Cuando, si los dioses no lo remedian, estamos a punto de celebrar los fastos y nefastos de los mayos de 1808 y 1968, viene bien leer el último libro publicado en español de Antonio Negri, uno de los principales protagonistas italianos del segundo mayo: La fábrica de porcelana, Barcelona, Paidós, 2008, 214 págs.
La obra es relativamente breve pero, como suele suceder con los trabajos de Negri, bastante densa y redactada en un lenguaje filosófico no siempre transparente para quien no esté familiarizado con la ya muy considerable obra del pensador de Imperio. Si además se tiene en cuenta que la traducción del francés es sencillamente abominable, cuajada de disparates y expresiones absurdas, se verá que la lectura no es sencilla. Una pena porque el estilo del autor, aun complejo, es agradable.
La fábrica de porcelana no supone, a mi juicio, avance alguno respecto a las últimas elaboraciones del autor sobre el imperio, la multitud o la biopolítca foucaultiana. Parece una especie de recapitulación y como un breviario, que tiene también su interés para quien quiera acercarse al estado actual de las propuestas de Negri que, como siempre, se orientan a pensar en la factibilidad de la revolución, como si fuera una especie de empeño o sino vital. La obra lleva el subtítulo de Una nueva gramática de la política que inmediatamente me trajo a la memoria la A Grammar of Politics del venerable Harold Laski y, salvando las enormes distancias, está concebida de una forma similar, en este caso a base de "talleres", que son como lecciones de un único seminario destinado a examinar la "cesura" entre modernidad y postmodernidad, aquilatar las respuestas de la postmodernidad a la globalización (también un ritornello en el pensamiento de nuestro autor), para examinar las condiciones en que haya de producirse la revolución.
Negri no fue nunca un marxista "ortodoxo" y tampoco lo es ahora, pero el fundamento mismo de su razonamiento sigue siendo marxista. Un marxismo que se ha imbricado en el análisis foucaultiano de la política. Al fin y al cabo, ¿que es el Imperio sino el estadio contemporáneo del imperialismo leninista? ¿Qué la multitud sino la sucesora que él y Paolo Virno han encontrado al proletariado marxista? Pero en todo caso se trata de un marxismo con un grado de abstracción y mescolanza con otras perspectivas (Spinoza, Deleuze, Guattari, etc) que lo haría extraño al propio Marx.
El punto de partida es la imposición del gobierno biopolítico de la sociedad como algo totalitario que subsume la sociedad bajo el capital, lo que provoca: "la mercantilización de la vida, la deaparición del valor de uso, la colonización de las formas de vida por parte del capital", pero también (y subraya el "también"), "la construcción de una resistencia en ese nuevo horizonte" (p. 46), resistencia, dicho sea de paso, concebida como "dispositivo multiforme de producción subjetiva" (p. 47). Y nadie me quita de la cabeza que, a su vez, este dispositivo es el heredero de las antiguas "condiciones subjetivas".
El fenómeno contemporáneo (con el que Negri lleva años batallando) es la globalización, una situación neocolonial en la que se ha producido la "crisis de todas las leyes y de todas las formas de desarrollo capitalista" (p. 67) dando lugar a un "estado universal de excepción" (p. 69) que lleva a una situación en la que a) se han disuelto las fronteras; b) se ha acabado el derecho internacional; c) y hay una creciente necesidad de dominio (p. 72). Puro Imperio, en definitiva.
Para hacer frente a la situación refina Negri la grámatica política que es como una gramática parda del neomarxismo: frente a la caduca (y falsa) distinción capitalista entre lo público y lo privado, lo común que se observa a la perfección en la expansión universal de la red (p. 90). Frente al avance del biopoder globalizado, la resistencia, que nada tiene que ver con la marginal que aparece en el "pensamiento débil" que no le parece más que "un pensamiento arrepentido, lleno de rencor y que se siente culpable del mayo de 1968" (p. 102). Lyotard, Baudrillard y Virilo están aquí en el punto de mira, como es lógico en un pensador que, a fuer de espinoziano, detesta el arrepentimiento. Y detrás de ellos, van nada menos que Luhmann, Habermas y el bueno de Rawls, todos reos de dar consistencia real a "la imagen ilusoria de la opinión pública" (p. 105)
A partir de aquí entramos en la parte propositiva del libro. La resistencia es la forma en que se articula la diferencia, el "separatismo" de ciertos grupos, singularmente las mujeres y los obreros (p. 126) que emprenden el camino del éxodo, entendido éste como "separación creativa" y que, la verdad, se parece bastante al exit de Hirschman. Luego de un relativamente prolijo análisis de algunos conceptos tradicionales de la iuspublicística (poder constituyente, Constitución formal y Constitución material) en los que se sienten los ecos del viejo professore de la Universidad de Padua, la multitud ejerce un derecho de resistencia frente al poder constituyente que no gusta nada a las instituciones del capital y que, convertida en una "ciudadanía cosmopolita", alcanza una "democracia radical". Quien pueda estar pensando que tampoco hacía falta tanta hojarasca marxista para acabar diciendo lo mismo que David Held y sus amigos, tome nota de la distinción que hace el autor al hablar de "la diferencia que existe entre la democracia como forma de gobierno, como gestión del poder, como articulación/ejercicio de la voluntad general, y la democracia como proyecto, como praxis democrática, como reforma del gobierno, como ejercicio de lo común, como articulación de la voluntad de todos." (pp. 151/152). La distinción no resulta evidente, ¿verdad? Bueno, llévese a sus últimas consecuencias y se verá que, como cada cual es hijo de sus obras, vale para justificar la violencia: "La violencia política es simplemente una función del actuar político democrático, porque ella muestra también, a su manera, la resistencia; e impone el antagonismo allí donde el Estado sólo puede afirmar su dominación y su control." (pp. 156/157)
El resto se dará por añadidura. La nueva gramática de la política sirve para sustituir también el viejo gobierno por la nueva gobernanza, concepto muy en boga en la ciencia política contemporánea pero que en Negri tiene una imago revolucionaria pues equivale al ejercicio del poder constituyente de la multitud como potencia común (p. 174).
Todo es cuestión de "decisión" y "organización". Suenan aquí inevitablemente los ecos del decisionismo schmittiano, pero no me parece muy relevante, pues de alguna forma hay que llamar a la voluntad de actuar. El caso es que ambas, decisión y organización de una multitud entendida como multiplicidad, abocan a la revolución que es "una aceleración del tiempo histórico, la realización de una condición subjetiva, de un acontecimiento, de una apertura cuya convergencia es hacer posible una producción de subjetividad irreductible y radical." (p. 194)
Se queda uno pensando si realmente será que el tiempo no ha pasado y que un hombre tan inteligente, profundo y perspicaz sigue articulando la revolución como una especie de milenarismo, como una hipotética solución de continuidad con el presente cuyas claves de aparición sólo él o los de su grupo son capaces de desentrañar. Pero no haya cuidado, Negri sabe muy bien de lo que habla, no se deja arrebatar por sus mismas previsiones y con harto realismo sitúa la acción del "nuevo derecho subjetivo transformado en potencia multitudinaria (no) en las márgenes ni fuera de la actual configuración de los sistemas de poder, sino en el centro, de manera interna, dentro."
O sea, aquí y ahora.