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divendres, 27 de novembre del 2015

En la noche del búho todos los gatos son pardos.


Mercè Rius (2014) Contra filósofos o ¿en qué se diferencia una mujer de un gato? Madrid: Biblioteca nueva. 437 págs.
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He aquí un libro combativo. Escrito por una filósofa, echa sobre sí la tarea de revelar cómo y cuánto ha desbarrado el gremio de los filósofos al hablar de las mujeres. Un gremio que aparece como un selecto club victoriano solo para hombres, pero en el que con harta frecuencia se habla del otro género. En su demérito. Nietzsche suele expresar la idea (compartida por Freud, nos dice la autora) de que la mujer se parece a un gato, animal independiente, despreocupado del hombre, afirmativo, dionisiaco (p. 57). Curiosa opinión, desde luego porque, puestos a denigrar y ofender, la naturaleza ofrece muchos otros animales que cumplirían mejor la función. Los gatos son seres exquisitos. Entre los egipcios gozaban de gran aprecio y Bastet es la diosa gata que protege el hogar. Rebuscando, encuentro más gatos interesantes. La literatura rebosa de felinos llenos de personalidad. El conocidísimo gato de Cheshire de Alicia tenía la extraordinaria habilidad de desaparecer dejando solo su sonrisa detrás de él, costumbre que, de generalizarse, haría del mundo un lugar mucho más agradable. Behemoth era un gatazo bípedo, un hábil pistolero, ayudante del diablo en la novela de Bulgakov. El gato Murr, autor del famoso tratado sobre "la vida y las opiniones del gato Murr", de E. T.A.Hoffmann, casi diríase un antecesor de Adorno en su desmitificación del pensamiento ilustrado y Pluto, el  del cuento de Poe, consigue que se haga justicia a una mujer asesinada en un acto de violencia de género. En fin una ojeada al poemario de T. S. Eliot, Old Possum's Book of Practical Cats nos familiarizará con muchos de estos que ocupan con gran desenvoltura las más diversas andaduras de la vida en sociedad. No solo trasunto de mujeres, también de caballeros, militares retirados, etc

Se dirá qué tiene que ver esto con el contenido de la obra fuera del hecho, algo traído por los pelos, de que algún filósofo haya comparado a los mujeres con los gatos para lo cual tampoco se precisa gran imaginación. No mucho, ciertamente. Pero ayuda a entender el espíritu de este denso libro, sin duda bien escrito pero tan lleno de erudición filosófica, tan prolijo en muchas de sus reflexiones, tan sinuoso en sus trayectorias, argumentos y contraargumentos que resulta a veces de difícil lectura. Sobre todo porque entra en diálogo permanente con buena parte del pensamiento filosófico contemporáneo por un  sistema de comentarios y glosas de textos que, obviamente, resultan claros e inmediatos a la autora, pero no necesariamente así a sus lectoras.

Aborda Rius su tema con un primer capítulo en cuyo título de El segundo género, ya se advierte cierta voluntad militante al corregir el de la famosa obra de  Simone de Beauvoir, el segundo sexo, en la que la mujer aparece como el Otro que se deja anexar sin dejar de ser el Otro (p. 38), subrayando y sosteniendo su máxima de que de que un simple hecho biológico puede dirigir la vida de las personas, pues, sostiene la filósofa francesa, "no se nace mujer: se llega a serlo" (p. 58). Lo segundo me parece incuestionable, lo primero no tanto y no estoy seguro de que sea razonable calificar de "simple" ese hecho biológico.

Pero este primer capítulo, como todos los demás, está mucho más poblado de personajes ficticios y reales, polémicas, máximas y dichos a veces tan inextricablemente mezclados que es difícil abrirse camino entre ellos y es inevitable simplificar. Hace entrada en él ya la mujer que dominará buena parte de la obra, Medea. Luego,  la princesa de la Cólquide se contrapondrá a Antígona y las dos articularán una especie de dúo interpretativo que nos permitirá orientarnos por laberintos filosóficos sobre acción humana, política, justicia, derecho,  impolítica, contrapolítica, a veces más intrincados que el de Dédalo, del que sacó a Teseo Ariadna, otra mujer también ciertamente interesante pero que, si no me equivoco, solo aparece mencionada una vez en el texto, mientras que las otras dos lo son recurrentemente. Por cierto, bien podrían igualmente asimilarse a la disyuntiva entre lo dionisíaco y lo apolíneo, sin merma de que fue precisamente Ariadna la que acabó arrebatada por el hijo de Zeus.

La expansion de la fe cristiana perjudicó a la mujer, pero la verdad es que ya arrastraba el estigma desde los tiempos anteriores. Séneca, un filósofo, aporta la visión canónica de Medea como una bruja. Para no ser conceptuada bruja y gozar de la apreciación masculina hace falta ser Lucrecia (que gozaba del respeto del misógino Kant) o Alcestis a la que el filósofo Cacciari (con quien Rius dialoga a lo largo de todo el libro, a veces en exceso) llama eroina, con cierta sorna de la autora, entiendo por qué. Porque representa la negación de su propia condición y la prueba de que la individuación femenina depende de la de los hombres. Aunque no conviene olvidar que es así en un mundo de hombres. No conviene olvidarlo porque el único modo de no dejarse arrebatar por él es cuestionándolo siempre. 

Los pitagóricos habían asimilado lo masculino a lo recto, el bien y la luz y lo femenino a lo curvo, el mal y la oscuridad (p. 74) y la autora se pregunta si cabe hacer filosofía desde la misoginia. Obviamente, según parece, no. Pero esto es un juicio de resultados altamente problemático. La filosofía no puede edificarse sobre prejuicios pero, en lugar de aniquilarlos, los sepulta en un océano ontológico que todo lo inunda, incluida la visión de la autora del libro cuyo horizonte es ese que, no sin cierta ironía, podríamos calificar como la filosofía realmente existente, pues no hay otra. Ignoro si servirá como consuelo pero cabe sostener por simetría epistemológica que tampoco puede hacerse contra la misoginia (p. 111). Hasta el pensiero debole es cosa de hombres y hoy hay una filosofía de género que se divide entre la biopolítica de Foucault y el deconstruccionismo de Derrida (p. 68) 

A la altura de la segunda parte, la insoportable levedad de la misoginia, ya estamos metidos de pleno en la harina filosófica y junto a Medea, aparecen las tres mujeres filósofas de carne y hueso que, con De Beauvoir, deambularán por las páginas del libro,  Arendt, Weil y Zambrano (p. 106). Arendt relacionada en el recuerdo con Heidegger, Weil rescatada por el omnipresente Cacciari, Zambrano en su aúreo aislamiento del exilio bajo la lejana advocación de Ortega. Por supuesto, al lado de Beauvoir, el inevitable Sartre, que la llamaba "castor", algo que siempre he considerado imperdonable, y sobre el que Rius ha escrito un ensayo. Es otro rasgo del libro, la visita a aquellos autores que Rius ha trabajado más, Adorno, Sartre y D'Ors, en una equiparación discursiva que no me parece enteramente puesta en razón, con todos los respetos para el autor catalán. 

En un ejercicio de lo que los psicólogos llaman "autoodio" resulta obvio que las mujeres carecen de individualidad, pues esta está determinada por la del hombre, definido desde la Edad Moderna como propietario de su persona y rentas (p. 138), núcleo de lo que McIntyre llamaría, cual es de universal conocimiento, el individualismo posesivo. Cosa de hombres. Fascinante que toda esta consideración se abra con una reflexión sobre el incesto de Andres/Ulrich y Agathe en El hombre sin atributos, aunque sea de nuevo en compañía de Cacciari. Soy decidido partidario de cuestionar la pretendida universalidad del tabú del incesto como fundamento de la condición humana y, aunque Lévy-Strauss también aparece de refilón, aplaudo la interpretación del juicio de Salomón y su vinculación a la sin par Medea como verdadera espada que zanja la aporía de la justicia y el derecho. Mencionados los dos términos, es inevitable la reaparición de Antígona, la verdadera heroína filosófica, la impolítica por excelencia, si bien me temo que el deseo de rebajar a la buena de Alcestis ("eroina del oikeiotés" según Cacciari (p. 161)) nos priva de un paralelismo mucho más ilustrativo y enriquecedor a la par que inquietante entre la esposa de Jasón y la hija de Edipo.

Pero no haya problema. Rius dedica la parte siguiente (En el nombre del padre), al siempre edificante asunto del parricidio. Reaparece aquí de nuevo el club de los filósofos y conviene hacer dos precisiones. La primera es de género. Los filósofos son hombres. La filosofía es cosa de hombres y las mujeres son cooptadas a ella en la medida en que aceptan la metafísica masculina. Quizá estoy tomándome libertades de todo tipo, incluida la topología filosófica, pero encuentro que es una conclusión muy aceptable de la observación de Rius de que el deconstruccionismo de Derrida, que predica la muerte del sujeto, demuestra que su presunta universalidad teórica responde a la perspectiva del varón (p. 209). O sea, no me invento nada.

La segunda precisión es de época. La interesante reflexión de Rius se ciñe a parte de la filosofía contemporánea, básicamente Derrida, Agamben, Foucault, Heidegger, Sartre, Benjamin, con algunas excursiones a Rousseau, Nietzsche y Kierkegaard y, en la antigüedad, sobre todo Aristóteles y algo de Platón, complementado con un posterior San Agustín a la hora de hablar del alma de las ciudades. No hay mención de la filosofía medieval, la renacentista o la Ilustración. Podría, pues, suponerse que el repaso no es contra los filósofos, sino contra algunos filósofos. Aunque imperen y rellenen el horizonte. Pero cierto gusano de luz advierte de que a lo mejor no estaría de más cotejar ciertas afirmaciones que, desde luego comparto, con casos que pudieran hacerlas problemáticas. Por ejemplo, se me ocurriría preguntar a Pedro Abelardo, cuyo tremendo castigo constituye una enmienda a la totalidad filosófica. 

El parricidio que predica hoy Cacciari es simbólico. El originario, según Freud, tuvo como móvil las hembras (p. 201), o sea, más claramente, la provisión de hembras. Por cierto y de pasada, siempre que de algo se predica la condición de originario, se lo residencia en el contundente terreno de lo real: solo andando el tiempo y consolidándose, se revestirá de la condición simbólica como forma de embellecimiento. Reza con la acumulación originaria de capital, la formación de la propiedad privada y, más tarde el poder constituyente, del que Rius trata en otras partes de libro, al examinar la función del estado de excepción teorizado por Carl Schmitt y reteorizado por Agamben, que no es otra cosa que el retorno a la forma originaria del poder, como se retorna a la violación colectiva de las mujeres cuando la guerra se encarniza, a la acumulación ampliada de capital en condiciones de esclavitud cuando arrecian las crisis o la vuelta al parricidio quizá bajo la forma de las bocas inútiles, por citar otro título célebre de Simone de Beauvoir. Al llegar al parricidio reaparece Antígona a la que, salíéndose por la tangente, dice Rius con divertida malicia, Kierkegaard considera la novia del sufrimiento (p. 204).

