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divendres, 6 de maig del 2011

Los turbulentos sesentas.

Ara que tinc vint anys
ara que encara tinc força,
que no tinc l'ànima morta,
i em sento bullir la sang.
(Serrat, 1967)


Me ha parecido espléndida esta peli japonesa dirigida por un franco-vietnamita sobre una novela éxito de ventas (ocho millones de ejemplares sólo en el Japón) de Haruki Murakami y que no he leído. Así me ahorro tener que decir algo sobre eso tan aburrido de si la peli hace honor a la novela. Dado que las dos artes, la literaria y la cinematográfica, tienen lenguajes distintos, la cuestión del ajuste de la una a la otra es bastante vacía.

Es una historia de amor entre chavales en su muy primera juventud, casi en su adolescencia. En dos de ellos en la infancia y la adolescencia. Una historia trágica porque se abre con una muerte y se cierra con dos. El amor y la muerte forman siempre una filigrana fascinante. Si, además, es tratada con la delicadeza, la sensibilidad, la elegancia y el derroche de belleza que hay aquí la filigrana de fondo se engarza en otra de forma visual y acústica hasta lo sublime. Los escenarios son magníficos, las montañas, los bosques, los prados en las distintas estaciones del año, la mar bravía del Japón . En la banda sonora se oye, entre otros, a los Doors, a los Beatles en Norvegian Wood y juro que se dan saltos en la butaca.

La compleja y delicada trama de amores cruzados, llena de dudas, de angustia, de decisiones dramáticas, de arrepentimientos y terquedades en unas vidas que van al galope de las pasiones se encaja en los últimos años sesenta del siglo pasado. En dos o tres pinceladas Tran Anh Hung retrata el ambiente universitario hacia 1967. Los grupos de Zengakuren, con cascos y palos a carreras por los recintos, enfrentándose a la policía, interrumpiendo las clases, coreando consignas maoístas, dan la medida del barullo exterior propio de la época. Luego la historia se concentra en sus protagonistas inmediatos a los que sigue como en una campana de cristal porque viven sus tormentas aislados del conflictivo entorno. El guión sólo los saca con mucho acierto a los lugares de trabajo de alguno de ellos y a las tiendas de venta de vinilos, muy típicas de los sesentas.

El conocido sincretismo de la cultura japonesa se hace patente. Los gustos y hábitos de los jóvenes son occidentales pero atemperados por usos y costumbres autóctonos, fundamentados en el respeto mutuo, la delicadeza, el civismo y la aceptación de la autoridad, por contradictorio que pueda parecer en momentos de agitación revolucionaria. Hay trozos que, por la lentitud del ritmo y el preciosismo de las imágenes en situaciones de incomunicación, recuerdan a Antonioni. Y en algún lugar he leído que la estancia de la muchacha en un establecimiento psiquiátrico en las montañas es una especie de referencia a La montaña mágica, aunque la única coincidencia que le veo es en lo de la magia que, me parece, es propia de todas las montañas.

Pero esas son cuestiones de ambientación que la peli resuelve magistralmente. Los interiores de las casas, el colegio mayor, los apartamentos de los chicos, las viviendas, las clínicas, los edificios públicos, las calles de Tokyo sorprenden siempre por el equilibrio de las composiciones. Pero es eso, ambientación. El meollo es la historia en sí, la trama, lo que hay que contar, que era lo que normalmente faltaba en Antonioni. Un verdadero chorreo de primeros planos, de escenas de sexo muy puras nos va adentrando en el torbellino de las pasiones de gentes entre los diecinueve y los veinte años, cuando bulle la sangre, pero con la desconcertante peculiaridad de que nadie rompe la compostura ni alza la voz (mucho menos la mano) ni se le van los nervios (ni siquiera a quienes están mal de ellos), a pesar de los crueles sufrimientos que se infligen unos a otros, ebrios de felicidad. Movidos por ideales, por lecturas, por amores que los desgarran, por sentido del deber y por propósitos ingenuamente trascendentes, los jóvenes protagonistas se enfrentan por fin a la vida posterior con una experiencia y una memoria que la marcarán para siempre.

La vida, ni más ni menos.

dimecres, 1 de juliol del 2009

Madre e hija.

