divendres, 26 de desembre del 2008

Esto puede estallar.

Los disturbios de Grecia no llevan camino de apaciguarse. Anoche hubo nuevos actos de violencia y vandalismo en Atenas. Y estamos ya en la tercera semana desde que el asesinato de un menor a manos de la policía desencadenara una ola de violencia juvenil que si, en un principio, pudo entenderse como reacción en legítima defensa, hace ya tiempo que ha dejado de serlo y su continuidad sólo puede encontrar la más rotunda condena en cualquier demócrata consecuente que no ande por ahí con dos varas de medir la violencia según sea la de "ellos" o la "nuestra".

Ahora bien que la violencia deba condenarse siempre, venga de donde venga, no quiere decir que hayamos de abandonar nuestra obligación de comprender los fenómenos sociales, sobre todo cuando son tan destructivos de la ordinaria y pacífica convivencia de las gentes como estos porque es el único modo de encontrarles una solución. Quien defienda ese obtuso punto de vista de que todas las violencias y todos los terrorismos "son iguales" y que, por lo tanto, no merece la pena tratar de entenderlos sino que lo que hay que hacer es emplearse a fondo en la represión, como si efectivamente, fueran iguales las algaradas callejeras que el terrorismo de Estado o la violencia y la tortura al estilo de Guantánamo, generalmente es un sinvergüenza. Un sinvergüenza que ya empieza por no considerar que el terrorismo o las torturas de Estado sean violencia sino leal colaboración en la lucha contra el terrorismo. Todas las violencias no son iguales (aunque todas sean condenables sin asomo de duda) sino que tienen etiologías distintas que es preciso entender para ponerles remedio en lugar de embarcarse una espiral enloquecida de acción-reacción con la que sólo pueden estar satisfechos los asesinos de ambos bandos. Y entre los asesinos cuento a esos intelectuales, cientos, que justifican la violencia de uno de los bandos mientras atacan la del contrario en la más típica "traición de los intelectuales" que quepa imaginar: una actitud de miseria moral que vincula su función crítica a la nómina de un partido, institución, periódico o fundación.

Y ahí es donde este fenómeno de la violencia griega adquiere todo su valor admonitorio pues tiene pinta de ser una respuesta irracional, pasional a un problema real de crisis planetaria en todos los órdenes, económico, social, moral, etc. El coro de Jefes de Estado, Reyes, Papas que ayer entonó un mensaje agorero de Navidad a la humanidad, amenazándonos con catástrofes sin cuento viene a ser la escenificación de esta situación sin salida que, de seguir así algún tiempo más, puede desembocar en estallidos más graves que los de Atenas.

El Rey de España salía balbuceando su miedo e incapacidad frente a la crisis de la que no sabe decir nada salvo que tenemos que tirar del carro, como si fuéramos bueyes. La Reina de Inglaterra, en similar estado optimista de ánimo, decía que vivimos tiempos sombríos y el Papa, la alegría de la huerta, decía que el mundo se encamina a la ruina (si no se le hace caso a él, por supuesto), en tanto que el señor Amadineyad en mensaje a través de Canal cuatro de la televisión británica echaba todas las culpas del desastre mundial a los EEUU en lo que no le falta la razón salvo que se olvida de que él lleva también su congrua parte por antisemita, fanático, homófobo y misógino. A su vez, los judios se aprestan a cometer alguna otra masacre en Gaza, para celebrar la Navidad a su modo, aprovechando que los de Hamas siguen tirando cohetitos sobre su territorio y que hay un vacío de poder en la Casa Blanca. Por último, el señor Putin no ha perdido el tiempo en agorerías ya que como buen comunista del KGB va a los asuntos prácticos y ha avisado de que se acabó la era del gas barato para animar la fiesta en tiempos de crisis.

Con este panorama general de conciencia aguda de catástrofe, con el miedo a un presente sombrío y un futuro aun más tenebroso, con todos los referentes morales quebrados y sin el menor asomo de autoridad en la boca de todos estos charlatanes que tienen más miedo que vergüenza, ¿qué de extraño tendría que la chispa griega prendiera en otros países de Europa o incluso de fuera de Europa?

Que respondan.

El PSOE, escandalizado por la decisión del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) sobre el juez Tirado, quiere que dicho órgano comparezca en sede parlamentaria para dar las pertinentes explicaciones.

Pues sí, que comparezca y que estos intocables a quien nadie elige pero se erigen en custodios del bien y del mal por encima de la gente que les paga el sueldo, respondan de sus actos como todo hijo de vecino. Téngase en cuenta que, a diferencia del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, cuya titularidad reside en sendos órganos colegiados (el Gobierno y el Parlamento) del que los ministros y los diputados o senadores son parte, en el caso del Poder Judicial, su titularidad no recae sobre órgano colegiado alguno. El CGPJ es un órgano del Poder Judicial, pero no es el mismo Poder Judicial. Éste reside singularizada e individualmente en cada uno de los órganos judiciales, colectivos o individuales en la medida en que ejerzan la función judicial. Al actuar cada juez o magistrado actúa el Poder Judicial y al prevaricar un juez prevarica el Poder Judicial. Esto es lo que hace que este Poder, el único no representativo del Estado de Derecho, deba estar especialmente sujeto a la ley porque, de otro modo, todo un poder del Estado la quebranta y los ciudadanos padecen una especial indefensión; no tienen a quién recurrir en busca de amparo porque el supuesto amparador es el primero que los ha dejado en la estacada. Cuando un juez comete una falta o un delito, comete el delito la función jurisdiccional en pleno y de eso es perentorio que los jueces respondan.

En el caso que nos ocupa ya no es solamente que un juez haya cometido un hecho reprochable sino que ahora a esa presunta falta se suma otra cometida por un órgano colegiado, como una especie de burla al conjunto de la sociedad. Por eso es imprescindible que estos funcionarios públicos comparezcan ante la representación popular, rindan cuentas de sus actos y asuman la responsabilidad que les incumbe. Es preciso que entiendan que, aunque administren justicia en nombre del Rey (es decir, en nombre de alguien que no está sometido a la justicia), su verdadera legitimidad procede del pueblo, de los justiciables. Que no son los señores de estos, sino su servidores.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 25 de desembre del 2008

El discurso del Rey.

¡Diantres! Imposible sacar algo de enjundia del triple conjunto de vaciedades con que se despachó anoche Su Majestad. El trigésimo aniversario de la Constitución (él dice "Contitución"), el terrorismo y la crisis económica fueron los asuntos tratados junto con un par de aditamentos, en especial el gran adelanto experimentado por la mujer. No lo dirá por la suya que, a juzgar por lo que cuenta doña Pilar Urbano adelanta hacia atrás y a estas alturas debe de estar ya en el siglo XIV.

De ninguno de los tres asuntos dijo algo digno de reseñarse, algo distinto de lo que dice cualquier ciudadano medianamente informado, no especialmente listo y nada original: la Contitución es buena, el terrorismo malo y de la crisis saldremos porque somos un equipo de primera. Los periódicos lo tendrán crudo mañana cuando quieran destacar algo de la real melopea. Creo que esta vez, además, ha rizado el rizo de lo anodino porque no veo por dónde podrán enfadarse los nacionalistas como no sea por el hecho de que el Rey no se haya acordado de ellos.

Tengo la impresión de que lo único de (relativo) interés que dijo SM es que no piensa retirarse y que mientras Dios le dé fuerzas, etc, etc. Igual que su protector, Francisco Franco, a quien tanto debe y cuyos principios del Movimiento Nacional juró por Dios y los evangelios al comienzo de su mandato, según puede verse en este vídeo de 1975. Mírenlo; es impresionante:

Lo que son las cosas, ¿verdad?

(La imagen es una foto de Gwen, bajo licencia de Creative Commons).

Tempus fugit.

Ya dije hace unos días que, además de la exposición sobre Degas y sobre la pintura española entre dos siglos, la Fundación Mapfre tenía otra con la principal y más conocida obra del fotógrafo Nicholas Nixon, Las hermanas Brown, una serie de treinta y dos fotografías (de momento) de su mujer Bebe y sus tres hermanas que viene tomando en blanco y negro desde 1975 a razón de una por año. Las fotos son muy similares y representan a las cuatro hermanas Brown siempre en el mismo orden, de izquierda a derecha: Laurie, Heather, Bebe and Mimi. La idea es fascinante y parece mentira con qué poca cosa puede prepararse un verdadero acontecimiento.

Porque aseguro que un paseo por esta exposición es una experiencia que no se olvida con facilidad. Al menos en lo que a mí respecta di varias vueltas, mirando las copias de gelatina de plata con atención, comparando unas con otras, volviendo sobre mis pasos, tratando de detectar el contenido mismo de esta colección que es el paso del tiempo, el intento de fotografiar, congelar, mostrar visualmente eso tan difícil de entender para la razón que es el hecho de que el tiempo discurra, que su esencia misma sea ese discurrir pero que no lo veamos, que no podamos verlo si no es por sus efectos, por sus huellas, por el rastro que va dejando a su inadvertido paso.

Por supuesto, en una primera visión uno detecta los aspectos vinculados al tiempo como el ser aquí ahora de carácter más obvio, esto es, los peinados, los vestidos, la moda en definitiva que han ido cambiando con el transcurso de los años, aunque me atrevería a decir que no tanto como sus equivalentes en el pasado. Más claramente, presumo que hubo más cambios entre 1800 y 1830, por citar unas fechas cualesquiera, que entre 1975 y 2008, probablemente porque nuestra época cambia muy rápidamente pero cambia poco y para ver alteraciones sustanciales hay que ir a ciclos más largos.