Tratándose de mujeres, la biopolítica foucaultina se enseñorea de la cuarta parte, cuyo nombre manifiesta un perverso juego de palabras, Biodegradables. Según Agamben, el paradigma de lo biopolítico es Auschwitz pues es en los campos de exterminio en donde se materializa el estado de excepción (p. 228). La autora recuerda otro autor de los años setenta, Ivan Illich, cuya crítica a la "medicalización" de la sociedad estaba en la misma línea. Cierto. Y esa crítica se hizo aun más radical y aguda, provocando en su consistencia un griterío contrario cuando; el teórico de Cuernavaca le dio por pedir la desescolarización de la sociedad. No sé si esa conclusión puede sostenerse ni siquiera armado con el radicalismo foucaultiano.   La biopolítica trae de nuevo la permanente presencia de Medea con el asesinato de sus hijos y la cuestión de su tiene "derecho" a ello (p. 234), cuestión que revienta la apacible división de Arendt entre trabajo, labor y actividad como cartografía del quehacer del amo/hombre y la sierva/mujer o las observaciones  deBeauvoir cuando esta se decide a abordar la gestación y las políticas de reproducción en Occidente (p. 255).

Biopolítica. De todas las determinaciones políticas, para Medea elige la autora acertadamente la de "contrapolítica" que se distingue de la "apolítica" de Antígona en que esta, en el fondo, justifica la política, mientras que Medea es irreductible. Se entiende la fascinación oscura que ejerce en quienes pensamos radicalmente. Después, y no es ficción, el derecho romano autorizaba al padre a matar a los hijos y Agamben dice que es un ejercicio biopolítico del poder en el sentido de "dejar vivir y hacer morir" (p. 272). De aquí deriva el poder constituyente citado más arriba, como constitución de la potencia. La comunidad imposible de San Agustín y la conversión de lo efímero en permanente (Benjamin/Agamben) simbolizado en la figura del ángel (p. 280), con cuya consideración cierra Rius esta parte para acabar su alegato en contra de los filósofos aquí y ahora y en el futuro.

La última parte del libro quiere seguir hacia delante sin ira. Por lo demás, ¿cómo podría proyectarse? La ira es una reacción y no puede haber reacción sin acción salvo como contemplación de la potencia que, como la técnica, dice ser neutra. Tiene dos partes, una dedicada a las contingencias y otra a las indecisiones y con estas dos experiencias queda claro, me temo, que sabemos que muchos filósofos no distinguen una mujer de un gato, pero no sabemos por qué.

Las contingencias son desconsoladoras. Sartre reconoció a regañadientes, pero sin subterfugios, que no hay sujeto colectivo. El nosotros-objeto carece de entidad ontológica (p. 308). No hay nosotros-sujeto, pero sí nosotros-objeto. Tómese el episodio de la  Plaza de Tianmen. Según Agamben tratóse de la comunidad irrepresentable. Los filósofos están hoy de vuelta de la idea del "sujeto absoluto" que el marxismo asimilaba al proletariado mundial (p. 323) y hoy no hay más que un hacer un  deshacer de forma que la candidata al desoeuvrement es Penélope, otra mujer que, como Pandora, hace una aparición fugaz.

El ángel de la historia de Benjamin, el "angelus novus" de Klee anuncia el fracaso del hegelianismo, la imposibilidad de la comunidad, que es imposible porque no puede dar razón de sí misma (p. 348), es incapaz del para sí hegeliano. Vivimos en la "lógica de la contingencia" y el realismo político al que angélicamente deberemos doblegarnos, a su vez, anuncia la imposibilidad de las utopías y la idea de que la justicia nunca reinará sobre la tierra, cosa que la autora reproduce del amigo Cacciari (p. 354). Tengo para mí que este socorrido "angelus novus" trae la resignación frente a la primitiva rebelión angélica y que en su aparente naïveté esconde la respuesta a la pregunta del capitán de las legiones de ¿Quién como Dios? cuya respuesta solo puede intuirse en ese dictum de Adorno que Rius cita un par de veces:  la inteligencia es una categoría moral (p. 369). Falta la estética para redondear la idea clásica. Vendrá de inmediato.

La inteligencia debiera estar libre de determinación de género. Pero aquí es donde los filósofos confunden la mujer con el gato. La diferencia radica en la  connotación de "viril" con respecto a lo "femenino" que Rius compara con "epiléptico". Lo "viril" es el origen de la virtud y prevalece en Marx y Engels, en Kant, en Schopenhauer, Bergson y Kant. En el límite, "la sensibilidad es varonil" (p. 375).

Junto a las contingencias, las indecisiones. Cosa problemática a la hora de cerrar una obra tan abigarrada como esta, sin un plan estratégico, sin un sistema de defensa y ataque, hecha de avances, incursiones, guerrillas, asaltos y retiradas. Frente a los restos del idealismo solo queda el materialismo, pero las filósofas no simpatizan con la materia. Solo Beauvoir (p. 416).  La materia tiene forma. Únicamente los indecisos aman la falta de forma. Sartre reproduce la dualidad aristotélica de la forma masculina y la materia femenina (p. 420) y Adorno, cuya sensibilidad era total, aborda el programa de un materialismo moral desde una perspectiva estética, según anunciamos antes (p. 418)

Los filósofos no distinguen, pues, una mujer de un gato, reitera la autora. Y, a juzgar por sus marrullerías, tampoco ellos se distinguen gran cosa de los felinos.

dimarts, 3 de novembre del 2015

La gestión de la reputación.


Rubén Tamboleo García (2014) Community Management: Comunicación Política 2.0. Madrid: Instituto de Educación Superior. (182 págs).
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Rubén Tamboleo es un joven politólogo especializado en comunicación política y con un amplio bagaje de experiencia práctica en asesoría de campañas, gestión de comunidades, manejo de redes, etc. Tiene asimismo un espíritu abierto y dispuesto a integrar perspectivas distintas en la aplicación de políticas concretas. A veces en exceso, lo que suscita en algún momento en el lector una sensación de excesiva premura y propuestas no del todo sedimentadas. Pero, claro está, quien no se arriesga, no yerra nunca.

Su objetivo con este ensayo concebido con ánimo muy didáctico, pues hasta contiene preguntas de repaso de los capítulos, es entender la comunicación política al servicio de la gestión comunitaria. Para ello repasa los fundamentos teóricos de la comunicación política e institucional con un espíritu muy clásico. También en exceso. Su definición de masas dentro de la comunicación de masas está necesitada de actualización. Que las masas sean "formas degradadas de asociación social donde predomina lo irracional y la identidad personal queda sumergida" (p. 22) parece algo más propio de los venerables teóricos de las elites a lo LeBon y Mosca, que de alguien que se mueve en el ciberespacio en el que se dan las "multitudes inteligentes", smart mobs (Rheingold). No está claro si se pretende delimitar la comunicación de la propaganda (cual es preocupación habitual de los comunicólogos) o solo se señala su punto de conexión en el objetivo de la persuasión. En este campo hay una veta muy feraz hasta la fecha que habría que explorar teóricamente, pues se ha abandonado a la práctica directa de las empresas, que son las relaciones públicas (Bernays), aunque quizá no sea una recomendación apropiada para quien, como el autor, guarda escasa simpatía por el marketing.  

La gestión comunitaria tiene que tener en cuenta las dos esferas sociales hoy actuantes: la real y la virtual. En la primera operan las redes sociales basadas en la socialización política: actitudes, valores y cultura política, ideologías y cambio ideológico (pp. 48-49). La esfera virtual es otro mundo compuesto de webs digitales con una inmensa panoplia de recursos de todo tipo (basta con pensar en la función de los hipertextos y los enlaces) y la presencia de internet como catalizador (p. 52). Esta apreciación de internet es a mi juicio muy correcta: internet es hoy decisiva en el proceso político en todo el mundo, pero no como causa, sino como difusora, aceleradora, reveladora o indagadora.

La organización de la comunicación política se da en una multiplicidad de ámbitos como gobiernos, partidos, medios, estrategias y personas y ha de adaptarse a ellos. En contra de un uso muy extendido, Tamboleo diferencia el marketing de la comunicación política en atención a su objetivo puramente mercantil (p. 62). No estoy seguro de que quienes se dedican a este menester estén muy conformes con este criterio. Si no lo están, siempre pueden responder haciendo hincapié en que ellos trabajan con el modelo optimista/triunfador de la comunicación y no con el pesimista/derrotado (p. 71), que se lo dejan a los teóricos, gente triste.

Tamboleo dedica atención especial lógicamente a las campañas electorales y la planificación estratégica y, en un espíritu bastante postmoderno, concluye que vivimos en una campaña permanente. La identidad del término con el que se emplea en los tratados militares me ahorra subrayar el tino del autor al recomendar que en toda planificación estratégica se tengan muy en cuenta las enseñanzas del arte de la guerra, como recuerda Pizarroso (p.84). Sun Tzu sigue siendo el fanal que guía todas las aventuras militares, políticas, comerciales y, me atrevería a decir, vitales. La existencia misma es lucha por la existencia.

Un subcampo muy prometedor de la comunicación es el de las administraciones y empresas públicas, esto es, la comunicación gubernamental. Formula Tamboleo aquí de nuevo su escrúpulo moral, rechazando el  "marketing público" porque es propaganda y corrupción en aras de la pura "comunicación gubernamental" (p. 94). Suficientes barreras ha de superar esta (marco de referencia, distancia física, jerarquía, sobrecarga de información, lenguaje, sesgos o prejuicios, distracciones, habilidades defectuosas) para que se añadan los problemas de la mercantilización. Me surge aquí una duda al comprobar cómo las tendencias neoliberales que propugnan el debilitamiento y hasta desmantelamiento de lo público (bajo tendencias como la nueva gestión pública) conviven con ingentes aparatos de comunicación muchas veces en sospechosas relaciones con los privados. Eso no puede considerarse marketing en el sentido de que se venda un producto porque no se vende ninguno, pero sí se legitima la inacción pública, la cual tiene un coste.

Un capítulo dedicado a la metodología de la investigación para la comunicación estratégica explica sucintamente las técnicas de investigación cuantitativa (encuestas)  y cualitativa (entrevistas, grupos de discusión, grandes charlas, big talk) (pp. 110/111). Es interesante que aborde la tendencia a emplear las investigaciones como armas o medios para influir en los resultados, hablando de los dos recursos más frecuentes, el método underdog y el bandwagon (p. 116) que están, por cierto, muy presentes ya en la actual precampaña de las generales del 20 de diciembre. Es de esperar que en ediciones posteriores se extienda en el tratamiento de un asunto que aquí se limita a apuntar: el de cómo internet  genera espacios de alegalidad (p. 119) que obligan a los sistemas políticos a reaccionar.