Estamos (o, cuando menos, estoy) tan acostumbrados a ver cine gringo que, cuando ponen una peli que no lo es, una peli europea, por ejemplo, la diferencia llama muchísimo la atención. Se agradece una historia que no se base en espectaculares efectos especiales, incluida la casquería, no esté repleta de androides, no contenga una frenética persecución de coches por Nueva York y no se dirima al final con una pelea de artes marciales. Se agradece mucho ver una peli en la que se cuentan historias verosímiles con gente normal de la que encuentra uno por la calle y a la que le sucede lo que sucede a todo el mundo.

Aunque sea una historia trivial, como ésta, y repleta de tópicos, casi todos, por cierto, copiados de los estadounidenses (peripecias de adolescentes en un instituto de enseñanza media en París) y con un final feliz casi como de cuento de hadas. O quizá por ello: la siente uno como más próxima y más auténtica.

La directora, Lisa Azuelos, hija de Marie Laforet (a su vez, un ídolo de mi adolescencia) imprime un ritmo vertiginoso a su narración y consigue introducir una ingente cantidad de material en la trama: conflictos en las relaciones amorosas entre adolescentes, enfrentamientos generacionales entre padres e hijos, una visión sintética de Londres con ojos de francés (tan tópica como el resto de la peli), problemas de familias, un par de historias de amor. Realmente no se puede pedir más. Encima los chavales son todos guapísimos y actúan de cine, muy bien dirigidos por Azuelos que muestra consumada maestría en este su tercer film.

Al final nos enteramos de que la peli está parcialmente basada en hechos reales y, según parece, tiene elementos autobigráficos: ella, como su protagonista, Sophie Marceau, está en torno a los cuarenta y tiene una hija adolescente como la Lola que interpreta Christa Theret. Sospecho, además, dado el apellido de Lisa Azuelos que también su padre sea español, como el marido divorciado de la madre de Lola Delgado en la peli. No hacía falta advertirlo, en todo caso pues cuanto sucede en LOL es perfectamente verosímil. Otra cosa es la representatividad social de los personajes. El carácter trepidante del argumento, los líos con las drogas, la música, el cachondeo en la educación requerían un instituto público pero el origen social de los chavales casa mal con esa enseñanza, aunque se trata de una cuestión menor. Lo importante es también el sentido del humor con que se presentan los distintos episodios. La relación de la madre con la hija, a veces un poco cursi, está muy lograda y ese policía de la brigada de estupefacientes que aparece ocasionalmente es un acierto.

Los adolescentes se relacionan a base de SMSs y de servicios de messenger de un modo casi compulsivo lo cual impone un ritmo de relaciones entre ellos que puede resultar agotador para un adulto pero que explica mucho de sus claves simbólicas y de su forma de enfocar la vida. El sexo tiene una importancia capital. En la división de funciones, siguen mandando ellos: el conjunto de música con estética Rolling Stone son chicos únicamente y cantan en inglés, porque todo lo anglosajón los influye mucho. Pero ellas toman igualmente la iniciativa. El lenguaje, por cierto, es unisex y los diálogos están muy conseguidos.

En definitiva, una comedia sobre el lado amable de la vida, alegre, despreocupada y risueña. Parece normal que haya tenido cuatro millones de espectadores en Europa.

dimecres, 20 de maig del 2009

Terror de cultivo.

Desde Otra vuelta de tuerca, está prácticamente dicho todo en el terreno del terror en relación con la infancia, situación que afectaba a la plaza en la que estemos o a cualquiera otra. Y esta película no es excepción a la historia. En realidad es un misterio por qué se ha rodado, dado que que no hay historia que contar. Una madre muere en accidente de coche cuando va con sus dos hijas. La pequeña, que fue la responsable del accidente, desarrolla un complejo de culpa que la lleva a dar rienda suelta a sus tendencias suicidas. El padre decide que los tres merecen un viaje y se trasladan a vivir de Chicago a Génova en donde el padre da clases de inglés en la universidad. Luego el relato se bifurca en tres o cuatro pero todos muy vistos: a) las peculiaridades culturales italianas vistas por un anglosajón; b) los anglosajones expatriados; c) los problemas de la adolescencia, ya que la hija mayor está en la edad del pavo; d) las alucinaciones de la pequeña, elemento central para convertir la peli en una historia de miedo. Pero esto es imposible porque es imposible convertir una populosa y luminosa ciudad italiana en un lugar gótico, oscuro y tenebroso. El intento del director de contrapuntear las escenas de playa con las caminatas de las crías por los oscuros callejones de la ciudad medieval, poblados de amenazadoras figuras entrevistas, tratando de inspirar prevención y miedo, solo consigue aburrir más y hasta irritar a fuerza de repetitivo. Y no hablemos ya de la permanente tensión a que un director abusón somete a los espectadores con tomas y toma y toma de circulación rodada en todo tipo de vehículos para que nos temamos otro cacharrazo como el del principio.

