No hay mal que por bien no venga. La tremenda crisis que azota al planeta globalizado tenía que tener su lado positivo: nos ahorrará la habitual retahíla de artículos críticos sobre el consumismo desatado que caracteriza a las Navidades. Tendría gracia que con un paro desbocado, el empobrecimiento general, los cierres de empresas, los impagos, las quiebras, los desahucios saliera el habitual plumilla a dar la turrada de cómo el desmedido afán de consumo prostituye el sentido íntimo, recogido de la natividad del Señor. Precisamente ahora que hasta el Fondo Monetario Internacional, severo guardián de la ortodoxia monetarista, parece haberse convertido de golpe a la más cruda doctrina keynesiana de aumentar el gasto público con el fin de estimular la demanda, o sea, de incrementar cuanto se pueda el consumo. Bendito sea él.
¿Y qué fue de aquellas teorías de la "sociedad de consumo" o del "consumo ostentoso" que achacaban al capitalismo tardío el hecho de estar basado en un despilfarro siempre creciente? Se han esfumado en espera de la recuperación, de tiempos mejores, cuando sea posible volver a atacar al "sistema" por su feroz consumismo entre Martini y Martini.
Tristes Navidades en que se va a gastar menos que el año pasado. Menos mal que esta noche podremos consolarnos escuchando las filosofías de SM el Rey antes de la cena de Nochebuena. Ya que no podemos consumir, aburrámosnos con la reconocida elocuencia del Monarca que designó Franco previsoramente como "sucesor a título de Rey" hace medio siglo.
(En la foto Ramoncete y Héctor montando a caballo junto al Belén que tanto ayudaron a montar).