En cuanto actividad mercantil, la gestión comunitaria tiene un capítulo dominante que es la gestión integral de la reputación: estructura, misión, visión y valores. Internet, ha de repetirse, es el campo de la guerra y, más en concreto de esa que se conoce con un nombre en realidad redundante, guerra sucia (p. 131). Se mencionan aquí dos corrientes de la psicología relevantes en la estrategia de reputaciones, el conductismo y la psicología de la Gestalt (p. 133). La segunda me parece más eficiente que el primero y, desde luego, lo predominante aquí cada vez más son las neurociencias y la semiótica.

La web y las cibercomunidades son los espacios de la gestión integral de reputaciones. Es posible que considerarlas sin más como comunidades cibernéticas no sea muy esclarecedor ya que estas, en principio son autopoyéticas. De lo que se trata con la gestión comunitaria es de intervenir en ellas, de manejar las webs, los posicionamientos en los buscadores, Facebook,  como medidores de reputación. Hay otras comunidades cibernéticas, como FourSquare, Flickr, Instagram (p. 150), pero la que incide de lleno en la interacción en la que se construyen y destruyen reputaciones es Twitter, cuyas posibilidades en punto a la guerra sucia (el prostituit) están todavía por determinar.

Con sus altos y bajos, un libro interesante para entrar en contacto con lo que el propio autor llama los "desafíos comunicativos de la III revolución industrial" (p. 160).

divendres, 23 d’octubre del 2015

Separarse con la Constitución en la mano.


Mercè Barceló i Serramalera et al. (2015) El derecho a decidir. Teoría y práctica de un nuevo derecho. Barcelona: Atelier, libros jurídicos. (171 págs).
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El derecho a decidir, como todos los derechos subjetivos, es autorreferencial. Así como la prueba del puding se hace comiéndolo, la del derecho a decidir se hace ejerciéndolo. Demostrar su existencia y su objetividad es imposible precisamente porque es subjetivo. Se hace, por tanto, de modo inmediato. Los seres humanos presumimos que somos dueños, titulares de unas facultades de diverso orden que identificamos intuitivamente. Para no rompernos mucho la cabeza sostenemos que esas facultades, esos derechos, nos son inherentes por naturaleza, que si se nos niegan, se nos degrada a una condición subhumana o inhumana. Los derechos subjetivos son el producto de la concepción iusnaturalista del mundo que ha estado siempre ahí pero que se consolida, expande y justifica con la reforma, la tolerancia, el humanismo, el libre pensamiento en torno a los siglos XVI-XVII.

El derecho a decidir en cuanto facultad del individuo es tan obvio que cabría preguntarse si es necesario escribir un libro para probarlo. Desde el principio kantiano de la autonomía de la persona, ese derecho es algo apodíctico. La condición humana es la de un ser que decide permanentemente. Hasta el punto de que se dice que estamos condenados a decidir, condenados a ser libres. Así pues, todo ser humano libre tiene derecho a decidir y, si no puede hacerlo, no es libre y no es enteramente humano.

Pero no es esta perspectiva más bien filosófica la que preocupa a los autores del libro, todos ellos eminentes juristas y politólogos, o sea, gente positiva, incluso positivista, interesada no tanto en averiguar la razón de ser y el origen del derecho a decidir, que dan por incontrovertible, y hacen bien, como su articulación práctica y eficacia. Para lo cual tienen que resolver una objeción frecuente: el derecho a decidir, como todos los derechos subjetivos, es individual. No puede haber un derecho a decidir colectivo.

Pero justamente eso es lo que interesa a los autores: probar que hay una faceta colectiva en este derecho, cosa que consiguen después de algunos prolijos y alambicados razonamientos jurídicos que dan lugar a una conclusión bastante obvia. El derecho a decidir es individual, pero puede ejercerse colectivamente por un conjunto de personas que residen en un territorio determinado y a la que los politólogos llaman demos. Ese es uno de los problemas mayores de este derecho en función del famoso apotegma de que antes de que el pueblo decida hay que decidir quién sea el pueblo. Tal es el escollo que salva brillantemente Jaume López con una definición algo larga del derecho a decidir pero que preside y orienta el resto de las elaboraciones de esta obra: "un derecho individual de ejercicio colectivo de los miembros de una comunidad territorialmente localizada y democráticamente organizada que permite expresar y realizar mediante un proceso democrático la voluntad de redefinir el estatus político y marco institucional fundamentales de dicha comunidad, incluida la posibilidad de constituir un Estado independiente." (p. 33). López se toma la molestia también de distinguirlo del derecho de autodeterminación, pero no estoy muy seguro de que merezca la pena, ya que la cuestión tiene ribetes más o menos semánticos.

El hecho es que la definición nos sitúa de lleno en el huerto iusnaturalista, lo cual tiene una utilidad reducida cuando se quiere hacer eficaz el derecho. De ahí que el resto de los especialistas en la obra se dedique a la tarea de mostrar los aspectos jurídico-positivos del derecho y la verdad es que lo hacen con mucho rigor y extraordinaria finura de análisis. Pero se mantiene la duda de si estos refinados análisis, complejos razonamientos, delicadas interpretaciones de las normas y la jurisprudencia constitucionales alcanzan su objetivo de ofrecer una visión alternativa convincente al orden jurídico reinante en su interpretación más al uso.  Y no solo eso sino también si es necesario, dado que el derecho a decidir, como derecho natural, tiene un elemento originario, en cierto modo faceta del poder constituyente que no requiere habilitación previa alguna, que remite a un mundo de ruptura de hecho, basado en un principio de legitimidad y no de legalidad que, por tanto, hace innecesario todo intento de derivarlo de una legalidad previa. Sobre todo si, además, es contraria.

Los trabajos son realmente brillantes y muestran un ánimo de concordia y talante democrático y un deseo de abrir cauces civilizados a la solución de conflictos que, en apariencia, no los tienen. El catalán en concreto. Josep M. Vilajosana argumenta en pro de una teoría del derecho a decidir fundamentado en un principio democrático que todos admiten, aunque presenta los mismos problemas que el derecho que quiere amparar. Así se reconoce en el interesante trabajo de Alfonso González Bondía sobre "el ordenamiento jurídico internacional ante el derecho a decidir" que arranca de una valoración de la Resolución 1999/57 de la Comisión de Derechos Humanos, titulada Promoción del derecho a la democracia al reconocer que la cantidad de votos a favor de la resolución descendió drásticamente cuando se votó el título por separado por cuanto, dice el autor, muchos miembros de la comisión dudaban de que "el estatus jurídico de la democracia fuera el de un derecho" (p. 126). Retornando al trabajo de Vilajosana, su intento es encajar el derecho a decidir en el marco de la Constitución española, cosa que solo puede hacer a base de distinguir lo que llama una "permisión fuerte" y una "débil" (p. 72) que recuerdan la distinción de Berlin entre libertad positiva y negativa. Es decir, cabría un derecho de secesión en la Constitución española dado que no está expresamente prohibido. El escollo del famoso principio de indisolubilidad de la nación española cree soslayarlo el autor recurriendo a la doctrina de la necesidad de ponderación de los principios relevantes que entren en algún tipo de conflicto.

Mercè Corretja hace un gran trabajo de recopilación y análisis de casos comparados para lo cual toma referencia en los estudios previos de Ridao. La multiplicidad de casos de separación de Estados, secesiones, referéndums, declaraciones unilaterales de independencia  en el siglo XX en Europa y otros lugares del mundo (singularmente el caso de Quebec en el Canadá) prueba que son muchos los antecedentes que podrían invocarse, según características contingentes propias, para justificar una eventual separación de Cataluña, incluida por supuesto la nada desdeñable necesidad de garantizar una protección de las minorías nacionales como parte esencial del ejercicio del reiterado derecho democrático a decidir (p. 62).

Mercè Barceló toma sobre sí la ardua tarea de demostrar la constitucionalidad del derecho a decidir en España, en cierto modo coincidente con el trabajo de Vilajosana. También arranca de la "permisión débil" de que se hablaba antes, pero se concentra en la sentencia 48/2003 del Tribunal Constitucional, que excluía la existencia de una "democracia militante" que se opusiera a ese derecho, relaciónándola luego con la 42/2014 que, en su opinión, da cabida en la Constitución al derecho a decidir (p. 100), tratando asimismo de probar que, aunque con ciertas limitaciones de objetivo, se puede articular como un derecho constitucional que genera obligaciones en los poderes públicos y, desde luego, las de formularlo y realizarlo (pp. 117-120).

En resumen, una obra muy pensada, muy trabajada, argumentando en favor de un derecho que reconoce "nuevo", como un derecho amparado en una concepción de la democracia del siglo XXI y que pueda ejercerse por cauces jurídicos mediante inteligentes interpretaciones de la Constitución que harían innecesaria incluso una reforma de esta. Interpretaciones muy sólidas que parten de un supuesto quizá excesivamente optimista: el de que todos (o una mayoría significativa) de quienes en España tienen encomendada la interpretación del orden constitucional así como su gestión y aplicación real comparten el punto de vista de los intérpretes. Que todos o la mayoría aceptan la pertinencia de ese nuevo derecho a decidir y están dispuestos a facilitar su ejercicio en función de un avanzado principio democrático. En definitiva el sempiterno problema de si un postulado de deber ser tiene cabida en un ser concreto y determinado.

Ciertamente, el libro es de una gran utilidad, pues da argumentos a quienes están empeñados en abrir camino a ese derecho por la vía de hecho mediante la voluntad política que lleva a la acción.

Pero lo determinante es esa voluntad que, insistimos, es autorreferencial.  

dissabte, 10 d’octubre del 2015

La lucha por la vida en el Mediterráneo.


Javier de Lucas (2015) Mediterráneo: el naufragio de Europa. Valencia: Tirant lo Blanch. (155 págs.)
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Para los países ribereños, el nuestro entre otros, el Mediterráneo es un mar muy especial. No es un océano, pero tampoco es un lago grande. Es eso, un mar aristotélico, es decir, un mar del justo medio, de la proporción áurea, un mar equilibrado, un mar europeo. Lo llevamos tan en el fondo de nuestras identidades culturales que, a veces, nos lo hemos apropiado. Los romanos lo llamaban mare nostrum y los españoles, mar español. En torno a él se ha fraguado la civilización europea, la ciencia, el comercio, la filosofía, la religión. Lo hemos cruzado incontables veces, para predicarnos o combatirnos o esclavizarnos o liberarnos los unos a los otros. Él es la cuna en la que hemos aprendido el nombre de las cosas, a contar, a nombrar los días y los meses, a narrar, a mentir, a fabricar nuestras leyendas. Odiseo es un héroe europeo, pero también los almogáraves, Juan de Austria, Andrea Doria, Eneas, los cruzados, Solimán el Magnífico. Todos son nuestros. Somos hijos del sol, del azul del cielo y la mar y el producto de mil fábulas en las que hemos crecido.