Normalmente, hasta la peor película tiene algo que la redime; en esta no encuentro nada.

dimarts, 13 de gener del 2009

Al Papa no le gusta el nihilismo.

El Papa Ratzinger la tiene tomada con el nihilismo que, según él, invade de modo creciente el mundo juvenil. Piensa su SS con gran audacia que la juventud está descarriada, sólo quiere pasarlo bien, consumir drogas, conducir a lo loco y follar al margen de la sacrosanta familia que sólo es tal si está fundada en el matrimonio como a él le place. Muy original esto del nihilismo de los jóvenes. Ya preocupaba mucho a la gente mayor cuando yo era crío y sigue haciéndolo. Esta juventud frívola hace que no gane uno para disgustos. Que yo sepa lo del nihilismo juvenil aparece por primera vez en la novela de Ivan Turgeniev Padres e hijos, a mediados del XIX. Nuevo el fenómeno, precisamente, no parece ser. Y desde siempre va acompañada de esta carga de reconvención paternal que en el caso del Papa está justificadísima por ser el Santo Padre de todo quisque. Lo que sucede es que es un Santo Padre bastante inconsistente y arbitrario, como todos los padres, claro está, porque, ¿en qué queda ese discurso del nihilismo y la "banalización" de las cosas importantes de la vida cuando reúne a cientos de miles, medio millón de jóvenes en esas jamborees que organiza de vez en cuando con motivo de algún año internacional de la juventud o efeméride parecida? La última, si no recuerdo mal, en Australia; la próxima si los dioses no lo remedian, en España, de la mano de Monseñor Rouco Varela, un verdadero icono juvenil por la frescura y la audacia de sus ideas. ¿Qué sucede entonces? ¿Los jóvenes no son nihilistas o los que acuden mansamente a sus convocatorias para jóvenes no son jóvenes?

(La imagen es una foto de Sam Herd, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 11 de desembre del 2008

"Estado asesino, policía ejecutora".

Nuestro tiempo tiene una deuda contraída con la juventud. Todos la tienen o la han tenido en mayor o menor medida y en todos esa deuda se ha pagado de una u otra forma. Hoy también parece que esté pasando. Anoche varios cientos de manifestantes en Madrid y Barcelona provocaron disturbios callejeros, encontronazos con la policía, asaltos a comercios, sucursales bancarias y destrozos del mobiliario urbano. Eran concentraciones espontáneas en solidaridad con los jóvenes griegos que también ayer salieron a la calle en plena huelga general a seguir enfrentándose con la policía.

La espontaneidad es un rasgo característico de la juventud; la solidaridad desinteresada, otro. Parece que en los hechos de ayer podemos ver un comienzo de extensión de los disturbios de Grecia a otros países del entorno en que se dan circunstancias similares a las griegas.

Supongo que habrá mucha gente, sobre todo publicistas, columnistas, tertulianos y otros especímenes de la clase parlanchina que desaprobarán estos comportamientos en muy diversos tonos, desde los condenatorios inflamados de los guardianes del orden público que pedirán mano dura y represión, hasta los comprensivos que se harán cargo de que hay un creciente descontento entre los sectores juveniles que se debe canalizar constructivamente ya que éste del vandalismo urbano y los destrozos callejeros no son el camino sino un yerro. Y donde los unos pedirán que se empleen a fondo los antidisturbios los otros exigirán que lo hagan los servicios sociales.

En realidad, como están las cosas en el mundo, lo raro es que estas manifestaciones no sean más frecuentes, más amplias y más duraderas. Y me explico: tratemos de ver la realidad globalizada con los ojos de un/a chaval/a de veinte años. ¿Qué vemos?

Un sistema económico con unos defectos estructurales muy graves, sumido en una crisis de proporciones pavorosas, que genera paro y desigualdades crecientes en el primer mundo y hambre y miseria en el tercero; que se basa en un crecimiento ilimitado a costa de destruir el planeta; que se mueve tan solo por el afán de acumulación de riquezas en cada vez menos manos; que antepone el consumo compulsivo a cualquier otro tipo de valores y que, al mismo tiempo, es incapaz de garantizar los medios imprescindibles para acceder a él; que condena a la inmensa mayoría de la población a una vida de subsistencia en la inseguridad de puestos de trabajos precarios y que no permite que los jóvenes puedan encarar proyectos vitales satisfactorios porque pone dos elementos esenciales de estos como son el empleo y la vivienda fuera de su alcance; un sistema gestionado por una oligocracia de ladrones y corruptos que se ha enriquecido y sigue enriqueciéndose mediante un capitalismo criminal de rapiña que, además de robar los ahorros de infinidad de ciudadanos los condena a estar entrampados toda su vida.

