Si Franco hizo lo que hizo con Companys, no haya duda de que a Mas se le aplicará la ley. Sin embargo, tampoco parece verosímil este escenario. La derecha no cederá nada en la forma; lo hará en el fondo. Los dos contendientes parecen gallos enardecidos pero da la impresión de que se trata de conseguir ventaja de partida en una negociación inevitable. Toda la baladronada acabará en alguna forma de pacto fiscal para Cataluña, más o menos vergonzantemente oculto por palabrería oficial y una desactivación del espíritu anticatalán de la Ley Wert.
Con ello, desde luego, no se resolverá el problema, la "cuestión catalana", pero se aplazará para deleite de las generaciones futuras.