Así que cuando, al comienzo de este interesante libro escrito por un jurista que es medio poeta, se nos dice que el Mare Nostrum es la mayor falla demográfica de Europa (p. 13) y que se ha convertido en una de las aguas más peligrosas del mundo, sentimos profundo desasosiego. Nuestro Mar no ha sido nunca una balsa complaciente, desde luego, pero tampoco una cloaca en la que bandas de criminales realizaran sus inhumanos negocios. Ni siquiera cuando lo surcaban naves de terribles piratas de la Berbería. Algo ha cambiado en él; una nueva circunstancia se ha extendido a costa del sufrimiento de miles y miles de seres humanos en busca de asilo y refugio. Y nosotros, los Estados europeos, ribereños o no, que hemos presumido siempre (unos más que otros, desde luego) de ser tierras hospitalarias, lugares de asilo y protección, nos hemos convertido en cómplices de lo que la historia acabará considerando uno de los mayores genocidios puesto que nuestras políticas en la materia ignoran y pisotean tres derechos que el autor llama repetidamente "elementales": a) el derecho a no emigrar; b) el derecho a emigrar; c) el derecho a instalarse en otro país (p. 16). Hemos hecho realidad el dictum de Agamben y nos hemos instalado en un estado de excepción permanente (p. 19)

De Lucas nos advierte de que somos nosotros los interpelados: de te fabula narratur. El desafío migratorio es global (p. 28) y no nos es ajeno, aunque, nos empeñemos, como dice Balibar , en erigir fronteras internas de nuestras democracias (p. 33). Las respuestas políticas llevan para nuestra vergüenza a la construcción de un espacio de un "infraderecho", un "limbo jurídico" cuyo emblema son los CIEs (p. 37).

El Mediterráneo es hoy una gran frontera. En realidad, una resurrección del viejo limes romano: del lado de acá, nosotros; del de allá, una turbamulta oscura y amenazadora, compuesta de bárbaros o pordioseros, ¿qué más da? Con mayor frialdad de docente, de Lucas detecta cuatro errores en nuestra visión, en la ingenua esperanza un poco psicoanalítica de que, si somos capaces de ver nuestros fallos, empezaremos a corregirlos: a) los inmigrantes no son conscientes de los riesgos; b) son meras víctimas de los traficantes; c) los países de tránsito (Túnez, Turquía) tienen capacidad o interés para contener la inmigración; d) la lucha contra las redes de traficantes es la única política eficaz; e) no hay que exagerar el efecto llamada de nuestras políticas (pp. 49-51).

Los inmigrantes y los refugiados son los parias entre los parias. Las claves para construir políticas migratorias eficaces y legítimas es recuperando la relación entre Estado de derecho, democracia y solidaridad (p. 44). El fin es construir un Estado de derecho global, universal, como lo quería Kant, en una gran federación de Estados (p. 61). Debe haber una "solidaridad abierta", suscitada por una idea del derecho de asilo como Urrecht (p. 65). La hospitalidad y el fundamento del derecho de asilo es la sacralidad de la vida (p. 67). Perfecto. Suscribo, aunque mi viejo demonio realista me recuerda que, por muy en alemán que lo pongamos, pocos respetarán los derechos ajenos si no respetarlos es beneficioso y sale gratis. Item más, que la sacralidad de la vida, proclamada por los pontífices de nuestras religiones debe modularse a la luz de la idea del homo sacer también agambengiano.

De Lucas es taxativo: la garantía de los derechos es un objetivo irrenunciable (p. 75). Recoge cuatro observaciones críticas de Judith Sunderland: 1) rechazo al "efecto llamada"; 2) la identificación de las mafias del tráfico como único problema; 3) aplicar un modelo hidráulico de política migratoria, dejando pasar solamente a los que se necesiten en el marcado de trabajo; 4) situación de emergencia. Europa estaría colapsada por las oleadas de inmigrantes (pp. 86-87), un argumento este al alcance de cerebros privilegiados como el de García Albiol. Resulta sencillamente estúpido que en un continente con tasas de natalidad negativas, en donde, como sucede en Dinamarca, el estado tiene que calentar a l@s ciudadan@s para que  aporten nuevos contribuyentes al fisco, impidamos la entrada de sangre nueva.

Casi desmayado ante el predominio de las consideraciones de obtusos intereses nacionales a corto plazo, el autor habla de deberes jurídicos universales y primarios ante los derechos humanos elementales (p. 89). A los Estados ya no solo los obligan los derechos humanos de sus ciudadanos (p. 90). Hay un marco jurídico vinculante, el Derecho internacional da refugiados, la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo de Nueva York de 1966, las obligaciones con refugiados, desplazados, etc, por catástrofes medioambientales, por ejemplo, tomando el caso del MV Tampa el 24 de agosto de 2001 (pp. 92-93). El hecho de que se trate de un caso excepcional prueba lo lejos que estamos de ahormar estos propósitos en alguna forma de imperativo categórico.

Sin duda tenemos obligaciones jurídicas primarias respecto a los seres humanos que pierden la vida en el Mediterráneo (p. 97). Y lo que hacemos en enfocar el problema como uno de orden público y seguridad, y reforzamos la agencia FRONTEX, con sus operaciones de vigilancia y control antes que de salvamento y rescate en las operaciones Tritón (Italia) y Egeo (Grecia) (p. 98). En el fondo, estamos llevando una guerra sucia clandestina contra inmigrantes y refugiados (p. 103) Lo acuerdos de Bruselas de 23 de abril de 2015, que querían abordar con urgencia la "tragedia humanitaria", en realidad son pura hipocresía y verdadera xenofobia institucional (p. 105). Que el majadero de La Moncloa regrese de los cónclaves europeos vendiendo estas trapacerías como justicia es inevitable. Que así se piense en las capitales más ilustradas del continente es una vergüenza.

En el fondo, de lo que se trata, aunque De Lucas no sea tan taxativo, es de ganar tiempo a ver si, entre tanto, el problema desaparece por exterminio de los solicitantes en los lugares de origen, por ejemplo. La nueva agenda europea para la inmigración, de 13 de mayo de 2015, hecha por la Comisión persigue cuatro finalidades a plazo: a) reducir incentivos para la inmigración irregular; b) salvar vidas y garantizar la seguridad de las fronteras exteriores; c) firme política de asilo; d) nueva política de inmigración legal (p.113). El vergonzoso cálculo de las cuotas de asilo, asignadas a unos gobiernos reticentes tienen en cuenta: el PIB (40%), la población (40%), la tasa de paro (10%) y la media de peticiones de asilo entre 2010 y 2014 (10%) (p. 116). Al final, sin embargo, en la reunión del Consejo Europeo de 25 y 26 de junio de 2015 en Bruselas, hubo que reconocer que el reparto de los 40.000 refugiados fuera voluntario (p. 125).

La verdad, sin embargo, pertenece al terreno de la Realpolitik. El EUNAVFOR-MED, el plan secreto de la UE revelado por WikiLeaks persigue: 1) conseguir información sobre redes de traficantes; 2) patrullar aguas internacionales próximas a Libia; 3) actuar militarmente en contra de esos barcos (p. 128). Que el plan sea secreto y WikiLeaks lo haya descubierto pone una vez más de relieve la justicia de la observación de Kant: "todo lo que afectando a derechos de los demás no pueda hacerse público es injusto".

El diagnóstico de De Lucas es contundente y sin apelativos. Por cierto, es de agradecer que el libro recurra a ilustraciones, costumbre que se ha perdido, y muy de aplaudir la reproducción del Barco de esclavos, del gran Turner, para demostrar que la injusticia cambia de forma, pero no de esencia. Sus propuestas remediales son bienintencionadas y supongo que nadie se atrevería a negarlas, pero son tan genéricas que su viabilidad y factibilidad parecen remotas: una política de codesarrollo no intrumental ni cortoplacista (p. 141). Atención a salvamento y rescate (p. 142). Garantías para hacer efectivo el derecho de asilo en la UE (p. 144). Otra política migratoria basada en un cambio de nuestra mentalidad que nos haga ver las ventajas (y la justicia) de basar nuestra unidad en la diversidad (p. 147).

diumenge, 4 d’octubre del 2015

A la independencia por la palabra.


Pau Vidal (2015) Manual del procés. Vocabulari imprescindible de combat. Barcelona: Angle editorial (172 págs.)

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Seguir de cerca el proceso independentista catalán obliga a tragarse docenas de libros de enfoque histórico, jurídico, político, económico y mucho ensayo periodístico de actualidad. Es lo que abunda en la oferta libresca. A veces, sin embargo, aparecen piezas raras, como esta, dedicadas al mismo tema pero con un enfoque y estructura distintos. Y se agradece tanto que uno las devora aunque, como es el caso, tengan la forma de vocabularios con entradas en orden alfabético, siempre de lectura más trabajosa.

Como casi todo lo que se escribe en Cataluña sobre Cataluña en estos tiempos, el libro tiene un marcado tono militante. Ya lo indica en el subtítulo "vocabulario imprescindible de combate" y lo justifica un prefacio del autor titulado Filología de combat. Ha sido premio Irla de este año, o sea, de la Fundación Josep Irla, independentista y cercana a ERC.

Pero, además de ser obra de combate, está escrita con mucho sentido del humor. Rebosa ironía, burla y hasta sarcasmo. El objeto mayoritario de las puyas es lo español, pero también lo catalán se lleva su parte. La visión del proceso independentista es muy militante pero también guasona. Como, además, viene cumplida de sabiduría filológica, desplegada sin presunción, la lectura es muy grata.

Y se aprende un montón de cosas. El recurso a la etimología y las familias léxicas revelan aspectos insólitos de términos de uso cotidiano que obligan a pensar y son reveladores. Que catalufo traiga como antecedente castellufo y castellanufo tiene su interés.

Al ser vocabulario de autor, las voces son las que este elige según su criterio. El conjunto es seguramente el de las más usadas en el debate. Si se recogiera una muestra de textos y se los cuantificara sin duda el resultado avalaría la selección. Eso impulsa al curioso lector a indagar si no debiera figurar alguna otra. Personalmente, y dado que no hay entradas en la letra "b", creo que estaría bien incluir botifler.

El análisis filológico tiene a veces tintes políticos de mucha carga que contribuyen a explicar el contenido del independentismo aun considerando términos que no tienen clara conexión con él. Por ejemplo, hablando de disciplina, se dice que "no es extraño que muchos títulos de estos artículos tengan un regustillo franquista" (p. 65). En otro orden de cosas, a propósito del verbo imponer se avisa de que desde la "transición española asistimos a la apropiación desvergonzada por parte de la derecha del vocabulario perteneciente tradicionalmente a la izquierda y, con el proceso, la operación ha llegado al paroxismo." Lo de la apropiación es cierto pero me atrevería a situar el paroxismo en otro sitio. Sin demérito alguno para lo que toca a Cataluña, no creo que se haya dado allí algo parecido al discurso del ministro de Justicia, Ruiz-Gallardón en el que justificaba privar a las mujeres de sus derechos reproductivos en nombre de su "emancipación".