Pero luego, en una segunda aproximación, toma uno conciencia de otros factores más sutiles aunque no menos importantes y que también están sometidos al paso del tiempo y quizá más que las modas en el vestir, en concreto los gestos y ademanes. Si contemplamos los que se ven a la derecha en la primera foto de la serie, en 1975, nos encontraremos con cuatro hermanas ninguna de las cuales parece haber cumplido aún los veinte años y tienen unos gestos y ademanes en los que se mezclan con la inconsciencia propia de la edad la seguridad, el aplomo y la incertidumbre. Basta con comparar la foto con la de más abajo a la izquierda, que es de 2006, 31 años más tarde. En ella vemos a las cuatro hermanas que lo que han ganado en certidumbre parecen haberlo perdido en seguridad. Están menos entregadas, menos abiertas, más recogidas y como protegiéndose mutuamente.

Pero si seguimos mirando con pareja atención llegamos al punto en que querremos echar una ojeada al interior de estas hermanas Brown y la única forma de hacerlo es asomándonos a sus miradas, fijándonos en sus ojos. Ahí sí que es indubitable el paso del tiempo, ese que nos hace preguntarnos, mirando ahora la foto correspondiente a 2006, si realmente las personas retratadas son las mismas que las de 1975. Sabemos que lo son porque hemos recorrido su aventura vital año a año y las hemos visto cambiar pero, si hubiéramos suprimido las fotos intermedias y dejado tan sólo la de 1975 y la de 2006 sólo con grandes trabajos hubiéramos podido darnos cuenta de ello, aunque siempre se establece algún tipo de vínculo.

Son las miradas, las notables diferencias en las miradas las que nos hacen preguntarnos si cabe decir que las hermanas Brown de 2006 son las de 1975, lo que implica plantear el insoluble asunto de la identidad. Las personas pasamos por la vida viajando a lo largo del tiempo que es quien se encarga de demostrar que quienes hablan de sí mismos como "yo" a lo largo de la vida, designan con este pronombre realidades muy disímiles. Ahí están las hermanas Brown para probarlo. Son y no son ellas mismas porque lo que ahora son, como sucede con cada uno de nosotros, es la negación de todo lo que fueron, los senderos que la vida les ha ido cegando. Como a todos. Lo más inquietante de esta serie de las hermanas Brown es que sale uno convencido de que esas cuatro especie de damas del destino somos cada uno de los que las contemplamos.

dimecres, 24 de desembre del 2008

Las entrañables fiestas.

No hay mal que por bien no venga. La tremenda crisis que azota al planeta globalizado tenía que tener su lado positivo: nos ahorrará la habitual retahíla de artículos críticos sobre el consumismo desatado que caracteriza a las Navidades. Tendría gracia que con un paro desbocado, el empobrecimiento general, los cierres de empresas, los impagos, las quiebras, los desahucios saliera el habitual plumilla a dar la turrada de cómo el desmedido afán de consumo prostituye el sentido íntimo, recogido de la natividad del Señor. Precisamente ahora que hasta el Fondo Monetario Internacional, severo guardián de la ortodoxia monetarista, parece haberse convertido de golpe a la más cruda doctrina keynesiana de aumentar el gasto público con el fin de estimular la demanda, o sea, de incrementar cuanto se pueda el consumo. Bendito sea él.

¿Y qué fue de aquellas teorías de la "sociedad de consumo" o del "consumo ostentoso" que achacaban al capitalismo tardío el hecho de estar basado en un despilfarro siempre creciente? Se han esfumado en espera de la recuperación, de tiempos mejores, cuando sea posible volver a atacar al "sistema" por su feroz consumismo entre Martini y Martini.

Tristes Navidades en que se va a gastar menos que el año pasado. Menos mal que esta noche podremos consolarnos escuchando las filosofías de SM el Rey antes de la cena de Nochebuena. Ya que no podemos consumir, aburrámosnos con la reconocida elocuencia del Monarca que designó Franco previsoramente como "sucesor a título de Rey" hace medio siglo.

(En la foto Ramoncete y Héctor montando a caballo junto al Belén que tanto ayudaron a montar).

Nada de corporativismo: pura justicia.

¿Ven Vds., descreídos, como es cierto que ya no hay diferencias entre la izquierda y la derecha, según sostienen la señora Botella y otros intelectuales de similar abolengo? Como un solo hombre hicieron piña ayer los vocales-jueces del Consejo General del Poder Judicial, los de la izquierda y los de la derecha, para defender al pobre juez Tirado de este infame linchamiento mediático al que se le ha sometido a instigación directa del Gobierno. Vocales "progresistas" y vocales conservadores, con el presidente del Consejo a la cabeza, el ultracatólico señor Dívar, encontraron un terreno común ante el que palidecen sus respectivas convicciones ideológicas. ¡No podían dejar al juez en la situación que dictamina su apellido! Y no lo hicieron. Mil quinientos euros de multa entienden Sus Señorías que es pena suficiente para la negligencia del juez, consistente en dejar de ejecutar una sentencia que hubiera enviado a la cárcel a quien, estando en cambio en la calle, aprovechó para asesinar presuntamente a una niña. Mil quinientos euros. A los que el señor Dívar, tan católico, tan recto y tan justo habrá añadido para su coleto una docena de avemarías.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

Beautiful Losers.

Con este título tiene la obra social de Cajamadrid una exposición en la Casa Encendida que se complementa con algunas otras piezas en la galería Subaquatica, que está en la calle Caballero de Gracia. Versa sobre esta última manifestación de la vanguardia que, a falta de nombre mejor y en tanto se espera uno, se llama Cultura urbana e incorpora escuelas y movimientos como el arte desobediente, el arte skater (que podemos tranquilamente traducir como "arte del patinete"), el neo graffiti, la Escuela de la Misión. Todos ellos tienen una serie de elementos en común: trátase por lo general de autores autodidactas, adeptos al llamada "hágalo Vd. mismo" (también conocido como Do it yourself art), surgidos en los ámbitos urbanos y suburbanos de los Estados Unidos (de costa a costa) en los años noventa, todos rebeldes, en contra del sistema, algunos en conflicto con la ley y en circuitos independientes y paralelos. La exposición trae obras de algunos de los más conocidos, como Barry McGee, Thomas Campbell, Chris Johanson, Ed Templeton, Margarert Kilgallen, Phil Frost, etc.

La canción es más o menos como la de todas las vanguardias: ruptura con los cánones artísticos establecidos, investigación de nuevas formas estéticas, empleo de nuevos materiales. Hay fotos, objetos diversos, grafismo, vídeos, música, graffiti, collages, empleo de imagen y texto... Y hay mucha provocación, uso de elementos de la vida cotidiana para fabricar obras de arte, recomposición y reutilización de lo convencional con otros fines, falta de respeto, ataque a los valores establecidos. En fin, todo lo que trae consigo la juventud, especialmente en los ámbitos creadores. Si hubiera que trazar la genealogía de estos artistas callejeros (¿algo más callejero que los graffiti o la pintura en los patinetes?) sería más o menos del modo siguiente: sus bisabuelos son los hippies de los sesenta y setenta; sus abuelos gente como Roy Lichtenstein y Andy Warhol; sus padres, Keith Harding y Michel Basquiat, considerados, a su vez, como... ¡gente respetable, más o menos del sistema! Y la forma de la creación en la que todos coinciden y parecen sentirse a gusto: el diseño. Tiene esta forma la ventaja de su multilateralidad, versatilidad y universalidad. Diseño es cubrir de graffiti los vagones de un metro, como dibujar la portada de un disco, de un fanzine o de cualquier otra revista. El movimiento, también heredero de lo punk, especialmente musical, alcanza a todos los órdenes de la vida. Es más, los artistas del "arte del patinete" están orgullosos de que una manifestación artística haya influido sobre un deporte, cosa en verdad relativamente nueva.

La peripecia vanguardista del movimiento no estaría completa si de ella no pudiera decirse, como de todas las anteriores, que en gran medida éste ha sido absorbido por los circuitos comerciales, como se demuestra por el hecho de que su estética se haya incorporado a la publicidad de grandes marcas y muchas veces de la mano de los mismos creadores, que han pasado de atacar y despreciar a las vacas sagradas del momento a serlo ellos mismos. ¿Un ejemplo? El de Spike Jonze, fotógrafo y cineasta especializado en arte del patinete y luego director de afamados largometrajes como Ser John Malkovich.

Merece mucho la pena darse una vuelta por la exposición. Se entienden bastantes cosas del mundo en que vivimos, del comercial y del no comercial.

(La segunda imagen es una muestra de graffiti ESPO, de Stephen Powers)


Actualización 11:00 del día 24.

¿Quién dijo que los dioses no se ocupan de nosotros? Esta mañana he recibido este magnífico vídeo en un correo que me envía mi amiga Pilar y que ilustra perfectamente lo que se dice en esta entrega de los beautiful losers. Perfectamente: véase primero el vídeo y léanse (si apetece) luego las observaciones. El vídeo:

Las observaciones:

1ª) se ve la forma de trabajar de uno de estos artistas urbanos, grafiteros o escritores (como ellos gustan designarse), que no es sencilla ni carente de riesgos;

2ª) es un producto -el graffiti- para consumo interno, en este caso, de su familia;

3ª) sin duda es arte;

4ª) tiene fuerte impacto emocional;

5ª) está en el circuito comercial porque sirve para anuncio de los laboratorios Pfizzer;

6ª) véanlo por el lado positivo: las empresas adaptan su publicidad a la estética de los tiempos y la ética del momento.

Gracias, Pilar. Felices fiestas.

dimarts, 23 de desembre del 2008

¿Quién como Dios?

Vuelve SS Benedicto XVI a la carga contra los matrimonios homosexuales e incrementa el calibre de su artillería. En su alocución a la Curia romana que publicaba ayer L'Osservatore romano propone la adopción de una "ecología humana" (supongo que quiere decir un "ecologismo humano") para salvar al hombre de su autodestrucción. Digo yo que hace falta ser Papa para diferenciar un ecologismo humano del ecologismo a secas, como si la destrucción del planeta no fuera ya "autodestrucción" del ser humano. El agente perverso de esta tarea destructiva es el matrimonio homosexual, dado que éste (el matrimonio) no puede ser otra cosa que "el vínculo vitalicio entre el hombre y la mujer como sacramento de la creación".

