Los profetas del desastre están ahora mudos o, en el mejor de los casos, rezando jaculatorias con trémula voz mientras intentan desviar la atención a otros asuntos que no los hagan aparecer tan majaderos como son.
Estuvieron tres años y medio acosando el gobierno de Zapatero desde dentro y desde fuera, sin darle un minuto de respiro, sin ayudarlo en nada; al contrario, boicoteando sus esfuerzos, desprestigiándolo en el exterior y arremetiendo contra él en el interior sin parar. Lo identificaron con la catástrofe, con que España no tuviera la confianza de los mercados, con la ruina, con la incapacidad, el despilfarro y el endeudamiento impagable. Lo atacaron sin miramientos, culpándolo de todo lo imaginable e inimaginable.
Tuvieron el apoyo y entusiasta colaboración de la banca, la iglesia, los empresarios y todos los sectores carcundas de la sociedad en la tarea de derribar el gobierno. Y, finalmente consiguieron el de El País que, mediante un artículo incendiario de Cebrián publicado un 18 de julio, conminó a Zapatero a adelantar las elecciones y este, probablemente ya abrumado y a bout de souffle, cometió el error de ceder y, en efecto, adelantar las elecciones de marzo de 2012 a noviembre de 2011, en lo que quizá fuera el mayor desatino de su mandato. Y los hubo sonados.
Desde el momento del anuncio de adelanto, la tormenta arreció. Los mercados olisquearon la debilidad política de España y comenzó el asedio en serio. En lugar de hacer causa común con el PSOE en defensa de la "gran nación", la derecha intensificó su ataque contra el gobierno dentro y fuera de España. Quería derribarlo incluso al precio de que España se hundiera, según hemos sabido después sin que Montoro, el ministro que apuntó esta canallada, lo haya desmentido. Todos a una, iglesia, banca, medios, empujando, acabaron consiguiendo su propósito: el PSOE perdió hasta su sombra en las elecciones y en La Moncloa se instaló un flamante gobierno del PP con una inexpugnable mayoría absoluta.
¿El resultado? A la vista está seis meses después: todo era mentira. La crisis y las calamidades de España no eran culpa de Zapatero ni de su forma "insoportablemente liviana" de actuar, según pedante comparación de Cebrián, sino de los problemas estructurales de la economía española, agravados por la irresponsabilidad de Aznar y la incompetencia y corrupción de los gobiernos del PP. Todavía en los primeros meses consiguieron disimular el asunto acumulando más mentiras y echando la culpa a la "herencia recibida". Pero eso también se ha acabado. Ahora, con la prima de riesgo asomándose a los 600 puntos básicos (el doble que con Zapatero) ya está claro que la derecha no tenía fórmula, ni plan, ni siquiera propósito alguno de enderezar la situación. Que no tenía ni idea de cómo estaba el país o qué hacer con él. Sólo quería echar a los socialistas para ocupar el poder, repartirse las prebendas, enchufar a su allegados y amigos, extender la corrupción de Madrid y Valencia a donde se pudiera y dar satisfacción a las pretensiones más codiciosas y reaccionarias de la iglesia católica.
Y El País es en buena medida responsable de esta catástrofe. Ahora, con España al borde de la bancarrota, gobernada por un irresponsable aun peor que Aznar, que se oculta de la opinión en su país e irrita a sus socios, de los que depende, con bravuconadas propias de un jayán de taberna, se han acabado las excusas. Los franceses han elegido con sentido común; los griegos, con bastante miedo. Pero ninguno de los dos sirve ya a estos incompetentes para ocultar el desastre que han organizado.
Y ahora, ¿qué? Porque ya ni elecciones anticipadas pueden convocarse, pues no hay alternativa, ya que el rump PSOE que ha quedado tras las elecciones ni siquiera es capaz de articular un discurso inteligible y las otras fuerzas políticas (no mejor provistas en materia ideológica) son testimoniales.
Es la consecuencia de entender la política al modo de la derecha política y mediática y sus circunstanciales aliados, como confrontación a muerte en tierra quemada.
(La imagen es una captura de El País de hoy)
Es la consecuencia de entender la política al modo de la derecha política y mediática y sus circunstanciales aliados, como confrontación a muerte en tierra quemada.
(La imagen es una captura de El País de hoy)