El estudio de Nosaltres (i ells), que es la vertiente filológica de la política schmittiana de amigo-enemigo, es brillantísimo. El "nosotros" salvífico lo tienen todos, es un sujeto colectivo inclusivo a la par que excluyente basado en una intuición radical que no necesita justificarse mientras que el "ellos" es una masa amorfa cuyo único sentido es impedirnos el paso. Hay otro determinación también de interés aquí y es el "algunos", un "ellos" más circunscrito, animado generalmente de protervas intenciones: "algunos dicen que hay que subir los impuestos", por ejemplo.

Vidal da por resucitado el separatismo, señalando que cayó en el ostracismo al final de la dictadura junto con la "conspiración judeomasónica" (p. 151). No me parece que la primera, sin embargo, sea de uso frecuente. Circula más otra de similar significado, más grave, secesión. Incluso se discute si hay o no un derecho a la secesión.

Este manual de combate es como una aplicación del Cómo hacer cosas con palabras, de Austin. Pura performatividad del lenguaje.

La independencia como una performance.

dilluns, 21 de setembre del 2015

El yo no nos pertenece.

J. M. Coetzee y Arabella Kurtz (2015) El buen relato. Conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica. Barcelona: Random House. Traducción: Javier Calvo. 182 págs.

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Un curioso ensayo este. Parece haberse originado en un intercambio epistolar entre el novelista Coetzee y la psicoterapeuta Kurtz. Pero se presenta extractado y, por así decirlo, trasmutado en un diálogo. Un intercambio de opiniones sobre un conjunto de temas que apasionan a cualquier lector y, desde luego, a cualquier escritor: cuestiones de la memoria, los recuerdos, la identidad, el individuo y el grupo, las mentalidades colectivas, la culpa, etc. Tratadas desde una doble perspectiva, la literaria y la psicoanalítica, con lo que por sus páginas deambulan Dostoievsky, Austen, Hardy, Fielding, Freud, Klein, Winnicot, etc. La gran categoría de Coetzee permitía esperar un texto de sumo interés y así es, en colaboración con Arabella Kurtz, de quien no tenía referencia alguna y cuyo nombre y apellido parecieran acomodarse al tema de la creación, la fabulación, la obsesión o el recuerdo, en homenaje al Kurtz del Corazón de las tinieblas.

Ya en el arranque se plantea sin ambages la cuestión que preocupa a los dos intervinientes desde su dos perspectivas, esto es, la de la verdad y la naturaleza de las ficciones. Coetzee las fabrica y Kurtz trata de descubrir su origen con fines de terapia. Ficción viene del latin fingere, moldear, dar forma (p. 13). Imposible no recordar aquí que Pessoa definía al poeta como un fingidor. Por eso Coetzee recuerda que el motivo por el que Platón expulsa a los poetas de la república es porque, si han de elegir entre la verdad y la belleza, invariablemente, los muy ladinos, eligen la belleza (p. 17). Pero Kurtz recuerda que lo suyo es averiguar la verdad porque se gana la vida así: la verdad que ha de hacer asomar entre la hojarasca de las ficciones que fabrican los pacientes para protegerse. Coetzee no se lo pone fácil y, sin mencionar a Kant, la confronta con la idea kantiana de la imposibilidad del conocimiento de la "cosa en sí", de la verdad. El mundo se divide entre una supuesta realidad nouménica, libre de interpretación y otra creada libremente por nosotros a la que podemos llamar "fantasía" y nos sirve para reconciliarnos con nuestros recuerdos (p. 28) o para escribir novelas.

Aparece aquí una de las cuestiones más espinosas e interesantes de este interesante ensayo. En el fondo, dice Coetzee, somos libres de inventarnos nuestro propio pasado como se nos antoje, gracias a lo cual hay novelistas en el mundo. Pero la idea de que no es así se basa en la fe en la justicia del universo (p. 37). Se acumulan  en este pasaje consideraciones profundas y muy sugestivas sobre esta cuestión de la culpabilidad, el recuerdo, el arrepentimiento, la memoria. Según el psicoanálisis, la represión consiste esencialmente en la ocultación de un recuerdo que no se quiere aceptar. El caso de Edipo es patente. Luego llega la literatura y fabula situaciones muy distintas: cree el personaje que su secreto está bien guardado en un pasado remoto y, de pronto, ese pasado revive con la llegada de alguien, como en una novela de Thomas Hardy. O, más fascinante aun, Hester Prynne, la protagonista de La letra escarlata, acepta llevar la marca de la infamia que le impone la comunidad, pero no lo hace con resignación sino con orgullo, pues niega a esta capacidad para condenarla moralmente. Y, por supuesto, tratándose de crimen, recuerdo y expiación, Dostoievsky aparece y reaparece (46) sobre el fondo de su célebre apotegma: "Si Dios no existe, todo está permitido", que, en realidad viene a ser como una glosa a los versos del poeta persa Saadi: "Temo a Dios y, después de él, solo temo a quien no lo teme".

El genio de Coetzee lo lleva a preferir la verdad inventada a la real, como hace don Quijote (p. 66). Somos libres de inventarnos lo que queramos. Lo único que no podemos invertarnos es la muerte (p. 68). No siendo esto, la libertad es absoluta en medio del desorden generalizado. El pasado, tanto el individual como el colectivo es siempre más caótico que ninguna versión que podamos  contar sobre él (p. 74)

Entramos ahora en lo que, a juicio de este crítico, es la esencia del libro, de la reflexión, por lo demás casi toda ella de Coetzee porque Kurtz añade poco fuera de su convicción, correcta, por supuesto y muy psicoanalítica, de que solo podemos llegar a la verdad sobre nosotros mismos a través de los demás. Los demás. Esa es la sempiterna cuestión. El individuo y el grupo, la masa, la multitud, la muchedumbre, aquello que, como decía Montesquieu en las Cartas persas "empequeñece el cerebro de los individuos". Sobre esto, el novelista, el fabulador, tiene mucho y, dada su gran sensbilidad, muy interesante, que decir. No tanto Kurtz, ya que la psicología y el psicoanálisis tienen poco que ver con las colectividades. Sin duda hay una psicología de masas (Le Bon, Reich, etc), pero es poco más que metafórica. De las masas y colectividades se ocupa más la Sociología. No tiene mucho sentido hablar de una psique grupal (p. 93), aunque esta sea la base misma de una próspera ocupación mercantil llamada "relaciones públicas."

Como nativo de Sudáfrica que vivió el Apartheid, y habiendo vivido experiencias asimismo de Australia y el Canadá, Coetzee tiene una preocupación especial con un problema contemporáneo muy extendido, poco reconocido, con mucha carga emocional y que -aunque el autor no menciona nuestro caso- tiene mucho que ver con los españoles. Este problema es el de las sociedades de colonos y sus pasados colectivos racistas y/o genocidas (p. 81). Los australianos blancos hoy día siguen siendo herederos y beneficiarios de un gran crimen cometido en el pasado con los maoríes (p. 76). Y los mismo pasa con los canadienses y, desde luego, los estadounidenses y los indios: son sociedades escindidas en lucha con su propio pasado. Esto de las reacciones escindidas le recuerda a Coetzee lo que decía D. H. Lawrence a propósito de James Fenimore Cooper, el de El último mohicano: una vez exterminados los indios hay que convivir con el pasado de culpabilidad. Será así, sin duda y, poco a poco va abriéndose camino la idea de que hay que compensar a los aborígenes por el expolio y el genocidio a que los sometimos. Sin embargo, hoy no vemos que los estadunidenses se sientan culpables por pisar una tierra robada (p. 90). En realidad, estos yanquees, como los australianos, en la medida en que se hacen cargo de este drama, lo encajan recurriendo al Zeitgeist (p. 83). Sí, nuestros antepasados fueron esclavistas, asesinos, ladrones, genocidas y ese recuerdo nos atormenta; pero no nos obliga (mucho) porque eran los usos, ideas y creencias de aquella época.

No hay duda: el demonio-fantasma del aborigen exterminado se introduce en la psique colonial, que se escinde y empieza a pelearse consigo misma, que busca sistemas internos de defensa (p.91). Pero la pregunta que planteábamos más arriba respecto a los españoles se mantiene: nadie pretende embellecer el carácter inhumano, cruel, sanguinario, genocida, de la conquista española de las Indias y, como se prueba con la obra de Fray Bartolomé de las Casas, la famosa "conciencia escindida" del colono empezó a funcionar rápidamente a través del Zeitgeist. ¿Por qué, sin embargo, se admite en el caso de los esquimales canadienses, los pueblos de la pradera en los EEUU, los maoríes en Australia pero no en el de los aztecas o los incas de hispanoamérica? No pretendo embellecer unos u otros casos, pero me gustaría conocer alguna razón que justificara esta diferencia de trato.

Del pasado y la memoria colectivos, a las experiencias grupales en el presente. El diálogo se hace aquí más intenso, aunque también más obvio. Lo primero pareciera ser la legitmidad y el alcance del concepto de "grupo". Determinadas experiencias y resultados nos permiten hablar del trabajo en equipo: el fútbol o el sistema Windows (pp. 100, 112). Aparece, cómo no, el "grupo" por excelencia, que es la nación y el nacionalismo (p. 100). Las observaciones de ambos son inteligentes, sin duda pero, como en España hemos hecho un supermáster en la materia, las dejaremos de lado porque estamos al cabo de la calle. Véase, por ejemplo: pertenecer a un grupo da seguridad. El niño que no pertenece a un grupo es infeliz (p. 115). Está bien, pero es algo soso.

Kurtz está segura de que una familia es un grupo (p. 116). Desde un punto de vista psicológico eso es razonable; desde uno sociológico, requiere algún matiz. La familia es un grupo, sí, pero ¿se rige por las mismas pautas, los mismos valores que los otros grupos? El reparto de roles en ella, ¿es similar a los demás grupos? La familia socializa, "constituye" a la persona, al niño. ¿Puede decirse lo mismo de otros grupos, muchas veces determinantes, como el ejército, por ejemplo, o la iglesia? La función que la figura del otro (p. 122) ejerce en las relaciones del individuo con el grupo, es análoga en la familia y en el ejercito?  Una ojeada a los obras de Erwin Goffman nos convencerá de que no.
 