La toma el Papa con la adopción del concepto de Gender ("género") que cita en inglés, ignoro por qué. El Pontífice piensa que este término implica "la autoemancipación del hombre frente a lo creado y frente al Creador". Tampoco se entiende por qué. Hay mucha gente a la que molesta que, por influencia del feminismo, cada vez se hable más de "género" que de "sexo" pero lo que no veo es que quienes hablan de "género" traten de emanciparse del Creador. Me da la impresión de que el término es una mera excusa y que lo vituperable desde el punto de vista pontifical y lo que, por lo tanto, le interesa, es esa pretensión de emanciparse del Creador. De algún modo tenía que llevar Benedicto XVI el matrimonio homosexual a ese punto crucial en la visión católica de la sublevación contra Dios porque, al fin y al cabo, querer emanciparse de tan próvido Padre equivale a sublevarse contra él. El hombre homosexual es luciferino. Y el Papa Benedicto XVI le lanza el reto del arcángel San Miguel: "¿quién como Dios?".

Los homosexuales, hombres o mujeres, lo tienen muy crudo. Según informa El País prácticamente todos los países excepto el Brasil y Burkina Faso niegan la adopción de niños a parejas monoparentales u homosexuales. No es de extrañar con tanto anatema papal. En esa pretensión de los matrimonios homosexuales el hombre se comporta con la soberbia del doctor Frankenstein o, como lo expresa el Papa: "quiere hacerse a sí mismo y disponer siempre y de modo exclusivo de todo lo que le concierne." Se me alcanza que esto tiene que sonar muy mal a oídos de los muchos homosexuales creyentes que no querrán emanciparse de su Dios y mucho menos ocupar su lugar. Por otro lado, aun suena peor a oídos de quienes, sin ser homosexuales, creemos que el hombre es y debe ser dueño de sus destinos y de todo cuanto le concierne.

(La imagen es una foto de Sospensorio, bajo licencia de Creative Commons).

¿Mintió o no mintió?

Hubo un tiempo en que afirmaciones como las que hizo ayer Iñaki Gabilondo en el informativo de las 21:00 hubieran bastado para que el aludido le enviara los padrinos. Gabilondo llamó embustero al presidente del Gobierno, dijo que en su intervención en la Cuatro del jueves pasado el mandatario mintió al afirmar que él nunca supo nada de los vuelos de la tortura a Guantánamo y que, de haberlo sabido, lo habría denunciado. Sin embargo luego se ha conocido que hubo, al menos, una autorización de un vuelo con prisioneros a la base cubana que se tramitó siendo ministro de Defensa el creyente señor Bono y concluyó siéndolo el señor Alonso. ¿Con o sin conocimiento del señor Rodríguez Zapatero?

La cuestión está en entredicho. ¿Mintió o no mintió el presidente del Gobierno? Pienso que la cosa no puede quedar así y que es obligada una declaración pública del señor Rodríguez Zapatero para dejar el asunto en claro. Dice Gabilondo que, dada la presumible complicidad del PP con el Gobierno en tan vidrioso asunto, no cabe esperar de él iniciativa alguna. Pero sí de la ciudadanía libre y crítica que jamás apoyará estos métodos de secuestro y terrorismo de Estado, llámense GAL o Guantánamo. El presidente nos debe una explicación.

Caminar sin rumbo (XXIX).

Sublime decisión

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXVIII), titulada La llamada del Señor.

Aquella conversación fue decisiva en mi vida, si bien sólo lo vi así muchos años después, cuando me fue dado reinterpretarla. He observado que eso es algo muy frecuente. Como si la naturaleza, a quien atribuimos con harta soberbia una sabiduría que no sabemos si tiene sólo porque la cuestión nos afecta personalmente se hubiera encargado de atenuar el efecto que un impacto emocional fuerte pudiese causarnos eliminando su conciencia inmediata para devolvérnosla luego, pasado mucho tiempo, cuando ya estemos curados de espantos y podamos entenderla con mayor desapasionamiento.

Mi madre acogió la noticia de la visita del cura con su tolerancia y consideración habituales. Debió de darse cuenta de la importancia que tenía para mí en mi estado de enajenación religiosa y, lejos de hacer algún comentario irónico, como hubiera sido lo habitual, acerca de la insufrible afición del clero a meter sus narices donde nadie lo llamaba al amparo del dominio que ejercía en la España nacionalcatólica, fijó el día de la entrevista el último antes de las vacaciones en el colegio, para que no tuviera que volver al siguiente, y recibió al jesuita en el despacho de mi padre, que no se utilizaba desde que éste partió para el exilio.

Aquel despacho había sido siempre una especie de lugar misterioso a mis ojos de niño, un severo sancta sanctorum en el que, viviendo mi padre con nosotros, raramente se entraba y en su ausencia, nunca. Lo dominaba una mesa de roble macizo estilo renacimiento de espaldas a una ventana provista de pesadas cortinas. En un extremo había un pequeño tresillo en torno a una mesa baja, en donde mi padre recibía a las visitas. Con las cortinas echadas, a plena luz del día, era preciso encender la una lámpara de pie contigua al sofá que bañaba el despacho en una luz ocre, tamizada por la pantalla.

Mi madre saludó afablemente al padre Martín que parecía algo impresionado probablemente porque no esperaba encontrarse en un lugar así y lo invitó a tomar asiento en el sofá mientras ella lo hacía en uno de los sillones y le preguntaba si quería tomar un café o alguna otra cosa, a lo que él contestó que un vaso de agua que yo me apresuré a traerle quedándome luego de pie, sin saber qué hacer. Fue el padre Martín quien sugirió:

- Creo que sería mejor que habláramos a solas.

- ¿Por qué? -contestó mi madre con naturalidad-. ¿No viene Vd. a hablar de mi hijo?

- Precisamente por eso.

- Precisamente por eso. Ya es mayor -añadió, mirándome con una ligera sonrisa, como diciéndome "¿verdad que sí? ¿verdad que eres mayor?"- Al menos para escuchar lo que los demás mayores decimos de él.

Y, sin esperar más, me invitó con un gesto a sentarme en el sillón contiguo, cosa que hice sintiendo que el corazón me latía aceleradamente, como golpeando la caja torácica.

Si sintió alguna incomodidad, el padre Martín no la manifestó. Tras unos instantes en los que pareció recapacitar sobre lo que quería decir, abordó directamente el asunto de lo que a sus ojos era mi indudable vocación religiosa. La pintó con colores encendidos, alabó mi comportamiento en la "catequesis social", sostuvo que él sabía distinguir muy bien las vocaciones, que se había quedado sorprendido por la fortaleza de la mía, que debíamos sentirnos agradecidos a los designios del señor y que para aquella casa, y se refería a la nuestra, sería una bendición. Mi madre me miraba de vez en cuando con una expresión entre divertida y dudosa y, al escuchar lo de la bendición, esbozó una sonrisa.

- Todo eso que dice Vd., padre, está muy bien y tenga la seguridad de que, si es como Vd. dice, si la vocación de mi hijo es tan fuerte como dice, en esta casa nadie se opondrá a que se cumpla. Pero, de momento, me parece un poco pronto para que tome una decisión de esa importancia. Todavía es casi un niño que apenas ha visto nada de la vida. Hay que dejarlo que la viva y que luego se pronuncie.

- Creí que pensaba Vd. que ya es mayor.

- Lo suficientemente mayor para asistir a una conversación en la que se habla de él, pero no tanto como para tomar una decisión que comprometerá su vida posterior. Para eso, no; para eso, debe esperar. Cada cosa a su tiempo.

- El tiempo para estas cosas es lo más pronto posible.

- ¿Incluso aunque falten elementos de juicio? ¿Haremos como con el bautismo, esto es, condicionar la vida de un ser que no tiene uso de razón, que no entiende qué hacen con él, que sabe ni hablar?

Estoy seguro de que el padre Martín no habia oído nada semejante en su vida. Debía de tener por entonces treinta y tantos años y para él, como para todo el mundo entonces en el país, para mí mismo, había instituciones sociales y religiosas como el bautismo que nadie cuestionaba, que no eran cuestionables. No estoy seguro pero creo que comenzó a perder el aspecto de cisne negro que yo le había adjudicado en el Arroyo para retornar al de córvido, un córvido ominoso. Miró a mi madre de hito en hito y le salió una especie de discurso en el que después he pensado que ni él podía creer:

- Hay que tener en cuenta que, en la lucha por las almas, eso es lo que hace el enemigo: poner su impronta en el espíritu de los recién llegados para ganárselos, hacerlos adeptos...

- Perdone, padre, ¿qué enemigo es ese?

El jesuita parecía cada vez más desconcertado. Me miró como haciendo ver que no era cómodo exponer lo que pensaba en mi presencia. Es de suponer que hubiera querido contestar: "el demonio", pero pareció pensárselo mejor, paseó la mirada por el despacho cual si buscara inspiración y respondió:

- No sé, ¿los comunistas, tal vez?

Al llegar aquí mi madre que no era comunista pero estaba mucho más cerca de ellos que del padre Martín, rio abiertamente, con alborozo.

- ¡Pues déjelos hacer eso tan feo! ¿Por qué quiere imitarlos? ¿No tiene la Iglesia métodos mejores de reclutar a su personal?

Con el paso del tiempo, rememorando esta conversación que tengo grabada, he reflexionado qué sorprendente debía de resultar al jesuita el empleo de tales expresiones maternas. "Personal" debía de ser la última palabra en la que pensara el padre Martín al referirse al clero, a los sacerdotes, a los siervos de Dios, a los pastores de la grey, a los hermanos en Cristo; cualquier cosa menos "personal". En las dos ocasiones posteriores en que volví a hablar con el padre Martín, una meses después de esta conversación, en que ya le comuniqué definitivamente que no tenía vocación alguna pero que le estaba muy agradecido por lo que había hecho, y otra muchos años más tarde, cuando lo encontré en un país centroamericano entregado a la Teología de la liberación, como era de esperar, no salió este asunto. Él sí se acordó de preguntarme por mi madre y supo encontrar palabras de admiración hacia ella; pero eso fue muchos años más tarde.