Un sistema político también corrompido en el que bajo la pátina de las libertades democráticas, late el fascismo de la brutalidad policial, la represión sistemática, la universalización del tratamiento penitenciario, el empleo de la tortura, una administración de justicia corporativa, muchas veces arbitraria y que suele ser cómplice de los desmanes de los aparatos represivos; un sistema en el que ninguna fuerza política osa plantear alternativa alguna al organizado desorden existente sino que todas se adaptan servilmente a proteger los intereses de la oligocracia, los quinientos de la lista de Forbes y sus siervos en las administraciones públicas y el Estado de derecho y en el que los discursos políticos de cambio y renovación no cuestionan jamás el status quo dominante y comparten con los conservadores y/o reaccionarios la consagración de la dictadura del capital nacional e internacional.

Todo ello acompañado o en el contexto de un sistema social de feroz lucha por la existencia, carente de toda estructura real de valores pero en el que todos los días se predica sobre ellos en discursos justificativos, falaces y cómplices, articulados en las universidades, los think tanks financiados por las empresas y subvencionados por los estados, los púlpitos de unas iglesias retrógradas cuando no directamente delictivas; discursos formulados por intelectuales a sueldo que no solamente han perdido toda arista crítica si no que tienen a gala servir como lacayos a los intereses del capital, y difundidos por unos medios de comunicación que no son otra cosa que la voz de los consejos de administración de las mismas empresas que explotan a la gente, esclavizan a los inmigrantes, negocian con las guerras, esquilman al tercer mundo y condenan al hambre a la población de los países pobres.

Cualquiera que tenga veinte años y viva en esta situación tiene que sentir que le hierve la sangre cuando ve que un agente del "orden" descerraja un tiro a bocajarro a un chaval en plena calle. Hierve cuando se es mucho mayor, ¿cómo no lo hará cuando uno todavía cree no solamente que haya que poner coto a la injusticia, oponerse al crimen, acabar con la corrupción, impedir los abusos policiales si no que además está dispuesto a ponerlo en práctica porque su grado de implicación en toda esa miseria es nulo?

Se entienden muy bien las jeremiadas de las buenas conciencias: quizá tengáis razón, es posible que haya que nombrar una "comisión de expertos" para estudiar la situación real (no nos hagamos ilusiones, por favor) de la juventud y haga algunas propuestas, pero lo que no es admisible es la violencia indiscriminada, los disturbios callejeros, generalmente movidos por una minoría de grupúsculo. Se entiende muy bien, en efecto, pero no merece ni respuesta porque ¿conoce alguien modo más eficaz de obligar a la sociedad a reaccionar que las manifestaciones callejeras à tout hazard cuando tienen el suficiente seguimiento?

Claro que el empleo de la violencia es condenable en todo tiempo y lugar... salvo en el caso de la legítima defensa. Y un caso de legítima defensa es el que se ha dado en Grecia frente a la brutalidad policial, brutalidad que ha venido siendo repetida y creciente en los últimos años en nuestras ciudades, en Madrid, Vitoria, París, Génova, Seattle, etc. Es posible que tengamos que resignarnos a vivir en sistemas económicos, políticos y sociales injustos, desiguales, incompetentes y destructores de la biosfera, pero no se ve por qué haya que aguantar la arbitrariedad y la brutalidad de la policía.

(Las imágenes son fotos de La Haine, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 21 de setembre del 2008

Los cachorros.

Los discursos de los dirigentes "centristas" del PP en el XIV Congreso del de madrid, señores Ruiz Gallardón y Rajoy fueron planos, anodinos, neutros, como de quienes quieren pasar el trago cuanto antes. Ambos se sabían en territorio hostil y trataron de mantener un tono gris, con felicitaciones personales a la presidenta del partido y poco más. De ese modo los dos evitaron algún posible episodio desagradable.