Coetzee recuerda que Donald Winnicot escribió mucho sobre el "falso yo", cuando un niño acepta demasiada verdad ajena a expensas de su incipiente capacidad de conocerse a sí mismo en el seno de la familia (p. 129). En las relaciones con los demás funciona la proyección (p. 130), algo que si es evidente en los círculos más restringidos familiares resulta apabullante en la vida pública, especialmente en la política. El descaro con que unos políticos acusan a los adversarios de hacer lo que ellos mismos hacen quizá no tenga parangón en el ámbito de la hipocresía y el cinismo, dos vicios que parecen tan inherentes a la acción política como la lucha por el poder. De ahí que, siguiendo a Bion y, sobre todo, Menzies Lyth, el novelista sudafricano sostenga que, en cuanto se forma un grupo, parece producirse una regresión (p. 133) . La finalidad del grupo es tener enemigos-víctimas a quienes se pueda atacar para defender el grupo (p. 135). Quizá por eso sea por lo que ambos parecen coincidir en una amarga conclusión: hoy es imposible establecer una "psicología grupal" (p. 157)

Se aprende mucho sobre la forma de razonar de un escritor de ficción, un novelista, cuando expone sus problemas en el manejo de su oficio.

dissabte, 12 de setembre del 2015

Nuevo libro de Palinuro.

Es un texto introductorio a la materia, hasta cierto punto, divulgativo. Pensado para acceso a la Universidad en esta procelosa materia y también para el público interesado en general. No todo han de ser novelas históricas. Consiste en un ensayo, espero que ágilmente escrito, casi sin notas y con aparato bibliográfico mínimo (aunque con una bibliografía de profundización para uien desee mayor información sobre unos u otros temas) acerca de  los puntos cruciales de la política contemporánea desde una perspectiva teórico/empírica y sin olvidar la necesaria consideración histórica. Tiene 286 páginas de amena lectura. Sus capítulos son:
 
1º) La naturaleza de la política.-
2º) Las formas de gobierno.-
3º) La democracia: teoría y práctica.-
4º) Ideas e ideologías políticas.-
5º) Comunicación, opinión pública y comportamiento político.-
6º) El comparativismo y el orden internacional.
 
Quien desee hacerse con él puede pedirlo a la editorial, Tirant Lo Blanch  porque si espera a verlo en las librerías quizá tenga que aguardar a esos tiempos utópicos que preveían Marx y Engels, cuando el Estado quedará arrinconado en el museo de antigüedades, junto a la rueca y el huso, y la política, consiguientemente, haya desaparecido.
 
También hay edición en e-book.

diumenge, 2 d’agost del 2015

El mítico Franco.

Julián Casanova (Comp.) (2015) 40 años con Franco. Barcelona: Crítica. 403 págs.
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Hace aproximadamente un mes, Palinuro dio cuenta de una exposición sobre el franquismo que, comisariada por Julián Casanova, podía visitarse en Zaragoza. En la exposición cabía adquirir también el libro ahora en comentario, lo que quizá sea un catálogo bien original. Compilado por el comisario, en él colabora un grupo de especialistas en diversos campos del saber para dar una visión cruzada del franquismo. Paso a comentar las aportaciones:

Abre un ensayo de Paul Preston titulado Franco: mitos, mentiras y manipulaciones. Cuando se ha escrito lo que muchos consideran la biografía canónica del personaje, puede resultar difícil condensar tanto saber en unas cuarenta de páginas. Sobre todo si, como da la impresión, están escritas un poco a vuelapluma y con cierto descuido. La intención del trabajo es clara: trazar un cuadro, a modo de resumen, del conjunto de la persona de Franco y su obra. Desde la insistencia en la ignorancia científica (especiamente en economía) y la credulidad del caudillo, hasta el altísimo concepto que tenía de sí mismo como enviado providencial, el ensayo traza los episodios más conocidos de su vida: la autarquía; el sistema educativo como "una especie de lavado de cerebro nacional" (p. 21); el control férreo de la prensa; los ditirambos imperiales de los intelectuales del régimen; la corrupción de este, que fue una de sus garantías de pervivencia; el desembarco de los tecnócratas del Opus en el plan de estabilización; la transición y el "exorbitante precio que España pagó por los 'triunfos' de Franco" (p. 49). Es una visión de conjunto muy crítica, si bien da la impresión de estar matizada por una especie de leve síndrome de Estocolmo. Tantos años conviviendo con el objeto de estudio hacen que Preston atribuya a Franco algunas habilidades y cualidades que no suelen reconocérsele y, en principio, con razón.

Julián Casanova, La dictadura que salió de la guerra. Fue de hecho una dictadura de la "victoria". Lo fue hasta el final, y todavía hoy el arco del triunfo que se yergue en La Moncloa se llama oficialmente "Arco de la victoria". La Iglesia se encargó de fabricar el mito de la cruzada, Franco enviado providencial que salvó a España en una leyenda que se cultiva en el NO-DO (p. 58). Esa exaltación contrastaba con la represión que se vivió en el día a día. Entre fines de 1939 y comienzos de 1940 había 270.719 presos de los que 23.232 eran mujeres (p. 63). Toda la vida del país estuvo marcada por la "causa general", una monstruosidad jurídica que sirvió para alimentar el clima de odio, venganzas y rencor que se había impuesto (p. 66). Un Estado policial fascistizado en el que se había organizado la División azul, con el pleno dominio de la Iglesia. Esta forma parte de la triada que, con el ejército y la Falange, constituyó la base del régimen de Franco (p. 75).

Ángel Viñas, Años de gloria, años de sombra, tiempos de crisis. Viñas, un reconocido especialista, dedica su trabajo a revelar los contenidos de la politica exterior de Franco en sus diversas etapas: la autarquía, el fracaso de las fantasías imperiales (p. 86) y el comienzo de la "estabilidad" para el que algunos apologetas acuñaron el término más suave de "dictadura desarrollista" (p. 88). El "contubernio de Múnich" de 1962 y, por supuesto, las relaciones más importantes y humillantes para España con los Estados Unidos, acostumbrados a tratar a los militares españoles como "cipayos" (p. 97), porque, en realidad, España no podía aportar nada de interés para los estadounidenses fuera de su posición geoestratégica, mientras que estaba muy necesitada del reconocimiento internacional que los yanquies proporcionaban. En Europa, la política exterior española de Franco solo tenía límites (p. 100)  y era la única posible. Las otras políticas de apertura al Este y similares era un puro Ersatz, en expresión que Viñas toma prestada a Fernando Morán (p. 101). En realidad, toda la hagiografía que presenta a Franco como caudillo sapientísimo que supo dirigir siempre la nave del Estado por las procelosas aguas internacionales era la consabida mitología franquista (p. 111).

Borja de Riquer, La crisis de la dictadura. El ensayo se concentra en los años de 1973 a 1974, parte del llamado "tardofranquismo", la época de Carrero Blanco y Arias Navarro. Menciona al comienzo algunos puntos de interés, como los nerviosos debates en Consejo Nacional del Movimiento entre 1971 y 1973, muy ilustrativos de la mentalidad de la clase franquista y poco aprovechados hasta el momento (p. 117). Da importancia a la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes que, bajo la dirección del Cardenal Tarancón, aprobó por gran mayoría (217 votos a favor y 26 en contra) una declaración sobre la independencia entre la Iglesia y el Estado. Otra declaración que pedía perdón por el comportamiento de la Iglesia en la guerra civil no prosperó (p. 119), lo cual debe tomarse en cuenta a la hora de aceptar la tesis de la oposición democrática católica sobrevenida en el tardofranquismo. El resto del capítulo se mantiene en los limites de la interpretación mainstream de la época, con una referencia (hoy de amargo recuerdo para sus protagonistas) de cómo el PCE y el PSOE propugnaban por entonces el derecho de autodeterminación de las naciones "periféricas" (p. 139). Se añade un interesante colofón: a pesar de los esfuerzos de la dictadura por "educar"  a la población, fracasó en el intento. Los sondeos del tardofranquismo muestran una cultura política democrática (p. 147). De Riquer no indaga en qué razones explican esta disonancia cognitiva y no ha lugar aquí a preguntar por ellas. Pero sí parece evidente hoy día que la afirmación final del autor de que la agonía de Franco fue la de su régimen "que ya era considerado anacrónico por una mayoría pasiva, pero esperanzada, de españoles" (p. 148) es aguda, pero quizá puede matizarse a la vista del apoyo que tiene el partido neofranquista PP.

Carlos Gil Andrés, Los actores, es un trabajo poco frecuente en estos libros, pero muy conveniente: una serie de breves semblanzas de algunos protagonistas del franquismo, especialmente el tardío y la transición. Se lee con gusto y se obtienen enseñanzas de las biografías de Arias Navarro, Carrero Blanco, Carrillo, Fraga, López Rodó, Muñoz Grandes, Pla y Deniel (con su pastoral sobre las dos ciudades, no las de Dickens, sino la celestial y la terrenal, con la que daba apoyo a la doctrina de la sublevación fascista como una cruzada), Pilar Primo de Rivera, Dionisio Ridruejo y Serrano Suñer.

Mary Nash, Vencidas, represaliadas y resistentes: las mujeres bajo el orden patriarcal franquista,  aporta la imprescindible perspectiva de género en este asunto. La represión franquista se cebó con las mujeres, las rojas, porque rompían la falsa imagen que pretendía acuñar de la función que les correspondía. El adoctrinamiento (la "fiel esposa", sierva del marido, recluida en el hogar para garantizar la reproducción) corría a cargo de la Sección Femenina de la Falange (p. 196). Por supuesto, la represión de las rojas (tanto las que se suponía lo eran por sí mismas como las que pagaban por el mero hecho de ser parientes de rojos) mostraba la hipocresía de esta ideología franquista y nacionalcatólica. Todavía era más patente la contradicción en el terreno laboral: la doctrina franquista de la mujer en el hogar, concentrada en la maternidad que trataba de sacar a las mujeres del mercado laboral tropezaba con el hecho de que, con pocos hombres disponibles (muertos en la guerra, exiliados o presos), los empresarios contrataban mano de obra femenina que, además, tenía la ventaja de percibir salarios inferiores a los de los hombres y no respetaban siquiera las normas franquistas de fomento del matrimonio y excedencia obligada de las casadas (p. 214).

José-Carlos Mainer, Letras e ideas bajo (y contra) el franquismo es un documentado trabajo sobre la producción literaria y ensayística bajo el franquismo, desde los primeros tiempos de lealtad imperial de Escorial, pasando por la literatura del "tiempo de silencio" hasta las obras ya claramente opositoras a partir de los años sesenta. Pero no hay nada sustancialmente nuevo en relación con el resto de la obra de Mainer en este campo. Es interesante, con todo, la rápida mirada lanzada a la literatura y cultura populares las revistas gráficas (de donde surgiría Triunfo), los tebeos y, cómo no, los seriales radiofónicos, especialmente de Guillermo Sautier Casaseca y Luisa Alberca, que están pidiendo a gritos un estudio semiológico (p. 244).