A partir de aquel momento, como si hubiera un acuerdo tácito entre los dos, la conversación ya la dirigió mi madre. Tranquilizó al jesuita asegurándole que tomaba muy en serio lo que había dicho y que, llegado el momento, me dejaría elegir libremente, sin tratar de imponerse en sentido alguno. Y se lo decía a alguien que hasta entonces había dado por supuesto que los padres intervendrán en estos asuntos pero siempre en el sentido "correcto". Habla a favor del padre Martín que demostrara tanta cintura dialéctica y supiera contenerse y asimilar que estaba escuchando algo no previsto pero que, en cierto modo, tendría que haber imaginado. Continuó mi madre diciendo que yo era un muchacho muy reflexivo pero bastante impresionable, que tenía una sensibilidad delicada, que últimamente había vivido experiencias muy intensas y que encontraba recomendable dejarme un tiempo para asimilarlas. Pensábamos irnos de veraneo en unos días a una casa de sus padres, de los abuelos, en la costa, que tendría tiempo de reflexionar sobre todo ello y seguramente a la vuelta del verano, quién sabía, pudiera tomar una decisión. Luego lo acompañó hasta la puerta diciéndole que estaba encantada de conocerlo y se la cerró en las narices dejándome horrorizado en el vestíbulo y pensando que seguramente el padre Martín se habría sentido humillado. Pero no me dio tiempo a reflexionar sobre ello porque ya mi madre había dado media vuelta y se dirigía a mí:

- Espero que no te parezca mal lo que le he dicho. Todavía eres muy pequeño para estas cosas. Y, en todo caso, tú sí que no has dicho nada.

Para mi desesperación era cierto: no me había hecho oír. Es cierto que ninguno de los dos consultó mi parecer, pero también lo es que pude haber dicho algo y no lo hice. Estaba fascinado mirando a aquellas dos personas, por entonces las más importantes en mi vida, hablando sobre mí con la naturalidad con que se pudieran contar impresiones de un viaje. Me veía desde fuera, objeto de las cuitas de dos seres queridos y sentía como una especie de arrullo. Los dos sabían mucho más que yo y los dos me querían y querían lo mejor para mí. Pero desde puntos de vista muy distintos. Mi firme convicción religiosa volvió de golpe así que vi desaparecer al padre Martín porque con él se iba la promesa de un futuro de plenitud, entrega, sacrificio y ¿por qué no? santidad. Y ¿a cambio de qué? A cambio de las muelles relaciones con mi madre que no creía en nada, que se reía de la religión y que, en el fondo, odiaba a la Iglesia y a los curas, a los que culpaba del atraso secular de España. Por eso, en una especie de agonía, me encaré con ella y le dije que, en el fondo, todo el problema era porque ella no creía. Me miró con y alzando las cejas con unaq punta de burla dijo:

- ¿Y qué?

- Pues que todo se arreglaría si creyeses.- "Todo" venía a significar para mí el asunto de mi vocación, tan clara hacía unos instantes y ahora tan cuestionada.

- Pero si no creo, no creo. No se puede creer si más. ¿Por qué no tratas de converme?

- Yo no puede convencerte pero estoy seguro de que si quisieras creer, creerías.

- Me parece que no. ¿Cómo podría querer creer si no creo?

- Si fueras a misa, creerías.

Mi madre rio, me cogió de la mano atrayéndome hacia sí, me besó y me dijo:

- ¿Y tú quieres que vaya a misa sin creer? ¿No ves que eso es un sacrilegio? La sola idea debiera ofenderte. Ya sé que es lo que hacen ellos: mandar a la gente a la iglesia a la fuerza. Ya lo has oído: como los comunistas. Pero eso no es lo que hago yo.

Quedé confundido y como obnubilado. Tenía razón y tuve una sensación doble: el desconcierto de dársela y el orgullo de que quien así razonara fuera mi madre. Ella cambió de conversación como cerrándola:

- Ya hablaremos más despacio. Tendremos tiempo. El domingo nos vamos tu hermana, tú y yo a casa de los abuelos. Allí trataremos este asunto si quieres y si tus primos te dejan un minuto libre, que no creo.

(Continuará)

(La imagen es el grabado nº 6 de la serie de W. Hogarth, Historia de un libertino (1735), titulado Matrimonio de conveniencia).

dilluns, 22 de desembre del 2008

La gran crisis del siglo.

Sólo falta que el Anti-Cristo anuncie su llegada si es que no está aquí disfrazado de crisis para ir al paso de los avances de la ciencia. Tan fuerte es aquella que baja hasta la compra de lotería, tradicional refugio de los pringaos. Babilonia se hunde. El Vice electo de los EEUU afirma que su país está al borde de la quiebra, como si fuera la España de Felipe II o de Felipe IV o de Fernando VII o del invicto Caudillo. Y el Gobernador del Banco (sic) de España (sic) dice que la crisis es peor que la de 1929. Ojo clínico el de MAFO y diagnóstico precoz, voto a tal. Da gusto el optimismo que irradian los próceres. Menos mal que el señor Rodríguez Zapatero cuenta con que empezaremos a remontar en la segunda mitad de 2009; un consuelo viniendo del mismo que advirtió que había crisis cuando ya no quedaba dinero para pagar a los ujieres de La Moncloa.

¿Alguien recuerda que tras el hundimiento del comunismo íbamos a entrar en un siglo de ventura y prosperidad, que la historia iba a acabarse? Ya no queda un hueso sano a la doctrina neoliberal. Considerando este desastre planetario se ve que tal doctrina, expuesta con insufrible suficiencia por sedicentes expertos no era propiamente una doctrina sino un conjunto de memeces. Cierto que los neoliberales insisten en que la crisis no es debida a la falta de regulaciones sino a su exceso. Pero es que la memez es inasequible al desaliento y a las pruebas empíricas.

Es verdad que la crisis no se se debe tan sólo a cuestiones económicas sino que también (y acaso principalmente) se debe a cuestiones morales: el afán de lucro, la codicia, la avaricia, la falta de escrúpulos, el ansia de rapiña, la insolidaridad, el espíritu delictivo, la ausencia de toda norma moral. Habría que impulsar una reconstrucción moral de la especie, cosa nada fácil porque no hay sistemas conceptuales, racionales, ideológicos que puedan acometerla. Muy de evitar al respecto son las recetas ya prestas de la Iglesia que avanza a paso de carga con su fórmula mágica: no follar, resignarse y obedecer al mando.

A la izquierda le ha caído sobre la cabeza la crisis general del capitalismo sin tener no ya una alternativa preparada para ofrecer como salida sino siquiera una mínima capacidad analítica para comprender la crisis y explicársela a sus desesperados seguidores. Lo extraño de Atenas es que el ejemplo no se haya extendido a otras capitales europeas y no europeas en las que hay tantos o más motivos para salir a la calle a bofetadas con todo lo que huela a oficial, Estado, poder, gobierno, institución o dirección.

(La imagen es una foto de Icrf, bajo licencia de Creative Commons).

Proselitismo y marketing.

Debe de ser la primera vez que alguien ingresa en una organización clandestina anunciándolo en la prensa y mostrando en ella el careto. Son tácticas nuevas con las que ETA se adapta a las cambiantes circunstancias de mayor acoso policial y falta de vocaciones como la que padecen los seminarios, instituciones con las que tiene mucho en común. Estoy seguro de que ha buscado el asesoramiento de psicólogos que la ilustrarán acerca del efecto que la iniciativa pueda tener en sus militantes actuales y en la cantera de los futuros. Al fin y al cabo, el espíritu de la imagen es similar al de los carteles mediante los cuales las Fuerzas Armadas instan a los jóvenes a enrolarse. Claro que en la foto alguno no es tan joven, lo que abre una interesante perspectiva respecto a la clientela potencial de ETA, sobre todo en épocas de crisis.

La publicidad del reclutamiento tiene también sus costes. Se hace parte del trabajo de la policía que ahora sólo tiene que poner un "Se buscan" debajo de las fotos. Suponiendo que sean reales, por supuesto. Porque también pueden ser productos de photoshop, rostros que no pertenecen a nadie concreto. Y ahí andarían los pikoletos buscando a cuatro vascos virtuales tan existentes como Calisto y Melibea.

Así que en el análisis de costes/beneficios es probable que la iniciativa resulte productiva para incitar al ingreso en las filas de los terroristas, considerados gudaris. Porque, por baja que sea la rentabilidad será alta ya que el coste es mínimo puesto que los cuatro de la foto y otros seis que no aparecen pero tienen la misma intención, estaban huidos, en busca y captura. O sea que, de perdidos, al río.

Guillermo en las carreras.

Exactamente ¿qué premia el Planeta? Sin duda novela, pero ¿qué tipo de novela? No la experimental, ni la de alta calidad o de amplios vuelos; no la de depurado estilo, trama original o muy creativa; no la de profundidad psicológica o filosófica ni la de carácter histórico o costumbrista; no la novela poética, la epistolar ni la memoria novelada; no la novela comprometida o de preocupación social. Parece que premia la novela escrita por alguien lo suficientemente conocido para asegurar ventas millonarias; lo importante es la firma, la novela puede estar escrita de cualquier modo. El premio Planeta, es bien sabido, es una operación de marketing editorial.

Todo eso se cumple en el caso del último premio a Fernando Savater. Si además se da la circunstancia de que la obra no está escrita de cualquier modo sino con esmero, miel sobre hojuelas. Pero eso no quiere decir que la novela sea una novela. El señor Savater escribe bien, con gracia, agilidad, riqueza léxica, abundancia de citas, elegancia y claridad. Pero no escribe literatura propiamente hablando sino otra cosa muy difícil de definir si es que se puede, parcialmente ensayo, parcialmente artículo o reportaje. Casi es más fácil entender el escrito por lo que no es; y no es una novela.

