El movimiento izquierdista de los sesenta desembocó en los setenta en un debate sobre si seguir hablando, teorizando, predicando o pasar a la acción directa mediante la lucha armada. Y se constituyeron grupos que recurrieron a los atentados y asesinatos, al terrorismo en suma. Los más eficaces, por más sanguinarios, los alemanes de la Rote Armee Fraktion, los menos los españoles del FRAP y entre medias los italianos de las Brigate Rosse.
Empezar los tiros y acabarse el debate fue todo uno. La guerra de guerrillas es una guerra especial pero guerra al fin y al cabo, cuya máxima primera y última es que las órdenes del mando se obedecen ciegamente. Lo que resulta una posición pintoresca para quienes habían comenzado su peripecia vital invocando la razón crítica. La cosa empezó con una motivación política y terminó con una militar. Entre medias todas las contradicciones teóricas en que nada siempre la izquierda revolucionaria en sociedades que no siguen sus consignas.
El caso del mítico Carlos, que analiza esta larguísima peli de Olivier Assayas, es uno de los más característicos. Por cierto originalmente la peli tenía unas cinco horas y media y la han dejado reducida a algo menos de tres a costa de pegarle tales cortes que la cinta queda descompensada entre una primera parte de acción trepidante que culmina con el secuestro de los delegados de la OPEP en Viena en 1975 y una segunda en la que Carlos únicamente lucha por su supervivencia en un mundo enrevesado de servicios secretos del Oriente próximo, traiciones de gobiernos a gobiernos, entrenamientos en desiertos apartados, maquinaciones, planes y contraplanes y la participación de los países socialistas en el contexto de la guerra fría.
Da la impresión de que Assayas cree que Carlos no es un típico radical de los sesenta, con un empacho de ideología revolucionaria que da el paso a la acción armada por convicción, sino que desde el principio se trató de un pistolero mercenario dispuesto a trabajar para quien fuese siempre que le pagaran. De hecho en varias ocasiones contrapone su figura con la de los terroristas alemanes que también se refugian y adiestran en el Yemen y están movidos por una especie de fe religiosa que no es el caso de Carlos. Por cierto que algunos personajes y escenas de estas secuencias parecen extraídas de otro fracaso cinematográfico, Der RAF Komplex, de Uli Edel. Y no consta que el propio Carlos, que cumple condena en Francia, vaya aclarar este extremo aunque se dice que la peli no le ha gustado. Como no gustará probablemente a los demás retratados. El cine es una potente máquina de propagación de ideología pero es muy malo analizándola o criticándola.
La tesis del mercenariado es verosímil, aunque haya al principio una especie de conato de debate ideológico entre Carlos y una de sus novias que resulta bastante tosco, como a la altura teórica de las cosas de Marta Harnecker. Además deja sin explicar un hecho importante: un pistolero con ganas de hacer fortuna siempre estará mejor en algún servicio secreto occidental, de esos que son pilares de la civilización cristiana, la CIA, el MI15, la DST, y que utilizan todo tipo de criminales para hacer el trabajo sucio, que enmarañado en esos grupos de integristas musulmanes en los que nadie parece fiarse de nadie y que tampoco son mejores desde un punto de vista moral y, desde luego, con menos medios. En realidad Assayas los presenta como mafias.
En todo caso, si de desmitificar la figura de Carlos se trataba no hubiera merecido la pena un film tan largo. Más interés, entiendo, presenta el contexto de las relaciones entre los servicios secretos y las organizaciones terroristas musulmanas primero durante la guerra fría y después, en los tiempos del llamado dividendo de la paz. Pero eso es lo que aparece cercenado en la peli. Razón por la cual ésta pierde su atractivo.