El Círculo de Bellas Artes ha tenido el acierto de reeditar la que quizá sea la única utopía escrita en España en el siglo XVIII, algunos dicen que finales del XVII, Anónimo Descripción de la Sinapia, península en la tierra austral, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2011, 126 pp. Escrita, no publicada, pues a ver la luz hubo de esperar el texto hasta que en los años setenta del siglo pasado la publicaran un erudito canadiense, Stelio Cro, en inglés (1975) y el catedrático de historia español, Miguel Avilés (1976), en cuya edición se basa ésta que, además viene adornada con un excelente prólogo de Pedro Galera Andreu, del que saco los datos anteriores. En él el prologuista inserta Sinapia en la tradición utópica occidental y aborda los problemas de la autoría y la fecha de la obra.
El manuscrito se halló entre los papeles de Campomanes y no es disparatado atribuirle la autoría. Pero no hay nada cierto. En cuanto a la fecha, la discrepancia es grande. Cro piensa que se redactó en 1682 por razones de peso pero también por tales razones propone Avilés (y el prologuista) alguna fecha de mediados del XVIII. Carezco de competencia en la materia pero la pregunta que me intriga es: fuera en el XVII o en el XVIII, ¿por qué no se publicó? ¿Quizá por miedo a la Inquisición? Pero la obra dibuja prácticamente una teocracia católica e incluso habla de una forma de Inquisición.
En cuanto al autor será o no será Campomanes pero, desde luego, es un afrancesado. Algunas expresiones, como "poltronería" debían de ser recientes importaciones del francés o quizá del italiano. El único filósofo que se menciona es Mr. Descartes, así escrito, a cuya orientación se encomienda la educación en Sinapia. Cómo se compadece el cartesianismo con la posición dominante del catolicismo es cosa que ni se menciona. Además de afrancesado, el autor es hombre versado en leyes. El capítulo dedicado a la justicia en Sinapia es de un rigor técnico que sólo un avezado jurisperito alcanza. En realidad todo el escrito se lee no como una utopía en el sentido novelesco que tiene desde la de Moro, sino como un proyecto de estatutos de una comunidad ideal.
Porque Sinapia se organiza de una forma jerárquica y racionalista a lo largo de un eje patriarcal (los jefes son llamados "padres") en el que, sin embargo, la última palabra la tiene siempre la Iglesia. El clero está por doquier, desde la educación a los puestos políticos. Eso en cuanto a la práctica. En cuanto a la teoría los sinapienses cultivan tres tipos de ciencias que, de menor a mayor son: la natural, la moral y la divina. Es decir, dudo de que Sinapia sea una utopía pero, desde luego, el autor es español y afrancesado, una mezcla inestable. Hay más datos para señalar la hispanidad (o contrahispanidad) de Sinapia además del hecho de que el autor lo diga expresamente en la última línea de la obra, que Sinapia es el perfectísimo antípode de nuestra Hispaña. Aquí podría plantearse la cuestión de si no es muy típico del género utópico usar la comunidad ideal para criticar la propia. Lo es, pero la crítica está tan velada y los remedios son tan alambicadamente absurdos que la finalidad aleccionadora desaparece.
En España no hay utopías como sucede en Francia e Inglaterra, ni novelas de viajes porque lo que entonces se escribía y se leía eran todo viajes, exploraciones y, por así decirlo, "utopías reales". Desde las Cartas de Relación de Hernán Cortés a las obras del padre Las Casas, pasando por los diarios de Colón, la historia de Bernal Díaz del Castillo, las aventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca o los Comentarios del Inca Garcilaso de la Vega, todo son relatos maravillosos, noticias inesperadas de gentes nuevas y costumbres insólitas en la búsqueda de El Dorado. En España no hay utopías porque el país entero estaba administrando una. Si, además, la malbarató o no es asunto para otro debate. Tampoco en el XVIII hay viajes en pos del buen salvaje porque falta el espíritu filosófico de la Ilustración y su creencia en el derecho natural. Sinapia, como España, vive de espaldas a América pero también a Europa, ensimismada, al modo orteguiano.
La utopía es desde luego española por lo ruda. Escrita en un castellano magnífico, puro (exceptuado algún galicismo), la elegancia de la forma contrasta con la brutalidad de algunos aspectos. Por ejemplo, en Sinapia hay esclavos públicos y privados, a perpetuidad y temporales, perfectamente regulados. No hay pena de muerte pero sí destierro y esclavitud perpetuas. La manía normativa es el rasgo esencial del texto. Están reguladas hasta las fiestas y lo que en ellas se hace. Los sinapienses, dice el texto, son felices. Pero me cuesta creer que haya alguien que ansíe vivir en un medio en que le regulan hasta las horas que ha de dormir, siempre de modo racional, eficiente, ahorrativo. Es más, si hay que buscar un entronque a Sinapia quizá pueda encontrarse en las distopías del siglo XX. Eso ya sería mérito.
El tributo que se paga a Moro y a Campanella es que Sinapia es una utopía comunista en la que no hay propiedad privada ni dinero. Tengo la sospecha de que esta tendencia de los utopistas a abolir el dinero es prueba de que quieren hacerse las cosas fáciles porque, si se elimina el dinero, hay que ponerse a planear cómo funciona todo mientras que, cuando hay dinero, las cosas funcionan solas (aunque no siempre con resultados justos) y los utopistas se quedan sin trabajo.
Sinapia es feliz porque, además de que no hay dinero y todo el mundo trabaja lo mismo, desde el príncipe al último peón, también se ha abolido la nobleza. No sé cómo encaja esto en la putativa autoría de Campomanes, que era conde; claro que fue conde por nombramiento real y todo depende de cuando se scribiera el texto, si antes o después del nombramiento.
Una utopía española. Tampoco somos tan distintos: creemos que podemos encontrar la felicidad en las antípodas.