Sendas declaraciones de la ministra Mato y la paraministra Cospedal levantaron ayer la rechifla general de la red. Sobre todo Twitter, un lugar de chismorreo lleno de sarcasmo, estuvo todo el día hablando de la intención de la ministra de sustituir los fármacos que pueda por una cosa natural. Y no digo nada de Cospedal anunciando que España cuenta hoy en Europa gracias a Rajoy. La presidenta de Castilla La Mancha, bien se ve, en lugar de viajar, lee La Razón, el ABC y El Mundo, y con eso le basta. Al fin y al cabo, según la filosofía social contemporánea, la realidad es una construcción cultural. Se ve muy bien en el caso de Ana Mato.
Muchas veces, la prudencia aconseja mantenerse en silencio; quizá las más, siendo rigurosos. Pero el tiempo es de mucho ruido, de agitación, de continuas declaraciones, manifestaciones al bajar de un avión o tomarse un perrito caliente, de canutazos, frases pilladas al voleo en micrófonos indiscretos, peroratas, interpelaciones. En fin, ruido. Pero hay cosas que acallan el ruido, como clarines angélicos: decir que España cuenta en Europa gracias a Rajoy es como un aldabonazo en el sentido de la realidad de los españoles. Estamos adormecidos, caramba. ¿No vemos al ínclito Rajoy emulando al emperador Carlos en la batalla de Mühlberg?
Pues, no; no lo vemos. Ni ella tampoco. Otra cosa es lo que diga. Pero eso, tratándose del discurso de la derecha, es irrelevante: cualquier cosa con tal de enaltecer lo propio y rebajar lo adversario sea o no justo. Da igual. A la vista está que Rajoy en Europa no está a la vista. Es más, muchos europeos empiezan a dudar de su existencia en carne y hueso y en España el personal ya le ha diagnosticado una mezcla de agorafobia y miedo escénico (vulgo, cobardía) que le impide comparecer en el parlamento o ante la opinión pública como no sea en contactos casuales y fortuitos más parecidos a productos de paparazzi que de reporteros.
Todo el mundo se queja de las incomparecencias de Rajoy, de su negativa cerrada a dar cuenta de sus actos. Él mismo se ha encargado de decir que no merece la pena por cuanto nunca sabe cuáles serán sus actos. Depende de por dónde sople el viento. Nos quejamos de vicio. Porque, cuando habla, lo hace con tal vagarosidad que nadie, ni él mismo, sabe qué haya querido decir. Así, mejor el silencio. Es convencido partidario de la vieja sabiduría del calla a no ser que lo que has de decir sea mejor que el silencio. Nunca tiene nada que decir mejor que el silencio. Preferiría callar. Pero no lo dejan, le exigen que hable, se pronuncie, diga algo claro. Y le hacen sufrir porque todo el mundo le frota por el morro sus incumplimientos, embustes o demagogias, sus "no subiré los impuestos", "no tocaré la educación", "no tocaré la sanidad", "no congelaré las pensiones", "seré previsible", "no haré amnistías fiscales", "diré siempre la verdad", "llamaré al pan, pan y al vino, vino", "no subiré el IVA". Es un sufrimiento, desde luego, porque son mentiras flagrantes.
Él se siente a gusto en las reuniones de los suyos, los empresarios. No es fácil imaginarlo en una reunión de los sindicatos. En el Parlamento, dicho se está, es il solito ignoto. En ese cónclave de amigos, de los que, según él, crean empleo en lugar de destruirlo, Rajoy, fiel a su costumbre ha dicho que el próximo Consejo Europeo debe dar "una respuesta contundente a la crítica situación de Europa". Nada menos. Admírese el truco retórico de la "crítica situación de Europa". En situación crítica hay algunos países europeos, entre ellos el que él representa, pero no Europa; en absoluto. Dicho aquí, suena bravo y por eso Cospedal se enciende y dice lo que dice. Pero dicho en Bruselas suena chusco, a bravuconada de muerto de hambre del Tercio. Por si acaso, los empresarios, a quienes lo de la "crítica situación de Europa" suena a chino mandarín, le han pedido algo bien concreto, un pájaro en mano en lugar de los ciento volando por la cabeza del registrador de la propiedad: otra reforma laboral. Sin duda para seguir creando empleo.
Lo peor no es que nuestros vecinos más industriosos, más laboriosos, mejor organizados, menos corruptos, más ingeniosos y políticamente más afortunados desde tiempos inmemoriales tengan que rescatarnos. Lo peor es que el presidente del gobierno o el ministro de Economía vayan de perdonavidas por Europa, haciendo honor a la mala fama de los españoles: matasietes de ceñudo gesto que no tienen en dónde caerse muertos.
Cabe preguntarse si una gente así puede gobernar. Pero eso ya no tiene remedio.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).