Es cierto que el autor ha escogido una fórmula de género (intriga) y un formato clásico, con planteamiento, desarrollo y desenlace en secuencia temporal lineal, que evita los tiempos superpuestos que a veces son enfadosos. El narrador es algo más complejo y rebuscado pues alterna uno omnisciente con dos primeras personas distintas de dos protagonistas. Pero todo esto entra en el terreno del utillaje narrativo ordinario. Algo más en profundidad, la trama es inverosímil y no está bien tratada. Se dirá que siendo literatura no tiene por qué ser verosímil, lo que es cierto pero, cuando menos, debiera ser creíble y no lo es ya que los episodios, los lugares, los percances resultan irreales y, al tiempo, tópicos. Algunos de estos son extravagante (como el atentado al Sultán), no tienen otra finalidad que el lucimiento del autor, desvían la atención de la trama principal si la hubiera y se disuelven en la nada de su misma concepción.

Los personajes carecen de consistencia entre otras cosas porque casi todos son el propio señor Savater, razonan y hablan como él y todos muy parecidamente entre sí aunque en las descripciones del omnisciente el autor se esfuerce en subrayar sus peculiaridades. La ambientación -el mundo de las carreras de caballos- no consigue interesar, en parte porque es algo muy alejado de la experiencia ordinaria del común de los mortales y en parte porque el propio autor no se esfuerza mucho en que interese o, si se esfuerza, no lo consigue. Es de agradecer que no haga una exhibición abusiva de su competencia específica en la materia, con esas interminables parrafadas técnicas que no hay Cristo que soporte al estilo, por ejemplo, de los términos médicos en Palinuro de México, de Fernando del Paso, pero tampoco consigue encuadrar la historia en el ambiente de las carreras de caballos, de forma que ambas instancias, la historia y el ambiente, marchan cada una por su lado.

Y una vez que uno se ha desecho de todo prejuicio e idea preconcebida, que uno admite que la literatura es una mar océana sin reglas ni cánones y que lo literario es una causa sui resulta que el relato tampoco engancha. El autor se esfuerza por sorprender y, sin embargo, el libro se lee muy rápidamente porque todo él es bastante previsible, no porque esté uno deseando llegar al desenlace y enterarse de qué sucede. Cosa, además inútil porque, como si fuera una especie de venganza del autor, el desenlace queda abierto.

Savater profesa una gran admiración por el personaje de Guillermo Brown, de Richmal Crompton, y da la impresión de que su novela tiene mucha influencia "guillermina". Algunos datos remiten directamente a ella, como, por ejemplo, el episodio del león que trae a la memoria el de Guillermo y los del camping y, por supuesto, el equipo de cuatro hombres que está encargado de resolver el misterio del jockey desaparecido es un trasunto de los "proscritos" de los relatos de Guillermo. El Guillermo de Savater (el llamado Príncipe) es pelirrojo, como el Pelirrojo de Guillermo. Y hay más: el propio planteamiento de la historia y su desarrollo tiene mucho de las historias de Crompton. Quizá sea eso el aspecto más literario de la novela. Con el alcance que tiene la literatura de Crompton.

diumenge, 21 de desembre del 2008

¿Cambio en Comisiones Obreras?

Suele hablarse de la evolución conservadora o "derechización" de los partidos de izquierda. El PSOE, se dice, debe prescindir de la "O" de obrero y la "S" de socialista, pues ha mucho que no hace justicia a lo que en un tiempo significaron. Teniendo en cuenta que otros, generalmente nacionalistas españoles, también piden que deje caer la "E" de español ya que lo tienen por un partido vendepatrias, sólo le quedaría la "P" de Partido, lo que resulta determinación escasa. Algo parecido viene diciéndose de Izquierda Unida (IU), especialmente durante el mandato del señor Llamazares. Análoga evolución se detectaba en los dos sindicatos mayoritarios que, muy vinculados a los dos grandes partidos de la izquierda (PSOE y PCE) en los comienzos de la transición, hace ya mucho que rompieron con la imagen de ser "correas de transmisión" de aquellos, se independizaron y consolidaron una posición de autonomía de proyectos que los llevó en primer lugar a una confrontación con los partidos, especialmente visible en la UGT en relación con el PSOE, y de entendimiento y diálogo con la patronal, mediada por los gobiernos de distinto signo.

Esa situación propició una larga etapa de paz social sólo rota en una ocasión, a raíz del llamado "decretazo" del Gobierno del Aznar en 2002. Una política de colaboración alentada probablemente por los años de crecimiento sostenido y prosperidad que se vivieron desde mediados de los noventa hasta muy recientemente, cuando la irrupción de la crisis económica galopante parece estar preparando el terreno para planteamientos más reivindicativos y radicales. Hace unos días IU renovó sus órganos personales y colectivos de mando con Cayo Lara a la cabeza, quien ha anunciado una política de la coalición de mayor distanciamiento con el PSOE. Ahora, la sustitución del señor Fidalgo por el señor Ignacio Fernández Toxo en la Secretaría General de CCOO parece preanunciar movimientos en una dirección similar de mayor combatividad.

La verdad es que el caso del señor Fidalgo que tenía una sorprendente buena sintonía con la derecha y presumía de una intensa amistad con el señor Aznar era bastante extraño habida cuenta, sobre todo, de que este último no cedió un ápice (excepción hecha de la retirada del mencionado "decretazo") en su política neoliberal de ataque sistemático a los derechos económicos, sociales y laborales de los trabajadores. Por supuesto, que haya buenas relaciones personales entre los dirigentes sindicales, políticos y sociales en general es muestra encomiable de que las tradiciones de respeto y entendimiento democráticos han calado en España. Pero lo cierto es que esa civilizada práctica se hizo a costa de los intereses de los trabajadores que vieron disminuir en términos relativamente significativos su participación en la riqueza nacional pues la capacidad adquisitiva de los salarios se estancó durante los años de crecimiento o creció muy por debajo del monto de los beneficios empresariales.

Las dos elecciones de los señores Cayo Lara en IU y Fernández Toxo en CCOO parecen apuntar a un replanteamiento de la táctica política y sindical en un sentido de mayor combatividad. La cuestión es si resulta viable dado que se juntan tres circunstancias que, en principio obstaculizan este propósito.

En primer lugar, la propia personalidad moderada de los electos. Sin duda el señor Fernández Toxo no es tan proclive a la derecha como el señor Fidalgo, pero no deja de haber sido el secretario de acción sindical del último y hombre de talante pausado. Entiendo que la moderación de ambas candidaturas se debe a la fragmentada (en el caso de IU, atomizada) composición interna de ambas organizaciones, a su pluralismo, en definitiva, que obliga a presentar candidaturas de amplio consenso.

En segundo lugar debe tenerse en cuenta que el cambio de táctica ha de hacerse valer frente a un Gobierno de izquierda; socialdemócrata, desde luego y más radical en el terreno social que en el económico, pero de izquierda al fin y al cabo, que se resiste a adoptar medidas de solución de la crisis económica que vayan en detrimento de los intereses de los trabajadores.

En tercer y último lugar, la existencia de esa misma crisis, caracterizada por un aumento vertiginoso del paro. Los altos índices de desempleo han sido siempre desmovilizadores de la acción sindical cuya capacidad de presión es mucho más débil que cuando se dan supuestos de pleno empleo o próximos a él. Y si cuando estos se daban en los años de crecimiento los sindicatos no supieron, pudieron o quisieron articular políticas más exigentes de índole redistributiva, resulta algo iluso pensar que puedan hacerlo en plena crisis cuando la correlación de fuerzas les es muy desfavorable.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

La reforma de la ley del aborto.

La decisión a que parece haber llegado la subcomisión del Congreso de recomendar la adopción de una ley de plazos que permita la libre interrupción del embarazo hasta las catorce semanas de gestación promete ser el principal objeto de polémica político-social en España en el futuro inmediato. El cardenal Rouco Varela, cuyo integrismo católico es incluso superior el del Papa Ratzinger, ya ha empezado a tronar desde las ondas condenado la "cultura de muerte" que nos invade y prepara un acto eucarístico para el próximo día 28 en el que sin duda este asunto del aborto ocupará un lugar destacado en las soflamas que se prodigarán ante fieles venidos de toda España movidos sobre todo por los neocatecúmenos de Kiko Argüello.

Es una polémica inevitable y, al mismo tiempo perfectamente estéril ya que las posiciones de ambas partes (pro y contra) están argumentadas hasta la saciedad, son muy rígidas y no es previsible que se aporten argumentos novedosos. Los partidarios, entre los que se cuenta Palinuro, lo ven como el ejercicio de un derecho subjetivo de las mujeres a decidir sobre algo que es de su exclusiva competencia (si bien aquí aparece el problema de la posible codecisión del varón que no es fácil de encajar) e intangible. Los enemigos lo situan en el terreno general del derecho a la vida y lo ven como una práctica delictiva.

No hay posible acomodo entre las partes y, en tanto no pueda aportarse prueba científica incontrovertible sobre el núcleo del asunto, esto es, el de la personalidad del nasciturus, no se ve que pueda resolverse de otro modo civilizado que a través de la decisión mayoritaria de la sociedad que es lo coherente con los sistemas democráticos. Pero esto tampoco es un argumento que convenza a los contrarios para quienes la decisión mayoritaria no puede amparar la comisión de delitos. No se trata de una posible forma de "tiranía de la mayoría" sino del hecho de que niegan a ésta, a la mayoría, competencia para pronunciarse al respecto.

Por ello la única solución es imponer la decisión de la mayoría en el entendimiento de que ésta puede cambiar y que cambie o no dependerá del modo en que los antiabortistas argumenten su posición. El hecho de que las leyes de plazos imperen en la Europa democrática indica que no están haciéndolo muy bien. El hallazgo de Monseñor Rouco de la "cultura de la muerte" no augura mejoría alguna. De paso cabe objetar al uso de la metáfora cardenalicia. Esa trivialización del término cultura, tan frecuente hoy en expresiones como "cultura del diálogo", "cultura de la violencia", "cultura del consumo", etc es extraordinariamente desafortunada. Y, de empeñarse la Iglesia en ella a pesar de todo, debiera quizá mirar en sus propias entretelas porque no sé si es la más indicada para afear en los demás una supuesta "cultura de la muerte". Esa Iglesia cuyo distintivo es un muerto clavado en una cruz.

