El abandono de la política del señor Zaplana es una noticia estupenda para todos quienes, siguiendo la política española, estén hartos de verla convertida en una perpetua reyerta de jayanes el principal de los cuales es este político cartagenero, achulapado, dado a martingalas, fajador experimentado y capaz de arrostrar el ludribio general sin descomponer el gesto. Un hombre fiel hasta el final a su partido de quien podría decirse lo que un lord conservador inglés dijo en cierta ocasión de sí mismo, esto es, que en veinticinco años de actividad parlamentaria él jamás había votado según su conciencia, cual hacen los patanes, sino según le decía su partido, como hacen los caballeros. Algunos hasta se preguntan si el señor Zaplana tiene eso que se llama "conciencia". Se basan en que ha hecho una carrera política fulgurante, pasando por encima de lo que fuera necesario y al grito de que había llegado a la política "para forrarme", según consta en cinta de grabación telefónica que en su día el juez no admitió como prueba por haber sido obtenida sin autorización judicial, no porque no se hubiera dicho.
En todo caso parece que lo ha conseguido; forrarse, digo, porque casi un millón de euros al año lo convierte en un milloneurista. Un millón de euros, piensa uno, ¿por hacer qué con exactitud? No se sabe. Nada, probablemente. Quizá charlar con Berlusconi e intercambiar chistes de machos en la sobremesa. Aunque no sepa idiomas, el señor Zaplana tiene sus amigos y, total, para lo que tienen que decirse... Lo que me fascina es que una empresa pueda destinar un millón de euros a pagar a un contratado por realizar un trabajo tan impreciso como "relaciones con la UE". Es prueba, además, de que, al privatizar las empresas en su día, el PP sabía muy bien a quién ponía al frente de ellas. El señor Aznar nombró al señor Alierta en substitución de su amigo de pupitre, señor Villalonga. Desde entonces, año 2000, lleva el señor Alierta al frente de la primera empresa española y cosechando líos judiciales a consecuencia de una acusación de uso de información privilegiada de cuando procedió a la privatización de Tabacalera, en cuya presidencia también lo había nombrado el señor Aznar y que no acaban de cerrarse. En todo caso, vaya por Dios, quién va a nombrar a quién. A ver si nos toca una Terra Mítica de las telecomunicaciones.
Por cierto, la espantada del señor Zaplana llegó ayer en medio de una serie de sobresaltos en el Partido Popular. El señor Rajoy anda el hombre formando su equipo o shadow cabinet (que diría Xan Das Bolas) y, al prescindir de los que se consideraban in pectore y no contar con quienes lo han escoltado hasta la fecha como fieles escuderos, se le están formando frondas por doquiera. Lo que ha hecho el señor Rodríguez Zapatero en un santiamén, esto es, barrer a la vieja guardia y meter novatos y novatas, puede costarle varios disgustos al señor Rajoy. No es lo suficientemente fuerte y está dejando mucha gente resentida por el camino, cosa poco recomendable en política. A los resentidos hay que tenerlos delante, nunca detrás, y nombrarlos algo. Promoveatur ut amoveatur. Por ejemplo embajador, o presidente de un consorcio del Estado, o presidente del Congreso de los Diputados. Pero esas cosas sólo se pueden hacer cuando se está en el gobierno; no cuando se está en la oposición.
Además, el señor Rajoy ha aprovechado para hacer nueva gala esa cualidad (o, mejor, falta de cualidad) que lo adorna o deja de adornarlo, que es la indecisión. Tras decir que no iba a acudir a la fiesta del dosde de la señora Aguirre y señalar que se encontraría en la de Móstoles (el que declaró la guerra al francés), desdíjose en horas, de forma que acudirá a las dos fiestas porque no digan, dice. Como si no dijeran más al ver que es incapaz de resistirse a los caprichos de Lady Mcguirre. Cada vez que la dama envida, el otro se arruga.
(La imagen es una foto de Chesi fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).