El que estuvo fogoso, sin embargo, audaz y agresivo, como corresponde a sus cortos años y más cortas ideas, fue el señor Pablo Casado, secretario general de las Nuevas Generaciones, el frente de juventudes del PP en donde éste, como todos los partidos por lo demás, aparca una temporada a los jóvenes que por su ímpetu y radicalismo, podrían poner en peligro el buen nombre del partido. El tal señor Casado se arrancó llamando carcas a los de izquierdas, razón por la cual, según él, los de izquierdas "no están de moda". Teniendo en cuenta que las expresiones de "carca" y "carcunda" designan personas carlistas y católicas se me hace que el PP ha de tener una congregación de estos sin parangón con ninguna otra colectividad nacional.

Este señor Casado añadió: "Los de izquierdas están todo el día con la guerra del abuelo, con la memoria histórica, con el aborto, la eutanasia y la muerte, cantando la Internacional, que se cantaba cuando había 100 millones de muertos en el siglo pasado", sin duda para dar mayor peso a su idea de que lo fetén, lo moderno hoy día está en el PP. Si tenemos en cuenta que el PP mira hacia el futuro pensando en enlazar con los Reyes Católicos, que su oposición al aborto y a la eutanasia es para regresar a la situación anterior típica, y que tararean una marcha real de hace dos siglos, apreciaremos en lo que vale ese pote implícito del señor Casado de dárselas de avanzado frente a la izquierda, pobre hombre.

Buena marcha sí lleva el pavito en dominar esa práctica de la derecha de sostener que lo viejo es nuevo y lo nuevo, viejo, es decir, en entender que hablar en política es mentir. Según él, claro está. De todas formas, estaba muy mono el petimetre rebelándose contra la "manipulación" de la izquierda: "Ahí tenemos la Ley del aborto y la eutanasia, pero es que también nos manipulan durante la vida, en la Educación, en la Justicia, en los medios de comunicación, en las empresas, hasta en lo que tenemos que comer, acordaos del conejo, de las hamburguesas grandes o pequeñas. Ya está bien". ¿Cómo extrañarse de que mientras sus cachorros decían tales bobadas la señora Aguirre se sintiera como en casa y alzase la voz diciendo "¡Olé, olé y olé!"? Olé, olé y olé, como se dice a los niños cuando aprenden algo.

dimarts, 23 de gener del 2007

Alcorcón, el follón.

Esos episodios de violencia juvenil en Alcorcón se me antojan iras generacionales, como las de Francia del año pasado. A la derecha, "los funerales el anarquista Galli" de Carlo Carrá (1911), en prueba de que, en otras épocas también se llegaba a la violencia, aunque por otros motivos, políticos, doctrinales, ideales... Motivos para entrematarse parece que no son difíciles de encontrar en el acervo de la Humanidad. Ahora no hace falta motivo aparente. En realidad, el funcionamiento de estas bandas tiene una relación laxa con los motivos: van buscándolos, provocando para conseguir alguno que permita liarse a mamporros. Así que investigar los motivos es absurdo.

Varias de las noticias hablan mucho de los Latin Kings. Se trata de una banda muy organizada, de ramificaciones internacionales que tiene un estilo de gran violencia, la que ellos mismos desatan y ellos mismos se ofrecen a solucionar, mediante pago. Tengo entendido que comenzó a gestarse las cárceles, lugares de selección de la élite del hampa y luego se ha trasladado a las calles y en la que reina un código del honor o algo parecido que pueda estar al alcance de cualquier granuja suficientemente fuerte.

Esto de la brutalidad es, aunque parezca mentira, fácil de medir: siempre habrá alguien que sea más bruto o menos bruto que yo. Si no estoy equivocado una de las características de los Latin era que, para ser admitidos en la hermandad en algún momento tenían que hacerse partir la cara o, al revés, partírsela a otro sin muchas alharacas, incluso pinchar a alguien, llegado el caso. Con esos ritos iniciáticos, es lógico que se insista en lo de andar a bofetadas para el resto de la función. Son bandas que viven de extorsionar a los más débiles (y aisladxs). Se descolocan cuando ven unidad frente a sí y se crecen de nuevo cuando la unidad se deshace.

Frente a este tipo de organización de banda, los jóvenes españoles no tienen nada que oponer salvo su condición de "juventud", lo que es escasamente contundente por ser más bien un concepto ómnibus. Y tampoco pueden compensarse por ese fracaso afirmando su condición de española, condición de la que sus mismos hijos reniegan. Así acabarán apareciendo también las bandas españolas, en una espiral de la violencia cuy final no es fácil de prever.