(La imagen es una foto de Gaby de Cicco, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XXVIII).

La llamada del Señor.

(Viene de un entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXVI), titulada Recuerdos de infancia.

Debió de quedárseme gesto de perplejidad. Nadie me había hablado así hasta entonces y dudo de que tuviera una remota idea de qué pudiera significar la "llamada del Señor" aunque supongo que tenía una vaga intuición de su alcance. En todo caso el padre Martín me lo explicó de forma clara y oscura al mismo tiempo, con aquel estilo dramático y hasta melodramático (según veo hoy las cosas) que le caracterizaba. El Señor lo sabe todo, ve en el interior de nuestros corazones, nada se le escapa y, cuando encuentra un alma que se le entrega, un espíritu fuerte capaz de doblegar las debilidades de la carne, se complace grandemente en ello. Es más, no debemos dudar de que sea Él, Él mismo quien insufla esos ánimos en nuestro espíritu porque nos quiere para Él. Es entonces cuando sentimos su llamada.

Mi fe era grande, como podía corresponder a un chaval de trece o catorce años. Estaba viviendo un período de fuerte inclinación espiritual que me servía como una especie de protección a la par que elemento identificativo y singular frente a la actitud de indiferencia en asuntos de fe que tenía en mi casa. Experimentaba una especie de desdoblamiento entre mis fuertes convicciones religiosas adquiridas en el colegio y la aconfesionalidad de mi familia. Mis padres no eran creyentes, sobre todo mi madre, que era con quien convivía luego del exilio de mi padre, y en casa no había un solo símbolo de religión, como los que veía en las de mis amigos: crucifijos, cuadros del Sagrado Corazón o la última cena, imágenes votivas y, a veces, tallas en madera de la Virgen o de algún santo. Llevaba aquella disociación con mucha dificultad. No podía poner en duda la autoridad de mi madre pero, ¿qué era ésta frente a la autoridad eterna e infinita de Dios? Eso me impelía a una mayor y más profunda creencia, como si sintiera la obligación no sólo de impetrar el perdón de mis pecados, sino también de los de mi familia que, sin embargo, no podía declarar ni siquiera en el secreto de la confesión, cosa que me tenía muy inquieto. Porque, aunque vivía en la zozobra de ver que mi vida pública, por así decirlo, no encajaba con los valores de la privada, al mismo tiempo tenía la clara conciencia de que, salvo por las cosas de la religión, la segunda, la privada, tenía un encanto y una nobleza con las que el ambiente sórdido y brutal de la pública no podía, no podría jamás competir. Seguramente fue tal consideración la que acabaría salvándome a la larga de caer en las redes de Dios. Esa inquietud debió de ser la que no escapó a la aguda mirada de cuervo del padre Martín que estuvo un buen rato explicándome en aquella fría y luminosa galería que la llamada del Señor toma formas muy diversas y que uno no tiene que esperar a ser interpelado directamente porque sus caminos son inescrutables. ¿No sentía anhelo de encontrarme en relación más intensa con Dios? ¿No experimentaba acaso una sensación de infinita felicidad cada vez que comulgaba y dejaba que Cristo entrara en mí? ¿No me sentía llamado a muy altos fines de sacrificio por mi fe? ¿No envidiaba y pretendía emular las vidas de santos como Ignacio de Loyola o Francisco Javier, capaz de ir a los confines del mundo para salvar almas para el Altísimo?

Yo estaba confuso porque si bien no tenía conciencia de haber experimentado ninguna de las necesidades o urgencias que el padre Martín enumeraba, según iba haciéndolo me las representaba de forma viva, y eran como un substrato de necesidad que se me revelaba de pronto. El jesuita, que debía de ser ducho en la tarea de construir vocaciones, sin duda detectaba una fuerte en mí, o eso decía, pero al mismo tiempo observaba inquietud, desorientación, confusión y me pedía que confiara en él, que me abriera para que pudiera guiarme en la realización de aquel glorioso destino de servir al Señor. Sin embargo tengo idea de que en ningún momento, ni cuando más convencido me hallaba de dedicar mi vida a la fe, me sinceré con él sobre el objeto de mis angustias, aquella duplicidad de mi existencia entre la parte santa del colegio y la no santa de la familia. Y eso es algo que luego, más adelante en la vida, me haría reflexionar mucho acerca de la fuerza de convicción de las representaciones mentales. Porque, al fin y al cabo, creer o no creer, al margen de sus posibles consecuencias prácticas no es otra cosa que una decisión sobre representaciones mentales. Pero entonces me encontraba allí, sentado en aquel banco alargado de madera con patas de forjado de hierro, a punto de ser envuelto en las redes proselititas del cura que, sin embargo, me avisaba:

- Porque, cuidado, muchas veces el Señor quiere probarnos. Él pone la semilla en nuestra alma pero nuestra alma, como sabemos por la parábola del sembrador puede ser como el borde de un camino o un terreno pedregoso, las sueltas arenas del desierto en los que no germina nada o puede ser un suelo fértil y feraz en el que la semilla prende y hay una buena cosecha y es poco lo que se pierde. Con la diferencia de que somos nosotros mismos quienes decidimos qué tipo de tierra seremos, somos nosotros quienes, semejantes a los lugares pedregosos, llenos de cardos y espinos, rechazamos la palabra de Dios y nosotros mismos también quienes la acogemos y dejamos que fructifique en nuestro interior. Depende de nosotros. El señor nos llama pero muchas veces nos pone a prueba y somos nosotros, los llamados, quienes hemos de responderle.

No debí de parecerle suficientemente firme en mis propósitos religiosos aunque bien sé que eran intensos y genuinos. Por ello me propuso que lo acompañara a unas actividades de catequesis (así las llamaba con el fin de conseguir el permiso de la superioridad) que realizaba todos los domingos en una zona del extrarradio de la capital, un lugar de chabolismo, de gente de aluvión, mucha de la cual vivía en permanente conflicto con la ley. Sería una prueba que tendría que superar. Mi tarea consistiría en ayudarlo en la suya de llevar consolación y remedio a gente desesperada, de socorrer a los desvalidos, arrostrando muchas veces la incomprensión y quién sabe si la misma burla por su parte, porque nunca está todo garantizado. Era una actividad que él llamaba de "Iglesia social" y que, cuando, más adelante en la vida, tuve noticia de ella, no me resultó difícil identificar como los primeros pasos de una teología de la liberación en los arrabales de Madrid.

Fue así cómo, en alas de mi intensa fe religiosa del momento, me encontré acompañando todos los domingos al padre Martín a una zona de las afueras de entonces (hoy esa parte casi puede considerarse céntrica, comparada con otros extrarradios), relativamente cercana al Arroyo Abroñigal, en donde andando el tiempo y tras la metódica labor de detrucción de los poblados chabolistas se trazaría la autopista de circunvalación de la ciudad llamada M-30. Pedí permiso en casa y mi madre me lo dio un poco sorprendida de que prefiriera aquella especie de actividad misionera en lugar de otras que ella juzgaba más acordes con mi edad y temperamento y confiando, según me dijo después, en que la experiencia directa de la práctica de la religión en un contexto social tan sórdido, me haría recapacitar sobre lo que llamaría, con su innato sentido de la elegancia expresiva, la "correcta perspectiva de las cosas".

La actividad del padre Martín tenía muchas variantes y la mía como auxiliar asimismo, desde decir la misa (en la que yo ayudaba) en una especie de destartalado cobertizo que habían habilitado como especie de parroquia, hasta socorrer a gente en estado de necesidad, ir a sacar a algún chaval de la comisaría del distrito respondiendo por él o mediar en reyertas familiares o de otro tipo, por ejemplo, ajustes de cuentas por drogas o juego, con riesgo evidente de no salir siempre bien parado. La zona era un poblado especie de vertedero con chabolas sin agua corriente en la que se acumulaba población marginal casi se diría de desecho, quinquis, maleantes, algún grupo de gitanos que hacía rancho aparte pero se encontraba siempre hasta los corvejones en donde se cociera algo, inmigrantes del campo a la ciudad que venían con lo puesto en busca de empleo en la urbe que no siempre se conseguía, prostitución cochambrosa y hasta los primeros inmigrantes extranjeros, heraldos de un movimiento que andando el tiempo adquiriría dimensiones mucho más extensas de estadística sociológica. Si había que socorrer y albergar a algún recién llegado que venía con lo puesto, era el padre Martín quien se ocupaba de ello; si había que pagar una multa gubernativa para que algún habitante del lugar saliera del lugar, el Padre Martín echaba mano de sus magros ahorros; si había que buscar un centro médico para ingresar a algún niño o niña desnutridos o quizá con alguna otra afección grave, era él quien se encargaba de gestionarlo así como de hacer compañía a la madre o al resto de la familia en los primeros momentos. Sostenía que en el seno de aquellas familias miserables que vivían en promiscuidad y en la que muchas veces también había violencia, incestos o abandonos, era donde los lazos sentimentales eran verdaderamente intensos y él se desvivía por alentarlos, pues sólo necesitaban entrever un poco luz o de esperanza para que, siempre la parábola del sembrador, germinaran. La verdad era que el cura se transformaba entre aquella gente de trato áspero y difícil, llevaba las situaciones duras con ánimo y alegría y parecía convertirse en otro cuando las cosas se ponían duras, que a veces se ponían. En una ocasión, dos individuos recién salidos de la cárcel a quienes acababa de ayudar nos estaban esperando al término de nuestra faena, lo arrinconaron con amenazas y le arrebataron todo cuanto llevaba, incluida su indumentaria. A mí no me hicieron nada, probablemente porque me vieron muy crío.