Agustín Sánchez Vidal, El cine español durante el franquismo tambien un ambicioso proyecto que queda algo desbordado por el alcance del tema. Desde el cine de la inmediata postguerra (y la Raza del caudillo) hasta las últimas películas de los años setenta, se pasa por muy diversas épocas, géneros  e intencionalidades nada fáciles de resumir. Filmes aparentemente realistas, abundante cine histórico ("de cartón piedra), temas intrascendentes (p. 282). Tratamiento especial reserva el autor a un espíritu incipientemente crítico, en concreto la obra de Berlanga (pp. 286 ss.), hasta el nuevo cine de los años sesenta (dentro del cual hay que contar el Franco, ese hombre, de José Luis Sáenz de Heredia, para festejar los "XXV años de paz")  y el destape. Lo que está claro es que la industria cinematográfica vencería los angostos límites de la organización institucional de la censura. Otra cosa sería la calidad de los productos, sobre todo si, como no suele hacerse en la bibliografía sobre cine español, se comparan sus producciones con las extranjeras.

Enrique Moradiellos, Franco y el franquismo en tinta sobre papel: narrativas sobre el régimen y su caudillo, es un trabajo en el que se encara el muy peculiar y a veces bizantino asunto de la naturaleza del régimen. El autor lo aborda tras recordar que el conocimiento científico depende de las tipologías y las clasificaciones y por eso es imprescindible tipificar correctamente el fenómeno en cuestión. No seré yo quien niegue esta resplandeciente verdad, pero sí me permitiré cuestionar su pertinencia para una perspectiva histórica ya que la historia, como ciencia, es el reino indiscutible de lo único, incomparable, irrepetible. Las tipologías y clasificaciones son sin duda imprescindibles para las ciencias sociales, que son "idiográficas", según los neokantianos, pero tienen menos importancia para la más idiográfica de todas, precisamente, la historia. De hecho, el autor no tarda en dar vueltas a la ya bastante vista cuestión de la tipificación del franquismo como totalitarismo o régimen autoritario (Linz) (p. 329), tras pasar en volandas por las caracterizaciones bonapartistas. Es como el asunto del elefante descrito por diez ciegos: cada uno de ellos toma la parte que palpa por el elefante entero. Algo similar cabe decir de un régimen tan longevo, tan proteico, oportunista y pragmático, capaz de contradecirse en 24 horas si lo creía necesario: el franquismo fue bonapartista, totalitario, autoritario, nacionalcatólico, seudoimperial, corporativo, militarista, etc, según el momento y el fondo de la cuestión. Y lo mismo cabe decir del propio Francisco Franco en persona, del que se ocupa una serie de biografías de un lado y del otro y de las que Moradiellos da cumplida cuenta. Sin olvidar que el de la biografía es un género interminable.

Hay al final una especie de epílogo a cargo de Ignacio Martínez de Pisón bajo el título Cuarenta años sin Franco, un texto interesante, en estilo de autobiografía y recuerdo, inteligente y con acierto. Recojo una última exclamación del escrito especialmente significativa, aunque no me parezca cierta: "El fracaso de la socialdemocracia es también (¡ay!) el fracaso de mi generación..." (p. 360). Habría bastante que hablar sobre qué se entienda por "fracaso", de qué "socialdemocracia" se hable y en cuanto a si afecta a su generación, eso ya es asunto de ella misma, si se reconoce como tal.

En resumen, un buen libro y actual sobre el franquismo, con las virtudes y los defectos de las obras compiladas, estén o no escritos los trabajos a propósito para la obra. Lo que se busca es analizar el mito (o los mitos) del caudillo por la gracia de Dios. Ese término de mito quizá sea el que más suena en todas las investigaciones sobre Franco. Aparece aquí, está en el título del capítulo de Preston, lo emplean otros autores de esta obra. Y no es casual: ya estaba en una de las más famosas, la de Herbert Routledge Southworth, El mito de la cruzada de Franco y también en otra más reciente de Alberto Reig Tapia, Franco caudillo: mito y realidad. Todo en el franquismo es mito. No es este lugar para ahondar en el asunto pero habrá que hacerlo algún día, aunque solo sea para librar ese hermoso concepto de mito de cualquier afinidad con esa basura espiritual que fue el franquismo en todos sus aspectos, militar, jurídico, civil, intelectual, religioso, etc. Esa vergüenza colectiva que arrastramos los españoles como un baldón por la historia: la de haber sido (y, en buena medida, seguir siendo) un pueblo al que se negó la libertad y se humilló, haciéndolo pasar por la indignidad de tratarlo como menor de edad. Como lo pretende hoy un gobierno de franquistas.

dilluns, 27 de juliol del 2015

El viaje no ha terminado.


Geoffrey O'Brien (2015) Tiempo de soñar. Episodios de los sesenta. Barcelona: Alpha-Decay. Traducción de Albert Fuentes.
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En 1988, para celebrar el vigésimo aniversario del 68, el poeta, ensayista, literato O'Brien publicaba esta original obra, especie de explicación del espíritu y la contracultura de los sesenta desde dentro. Se edita ahora en castellano, a más de un cuarto de siglo de su aparición, lo que demuestra que tiene vigencia. Es un conjunto de impresiones, mejor o peor agrupadas en cuadros, escritas en un lenguaje poético, a veces alambicado y con un ritmo muy rápido. Muy en el espíritu de la literatura on the road, con toques de H. Miller, Ginsberg o Hoffman. Realmente, el traductor ha hecho un trabajo encomiable dada la gran dificultad del texto.

Lo lei a poco de su publicación y creo que lo tomé como una especie de canto del cisne de aquellos años tumultuosos que, sin embargo,  venía a ser la prueba de la pervivencia del espíritu hippy: la carretera, el símbolo de un proceso espiritual consiste en una serie de encuentros ocultos, mensajes escondidos, rituales prohibitivos pero necesarios. El tiempo de soñar se prolongaba. Me he acercado de nuevo a él, otros veinte años más tarde con la curiosidad acrecida de qué quedaría vivo.  Todo.

Guy Debord lo había dicho: es la sociedad del espectáculo. Los políticos eran entonces, como hoy, perfectamente intercambiables y previsibles. Los únicos que sucitaban algo de interés por ofrecer innovación y originalidad eran las estrellas de cine. Al respecto John F. Kennedy tenía cabeza de Jano. Siendo político, era un espectáculo coronado con el de su muerte. No deja de ser irónico que, cuando O'Brien publica su obra estaba ya en su segundo mandato Ronald Reagan, un político que era actor. Tan mal actor como político. De todas formas, es cierto, el asesinato de Kennedy es la sombra, o la luz, según se quiera, que acompaña los años sesenta. Yo añadiría el también asesinato, aunque mucho más previsible, de Patricio Lumumba.
 
Esto es lo que alimentaba la idea muy generalizada de haber nacido en el seno de potentes aparatos de destrucción. Se originaban en ella dos líneas de pensamiento que llevaban, cuando llevaban, a acciones políticas distintas y que aun hoy están separadoas. De un lado, la de que siglos de auto-odio, de represión sexual, de odio a la naturaleza amenazaban ya con la destrucción del planeta, en el que no parecía haber más realidad que el genocidio, la guerra, el crimen. De otro lado, esa sociedad, a la que la razón, la ética y la estética mandaban combatir era la que proporcionaba la conciencia a los de los sesenta de ser los adolescentes y jóvenes más felices de la historia. los privilegiados hijos de la burguesía, los hijos de Marx y la Coca-Cola. 
 
Hay dos elementos esenciales en la constitución de la contracultura hippy, que es de lo que el libro trata y desde una perspectiva exclusivamente estadounidense: la liberación sexual y las drogas. La primera fue casi un estallido provocado por la píldora y se afianzó con las lecturas apropiadas que solían contener fuertes dosis de Wilhelm Reich, aunque sospecho que el Reich del continente no incluía el Reich último, el de la etapa norteamericana, el de El asesinato de Cristo y cosas similares. Pero a ambos lados del Atlántico, la píldora significó que la contraposición entre hacer el amor o la guerra dejaba de ser una opción ilusoria entre un deseo y una realidad posible para convertirse en otra entre dos realidades posibles.
 
 A su vez, las drogas, más que aparecer, reaparecían de la mano de una tradición literaria con una constelación de autores que iban de Coleridge y De Quincey a Leary, pasando por Baudelaire, Rimbaud, Cocteau, Huxley, etc. Una de las aficiones del personal era bucear en la tradición literaria en busca de afinidades electivas: San Juan de la Cruz, Teresa de Jesús y algún que otro místico. Los que habían derivado hacia otro misticismo de raíz oriental, budista, buscaban su alimento en Hermann Hesse o se aventuraban por los jardines hindúes o se iban directos al Libro de los muertos del Bardo Todol. 
 
Pero la liberación sexual o, cuando menos, la ruptura de las pautas morales sexuales burguesas, heredadas de la revolución industrial y la sociedad victoriana y la popularización del consumo de drogas, por sí solos, no llevarían a los hippies a ningún tipo de acción colectiva digna de mención. De buscar alguna inspiración irían a las doctrinas anarquistas de la acción directa y la propaganda por el hecho. Si acaso, algún happening que, por las razones que fueran, tuvo especial resonancia, como el festival de Woodstock. No siendo eso, lo más colectivo que llegaron a hacer fueron comunas. De esas, sí, hubo y hay muchas.
 
De las drogas convencionales, tradicionales, los hippies pasaron a las químicas y se abrió la experiencia psicodélica, cuyos gurús fueron Timothy Leary y Abbie Hoffman, de quienes hay mucha huella en el libro. La reflexión de O'Brien está muy en su punto. La experiencia psicodélica es un umbral de iniciación cuya esencia es incomunicable e indescriptible. Lo cual no obsta para que sean frecuentes los deseos de comunicarla y describirla, cosa que también intenta O'Brien cuando dice algo muy común en la época, esto es, que nada tiene sentido hasta que se toma ácido.  Hay un eco de esta cuestión en términos trascendentales en la famosa pregunta que lanzaba el East Village Other ¿puede considerarse ser humano a quien no tenga experiencia psicodélica?

Gracias a esta iniciación, el rebelde sin causa, el  aficionado al chicken run, lleva su audacia a dotarse de su propia religión, como recomendaba Allen Ginsberg y, como buena religión, provista de un catálogo de observancias y mandamientos. Recojo varios que me parecen  decisivos de los años sesenta, de hoy y, quién sabe, para siempre: mirar el reloj es un acto de destruye la vida. Tienes miedo de la verdad. No vamos a llegar a ningún sitio. No hay destino. Este tránsito perpetuo es nuestra morada. No intentes ocultarte. Quizá me parezcan decisivos porque ya me lo parecieron entonces.
 
No habrá destino, pero el viaje no ha terminado. 

dissabte, 2 de maig del 2015

Quedarse en tierra.


