dimecres, 20 de juny del 2012

Hablar es de rojos.

De los gobiernos de Rodríguez Zapatero se decía que tenían un problema de comunicación, que no comunicaban bien, que dejaban que el adversario le fijase la agenda y aceptaban sus marcos (frames) de referencia. Al decirlo gentes tan duchas en estas complicadas lides de la comunicación, uno tendía a darles la razón y así ZP pasó a la historia como un pobre comunicador y sus gobiernos como incapaces de explicar su labor.
Estas cosas no suceden con el gobierno del PP. Rajoy no comunica mal; simplemente no comunica en absoluto, no permite preguntas, no contesta a las que se le hacen, no comparece en sede parlamentaria, no autoriza debate sobre el estado de la Nación, no llama al dirigente del principal partido de la oposición ni habla con nadie de política. Es un lider aislado, mudo, ansimismado, ausente. Su comportamiento es una mezcla de miedo escénico, complejo (merecido) de inferioridad y actitud autoritaria, casi dictatorial, según la cual la gente debe obedecer y no hacer preguntas. Es el comportamiento tradicional de la derecha en España. Los caudillos por la gracia de Dios, según fue Franco, quiso ser Aznar y acabará siendo Rajoy gracias a sus defectos, no deben perder el tiempo comunicándose con la gente del común. Eso es cosa de demócratas y rojos. Ellos están para más altos menesteres. O eso dicen pero, en realidad, en el caso de Rajoy prevalece el miedo como ya demostró cuando se pidió el rescate y trató de zafarse de la comparecencia pública mandando a de Guindos e intentando salir de naja camino de Polonia. El hombre es un cobarde, un verdadero gallina.
Y no queda ahí la cosa. Además de cobarde, Rajoy es un ignorante. No comunica, no habla, no dice nada porque no sabe nada y cuando cree saber algo resulta que le han engañado. No sabe qué caracteres tendrá finalmente el rescate (al que él llama otra cosa, algo así como "tesoro de Sierra Madre") porque eso depende de las autoridades europeas que no consultan con él, hartas de escuchar sus mentiras, sus farfulleos y dilaciones. A su vez estas autoridades tampoco pueden adoptar política concreta alguna en tanto no sepan el resultado final de la auditoría de la banca que todavía no es conocido. Como tampoco lo conoce Rajoy. Es decir, el presidente no habla porque, además de ser un acomplejado no tiene ni idea de los datos del problema, nadie va a pedirle su opinión a la hora de adoptar decisiones sobre España y, si se le pidiera, daría la más absurda imaginable.
Esto no es un gobernante sino un castigo de los dioses.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).