Entre tanta miseria, mugre, roña, trapos sucios, quincalla, desechos, droga y violencia, alcancé una idea bastante exacta de la vida marginal de aquel tiempo tumultuoso. Era también el de lo que se llamaba los "curas obreros" pero, por lo que yo colegía, estos eran una especie de aristocracia clerical en comparación con lo que hacía el padre Martín cuya figura había acabado transformada a mis ojos de modo que, en lugar de un cuervo, ahora se me aparecía como un elegante cisne negro, sublimado por su entrega y desinterés y alguien por quien rezaba y a quien pensaba imitar algún día. Ya desde el final de la primera semana en que los ejercicios espirituales habían terminado, alternaba yo los dos ambientes, el de la escuela y sus actividades ordinarias los días laborables y el de los domingos por la mañana (sólo me permitía quedarme hasta el mediodía y luego me despachaba para casa a la hora de comer, acompañándome a la parada del tranvía) o, por decirlo mejor, los tres ambientes, la escuela, el Arroyo y me casa, a cada cual más distinto y de los que el que más intensamente me hacía vivir mi pasión religiosa era el de las chabolas.

Terminamos con dificultad aquella temporada especialmente dura pues, además de un invierno muy frío, la primavera trajo una oleada de nuevos inmigrantes a los que fue preciso ayudar a construir sus chamizos, habiendo echado los cimientos de una especie de frágil congregación de ayudantes que se habían comprometido a mantener ciertos visos de organización y a partir de la cual el padre Martín se proponía edificar una parroquia como Dios mandaba. Se acercaban las vacaciones del verano y, con ellas el tiempo en que yo tendría que poner fin temporal a mi actividad cristiana y misionera. Temporal porque ya esperaba con impaciencia el instante en el que se reanudaría al curso siguiente. Pero de momento era preciso interrumpir porque así lo había había acordado con mi madre y era preciso preparar el veraneo que en casa constituía siempre un rito. El padre Martín pensaba que aquel año había obtenido una doble cosecha: su labor en el Arroyo y el fomento de mi vocación y concluyó que lo oportuno sería tener una entrevista con mi madre para hablar de mi futuro que él ya veía dedicado a la Iglesia, momento que yo, confiado como estaba en la fortaleza de mi fe, sin embargo, veía con muy explicable inquietud. Sin darse cuenta de ello, mi mentor me hizo anunciar en casa su visita un día a la salida del colegio y, sin más preparación, allí se presentó.

(Continuará)

(La imagen es el grabado nº 5 de la serie de W. Hogarth, Historia de un libertino, titulada Arresto por deudas(1735)).

dissabte, 20 de desembre del 2008

El progreso y la reacción.

En el habitual confusionismo lingüístico que la carcunda nacional pretende sembrar no es raro que utilice el término "progre" en sentido despectivo y que trate de usurpar la terminología progresista y de desvirtuarla diciendo que la reacción es el verdadero progresismo y el progreso una añagaza rancia de la izquierda. Es el discurso habitual para cretinos de nuevas generaciones de la señora Aguirre. Se hace necesario así de vez en cuando demostrar claramente en dónde están las líneas y en dónde está cada cual. Veámoslo:

Progresista es el proyecto de resolución del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas presentado por Francia y los Países Bajos y firmado por sesenta y seis países de un total de 190 que, además, es un texto muy moderado. Se limita a pedir al Consejo que, en atención a los artículos 1, 2, 3 y 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el artículo 17 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la Decisión del propio Consejo en el caso Toonen v. Australia de cuatro de abril de 1994 inste a la abolición universal del llamado "delito de homosexualidad" y de todas las "leyes contra la sodomía" y de las leyes contra los llamados "actos contra la naturaleza" en todos los países en los que existan. Nada más. Eso es lo progresista: que cada cual pueda realizar la opción sexual que elija sin que el Estado, la Iglesia o quien diablos sea venga a inmiscuirse en sus decisiones privadas y en con quién se va a la cama. Para que lo entienda la manga de reaccionarios seudoliberales que pasa el día hablando de que el Estado no intervenga: que el Estado ni nadie intervenga en la libre sexualidad.

¿Y qué es lo reaccionario? Simplemente, oponerse a lo anterior. Oponerse como ha hecho Siria que apadrina un escrito firmado por otros sesenta países la mayoría de ellos de la Conferencia Islámica Internacional que rechaza dicha despenalización y que, en el colmo de la demagogia y la corrupción moral equiparaba la homosexualidad con la pedofilia, aunque la versión definitiva del documento suprime esta equiparación. Porque estaría bueno, ¿verdad? ahora que está bien claro que la pedofilia es sobre todo un comportamiento propio de los varones heterosexuales al que se dedica con particular celo parte del clero católico.

¿Más reaccionarios, aparte de los islamistas? Por supuesto, los primos hermanos del Vaticano. L'Osservatore romano de hoy incluye la jesuítica intervención de su representante en la ONU aceptando despenalizar la homosexualidad pero oponiéndose a ella al mismo tiempo, así como una aclaración en la que, entre otras mentiras, dice que el proyecto de Francia y los Países Bajos abre la vía al reconocimiento de los matrimonios homosexuales y a su derecho de adopción. Mentira porque, aunque los patrocinadores, probablemente, son partidarios de los matrimonios homosexuales y de su derecho de adopción, al igual que Palinuro, el proyecto no dice ni una palabra de esto sino que se limita a pedir la despenalización universal de la homosexualidad.

Pero lo verdaderamente divertido y lo que demuestra la mala fe de la carcunda es que el mismo diario vaticano ataque el proyecto de resolución porque dice que va en contra de... ¡la libertad de religión! dado que obstaculizaría el derecho de las religiones a transmitir su enseñanza de que, "aunque el libre comportamiento homosexual de los fieles no sea penalizable no lo consideran moralmente aceptable."

¿Se apuestan Vds. algo a que hoy o mañana sale la carcunda nacional-católica española, con la señora Aguirre, la ultraliberal, a la cabeza haciendo causa común con el Vaticano y la Conferencia Islámica Internacional? Y hasta es posible que el señor Rajoy diga que ese proyecto es un intento del señor Rodríguez Zapatero de desviar la atención de los problemas que verdaderamente interesan a los españoles, que es lo que dice este balbuciente Demóstenes cuando, como suele suceder, no sabe qué decir.

(La imagen es una foto de philippe leroyer, bajo licencia de Creative Commons).

El famoso "borrado masivo".

No entiendo por qué se ha organizado este guirigay a raíz de la afirmación del señor Rodríguez Zapatero (a la izquierda, en la foto de Público trasladando cajas imaginarias como acostumbra en la entrevista con Gabilondo en Cuatro) de que hubo un "borrado masivo informático" en La Moncloa cuando el señor Aznar dejó el cargo. Eso se sabe desde hace más de cuatro años, desde que los socialistas ganaron las elecciones de 2004 y hubo que hacer traspaso de poderes. El señor Aznar entendió, con buen criterio, que una cosa era traspasar los poderes y otra muy distinta traspasar las mentiras, las trolas, los embustes con los que él personalmente y su gente trataron de endosar la responsabilidad de los atentados de Atocha a ETA. Por supuesto no les importó que se pudiera tirar al niño con el agua sucia fundamentalmente porque el niño estaba tan sucio como el agua y así se iban también por el sumidero las mentiras de la guerra del Irak y todas sus demás mentiras.

Caminar sin rumbo (XXVII).

Recuerdos de infancia

(Viene de un entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXVI), titulada Amor y dolor.

En esta verídica narración de un viaje sin destino fijo ocupará un lugar destacado la historia de la nueva Carlota Corday. De hecho constituye uno de los elementos esenciales sobre los que descansa su verosimilitud por cuanto, habiendo sido acontecimiento tan notorio, seguramente estará aún vivo en la memoria de muchos lectores. En los momentos en que, presa de la consternación, escudriñaba la red en busca de noticias de agencia que dieran razón de la desgracia del pobre Ovidi, apenas pude sacar algo en claro. El confuso relato del primer momento se repetía de agencia en agencia, con escasas variantes y solamente alcancé a saber que la joven estaba siendo interrogada en una comisaría de mossos d'escuadra. Haciendo tiempo hasta la salida de mi avión vi en Skype un recado de Laura al que acompañaba un par de fotos con un breve texto que decía: "Estoy encantada de que quieras verme antes de conocerme. Ahí te van dos fotos en las que no estoy especialmente favorecida. Espero que quieras verme en persona. Yo lo estoy deseando. Espero me digas en dónde podemos encontrarnos". Las fotos mostraban una mujer de treinta y tantos años, alta, agraciada, en plenitud de formas en una vestida con un traje sastre entallado, apoyada en una lujosa mesa de despacho, quizá de alguno de sus negocios, en ademán seguro con un toque de altivez, una de esas fotos con las que se ilustran entrevistas en la prensa de papel couché. En la otra, al aire libre, en una especie de terraza, aparecía de medio cuerpo con un vestido de tirantes muy escotado, sonriente, mirando directamente a la cámara, como si estuviera hablando con el fotógrafo y con una mirada de malicia burlona. Daba la impresión de que hubiera querido decirme que no era una persona unidimensional, sino que tenía varias facetas, para que no me hiciera una idea equivocada. Estuve un rato mirando las imágenes con atención, observando el rostro de Laura y asombrándome de que no se detectaran en él los rasgos que sin duda delatan a quienes dedican la vida al delito y acumulan una biografía repleta de ilícitos penales y que no sabía bien en que consistirían, aunque estaba seguro de que habrían de manifestarse de un modo u otro. Si los sabios científicos que en el siglo XIX sostuvieron que el rostro refleja la estructura moral de la persona habían resultado no ser tan sabios ni tan científicos, era imposible, cuando menos, librarnos de esa opinión generalizada, producida por la experiencia más terrenal de que, siendo la cara el espejo del alma, al final, acabas siendo lo que pareces. Lo que yo veía, sin embargo, era un rostro severo en un caso, de mirada decidida, de quien está acostumbrada a mandar y ser obedecida y, en el otro, uno risueño, de mirada burlona, con el sempiterno deje erótico de la incitación, la invitación y la evasiva, el quite. Y eso era desconcertante pues tenía ante mí casi a dos mujeres: de un lado, la emancipada que se ha integrado en el mundo masculino, adoptando sus valores y escalando la cima del poder social en la muestra del avance contemporáneo en la condición femenina; del otro la mujer del pueblo que se ofrece para el emparejamiento en el ancestral juego que suele expresarse en las danzas tradicionales populares de cortejo, requiebro y seducción.Y la verdad era que en los dos casos Laura resultaba atractiva. Pensé que el asunto estaba poniéndose interesante pero, no sabiendo qué decisión tomar, decidí aplazarla hasta mejor momento. Le di las gracias y le añadí una nota diciendo que me pondría en contacto con ella cuando llegara a Madrid. No se me ocurría nada más porque aún estaba concentrado en averiguar qué había sucedido con Ovidi. Hice un nuevo barrido por la red, buscando últimas noticias pero no encontré nada nuevo, así que cerré la conexión y embarqué en el vuelo de puente aéreo a Madrid.