José Ignacio Torreblanca (2015) Asaltar los cielos. Podemos o la política después de la crisis. Barcelona: Debate. ( 217 págs.)
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Tengo la convicción de que los libros de ensayo y divulgación y también los académicos, debieran traer información personal sobre el autor o autores. Hay infinidad de textos que se leerían y comprenderían mejor si los lectores supieran algo más de la vida y peripecia personal de quienes los han  redactado.

En paralelo, sostengo igualmente que todo crítico debiera siempre aclarar cuáles son sus relaciones personales con el autor del libro o del material criticado. El lector tiene derecho a saber si entre el autor y el crítico hay relaciones que pudieran condicionar el juicio de este para bien o para mal. Debe saber si el crítico es amigo o enemigo del criticado. Más que nada para que no haya engaño porque, así como se dan afectos que llevan a algunos a hablar bien de sus colegas, hay odios que explican por qué a veces alguien se toma el trabajo de escribir una diatriba contra alguien.

Por eso, cumplo con mi deber avisando de que soy amigo del autor de esta obra. Amigo y colega. Amigo, colega y compañero de pasillo en la Universidad. Vamos, que no somos parientes pero debemos estar en un grado cuatro o así de la cadena de Watts. Todo eso no obnubilará mi juicio de forma que del autor podré decir lo que, según parece, dijo Aristóteles alguna vez de Platón. Salvando todas las casi infinitas distancias, especialmente en mi caso.
 
Torreblanca se ha atrevido con un asunto de obvia actualidad, de los que atraen la atención de los periodistas, pero mucho menos de los académicos a quienes no agrada gran cosa hablar de conflictos y de gentes vivas. Al contrario, como a los historiadores, les gusta que lleven muertas mucho tiempo; cuanto más, mejor. Así no hay problema de que los desmientan. Con este tipo de ensayos, sin embargo, de política contemporánea y una perspectiva que los historiadores franceses llaman événementielle, la posibilidad de que, según se seca la tinta del manuscrito, uno de tus objetos de estudio decida cambiar de actitud, de opinión política y hasta de confesión religiosa, y se ponga a hacer lo contrario de lo que hacía es alta. Y se ha dado. Cuando comencé a leer el libro de Torreblanca, Podemos estaba dirigido por el triunvirato de Iglesias, Errejón y Monedero. Al terminarlo, tres días después, Monedero había causado baja. Por la misma razón, al comenzar esta crónica, Podemos tiene una determinada expectativa de apoyo electoral. Al terminarla, puede tener otra.

A cambio de la contingencia del objeto, Torreblanca aporta oficio, categoría, distanciamiento y preparación más que suficiente para abordarlo. Añadamos que este comparte con el autor datos esenciales vitales: los creadores de Podemos son politólogos, como el autor y son profesores también como el autor y, como el autor, son jóvenes, están en la treintena y comparten condición generacional, asunto ese muy importante en la autoimagen de Podemos que, en buena medida, se ve como un relevo generacional de la vieja casta política. Quizá por ello haya saltado Monedero: él no es de esa generación, sino de otra anterior. En todo caso, quien lea el libro estará leyendo uno de los mejores análisis que se han escrito sobre el asunto.

El origen de Podemos es el movimiento indignado del 15M, nace en medio de la crisis, tiene un componente generacional ya mencionado y moviliza un voto abstencionista y desafecto (p.38). Su lucha es contra el bipartidismo heredado de la Transición (p. 43). Cierto. Hoy todo el mundo habla del bipartidismo. Ganas me entran de sacarme la espina de los años 80 y 90 cuando, al definir el sistema español de partidos hablé de bipartidismo, ganándome la oposición de la inmensa mayoría de mis colegas que veían muchos partidos, al parecer, en donde yo solo veía dos y medio. No merece la pena.

Torreblanca sitúa los afanes teóricos de nuestros protagonistas en el universo comunista ("los buenos bolcheviques" los llama) y analiza con acierto los meandros por los que han conseguido (o creído conseguir, diría yo) una oferta teórica hecha con retales de Gramsci, el eurocomunismo, Negri, Laclau el inmarcesible ejemplo del compañero Chávez, para retornar al Gramsci de lo "nacional-popular" (p. 77).

El grupo del que surge Podemos, Contrapoder, es un producto de la actividad y la reflexión del citado triunvirato basado a su vez en otros tres puntos de apoyo: la Facultad de Políticas de la Complutense, Latinoamérica y los platós televisivos (p. 84). Tiene su enjundia esta topología. Andando (poco) tiempo Podemos se dotaría de un endoesqueleto a partir de Izquierda Anticapitalista, más o menos dirigida por Jaime Pastor, profesor a su vez de la Facultad de Políticas de la UNED,  también compañero mío de pasillo, con lo cual la cosa iba a de facultad a facultad, pero quedaba bastante en casa.

Sobre Latinoamérica tendría este crítico mucho que decir, pero no es el lugar. Periódicamente, la mala conciencia de los europeos, especialmente los españoles, con el Nuevo Mundo, los hace imitar como si fueran hallazgos, movimientos y/o ideas de marchamo latinoamericano sin percatarse de que no suelen ser sino reelaboraciones de otras europeas. Y, claro, al importarlas en el viejo continente, fracasan por revenidas. Sucedió en los años 70/80 de siglo XX cuando algunos quisieron importar en Europa movimientos armados al estilo de los Tupamaros en Alemania, Italia, España. Un fracaso. Como fracaso garantizado es el chavismo, el castrismo, el bolivarianismo y resto de los populismos latinoamericanos. Por mucho Laclau que se invoque, Europa ya tiene sus propios populismos para fracasar a su modo

Los platós televisivos son aquí especialmente importantes y así lo señala Torreblanca. Podemos sabe lo que un amargado Monedero confesaría luego de escrito el libro: vale más un minuto de la TV que los debates de los círculos o el programa o lo que sea. Pues sí, así es. Tampoco hace falta ser un lince para ver que la TV es el soma huxleyano. En eso estamos de acuerdo todos y Podemos no es especialmente original. La explicación de su fulminante éxito no es el asalto a la TV (el único cielo que los de Podemos han asaltado) sino el carisma del asaltador. Ese es el núcleo de a cuestión: Podemos es Pablo Iglesias en la tele. Nada más. El resto es aleatorio.

Con lo que gusta el cine a Iglesias, es extraño que nadie haya señalado algo obvio. Podemos es el nombre de un nuevo producto del star system a lo Hollywood que, en el viejo continente, siempre más circunspecto, llamamos "hiperliderazgo" (Torreblanca lo hace) o, más dentro de la tradición comunista en la que el movimiento se inscribe, "culto a la personalidad" (lo hace Ekaizer en un artículo de El País) o un poco más a lo Palinuro o sea, a la pata la llana, caudillismo. Lo que mueve la simpatía, la ilusión, el voto de la gente (que es lo que importa) es la telegenia de Iglesias, su gancho personal, su tirón. Y, cuando le han puesto enfrente otro igual que él o quizá mejor parecido, Rivera, el tirón de Podemos se ha visto demediado. Al galán le ha salido un contragalán.

El libro trata los orígenes ideológicos del triunvirato, sobre todo de Iglesias, que se encuentran en el mentado comunismo (p. 129), y expone con elegancia las difíciles relaciones entre los neocomunistas de Podemos y la vieja IU, a la que dejó tiritando (p. 113). Ciertamente, se considera la indiferencia de Podemos hacia el cleavage tradicional de izquierda y derecha (p. 121) y la elegancia expositiva se convierte en un acto de caridad pues el autor renuncia a sacar punta el cómico hecho de que el discurso sobre la inutilidad de la izquierda y la derecha se haga desde una organización, Podemos, cuya columna vertebral se llamaba mirabile dictu "Izquierda anticapitalista" (p. 130).

Dedica el autor un capítulo a dos asuntos conexos y centrales en la oferta de Podemos: el populismo y el nacionalismo. Respecto al primero, el intento de clarificarlo tropieza con la endemoniada maraña de un concepto que no es otra cosa que un cajón de sastre de restos de otras tipologías y que, en consecuencia, no sirve para nada, excepto para lucir conocimientos historiográficos sobre oscuros conflictos en tierras lejanas y quizá para insultar a los contertulios en las cercanas. Torreblanca, aséptico, concede a Podemos el beneficio de la duda y admite que quizá se trate de un "populismo 3.0" (p. 145). Espero que el libro tenga posteriores ediciones actualizadas para ver cómo llegamos al populismo 7.0 con el mismo grado de eficacia.

Lo de la nación es otro asunto. Hay en Podemos un anhelo de nacionalismo español soberanista al estilo de los sanos caudillos latinoamericanos. Pero en España ese nacionalismo tropieza con dos inconvenientes: 1º) el monopolio franquista y derechista de la tendencia que hace todo nacionalismo español sospechoso de fascismo y con razón; 2º) la existencia de nacionalismos periféricos no españoles con los que Podemos no se siente nada cómodo porque, en el fondo, le gustaría unir a todos los íberos en un común amor a la Patria gramsciana de orden "nacional popular".

Luego de dar unas pinceladas más sobre el carácter inherentemente comunista de los planteamientos de Pablo Iglesias, recuerda Torreblanca y cita ad pedem litterae al dirigente de Podemos en una expresión tradicionalmente típica de casuismo jesuítico y de la mentalidad comunista/leninista: supeditar la ética a los resultados y los medios a los fines (187). Esto explica a su vez por qué un paleocomunista como Anguita aprecia en Pablo Iglesias la condición de ser "un sabio adaptador de Lenin a las circunstancias actuales" (p. 188).  Igual que, según Stalin, Lenin había sido no menos sabio adaptador de Marx a las circunstancias actuales de otra actualidad. Vamos, que así como el leninismo era el marxismo de la época imperialista, Podemos es el leninismo de la época de la telegenia globalizada.

O sea, hay que ir a buscar la originalidad de Podemos entre los glosadores de Lenin. Para ese viaje no hacían falta alforjas. Torreblanca concluye su libro interrogándose por el futuro y planteando cuatro posibilidades: 1ª) PP y PSOE se equivocan y Podemos acierta; 2ª) PP y PSOE aciertan y Podemos fracasa; 3ª) PP y PSOE fracasan y Podemos también; 4ª) PP y PSOE se renuevan y Podemos es fuerte (pp. 196-198). Él otorga mayor verosimilitud a la tercera posibilidad (p. 200), pero no se lo tomaremos en cuenta dada la volatilidad del escenario electoral y la volubilidad en el horizonte de las decisiones de los electores. Bastante ha hecho con exponer de modo claro, imparcial y riguroso un fenómeno que a punto ha estado de alterar el sistema político español.

Pero no será así. Ni los cielos van a sufrir asalto alguno ni José Ignacio Torreblanca tendrá que escribir otros Diez días que conmovieron el mundo.