En los días siguientes, mientras la prensa se ocupaba de la noticia e iban sabiéndose más cosas, la crónica verídica de que se hablaba más arriba fue llenándose de datos interesantes, de hechos incontrovertibles, de los que subyacen a historias increíbles, pues de eso sirve la facticidad que los hombres prácticos están siempre reclamando, de base para las más fantásticas construcciones que suelen ser las vidas de las gentes. En el límite, cual dicen los pensadores, la ciencia pura, el conocimiento cierto de la realidad es el primer paso para la invención de ésta en formas cada vez más estrafalarias y disparatadas. El atentado lo había cometido una joven delgaducha, oscura oficinista de Santa Coloma de Gramenet que tenía una mirada estrábica, como perdida en algún rincón místico. En la imagen que más difundieron los medios aquellos días se la veía mirando al cielo, como si estuviera en comunión con la divinidad, mientras un pie de foto (y hubo varios) decía: "Dios me dijo que estaba en mi mano impedir el sacrilegio, la blasfemia." Y para eso probablemente había puesto en ella el frasco de vitriolo que arrojó al rostro de Ovidi, desgraciándolo para siempre. Un Ovidi en el mejor momento de su carrera, que prometía muchos más éxitos. ¡Qué imprevisible es la fortuna! La joven, por supuesto, no se llamaba Carlota Corday, sino Montserrat Llombart, trabajaba de oficinista en una fábrica de aluminio de Santa Coloma y vivía en una comunidad de una oscura secta dedicada al ascetismo y a combatir con decisión todo lo que pudiera interpretarse como una manifestación del Anticristo. Evidentemente era una fanática. Pero había algo en su apariencia o en las dos o tres manifestaciones que los reportajes le atribuían que me resultaba familiar. Fue entonces cuando empezó a germinar en mí la idea de arreglármelas como pudiera para entrevistarme con ella. Me interesaba saber qué podía tener en la cabeza alguien capaz de desfigurar a otro para toda la vida movido por una fe religiosa. Tardé algún tiempo en entender qué había allí que me resultara familar y por fin caí en la cuenta de que, tanto por su comportamiento como por las cosas que decía, Montse (a fuerza de pensar en ella me consideraba autorizado a tratarla con cierta familiaridad) me recordaba a mí mismo en un tiempo que pasé en la adolescencia también encendido de celo religioso, dispuesto a salir al mundo a sangre y fuego a garantizar el reino de Dios sobre la tierra. Llevaba una temporada de intensa lucha religiosa interior, dedicado a pensar en la salvación de mi alma, que veía amenazada por la infinidad de acechanzas del mundo cuando caí en uno de aquellos ejercicios espirituales que teníamos que hacer obligatoriamente todos los chicos que nacimos en el pleno franquismo del Imperio recuperado, las cartillas de racionamiento, el cara al sol con la camisa nueva y la pertinaz sequía. Eran tres o cuatro días en los que se interrumpía el discurrrir normal de la vida, los estudios, los juegos, hasta la vida ordinaria de familia para dedicar todo el tiempo a asuntos religiosos, a la meditación, a la oración, a escuchar atentamente el adoctrinamiento que nos traían los curas, complementario del ordinario cotidiano que sufría toda la sociedad y el más concreto de los centros escolares. El colegio quedaba ese tiempo en manos de los jesuitas y en el recuerdo que yo tengo era como si la luz del día se velase y entrásemos en un mundo de tinieblas. Debíamos desplazarnos de un sitio a otro en filas de a dos, sin hablar, sin reír, en actitud de recogimiento, debíamos asistir a todo tipo de oficios religiosos, atender a las charlas de los padres rezar los rosarios enteros y, por las noches, levantarnos a hacer adoración nocturna. En resumen, teníamos que vivir haciéndonos perdonar nuestra existencia, como si estuviéramos arrepentidos no solamente de haber pecado, sino de estar vivos. Cada uno de nosotros tenía un director espiritual que era la única persona con quien nos estaba permitido hablar durante tales días de intensa práctica religiosa. El que me correspondió a mí aquel año fue el padre Martín, un jesuita joven de rostro anguloso, perfil aguileño, pelo cortado a cepillo, ojos negros muy abiertos y brillantes, como los de un cuervo con los que parecía querer horadarte el alma y que era un especialista capaz de convertir sus charlas religiosas en verdaderos montajes teatrales. Cuidándose de que estuviera a oscuras toda la nave de la capilla en cuyos primeros bancos nos concentrábamos, hacía instalar una mesa aislada sobre una peana al lado del altar con un flexo que iluminaba únicamente sus manos, dejándolo a él también en tinieblas mientras discurseaba y gesticulaba con ellas dando la impresión de que fueran las manos las que hablaban, las que se interrogaban como si fueran el alma de cada uno de nosotros que, angustiada por encontrarse en el infierno, a donde había ido a parar por haber muerto en estado de pecado, se preguntaba: "¿cuándo saldré de aquí?" y era también una de ellas la que, oscilando ante nuestros ojos asustados como si fuera un péndulo, respondía con voz lúgubre: "Nunca, jamás; nunca jamás".

En circunstancias ordinarias, cuando no estaba en escena, todo en este padre Martín subraya su naturaleza córvida. Su voz era como un graznido y una enorme e inverosímil nuez parecía querer rebosarle el alzacuellos y arrojarse desde allí al vacío. Se movía con gestos sincopados, como un ave y cuando quería hablar con alguno de nosotros, parecía posarse a su lado, como si hubiera venido volando del cielo. Este padre Martín fue el que un día, llamándome a su lado en la hora de la conversación con el director espiritual, me hizo sentar a su lado en un banco alargado de los que había en la clara galería acristalada que corría paralela a la capilla y, clavándome sus ojos, como si quisiera ver en mi interior, me dijo:

- ¿Sientes la llamada del Señor?

(continuará)

(La imagen es el grabado nº 4 de la serie de W. Hogarth, Historia de un libertino, titulada Arresto por deudas(1735)).

divendres, 19 de desembre del 2008

La entrevista.

Me tragué íntegra la entrevista de Gabilondo al señor Rodríguez Zapatero en la cuatro. El periodista hizo preguntas pertinentes y el Presidente respondió bastante bien, con contundencia, con soltura, marchándose de vez en cuando por la tangente y, desde luego, con la lección bien aprendida de salir a inspirar confianza.

Tuvo gracia una primera inconsecuencia del señor Rodríguez Zapatero, al comienzo mismo de la entrevista. De un lado aseguró que el año pasado era imposible prever qué iba a suceder en la economía mundial y que, aunque los datos en economía sean públicos, es claro que no es posible predecir con certidumbre. De otro lado y acto seguido, se puso a pronosticar cuánto más nos quedaba por padecer y cuándo recuperaría el ritmo la economía.

En materia de lucha contra el terrorismo, estuvo muy convincente; apilando cajas de un lado a otro, como acostumbra y moviendo las manos sin parar, pero convincente. Corroboró las palabras de su ministro del Interior y dejó claro que no hay ni habrá negociaciones con los terroristas. Ante esto no es probable que la señora Aguirre se calle porque no sabe qué sea eso y porque tiene que salir todos los días a robarle la función al señor Rajoy, pero tendrá que atacar por otro sitio.Por lo demás, ya se encargará de hacerlo también el prodigioso señor Arenas, rostro de señorito andaluz del PP que ha descubierto un procedimiento infalible para seguir torpedeando la política antiterrorista del Gobierno: se acusa a éste de estar negociando con terroristas. cuando el Gobierno desmiente, el acusador dice que no tiene credibilidad y vuelve a acusar y, de paso, a cargarse toda posibilidad de pacto antiterrorista. La triste y puñetera verdad es que en el PP están asustados porque ven que ETA se acaba bajo mandato socialista, dejándolos a ellos colgados de la brocha de los GAL.

Al margen de eso estuvo muy bien su explicación sobre los vuelos a Guantánamo porque dejó bien claro la diferencia que hay entre un gobernante celoso de la autonomía de su país y otro, como el señor Aznar, capaz de uncir a ese mismo país al furgón de cola de un tren de aventura imperial que ha quedado en un fiasco monumental.

Como siempre en estos casos -y conste que sucede igual en los demás países de la Unión Europea- ni una palabra para Europa, salvo las que quiso dedicarle en otro contexto el presidente. Gabilondo no hizo una sola pregunta sobre la construcción europea, sobre qué está en vigor, qué no, que se puede esperar del próximo consejo y de las también próximas elecciones europeas. Está claro que cuando ni los mejores periodistas se proecupan por preguntar acerca de Europa, el proceso de construcción europea no está en sus mejores momentos y carece de sentido quejarse de que la gente, los europeos, no nos tomemos en serio lo que tampoco se lo toman los medios.